Lìsbeth E. Sigríður | ID

Midiendo 1.65 metros, Lìsbeth posee una contextura bastante menuda y grácil, pareciendo inofensiva a simple vista. Con un peso de apenas 48 kilos, lo más usual al verla es pensar que se trata de una niña. Al menos, hasta que se voltea. Su expresión es dura y su busto firme, aunque no excesivo. A muchos sorprendería la fuerza alberga ese cuerpo tan diminuto. Y la agilidad. Capaz de recorrer distancias largas en pocos segundos o minutos, sin acusar apenas el cansancio que lógicamente debería producirle. Está entrenada para ello, existe para ello. Para nunca decaer. Si caes, estás muerta. Esa siempre fue su norma. Su cabellera, de cortes irregulares y un profundo color azabache, le dan un toque de lo más exótico, fruto de la mezcla entre su madre, japonesa y su padre, islandés.

De tez pálida, casi translúcida, adquirida tanto de sus progenitores, como por su normal lejanía a los rayos del sol. Le gustan los días soleados, pero no el color a chamuscado que se le queda cuando pasa demasiado tiempo bajo él. Sus orbes, de un intenso color negro, destacan enormemente sobre su piel blanca como la cal. Su nariz es levemente respingada y recta, aunque con un pequeño defecto en la piel que recubre el hueso nasal, se trata de una pequeña cicatriz, provocada por un navajazo. Igualmente posee cicatrices en sus manos, específicamente en el dorso de estas, siendo algunas provocadas por los continuos entrenamientos de arte marcial a los que su padre la sometía a la fuerza.

De andares rápidos y ágiles, pareciese que siempre tiene prisa por llegar a algún lado. Mirada intensa y algo intimidatoria. Cuando algo o alguien capta su atención, es incapaz de apartar los ojos de ese objeto. Simplemente, no puede evitarlo. Necesita memorizarlo, aprenderse todas sus imperfecciones, todos sus matices. Necesita ver lo que hay más allá... Como si por mirarte de esa forma lograse leer lo que hay en tu alma. Sus hombros delgados, de apariencia frágil, siempre se muestran tensos, ligeramente echados hacia atrás. La cabeza bien alta. Seguridad al caminar y al actuar.

La vida es un cúmulo de contradicciones. Y tú tienes que trascenderlas para lograr seguir adelante. De otro modo, te supera.

Ella es el Sur y el Norte. La Calma, y la más absoluta Tempestad. Equilibrio y Caos. Hielo y fuego. Oscuridad y luz. Aquella que tiene mil caras y de la que nunca conoces ninguna en profundidad. Una expresión ambigua. Belleza y dolor entremezclados. Un rostro que puede mostrar indiferencia o burla al mismo tiempo. Una mueca que puede convertirse en sonrisa o en furia en menos de un segundo. Mirarás sus ojos y pensarás que no tienen fin, que nunca has visto unos ojos tan negros. Tan inexpresivos. Tan fríos. Querrás desviar la mirada pero al mismo tiempo observarla con descaro. Tratarás de comprender qué piensa, cómo piensa, y por qué se comporta así... y te toparás con un muro infranqueable. Todos piensan que la conocen, y nadie sabe nada de ella. Lìsbeth es una mentira andante, una realidad inventada. Una vida que no existe. Un pasado que no se puede ocultar. Un perfume que te embriaga y te da escalofríos.

¿Alguna vez has comprobado a qué sabe la oscuridad?

Su alma es negra. Oscura. Llena de sombras que nunca vieron la luz, ni la verán. Secretos. Mentiras. Nombres. Rostros difuminados. Dolor. Sangre. Muerte. ¡Basta! Lìsbeth es un felino capaz de arrasar con la ciudad de forma tan sutil que nadie se enteraría hasta que fuese demasiado tarde. Como una sombra que se mete en tu vida y te toma desprevenido, destruyéndote sin que puedas hacer nada para evitarlo. ¿Qué es la vida? Nada. Solo un cigarro que dura menos de lo que esperabas. Se escapa en un suspiro, en menos de un segundo, sin que nadie llegue nunca a comprenderla. Siempre dispuesta a sacar garras y dientes, dispuesta a gruñir y a morder, porque no conoce otro método de defensa, ni de cuidarse de su propio dolor. Temperamental, fácilmente irritable. Gusta de las personas con un humor parecido al suyo, irónico y negro. Poco convencional.

No necesito alas para mantenerme siempre en lo alto... igual que tú no necesitas maestro para ser tan estúpido.

Metódica, luchadora, organizada y perfeccionista. ¿Valiente? Nunca se rinde, sea cual sea el obstáculo, o el tamaño de éste. Luchadora y agresiva, de carácter tan fuerte como complejo, lleno de recovecos que nadie puede alcanzar a ver... Misteriosa. Inteligente. Retorcida. Sabe cómo usar los puntos débiles de las personas aunque solamente las haya tenido enfrente durante un par de horas. Observadora. Perspicaz. Es muy crítica con todo, inclusive con ella misma, motivo por el cual no le es demasiado sencillo hacer amigos. Los sentimientos siempre le han parecido un estorbo. Prefiere no sentir, para no padecer. Todo se acaba, la gente se marcha, muere. Mejor no crear lazos innecesarios. Reflexiva. Ruda a la hora de decir las cosas. No las suaviza. Si te duelen, es porque eres débil. Y la debilidad es un punto flaco que debes mejorar.

"If there be light, then there is darkness; if cold, heat; if hard, soft; if rough, smooth; if calm, tempest; if life, death."

Vengativa y rencorosa, tanto si la dañan a ella como si dañan a los pocos que llega a considerar como "seres queridos". Mejor no les toques ni un pelo. O no descansará hasta verte hundido. Cuando no muerto. Detesta las traiciones. Reacia a perdonar. No duda en ser la primera en dar el primer golpe. Ni aun cuando tiene todas las de perder. Todo sea por agrandar la imagen de dureza inquebrantable que pretende dar. Aunque su interior esté hecho pedazos desde hace demasiado.

Su orgullo le impide mostrar sus emociones al público, al que considera como un mero espectador de la esencia que la corroe y define. De esa forma de ser que la sume más en su propia miseria. Cada vez más hondo. Cada vez más profundo. ¿Y cómo ver la luz cuando todo lo que conoces es la más profunda oscuridad? Cualquier signo de debilidad, de flaqueza, de intimidad, se convierte en una brecha a través de la cual puede herírsele con mayor facilidad, y además, correspondería a una atentado grave a la idea de eterna indiferencia que ha querido crear siempre entorno a ella. No vive. No siente. No quiere sentir. Prefiere mantenerse en su sin vivir que arriesgarse a perder todo... Otra vez.

Nacida en el seno de una familia con la misma cantidad de problemas que de miembros. Su madre, Suzuki, era una inmigrante ilegal de origen japonés que se casó con Hënrick, su padre, de origen islandés, esperando no ser así perseguida por la autoridades que querían a toda costa repatriarla. Por aquella época, la inmigración, aparte de no estar muy bien vista, era percibida en aquel país, Islandia, tan cerrado de mente como el que más, como una carga que los verdaderos islandeses no tenían por qué soportar. No querían ensuciar su sangre "pura" con otra venida de tierras lejanas... Como si no estuviesen ya lo bastante mezclados. El caso es que, tras el matrimonio de conveniencia, por el que los padres de la joven pagaron una cuantiosa cantidad de dinero a la familia Sigríður, y el posterior nacimiento de Elyssandre, las cosas no mejoraron demasiado, ni entre ambos ni respecto a su permiso de residencia. Sí o sí querían echarla de país, junto con su nueva familia, por considerar que la niña había nacido de padres no iguales, y por lo tanto, tenía que irse también. Hënrick podía quedarse con la condición de no volver a verlas jamás... Y por una extraña razón, no lo hizo, marchándose con ambas a Suecia, donde vivieron los siguientes diez años.

Aquel extraño matrimonio, surgido en unas aún más extrañas circunstancias, pese a nunca dejar de ser turbulento, superaron con creces todas las dificultades que se les fueron presentando. Una vez lejos de la presión social de un país tan estricto como era el suyo, las cosas comenzaron a discurrir por otro cauce. La niña creció feliz, sana y fuerte, siempre acompañada por una figura paterna excesivamente fuerte y firme, y una materna demasiado sumisa para dar órdenes. Ni aunque fueran tan simples como poner la mesa. No es de extrañar, por tanto, que la niña, lejos de quererse parecer a su madre, una antigua investigadora que renunció a todo por ser ama de casa, decidió que su modelo a seguir sería su amado padre, un militar curtido en mil batallas -que muchas veces no sabía si eran imaginarias, o si realmente existieron-, y que pronto comenzó a instruir a la niña, pálida como ella sola y flacucha como nadie, en el noble arte de la lucha cuerpo a cuerpo.

Hay que decir, que jamás llegó a ser buena. Era realmente terrible intentar que alguien que apenas si llegaba al metro veinte a dar patadas voladoras que daban más cosquillas que el dolor que nunca provocaron. Aún así, la niña tenía grandes dotes de bailarina, y siempre fue una de las personas más flexibles que Hënrick había conocido... Así que se le ocurrió una idea, una simple idea que marcaría para siempre el futuro de la joven Elyssandre, o Lìsbeth, como pronto la conocerían. En lugar de enseñarle cómo golpear de frente, intentaría que la niñita de sus ojos se hiciese toda una experta en realizar agarres, estrangular y ejecutar una elevadísima variedad de golpes rastreros que sólo alguien tan ágil y que lograse pasar desapercibido con total facilidad, podría llegar a ejecutar... No pudo ocurrírsele nada más brillante. La joven, con doce años de edad, era capaz de ejecutar llaves de estrangulamiento y barrido que muchos de los soldados a los que instruía jamás fueron capaces de llevar a cabo. La sorpresa fue tal, tanto para él como para compañeros de profesión y superiores, que a la edad de catorce años la reclutaron como aprendiz de soldado para una facción secreta de la inquisición en aquel país.

A la edad de de dieciséis, y habiendo superado con mucho margen las pruebas que le pusieron para ascender de cadete a soldado, se constituyó como la espía más joven existente en aquella región de Europa... Aquello supuso una alegría más para su padre, pero un enorme dolor de cabeza para su madre, que temía que su hija no llegara a casarse nunca y, algún día, tuviese el mismo problema que ella tuvo cuando quiso mudarse a otro país. Claro que en los planes de Elyssandre, (ahora llamada Lìsbeth, por su propia seguridad tras la entrada en la inquisición), no cabía el matrimonio. Ni en los de su padre, tampoco. Y menos teniendo en cuenta el prometedor futuro que preveía para su única hija, que estaba mentalizándose para algún día llegar a ser, tal vez, líder de escuadrón, o puede que incluso de facción...

Pero la suerte, azarosa, a veces no tiene los mismos planes para ti, y deshace todo tu mundo de un plumazo sin dar la menor explicación al respecto. Acababa de cumplir dieciocho años cuando ocurrió. Una noche, volviendo de sus clases de perfeccionamiento con armas de corto alcance (era una completa experta en el arte del asesinato silencioso, y ¿qué mejores armas había para eso?), encontró las luces de la casa en que vivía con su familia completamente apagadas. El cristal de la ventana que daba al salón estaba completamente destrozado. La puerta, abierta de par en par... Y sólo hubo de adentrarse unos cuantos pasos en la oscuridad del pasillo para tropezarse de lleno con el cadáver de su madre, parcialmente mutilada y con la mitad inferior del cuerpo completamente desnuda. Sus ojos escrutaron la oscuridad en silencio. Era totalmente consciente de sus emociones, de su alteración... Y ellos también. Por eso no podía cometer fallos. Y todo hubiera seguido según sus planes, si la quejumbrosa voz de su padre no la hubiese sacado completamente de situación. Corrió con lágrimas en los ojos, para encontrarse con la terrorífica escena: tres lycans estaban devorando al mismo tiempo del cuerpo de su moribundo padre, mientras el mismísimo jefe de su escuadrón, un vampiro, observaba no sin cierto regocijo cómo al ser más importante de su universo, le arrebataban la vida delante de sus propios ojos.

Por suerte o por desgracia, logró asesinar al chupasangres, quedando a solas con tres horribles seres que, aún hoy, le dan escalofríos. Corrió todo cuanto sus piernas le permitieron, dándole tiempo a encerrarse en el sótano, inaccesible una vez cerrado desde dentro. Los tres siguientes días permaneció en shock, intentando averiguar qué narices había sucedido. ¿Por qué la inquisición había permitido que asesinasen a un líder de facción aquellos seres a los que se supone que deberían estar persiguiendo ellos? Aquella fue una pregunta que nunca supo responder. Cuando finalmente salió de su escondite, la nieve había cubierto todo el paisaje circundante. Sólo el sepulcral silencio que imperaba en su hogar, era comparable en cuanto a magnitud al dolor que su corazón experimentó al regresar a la habitación donde había visto a su padre por última vez. El cuerpo no estaba. Y el frío trascendió sus extremidades, su cuerpo entero, congelando su alma en el proceso, y destruyendo en mil pedazos el corazón que algún día tuvo.

Vagó durante más de un mes, sin comida, sin ánimos, sin saber hacia dónde dirigirse o qué hacer. Hasta que su mente dijo basta. Y actuó. La noche que hacía un mes y dos días desde que encontrase a sus padres, incendió el cuartel en el que había aprendido todo cuanto sabía. Si había o no alguien dentro, es algo que nunca le ha importado lo más mínimo. Desde entonces se ha encargado de perseguir y dar caza a todos los engendros con que se iba encontrando. En el proceso, viajó a Alemania, Inglaterra, España, asentándose finalmente en París, Francia, tras años de recorrer el mundo haciendo el trabajo sucio para otros, recibiendo buenas remuneraciones por ello. Elyssandre ya no existe. La niña murió, dejando paso únicamente a la asesina. Lìsbeth es como la conocen todos. Como ella misma se conoce, obligándose a olvidar el pasado, o al menos, esconderlo hasta que la herida haya sanado del todo.