Iulia Petrescu-Avidité | ID

Finales del siglo XVIII...

La familia Petrescu ganó un nuevo miembro pero perdió otro. La valiente esposa de Andrei Petrescu, Mihaela, logró dar a luz a la primogénita de la familia más poderosa de Constanta; había sido una lucha larga y dolorosa donde la partera tuvo que lidiar con dos desangres y además intentar tranquilizar al esposo que así como las dos mujeres sabía que Mihaela no iba a sobrevivir y tampoco su hija. Pero Mihaela había conseguido salvar la vida de niña, una hija a la que no vería crecer, a la que no mimaría... Dos lágrimas salieron de sus ojos, no era por saber que la muerte estaba por llevársela, era la tristeza de abandonar a su hija. La partera limpio a la pequeña después de cortar el cordón que aún la ataba a su madre y cuando se dirigió a Mihaela sólo la vio como sus ojos se cerraron; al menos, había visto a Iulia.

La pena de Andrei era mucho mayor que el nacimiento de su hija, no la quiso ver, no la quiso tocar; y aunque pudo, como muchos otros hombres, culpar a la partera no lo hizo. Para él la única culpable era Iluia, su hija había asesinado a su madre y con ese dolor dejó a la niña al cuidado de sus criados un par de días y luego al de su padre, el único, además de Andrei e Iulia, miembro de la familia Petrescu.

Andrei se dedicó al trabajó familiar, que era un gran monopolio comercial en las costas de Constanta, era carismático, con gran labia y extremadamente encantador; el incremento de las ganancias había crecido cuando él asumió el control y ahora, motivado por el infundado odio a su hija su ambición por el poder creció, necesitaba en todo momento reprimir los recuerdos de aquella fatídica noche y mientras concretaba más acuerdos comerciales, no sólo comenzaba a lograrlo, sino que también su pequeña crecía.

Sin embargo, Marcel, el abuelo de la infante creía que su padre debía de verla si quiera, así que en el día más importante para el Coloso Petrescu, Marcel llevó a la pequeña de tres meses a la reunión. Escuchar a su hija llorando y sin saber que hacer con ella al no tener servidumbre, el padre perdió la cabeza y cometió el grave error de ofender al embajador de la Nueva España, perdiendo, el comercio con America.

Pero aunque eso podría haber afectado la relación entre padre e hija, no fue así. Andrei por fin la pudo ver y se enamoró al instante de ella, jurándole no volverla a abandonar.

La pequeña, se volvió niña y Andrei cumplía su palabra a la perfección. No sólo era el padre de la niña, era también su amigo, confidente y compañero de juegos. Andrei la amaba tanto que tiraba por la borda lo que fuera con tal de estar para ella. Conforme el cuerpo de la hija se desarrollaba, se parecía cada vez más a su madre.

Iulia poseía lo que ninguna mujer en Constanta -salvo su madre- la educación que se le atribuía a los hombres. Aprendió francés, ingles y español; siendo el francés su idioma preferido, leía mucho cuando su padre no estaba con ella, una distancia que Andrei marcó para darle su espacio como mujer, a sus trece años ya tenía bastantes pretendientes y aunque él era demasiado celoso, quería preparar a su hija para que fuera ella la que tomara la decisión y no él por ella, justo como había pasado entre él y Mihaela.

Pasaron cuatro años y Andrei comenzó a preocuparse, Iulia era muy sociable y se relacionaba como muchas personas Burguesas pero no mostraba un interés en desposar a alguien, no quería forzarla pero tampoco podría permitir que llegara a los veinte sin ser madre o al menos estar casada.

En las vísperas de su décimo noveno cumpleaños, sucedieron los acontecimientos que marcaron a Iulia hasta el día de hoy. Para recordarla como soltera Andrei contrató a un pintor de gran talento pero no reconocido, confiándole el retrato a cuerpo entero de su hija. Como Andrei lo esperaba era sublime, había capturado la belleza de su hija y su misma alma y cuando estuvieron padre e hija contemplando el cuadro, Andrei dijo -¡eres hermosa hija mía, posees una gran belleza, es una verdadera injusticia que esa belleza la vayas a perder con el tiempo!— pero su comentario no era malo, la intención del padre era que reflexionara para desposar a alguien, mas lo que consiguió fue distinto.

Iulia que ya se había convertido en una vanidosa, a causa de los cumplidos de su padre, desde que Andrei la consideró mujer, se horrorizó al pensar que un día envejecería y su belleza se perdería, pasear y ver a ancianas le provocaba pánico, si antes lamentaba la muerte de su madre, ahora le parecía una bendición «al menos murió joven y bella» era su consuelo y mientras se perdía en la ansiedad y el tormento de la edad, su padre murió en un viaje al Oriente.

La perdida fue fuerte, pero no superó el trauma de la vejez, así fue como impulsada por la literatura y la leyenda de Elizabet Báthory, Iulia tomó la decisión de buscar la inmortalidad como lo hizo Elizabet. Nació entonces, en su vigésimo cumpleaños realizó su primera muerte, bañándose con la sangre de su víctima, como después otras tres pero entonces descubrió algo. No podía realizar el mismo operandis de Elizabet, tenía que evitar que su servidumbre se enterara si quiera de la matanza que hacía, así fue como nació Avidité, el verdugo que mataría por ella..