AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Callejera...
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Callejera...
Aprovechando la función nocturna del circo ambulante, llegué exactamente media hora antes con mi caravana para apostarme en una de las orillas del mismo. No deseaba sentirme una intrusa ni mucho menos, pero las últimas semanas el dinero había escaseado, teniendo que sufrir hambre y muchos desasosiegos. Tenía que buscar ganarme el pan de cada día de la manera que fuese. Mi fiel y único amigo Rigel – así nombré a mi hermoso caballo – daba más de lo que podía soportar. Ambos teníamos sed. Bajé desde donde me encontraba sentada, y me dediqué a hacerle algunos cariños, rascándole detrás de las orejas; hablándole, como si en verdad pudiese entenderme. De no ser por él, ya me habría vuelto loca. La soledad en la cual me había sumergido los últimos meses por voluntad propia, de vez en vez hacía mella, pero al momento de evocar recuerdos dolorosos, comprendía que era lo mejor.
Tomé un cubo de la parte trasera, y caminé algunos pasos hasta un pozo circundante, desde donde algunas mujeres llenaban los propios. Me acerqué, saludé con toda la cortesía de la que fui posible, pero de inmediato sentí el rechazo en sus miradas. Dejaron de parlotear entre ellas, para regalarme desprecio y burla al barrerme de abajo a arriba. Más que obvio era que mi presencia les molestaba, no era bienvenida. No es que me importara el hecho, pero me disgustaba que creyeran ser más que yo, sólo por ser diferente. Logré llenar mi cubo con agua, pero al momento que di la vuelta, comenzaron los insultos, siendo advertida y convenida, de no volver al pozo o la pasaría bastante mal: “No vuelvas callejera. Ándate a un burdel que es ahí donde perteneces”
Quise dar la media vuelta, ponerles un alto, callarles la sonrisa con una bofetada o un golpe con el puño cerrado, pero no tenía las fuerzas ni las ganas de enfrascarme en un altercado sin sentido. No convenía a mis intereses así de sencillo. Yo tenía mucha más educación que ellas, aunque mis ropas no fueran las más finas. Lo único importante, era satisfacer la sed de Rigel y la propia. Me serví el líquido en un vaso y el resto se lo regalé a mi precioso equino. Se sentía contento. Movía la cola, pataleaba y relinchaba, mientras le llevaba a sujetarle de un árbol cercano. Observé la hora en el reloj de bolsillo – regalo y único objeto que traje conmigo – percatándome que faltaban nueve menos diez. Si quería ganar algunas monedas y que la gente reparara atención en mí, debía apresurarme a vestirme y montar el número tantas veces ejecutado.
Me vestí lo más llamativa posible, me senté en un banquillo y comencé a tocar las cuerdas de una guitarra de reciente adquisición. Comencé cantando una canción suave, tenue, sonriendo –obligándome a sonreír para ser exactos – convidando a que se acercaran a escuchar la historia que tenía preparada para aquella noche. Un par de críos se acercó, sentándose en el suelo, saludándome con sus pequeñas manecitas. Agradecí su sincero saludo con una pequeña reverencia preguntando por sus nombres y su edad. Uno de ellos se llamaba François y el otro Phillipe. El más pequeño de ellos, Phillipe, un rapaz con hoyuelos en las mejillas, me regaló una moneda, tomando mi mano y depositándola ahí. En un acto noble y desinteresado le regalé un beso en la frente.
-¡Phillipe, ven acá de inmediato!
La voz de una mujer hizo que los niños respingaran y corrieran a dar la mano a sus respectivas madres. Damas de alta sociedad al parecer por lo ostentoso de sus vestidos. No sé qué hablarían entre ellas, pero la madre de Philipe le limpiaba la frente con un pañuelo de manera urgente casi al borde del llanto, mientras que la otra mujer, se tapaba la nariz. ¡Quise odiarlas, quise maldecirlas! Quise irme de ahí. Me sentí muy herida en mis sentimientos. Pero nada podía hacer más que dar las gracias, porque el gesto noble del pequeño podría darme la posibilidad de llevarme a la boca un mendrugo de pan. Guardé la moneda en un bolsito que colgaba de mi cintura, y proseguí tocando la guitarra. Por más intentos que hacía, no lograba que nadie se acercara. Y nadie se acercó… La gente se fue retirando poco a poco, dejando atrás solo el ruido de la soledad. Derrotada y sumamente hambrienta, me di por vencida. Guardé mis cosas, y me apresté a descansar, aguantando unas ganas inmensas de llorar. Me hice una coleta en el cabello. Desmaquillé mi rostro frente a un espejo, observando una profunda tristeza marcada. De aquella Coral de antaño, nada quedaba.
Apagué la luz de la única vela, y me acomodé entre mis cobijas, esperando caer en un sueño reparador, olvidándome por completo de la protesta de mi estómago. Mañana sería otro día, mañana comería, quizás.
No habían pasado más allá de unos minutos, cuando sentí que la caravana era sacudida en todas direcciones, acompañada de muchas risas. Risas de varios hombres. Rigel comenzó a relinchar, alertándome. ¿Qué le estaban haciendo esos miserables? El corazón comenzó a latirme con fuerza. ¿Qué debía hacer? Con mucha desesperación, busqué entre mis pertenencias, aquél par de cuchillos que siempre guardaba celosamente para mi protección, esperando fervientemente nunca utilizarlos. La caravana comenzó a moverse con más fuerza, haciéndome gritar… Inclusive pude escuchar movimientos al frente, justo en la entrada. La silueta de un hombre… Tomé los cuchillos dispuesta a defenderme de quien fuese.
Tomé un cubo de la parte trasera, y caminé algunos pasos hasta un pozo circundante, desde donde algunas mujeres llenaban los propios. Me acerqué, saludé con toda la cortesía de la que fui posible, pero de inmediato sentí el rechazo en sus miradas. Dejaron de parlotear entre ellas, para regalarme desprecio y burla al barrerme de abajo a arriba. Más que obvio era que mi presencia les molestaba, no era bienvenida. No es que me importara el hecho, pero me disgustaba que creyeran ser más que yo, sólo por ser diferente. Logré llenar mi cubo con agua, pero al momento que di la vuelta, comenzaron los insultos, siendo advertida y convenida, de no volver al pozo o la pasaría bastante mal: “No vuelvas callejera. Ándate a un burdel que es ahí donde perteneces”
Quise dar la media vuelta, ponerles un alto, callarles la sonrisa con una bofetada o un golpe con el puño cerrado, pero no tenía las fuerzas ni las ganas de enfrascarme en un altercado sin sentido. No convenía a mis intereses así de sencillo. Yo tenía mucha más educación que ellas, aunque mis ropas no fueran las más finas. Lo único importante, era satisfacer la sed de Rigel y la propia. Me serví el líquido en un vaso y el resto se lo regalé a mi precioso equino. Se sentía contento. Movía la cola, pataleaba y relinchaba, mientras le llevaba a sujetarle de un árbol cercano. Observé la hora en el reloj de bolsillo – regalo y único objeto que traje conmigo – percatándome que faltaban nueve menos diez. Si quería ganar algunas monedas y que la gente reparara atención en mí, debía apresurarme a vestirme y montar el número tantas veces ejecutado.
Me vestí lo más llamativa posible, me senté en un banquillo y comencé a tocar las cuerdas de una guitarra de reciente adquisición. Comencé cantando una canción suave, tenue, sonriendo –obligándome a sonreír para ser exactos – convidando a que se acercaran a escuchar la historia que tenía preparada para aquella noche. Un par de críos se acercó, sentándose en el suelo, saludándome con sus pequeñas manecitas. Agradecí su sincero saludo con una pequeña reverencia preguntando por sus nombres y su edad. Uno de ellos se llamaba François y el otro Phillipe. El más pequeño de ellos, Phillipe, un rapaz con hoyuelos en las mejillas, me regaló una moneda, tomando mi mano y depositándola ahí. En un acto noble y desinteresado le regalé un beso en la frente.
-¡Phillipe, ven acá de inmediato!
La voz de una mujer hizo que los niños respingaran y corrieran a dar la mano a sus respectivas madres. Damas de alta sociedad al parecer por lo ostentoso de sus vestidos. No sé qué hablarían entre ellas, pero la madre de Philipe le limpiaba la frente con un pañuelo de manera urgente casi al borde del llanto, mientras que la otra mujer, se tapaba la nariz. ¡Quise odiarlas, quise maldecirlas! Quise irme de ahí. Me sentí muy herida en mis sentimientos. Pero nada podía hacer más que dar las gracias, porque el gesto noble del pequeño podría darme la posibilidad de llevarme a la boca un mendrugo de pan. Guardé la moneda en un bolsito que colgaba de mi cintura, y proseguí tocando la guitarra. Por más intentos que hacía, no lograba que nadie se acercara. Y nadie se acercó… La gente se fue retirando poco a poco, dejando atrás solo el ruido de la soledad. Derrotada y sumamente hambrienta, me di por vencida. Guardé mis cosas, y me apresté a descansar, aguantando unas ganas inmensas de llorar. Me hice una coleta en el cabello. Desmaquillé mi rostro frente a un espejo, observando una profunda tristeza marcada. De aquella Coral de antaño, nada quedaba.
Apagué la luz de la única vela, y me acomodé entre mis cobijas, esperando caer en un sueño reparador, olvidándome por completo de la protesta de mi estómago. Mañana sería otro día, mañana comería, quizás.
No habían pasado más allá de unos minutos, cuando sentí que la caravana era sacudida en todas direcciones, acompañada de muchas risas. Risas de varios hombres. Rigel comenzó a relinchar, alertándome. ¿Qué le estaban haciendo esos miserables? El corazón comenzó a latirme con fuerza. ¿Qué debía hacer? Con mucha desesperación, busqué entre mis pertenencias, aquél par de cuchillos que siempre guardaba celosamente para mi protección, esperando fervientemente nunca utilizarlos. La caravana comenzó a moverse con más fuerza, haciéndome gritar… Inclusive pude escuchar movimientos al frente, justo en la entrada. La silueta de un hombre… Tomé los cuchillos dispuesta a defenderme de quien fuese.
Sashenka D. Pratts- Gitano
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Fecha de inscripción : 27/01/2014
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Re: Callejera...
(Si dios guarda las almas de sus hijos así como sus destinos, por qué permite tales actos de hermanos a hermanos, por qué tolerar indulgencias como aquellas. No tiene sentido… pero tal vez pueda sacar beneficio). Pensó el inmortal viendo desde lejos la soledad de la bella gitana, escondido entre la multitud, disperso entre las miradas, difuminado entre los olores y demás sensaciones de aquel circo ambulante y pobre. Parado y muy lejos de todos ellos observaba atento a la mujer de la guitarra, que talentosa, era ignorada por completo de todos aquellos a los cuales él debía servir como personas por orden exclusiva de su amo. Pero pronto una sonrisa se pronuncio en sus labios al percatarse de la presencia de dos infantes, inocentes, dulces y amables que dando un sorbo de vida a la muchacha le ofrecen algo más que una moneda, y era su respeto y atención; pero esa mueca de agrado, aquella sensación de satisfacción y esperanza en la raza humana pronto se quitaron al ver a aquellas madres de raza baja, que en un intento desesperado por limpiar a sus hijos no veían que humillaban a la gitana. Esto desagrado pronto al esclavo, que acercándose empezó a notar un cambio en el aura de la muchacha. Odio, rencor, envidia, y decepción. Aquello fue lo que notó el inmortal al poco de empezar a caminar hacia la morena, haciendo que se detuviera y se mantuviera en el anonimato, mirando, queriendo pensar que ella era distinta, que no sentía las emociones mundanas que tantas veces le habían desilusionado en la raza humana, asqueando el recuerdo de cuando una vez fue uno de ellos, provocando arcadas silenciosas y expulsiones ansiosas de sus recuerdos humanos disfrazados en una postura perfectamente recta, elegante y bella. Su mirada en la joven gitana era alta y la mantenía igual durante toda la estancia de la misma en aquel infierno oculto de llanos insanos entre sonrisas mentirosas y estafadoras. (No entiendo cómo es que me sorprendo todavía de esto. Lo he visto más de una vez y aún así no puedo ignorarla, ¿cómo lo harán los hombres comunes para conseguir pasar por alto a una muchacha de tanta belleza y elegancia tapada, envuelta en sabanas abandonadas? Tal vez deba seguir observando desde lejos y descubrir qué me llama tanto la atención de su ser...). Se comentó quedándose parado lejos de la artista sin desprender su furtiva mirada de ella, ignorando a todas aquellas que intentaban coquetear con él, pero que solamente recibían un tosco rechazo.
Y así fue como lo hizo. Se mantuvo ajeno a la gitana todo el tiempo, contemplando su arte, y admirando su belleza desde lo más lejano de la carpa, al menos hasta que ella recogió y se retiró a su caravana. Guardó rauda sus pocos objetos y nada más acabar de reparar en ello se fue, dejando tras de sí un camino inconfundible que el mayordomo siguió como la abeja a la miel, inocente y sencillo, rápido y distraído. Esquivaba hábilmente a quienes se le ponían por delante, no perdiendo nunca la vista a la muchacha, persiguiéndola cual perro a su presa, escoltando tal pelaje negro que se había llevado todas las emociones del esclavo. (No se ha dado cuenta de mi presencia, así que de momento no me presentaré, aunque creo que debería mantener la distancia, no vaya a ser que acabe descubriéndome, y entonces sí que deberé dejarla ir para siempre). Entonces se detuvo acabando de memorizar el trayecto de la damisela con los ojos, para unos minutos después seguirlo. Mirando como la gitana se iba se paró delante de un puesto cualquiera de distracción y entretenimiento, cosa que no le agradó demasiado, ya que el encargado de tal puesto le obligó, por así decirlo y para atraer más clientela jovenzuela, a ejecutar su tedioso juego, el cual consistía en tirar a la diana con algunos objetos de por medio. Varias personas entonces se detuvieron a observar al mayordomo, que vestido con su traje de servicio, agarra el arco con soltura y lo tensa, agarrando con fuerza la flecha, y apuntando con presteza al blanco. Luego disparó sin percatarse que varios monos pintados en madera se interpusieron en la trayectoria del proyectil, impidiendo que llegara a su destino, teniendo como consecuencia el turno perdido del vampiro. Esto hizo que todos aclamaran un “oooh” que molestó enormemente al mayordomo, que pidiendo una segunda ronda, ejecuta los mismos movimientos, aunque con cierta trampa, ya que en lugar de retener sus fuerzas las utilizaba todas, tensando demasiado el arco, y soltando la flecha con mucha más fuerza, consiguiendo romper al trío de monos que guardaban el centro de la diana, y consiguiendo clavar de una vez por todas la punta de la misma en el blanco deseado. Esto dejó boquiabierto al gitano, que exigiendo algo, se calló al ser mirado cruelmente por el inmortal, que pronto acabó completando el trayecto hasta la bella joven que había divisando anteriormente.
(No puede ser). Se dijo saliendo de aquel lugar infernal para encontrarse de frente con los demonios y poco más. Un grupo de aproximadamente dieciséis hombres zarandeaban brutalmente la caravana de la gitana, consiguiendo alarmar fuertemente al pobre caballo, que asustado zapateaba y relinchaba apurado. El vampiro, y pese a que iba contra sus principios, se mantuvo ajeno a todo ello, hasta que escuchó gracias su oído superior las palabras “violación” y “asesinato”; entonces la ira se apoderó de su cuerpo, y siendo más rápido, consiguió sorprenderlos de manera efectiva e inhumana. Con una velocidad endemoniada se puso detrás de dos de ellos, los únicos que estaban fuera de la visión del resto, y que seguían moviendo fuertemente la frágil casa, pero que no tardaron demasiado en parar, ya que sin pensarlo recibieron una puñalada en el corazón que poco o nada de extraño tenía, pues eran unas manos recubiertas por telas finas las que acababan de ejecutarlos por la espalda de forma inmediata. Luego, y aprovechando la curiosidad de otros tres, aguardó en una esquina donde solamente daba la oscuridad, y allí alistó tres cuchillos que poseía escondidos en su chaleco. Cuando ese trío de mal nacidos hubo quedándose anonadados por la muerte de dos de ellos el vampiro, raudo y preciso, aprovechó la ocasión y les lanzó las tres puntas afiladas a sus cuellos, ocasionándoles una muerte inmediata, acabando de una sentada con cinco de ellos como si nada. (Quedan once y tres cuchillos más). Se dijo sonriente, pues todavía tenía aquel estoque que le había dado su amo y que podía utilizar libremente cuando le plazca, y aquella parecía un buen momento para estrenarlo. Los pocos que quedaban se juntaban en un lugar donde la luna sí daba, y mientras hacían recuento de cuales se mantenían, el inmortal hizo acto de presencia, anunciando su nombre y, claro está, sus intenciones: Buenas noches señores permítanme presentarme por favor. Mi nombre es Vayne Mercury, y hoy haré en mi función personal de vuestro verdugo, así que por favor no se alteren demasiado ni armen mucho escándalo, acabaran muertos todos antes de ver con qué les he cegado, así que con su permiso…-, dijo anteriormente a lanzarse fiero a ellos. Corrió hasta el primero, y clavándole un cuchillo en el vientre acabó tirando del mismo hacia un lado, abriendo por completo su estomago. Luego, a por el segundo, el cual sacó una pistola, pero de poco le sirvió, ya que el tiro que disparó dio en la tierra, ocasionando la reacción del mayordomo, que le lanzó veloz el dardo a la cabeza, fulminándole de inmediato. (Quedan nueve). Volvió a decirse observando como los mismos sacan armas y demás herramientas de guerra.
A los dos siguientes les tiró los cuchillos pertinentes, matándolos en el acto y evitando que disparen sus armas portátiles, dejando un pequeño grupo de siete, los cuales apuntaron leales a su vida al vampiro, y apretando el gatillo dieron a conocer el espectáculo a los demás hermanos. Cinco balas impactaron en el mayordomo, dos en el pecho, una en el brazo, y las otras dos en la pierna izquierda, y al contrario de lo que ellos podrían llegar a pensar, esto solo hizo que el moreno diera una fuerte carcajada, abalanzándose de nuevo contra ellos, estoque en mano, y apuñalándoles sin parar en lo que era torso, cara y cuello, derramando sangre por doquier. Y así, entre gritos de lamento, suplicas, y llantos de dolor el vampiro sació su sed de sangre y acabó ejecutando la justicia divina de la cual solamente se sentía avergonzado. Puede salir, madame-, dijo arrepentido de sus actos buscando el consuelo que había hecho lo correcto. El panorama que daba era de sadismo y una crueldad bestial. Ríos de sangre seguían un curso que acababa en los zapatos negros del pelinegro, más las viseras de las victimas, las cuales eran pisoteadas, pateadas, y lanzadas contra sus cuerpos inertes y sin vida que ahora rodeaban al cadáver no-muerto que se alzaba sobre todos ellos, en pie, empuñando una espada, y mirando a la luna, dando la espalda a la salida de la gitana. Seguramente cuando la morena saliera lo único que vería sería a un hombre salpicado de sangre, elegantemente vestido de esmoquin negro, con una flamante espada en mano diestra, mirando a la luna, casi llorando por sus actos, que rogaba en susurros a Dios que le perdonase por las vidas que había cegado pese haber mostrado satisfacción mientras lo hacía. Perdóneme, señorita por las vistas, espero que no me juzgue por favor.- Se disculpó girándose poco a poco y mostrado su hermoso rostro tintado de rojo, pero pronto lo comenzó a limpiar con un pañuelo blanco posteriormente a haber enfundado el estoque.
Vayne Mercury- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 06/01/2014
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Re: Callejera...
La carreta se movía en todas direcciones, imposibilitándome para ponerme de pie, o poder estabilizarme. Solo podía escuchar las risas de todos aquellos que estaban atentando en contra de mi carreta, que chirriaba en cada movimiento de ida y venida. Si las cosas seguían así las ruedas acabarían por romperse y todo el peso de la misma acabaría en el piso junto conmigo. Grité, les pedí que parasen, que me dejaran tranquila, pero el simple hecho de mis gritos desesperados parecía alentarlos a seguir cometiendo tal acto inmisericorde. La sombra de aquel hombre seguía acechando al frente, alentando a todos a seguir, riéndose a carcajadas, diciendo palabras soeces hacia mi persona. Como pude, volví a tomar mis armas, dispuesta a todo con tal de que parasen; como pude, me incorporé empuñando el puñal en mi mano derecha, dispuesta a testar el primer golpe, mismo que sería en la parte baja, donde presumía podría encontrarse su pierna. Alcé el arma blanca. La mano me temblaba, pero el coraje y el instinto de supervivencia me motivaban a defender mi vida y mi honra.
Lo que ocurrió casi en seguida, fue algo que no esperé. La sombra de aquel hombre desapareció de mi vista como por arte de magia y la carreta dejó de moverse. Parpadeé tratando de comprender el qué había ocurrido. El silenció reinó por algunos segundos que se me hicieron horas, sólo pudiendo escuchar mi propia respiración acelerada y mis dientes chocar unos contra otros por el miedo. ¡Mi corazón latía con tanta fuerza que parecía querer salirse de mi pecho! Después de éste lapsus de confusión llegó el sonido de algunos disparos, una carcajada y gritos desgarradores de dolor. ¿Qué estaba sucediendo allá afuera? Tenía miedo de aventurarme a asomar mi cabeza o buscar algún resquicio en la tela de la carreta para poder observar hacia afuera, pero deseché por completo la idea.
Llevé una mano hasta mi pecho para tratar de calmarme, cerrando mis ojos a su vez. ¿Qué me diría mi madre en éstos casos? ¿Me pediría serenidad y paciencia? ¿Me volvería a decir que huyera para salvar mi vida? Mi cara se volvió una mueca, las lágrimas estaban desesperadas por salir de mis ojos, pero muy en el fondo yo no quería llorar. Ya había llorado lo suficiente por ellos y su ausencia eterna. << Sé valiente, sé valiente… >> traté de controlar mi respiración, puesto que el miedo, quería convertirme en su presa, controlando mi mente, obligándome a pensar una y mil cosas absurdas. Si algo me había enseñado aquellos dos años en soledad, era que nadie iba a hacer nada por mí, que si quería seguir adelante y con vida en un país y ciudad desconocidas, era precisamente encarar los problemas de frente, aunque el primer paso fuese el más difícil de todos.
–Puede salir, madame.
La voz me hizo respingar, haciéndome regresar a la realidad de mi problema. Un problema que parecía no haber terminado, pues un hombre me hablaba desde fuera, invitándome a salir. Con los sentimientos a flor de piel, busqué nerviosamente hacerme del cuchillo más grande, sujetándolo con fuerza por el mango. Era más que obvio que mi deseo no era salir, y rebelarme ante él, aunque frágil, la mantilla de la carreta me proporcionaba una débil protección entre esa voz – hasta el momento – y yo. Dudé por una fracción de segundo, pero la razón pudo más que mi miedo, y aún insegura de lo que iba a hacer, me fui aproximando lentamente hacia la salida, donde nuevamente ese silencio incómodo se hacía el rey del lugar. A los lejos sólo se podían escuchar algunos grillos, y otro tipo de ruidos que no fui capaz de definir, salvo el viento que soplaba tenue pero lo suficiente para hacerse sentir y hacer mecer mis cabellos y mi ropa de dormir.
Lo que observé – en un principio – fue aquella figura bañada bajo la luz de la luna, envuelto en un velo de oscuridad y misticismo. Un hombre alto sosteniendo una espada en la diestra, dándome la espalda. Mi vista fue de su presencia, hacia la escena dantesca de los alrededores… Cuerpos desmembrados, sangre… Me llevé la mano a la boca para evitar gritar por el horrendo panorama. Mis ojos estaban tan abiertos, que parecían salirse de sus cuencas. ¡No podía dar crédito a lo que mis ojos veían! ¡Cuánta saña!
–Perdóneme, señorita por las vistas, espero que no me juzgue por favor.
El hombre había revelado su rostro por fin. Su imagen me recordaba tanto a la imagen del hombre del bombín, aquella historia que les contaban los chicos más grandes a los más pequeños en las noches para espantarles. Aquel hombre, a pesar de aparentar una calma en su rostro, se me presentaba como alguien ajeno, y peligroso, puesto que su aura, aunque tranquila, era un aura vampírica. << Un vampiro... Ahora sí estoy perdida >> ¿Qué podría hacer contra alguien como él? ¿Correr? ¿Pedir ayuda? ¿A quién? Nada ni nadie vendría en auxilio de ésta pobre y asustada gitana. El vampiro vestido de etiqueta, manchado de sangre por su festín, ya me había dado una pequeña muestra de su poder, sería cuestión de segundos y mi preciosa sangre sería reclamada como justo premio. Quise sujetarme de lo primero que encontré, pues las piernas parecían no sostenerme más, pero lo único que conseguí con esto, fue darle el tiro de gracia a mi tambaleante carreta, que finalmente se venció, haciéndome caer con ella. La mantilla cayó sobre mí y le aparté lo más rápido que pude, buscando desesperadamente el cuchillo. Una vez lo tuve de nuevo entre mis manos, salí de entre aquel desbarajuste de telas. Me puse de pie, y aún con miedo y no sabiendo si lo que hacía era correcto, le encaré poniendo el cuchillo en frente de mí. Yo estaba decidida a defender mi vida, aún y cuando la batalla estaba claramente perdida.
–No… le voy a dejar las cosas tan fáciles… - ¿De dónde saqué el valor para encararle? Ni yo misma lo sabía –. Voy a defenderme hasta mi último suspiro…
Lo que ocurrió casi en seguida, fue algo que no esperé. La sombra de aquel hombre desapareció de mi vista como por arte de magia y la carreta dejó de moverse. Parpadeé tratando de comprender el qué había ocurrido. El silenció reinó por algunos segundos que se me hicieron horas, sólo pudiendo escuchar mi propia respiración acelerada y mis dientes chocar unos contra otros por el miedo. ¡Mi corazón latía con tanta fuerza que parecía querer salirse de mi pecho! Después de éste lapsus de confusión llegó el sonido de algunos disparos, una carcajada y gritos desgarradores de dolor. ¿Qué estaba sucediendo allá afuera? Tenía miedo de aventurarme a asomar mi cabeza o buscar algún resquicio en la tela de la carreta para poder observar hacia afuera, pero deseché por completo la idea.
Llevé una mano hasta mi pecho para tratar de calmarme, cerrando mis ojos a su vez. ¿Qué me diría mi madre en éstos casos? ¿Me pediría serenidad y paciencia? ¿Me volvería a decir que huyera para salvar mi vida? Mi cara se volvió una mueca, las lágrimas estaban desesperadas por salir de mis ojos, pero muy en el fondo yo no quería llorar. Ya había llorado lo suficiente por ellos y su ausencia eterna. << Sé valiente, sé valiente… >> traté de controlar mi respiración, puesto que el miedo, quería convertirme en su presa, controlando mi mente, obligándome a pensar una y mil cosas absurdas. Si algo me había enseñado aquellos dos años en soledad, era que nadie iba a hacer nada por mí, que si quería seguir adelante y con vida en un país y ciudad desconocidas, era precisamente encarar los problemas de frente, aunque el primer paso fuese el más difícil de todos.
–Puede salir, madame.
La voz me hizo respingar, haciéndome regresar a la realidad de mi problema. Un problema que parecía no haber terminado, pues un hombre me hablaba desde fuera, invitándome a salir. Con los sentimientos a flor de piel, busqué nerviosamente hacerme del cuchillo más grande, sujetándolo con fuerza por el mango. Era más que obvio que mi deseo no era salir, y rebelarme ante él, aunque frágil, la mantilla de la carreta me proporcionaba una débil protección entre esa voz – hasta el momento – y yo. Dudé por una fracción de segundo, pero la razón pudo más que mi miedo, y aún insegura de lo que iba a hacer, me fui aproximando lentamente hacia la salida, donde nuevamente ese silencio incómodo se hacía el rey del lugar. A los lejos sólo se podían escuchar algunos grillos, y otro tipo de ruidos que no fui capaz de definir, salvo el viento que soplaba tenue pero lo suficiente para hacerse sentir y hacer mecer mis cabellos y mi ropa de dormir.
Lo que observé – en un principio – fue aquella figura bañada bajo la luz de la luna, envuelto en un velo de oscuridad y misticismo. Un hombre alto sosteniendo una espada en la diestra, dándome la espalda. Mi vista fue de su presencia, hacia la escena dantesca de los alrededores… Cuerpos desmembrados, sangre… Me llevé la mano a la boca para evitar gritar por el horrendo panorama. Mis ojos estaban tan abiertos, que parecían salirse de sus cuencas. ¡No podía dar crédito a lo que mis ojos veían! ¡Cuánta saña!
–Perdóneme, señorita por las vistas, espero que no me juzgue por favor.
El hombre había revelado su rostro por fin. Su imagen me recordaba tanto a la imagen del hombre del bombín, aquella historia que les contaban los chicos más grandes a los más pequeños en las noches para espantarles. Aquel hombre, a pesar de aparentar una calma en su rostro, se me presentaba como alguien ajeno, y peligroso, puesto que su aura, aunque tranquila, era un aura vampírica. << Un vampiro... Ahora sí estoy perdida >> ¿Qué podría hacer contra alguien como él? ¿Correr? ¿Pedir ayuda? ¿A quién? Nada ni nadie vendría en auxilio de ésta pobre y asustada gitana. El vampiro vestido de etiqueta, manchado de sangre por su festín, ya me había dado una pequeña muestra de su poder, sería cuestión de segundos y mi preciosa sangre sería reclamada como justo premio. Quise sujetarme de lo primero que encontré, pues las piernas parecían no sostenerme más, pero lo único que conseguí con esto, fue darle el tiro de gracia a mi tambaleante carreta, que finalmente se venció, haciéndome caer con ella. La mantilla cayó sobre mí y le aparté lo más rápido que pude, buscando desesperadamente el cuchillo. Una vez lo tuve de nuevo entre mis manos, salí de entre aquel desbarajuste de telas. Me puse de pie, y aún con miedo y no sabiendo si lo que hacía era correcto, le encaré poniendo el cuchillo en frente de mí. Yo estaba decidida a defender mi vida, aún y cuando la batalla estaba claramente perdida.
–No… le voy a dejar las cosas tan fáciles… - ¿De dónde saqué el valor para encararle? Ni yo misma lo sabía –. Voy a defenderme hasta mi último suspiro…
Sashenka D. Pratts- Gitano
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Re: Callejera...
El nauseabundo aroma del temor invadió de inmediato el olfato del mayordomo, que acabándose de quitar las tediosas manchas carmesí de su rostro, sonríe suplicando comprensión y paciencia. No le extrañaba aquella reacción de la muchacha, pero aún así la consideraba desmesurada, puesto que quién si no él la había rescatado de una situación algo más que peligrosa. Un héroe disfrazado de villano rehaciendo el papel de criminal cuando el suyo propio era de Dios, aunque no a su vista, pues la justicia era su deber y su único placer ahora en esta “vida”, que poco o nada tiene de placentera, sino de existencia cruel y castigada, llevada a la servidumbre por honor. (…) No pensó nada observando como empuñaba nerviosa aquella daga minúscula, reducida a la mínima expresión, que nada tenía de amenaza para el justo inmortal, que en un acto de fe y confianza a la muchacha guarda su espada. Luego, y nada más notar como la luna se ocultaba detrás de una pequeña nube de lluvia, se ajustó las vestimentas, que deshechas y maltrechas daban pena. Vayne Mercury para servirla, señorita-, dijo realizando una pequeña reverencia. Inclinó su cuerpo unos treinta grados más o menos, mientras cruzaba su pecho en diagonal con la mano diestra, bajando la cabeza saludando a la vida y al perdón de la joven gitana. No pretendía hacerle ningún tipo de daño y ni mucho menos acabar con su vida, por lo que aquellas palabras salidas del coraje y la valentía más común jamás vista no venían al caso, llevando al ex soldado a mostrarse como siempre: cortés, sumiso, educado y comprensivo. ¿Se encuentra bien, madame? ¿Tiene alguna herida o quizás golpe? ¿Necesita un médico?-. Resultaba irónico que habiendo hecho lo que hizo supiera preguntar sin más si era necesario un doctor, y es que pese a comprenderlo perfectamente, era consciente que la muchacha seguramente se relajaría un poco al oír aquel interés desinteresado en ella por parte del “Demonio”.
(No la llegaron a tocar, eso es seguro, sin más llegué a tiempo, pero me preocupa que dentro de la carroza pudiera haber recibido el daño con algún otro objeto ajeno a estos sujetos. Quizás algún bote o palo… sea como sea debo asegurarme que esté bien antes de que llegue la policía, que no debe tardar demasiado en venir). Dijo percatándose de algunos ruidos lejanos, distintos al resto que escuchaba anteriores a esta pequeña masacre de la cual fue autor, y es que la policía ya estaba en camino. Seguramente los disparos de los sujetos los hayan alertado y por ello regresan veloces a donde estaba el inmortal, que impasible a lo que ocurría a su alrededor sonríe, parecía estar totalmente a gusto con lo que pasaba, detonando aquella pequeña emoción que no sentía desde hace varios años. Si me permite, señorita, le seré totalmente sincero-, no cabía lugar a dudas que cuando decía aquello la cosa iba muy en serio y uno debería preocuparse, pues su rostro cambiaba profundamente a uno serio, sincero, casi preocupado por unas consecuencias que poco o nada le afectarían, ya que el paso del tiempo estaba a su completa disposición y servicio. La policía se acerca, rauda y veloz tras escuchar los disparos provenientes de este lugar, con lo cual ya deben sospechar de una pelea que ya ha acabado en muerte. Luego aquí se le presentan dos opciones, madame; la primera es quedarse, decir que es inocente, y morir mañana al alba en la horca tras ser acusada del asesinato de estos “caballeros”; la segunda, y no por ello despreciable, es que venga conmigo. Yo le pueda dar cobijo un tiempo, y si lo desea hasta trabajo.- Qué puede estar pensando este mayordomo inmortal cuando se refiere llevársela consigo y darle cobijo y trabajo; quizás planee dársela a Lord Lucern como cena mañana, o tal vez utilizarla como conejillo de indias para algunos de sus numerosos experimentos sociales, pero lo que no hay duda es que desea llevarla consigo mismo a toda costa, y cuando algo se le mete entre ceja y ceja es inevitable que pase. Debe decidirlo ya, señorita. Pronto estarán aquí y será demasiado tarde…-, era curiosa la manera en la cual le ponía prisa a la damisela, sabía qué elegiría pero deseaba escucharlo de su boca, pues era de las pocas cosas en este mundo que se podrían convertir en su capricho, aunque a un nivel mucho más inferior del que se puede sospechar por su insistencia.
Los agentes del orden se acercan veloces, no se detienen por nada, y siguen superando una a una las carpas. Él los oye, escucha como hablan, gritan, y ordenan. Saben lo que ha pasado, y eso le preocupa, puesto que la primera opción de la muchacha, la de quedarse e intentar dialogar ahora es nula. La matarían antes siquiera de que pudiera abrir la boca, por lo que su mejor oportunidad era la que le ofrecía el moreno, que dibujando una sonrisa invisible en sus labios ya sabía con toda certeza la respuesta. (Si es inteligente vendrá conmigo, a menos claro está que desee la muerte, pero con estos humanos nunca se sabe. Mejor será que aguante hasta el último instante a ver qué sucede con ella, y rezar para que sea consciente de lo que sucede…). La pregunta seguía ahí, ¿por qué se preocupaba tanto por la mujer? No tenía lógica aparente. Mientras esperaba pasivo la respuesta de la gitana el vampiro con aires misteriosos se arreglaba. Estiraba la camisa y los guantes, poniéndolos tensos, para luego soltarlos y dejarlos lisos sobre su impoluta piel. Lo mismo repitió con el pantalón y el chaleco, hasta quedar casi como nuevo, exceptuando las manchas de sangre que predominaban en la que fue una blanca camisa de lana tejida con la más lujosa calidad. Después, y al observar que la muchacha todavía tardaba, se apresuró en recoger todos los cuchillos que había manchado con la sangre de aquellos insensatos hombres, y los colocó de nuevo en su sitio correspondiente, que era en la cara oculta de su chaleco. Hasta que por fin escuchó las palabras de la mujer…
Vayne Mercury- Vampiro Clase Alta
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Re: Callejera...
Don't save a prayer for me now,
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¿Cómo debía tomar aquella proposición descabellada? El panorama lucía incierto: Dos caminos se presentaban al frente, y ninguno parecía ser prometedor en aquel instante. Por un lado, la idea de morir en la horca siendo inocente, me parecía una completa injustica, ¡una aberración! ¿Por qué habría de pagar por crímenes ajenos? ¿Por qué precisamente yo? Sabía la respuesta, tristemente la sabía y deseó en aquel instante que el tiempo retrocediera. Deseé estar en mi clan, en aquel hermoso paraje de verdes prados y ríos de sol; deseé estar bajo el resguardo de los brazos de mi madre y los consejos de mi padre. Deseé a su vez ser alguien diferente por muy contradictorio que pudiera ser ese fugaz pensamiento. Deseé vivir, porque aún tenía por delante muchos sueños y muchas metas que cumplir. ¿La vida, el destino o lo que fuere, me estaban poniendo a prueba de nuevo? ¿Cuántos golpes más tendría que recibir para alcanzar la tan anhelada felicidad que me había sido negada durante años? Por otra parte, el hijo de la noche, que se había presentado como Vayne Mercury con toda parsimonia, me había salvado de sufrir una y mil cosas impensables a manos de aquellos hombres que yacían muertos de manera horripilante, de la mano de su astucia y de su poderosa espada.
Aún estaba latente, flotando en el ambiente, el miedo “natural” de confiar en su palabra por completo. Me había salvado sí, pero aquel acto de heroísmo, podría ser una pantalla, una treta para irme a su lado y posteriormente, ya en la soledad de algún paraje alejado, servirle como bolsa de sangre en el mejor de los casos… Quizás su amabilidad y preocupación fueran reales, quizás no. Si algo aprendí en la vida, fue a desconfiar por completo de las criaturas sobrenaturales; si algo también aprendí, es que debía darles el beneficio de la duda, aún y cuando la situación se presentara absurda, difícil y desesperada. Todo esto era una situación desesperada, efectivamente << No juzgues si no quieres ser juzgada >> Me repetí una y otra vez, sopesando mis posibilidades, que no eran muchas. ¿Podría confiar en Vayne Mercury? ¿Aceptar su ayuda e irme con él?
El relinchido de Rigel me regresó de vuelta a la realidad, mismo que golpeaba con sus patas el suelo terregoso. Mi hermoso y fiel caballo seguía ahí, amarrado al árbol deseoso de sentirse libre. Regresé mi mirada hacia Vayne. Lentamente bajé la guardia. No tenía ningún caso seguirle amedrentando con una diminuta daga sin filo. ¿A quién engañaba? Por el momento mi vida no corría peligro. Los ojos de un azul profundo del vampiro me daban una extraña e inquietante tranquilidad. Di dos pasos hacia atrás, con mucha cautela, y luego apuré el paso hacia donde se encontraba mi caballo. Le acaricié, le dije palabras de consuelo y me abracé a él. Si Rigel estaba conmigo, tendría las fuerzas necesarias para seguir adelante.
El mágico momento se rompió al escuchar voces y gritos a lo lejos. Vayne tenía razón. La policía no tardaría en llegar, y encontrarían toda la escena montada, casi sacada de un cuento de terror. Corrí hacia lo que quedaba de mi carromato. De entre todo el desorden busqué desesperadamente mi reloj de bolsillo, y cualquier cosa que pudiera vincularme con lo ocurrido, guardándolo en un bolsito que amarré a mi cintura. No quería ni por un minuto pensar, el hecho de imaginarme siendo perseguida por las autoridades, poniendo precio a mi cabeza. << Vamos, vamos, apresúrate >> Me sujeté el cabello como pude, me calcé y me sentí lista para lo que fuera ocurrir a continuación. Desamarré a Rigel, me aproximé con rapidez hasta Vayne, que al parecer había tenido la suficiente paciencia para esperarme y le miré con ojos suplicantes:
–Acepto su ayuda Monsieur – dije aún no muy consiente de estar haciendo lo correcto, pues las piernas me temblaban, amenazando con dejarme caer en cualquier momento. –P- Pero no me iré sin él – Me refería al caballo por supuesto –. A-A donde vaya yo, él debe ir conmigo. Es mi único amigo.No sé por qué le dije aquello, me sentía completamente vulnerable y desesperada. Le volví a abrazar, tranquilizándolo, porque la presencia del inmortal lo inquietaba, tanto como a mí.
–Tranquilo, tranquilo, todo va a estar bien… todo… Lo prometo.
Aún estaba latente, flotando en el ambiente, el miedo “natural” de confiar en su palabra por completo. Me había salvado sí, pero aquel acto de heroísmo, podría ser una pantalla, una treta para irme a su lado y posteriormente, ya en la soledad de algún paraje alejado, servirle como bolsa de sangre en el mejor de los casos… Quizás su amabilidad y preocupación fueran reales, quizás no. Si algo aprendí en la vida, fue a desconfiar por completo de las criaturas sobrenaturales; si algo también aprendí, es que debía darles el beneficio de la duda, aún y cuando la situación se presentara absurda, difícil y desesperada. Todo esto era una situación desesperada, efectivamente << No juzgues si no quieres ser juzgada >> Me repetí una y otra vez, sopesando mis posibilidades, que no eran muchas. ¿Podría confiar en Vayne Mercury? ¿Aceptar su ayuda e irme con él?
El relinchido de Rigel me regresó de vuelta a la realidad, mismo que golpeaba con sus patas el suelo terregoso. Mi hermoso y fiel caballo seguía ahí, amarrado al árbol deseoso de sentirse libre. Regresé mi mirada hacia Vayne. Lentamente bajé la guardia. No tenía ningún caso seguirle amedrentando con una diminuta daga sin filo. ¿A quién engañaba? Por el momento mi vida no corría peligro. Los ojos de un azul profundo del vampiro me daban una extraña e inquietante tranquilidad. Di dos pasos hacia atrás, con mucha cautela, y luego apuré el paso hacia donde se encontraba mi caballo. Le acaricié, le dije palabras de consuelo y me abracé a él. Si Rigel estaba conmigo, tendría las fuerzas necesarias para seguir adelante.
El mágico momento se rompió al escuchar voces y gritos a lo lejos. Vayne tenía razón. La policía no tardaría en llegar, y encontrarían toda la escena montada, casi sacada de un cuento de terror. Corrí hacia lo que quedaba de mi carromato. De entre todo el desorden busqué desesperadamente mi reloj de bolsillo, y cualquier cosa que pudiera vincularme con lo ocurrido, guardándolo en un bolsito que amarré a mi cintura. No quería ni por un minuto pensar, el hecho de imaginarme siendo perseguida por las autoridades, poniendo precio a mi cabeza. << Vamos, vamos, apresúrate >> Me sujeté el cabello como pude, me calcé y me sentí lista para lo que fuera ocurrir a continuación. Desamarré a Rigel, me aproximé con rapidez hasta Vayne, que al parecer había tenido la suficiente paciencia para esperarme y le miré con ojos suplicantes:
–Acepto su ayuda Monsieur – dije aún no muy consiente de estar haciendo lo correcto, pues las piernas me temblaban, amenazando con dejarme caer en cualquier momento. –P- Pero no me iré sin él – Me refería al caballo por supuesto –. A-A donde vaya yo, él debe ir conmigo. Es mi único amigo.No sé por qué le dije aquello, me sentía completamente vulnerable y desesperada. Le volví a abrazar, tranquilizándolo, porque la presencia del inmortal lo inquietaba, tanto como a mí.
–Tranquilo, tranquilo, todo va a estar bien… todo… Lo prometo.
Sashenka D. Pratts- Gitano
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Re: Callejera...
Ahí se encontraba el colmo de la situación, que bajo presión todos eligen la vida. El deseo de sobrevivir, de vivir un día más que presentaba la muchacha lo llenó de nostalgia, un recuerdo que como su humanidad quedó reducida a la nada y menos. Pero era curioso como había reaccionado la joven tras escuchar las palabras del inmortal, que la miraba con amabilidad y cortesía. (Sin lugar a dudas es una chica muy singular, sólo espero que no vacile en sacrificar el caballo si así es necesaria la situación...). ¿El por qué de estos pensamientos? Estaba claro, qué ser humano iría de inmediato hacia su caballo si éste no significara algo importante, quizás un recuerdo o un lazo afectivo que no se deseaba romper y que por ello se identificaba con el animal, pero daba igual, la respuesta de la dama ahí estaba, y el "demonio" de ojos azules no las pasaría jamás por alto. Entonces una sonrisa más amplia que las demás sobresalió por sus labios, que haciendo una media luna perfecta le contestaron a la señorita: Raudos debemos irnos. Monte en su corcel y sígame-, le ordenó tranquilo manteniendo la mueca anteriormente descrita a la par que ponía rumbo suave hacia la entrada norte a la ciudad francesa. Luego, y una vez estuvo puesto en claro el destino, aceleró hasta tal punto de coger ventaja al caballo, que comparado con el inmortal era demasiado lento. Pero con esto asalta una pregunta, ¿qué queda de su intento de hacerse pasar por un mero mortal? ¿Hay todavía algún rastro de su anonimato hacia aquella muchacha? Tal vez por herencia de una circunstancia adversa sabe que poco importa guardar las apariencias, o también porque es consciente que las gitanas son de las pocas mortales capaces de ver el aura maligna que recorre el contorno de su cuerpo, y por ello la morena podría haberse percatado de su naturaleza hacia ya bastante rato, por lo que hacerse el frágil solamente sería una absurda farsa que ni siquiera era necesaria.
Y corrió hasta ver la luz de la luna en un claro cerca todavía del andrajoso circo gitano, pero lo suficientemente lejos de la policía como para despistarlos y llevarlos hacia otra dirección, una donde seguramente se encontraría con alguna sorpresa que el mayordomo ya tendría preparada al haber estudiado con detenimiento el mapa de la ciudad y sus alrededores poco antes de llegar a la pequeña metrópolis gabacha. Al entrar al tragaluz natural del pequeño bosque que rodeaba la ciudadela, vio su alrededor y no encontró nada más que algunos adornos naturales que hacían de la noche algo más elegante y hermosa, sin quitar mérito a su acompañante, que bella todavía se le notaba algo del ajetreo obsequiado por el destino. Una piedra que recordaba al tronco muerto de un árbol decapitado era el centro de aquel singular lugar, que rodeado de vegetación traía el aroma de algunas flores adulteradas con el nauseabundo olor de la desesperación que poseía la desesperante ciudad gala, y todo esto sobre la alfombra muy bien tapizada que era el césped crecido de la zona. Un bello encuentro que quedaría en algo más que un efímero encuentro, pues ahí comenzaría a hablar el extraño sujeto, cerca de la piedra gris y cediendo el asiento que ésta ofrecía a la dama con un gesto algo exagerado de su mano diestra apuntando la roca. Señorita debería descansar, no ha tenido una apacible noche y lo último que necesita ahora mismo es cansarse más, hágame caso por favor-. Fue en ese preciso instante en el cual una fugaz ráfaga de viento azotó con caricias el lugar, meciendo los cabellos del inmortal a la vez que se llevaba todo vestigio de peligrosidad dada por la fama de su raza. Hablaba con amabilidad y educación, con un retintín de interés, y con una gran fuerza de convicción otorgada por su voz, que dulce iba a ser lo más empalagoso que escucharía la mujer en al menos un mes. Ahora, y si me permite, le quisiera proponer un pequeño trato-. Y así, tan de pronto, el diablo hizo ver sus cuernos, las garras y cómo no, las alas. Estaba claro que el ambiente era el más adecuado, así como el terrible contexto, pues ahora es cuando la hermosa gitana entraría de pleno en el juego preferido del demonio, aquel donde solamente él puede salir ganando.
Le ofrezco la oportunidad de huir, de salir de esta situación y acomodarse en una buena casa donde no le faltará de nada. Le doy la opción de elegir tener un trabajo muy bien remunerado-. La trampa se accionó, la jaula se cerró con la muchacha adentro de ella con un destino incierto. Era verdad que el maestro inmortal había sido capaz de mostrar amabilidad y compasión por la gitana, pero no había que olvidar su raza, y quizás fuera eso lo que más dudas causaba. ¿Realmente era eso lo que tenía en mente el mayordomo? ¿En serio pretendía llevar a una gitana a casa de Lord Ralph? Todo y nada podía suceder por su cabeza ahora que planeaba sobre el lienzo blanco de la vida de una joven descuidada. Artista de las palabras, eligió servirse bien de unas que sonaban más que agradables para los oídos hambrientos de una muchacha, que seguramente estaría curiosa por la extraña pregunta del moreno. Pero lo hecho, hecho está, y solamente falta ver la reacción de la mujer, la cual era previsible en la mente del "demonio"... o no.
Y corrió hasta ver la luz de la luna en un claro cerca todavía del andrajoso circo gitano, pero lo suficientemente lejos de la policía como para despistarlos y llevarlos hacia otra dirección, una donde seguramente se encontraría con alguna sorpresa que el mayordomo ya tendría preparada al haber estudiado con detenimiento el mapa de la ciudad y sus alrededores poco antes de llegar a la pequeña metrópolis gabacha. Al entrar al tragaluz natural del pequeño bosque que rodeaba la ciudadela, vio su alrededor y no encontró nada más que algunos adornos naturales que hacían de la noche algo más elegante y hermosa, sin quitar mérito a su acompañante, que bella todavía se le notaba algo del ajetreo obsequiado por el destino. Una piedra que recordaba al tronco muerto de un árbol decapitado era el centro de aquel singular lugar, que rodeado de vegetación traía el aroma de algunas flores adulteradas con el nauseabundo olor de la desesperación que poseía la desesperante ciudad gala, y todo esto sobre la alfombra muy bien tapizada que era el césped crecido de la zona. Un bello encuentro que quedaría en algo más que un efímero encuentro, pues ahí comenzaría a hablar el extraño sujeto, cerca de la piedra gris y cediendo el asiento que ésta ofrecía a la dama con un gesto algo exagerado de su mano diestra apuntando la roca. Señorita debería descansar, no ha tenido una apacible noche y lo último que necesita ahora mismo es cansarse más, hágame caso por favor-. Fue en ese preciso instante en el cual una fugaz ráfaga de viento azotó con caricias el lugar, meciendo los cabellos del inmortal a la vez que se llevaba todo vestigio de peligrosidad dada por la fama de su raza. Hablaba con amabilidad y educación, con un retintín de interés, y con una gran fuerza de convicción otorgada por su voz, que dulce iba a ser lo más empalagoso que escucharía la mujer en al menos un mes. Ahora, y si me permite, le quisiera proponer un pequeño trato-. Y así, tan de pronto, el diablo hizo ver sus cuernos, las garras y cómo no, las alas. Estaba claro que el ambiente era el más adecuado, así como el terrible contexto, pues ahora es cuando la hermosa gitana entraría de pleno en el juego preferido del demonio, aquel donde solamente él puede salir ganando.
Le ofrezco la oportunidad de huir, de salir de esta situación y acomodarse en una buena casa donde no le faltará de nada. Le doy la opción de elegir tener un trabajo muy bien remunerado-. La trampa se accionó, la jaula se cerró con la muchacha adentro de ella con un destino incierto. Era verdad que el maestro inmortal había sido capaz de mostrar amabilidad y compasión por la gitana, pero no había que olvidar su raza, y quizás fuera eso lo que más dudas causaba. ¿Realmente era eso lo que tenía en mente el mayordomo? ¿En serio pretendía llevar a una gitana a casa de Lord Ralph? Todo y nada podía suceder por su cabeza ahora que planeaba sobre el lienzo blanco de la vida de una joven descuidada. Artista de las palabras, eligió servirse bien de unas que sonaban más que agradables para los oídos hambrientos de una muchacha, que seguramente estaría curiosa por la extraña pregunta del moreno. Pero lo hecho, hecho está, y solamente falta ver la reacción de la mujer, la cual era previsible en la mente del "demonio"... o no.
Vayne Mercury- Vampiro Clase Alta
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Re: Callejera...
Feel the breeze deep on the inside look down into the well
If you can you'll see the world in all his fire
Take a chance (like all dreamers can't find another way)
You don't have to dream it all, just live a day.
Qué más podría perder en la vida, que la vida misma? voluntaria o involuntariamente había tomado una elección aquella noche. Para bien o para mal. Pero, ¿qué otra cosa podría hacer aparte de evitar derramar lágrimas? De nada serviría echar la vista atrás. Mi carreta, la carreta que con tanto esfuerzo había comprado gracias a aquel trabajo de actriz temporal, estaba ahora hecha pedazos cerca de un río de sangre, rodeada de cuerpos mutilados, por el joven y apuesto caballero que tenía delante de mí. Un vampiro, que si bien me había salvado de las canalladas que aquellos infelices hubiesen cometido conmigo - me producía un tremendo escalofrío con el simple hecho de tenerlo cerca de mí. Me encontraba sola, a mi suerte, pero las grandes decisiones se tomaban en momentos como aquel, en el que no sabes si haces lo correcto, sino simplemente dejarte guiar por un presentimiento, por alguna idea descabellada, por el tan comentado y poco entendido: Sexto sentido.
Su aterciopelada voz, me sacó del ensimismamiento momentáneo, en el cuál me había sumergido. Me estaba pidiendo montar en Rigel y huir a toda prisa de ahí. Si, era lo más sensato; poner tierra de por medio entre los "sabuesos" y nosotros. Llevar la delantera tanto como fuese posible, perderse en la negrura y espesura del bosque que nos esperaba con los brazos abiertos, para cobijarnos entre las sombras de la noche. No dije una sola palabra, solo monté sobre su lomo como pude y cabalgué a pelo, siguiendo la figura de Vayne, que por momentos se camuflaba entre el follaje denso. Mi corazón latía con fuerza, casi queriendo salirse de mi pecho. Miles de ideas se arremolinaban en mi mente. Patidifusa, evoqué recuerdos de mi niñez en aquel instante, no sabiendo el por qué de tal circunstancia. ¿Acaso era un presagio? ¿Moriría? ¡No! yo no quería morir, no aún.
Luego de algunos minutos que parecieron horas, el vampiro dejó de guiarme por senderos poco transitados. Presumiblemente habíamos llegado a sitio seguro. Rogaba que así fuese, pues mi caballo estaba casi reventado, podía sentirlo por la forma en que respiraba y la humedad de su piel que transpiraba en demasía. Seguir el paso veloz del ser sobrenatural fue una ardua tarea para mi cuadrúpedo amigo y para mis ojos, pues no estaba acostumbrada a fijar la vista en un punto en constante movimiento; ciertamente me sentía muy cansada. No era cansancio físico, sino mental. Rendida estaba ya, por lo que agradecí internamente que la huída hubiese terminado por algún tiempo. Desmonté, otorgándole algunos cariños a mi amigo. Lo merecía y con creces. Apenas hube bajado, se echó en el pasto, jadeante. Le haría bien descansar a él también.
Percibiendo que todo estaría bien, tímidamente acerqué mis pasos hacia a un grueso tronco que serviría de descanso. Con la bolsita que llevaba dentro mis pertenencias asida fuertemente con ambas manos, tomé asiento. Aún no podía mirarle directamente a los ojos, no podía sostenerle la mirada, por lo que casi todo el tiempo la mantuve baja, pero escuchando con atención. Su sola presencia imponía, si bien éramos diferentes por obviedad, lo éramos también en la escala de las clases sociales. El era todo un caballero y yo... Yo una callejera.
-Gracias - Susurré apenas hubo comentado aquella idea que me planteó. Vivir en un lugar estable, con comida caliente todos los días, no sonaba nada mal, pero yo debía darle las gracias antes que otra cosa. Le debía mi vida. Lo menos que podía hacer por el momento, era agradecer su ayuda desinteresada.- Gracias por salvarme la vida monsieur, no tenía que hacerlo... Estoy en deuda con usted.
Los gitanos sabíamos ser agradecidos. Teníamos el sentido honor muy arraigado; hasta la médula de los huesos. Aunque la sociedad nos marcara como escoria, como basura. Coral Fariello - por sobre todas las cosas - tenía bases fuertes. Ella no se sentía una ladrona ni mucho menos, sino una mujer trabajadora. Algo haría para saldar su deuda con el caballero.
-Su.. propuesta, es... muy tentadora. -Froté mis brazos, pues la brisa nocturna avecinaba tormenta. La temperatura había descendido algunos grados, literalmente tiritaba de frío. Mis dientes castañeteaban cada que hablaba. -Trabajaré arduamente para ganarme un techo y un pan, monsieur Vayne. Voy a ganarme cada moneda con el sudor de mi frente.
Con éstas últimas palabras sellé el “contrato”. Lo que me deparaba el futuro, era incierto. Lo único que deseaba con todas mis fuerzas en aquel instante, era cerrar mis ojos, entregándome a un sueño reparador. Sentía que mis párpados caerían de un momento a otro.
Sashenka D. Pratts- Gitano
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Re: Callejera...
-Muy bien-, fue lo único que dijo el moreno mayordomo a la vez que se acercaba con cuidado a la somnolienta gitana. Con esas palabras firmó verbalmente el contrato de la hermosa muchacha, a la vez que se quitaba la chaqueta de lana negra que le cubría por encima de la camisa y se la daba a la pelinegra, cubriendo todo lo que sería su atractivo torso comenzando por los hombros. -Pero antes que nada, duerma por favor-, fue lo último le que dijo a su nueva compañera de faena mientras sonreía a apenas unos pocos centímetros de ella. El movimiento que realizó el leal mayordomo fue muy discreto y rápido, puesto que mientras cubría con sus ropajes a la helada gitana hizo un gesto disimulado al caballo para que se levantara y le siguiera los pasos, para acabar él levantando a la muchacha del árbol plantado en la muerte como si de su esposa se tratase, apoyando sus piernas de ella en su antebrazo izquierdo y su cuello en el derecho con total delicadeza y esmeración. Con esta estampa volvió a escuchar los ruidos de los tediosos policías de la metrópolis francesa, lo que tuvo como consecuencia un suspiro suyo que fue seguido de inmediato con su primer paso en dirección a los gentes, congelando su sonrisa de satisfacción en aquellos fríos labios suyos, ajenas de toda vida que la muchacha podría tener en sus brazos del inmortal sin vida ni destino. Sí, por si no quedaba claro el "demonio" de mayordomo buscaba encontrarse de cara con las fuerzas de la ley francesa para poner, entre otras cosas, a prueba sus capacidades de deducción y su eficacia ante crímenes de asesinato, puesto que algo le dice que necesitará saber las capacidades de la ley en terreno francés en su estancia por estos lares. (¿Serán tan buenos como los ingleses?). Se preguntó viéndolos llegar ya desde lejos.
Asumiendo que la hermosa muchacha dormía profundamente debido a su inevitable cansancio y falta de sueño, se fue directo a por ellos, pensando en las más adecuadas palabras para tal ocasión, consciente que un error podría significarle la perdida de tan valiosa incorporación a la mansión. (Uhmm...). Le dio tantas vueltas como pudo hasta tenerlos ya de frente. Siete hombres vestidos igual se le plantaron delante acompañados por tres perros de raza alemana, guiados por un campesino cualquiera que no hacía más que despotricar de las parejas que aprovechaban la soledad que ofrecían los árboles para consumar su amor, cosa que al, digamosle inglés, le ayudó mucho en su cuartada. -Buenas noches, agentes-, dijo seguido de una pregunta típica a toda la circunstancia: -Si no es indiscreción, ¿a qué se debe tanto jaleo?-. Antes, durante, y después de decir aquello analizó los movimientos de todos ellos con una atención propia de alguien de su condición, y de inmediato llegó a la confirmación de lo que ya se esperaba: eran todos unos incompetentes. (Los tres de en medio dudan, sospechan algo pero ni de lejos la verdad, pero los dos de los laterales es obvio que han caído de lleno en el engaño, creo que casi prefieren irse lo más antes posible. Pero por otra parte los perros los distraen. No saben qué hacer, no captan el olor de ella gracias a que se camufla con mi chaqueta, pero tampoco detectan el olor de la sangre de aquellos tipos en mis ropajes gracias a que el viento comienza a irles de cara... qué circunstancia tan prometedora). Se comentaba todo aquello mientras hablaba con los policías muy sereno, respondiendo a las habituales preguntas para el momento, y aguantando sin problemas a la doncella moreno a la vez que sentía los pequeños golpes en su espalda del caballo.
-¿Eso es todo?-, preguntó sin hacer sangre en la herida mientras retomaba el camino a la ciudad. La conversación había ido más que bien, pues a parte de que no lo tomarán por sospechoso llegaron a pensar incluso que podría tratarse de una potencial victima, y lo que es casi más vergonzoso para la policía, llegó a quitarles de sus propios labios un "lamento la molestia" sin más mientras ya les llevaba una leve ventaja en lo que a camino se refería, a lo cual respondió educadamente y con una tenue sonrisa en sus labios: -No se preocupe. Y suerte en la investigación, agente-. Poco después de ello caminó sin parar con la muchacha en brazos a la vez que sonreía visiblemente a las nubes de tormenta que ya estaban puestas furiosas encima suyo, casi apunto de descargar, pero al final lo hicieron cuando el mayordomo entró a la mansión, siendo atendido por el resto de personal de la residencia. Sin lugar a dudas, la noche había sido bastante productiva: había contratado a una valiosa compañera, tenía a otro caballo en los establos, tuvo la oportunidad de palpar las capacidades de la policía local, y lo que es mejor, no se mojó ni con una gota su blanca y lisa camisa.
Asumiendo que la hermosa muchacha dormía profundamente debido a su inevitable cansancio y falta de sueño, se fue directo a por ellos, pensando en las más adecuadas palabras para tal ocasión, consciente que un error podría significarle la perdida de tan valiosa incorporación a la mansión. (Uhmm...). Le dio tantas vueltas como pudo hasta tenerlos ya de frente. Siete hombres vestidos igual se le plantaron delante acompañados por tres perros de raza alemana, guiados por un campesino cualquiera que no hacía más que despotricar de las parejas que aprovechaban la soledad que ofrecían los árboles para consumar su amor, cosa que al, digamosle inglés, le ayudó mucho en su cuartada. -Buenas noches, agentes-, dijo seguido de una pregunta típica a toda la circunstancia: -Si no es indiscreción, ¿a qué se debe tanto jaleo?-. Antes, durante, y después de decir aquello analizó los movimientos de todos ellos con una atención propia de alguien de su condición, y de inmediato llegó a la confirmación de lo que ya se esperaba: eran todos unos incompetentes. (Los tres de en medio dudan, sospechan algo pero ni de lejos la verdad, pero los dos de los laterales es obvio que han caído de lleno en el engaño, creo que casi prefieren irse lo más antes posible. Pero por otra parte los perros los distraen. No saben qué hacer, no captan el olor de ella gracias a que se camufla con mi chaqueta, pero tampoco detectan el olor de la sangre de aquellos tipos en mis ropajes gracias a que el viento comienza a irles de cara... qué circunstancia tan prometedora). Se comentaba todo aquello mientras hablaba con los policías muy sereno, respondiendo a las habituales preguntas para el momento, y aguantando sin problemas a la doncella moreno a la vez que sentía los pequeños golpes en su espalda del caballo.
-¿Eso es todo?-, preguntó sin hacer sangre en la herida mientras retomaba el camino a la ciudad. La conversación había ido más que bien, pues a parte de que no lo tomarán por sospechoso llegaron a pensar incluso que podría tratarse de una potencial victima, y lo que es casi más vergonzoso para la policía, llegó a quitarles de sus propios labios un "lamento la molestia" sin más mientras ya les llevaba una leve ventaja en lo que a camino se refería, a lo cual respondió educadamente y con una tenue sonrisa en sus labios: -No se preocupe. Y suerte en la investigación, agente-. Poco después de ello caminó sin parar con la muchacha en brazos a la vez que sonreía visiblemente a las nubes de tormenta que ya estaban puestas furiosas encima suyo, casi apunto de descargar, pero al final lo hicieron cuando el mayordomo entró a la mansión, siendo atendido por el resto de personal de la residencia. Sin lugar a dudas, la noche había sido bastante productiva: había contratado a una valiosa compañera, tenía a otro caballo en los establos, tuvo la oportunidad de palpar las capacidades de la policía local, y lo que es mejor, no se mojó ni con una gota su blanca y lisa camisa.
-¿Qué sería de mí si como mayordomo de los Ralph's no pudiera hacer algo tan sencillo como todo esto?-.
The End
Vayne Mercury- Vampiro Clase Alta
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