Erianthè X. Phoenix | ID

Erianthè X. Phoenix

PB/Frase

Datos básicos

Nombre completo: Erianthè Xenÿa Phoenix
Apodos: Eris, Xen, Phoenix
Edad: 20 años
Nacionalidad: Checa
Orientación Sexual: Pansexual
Raza: Gitana (humana)
Ocupación: Cortesana

Descripción Psicológica

Como no es oro todo lo que reluce, Erianthè no es la pequeña e inocente flor que aparenta ser. Lo sabe, y lo usa en su beneficio. Indómita. Rebelde. Imposible de manejar si no tienes altas dosis de paciencia y la capacidad de convencerla de lo contrario a lo que piensa. Y no te descuides, pues su carisma es tal que puede acabar convenciéndote a ti de lo contrario. Independiente. Indiferente. La pelirroja no acata bien las limitaciones: No acepta normas, leyes y mucho menos protocolos. Los considera una absurda forma de ordenar una realidad que por naturaleza siempre será caótica. Como ella. No puedes encerrar al aire en un frasco, como no puedes enjaularla. Es un espíritu libre, espontáneo. Y no podría ser de otra forma. Su simple existencia se basa en contradecir las opiniones que otros se hacen de ella. Le encanta escupirle en la cara a las ideas preconcebidas. Le divierte, le fascina. Demostrar que no tienes razón es su hobby... Y es jodidamente buena en ello. En sacar de quicio, en general.

Traicionera. Con ella, las apariencias siempre engañan. Mostrará la cara que más le convenga en cada momento pues sabe perfectamente que es lo único que puede librarla de los problemas. Reconoce la esencia de las personas casi desde el inicio. Y actuará en consecuencia. Puede fingir ser la persona más educada e inteligente del mundo... O convertirse en la descarada que realmente es. Todo sea por conseguir llevarte a su territorio. Engatusarte. Agradarte. Luego no hay vuelta atrás. Su cara de niña y sus acciones incontrolables hacen el resto. Y es que parece impensable que un cuerpo tan pequeño albergue tantísima energía. Y tan contradictoria. Al igual que el fuego, que se expande con gracia a la vez que caóticamente, destruyendo todo cuanto se le pone por delante, Erianthè, es sumamente impulsiva. No acepta consejos, ni ruegos, ni lamentos. Cuando tiene algo en mente es físicamente imposible hacer que se le olvide.

De temperamento fuerte y violento en ocasiones, jamás se doblegará ante la opinión o yugo de alguien diferente a ella misma. La sensación de la libertad y de control de su vida le resulta demasiado grata como para permitir que se le sea suprimida. Bastante le consiguió conseguirla. Adora los desafíos, y las dificultades que día a día, la vida va poniéndole por delante. Adora sortearlos, eliminarlos de un plumazo. Demostrar que, en su vida, es ella quien manda.

Historia

Mi padre, el dueño de un circo gitano en las lejanas tierras de la República Checa, me vendió a un noble a la "tierna" edad de doce años. Y lo cierto es que, pese a no hacer ninguna pregunta durante las horas previas a mi mudanza con aquel señor de casi treinta años, me aseguré a mi misma que desde aquel preciso momento, odiaría a mi padre, a mi país, y a todo cuanto me recordara aquel funesto episodio que supuso mi paso definitivo de niña a mujer. Y no hay día en que no me felicite por conseguirlo. Y de que modo...

Obligada a casarme, a consumar, y a convertirme "hasta que la muerte nos separase" en la esposa forzosamente sonriente de un americano establecido en Inglaterra, todos pensaron que podrían convertirme en alguien recatado, sumiso y tranquilo... No se podían haber equivocado más de persona. No fueron pocas las noches en que mi marido, obsesionado con el control y con tener descendencia cuanto antes, me hubo de perseguir por toda la casa y darme unos cuantos azotes a fin de que me rindiera a su merced. Y lo que él no sabe es que muchas veces me rendía a propósito, porque pese a ser poco menos que una niña, aquella pronta experiencia con el sexo marcaría mi ulterior carácter y la obsesión por el placer que hoy día me caracteriza. Le odiaba a él, odiaba su casa, a su familia, a su odiosa madre y al niño que al poco tiempo se fue abriendo paso a la vida desde mi vientre. Pero el sexo... ¡Oh! ¡Bendita sensación! Él, siempre cansado y tan absurdamente aburrido como era, esperaba que con el tiempo el cariño que me había cogido, de alguna forma, se me pegase. Lo que él no sabía era que mis sonrisas eran provocadas por los sirvientes que, a espalda de su señor se beneficiaban a la ahora señora de la casa. Fueron unos años divertidos. Siempre fui pequeña, ágil, flexible... Y atractiva para el sexo opuesto. Y para el mismo sexo también, aunque eso lo descubriría más tarde. Yo bien sabía que ese hijo podría ser tanto de mi marido como de todos aquellos que también me beneficié -porque los hombres, siempre necios, pensaban que eran ellos quienes se me beneficiaban-, pero nunca he sido estúpida, y sabía bien lo que eso podría acabar significando.

Cuando nació, ni supe ni quise ponerle un nombre. Por las noches, mientras que su vocecilla gritona y su llanto atronador me mantenía en vela, fantaseaba con la idea de lanzarlo por la ventana, mientras mi marido dormía, y fingir que me lo habían robado. Pero pareciese que el vínculo madre-hijo realmente existía, y pese a planear todos aquellos intentos fallidos de infanticidio, nunca pude hacerle ningún daño. Aquella cosa frágil y rosada había salido de mi interior, provocándome un dolor terrible... Y tenía sus ojos. Finalmente me di cuenta que quería a mi marido, aunque mi rencor acumulado era lo suficientemente grande -casi tanto como mi ego- para convertirme en una experta fingiendo lo contrario. Pero lo quería. Amaba su ceño siempre fruncido, su manera de tratarme ante otros, como si fuera su bien más preciado, y su estúpido afán en cuidarnos a mi y a su hijo como si no hubiese nada más en el mundo. Pero una cosa era el cariño que le tenía, y otra cosa era que pretendiese que me quedase a su lado toda la vida. Con el tiempo, se había abandonado al hobby de engañarme con toda mujer cuanto se topaba con él y lograba engatusarlo. Y sí, yo era la reina de la infidelidad. Pero una cosa era serlo yo, y otra cosa es que lo fuera él. Siempre he sido, y seré, terriblemente celosa. Sí, soy puta y soy celosa. ¿A que es curioso?

Con el tiempo nos distanciamos. Yo ya no era grácil, ni pequeña, ni manejable... Y creedme que si al principio resultaba cansado intentar controlarme, al cumplir los dieciocho años era francamente imposible. Me quedé encinta por segunda vez, aunque en esa ocasión todos tuvimos claro que el hijo no era de quién correspondía... Aún así, la bronca y la paliza nunca llegaron, y "nuestro" segundo hijo vino al mundo con un destino demasiado corto. Tras morir con apenas tres meses de vida, y tras la confesión por parte de mi marido de que había tenido otros dos hijos fuera del matrimonio, di por terminada aquella absurda relación. A excepción de nuestro primer hijo, no había nada que nos uniese. Y nunca lo habría... Así que me fui. Sin decir nada a nadie y sin mirar atrás en ningún momento.

Supe que en cuanto mi marido se enterase de mi partida, mandaría a un ejército entero de sirvientes a buscarme, así que no daría pie a que me encontraran. Cogí el primer barco a Francia y me establecí en París cuando aún tenía diecinueve años. Todo, desde entonces, no ha hecho más que mejorar. Fiel amante del sexo como siempre fui, encontré mi "trabajo perfecto" en el burdel más famoso que encontré. No es que tenga una clientela muy selecta, pero gano lo suficiente -o mucho más de lo necesario, más bien- para vivir como nunca había soñado, y de algo que siempre me apasionó. Además de ello, encontré una pequeña población de gitanos con los que comparto raíces, sonrisas y sueños. Y he de decir que estoy francamente contenta con el cambio. Por ahí dicen que mi marido y mi hijo me están buscando... Y aunque me inquieta un posible reencuentro, no fingiré que no me produce curiosidad saber lo que pasaría si realmente me encontraran. ¿Qué tal les sentaría mi profesión? Desde luego, sería una anécdota divertida de contar...