Welcome here [Wallas Maximoff] [+18]

No se podía decir que Francia era realmente el lugar idóneo para vivir. Tuve que dejar la mansión de Magnus para poder controlar mejor el negocio de vehículos pues apenas la noche me alcanzaba para visitar y revisar la administración. Había conseguido una casa no muy grande ni lujosa cerca del centro de Francia y le había adecuado a mis necesidades, grandes y pesadas cortinas de terciopelo rojo y negro, el ataúd lo ubiqué en la habitación principal bajo llave, los muebles fueron cambiados por algo más rustico y elegante. Todo era casi perfecto de no ser por un grupo de gitanos que si bien desde hace un tiempo llevábamos una clase de conflictos, desde mi llegada a Francia habían explotado en ira y amenacé con golpearlos hasta la muerte. Así que para intentar calmar la situación me ofrecieron un intercambio: el dejarles en paz, por un varón que quedaría a mi servicio hasta el último de sus alientos. Acepté pues a juzgar por mis otros dos sirvientes que yacían tirados al borde de un lago sin vida, no servían de mucho. Advertí a los gitanos tres noches antes que iría por mi nuevo mozo y a mi llegada, ya debía estar listo pues no quería perdidas de tiempo.  

Era una noche lluviosa, apenas el sol abandonó su último rayo de luz, abandoné mi hogar ataviado en un traje con zapatos pulcros, un reloj que colgaba del tercer botón de mi chaleco hasta el bolsillo del mismo. Para cubrirme de la lluvia; una capa cual negro a conjunto de un sombrero de copa y un bastón. Me dirigí en pasos firmes y erguidos hasta la pocilga donde abundan los gitanos. No fue tan necesario dar muchos pasos cuando el grupo de arrastrados implorantes de vida se acercó a mí y casi en un empujón pusieron al pequeño hombre frente mío. Sobran mis palabras para describirlo, simplemente era un mozo de nariz ancha y cabellos castaños obscuros –Es un trato.

Indiqué al niño que me siguiera y salí de la pocilga. Me daba por igual si se mojaba bajo la lluvia y se enfermaba;  sólo era un gitano más, no le quitaba nada al mundo. Llevé mis pasos de nuevo a la construcción recién comprada –Cierra la puerta – ordené tras primero entrar yo. Le di mi bastón, el sombrero y la capa –Cuélgalos en el armario que hay a la entrada y no les mojes o te azotaré – volví a ordenar. Era literalmente un sirviente, no tenía por qué presentarme o darle explicaciones. Si me iba a servir, pues debía comenzar a hacerlo... la vida de un gitano es corta habrá que aprovecharla en lo que más se pueda. Por ése momento, la boca me sabía seca y necesitaba comer. Podía escuchar el palpitar del corazón del niño. Incluso podía divisar las venas que se ocultaban en su cuello... podía verlas tumbear al ritmo de corazón. Me relamí los labios y después ladeé la cabeza un par de veces. No podía alimentarme de él o no serviría de nada

-Quítate la ropa.
Ordené por tercera vez. En el mosaico del suelo se halaban sus huellas enarcadas por agua de lluvia. En ése momento me detuve a ver su vestimenta arqueando una ceja... era digna de cualquier gitano irrelevante. Esperé a que hiciera algo más que estar solamente allí de pié y yo me senté en uno de los sillones de terciopelo. La habitación se inundó de un exquisito aroma a madera húmeda a causa de la lluvia

-¿Pero quién te ha dicho que te vayas? Retírate la ropa enfrente de mí.
Mientras se desvestía, comencé a recitarle las reglas que debía acatar si deseaba permanecer con vida bajo mi propiedad, el saber que era gitano no me dejaba de todo confiado. Pero su familia le había despreciado al ofrecérmelo sin siquiera pensarlo. Era como un pequeño animal abandonado bajo la lluvia y yo, su egocéntrico dueño que debía de tenerle disponible para todo. Debía ganarse meritos si no deseaba quedar con apenas un aliento agonizante, extendido y abandonado en el barranco de cualquier arrollo a las afueras de Francia.
-No es de mi agrado el que me cuestionen. Debes mantener este lugar limpio por el día y yo vendré al anochecer. Tienes absolutamente prohibido entrar a mis aposentos, harás lo que diga cuando diga y lo más importante, deberás dirigirte a mí como Amo Ewart.

Le miré de arriba abajo ya desnudo, justo frente a mí. A pesar de ser un simplón gitano humano, tenía la peculiar belleza que cualquier vampiro pudiese darle. El hambre carcomía mis entrañas y mis labios pedían a gritos la tibieza de la sangre sobre ellos. Ordené al castaño se acercara a mi mientras me incorporaba con agilidad y elegancia. Le cogí de la cintura, así... desnudo y cual zarpazo de un gato, aventé mis colmillos a la rosada piel de su cuello. Mis manos se movieron acariciando sus nalgas desnudas y luego su espalda. Las largas uñas de mis dedos dejan un rastro por donde pasase.

La sangre chocó contra mi paladar como un chorro del mejor vino tinto, embriagándome hasta las entrañas. Podía sentir el tibieza de su piel entre la punta de mis dedos. Con largas, pausadas y profundas succiones, me sentí satisfecho, me extrañó que fuese antes de matarle, ni siquiera me acerque a hacerle sentir mareado. Apretuje sus nalgas entre mis manos mientras retiraba gentilmente mis colmillos del cuello y reposé un beso obre la mordida no derramando ni una sola gota del exquisito elixir. La habitación que en ése momento aun emanaba el olor a madera húmeda, ahora se mezclava con la fragancia de la sangre.

Casi le cargué y senté con suprema sutileza sobre el sillón donde yo estaba antes, casi como si rozara la tela con sus nalgas en suprema suavidad. Me hinqué frente a él como si hiciera un homenaje a su belleza humana, descubrí sus partes; guié mis fríos, tiesos y secos labios en una bocanada devoré su pene. Con vaivenes lentos y largos hasta jalonear la punta de su glande con mis labios. Me separé mirándolo
-El amanecer llega pronto... la noche debe ser vivida en su máxima belleza.

Me separé abriéndole las piernas y acercando el suculento manjar a mí. Aun, postrado e hincado frente a él, comencé a lamer sus testículos y llenarlos de baba rojiza, pues aun el sabor de la sangre seguía al rojo vivo en mi boca. Acariciaba sus piernas rozando mis uñas contra sus muslos buscando hacerle daño... si bien, la raza humana tiene algo que me agrade, es que puede contar historias sobre la piel y aquél varón de cabellos castaños y nariz ancha, viviría con el recuerdo de aquella noche que sin siquiera conocer nada de mí le toqué hasta en la más profunda de sus entrañas.

-No necesitas si quiera preguntarlo.
En un audaz movimiento, le acostó en el sillón y se posicionó en medio de las piernas contrarias, levantándolas cual simple manija. El cuerpo de su esclavo le parecía tan ligero y fácil de manejar que no necesitaba del mínimo esfuerzo para tener al descubierto aquella suculenta y cerrada entrada que se abría paso justo a la mitad de sus nalgas. En un portentoso ataque sus colmillos se clavaron con fuerza en una de ésas nalgas, tan cerca del ano que mientras succionaba a sorbos largos y salvajes, sus labios rozaban con dicha cavidad.

Era para el vampiro como un rendido homenaje a la belleza de su nuevo esclavo. Los humanos le parecían, antes; simples porquerías caminantes que buscaban su propio bien, feos, sin sentido ni belleza de ningún tipo. Wallas parecía todo lo contrario a ello. Le era como un suculento manjar humano, con su propia belleza y perversión por que vaya que la tenía. Anton lo supo desde el primer sorbo, Wallas no se conformaba con cualquier cosa. Parecía que el bebedor de sangre había encontrado su complemento sexual.

En cuanto se cansó de aquella zona, apartó sus colmillos y los guió hasta la entrepierna del contrario, mordiendo con el mismo descaro cerca del testículo izquierdo. Sintió el rebote de la sangre en su paladar y esta fluyó entre sus labios. Con dos pequeñas gotas escurriéndole por la comisura se acercó al rostro del pasivo y frente a su rostro, deslizó con perversión el dedo índice por el interior de su labio inferior, jaloneándolo un poco y embarrando el dedo de sangre. Tras ello, guio el rojo y destellante dedo hasta la entrada del castaño; como si fuese parte de la exquisita noche que se acercaba, lo introdujo en el ano. La sangre que llevaba embarrada en el dedo de alguna forma servía como lubricante que permitió moviera su dedo de un lado a otro.

El rostro de Anton estaba tan cerca del de Wallas que con tan solo inclinarse un par de centímetros podría besarlo. Pero no lo hizo, ni siquiera pasaba por su mente ofuscarle un solo gemido.