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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Irïna K.V. of Hanover Lun Dic 02, 2013 7:01 pm


Frío. Se despertó de golpe, con la sensación de no haber descansado nada en absoluto. Estaba acurrucada, abrazándose a sí misma, bajo cuatro capas de gruesas mantas que no surtían el efecto deseado. Bostezó con pesadez, resistiéndose a moverse del sitio, ahora que ya había cogido la postura perfecta. Aquella noche le había dado la noche libre a sus sirvientes creyendo que, tras dos semanas residiendo en aquel hotel de París, finalmente podría conciliar el sueño sin tener a un par de guardias aguardando tras su puerta... Obviamente, se había equivocado. Se sentía insegura, vulnerable, como si cualquiera que la viese la reconociera al instante. Había viajado hasta París de incógnito, huyendo del peligro que corría en su propia tierra. Se sentía una extraña, obligada a renegar de sus raíces, de su identidad, ocultándose como si fuese una criminal, para guardar el pellejo. Se removió bajo las mantas, mirando fijamente al techo, como si la verdad más absoluta pudiese hallarse en su superficie lisa y blanca.

Echaba de menos su hogar, su habitación, la biblioteca, sus caballos... Echaba de menos el olor a tierra mojada y a bosque, propio de su amada Escocia. No era la primera vez en aquellos días en que pensaba en regresar. Igual que se estaba escondiendo en Francia, podría hacerlo en su propio país, haciéndose pasar por otra persona, o pidiendo refugio a alguno de los antiguos aliados de su padre... Pero ya no sabía en quién confiar. El arzobispo la había traicionado al exclamar en una conferencia a la que ella no había sido invitada, que era un sacrilegio que una mujer tan joven, y con sangre extranjera, fuese Reina del país más próspero en aquellos momentos. Ella, oculta bajo una capa, se sorprendió tanto que a punto estuvo de contraatacar. Menos mal que su antiguo mayordomo la persuadió de hacerlo, o aquello podría haber acabado realmente mal para ella. Recordaba que aquel hombre era un asiduo invitado en su casa, ya que su padre y él mantuvieron una gran amistad. Había crecido ante sus ojos... ¿Cómo podía haber traicionado la memoria de su padre de aquella manera tan atroz?

Después de aquel incidente, todo pareció empeorar. Con la enemistad de los más conservadores y el apoyo del pueblo llano, no tenía demasiado que hacer. Porque, aunque los segundos fuesen mayoría, nada tenían que hacer contra los ricos. Era una batalla perdida. Y sus buenas intenciones y aquella necesidad de ayudar a los más desfavorecidos, no ayudó a que aquella actitud hostil de las altas esferas cambiara. Veían que sus privilegios corrían peligro ante una soberana que se encargaba realmente de proteger el bienestar del pueblo en general, en lugar de centrarse en que los ricos fuesen más ricos. Triste pero cierto. Escondió la cabeza bajo el refugio momentáneo que le ofreció el edredón. El frío se colaba por entre los espacios vacíos de las persianas. El viento soplaba con fuerza en el exterior. La nevada había comenzado hacía algunas horas, reflejando un paisaje invernal que le recordaba mucho al de su país natal... Aunque no terminaba de acostumbrarse a la gran cantidad de edificios que habían en la capital. Los paisajes de Escocia eran hermosísimos. Y las grandes extensiones verdes y boscosas eran algo que escaseaban en aquella zona de Francia.

Tras varios minutos dando vueltas en la cama sin poder volver a conciliar el sueño, terminó por levantarse, envuelta con las mantas. Se acercó a la ventana y subió la persiana para mirar al exterior. Las calles parecían vacías, salvo por las ratas que las recorrían en busca de alimento. Su corazón yacía apagado, entristecido y sumido en una melancolía impropias para ella. Extrañaba tantas cosas, que se sentía incapaz de pensar en nada más. ¿Qué futuro le aguardaba tan lejos de su tierra? ¿Podría ocultarse en aquel país extranjero por mucho tiempo? ¿O la acabarían encontrando? ¿Qué estaría ocurriendo en aquel momento en su hogar? ¿La ausencia de la figura de la soberana acarrearía algún problema grave? Estaba demasiado preocupada para ser capaz de responder ninguna de ellas.

Un fuerte ruido en la planta de arriba, la sacó de su ensimismamiento. Había podido distinguir el sonido del romperse de los cristales. Pasos que recorrían el pasillo, sumido en la oscuridad. Ahora realmente se arrepentía de haber dejado que todos se fueran. Si bien podría haber sido un gato, o un pájaro perdido en aquella fría noche, pero el temor insuflado por todos aquellos días de persecución por parte de la nobleza en quien en algún momento había confiado, le hizo pensar lo peor. Un ladrón, que había estado esperando a que se quedase sola. Un asesino a sueldo que la hubiese estado vigilando hasta encontrar el mejor momento para atacar... Había tantas posibilidades, que un escalofrío le sobrevino de repente. Abrió la puerta lentamente, intentando hacer el menor ruido posible, y salió al pasillo sigilosamente. Un chillido agudo y penetrante la hizo encogerse sobre sí misma del terror. Sentía la presión en las sienes. Un dolor intenso, que la obligó a entrecerrar los ojos.

Sin pensárselo dos veces, corrió escaleras abajo en busca de la salida. No había nadie en recepción. Sólo entonces se dio cuenta del error que había cometido al alquilar el hotel solo para ellos, y darles la noche libre. Era peligroso, sumamente peligroso, y pese a las advertencias de varios de sus protectores, había hecho caso omiso. Abrió la puerta principal y salió al exterior, viéndose golpeada de lleno por el gélido vendaval que recorría las calles. Se ocultó como pudo tras la sombra que le ofrecía una de las esquinas del hotel, esperando que fuese quien fuese el intruso, se marchase al no encontrarla... Pero eso podría pasar en diez minutos, o en varias horas... Observó sus pies, helados, hundiéndose en la nieve. Se maldijo mentalmente, tratando de pisar las mantas para hacer frente al frío. En aquellos momentos, deseaba más que nunca tener a alguien de confianza... Uno de aquellos vínculos que parecían hacer frente a cualquier cosa, que no hiciera falta dirigirse al otro para saber que necesita tu ayuda... Pero sus mejores consejeros se habían quedado en la ahora lejana Escocia, y pese a que sus sirvientes eran todos de confianza, no podía decir que tuviera algún amigo entre ellos. De repente, del interior del hotel comenzó a salir una tenebrosa melodía, entonada por el piano que había en una esquina de su habitación. Fuese quien fuese, sabía cómo asustarla. El corazón comenzó a latir, desbocado, como queriendo salírsele del pecho. Aquella noche iba a ser muy larga...
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Mensaje por Tyler Fausten Miér Dic 11, 2013 9:14 am

Después de su encuentro con esa especie de... zombie... manejado por una mujer experta al parecer en la nigromancia, la cara más oscura de la magia -a la cual algunos se entregaban por devoción y otros sin embargo lo llevaban en la sangre- Tyler resultó herido y todo por no lastimar a algo que ya estaba muerto.
De igual forma, él sentía que las almas deberían tener el respeto que se merecían, para descansar en paz tras la muerte y así no ser utilizadas como instrumento de poder para algunas personas que amaban hacer daño y la grandeza de sentirse poderosos. Por suerte, el jóven Fausten tenía viejos conocidos, que de no ser por ellos, se habría quedado tirado en mitad de la calle con sus heridas a medio curar.
Y así fué cómo un viejo amigo, un anciano que trabajaba de mayordomo le vió tirado entre la nieve que comenzaba a cuajarse por las esquinas, pintando la ciudad de un blanco puro, que denotaba la llegada del crudo invierno. Éste se le acercó preocupado y medio enterrado en la nieve, llevándolo enseguida hacia su propia dependencia dentro de aquel hogar que no era suyo, sino de su señora.
- ¡¿Pero quién es capaz de hacerte ésto, hijo mío?! - Comentó preocupado el hombre, que con prisas, intentaba hacer entrar en calor al joven Fausten con mantas y buscando algo de sopa para que su cuerpo respondiese al sofocante ardor de una comida caliente.
- No te preocupes, me pondré bien, gracias por darme cobijo... - Tyler arrastraba las palabras como si le costase la misma vida pronunciarlas. Tenía el cuerpo entumecido por el frío y los golpes que las piedras le proporcionaron en su costillar.
- Tu no sueles meterte en líos, no entiendo qué ha pasado... de verdad que no lo entiendo. - El viejo sentía pena por lo que le hicieron a Tyler, así que simplemente se vió con la necesidad de cuidarlo hasta que éste se recuperase; sabía que no intentaría aprovecharse de él a la primera de cambio, Tyler era de buen corazón.

Pasaron un par de días y Tyler estaba en proceso de recuperación, aún con el cuerpo roto de dolor, con moretones y demases que señalaban dónde le habían golpeado, en el torso más que nada, aunque su rostro tenía algún que otro arañazo y una pequeña herida tanto en el labio como en su mejilla. El viejo mayordomo acudió a él tan solo para peddirle un gran favor y era que vigilase a la dueña de la casa.
- ¿Cómo la reconoceré?
- Es pequeña y bonita, será la única persona acá, así que sabrás sin dudar quien es. Descansa mientras puedas y cuida de ella en mi ausencia, por favor.
Tyler desconocía el por qué ella habría mandado a todo el servicio a irse del lugar durante la noche, ya que alguien que precisaba de dichos cuidados de seguro que lo pasaría mal en la soledad. Él, sin embargo, decidió aceptar la consigna del hombre, ya que le debía media vida por su ayuda aquella noche.
Pero todo era más difícil de lo que imaginaba, los ruídos le hicieron saltar de la cama y para cuando salió afuera, la puerta estaba abierta, dejando entrar un vendaval de frío y nieve inaguantable.
Detrás de la silueta que salió, parecía haber otra rondando los pisos más arriba. Con rapidez, Tyler subió y descubrió a un hombre que parecía ser un ladrón, de no ser porque en sus manos traía un cuchillo ¿dispuesto a qué?
El ladrón quiso deshacerse de Tyler y por lo tanto ambos pelearon, pero ésta pelea duró poco al caer ambos por la barandilla de lo alto del piso, quedando así el hombre inconsciente.
Preocupado, Tyler salió todo dolorido por la puerta atrapando así entre sus brazos a la diminuta mujer que le había descrito el viejo mayordomo.
- No te preocupes, no te haré daño, vuelve adentro o ambos moriremos de frío acá fuera. - El tiempo era intempestivo, por lo que era lo más seguro hacerle caso, aunque éste mismo pudiera ser un ladrón.
-Se lo explicaré todo, pero hágame el favor de entrar, lo va a ver con sus propios ojos. - Dijo con una media sonrisa cansada, agotado, por todo lo que había pasado en la última semana.
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Mensaje por Irïna K.V. of Hanover Vie Ene 03, 2014 11:34 pm

El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos.
» William Shakespeare

A su mente, maltrecha por el temor acumulado en su menudo y helado cuerpo, acudieron en masa recuerdos lejanos de su país, al que ahora echaba de menos más que a nada. Se le vino a la memoria los primeros momentos de su vida en Escocia, cuando abrió los ojos reconociendo a sus padres casi al instante. Siempre le dijeron que su sonrisa era la más hermosa del reino... Y que incluso siendo tan pequeña, ya contaba con un gran número de enemigos. Personas que por una u otra razón querían acabar con la pequeña heredera al trono, a sabiendas que tras su embarazo, su madre no podría volver a tener hijos nunca más. Ella nunca entendería el por qué de aquel odio ciego e irracional hacia su persona y su familia, pero reconoció desde el principio que aquel afán por hacerles daño no era, ni de lejos, un fenómeno aislado. No es que fuesen muchos los detractores de su padre, soberano de Escocia, pero los que formaban parte de ese reducido círculo de personas, contaban con un enorme capital y con suficientes influencias para que la familia real tuviese que preocuparse al respecto.

Con el tiempo, aquellos ataques hacia ella y hacia su familia, si bien se fueron distanciando mucho en el tiempo, comenzaron a ser más sopesados e inteligentes. No fueron menos de quince veces en las que los sirvientes que se ocupaban de cocinar para ellos, además de probar los platos a fin de asegurarse de que no estaban envenenados, acabaron en el hospital. Los venenos que utilizaban eran difíciles de obtener, y sumamente caros, atacando cada uno a una región específica del cerebro o del organismo. Finalmente, adoptaron siempre las precauciones de no tomar nada que no estuviese preparado con ellos delante. No podían sacrificar de esa forma a inocentes, ni era ético, ni les parecía humano. El resto de atentados no dejaban de ser creativos, aunque no hacía peligrar sus vidas de un modo tan evidente. Perfumes diluidos en ácido, maquillaje con sustancias cancerosas... Y una larga lista de intentos que quedaron recogidos en la biografía escrita por su padre. Lo bueno de poner ese escrito a la venta, fue la reacción del pueblo: el enfado por los continuos ataques a unos monarcas que sí se preocupaban por ellos, no se hizo esperar. ¿Qué pasaba? Que el pueblo, pese a ser mayoría, no tenía ni voz ni voto en los asuntos políticos. Y por eso ahora estaba donde estaba.

Tras la muerte de su padre había sufrido tantos intentos de homicidio como días tenía el calendario. Claro que ella, tratando de ser optimista hasta en los momentos más complicados, sólo se fijaba en los que casi lo conseguían. Se sentía estúpida por haber pensado que exiliándose a otro país estaría más segura que en su propia tierra. No había muros altos ni guardias en aquel hostal de mala muerte. No podía haberlos si su idea era no levantar sospechas innecesarias sobre su persona. Y hasta aquella noche había pensado que lo estaba haciendo bien. Desde su llegada, no había sufrido ningún incidente y eso era buena señal. Se había confiado, y ahora estaba sufriendo las consecuencias de su elección. Al menos, si la mataban estando sola en aquel sitio, podría tener la conciencia tranquila porque nadie saldría herido por intentar salvarla. Se temió lo peor cuando el ruido en el interior del edificio se hizo más fuerte. Se encogió sobre si misma, dejando que sus delgadas rodillas quedasen hundidas en la nieve. Casi prefería una muerte rápida a congelarse allí esperando a que viniese alguien. ¿Por qué había sido tan estúpida de salir corriendo habiéndose podido esconder en la despensa, o en cualquier recoveco? El pánico es lo que tiene, que no te ayuda a pensar precisamente.

Y justo cuando había cerrado los ojos para intentar acallar aquellas voces recriminatorias que en nada la ayudaban, convencida de que aquella nevada sería la última que vería en su vida... lo escuchó. Pasos, y una voz que los acompañaba. Lo primero que hizo fue mirarlo directamente a los ojos, antes de retroceder pegándose al muro. ¿Quién era aquel hombre? ¿El mismo que se había colado en el hostal mientras dormía? ¿El que intentaba matarla? Quiso gritar, pero tenía demasiado frío para hacerlo. Todo cuanto pudo fue escabullirse por uno de sus laterales y salir corriendo en dirección al hostal, para cerrar la puerta tras de sí, dejando al individuo fuera. Craso error. Justo en el momento en que se disponía a esconderse en el sótano, a sabiendas de que si había logrado colarse una vez, lo haría una segunda, el sonido del piano de su habitación, volvió a hacer que se estremeciese. Esta vez sus pulmones sí dejaron salir un alarido de pavor por su garganta. Se pegó a la puerta y quitó el cerrojo a toda prisa, aunque con las manos tan heladas erró un par de veces en su propósito. Tras lograr que la puerta cediera, se arrojó al exterior cayendo de bruces contra la nieve. ¿Pero cuántos habían venido a por ella?
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Mensaje por Tyler Fausten Lun Ene 13, 2014 10:26 am

Que triste historia para acabarla tan pronto... No sabía que al aceptar dicho encargo, tendría que rezar a tantos dioses como supiese que existían... osea a ninguno.
La muchacha hizo lo que esperaba, espantarse, pero lo que realmente esperaba era algún tipo de golpe por lo que cerró los ojos esperando la bofetada que nunca llegó. Al abrir los ojos en su lugar encontró la nada y cómo la puerta se cerraba en sus narices sin posibilidad de atrapar un pie en la rendija a tiempo.
- "Mujeres..." - Murmuró en cuanto hizo el amago de golpear la puerta, pero se frenó para no joderla más. Ahí fuera hacía un frío horrible y a ello se le sumaba el que Tyler estuviese tan solo ataviado con unos pantalones, por lo que las posibilidades de sobrevivir ahí fuera de aquella guisa eran nulas.

Pero la puerta no tardó en abrirse de nuevo, dejando salir de la misma forma en la que entró a la muchacha cual debía cuidar ¿Se habría despertado el ladrón? Tyler corrió a sujetarla antes de que se cayera de bruces, siempre con el ceño fruncido, pero no por el espectáculo que la muchacha hacía sino por la situación de miedo que debía estar pasando en su propio hogar.
La sujetó firmemente, su tacto imposible era de desagradar, pero aun así Tyler la condujo de nuevo hacia el interior de lugar.

- Antes de nada, no soy lo que vos creeis... no soy un ladrón. - Zanjó, como si aquella palabra le doliese en el alma. Tyler había sido muchas cosas en la vida, pero jamás querrían que le llamasen ladrón.
La soltó educadamente y agarró un candil quequedó encendido milagrosamente para avanzar hacia la oscuridad y mostrarle allí dónde el verdadero ladrón había caído y toda la madera de la barandilla a su alrededor.
- Debeis confiar en mí, aunque aún siquiera sé vuestro nombre. - "Una muchacha" - Recordó en palabras ajenas... Tyler se esperaba a una niña no a una tempestuosa muchacha. Él no sabía quien era ella ni el cargo que ostentaba, mucho menos sabía que le habían dejado a cargo a una reina.

- Dejadme que os diga sin que pongais el grito en el cielo... primero quiero que oigais mi verdad, señora. - Esperó al menos un pequeño gesto para proseguir sin más.

- Estuve a punto de morir de frío ahí fuera, pero un viejo amigo, vuestro mayordomo, me invitó a entrar furtivamente y curó así mis heridas pidiéndome a cambio que yo cuidara de vos. - Hizo un pequeño silencio para dirigir de nuevo el candil hacia la oscuridad. - Éste hombre lo encontré revolviendo cajones con cuchillo en mano, traté de alcanzarle pero ambos caímos desde lo alto de la escalera. Entonces os vi salir corriendo. - La miró sosegadamente, esperando un poco de comprensión por aquella parte. - Mis heridas no mienten, señora, y mucho menos yo.

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Mensaje por Irïna K.V. of Hanover Sáb Feb 15, 2014 1:08 am

Silencio. Silencio era todo cuanto necesitaba, todo cuanto deseaba en aquellos momentos de caos. Silencio para pensar, para tratar de buscar una salida a todo aquel calvario que se había iniciado tras la muerte de su padre. ¿Por qué tenía que haberse torcido todo de aquella manera? Nunca hizo nada lo bastante malo para ganarse el feroz odio de quienes la perseguían. ¿La odiaban por ser mujer, por ser la soberana, por querer lo mejor para el pueblo, o por todo a la vez? Añoraba tanto la tranquilidad de los paseos bajo el Sol, o la certeza de que nadie le perseguía, que no era la primera vez que se planteaba abdicar. Pero no podía, no quería dejar al pueblo en manos de unos malnacidos que no querían que nada cambiara. Era su deber. Su misión desde su nacimiento. Y moriría por ella. El sonido del piano llenaba de vida el hostal desierto de forma siniestra, de forma irreal. Tan irreal que casi llegó a pensar que se trataba de alguna de aquellas pesadillas que muchas veces la asaltaban sin remedio. Pero no. La sensación de desamparo era real. El frío, la nostalgia que le mordía el corazón sin remedio... eran demasiado reales para ignorarlos. En otro momento de su vida, la adversidad la habría hecho fuerte, la hubiera animado a reponerse y continuar, a plantar cara a aquellos que querían verla destruida... Pero la soledad te arrebata todo el valor, toda la fuerza que en otro momento hubieras tenido... Y a cambio te deja solo el dolor del recuerdo.

Observó la nieve mientras caía al suelo, como si el mundo se moviese a cámara lenta... pero aquel que antes le había intentado ayudar sin que ella le escuchase, se interpuso entre su cara y el suelo, como salido de la nada. ¿Qué fue lo peor? Que no pudo sentir nada. Estaba tan helada por dentro como por fuera. Hundió el rostro en su pecho sin importarle si era un asesino o si no lo era. Deseaba tanto que aquel infierno acabase que de haber sido verdaderamente quien venía a por ella, le hubiese rogado que la matase de una maldita vez. El destino quiso que no fuera así. Escuchó sus palabras sin entender al principio, para luego separarse de él lentamente, teniendo aún presente que el verdadero peligro se hallaba tocando el piano en su habitación. ¿Habían colado a un desconocido en su "hogar" sin avisarle? Frunció el ceño levemente, asumiendo que no tenía ni idea de con quién estaba. Y quizá eso fuera lo mejor. Tras estornudar un par de veces, y darse la vuelta pensativa sin mencionar palabra, un fuerte golpe proveniente de las habitaciones superiores la hicieron sobresaltarse. Su mueca de terror cambió radicalmente a una más tranquila, totalmente fuera de contexto dada la situación. Tenía una idea.

- Venid. -Ignoró todas sus preguntas y comentarios. No sabía por qué, pero confiaba en él... Al menos, lo suficiente para creerle. Tomó su mano y tiro de él hacia la cocina, poniendo todo su empeño en no hacer ruido. Lo mejor sería que pensaran que había huido. Cerró la puerta con cuidado tras de sí, y encaró al hombre con el ceño fruncido. - Ignoraré el hecho de que uno de mis sirvientes se haya atrevido a alojar a un desconocido en mis dominios... por ahora. Supongo que no os dijo quién era, e hizo bien. Pero corréis peligro. Todos los que estén conmigo lo corren. Os creo. Es evidente que quien quiera que sea no vino con vos... Pero ahora... -Justo cuando iba a decir que se quedara allí sin hacer ruido, la puerta se abrió de par en par dando un fuerte golpe. Una ráfaga de viento helado penetró al interior, devolviéndola de lleno a la situación, al presente. Pero la diferencia era que ahora estaba más preocupada porque aquel hombre no muriera por culpa suya que por el hecho de que la habían encontrado, aun estando tan lejos de casa. ¿Qué la había hecho cambiar? El frío. Sí, el frío. La adrenalina. El miedo. El miedo le recordó que seguía viva, y que podía luchar. No quería morir. Y no lo haría. No aquella noche.

Pero obviamente, ver a un ente "volando" varios centímetros por encima del suelo la hizo desconcertarse por completo. Era una figura oscura, feroz, de más de dos metros de altura, que no tardó ni dos segundos en mirar en la dirección en que ambos se encontraban. Irïna se agachó rápidamente, tirando bruscamente del hombre para que hiciese lo propio. Y con una fugaz sonrisa, triste y decidida a partes iguales, le rogó que se quedase donde estaba. Y acto seguido, salió corriendo en dirección opuesta, haciendo todo el ruido posible. A su espalda, el ente comenzó a tomar forma corpórea y en su mueca animal adivinó una furia ciega. Fueron dos manos fuertes las que la alzaron por el suelo, y unas largas uñas las que rasgaron su cintura sin demasiada delicadeza. Cuando quiso darse cuenta, el fantasma la llevaba hacia la azotea a una velocidad demasiado elevada para ser real. Sacando fuerzas de donde no quedaban, mordió su brazo con la suficiente rabia para sacarle un alarido de terror. La muchacha cayó al suelo rodando, pero tras levantarse sin demasiado esfuerzo se "deslizó" literalmente por la barandilla de la escalera alcanzando tierra firme poco después. Se encerró rápidamente en una de las habitaciones de los sirvientes, rogando que el hombre de la cocina hubiera sido sensato y hubiese salido corriendo.
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