AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Adiós orgullo…Adiós dignidad.
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Adiós orgullo…Adiós dignidad.
Ahora…ya casi…casiiii…
¡Shhh Shhh! No llores… No llores… ¡Aguanta la respiración!
El veinteañero estaba contento, se había leído ya casi todos los libros de la biblioteca, los entendía todos, y estaba como loco deseando que le dejaran ir a la universidad. Al veinteañero le gustaban las ciencias y las letras y quería ir a una clase de ética y a alguna otra de antropología.
El veinteañero era curioso y se moría de ganas de ir cuando volviera a adoptar su imagen adulta…
Por lo que entusiasmado y ensimismado en su labor de querer obtener el objeto por su cuenta y sin pedir ayuda a nadie, que trepo y trepo ¡el solito! con todo su coraje y con toda su valentía de infante por las mismas baldas de la biblioteca, tirando libros a su paso, temerario y valiente ante su firme decisión de tomar un tomo sin pedirle ayuda a nadie. Oooh cuando disfrutaría de esa pequeña victoria…
Me mordí los labios y aguante la respiración para no llorar pero el último libro me había caído sobre la nuca como si una mano perversa me hubiese castigado por mi delito. ¡Yo que iba a saber que se iba a caer la cosa esa! Una madera cedió y cayo un piso de libros y luego el otro y luego el otro…y acabo todo lo que estaba en la pared en el suelo a mi lado.
Pero entonces, mientras aguantaba la respiración con la mirada brillante la puerta se abrió y yo gire mi pequeña cabecita mientras le miraba con mis enormes ojos brillantes. Tenía que comportarme, decirle como el hombre que era que estaba bien, que había sido un pequeño traspiés, ambos nos reiríamos y luego iríamos a tomarnos un té, o quizás un chocolate caliente. Éramos adultos charlaríamos de cosas….de adultos digo yo…Pero solo había una mujer ante la que me comportaba tal cual como yo era, y esa era mi…
Ahí estaba. Adiós orgullo, adiós dignidad. No me había podido aguantar.
Ni coraje ni valentía ni tonterías varias, era ver a mi madre y ser un llorica. Ya me veía en la noche en mi cuna con un dilema moral y una vergüenza…-que por cierto tenía que decirles a mis padres que quería una cama de dos plazas para mí solo- y arrepintiéndome por llorar como un crio. Que ya sé que soy un crio, ¡pero tengo veinte años también! No me puedo permitir estas cosas. Ya tendré una charla de hombre a hombre con mi padre cuando vuelva de sus misiones.
Hazme upaaa….
Lo dicho…
Adiós orgullo…Adiós dignidad.
¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!!
….Aiiiii….
snif….snif…
….Aiiiii….
snif….snif…
¡Shhh Shhh! No llores… No llores… ¡Aguanta la respiración!
…
Erase una vez en una vida del revés, y en un mundo de locos. Un veinteañero de sesenta centímetros de altura, que atrapado en el cuerpo de un nene de tres..oh, perdón de cuatro, de cuatro años recién cumplidos, intentaba sacar una enciclopedia de la biblioteca de su padre.El veinteañero estaba contento, se había leído ya casi todos los libros de la biblioteca, los entendía todos, y estaba como loco deseando que le dejaran ir a la universidad. Al veinteañero le gustaban las ciencias y las letras y quería ir a una clase de ética y a alguna otra de antropología.
El veinteañero era curioso y se moría de ganas de ir cuando volviera a adoptar su imagen adulta…
Por lo que entusiasmado y ensimismado en su labor de querer obtener el objeto por su cuenta y sin pedir ayuda a nadie, que trepo y trepo ¡el solito! con todo su coraje y con toda su valentía de infante por las mismas baldas de la biblioteca, tirando libros a su paso, temerario y valiente ante su firme decisión de tomar un tomo sin pedirle ayuda a nadie. Oooh cuando disfrutaría de esa pequeña victoria…
…
Así tenía que contar la historia sobre la magnífica proeza…Pero trepando y trepando, tirando y tirando libros, se me vinieron todos abajo y ya de paso me fui yo también al suelo quedando medio enterrado en el montoncillo de libros y entre la polvareda que soltaron. Me mordí los labios y aguante la respiración para no llorar pero el último libro me había caído sobre la nuca como si una mano perversa me hubiese castigado por mi delito. ¡Yo que iba a saber que se iba a caer la cosa esa! Una madera cedió y cayo un piso de libros y luego el otro y luego el otro…y acabo todo lo que estaba en la pared en el suelo a mi lado.
Pero entonces, mientras aguantaba la respiración con la mirada brillante la puerta se abrió y yo gire mi pequeña cabecita mientras le miraba con mis enormes ojos brillantes. Tenía que comportarme, decirle como el hombre que era que estaba bien, que había sido un pequeño traspiés, ambos nos reiríamos y luego iríamos a tomarnos un té, o quizás un chocolate caliente. Éramos adultos charlaríamos de cosas….de adultos digo yo…Pero solo había una mujer ante la que me comportaba tal cual como yo era, y esa era mi…
Maaaaaaaaaaamiiiiiiiiiiiiiiiiiiii aiiiii Maamiii que me hice pupaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
…
…
Ahí estaba. Adiós orgullo, adiós dignidad. No me había podido aguantar.
Ni coraje ni valentía ni tonterías varias, era ver a mi madre y ser un llorica. Ya me veía en la noche en mi cuna con un dilema moral y una vergüenza…-que por cierto tenía que decirles a mis padres que quería una cama de dos plazas para mí solo- y arrepintiéndome por llorar como un crio. Que ya sé que soy un crio, ¡pero tengo veinte años también! No me puedo permitir estas cosas. Ya tendré una charla de hombre a hombre con mi padre cuando vuelva de sus misiones.
Hazme upaaa….
Lo dicho…
Adiós orgullo…Adiós dignidad.
Jorél Der Kláuseen- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 03/04/2013
Re: Adiós orgullo…Adiós dignidad.
Tarareaba yo una animada melodía mientras terminaba de vaciar la última calabaza y en su interior colocaba una vela lista para ser encendida al caer la noche. Llevé la calabaza hacia el balcón que daba al jardín, deteniéndome frente a éste por unos segundos, pensativa, con la mirada fija en la puerta rejada que permanecía cerrada a los pocos transeúntes que cruzaban la calle. Aun le esperaba, era cierto, pese a que en la última carta me comunicara que tardaría al menos un par de días más en regresar a casa... yo siempre le esperaba, sólo por si acaso. Y como la espera era agotadora, un profundo suspiro que mezclaba cansancio y tristeza escapaba entonces de mis labios, sin ser aquella ocasión una excepción.
- ¡Venga, venga! ¡Distráete, Mischa!- me auto-convencí, aplaudiéndome la cara para despejar mi atolondrada mente mientras me dirigía de nuevo hacia la cocina, dónde preparé un gran bizcocho de seis huevos mientras calentaba la nata justo antes de hacer hervir el chocolate blanco poco a poco hasta fundirlo junto con la nata, todo ello a fuego muy lento hasta ser retirado del fuego. Tras batir la mantequilla con unas varillas en un bol de cerámica -que por cierto, me recordó de nuevo a Kaél dado que fue un souvenir que me trajo hacía pocos meses de una de sus misiones orientales-, añadí el azúcar hasta conseguir una masa cremosa pero dura a la vez, suficiente para adornar el bizcocho. Tras haber formado la crema, añadí el chocolate blanco fundido anteriormente. Luego me dediqué a fundir chocolate negro mediante un baño maría tras el que lo mezclé con nata y mezclé poco a poco, vertiéndolo entonces sobre la cobertura de chocolate blanco. Finalmente, me puse a batir la mantequilla y añadí azúcar hasta que quedó una masa homogénea y muy blanca que luego dispuse en una manga pastelera gracias a la cuál pude crear pequeñas figuras fantasmales cuyos ojos eran un poco de chocolate negro que me había sobrado de la cobertura anterior.
Y estaba yo colocando el último ojito al último fantasmita de azúcar, cuando un gran estruendo procedente de la biblioteca me hizo dar un respingo tan monumental que la manga pastelera se deslizó entre mis manos y terminó aterrizando en mi cabeza tras varias vueltas de gimnasta, ensuciándome el pelo de azúcar. Sin darle mayor importancia, corrí escaleras arriba y abrí la puerta con brusquedad, encontrando a mi pequeño trasto escondido bajo un alud de polvo y libros. Suspiré y negué con la cabeza, sosteniendo mis carcajadas ante sus ojos llorosos que reclamaban mi abrazo, uno que no tardó en envolver su pequeño cuerpecito infantil. Besé su frente y le acomodé a un costado de mi cuerpo, sosteniéndole por la espalda y el trasero.
- ¿Pero qué hace aquí mi pequeño hombrecito?- pedí con dulzura, contemplando asombrada el desastre que él solito había organizado a mis pies. Pensé entonces en Kaél y vislumbré sus manos posadas sobre su cabeza, impidiendo que ésta no le estallara al ver semejante desorden. Aquello me hizo reír.- Vamos, cariño, no llores... Los niños grandes como tú no lloran, ¿recuerdas? Ven, vamos al salón... ¡Tengo una sorpresa para ti! Y como aun llores al llegar ahí, mamá se pondrá triste...
Le guiñé el ojo con cierta picardía y una sonrisa traviesa cruzó su rostro, contagiándome al instante mientras bajaba las escaleras y dejaba tras de mí todo el caos de la biblioteca que más tarde debía ordenar antes de la llegada de Kaél.
Llegamos al salón en penumbra, debido a las altas horas de la noche. Deposité a mi pequeño en su silla y le pedí que me aguardara por un momento, sin olvidar besarle cada punto de su cuerpo que él indicara que aun le dolía, haciéndome reír por ello y alborotarle los cabellos como mi padre hacía cada vez que le tocaba hacer de canguro de él.
Prendí al fin todas las velas que se hallaban en el interior de las calabazas que yo misma había dispuesto por toda la casa y tras ello, llevé a la mesa el espléndido pavo relleno de carne, tocino, almendras, pasas, pan, zanahorias, apio, cebolla y trufa picada, empezando así a servirle la cena incluso antes de llevar ante sus expectantes ojos la verdadera sorpresa de la noche, aquella tarta fantasmal que esperaba ser devorada por sus dientecitos de leche.
- ¡Venga, venga! ¡Distráete, Mischa!- me auto-convencí, aplaudiéndome la cara para despejar mi atolondrada mente mientras me dirigía de nuevo hacia la cocina, dónde preparé un gran bizcocho de seis huevos mientras calentaba la nata justo antes de hacer hervir el chocolate blanco poco a poco hasta fundirlo junto con la nata, todo ello a fuego muy lento hasta ser retirado del fuego. Tras batir la mantequilla con unas varillas en un bol de cerámica -que por cierto, me recordó de nuevo a Kaél dado que fue un souvenir que me trajo hacía pocos meses de una de sus misiones orientales-, añadí el azúcar hasta conseguir una masa cremosa pero dura a la vez, suficiente para adornar el bizcocho. Tras haber formado la crema, añadí el chocolate blanco fundido anteriormente. Luego me dediqué a fundir chocolate negro mediante un baño maría tras el que lo mezclé con nata y mezclé poco a poco, vertiéndolo entonces sobre la cobertura de chocolate blanco. Finalmente, me puse a batir la mantequilla y añadí azúcar hasta que quedó una masa homogénea y muy blanca que luego dispuse en una manga pastelera gracias a la cuál pude crear pequeñas figuras fantasmales cuyos ojos eran un poco de chocolate negro que me había sobrado de la cobertura anterior.
Y estaba yo colocando el último ojito al último fantasmita de azúcar, cuando un gran estruendo procedente de la biblioteca me hizo dar un respingo tan monumental que la manga pastelera se deslizó entre mis manos y terminó aterrizando en mi cabeza tras varias vueltas de gimnasta, ensuciándome el pelo de azúcar. Sin darle mayor importancia, corrí escaleras arriba y abrí la puerta con brusquedad, encontrando a mi pequeño trasto escondido bajo un alud de polvo y libros. Suspiré y negué con la cabeza, sosteniendo mis carcajadas ante sus ojos llorosos que reclamaban mi abrazo, uno que no tardó en envolver su pequeño cuerpecito infantil. Besé su frente y le acomodé a un costado de mi cuerpo, sosteniéndole por la espalda y el trasero.
- ¿Pero qué hace aquí mi pequeño hombrecito?- pedí con dulzura, contemplando asombrada el desastre que él solito había organizado a mis pies. Pensé entonces en Kaél y vislumbré sus manos posadas sobre su cabeza, impidiendo que ésta no le estallara al ver semejante desorden. Aquello me hizo reír.- Vamos, cariño, no llores... Los niños grandes como tú no lloran, ¿recuerdas? Ven, vamos al salón... ¡Tengo una sorpresa para ti! Y como aun llores al llegar ahí, mamá se pondrá triste...
Le guiñé el ojo con cierta picardía y una sonrisa traviesa cruzó su rostro, contagiándome al instante mientras bajaba las escaleras y dejaba tras de mí todo el caos de la biblioteca que más tarde debía ordenar antes de la llegada de Kaél.
Llegamos al salón en penumbra, debido a las altas horas de la noche. Deposité a mi pequeño en su silla y le pedí que me aguardara por un momento, sin olvidar besarle cada punto de su cuerpo que él indicara que aun le dolía, haciéndome reír por ello y alborotarle los cabellos como mi padre hacía cada vez que le tocaba hacer de canguro de él.
Prendí al fin todas las velas que se hallaban en el interior de las calabazas que yo misma había dispuesto por toda la casa y tras ello, llevé a la mesa el espléndido pavo relleno de carne, tocino, almendras, pasas, pan, zanahorias, apio, cebolla y trufa picada, empezando así a servirle la cena incluso antes de llevar ante sus expectantes ojos la verdadera sorpresa de la noche, aquella tarta fantasmal que esperaba ser devorada por sus dientecitos de leche.
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Iris M. Der Kláuseen- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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