Dauphine "Fiura" Sorciére

Busto-Cintura-Caderas: 35-22-34 pulgadas (89-56-86 cm)
Zapato/Pies: 6.5
Altura: 5’5” (166 cm)
Peso: 115 lbs (52 kg)
Color de ojos: Grises.
Color de cabello: Negro.



Su vida se ha ido puliendo como las piedras rodantes de un río. Siempre quedan desafíos, siempre hay que estar preparado, eso es lo que ha aprendido. Toda la vida le ha tocado proteger a quienes ama, incluso de aquellos que se suponía que la debían proteger. El haber tenido a su madre como asesina potencial dejó secuelas graves en su fe en las demás personas, por lo que se desconfía de las mismas como pan de cada día. Ni siquiera permite que otro le prepare comida, ya que a través de ésta su madre planeaba darle muerte. Puede que Dauphine se muestre sonriente y complaciente, pero Fiura está tras sus ojos, y le recuerda que siempre debe guardar bajo sus enaguas una daga bien afilada.

No encontrarás enfermera más dedicada que ella, puesto que está obsesionada con mantener con vida a los niños a su cargo, como si con ello estuviera enfrentándose continuamente con la muerte, encarándola por quitarle todo cuanto ella ha amado. Allí ellas les hace cariño, les hace compañía hasta que finalmente se duermen para utilizar la vigorisis y la sangre de vampiros para hacerlos mejorar. Cuida que nadie la descubra, por supuesto.

Difícilmente se le puede llamar egoísta, puesto que alquila los cuartos de su casa por una cuota accesible para la mayoría de las personas y pasa más tiempo dedicándose a otros más que a ella misma. Eso sí, es celosa con la única persona que realmente le importa: su sobrino Emilien.

Su gran dolor es no haber tenido hijos con ninguno de sus dos fallecidos maridos. Se piensa maldita por toda la magia negra que ha utilizado para proteger a quienes ama y las jugadas turbias que dio para aprender la misma. Ella asume que no tendrá final feliz y tampoco lo busca, resignada a creer que su papel en la vida es ser proteger y no ser protegida. Considera que para conseguir algo grandioso, se requiere el sacrificio de un cordero, en este caso, ella misma.

Sentimentalmente no desea involucrarse con nadie, pero eso no le impide ser la compañía de algún caballero con sus mismas necesidades. No obstante, difícilmente llevará a un amante a su casa, puesto que respeta la privacidad del hogar como uno de sus pilares fundamentales.

Hay veces en que se pregunta si todavía sigue siendo esa niña llamada Odile, si realmente es la viuda enfermera Dauphine, si Fiura se ha apoderado de ella, o si acaso todas se han fundido en una sola.



Para nadie resulta sorprendente escuchar que tratamos todos los días con diferentes personalidades, ya sea hablando con otros, abrazando, gritando de cólera, e incluso ignorando, pero lo cierto es que apenas tratamos con nosotros mismos; lo que estamos acostumbrados a hacer es pasar como si nada por nada una de estas personas, sin siquiera preguntarnos qué hay tras esos ojos nebulosos, o debajo de capas del mejor maquillaje: la actuación. No lo hacemos porque es más fácil así, porque nos decimos a nosotros mismos que tenemos suficiente con los propios problemas como para mirar los de otro, o la excusa más barata, si no tuviera las responsabilidades que tengo, haría más por el mundo, cuando lo cierto es que estamos demasiado cómodos con nuestra propia realidad como para salir de nuestra venenosa y deliciosa burbuja.

Pero así como toda causa tiene su consecuencia, pasar por la vida indiferente a los rostros ajenos a los que se les dio vida con la misma bendición o maldición que a nosotros también, es decir, tener un posgrado en individualismo, puede dejar secuelas tan graves que lo más probable es que ni siquiera te percatarás de ellas, como mortales y silenciosas yagas. Dejarás pasar al asesino dispuesto a apuñalarte, convirtiéndote en una presa fácil; perderás la mirada de quien hubiera sido el amor de tu vida; y lo más peligroso: no podrás separar la ficción que los demás exhiben en sus máscaras de la realidad, esa que está debajo. Mucho menos te percatarás de lo que se encuentra tras esa piel cadavérica y ojos aparentemente intactos de secretos. ¿Quién es Dauphine? ¿Quién es Fiura? ¿Es siguiera alguien y no algo? De lo que se tiene certeza, es que jamás hubiera existido ninguna de las dos si antes no hubiese tenido lugar otra.

Todo comenzó con los Babineaux, un matrimonio de clase media cuyo hogar se encontraba ubicado justo bordeando la frontera que separa a Dijon de Lyon. Familia normal compuesta por dos padres, Leverett y Plaisance, y cinco sanos hijos: (de menor a mayor) Quennel de cinco meses, Robinetta de dos años, Sinjon de cinco años, Toussaint de ocho años, y quien algún día dejaría su nombre buscando algo más grande de lo que ella imaginó, Odile de diez años. Todos tenían una vida cotidiana cuyo futuro se podía fácilmente planear gracias a la estabilidad que tenían. Sin embargo, dicha estabilidad sufrió un duro golpe cuando Leverett llegó a casa después de una sorprendentemente corta jornada laboral; lo habían despedido.

La falta de empleo comenzó a hacer sentir inútil a Leverett, lo que logró que se volviera un holgazán, en vez de un entusiasta buscador de trabajo. Se quedaba en casa haciendo nada, dejando todo el trabajo a su esposa, confiando en que ella se ocuparía de sus necesidades. Pero Plaisance, además de buena ama de casa, era una contadora innata, y se daba cuenta de que la actitud de su marido llevaría pronto a la familia a la más profunda miseria. Por eso, un buen día tomó una drástica decisión. Una noche Leverett le pidió un vaso de agua y ella, obediente, le dio de beber. Tras una larga y dolorosa agonía, el hombre falleció; su esposa lo había envenenado con sobredosis de arsénico.

Ante todos, Pascaline era una pobre viuda sobre quien había acontecido una lamentable tragedia, para todos menos para Odile, la mayor y la más suspicaz de sus hijos. No podía entender por qué, pero no le creía a su madre. Debía ser que algo en sus ojos ya no era como antes; estos se habían tornado turbios y sin un ápice de afecto. Las cosas se pondrían peor, Odile lo intuía y no estaba lejos de lo que estaba por venir. “Misteriosamente”, un buen día, dos de sus hermanos, Quennel y Toussaint, comenzaron a afiebrarse y a sufrir en sus camas. Para cuando su madre llamó al médico con tono de preocupación, sus destinos ya estaban sellados. El doctor llegó solamente para declarar muertos a ambos niños. Entonces la mayor de los retoños Babineaux lo supo… su madre estaba asesinándolos uno por uno, hambrienta de poder y de dominación, por lo que dejó de comer lo que ella le ofrecía y comenzó a cocinar por su cuenta, intentando apartar a sus hermanos de su madre.

Pese a sus intentos de apartar a sus consanguíneos de su enferma progenitora, la niña de diez años vio con e dolor de su alma que su hermano Sinjon fue el siguiente en pasar a la otra vida tras una sábana blanca puesta por su propia paridora sobre su cabeza pálida e inerte. Aquella fue la gota que rebasó el vaso. Odile supo que si no hacía algo pronto, su madre se las arreglaría para acabar con ella y con Robinetta. Fue así que la hermana mayor comenzó a frecuentar a una mujer que vivía cerca de ellos, a una anciana llamada Eméraude sobre quien se rumoraba que practicaba la brujería. Estaba decidida a cualquier cosa con tal de sobrevivir.

Así, la anciana le enseñó a la niña cómo adquirir poder sobre los objetos inanimados y a hacer de titiritero frente a las personas para que nadie pudiera delatarla de nada. Había llegado a un nivel que ya no le importaba salir ella con vida, pero sí su hermana, y sabía que si la atrapaban haciéndole algo a su madre, o se quedaba su hermanita con su madre para ser asesinada, o la enviaban a un orfanato en donde no tardaría en enfermarse, ser violada, o morir de desnutrición. El precio que acordaron fue alto: Odile tendría que entregarle a Eméraude el primer hijo que tuviera su hermana Robinetta. No lo pensó dos veces y aceptó.

Un buen día, Odile esperó a que su madre se fuera a dormir para practicar sus poderes manipulando objetos. Estuvo así durante dos horas, hasta que por fin a las cuatro de la madrugada, se dirigió al cuarto de su madre, en donde ella dormía profundamente. ¿Si dudó la niña en ponerle fin? Ni por un segundo; hechizó la vela que aún se encontraba encendida y la volteó sobre la cama de Pascaline, propagando el fuego. Odile tomó a su hermana en brazos y salió de su casa sin mirar atrás, sin girarse a ver cómo su hogar convertido en cementerio se volvía cenizas junto con quien había jurado protegerla a ella y a sus hermanos. Fue así que Odile Babineaux hizo un hueco en su vida para que Fiura comenzara a florecer..

Para poder mantenerse a ella y a su hermana, contrajo matrimonio a sus catorce años con un hombre joyero veinte años mayor llamado Thomas Poulain. No lo amaba, desde luego, pero le tenía respeto porque era un hombre trabajador que cuidaba de ella y de su hermana de ahora seis años. Vivieron cuatro años en paz, hasta que Thomas comenzó a ponerse agresivo con Odile porque después de esos años estando casados todavía no le daba ningún hijo, lo cual hizo que la convivencia en el hogar fuera difícil. Ella se esmeraba en ser una buena esposa y se culpaba por no lograr concebir, viendo pasar mes a mes sin heredero alguno. Pero el límite llegó cuando empezó a notar la manera en que su marido estaba mirando a su hermana pequeña de diez años, como si estuviese esperando a que ella estuviera madura para tomarla y hacerla mujer.

Odile sabía que era cosa de tiempo para que aquella insostenible situación se transformara en desgracia, así que hizo uso de su brujería nuevamente. Planeó todo cuidadosamente para cuando su marido volvió del trabajo cansado. Ella hizo uso de su encanto para llevarlo al lecho matrimonial, donde lo recostó y lo desnudó. Para cuando lo tuvo bajo ella, Fiura se hizo presente nuevamente e hizo estallar el espejo de la habitación para enterrar los retazos de vidrio en el cuerpo de Thomas. Fue algo más cruel que la otra vez, ya que cuidó no tocar órganos vitales para verlo desangrarse hasta morir, para observar cómo aquel cerdo se atragantaba con su propia sangre. Thomas tosió durante quince largos minutos, sin siquiera poder hablar del dolor. Fiura sólo lo miraba casi sonriente y le ponía el índice sobre los labios para susurrarle un descariñado “sh”.

Así fue que Odile enviudó y heredó el dinero del remate del negocio de su esposo. Con ese dinero, estudió para convertirse en enfermera, y de la mejores, ya que también había aprendido vigorisis junto a la bruja Eméraude. Los años pasaron y Robinetta se convirtió en una joven casadera de quince años, la cual pronto se comprometió y posteriormente casó con un oficial del ejército francés. Lamentablemente para ella, aquel hombre falleció durante al revolución francesa al intentar proteger a su rey. Odile intentó consolar a Robinetta, pero la tristeza solamente aumentó con la última noticia: su hermanita estaba embarazada de su difunto marido. Aquello, en vez de alegrarla, la sumió en una profunda depresión; no quería hablar, no quería levantarse, e incluso Odile misma tuvo que forzarla para que comiera. A pesar de sus intentos, la salud de Robinetta fue deteriorándose cada día más hasta que llegó el día del parto y murió apenas dio a luz a un varón que fue llamado Emilien. Apenas lo tuvo en sus brazos, Odile comenzó a llorar por primera vez en ocho años, pues sabía lo que venía, sabía que Eméraude se enteraría de que había nacido ese niño y que llegaría a llevárselo. Por eso, temiendo quedarse sola, Odile tomó la mayor cantidad de pertenencias que pudo y se marchó.

Su llegada a París implicó un cambio radical en su vida, puesto que tuvo que cambiarse el nombre para no ser detectada, abandonando su anterior identidad para pasar a llamarse Dauphine Sorciére. Consiguió trabajo como enfermera de niños en el hospital y comenzó a vivir modestamente. Fue ahí cuando conoció a un médico llamado Virgile Leclerc que la pidió como esposa y ella aceptó con gusto, puesto que él, además de agradarle, le gustaba mucho y provocaba que Dauphine se quedara viendo sus manos cada vez que examinaba a los niños, siendo éstas su debilidad.

Ilusionado, el matrimonio compró una modesta casa en las afueras de la ciudad con varios cuartos para llenarlos de hijos. Por supuesto, Dauphine sintió el miedo neuvamente de no poder darle hijos, pensando que tal vez era estéril y que por eso no había podido tenerlos con Thomas, pero a los seis meses de casados, ocurrió el milagro y la pareja pudo disfrutar de la idea de convertirse en padres. Pero la felicidad nunca dura, y una noche sintieron un ruido en su casa que los hizo despertar. Virgile se levantó a ver qué era lo que ocurría y no volvió nunca. Dauphine se levantó a ver qué era lo que sucedía y ahí los vio. Vio a su marido seco en el piso de la cocina, acompañado únicamente de su asesino: un vampiro lamiéndose los dedos chorreantes de sangre. La mujer se quedó en estado de shock, viendo cómo la vida de su marido se desvanecía junto con el inmortal que lo había exterminado.

Aquel fue un duro golpe para ella, y más cuando producto del impacto que había resultado ser el fallecimiento de su hombre, sufrió un aborto espontáneo que dejó sobre sus sábanas el feto de cuatro meses de su bebé. Ya lo único que tenía para vivir era su sobrino Emilien, y en él comenzó a enfocar su vida. Para protegerlo de cualquier mal que pudiera caer sobre él, Dauphine vendió su alma al demonio nuevamente; había oído que la sangre de vampiros podía volver fuerte a una persona, casi al punto de volverse invencible como ellos, así que una noche salió a caminar al bosque para ofrecerle a los vampiros beber de ella a cambio de unas gotas de su sangre. Así comenzó a negociar con ella misma, dándole de beber la sangre de inmortal recolectada a su sobrino para que jamás la dejara, para que continuara con vida. Esto se tradujo también con los niños a su cargo en el hospital, a quienes además de usar con ellos la vigorisis para hacerlos mejorar, le da de beber unas cuantas gotas de sangre de vampiro diluidas en agua. Ya que se ha resignado a la idea de tener hijos, quiere defenderlos a toda costa, incluso a costa de su alma.

Dauphine es la atenta enfermera, amorosa con su sobrino y con sus pacientes, como una ejemplar viuda. Fiura es la bruja, la que es capaz de matar y de inmolarse a sí misma para defender a los suyos. Sin importar cuánto le tome ni cuánta sangre deba entregar a los demonios, nada se moverá sin que ella lo permita. Nadie más, ni siquiera la muerte misma, le quitarán lo que ama.

Otros datos:
♠ Los cuartos que iban a ser para sus hijos, los alquila a viajeros y trabajadores emergentes. Lo necesita para no sentir el vacío.
♠ Después de dar de beber de su cuello a un vampiro, se cubre con un collar grande o un pañuelo para ocultar las marcas de los colmillos.
♠ Sufre por no haber tenido hijos. Piensa que es imposible para ella aspirar a tenerlos nuevamente.
♠ Todavía teme que Eméraude vuelva a quitarle a su sobrino.
♠ Dauphine es su nombre de civil, una enfermera común; Fiura es el nombre bajo el cual es conocida por quienes practican la brujería como ella.

Poderes:
♠ Hechicería: Habilidad para hacer que cosas sucedan, ya sean a favor o en contra de alguna persona, por medio de conjuros, hierbas y pociones. Esto incluye altos conocimientos de herbolaria que les permiten hacer también curaciones.
♠ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad. De teste modo saben si están bajo amenaza. Este poder les permite reconocer a licántropos y cambiaformas cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida.
♠ Vigorisis: Habilidad para insuflar energías a una persona, ya sea que esté moribunda o débil, traspasándole algo de su energía mediante un conjuro. Se requiere contacto físico y este poder no permite revivir a una persona muerta o evitar que muera si está gravemente herida.
♠ Titiritero: Capacidad para adherir un alma errante a un objeto inanimado y controlarlo a voluntad.
♠ Posesión: Poder que da la capacidad al mortal de introducir su alma en el cuerpo de un inmortal y tratar cara a cara con su esencia interior.