AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Raoul Jeanneau
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Raoul Jeanneau
Raoul Jeanneau
Jamie Campbell Bower
► Nombre completo: Raoul Frédéric Jeanneau
► Sobrenombres: Semana Santa (no tiene nada de carne)
► Edad: 23 años
► Nacionalidad: Francés
► Orientación sexual: Heterosexual
► Especie: Humano
► Clase: Baja
► Ocupación: Pintor/Mendigo
► Sobrenombres: Semana Santa (no tiene nada de carne)
► Edad: 23 años
► Nacionalidad: Francés
► Orientación sexual: Heterosexual
► Especie: Humano
► Clase: Baja
► Ocupación: Pintor/Mendigo
Descripción psicológica
Pareciera que al mirarlo, ves uno de esos melancólicos retratos de la edad media, esos de rostros amables, pero ausentes. Raoul es tan pensativo como los lentos atardeceres le permiten ser, como los instantes en que tiene el estómago lleno le permiten. ¿Adónde se va cuando esos ojos celestes y ojerosos ven al cielo? Sin duda no se va a las estrellas, ni tampoco al sol. ¡Eureka! Hemos encontrado al primer artista que no está enamorado de la luna. ¿Está esperando que algo ocurra? Así pareciera ser, como si fuera un pasajero ferroviario más aguardando pacientemente el próximo tren hacia ninguna parte. Cuando baja de ahí es que vuelve a ser él, preocupado por los demás y algo excéntrico, pero fiero a la hora de defender.
Los ricos siempre le han traído problemas, por lo que los evita lo más que puede, y no puede entender a los que se hacen amigos de ellos. Siente que uno no puede hacerse amigo de quien lo puede pisotear a su antojo, sino que faldero del mismo. Aquello es secuela de todas las veces en que lo han echado a patadas por no comportarse como una pieza de utilería.
Generalmente es amable con todos, pero intenta no involucrarse demasiado. Ha tenido muchas pérdidas como para querer sumar una más. Es por eso mismo que se reserva más que nada a su grupo en el callejón, siendo uno de los más aprensivos y cuidando que cada uno de ellos vuelva a dormir antes de que las calles se vuelvan más peligrosas con el pasar de las horas.
Su único placer es pintar, aunque no puede hacerlo a menudo por la falta de dinero para colores y lienzos. Su sueño, a diferencia del de sus compañeros, que es salir de la calle, es simplemente poder pintar sin restricciones económicas que se lo impidan.
► Gustos: La pintura, comer fruta fresca.
► Disgustos: Los ricos.
► Manías: Observar a las pelirrojas, las encuentra enigmáticamente bellas para retratar.
► Debilidades: Poner en primer lugar sus pinturas y luego a él mismo.
Los ricos siempre le han traído problemas, por lo que los evita lo más que puede, y no puede entender a los que se hacen amigos de ellos. Siente que uno no puede hacerse amigo de quien lo puede pisotear a su antojo, sino que faldero del mismo. Aquello es secuela de todas las veces en que lo han echado a patadas por no comportarse como una pieza de utilería.
Generalmente es amable con todos, pero intenta no involucrarse demasiado. Ha tenido muchas pérdidas como para querer sumar una más. Es por eso mismo que se reserva más que nada a su grupo en el callejón, siendo uno de los más aprensivos y cuidando que cada uno de ellos vuelva a dormir antes de que las calles se vuelvan más peligrosas con el pasar de las horas.
Su único placer es pintar, aunque no puede hacerlo a menudo por la falta de dinero para colores y lienzos. Su sueño, a diferencia del de sus compañeros, que es salir de la calle, es simplemente poder pintar sin restricciones económicas que se lo impidan.
► Gustos: La pintura, comer fruta fresca.
► Disgustos: Los ricos.
► Manías: Observar a las pelirrojas, las encuentra enigmáticamente bellas para retratar.
► Debilidades: Poner en primer lugar sus pinturas y luego a él mismo.
Antecedentes Históricos
Frío. tarde. Un colchón. Dos sanos. Una enferma… y de muerte.
–Padre, ¿en dónde está Raoul? –preguntaba una mujer cuyos ojos eran incapaces de encontrar un punto en el cual enfocarse. La fiebre subía, no daba tregua, y el hombre mayor presente lo sabía. Aun así, no olvidaba que tenía un retoño de año y medio bajo su alero.
–Está jugando con tus pinturas. Siempre lo hacen sonreír. Está feliz, y lo estará cuando te vea mejor –decía a modo de consuelo, para aliviar a la fémina de algún modo.
–No me mientas. Ya casi no distingo tu rostro. No me des falsas esperanzas que me distraigan; temo olvidar el rostro de mi niño en estos segundos que me quedan –tiritaban sus manos, su rostro, su espíritu.
Sobre un montón de paja en la descuidada habitación, un niño de rostro empolvado, mejillas rosadas, risos dorados y ojos color cielo pecado de inocente ante el arrancamiento que estaba sufriendo el alma de su madre. Su juventud le impedía conocer que en el otro rincón de la habitación, su abuelo sujetaba la pálida mano de quien pronto ya no estaría más.
–Cuida a mi hijo, padre. Y por favor, te lo ruego, júrame sobre la tumba de mi madre que no le revelarás la procedencia de su sangre –pidió casi llorando, y lo hubiera hecho de no ser que sus ojos ya no respondían
El anciano entendió. Si quería que su nieto tuviera una vida medianamente normal, aun dentro de su escasez, había fantasmas del pasado que se debían apartar. La sangre pesada, al igual que el pasado. Tal vez él no fuera el artista de la familia como su hija, pero pintaría una historia feliz sólo para él, aunque faltara la luna de sus cielos, su madre.
–Esta será una obra que yo pintaré para ti –fue lo último que llegó a los oídos de Suzette Jeanneau antes de expirar.
Y también sería la obra más difícil de realizar.
…
Así fue que Ulysse y Raoul quedaron por su cuenta, abuelo y nieto viviendo en aquel cuarto de mala muerte cuyo arriendo apenas alcanzaban a cubrir con lo que ganaban cargando fardos de leña en sus espaldas para los más ricos de su pueblo. Desarrollaron un apego mutuo bastante afable, cuidándose mutuamente tanto en el trabajo como en las actividades más rebuscadas. A pesar de su inamovible rutina, lograban ganar un espacio para algo especial: pintar. Ulysse se preocupó desde que Raoul era muy pequeño a que fomentara su gusto por la pintura, viendo que el niño tenía un talento natural para ello, posiblemente heredado de su madre. Era la manera que tenía el senil hombre para tener a su hija cerca, sonriendo con cada pincelada de su nieto. Podía ser que pudiera comprar sólo tres colores (los primarios) para que él se desarrollara como artista, pero era más lo que podía humanamente dar.
Pero un buen día, la oxidada espalda del cariñoso Ulysse no fue soporte suficiente para la madera a transportar, cayendo ésta abruptamente a la mitad del camino. Fue así que Raoul comenzó a cargar por él, pero eso sólo duró unos días hasta que los patrones se dieron cuenta de que el anciano no estaba haciendo su trabajo y que Raoul había estado mintiendo acerca de la salud del mismo. Esa misma tarde los echaron a ambos de la hacienda en la que trabajaban, enviándolos directo a la incertidumbre del día siguiente.
Raoul, a sus doce años, vio que su abuelo no podía seguir trabajando por su cuerpo envejecido, por lo que salió a buscar trabajo solo. Ulysse comenzó a deprimirse al sentirse inútil, adentrándose lenta pero irreversiblemente en una demencia senil. Su nieto intentaba cubrir la alimentación de ambos cumpliendo con encargos remunerados, pero apenas sí le alcanzaba para desayunar, y menos le sobraba el tiempo para cuidar de su abuelo. Esa coyuntura de hechos imposibles de resistir, finalmente terminaron una tarde en que el corazón de Ulysse finalmente se detuvo justo después de que sus labios pronunciaron el nombre de su fallecida hija: Suzette.
Cuando Raoul llegó de trabajar, encontró el cuerpo de su abuelo junto a la ventana, como si hubiese querido acudir al encuentro de alguien. Con el dolor de su corazón y el de sus manos vendadas, el joven tomó el cuerpo de su abuelo y lo enterró él mismo en el cementerio de Saint Emilion, junto a su madre. Trabajó en ello toda la noche, sin siquiera recordar que al día siguiente tenía que salir a laborar para poder comer. Fue así que apenas terminó de cubrir el cuerpo de su abuelo, se quedó dormido ipso facto sobre el montículo de tierra. Ni siquiera tuvo que despertarse, ya que una patada lo llevó a abrir los ojos de nuevo. Un par de golpes más y unos insultos innombrables fueron suficientes para que se diera por enterado que había sido expulsado de su fuente alimentaria por no haberse presentado. Tuvo que tomar las pocas pertenencias que tenía, entre ellas el relicario que contenía fotos de su madre y de su abuelo, y marcharse de la habitación que alquilaba desde que su corazón palpitaba.
Los únicos que lo aceptaron de empleado fueron los Cuvier a las afueras de la ciudad, dueños del viñedo más grande del pueblo. Su labor consistía en cargar cajas de uvas desde el amanecer hasta el anochecer. Ahí llevaría una vida normal, puesto que se alimentaría modestamente, crecería, se enamoraría de una trabajadora del mismo lugar, formaría una familia, y moriría cuando ya no fuese útil para los Cuvier. Sin embargo, a sus dieciséis años, el destino quiso algo más cuando posó sus ojos en la hija menor del patrón, una señorita de catorce años llamada Darcelle.
Aunque sólo mirada a su amor platónico de lejos cuando viajaba en su carruaje junto a sus padres y hermanos, como todo artista, Raoul vivía su encandilamiento en las nubes, aunque en más de una ocasión aquello por poco le costara un tropezón. Pero una noche, impulsado por el bravío de su joven corazón, se atrevió a subir al árbol que daba a la ventana de la muchacha. Le faltó poco para caer de boca al suelo cuando se topó frente a frente con el rostro angelical de la musa de sus sueños. Darcelle también lo había estado observando, y le permitió hablar con ella por la ventana unos minutos. Esos minutos bastaron para que ambos confesaran que sentían lo mismo. Y el artista vio que las pinturas en su mente tomaban vida y se chorreaban en color.
Los días pasaban y los adolescentes continuaban viéndose en la ventana, hasta que una noche Raoul recibió un mensaje de parte de un niño pequeño de la viña a modo de susurro: Darcelle quería verlo en las bodegas cuando la luna alcanzara su punto máximo en el cielo. Extrañado, pero no por eso menos entusiasmado, Raoul acudió al encuentro, hallando a su sonriente Darcelle en el fondo del lugar, junto a una pared, un atril, un lienzo, y pinturas. Ella quería ser, ya habiendo oído de su reputación como pintor con las cocineras, retratada por él. El pintor casi acababa de terminar el rostro cuando la joven dejó caer su vestido y dejó ver su blanca ropa interior.
Raul era un artista, pero también era un hombre, y peor aún, era un hombre enamorado. No pudo terminar su obra, ignorándola por completo con tal de atrapar a su amada entre sus brazos y besarla. Esa noche nada los detuvo, esa noche se amaron, esa noche olvidaron por completo lo que el siguiente día les habría de recordar. Fueron despertados por los gritos de un padre enfurecido que no había encontrado a su hija en la cama. Apenas tuvieron tiempo para reaccionar. Darcelle fue apartada de sus brazos y Raoul fue azotado en el mismo lugar, además de posteriormente encarcelado en la casa, esperando a ser trasladado por la policía local hasta la horca. No esperó, y arriesgando su vida, usó un cortaplumas para amenazar el cuello de quien se disponía a alimentarlo en su celda para así escapar.
Sabiendo el joven que no tendría futuro si se quedaba en Saint Emilion, se subió al vagón del primer tren que encontró y se marchó de su tierra natal hacia París. Allí las cosas no mejoraron, pues apenas pisó tierra capitalina se dio cuenta de que no tenía nada. Tuvo que empezar a robar y a pelear con otros en su condición para hacerse un lugar. Apenas sí podía conseguir suficiente para pinturas, priorizando éstas antes que su propio alimento, pues sentía que si no podía pintar, no podía vivir.
En medio de sus andanzas, y al pasar el tiempo, comenzó a hacerse un grupo en su callejón para protección mutua, dentro del cual conoció a Brandon, su mejor amigo. ambos son confidentes y aliados a la hora de conseguir comida. Al ser los más vigorosos dentro del grupo, son considerados protectores del mismo, y quienes se ponen en primer lugar para recibir golpes y en el último para alimentarse.
Actualmente sólo se preocupa de su gente, de sus pinturas, y de no toparse con ricos que lo puedan poner en riesgo nuevamente.
► Familiares: Ulysse Jeanneau (Abuelo, fallecido)
Suzette Jeanneau (Madre, fallecida)
Padre desconocido
–Padre, ¿en dónde está Raoul? –preguntaba una mujer cuyos ojos eran incapaces de encontrar un punto en el cual enfocarse. La fiebre subía, no daba tregua, y el hombre mayor presente lo sabía. Aun así, no olvidaba que tenía un retoño de año y medio bajo su alero.
–Está jugando con tus pinturas. Siempre lo hacen sonreír. Está feliz, y lo estará cuando te vea mejor –decía a modo de consuelo, para aliviar a la fémina de algún modo.
–No me mientas. Ya casi no distingo tu rostro. No me des falsas esperanzas que me distraigan; temo olvidar el rostro de mi niño en estos segundos que me quedan –tiritaban sus manos, su rostro, su espíritu.
Sobre un montón de paja en la descuidada habitación, un niño de rostro empolvado, mejillas rosadas, risos dorados y ojos color cielo pecado de inocente ante el arrancamiento que estaba sufriendo el alma de su madre. Su juventud le impedía conocer que en el otro rincón de la habitación, su abuelo sujetaba la pálida mano de quien pronto ya no estaría más.
–Cuida a mi hijo, padre. Y por favor, te lo ruego, júrame sobre la tumba de mi madre que no le revelarás la procedencia de su sangre –pidió casi llorando, y lo hubiera hecho de no ser que sus ojos ya no respondían
El anciano entendió. Si quería que su nieto tuviera una vida medianamente normal, aun dentro de su escasez, había fantasmas del pasado que se debían apartar. La sangre pesada, al igual que el pasado. Tal vez él no fuera el artista de la familia como su hija, pero pintaría una historia feliz sólo para él, aunque faltara la luna de sus cielos, su madre.
–Esta será una obra que yo pintaré para ti –fue lo último que llegó a los oídos de Suzette Jeanneau antes de expirar.
Y también sería la obra más difícil de realizar.
…
Así fue que Ulysse y Raoul quedaron por su cuenta, abuelo y nieto viviendo en aquel cuarto de mala muerte cuyo arriendo apenas alcanzaban a cubrir con lo que ganaban cargando fardos de leña en sus espaldas para los más ricos de su pueblo. Desarrollaron un apego mutuo bastante afable, cuidándose mutuamente tanto en el trabajo como en las actividades más rebuscadas. A pesar de su inamovible rutina, lograban ganar un espacio para algo especial: pintar. Ulysse se preocupó desde que Raoul era muy pequeño a que fomentara su gusto por la pintura, viendo que el niño tenía un talento natural para ello, posiblemente heredado de su madre. Era la manera que tenía el senil hombre para tener a su hija cerca, sonriendo con cada pincelada de su nieto. Podía ser que pudiera comprar sólo tres colores (los primarios) para que él se desarrollara como artista, pero era más lo que podía humanamente dar.
Pero un buen día, la oxidada espalda del cariñoso Ulysse no fue soporte suficiente para la madera a transportar, cayendo ésta abruptamente a la mitad del camino. Fue así que Raoul comenzó a cargar por él, pero eso sólo duró unos días hasta que los patrones se dieron cuenta de que el anciano no estaba haciendo su trabajo y que Raoul había estado mintiendo acerca de la salud del mismo. Esa misma tarde los echaron a ambos de la hacienda en la que trabajaban, enviándolos directo a la incertidumbre del día siguiente.
Raoul, a sus doce años, vio que su abuelo no podía seguir trabajando por su cuerpo envejecido, por lo que salió a buscar trabajo solo. Ulysse comenzó a deprimirse al sentirse inútil, adentrándose lenta pero irreversiblemente en una demencia senil. Su nieto intentaba cubrir la alimentación de ambos cumpliendo con encargos remunerados, pero apenas sí le alcanzaba para desayunar, y menos le sobraba el tiempo para cuidar de su abuelo. Esa coyuntura de hechos imposibles de resistir, finalmente terminaron una tarde en que el corazón de Ulysse finalmente se detuvo justo después de que sus labios pronunciaron el nombre de su fallecida hija: Suzette.
Cuando Raoul llegó de trabajar, encontró el cuerpo de su abuelo junto a la ventana, como si hubiese querido acudir al encuentro de alguien. Con el dolor de su corazón y el de sus manos vendadas, el joven tomó el cuerpo de su abuelo y lo enterró él mismo en el cementerio de Saint Emilion, junto a su madre. Trabajó en ello toda la noche, sin siquiera recordar que al día siguiente tenía que salir a laborar para poder comer. Fue así que apenas terminó de cubrir el cuerpo de su abuelo, se quedó dormido ipso facto sobre el montículo de tierra. Ni siquiera tuvo que despertarse, ya que una patada lo llevó a abrir los ojos de nuevo. Un par de golpes más y unos insultos innombrables fueron suficientes para que se diera por enterado que había sido expulsado de su fuente alimentaria por no haberse presentado. Tuvo que tomar las pocas pertenencias que tenía, entre ellas el relicario que contenía fotos de su madre y de su abuelo, y marcharse de la habitación que alquilaba desde que su corazón palpitaba.
Los únicos que lo aceptaron de empleado fueron los Cuvier a las afueras de la ciudad, dueños del viñedo más grande del pueblo. Su labor consistía en cargar cajas de uvas desde el amanecer hasta el anochecer. Ahí llevaría una vida normal, puesto que se alimentaría modestamente, crecería, se enamoraría de una trabajadora del mismo lugar, formaría una familia, y moriría cuando ya no fuese útil para los Cuvier. Sin embargo, a sus dieciséis años, el destino quiso algo más cuando posó sus ojos en la hija menor del patrón, una señorita de catorce años llamada Darcelle.
Aunque sólo mirada a su amor platónico de lejos cuando viajaba en su carruaje junto a sus padres y hermanos, como todo artista, Raoul vivía su encandilamiento en las nubes, aunque en más de una ocasión aquello por poco le costara un tropezón. Pero una noche, impulsado por el bravío de su joven corazón, se atrevió a subir al árbol que daba a la ventana de la muchacha. Le faltó poco para caer de boca al suelo cuando se topó frente a frente con el rostro angelical de la musa de sus sueños. Darcelle también lo había estado observando, y le permitió hablar con ella por la ventana unos minutos. Esos minutos bastaron para que ambos confesaran que sentían lo mismo. Y el artista vio que las pinturas en su mente tomaban vida y se chorreaban en color.
Los días pasaban y los adolescentes continuaban viéndose en la ventana, hasta que una noche Raoul recibió un mensaje de parte de un niño pequeño de la viña a modo de susurro: Darcelle quería verlo en las bodegas cuando la luna alcanzara su punto máximo en el cielo. Extrañado, pero no por eso menos entusiasmado, Raoul acudió al encuentro, hallando a su sonriente Darcelle en el fondo del lugar, junto a una pared, un atril, un lienzo, y pinturas. Ella quería ser, ya habiendo oído de su reputación como pintor con las cocineras, retratada por él. El pintor casi acababa de terminar el rostro cuando la joven dejó caer su vestido y dejó ver su blanca ropa interior.
Raul era un artista, pero también era un hombre, y peor aún, era un hombre enamorado. No pudo terminar su obra, ignorándola por completo con tal de atrapar a su amada entre sus brazos y besarla. Esa noche nada los detuvo, esa noche se amaron, esa noche olvidaron por completo lo que el siguiente día les habría de recordar. Fueron despertados por los gritos de un padre enfurecido que no había encontrado a su hija en la cama. Apenas tuvieron tiempo para reaccionar. Darcelle fue apartada de sus brazos y Raoul fue azotado en el mismo lugar, además de posteriormente encarcelado en la casa, esperando a ser trasladado por la policía local hasta la horca. No esperó, y arriesgando su vida, usó un cortaplumas para amenazar el cuello de quien se disponía a alimentarlo en su celda para así escapar.
Sabiendo el joven que no tendría futuro si se quedaba en Saint Emilion, se subió al vagón del primer tren que encontró y se marchó de su tierra natal hacia París. Allí las cosas no mejoraron, pues apenas pisó tierra capitalina se dio cuenta de que no tenía nada. Tuvo que empezar a robar y a pelear con otros en su condición para hacerse un lugar. Apenas sí podía conseguir suficiente para pinturas, priorizando éstas antes que su propio alimento, pues sentía que si no podía pintar, no podía vivir.
En medio de sus andanzas, y al pasar el tiempo, comenzó a hacerse un grupo en su callejón para protección mutua, dentro del cual conoció a Brandon, su mejor amigo. ambos son confidentes y aliados a la hora de conseguir comida. Al ser los más vigorosos dentro del grupo, son considerados protectores del mismo, y quienes se ponen en primer lugar para recibir golpes y en el último para alimentarse.
Actualmente sólo se preocupa de su gente, de sus pinturas, y de no toparse con ricos que lo puedan poner en riesgo nuevamente.
► Familiares: Ulysse Jeanneau (Abuelo, fallecido)
Suzette Jeanneau (Madre, fallecida)
Padre desconocido
Otros Datos
► Pertenencias: Tres pinceles desgastados y las ropas que lleva puestas.
► BSO:
► Datos extra: Lo último que supo de Darcelle fue que fue enviada a otra país en donde se casó. Ya no habla de ella, y si le preguntan, dice que la mujer que amaba falleció.
► BSO:
► Datos extra: Lo último que supo de Darcelle fue que fue enviada a otra país en donde se casó. Ya no habla de ella, y si le preguntan, dice que la mujer que amaba falleció.
Creado por Frozen •
Raoul Jeanneau- Humano Clase Baja
- Mensajes : 25
Fecha de inscripción : 04/11/2013
Re: Raoul Jeanneau
FICHA APROBADA
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
BIENVENIDO A VICTORIAN VAMPIRES
TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADA DE CÓMO SE MANEJA TODO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MAL ENTENDIDOS, Y SI TIENES ALGUNA DUDA O ACLARACIÓN SOBRE CUALQUIER COSA, NO DUDES EN PREGUNTARME A MÍ O A OTRO ADMINISTRADOR, ESTAMOS PARA AYUDARTE.
QUE TE DIVIERTAS.
Doreen Jussieu- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 5232
Fecha de inscripción : 01/03/2011
Edad : 34
Localización : Zona Residencia.
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
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