Stefánia "Tüz" Mészáros

DATOS BÁSICOS

DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA

La vampiresa tiene carácter, y lo demuestra en cada una de sus palabras, de sus movimientos, de sus miradas. No hay que dejarse engañar por la apariencia etérea de esta chica de ojos azules. Es una mujer de armas tomar, misteriosa, testaruda, orgullosa y algo seria en ocasiones, lo que podría confundirse con timidez o indiferencia. De temperamento fuerte e indómito, Stefánia es compleja, impredecible. Puede dedicarte tanto una sonrisa dulce y sincera como un comentario que te siente como patada en el estómago. Su paciencia tiene un límite estrecho, y puede ser extremadamente hiriente cuando así lo desea, haciendo del sarcasmo y la ironía sus mejores armas, siempre en la punta de la lengua para aquel que le resulte desagradable. Es independiente, y no descansa hasta conseguir sus objetivos. No hay otro propósito que le importe, que los suyos propios, y en eso se basan sus lealtades. Debido a su juventud como vampira, es caprichosa, y aún no logra modular de manera correcta sus reacciones, así como la sed o cualquier otro impulso. Gracias a su apariencia y voz encantadoras, le resulta fácil ganar la confianza de las otras partes en juego. Su porte es el de una dama, pero interiormente, alberga a la fiera que sólo se aplaca con sangre.

DESCRIPCIÓN FÍSICA

Tüz. Rojo. Rojo fuego, rojo sangre, rojo pasión. Una melena de desbordante tonalidad rojo-anaranjada, un sol imperecedero con lenguas ambarinas que acarician sus hombros de porcelana. Puede que jamás se vea el sol en la medianoche, pero Stefánia brilla con luz propia, reflejada en aquel espejo níveo que es su piel.

Es hermosa como la muerte misma; su peculiar belleza es, y ha sido siempre, fuente de impredecible locura, tergiversadora eterna. Sus finos rasgos contrastan con su férrea voluntad, luciendo más frágil y delicada de lo que verdaderamente es. Sus ojos son de un gélido celeste acuoso, como las aguas del Danubio que la vio nacer, con leves motas ultramarinas en el borde del iris. Pese a su palidez, encierran una chispa de misterio que pareciera expeler llamas, en perfecta combinación con la cabellera que la caracteriza.

De estatura media, y complexión atlética, sus líneas largas le otorgan un aire de elegancia y distinción. El entrenamiento ha hecho de su cuerpo un organismo de músculos torneados, apto para la guerra y deseable para el amor. Sin ser voluptuosa, sus caderas anchas y femeninas, su delicada cintura y sus pechos tersos y firmes, hacen de su figura un verdadero tributo a la desnudez. Sin embargo, no se encuentra exenta de marcas y cicatrices, su impulsividad y falta de control es evidente, sobre todo, en sendos recuerdos que adornan su costado izquierdo, la parte posterior de uno de sus muslos, y ambas muñecas. Las luce con orgullo, pues son parte de su historia, pero ninguna más que la pequeña cicatriz que se esconde en la base de su cuello, ahí donde su conversor apoyó sus colmillos el día en que la despertó a su nueva naturaleza.

Es una amante del lujo en el buen vestir, con ropajes elegantes y joyas. Llevar su cabello bien cepillado es una necesidad, generalmente suelto y ondeando con sus pasos. Dependiendo de la identidad que requiera adoptar, puede variar desde un rubio deslucido a uno fresa, pasando por su pelirrojo natural a un tono chocolate que enmarca sus mejillas blancas. Nunca se le verá luciendo desastrada o sucia; tiene un importante concepto de la autoimagen, y es también parte central de sus artes de manipulación y convencimiento.

HISTORIA

Stefánia Krisztina Zsófia Mészáros nació en 1779, como la tercera hija del matrimonio Mészáros- Pruskovsky.

¿Es esto realmente lo que deseas leer? Me parece bastante insulso. Puesto que es necesario, preferiría contar la historia en mis propios términos, y no con frases sacadas de un polvoriento y aburrido libro de biografías. ¿Es que acaso alguien lee esa mierda?

Mi infancia fue como la de toda niña acomodada, y por tanto, malcriada; rodeada de muñecas de porcelana con vestidos más caros que la comida de un mes de un orfanato, institutrices varias de narices respingadas y afectado acento francés, y reuniones sociales donde la crema y la nata de Hungría se reunía a chismorrear sobre cuestiones sin importancia, y a fingir amistad por sujetos que no les interesaban en lo más mínimo. Aprendí, desde mis primeros años, la vital importancia que adquiría la posición para solventar el ritmo de vida que mis padres se permitían. De no ser por el dinero, nada me diferenciaba de la chica de las cocinas o el mozo de los caballos.

Tras la muerte de María Teresa, y al alero de la protección de su hijo, José II de Habsburgo-Lorena, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Rey de Hungría y de Bohemia, Budapest florecía, y aquel viejo sentimiento nacionalista se arraigaba más y más en los corazones de una ciudad que no tardaría en posicionarse como una de las más bellas de Europa. ¿Orgullosa? No demasiado. Toda ciudad tiene sus trapos sucios, aún cuando estén bien escondidos bajo una superficie de perfección arquitectónica y melodías armoniosas a la luz de la luna.

Como una de las familias más influyentes de la ciudad, vivíamos en un palacio en el centro de la ciudad rodeado de un pequeño parque, y nos codeábamos con el resto de la aristocracia del reino. Poco a poco, y conocida como Tüz, como me llamaba mi madre desde que tengo uso de razón, debido a mi intensa cabellera pelirroja, me transformaba en una de las señoritas más preciadas en la alta sociedad magyar. Joven y bella –no me importa que critiquen mi falta de modestia, hay asuntos que no pueden camuflarse con esas tonterías-, de incansable conversación y risa contagiosa, combinaba mi afición por las tertulias y bailes con el estudio sistemático de artes literarias y musicales. A los 16 años, en 1795, mi padre decidió llevarme consigo a Viena, para que sirviera como dama de compañía a María Teresa de las Dos Sicilias, la Emperatriz Consorte de Francisco de Habsburgo-Lorena, a quien mi padre servía personalmente junto a su buen amigo, Klemens von Metternich. Además, tenían tres hijos, los que requerían constantemente de la atención que una jovencita ya formada podía procurarles: María Luisa, de 4 años, Fernando, de 2 años, y María Carolina, de apenas 1 año. Mis principales obligaciones consistían en compartir el día junto a la mayor de las niñas. Una necia insoportable, si me preguntan mi opinión, mimada en exceso y convencida de su belleza superior de la manera más irritante.  Exigía mis joyas, mis pañuelos, y hasta mis vestidos, que le quedaban tan bien como una carpa de gitanos.

Volví a Hungría sin el merecido alivio de librarme de aquella criatura, producto de la repentina enfermedad de mi hermano Miklós, que lo obligó a cambiar el aire de ciudad por el ambiente campestre, más específicamente, sentando su estadía en la residencia de campo de su camarada del ejército, Gusztáv Rákóczi, en la meseta transilvana, en 1799. Ante el delicado estado que argüía mi querido Mik en sus cartas, y mi insistencia por visitarlo, el propio Gusztáv realizó un viaje a la capital para tranquilizar a la familia de su amigo. Rákóczi era un hombre galante, atractivo como pocos, y rápidamente se ganó la confianza de István y Terézia, mis padres. Además de ser un perfecto caballero, y un incondicional anfitrión para Miklós, era un hombre de numerosos contactos a lo largo del imperio, debido a la posición privilegiada de sus ancestros, y la cuantiosa herencia que había recibido, pocos años antes, como único heredero de su padre. En resumen, un prospecto ideal.

Poco tiempo después, Miklós regresó. No parecía el mismo, el que antes fuera un vigoroso veinteañero ahora se veía pálido y ligeramente demacrado, pero todos lo atribuímos a su convalecencia. ¡Ja, pobres ingenuos! Permanecía encerrado en su habitación la mayor parte del día, y sólo hablaba con Gusztáv, quien también se quedó en Budapest, y lentamente, comenzó a cortejarme. Mis padres vieron esto con agrado; ya era hora de que su hija menor encontrara un pretendiente bien posicionado que fortaleciera sus vínculos aristocráticos. Si querían venderme al mejor postor, no había otro que lo aparentara con mayor gracia que Gusztáv.

Me volví loca por él. Era una chiquilla inexperta que no sabía nada del amor ni el placer, y las fugaces caricias de Rákóczi dejaban un hielo sobre mi piel que se me antojaba la más ferviente muestra de la pasión que me inundaba. Una mirada suya me elevaba al cielo, y soñaba despierta imaginando sus besos sobre mis labios entreabiertos.

Una noche en la que ambos nos encontrábamos paseando por las orillas del Danubio, una intempestiva figura nos atacó, abalanzándose sobre mí. La sed hacía estragos en Miklós, quien, con los ojos negros como pozos vacíos, me mantenía aterrada en el suelo de la Promenade mientras los colmillos hacían su aparición. “¡Es tu hermana, imbécil! ¡Vas a arruinarlo todo!”, le gritó Gusztáv, a la vez que, con una fuerza sobrehumana, lo lanzaba metros hacia delante, para luego tomarme en volandas, y sacarme de allí. ¡Mi príncipe azul, mi caballero de armadura reluciente! Nada más alejado de la verdad, pero yo era, repito, una tonta enamorada como sólo una cría que lo ha tenido todo, excepto el sentido común de la vida ganada por sus propias manos, puede serlo.

Era un seductor nato, no tuvo que esforzarse mucho para que mi inocencia y ambición se deslumbraran ante a palabra “inmortalidad”. Dijo que había sido la única forma de salvar a Miklós de sus heridas. Mi vampiro no era un monstruo, ¡había arrebatado a mi hermano de las garras de la muerte! Cuando recuerdo el candor y la dulzura con la que le agradecí, entre un millar de besos, siento el peso de mi estupidez como un cuchillo enterrado en mi espalda.

De más está decir lo que ocurrió aquella noche. Gusztáv se sirvió en bandeja mi cuerpo, mi alma, y hasta mi humanidad.


Desperté desnuda en una cama con las sábanas teñidas de rojo. Una asquerosa mancha color carmín oscuro, mi sangre. Olvidando los espasmos y dolores de la noche anterior, salí de la silenciosa habitación, aventurándome por los pasillos palaciegos en penumbra. La sangre seca formaba un delicado entramado semejante a encaje sobre mi piel. Una sensación de vacío terrible se cernía en mi estómago, y me hacía apurar el paso.

La tenue luz de los candelabros de plata me guió hasta el comedor. Gusztáv, Miklós, otros tres hombres y una mujer se levantaron al verme. No me importaba que estuvieran ahí, ni mi desnudez. Sencillamente, lo único a lo que mis ojos prestaban atención era la copa desbordante de una cálida bebida espesa, sangre. Gusztáv sonrió, y su sonrisa fue una invitación para que me acercara. Apenas el borde aún húmedo por la marca de sus labios rozó los míos, el bendito líquido se deslizó sobre mi lengua hasta el fondo de mi garganta. Fue entonces cuando supe que estaba condenada.

Seis meses después, con prisas y sin explicaciones, nos mudamos a París. Es un mundo nuevo que me deleita, se ofrece tentador a todos mis deseos. Jamás había estado en Francia, pero hablo francés a la perfección gracias a mi vieja institutriz, Madame Beauchamp. La gente aquí también es más desprevenida, y los bocados, más fáciles de encontrar. Sin embargo, Gusztáv parece pensativo. Algo pasa, y voy a averiguarlo.

DATOS EXTRA

Familiares.
-Lázar Mészáros:Abuelo. Noble.
-Sárika Bocskai: Abuela. Hija menor del barón Bocskai de Kismarja.
-István Mészáros: Padre. Noble. Asesor personal del Emperador Francisco de Habsburgo-Lorena.
-Terézia Pruskovsky: Madre. Noble. Prima del conde Jákob Pruskovsky. La familia es originaria de Moravia (República Checa).
-Ilona Mészáros: Hermana mayor. Noble.
-Miklós Mészáros: Hermano mayor. Noble. Vampiro.
-Gusztáv Rákóczi: Hijo menor del barón Bátor Rákóczi de Felsővadász. Conversor de su hermano Miklós, y responsable de su conversión. Pareja.

Datos adicionales: Uno de sus más profundos secretos, es el deseo frustrado de haber sido madre durante su vida humana. Es por eso que evita alimentarse de niños, porque la tentación de convertir a uno para ella misma es demasiado grande.

gracias a αgusτınα• de sourcecode