Andras Kedward

DATOS BÁSICOS

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

Andras es un completo dolor de cabeza. Es un fantasma que nunca está quieto. Siempre está a la caza de víctimas potenciales a quienes hacerles pasar un mal rato. Es un ser de ultra tumba odioso, antipático, convenenciero, mentiroso, manipulador y grosero. Un truán en pocas palabras. Nunca esperes un favor de él, sin que te pida algo a cambio.  No hace favores “gratis”  mucho menos si no le agradas. Con él es difícil dialogar, porque es de los que creen que siempre pueden salirse con la suya, que son invencibles, intocables. Se cree una especie de “Mini Dios” que con solo tronar los dedos, consigue lo que desea. Utilizando su careta de “niño bien portado” interactúa con los humanos – y con otras razas – para tratar de pasar desapercibido, pero únicamente lo hace para poder atraerlos a su red de mentiras y crear cizaña entre todos ellos. Le encantan las peleas y más si él ha sido el motivo de ellas. ¿Enamorarse? ¡Jamás! Nunca conocí  el amor...  La palabra Enamoramiento no existe en su diccionario. De humano nunca lo conoció, ahora como espíritu prefiere pasarlo por alto.

No le gustan los grupos, prefiere trabajar solo como buen fantasma. No te fíes mucho de su actitud, porque puede aparentar ser un ángel pero en el fondo tiene cuernos y cola de demonio. Es sumamente desconfiado. Te atacará primero sin pensarlo dos veces, antes que cualquier otra cosa. Ten cuidado con él, mucho cuidado.

HISTORIA

Mi historia tiene muchos matices. Nací de una mujer esclava africana muy pobre, que se embarazó del patrón. Pero como nací blanco y de ojos claros, bien, decidió darme una educación, pero jamás darme su apellido. Fui el hijo bastardo que mantuvo alejado poniendo cielo mar y tierra de por medio. Así de sencillo. Comencé mi educación a la tierna edad de cuatro años. Aquel señor que se hizo cargo de mí, me colocó dos institutrices de las cuales aprendí todo, menos el amor de un padre. Nunca hubo una figura paterna con la cual yo pudiera identificarme, por el contrario, viví rodeado de mujeres negras. El tan odiado color negro por el cual corría mis venas, siempre me fue oculto, pero la sangre llamaba y yo no podía ser la excepción. Yo la pasaba mejor con aquel puñado de esclavos, que con las personas con las que supuestamente debía convivir. Me gané varias reprimendas y demasiados castigos por ello, pero jamás me importó.

Siempre yendo en contra de las reglas impuestas. Siempre vagando como un espíritu libre, No había poder alguno que me mantuviera quieto por más de cinco minutos. Me aburría fácilmente de las cosas, por consiguiente siempre me encontraba a la búsqueda de nuevas aventuras. Yo no me limitaba a jugar en el jardín trasero de la residencia en la cual vivía, no, yo necesitaba explorar más allá, pues me sentía encerrado en cuatro paredes. Y la primera oportunidad de conocer el mundo se me presentó a la tierna edad de catorce. En aquella ocasión fui llevado al puerto. Ahí pude admirar decenas de barcos mercantes, y barcos en los cuáles viajaba únicamente la gente pudiente. Yo no me encontraba dentro de aquél grupo – o más bien no me consideraba como tal porque nunca tuve nada, siendo el hijo incómodo – pero se me daba cierta “trato especial”, así pues, aquella noche, de la mano de mi inseparable nana (que en realidad fue mi madre, pero nunca lo supe) nos embarcamos en una aventura hacia Europa, donde supuestamente, continuaría con mi educación.

Nunca llegamos a puerto. No llegamos nunca al destino que se nos había dicho. Aquel barco se volvió nuestra celda flotante. Fuimos confinados a una celda mal oliente, repleta de esclavos negros que serían vendidos en el mercado negro, en la tan afamada y bien comentada “Nueva España” Mala comida, insalubridad, enfermedades y mucha, mucha muerte. Mi nana murió a las pocas semanas de una enfermedad desconocida. Recuerdo haberle visto arder en fiebre y después exhalar el último suspiro, no sin antes confesarme la verdad de mi origen. Lloré, lloré muchos días, y muchas noches, pero fui obligado a callar por los azotes a los cuáles me hice acreedor por ser mestizo (a raíz de la confesión comenzaron mis problemas más serios) pasé de niño blanco a “mestizo” y candidato a ser vendido también.

No supe ni cómo, ni cuándo fue que llegué a tierra, pero pude poner pie en tierra firme un año después de haber salido de áfrica. El idioma me era completamente desconocido, la gente me miraba de una manera mezquina y los vi murmurar señalándome, como si les diera repulsión. Quizás fuera que los grilletes que tenía sujetos por los tobillos, tenían mi estado en tal estado deplorable, qué más de una vez se mencionó que debían amputármelo. Sería Tal vez mi cabello largo y prolijo que apenas dejaba ver mi rostro. Un rostro demasiado ojeroso y marchito y mi cuerpo adolescente… ¡Ay mi cuerpo! Un auténtico esqueleto… Fuimos trasladados hacia una gran plazoleta para que nos exhibieran como mercancía. No tardaron mucho en comprarme. El comprador y nuevo amo, un hombre ya entrado en años que se identificó en aquel entonces como Phillipe. El “nuevo amo” se encargó de curar mis heridas, de aliviarme el pie y de muchas otras cosas que prefiero no mencionar. Sólo puedo decir que fui una especie de conejillo de indias para él, que yo, como su esclavo, tenía la obligación de ayudar en cualquier cosa que se le ocurriera. Beber algún brebaje realizado por él, en aquel ático en el cuál me mantenía encerrado las veinticuatro horas del día, participar en cierta clase de rituales extraños a los cuáles asistían personas encapuchadas…. En fin. Me percaté a los pocos meses de mi llegada, de que el amo era una especie de mago, hechicero, o brujo, pero como era simplemente el esclavo, nunca pude dar mi opinión. Siempre callado, siempre alejado de todo, encerrado y muriéndome de hambre. Así pasó otro años más de vida.

Llegaron mis diecisiete. Mismos que cumplí en la más completa soledad. Pero… gracias al descuido del amo, que dejó abierta la puerta, y gracias a la curiosidad y espíritu aventurero que alguna vez tuve, reuní las fuerzas suficientes fuerzas para atreverme a salir de mi cárcel. El mundo se me presentó de una manera en que nunca podré olvidar. Aquello era el mismo paraíso… Tan parecido a la que alguna vez fue mi casa… Afuera habían niños corriendo, jugando ¡Y yo quería formar parte de todo! ¡Tener todo lo que siempre tuve y que ahora se me negaba! Una ira irracional despertó en mi cuerpo y sin pensarlo demasiado, me arrojé contra aquel par de inocentes para hacerles pagar. ¡Yo no quería hacerles daño! Pero el confinamiento, la desesperanza y el rencor, me transformaron por completo. Los maté…  y con ello firmé mi sentencia de muerte.

Fui condenado a la horca meses después de haber cometido los asesinatos. La santa inquisición no tuvo piedad de mí, pues yo no fui nadie para ellos, más que un simple vagabundo que irrumpió en la propiedad. Mi amo no tuvo el suficiente valor para reconocer que el culpable era él y nadie más. Pero fue más fácil echarme la culpa, y negar todo. Mi amo… ¡Pamplinas! Me dejé doblegar por miedo y porque nunca conocí masque el encierro, por eso, aquella mañana en el que la hora fue preparada para mí, decidí que a partir de ése momento, sería dueño de mí mismo. ¡Sería libre! ¡Renegué de Dios por haberme abandonado cuando más lo necesitaba! Y juré que me vengaría de todos aquellos quienes me habían hecho daño. Así pues, cuando la hora llegó, sólo cerré los ojos, esperando que aquel deseo que había pedido en silencio se convirtiera en realidad.

Y se cumplió…

Ahora soy un fantasma. Un fantasma que vaga libremente por lugares remotos e inhóspitos, haciendo lo que le place, acomodándose como mejor le convenga. Casas, conventos, cementerios, cualquier lugar es bueno para mí. Sigo decidido a permanecer entre los vivos hasta el final de los tiempos. No me interesa ni el cielo ni el infierno. Simplemente exitir…

DATOS EXTRA

-No le gusta salir plena luz del día. Le gusta más la noche, que es cuando más mal se puede comportar.
-Le encanta martirizar feligreses.
-Odia todo lo que tenga que ver con la iglesia.
-No le gusta poseer cuerpos a menos que sea muy necesario.
-Se cree invencible.
-Algunas veces quisiera "vivir" de nuevo, pero al recordar la maldad que puede poseer la gente, prefiere seguir siendo lo que es y lo que no es.

gracias a αgusτınα• de sourcecode