AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Liz Recklinghausen.
2 participantes
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Liz Recklinghausen.
DATOS BÁSICOS
-Edad: 670 años reales, aparenta 23 años.
-Especie: Vampiro.
-Tipo, Clase Social o Cargo: Realeza. Condesa de Rumania.
-Orientación Sexual: Heterosexual.
-Lugar de Origen: Brasov, Rumania.
-Habilidad/Poder: Hemokinesis
Ilusión
Seducción
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
Liz es una mujer de fuertes convicciones e ideales, decidida, inflexible y temperamental. Solitaria, solo disfruta de la compañía de los más allegados, y es raro verla participar de eventos sociales, a menos que la situación realmente lo amerite. Suele ser un poco terca, y tolera muy mal la frustración, por lo que se empeña en ser la mejor en todo lo que hace, lo que la convierte en una mujer sumamente competitiva. Suele obtener siempre lo que desea, y cuando no es así, lo mejor es estar lejos de ella. Puede ser muy persuasiva en caso de necesidad, así como muy severa si alguien se aprovecha de su confianza o la traiciona. Le gusta estar en contacto con la naturaleza, y evita también las ciudades y aglomeraciones. Aunque le gusta tener un orden para todo lo que hace, y es buena planificando cosas, a veces actúa por puro instinto, lo cual la ha puesto en problemas más de una vez. Cuando ama, lo hace con pasión y cuando odia puede ser muy peligrosa. Es una gran estratega y adora todo lo vinculado a las artes bélicas. También disfruta de la música, pero sobre todo del silencio de los bosques. No le gusta involucrarse en los asuntos de los demás, y prefiere mantener distancia de los humanos, a quienes tiene un profundo rechazo. No suele ser simpática, ni tampoco piadosa, no ayuda a los demás a menos que se vea obligada a ello, y aunque disfruta de la caza y de la muerte, no lo hace por diversión. No entiende la empatía, por lo que en general es fría y distante, pero cuando alguien se gana su confiaza, suele ser una amiga muy leal.
HISTORIA
Un cuerno sonó lejano en la noche, quebrando el silencio en mil pedazos. Los corazones latieron con rapidez, los ojos de los aldeanos, refugiados tras los débiles muros de sus precarias chozas, escudriñaron la impenetrable oscuridad invernal. Nadie hablabla, pero todos sabían lo que aquel monstruoso sonido significaba. Era invierno, un invierno cruel, el peor invierno que recuerdo. La comida escaseaba en Brasov y los vampiros de las montañas asediaban a nuestro pueblo. Nos cazaban, nos torturaban. Para ellos no éramos más que una fuente de alimento de su cuerpo y de la perversión de su alma. Tenía entonces nada más que 4 años, y hacía tiempo vivía presa del miedo, un miedo tan profundo y desesperante, que aún siendo una pequeña niña había comenzado a comprender. Me aferré a los brazos de mi madre, apoyé mi cabeza en su pecho y cerré los ojos. Sentí los latidos de su corazón, tan acelerados, que parecía que iba a salirse de su pecho. El calor de su cuerpo me proporcionó una falsa sensación de seguridad. Mi padre, parado en la ventana, corrió la cortina con la punta de su espada. Su figura alta y robusta se recortaba contra el fuego moribundo de la hoguera. De pronto se oyeron lejanos los cascos de unos caballos.
-Ya vienen- dijo mi padre, y miró a mi madre... ¡había una tristeza tan pura y tan profunda en sus ojos!. Ella me abrazó con más fuerza, quizo decir algo, pero no halló las palabras. Nos quedamos así, fundidas en un abrazo.
Pasaron algunos minutos, nadie dijo nada y el silencio se hizo ensordecedor. De pronto tocaron la puerta. Me sentí como presa de un sortilegio. Mi padre dió una pitada a su pipa, parecía resignado. Era un hombre de pocas palabras, pero yo no necesitaba que hablara para comprender que algo andaba mal. Volvieron a golpear la puerta, la madera podrida crujió. Mi padre se acercó, lento pero sin vacilar, quitó la traba y abrió. Entonces mis ojos, con miedo y dudas, observaron... Un hombre, alto, muy guapo estaba parado enfrente a nosotros. Su piel era blanca, blanquísima, parecía reflejar la luz del fuego. Llevaba el cabello negro largo sobre los hombros. Vestía una especie de armadura. Pero fueron sus ojos lo que más me maravilló. Unos ojos grandes, rasgados, curiosamente claros. Su mirada era casi indescriptible, pero parecía atravesar el cuerpo y observar directamente en el alma. Entonces comprendí que aquel hombre me estaba hablando, me hablaba con su mente. "Debemos irnos ya Liz" dijo a través de sus ojos. Dió un paso adelante, sus botas resonaron en el suelo de madera. Entonces, en un intento desesperado, mi padre se interpuso en su camino.
-Házte a un lado aldeano- rugió el extraño, y dió un golpe a mi padre, que lo tendió de bruces en el suelo. Mi madre me apretó aún más, sentí sus lágrimas mojar mi rostro.
-Dáme a la niña- volvió a decir el hombre de la armadura- no voy a pedirlo otra vez- concluyó. Pero mi madre no cedía. Entonces el hombre me arrancó de entre sus manos, y me tomó por el brazo con una fuerza sobrehumana. Mi madre se incorporó, tambaleando y gritando. Nos dirigíamos hacia la puerta, cuando ella, en un último intento lo tomó por el cabello. Aquello lo enfureció. Giró sobre si mismo y rápidamente la tomó por el cuello. -La pequeña es mía, aldeana- dijo mientras la levantaba del suelo, sosteniéndola con una sola mano. Comencé a llorar, mientras mi madre daba patadas al aire. Su rostro comenzó a enrojecer, y luego ya no forcejeó. Mi padre yacía inconsciente en el suelo y mi madre estaba muerta. El extraño se agachó y me vió a los ojos... "espero que comprendas lo que sucede cuando alguien me desafía" dijo con su mente. Las lágrimas dejaron de brotar, y yo, rendida y temiendo por mi vida, dejé que aquel maldito me llevara consigo.
Fuí prisionera del Conde de Rumania, en las montañas de Rök los siguientes diecinueve años de mi vida. Allí fui educada por los mejores maestros, vestida con la seda más fina y las pieles más hermosas. Sin embargo crecí alejada del contacto con los humanos, recordando siempre con profunda pena el amor de mis padres, que con el paso de los años se volvía más lejano y extraño. El Conde no me visitó sinó en vísperas de mi cumpleaños número 23. Aquella noche, luego de la cena me dispuse a dormir. No había logrado conciliar el sueño cuando sentí el chirrido de la puerta. Los pasos resonaron en cada ángulo de la habitación. Una ligera corriente de aire hizo danzar las cortinas iluminadas apenas por la luz de la luna. Se sentó en el borde de la cama y me acarició el cabello con sus dedos fríos. Deseaba ver su rostro, pero no me atreví a moverme. Él se recostó y pasó su mano sobre mi hombro, lentamente. Bajó hasta la cadera me sujetó con fuerza, pero con suavidad. Entonces deseé que siguiera, quise conocer el sabor de sus labios inmortales. Su boca se acercó a mi cuello. Apreté los dientes y cerré los ojos. Pero lo que sucedió a continuación fue tan doloroso que apenas si puedo recordarlo... Sentí sus dientes hundierse en mi carne, el dolor lacerante como una puñalada, el contacto tan gélido que me quitó el aliento. Su cuerpo estaba sobre el mío, sus manos me apretaban contra la cama con rudeza. Me sentía la presa indefensa de un león que bebía insaciable de mi sangre. El cabello, sus manos, las sábanas blancas, todo estaba teñido de rojo. Andrei se apartó bruscamente de mi cuello. Observé con dolor como se abría una herdia en su muñeca. La sangre brotó, roja y caliente, derramándose sobre mi cuerpo. Me ofreció su sangre y yo, con desesperación bebí de él, y aunque me sentía morir por dentro, aquellos sorbos sabían al paraíso. De pronto la habitación comenzó a girar a mi alrededor, las cosas se veían con menos nitidez. Luego todo se volvió oscuro y ya no recuerdo nada más. Cuando recuperé la conciencia estaba tan débil que apenas podía moverme. Intenté gritar pero de mi boca solo brotó un hilo de voz que se desvaneció rápidamente. Intenté incorporarme, temblando, como un animal herido. Tenía el cuerpo cubierto por un sudor frío. Apoyé los pies en el suelo y perdí estabilidad. Quedé allí tendida durante horas. Me sentía más miserable que nunca... "ojalá estuviera muerta" pensaba una y otra vez, sintiendo lástima de mi misma. No se cuanto tiempo habría pasado cuando oí la puerta arbrirse de nuevo. Abrí los ojos despacio, me ardían tanto que apenas podía ver. Uno de los vasallos del Conde empujó a una joven a la recámara. Estaba desnuda y lloraba desconsolada. Entonces algo más fuerte que mi voluntad me nubló la razón y me devolvió la fuerza, mientras mis oídos me traían el sonido de su sangre, tibia y deliciosa. Me levanté, los brazos me pesaban pero me sentía capaz de cualquier cosa. La chica aterrada me miró y corrió hasta un rincón buscando en vano refugiarse de mi. Me acerqué, acechándola, con cada paso que daba, podía oler mejor la sangre a través de su piel. Ella suplicó, una y otra vez, pero ya era tarde y aquel deseo era irrefrenable. La tomé del cabello y la arrastré algunos metros, tumbándola con rabia sobre el suelo de pierda. Me senté sobre ella y la apreté con la última fuerza que me quedaba.
-Lo siento- dije en un susurro y entones hundí mi boca sobre su cuello y la oleada de sangre me invadió y todo el dolor que había sentido, toda la debilidad, desaparecieron. Mis mejillas se enrojecieron y sentí mi corazón latir con fuerza. Bebí hasta su última gota y luego, extasiada me dejé caer a su lado.
-Lo haz hecho amada mía. Ya eres una de nosotros.- aplaudió el Conde de Rök -serás la Condesa de Rumania ahora- agregó con una sonrisa burlona pero satisfecha.
Andrei de Rök era un maldito bastardo, ególatra y sádico. Sólo se interesaba por si mismo, lo que hacía que frecuentemente me preguntara por que me había elegido a mi, una pobre campesina sin apellido, para ser su esposa, su Condesa y para haberme regalado la inmortalidad. Pero él simpre tenía la manera de escapar a mis preguntas. Yo era su juguete favorito, y me utilizaba a su antojo. Sin embargo se gestaba en mi una idea, cada vez con más fuerza, alimentada por el odio que día tras día Andrei me generaba. Iba a matarle, lenta y dolorosamente, de la misma manera que el había hecho con la humana que alguna vez fui. No puedo decir que mi vida fuese un verdadero infierno, pues había algo en aquel juego perverso entre nosotros que si me gustaba y el sólo pensar en la forma que usaría para matarlo avivava mi pasión por él. Varios años habrían pasado cuando se me presentó la posibilidad de abandonar mi tierra natal. Andrei estaba de cacería en el norte y supe mientras espiaba a su guardia personal que tardaría meses en regresar a Rök. Entonces postergué mis planes de venganza, y durante la noche del verano de 1320 abandoné Rumania. Cabalgué durante muchos días y muchas noches, al amparo de la oscuridad, lejos de los caminos y cada vez más segura de que hacía lo correcto. Al fin, un año después de andar errante por las tierras europeas, me establecí en Francia, en una bonita finca lejos de los ruidos de la ciudad. Jamás me arrepentí de mi decisión, pero día tras día el miedo de que Andrei me encontrara y me arrastrara de nuevo a su agujero en las montañas comenzó a invadirme el corazón. Intenté llevar una vida normal, pero comprendí que el saber que mi esposo no tardaría en econtrarme me estaba volviendo un poco paranoica. En París conocí otros hombres, que me dieron su amor y su sangre, pero ninguno logró llenar ese vacío que al alejarme de mi creador había quedado en mi. Y así transcurrió el tiempo, y la vida había comenzado a hacerse rutinaria y aubrrida, hasta que una noche el Andrei tocó a mi puerta. Su semblante parecía más severo que nunca, y tenía una mueca de desaprobación y desprecio en su mirada. Entró a la casa empujádome a un lado, estaba furioso, de su boca no paraban de salir palabras de odio, me maldijo una y otra vez, con los ojos locos de ira. Intenté detenerle pero estaba cegado por la rabia y el dolor de mi traición. Se avalanzó sobre mi, tomándome por el cuello, recordé por un segundo el rostro abotagado de mi madre instantes antes de morir, sus ojos inyectados en sangre, y el desprecio de aquel vampiro que tan creuelmente había matado a mi familia para satisfacer los deseos de Andrei. Maniático, indiferente a mi sufrimiento y mis deseos. Entonces lo empujé con fuerza, con tanta violencia que trastabilló y cayó al suelo. Abrí un estuche de terciopelo verde que había encima de la chimenea y saqué una estaca. El rostro de Andrei se desfiguró. -¡Ladrona!, debí haberlo sabido, ¡eres una ladrona, una rata campesina igual que la escoria que te engendró!. Me abalancé sobre él, sabiendo que sólo había una chance, y que si flaqueaba o fallaba, sería él quien acabaría conmigo. Sus palabras fueron suficientes para sacar lo peor de mi, y empuñando la estaca frente a su pecho lo perdoné: -Estamos a mano ahora, Conde de Rök.
Hundí la madera en su pecho, sentí como sus costillas crujían bajo el peso de mis brazos que se afirmaban con toda la fuerza sobre mi víctima, atravecé su corazón, muerto hacía ya mucho, y cuando dió su última bocanada me incorporé,observando como su cuerpo alguna vez inmortal comenzaba a consumirse. La muerte de Andrei quitó unas cuantas penas de mi alma, pero también dejó un hueco, sucio y putrefacto, un resto de su maldad en mi. Ahora y aquí, es donde comenzaré de nuevo mi historia.
-Ya vienen- dijo mi padre, y miró a mi madre... ¡había una tristeza tan pura y tan profunda en sus ojos!. Ella me abrazó con más fuerza, quizo decir algo, pero no halló las palabras. Nos quedamos así, fundidas en un abrazo.
Pasaron algunos minutos, nadie dijo nada y el silencio se hizo ensordecedor. De pronto tocaron la puerta. Me sentí como presa de un sortilegio. Mi padre dió una pitada a su pipa, parecía resignado. Era un hombre de pocas palabras, pero yo no necesitaba que hablara para comprender que algo andaba mal. Volvieron a golpear la puerta, la madera podrida crujió. Mi padre se acercó, lento pero sin vacilar, quitó la traba y abrió. Entonces mis ojos, con miedo y dudas, observaron... Un hombre, alto, muy guapo estaba parado enfrente a nosotros. Su piel era blanca, blanquísima, parecía reflejar la luz del fuego. Llevaba el cabello negro largo sobre los hombros. Vestía una especie de armadura. Pero fueron sus ojos lo que más me maravilló. Unos ojos grandes, rasgados, curiosamente claros. Su mirada era casi indescriptible, pero parecía atravesar el cuerpo y observar directamente en el alma. Entonces comprendí que aquel hombre me estaba hablando, me hablaba con su mente. "Debemos irnos ya Liz" dijo a través de sus ojos. Dió un paso adelante, sus botas resonaron en el suelo de madera. Entonces, en un intento desesperado, mi padre se interpuso en su camino.
-Házte a un lado aldeano- rugió el extraño, y dió un golpe a mi padre, que lo tendió de bruces en el suelo. Mi madre me apretó aún más, sentí sus lágrimas mojar mi rostro.
-Dáme a la niña- volvió a decir el hombre de la armadura- no voy a pedirlo otra vez- concluyó. Pero mi madre no cedía. Entonces el hombre me arrancó de entre sus manos, y me tomó por el brazo con una fuerza sobrehumana. Mi madre se incorporó, tambaleando y gritando. Nos dirigíamos hacia la puerta, cuando ella, en un último intento lo tomó por el cabello. Aquello lo enfureció. Giró sobre si mismo y rápidamente la tomó por el cuello. -La pequeña es mía, aldeana- dijo mientras la levantaba del suelo, sosteniéndola con una sola mano. Comencé a llorar, mientras mi madre daba patadas al aire. Su rostro comenzó a enrojecer, y luego ya no forcejeó. Mi padre yacía inconsciente en el suelo y mi madre estaba muerta. El extraño se agachó y me vió a los ojos... "espero que comprendas lo que sucede cuando alguien me desafía" dijo con su mente. Las lágrimas dejaron de brotar, y yo, rendida y temiendo por mi vida, dejé que aquel maldito me llevara consigo.
Fuí prisionera del Conde de Rumania, en las montañas de Rök los siguientes diecinueve años de mi vida. Allí fui educada por los mejores maestros, vestida con la seda más fina y las pieles más hermosas. Sin embargo crecí alejada del contacto con los humanos, recordando siempre con profunda pena el amor de mis padres, que con el paso de los años se volvía más lejano y extraño. El Conde no me visitó sinó en vísperas de mi cumpleaños número 23. Aquella noche, luego de la cena me dispuse a dormir. No había logrado conciliar el sueño cuando sentí el chirrido de la puerta. Los pasos resonaron en cada ángulo de la habitación. Una ligera corriente de aire hizo danzar las cortinas iluminadas apenas por la luz de la luna. Se sentó en el borde de la cama y me acarició el cabello con sus dedos fríos. Deseaba ver su rostro, pero no me atreví a moverme. Él se recostó y pasó su mano sobre mi hombro, lentamente. Bajó hasta la cadera me sujetó con fuerza, pero con suavidad. Entonces deseé que siguiera, quise conocer el sabor de sus labios inmortales. Su boca se acercó a mi cuello. Apreté los dientes y cerré los ojos. Pero lo que sucedió a continuación fue tan doloroso que apenas si puedo recordarlo... Sentí sus dientes hundierse en mi carne, el dolor lacerante como una puñalada, el contacto tan gélido que me quitó el aliento. Su cuerpo estaba sobre el mío, sus manos me apretaban contra la cama con rudeza. Me sentía la presa indefensa de un león que bebía insaciable de mi sangre. El cabello, sus manos, las sábanas blancas, todo estaba teñido de rojo. Andrei se apartó bruscamente de mi cuello. Observé con dolor como se abría una herdia en su muñeca. La sangre brotó, roja y caliente, derramándose sobre mi cuerpo. Me ofreció su sangre y yo, con desesperación bebí de él, y aunque me sentía morir por dentro, aquellos sorbos sabían al paraíso. De pronto la habitación comenzó a girar a mi alrededor, las cosas se veían con menos nitidez. Luego todo se volvió oscuro y ya no recuerdo nada más. Cuando recuperé la conciencia estaba tan débil que apenas podía moverme. Intenté gritar pero de mi boca solo brotó un hilo de voz que se desvaneció rápidamente. Intenté incorporarme, temblando, como un animal herido. Tenía el cuerpo cubierto por un sudor frío. Apoyé los pies en el suelo y perdí estabilidad. Quedé allí tendida durante horas. Me sentía más miserable que nunca... "ojalá estuviera muerta" pensaba una y otra vez, sintiendo lástima de mi misma. No se cuanto tiempo habría pasado cuando oí la puerta arbrirse de nuevo. Abrí los ojos despacio, me ardían tanto que apenas podía ver. Uno de los vasallos del Conde empujó a una joven a la recámara. Estaba desnuda y lloraba desconsolada. Entonces algo más fuerte que mi voluntad me nubló la razón y me devolvió la fuerza, mientras mis oídos me traían el sonido de su sangre, tibia y deliciosa. Me levanté, los brazos me pesaban pero me sentía capaz de cualquier cosa. La chica aterrada me miró y corrió hasta un rincón buscando en vano refugiarse de mi. Me acerqué, acechándola, con cada paso que daba, podía oler mejor la sangre a través de su piel. Ella suplicó, una y otra vez, pero ya era tarde y aquel deseo era irrefrenable. La tomé del cabello y la arrastré algunos metros, tumbándola con rabia sobre el suelo de pierda. Me senté sobre ella y la apreté con la última fuerza que me quedaba.
-Lo siento- dije en un susurro y entones hundí mi boca sobre su cuello y la oleada de sangre me invadió y todo el dolor que había sentido, toda la debilidad, desaparecieron. Mis mejillas se enrojecieron y sentí mi corazón latir con fuerza. Bebí hasta su última gota y luego, extasiada me dejé caer a su lado.
-Lo haz hecho amada mía. Ya eres una de nosotros.- aplaudió el Conde de Rök -serás la Condesa de Rumania ahora- agregó con una sonrisa burlona pero satisfecha.
Andrei de Rök era un maldito bastardo, ególatra y sádico. Sólo se interesaba por si mismo, lo que hacía que frecuentemente me preguntara por que me había elegido a mi, una pobre campesina sin apellido, para ser su esposa, su Condesa y para haberme regalado la inmortalidad. Pero él simpre tenía la manera de escapar a mis preguntas. Yo era su juguete favorito, y me utilizaba a su antojo. Sin embargo se gestaba en mi una idea, cada vez con más fuerza, alimentada por el odio que día tras día Andrei me generaba. Iba a matarle, lenta y dolorosamente, de la misma manera que el había hecho con la humana que alguna vez fui. No puedo decir que mi vida fuese un verdadero infierno, pues había algo en aquel juego perverso entre nosotros que si me gustaba y el sólo pensar en la forma que usaría para matarlo avivava mi pasión por él. Varios años habrían pasado cuando se me presentó la posibilidad de abandonar mi tierra natal. Andrei estaba de cacería en el norte y supe mientras espiaba a su guardia personal que tardaría meses en regresar a Rök. Entonces postergué mis planes de venganza, y durante la noche del verano de 1320 abandoné Rumania. Cabalgué durante muchos días y muchas noches, al amparo de la oscuridad, lejos de los caminos y cada vez más segura de que hacía lo correcto. Al fin, un año después de andar errante por las tierras europeas, me establecí en Francia, en una bonita finca lejos de los ruidos de la ciudad. Jamás me arrepentí de mi decisión, pero día tras día el miedo de que Andrei me encontrara y me arrastrara de nuevo a su agujero en las montañas comenzó a invadirme el corazón. Intenté llevar una vida normal, pero comprendí que el saber que mi esposo no tardaría en econtrarme me estaba volviendo un poco paranoica. En París conocí otros hombres, que me dieron su amor y su sangre, pero ninguno logró llenar ese vacío que al alejarme de mi creador había quedado en mi. Y así transcurrió el tiempo, y la vida había comenzado a hacerse rutinaria y aubrrida, hasta que una noche el Andrei tocó a mi puerta. Su semblante parecía más severo que nunca, y tenía una mueca de desaprobación y desprecio en su mirada. Entró a la casa empujádome a un lado, estaba furioso, de su boca no paraban de salir palabras de odio, me maldijo una y otra vez, con los ojos locos de ira. Intenté detenerle pero estaba cegado por la rabia y el dolor de mi traición. Se avalanzó sobre mi, tomándome por el cuello, recordé por un segundo el rostro abotagado de mi madre instantes antes de morir, sus ojos inyectados en sangre, y el desprecio de aquel vampiro que tan creuelmente había matado a mi familia para satisfacer los deseos de Andrei. Maniático, indiferente a mi sufrimiento y mis deseos. Entonces lo empujé con fuerza, con tanta violencia que trastabilló y cayó al suelo. Abrí un estuche de terciopelo verde que había encima de la chimenea y saqué una estaca. El rostro de Andrei se desfiguró. -¡Ladrona!, debí haberlo sabido, ¡eres una ladrona, una rata campesina igual que la escoria que te engendró!. Me abalancé sobre él, sabiendo que sólo había una chance, y que si flaqueaba o fallaba, sería él quien acabaría conmigo. Sus palabras fueron suficientes para sacar lo peor de mi, y empuñando la estaca frente a su pecho lo perdoné: -Estamos a mano ahora, Conde de Rök.
Hundí la madera en su pecho, sentí como sus costillas crujían bajo el peso de mis brazos que se afirmaban con toda la fuerza sobre mi víctima, atravecé su corazón, muerto hacía ya mucho, y cuando dió su última bocanada me incorporé,observando como su cuerpo alguna vez inmortal comenzaba a consumirse. La muerte de Andrei quitó unas cuantas penas de mi alma, pero también dejó un hueco, sucio y putrefacto, un resto de su maldad en mi. Ahora y aquí, es donde comenzaré de nuevo mi historia.
DATOS EXTRA
No le gusta hablar sobre su pasado
Tiene tres gatos
Es una gran guerrera
Le gustan las joyas y siempre lleva adornos en el cabello
Le encantan las pieles
Su estación favorita es el invierno
Le gusta caminar por los bosques cuando llueve
Tiene tres gatos
Es una gran guerrera
Le gustan las joyas y siempre lleva adornos en el cabello
Le encantan las pieles
Su estación favorita es el invierno
Le gusta caminar por los bosques cuando llueve
gracias a αgusτınα• de sourcecode
Última edición por Liz Recklinghausen el Lun Dic 09, 2013 4:15 pm, editado 20 veces
Liz Recklinghausen- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 19
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Re: Liz Recklinghausen.
FICHA EN PROCESO
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
POSTEA A CONTINUACIÓN CUANDO TERMINES TU FICHA PARA QUE UN MIEMBRO DEL STAFF
PASE A REVISARLA Y TE DE COLOR Y RANGO SI TODO ESTÁ EN ORDEN. GRACIAS.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
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Re: Liz Recklinghausen.
Está pronta!.
Liz Recklinghausen- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 19
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Re: Liz Recklinghausen.
FICHA APROBADA
BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
BIENVENIDA A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
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Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
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