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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Kaethe Miér Mar 19, 2014 10:12 pm

Paseaba por las calles desiertas, con el rostro contraído en una mueca extraña. Nadie la miraba. Nadie la veía. Nadie la percibía... Fue entonces cuando se dio cuenta de que no era visible. El nerviosismo tenía aquel extraño efecto en ella, el de no ser capaz de controlar sus poderes de forma voluntaria. En más de una ocasión, estando sumida en sus pensamientos, su presencia se iba haciendo visible e invisible a intervalos regulares, ante las atónitas miradas de los transeúntes que en aquellos momentos se planteaban seriamente dejar la bebida. En esas ocasiones, lejos de pensar en el peligro que podría acarrear para ella que supieran que su naturaleza no era del todo "normal", esta cuestión la divertía de forma siniestra. La hacía sentir poderosa, fuerte, muy capaz de controlar a su antojo en mundo que la rodeaba, enloqueciendo  a aquellos seres, portadores de mentalidades débiles y cerradas, que no eran capaces de reconocer que en el universo había cosas inexplicables, cosas que escapaban a su manejo y conocimiento. Y el miedo, tras su repentina muerte, había perdido todo el valor que en algún momento tuvo para ella. ¿A qué podía temer un ser que parecía salido de pesadillas delirantes? Se había convertido en aquello en lo que nunca quiso creer, por temerlo. Que irónico giro de los acontecimientos...

Tras cerciorarse de que nadie la miraba, giró una esquina y reapareció en la siguiente calle, como si se tratara una humana normal y corriente... Apenas una niña paseando por la noche, a oscuras, a merced de las miradas indiscretas de bandidos y gente noble, con intenciones no tan nobles. Una niña de aspecto pálido y frágil, ligeramente demacrado, con ropas caras aunque algo anticuadas, y totalmente inadecuadas dada la estación del año en que se encontraban. Una imagen etérea levitando a ras de suelo. Fingió sentir frío, aunque realmente no sintiese nada... nadie lo sospecharía. Nadie imaginaría que llevaba varios años sin sentirlo. ¿Qué pretendía? Toparse quizá con algún incauto al que embaucar primero y asustar después. Así se divertía aquellas noches en que la tristeza se aferraba fuertemente a su corazón... Y entonces la reconoció. Una esencia tan desconocida como familiar. Su esencia. El asesino andaba cerca. Deambuló por las calles del centro de París siguiendo su rastro. Por fin... por fin estaba a punto de encontrarlo.


Última edición por Kaethe el Sáb Abr 05, 2014 9:44 am, editado 1 vez
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Mar Abr 01, 2014 12:41 pm

Camino por las calles con las manos en los bolsillos, mostrando abiertamente mi indiferencia hacia los demás. El Centro de París siempre me ha parecido excesivamente ruidoso. Las personas caminan nerviosas, charlando animadamente unas con otras, como si la noche convirtiese las plazas en auténticos salones de baile al aire libre. Son insoportables. Esquivo sus cuerpos casi sin esforzarme, como si nos repeliésemos tal que imanes de la misma polaridad. En realidad lo que ocurre es que el contacto con ellos me repugna tanto, que hago acopio de toda mi concentración a fin de pasar por entre los huecos que se abren entre ellos de vez en cuando, sin rozarlos siquiera. Es cierto que eso provoca que me observen de manera extraña, como si fuese un movimiento antinatural. Pero ignorarlos siempre me ha resultado sencillo. Me dan tanto asco, con su absurda forma de ser, con sus risas escandalosas, que si un meteorito cayera sobre ellos en aquel preciso momento, sólo me voltearía para escupir sobre sus cadáveres. No tengo tanta suerte, sin embargo, así que me contento con imaginar cómo sería vivir en un mundo sin reglas, donde pudiese despedazarlos a placer. Un dolor punzante me asciende por la garganta, recordándome que llevaba demasiado tiempo sin beber, y que pensar en esas cosas no ayudaba precisamente a que me contuviera. Suspiro y busco el pañuelo de seda que tomé "prestado" de casa de Ophelia en el interior de la gabardina. Su sangre, aún fresca, lo colorea. Su olor me abruma, tanto, que casi me parece sentir su presencia. ¿Cómo puedo extrañarla y aborrecerla al mismo tiempo? Sacudo la cabeza echando a un lado esos pensamientos. La sed no mejoraría si pensaba en ella. Más bien al contrario.

A medida que me alejo del centro de la ciudad, el ruido se ve sustituido por una calma tensa y artificial, forzada. La atmósfera se hace pesada y cargada de sustancias que a nadie convendría respirar por mucho tiempo. Los pobres parecen haber entendido que en un mundo así no tienen ni derecho a hablar en voz alta. Y tal vez tengan razón. Pobres infelices... degradados por  miembros de su propia especie, tratados como animales. Una sonrisa se dibuja en mi semblante, irónica. ¿Cómo pueden tener tanto poder unos sobre otros, estando hechos todos por los mismos elementos? Yo los veo tal y como son: miserables e insustanciales. Fugaces. Y yo, que soy mejor que ellos, no voy por ahí pregonándolo. Estúpidos. No se dan cuenta de lo instrascendente de sus vidas y se empeñan en que éstas sean mejor de lo que se merecen. Al final, todos acabarían bajo tierra, y cubiertos de gusanos. No habría dignidad para ellos. Tuerzo la esquina y avanzo por un callejón bastante más estrecho que las calles anteriores, desierto salvo por una pequeña silueta que avanza demasiado despacio. La anciana gira la cabeza para verme y sonríe con una boca llena de huecos. Devuelvo la sonrisa, aunque algo forzada, y la ayudo con la gruesa bolsa que cuelga de uno de sus brazos. Su sangre no me interesa, pero quizá en su hogar esconda algo valioso. Después de todo, acabo de llenar a París y dudo mucho que mi vástago quiera tenerme en su casa tras lo ocurrido.

Bah. Sigo mi camino al comprobar que la señora apenas si vive en un trastero. Pobre infeliz. Se moriría sola y en la miseria. ¿Podía haber algo peor? Continúo con mi paseo con la mente en blanco. Una melodía es lo único que la ocupa de momento, y casi prefiero que siga así. Es casi noche cerrada y la soledad es mi única compañía. Mi sed parece darme una tregua, en respuesta a mi tranquilidad. Sonrío al pasar frente a una pequeña Iglesia, tan pobre como el callejón en que se ubica, desde donde me llegan los ruegos de los feligreses. Sería la última misa del día. ¿Armar un escándalo, o dejarlos acabar? Esa era ahora la cuestión.


Última edición por Friðþjófr Yngvarr el Miér Abr 30, 2014 12:01 pm, editado 1 vez
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Mensaje por Kaethe Lun Abr 14, 2014 9:20 pm

Quiso gritar, mientras caminaba, incorpórea, tras el causante de toda sus miserias, pero todo cuanto salió de su garganta fue un silbido más parecido al soplar del viento que al huracán de sentimientos en que su interior estaba inmerso. Tenía tantas preguntas, tantos reproches, que ni siquiera sabía por dónde debería empezar cuando finalmente se hallase frente a él. La confusión se adueñó de su semblante, reflejándose en una honda arruga en su ceño, fruncido. Los pasos de aquel monstruo provocaban tímidos ecos por los callejones oscuros plagados de ratas, que servían de hogar para los más humildes de aquella enorme ciudad. ¿Cuántas noches había pasado perdida entre aquellas callejuelas, preguntándose por qué mientras otros dormían, ella era incapaz de lograr aquello que llamaban "descansar en paz"? No había descanso para los muertos, ni siquiera cuando aquellos que debían llorar tu pérdida ya no se acuerdan de ti. Nadie oraba por su alma, anclada a aquel mundo tan desagradable. Estaba destinada a vagar por siempre entre la realidad y el olvido que siempre embriagaba a las almas errantes. Y no había nada que pudiera hacer. ¿Dónde estaba aquella luz al final del túnel? ¿Dónde estaba el amor infinito del Dios al que alguna vez pidió por un futuro mejor? El vacío era lo único que lo llenaba todo. Lo único que tenía sentido en medio de todo aquel caos. Y la culpa era de aquel monstruo con aspecto humano, que fingía ayudar a otros para luego asaltarlos.

¿Sería aquello, acaso, lo que una vez hizo con ella? Mentirle. Fingir que pretendía ayudarla para luego arrebatarle lo más preciado que toda persona puede tener. Su propia vida. La había eliminado, y pese a no recordar nada de lo sucedido desde que su presencia apareciera, la frialdad de sus actos fue lo único que tenía grabado en su memoria. No recordaba su rostro, ni siquiera su olor. Pero recordaba su esencia, y el tacto helado de su piel. Él era la muerte misma, el ángel oscuro al que todos temen, que aparece con una sonrisa y se marcha con tu alma. Aunque con ella había fracasado. Ella seguía allí, por suerte o por desgracia. Y el único motivo que se le ocurría para ello era que estaba destinada a vengarse por aquel terrible dolor que le había provocado. Su soledad, sus lágrimas etéreas, sus noches de nostalgia. Todo aquello era culpa suya. Y nunca supo por qué. ¿Qué podría tener nadie en contra de una niña, en contra de alguien cuyo mayor pecado fue robar un par de chucherías en una tienda, para luego ser acosada por los remordimientos hasta ir a devolverlas? Era injusto. Demasiado injusto. De pronto, lo vio detenerse, y pensando que era su mejor oportunidad, se apareció de repente, varios metros a su espalda, para quedárselo mirando con la confusión brillando en su semblante. ¿Una Iglesia? ¿Qué podría hacer un ser tan despreciable en un lugar sagrado? ¿No echaría a arder nada más cruzar las puertas? Se escondió tras un muro y esperó. Quizá solo estaba buscando a su siguiente víctima... Y si así era, ella se lo impediría. Ahora no tenía nada que perder. Ambos estaban muertos. ¿Pero cuál de los dos sería más fuerte?
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Jue Mayo 01, 2014 12:18 pm

Finalmente me decido por dejarles terminar misa, autoconvenciéndome de que armar un escándalo de tal magnitud no es lo que realmente quiero... Aunque es mentira. Sí que quiero, sí que me apetece hacer alarde de esa manera tan cruel de mi superioridad frente a ellos. Pero no sería lo correcto. No sería adecuado, dadas mis pretensiones para con la vampiresa a la que acababa de dejar nuevamente en el castillo. Prometí no comportarme de forma diferente a como ella misma lo haría. Y eso implicaba no entrar a Iglesias humildes a espantar a gente inocente. Nunca terminaré de entender esa absurda lógica con que escoge a sus víctimas. Para mi todos se merecen la peor de las muerte simplemente por ser lo que son. Pero he de respetar sus decisiones si quiero recuperarla. Si quiero poseerla de nuevo, he de hacerla pensar que lleva la razón. Sería un épico duelo de mentirosos. Sólo espero que recuerde que fui yo quien le enseñó a mentir. Un creyente rezagado echa a correr frente a mi en dirección a la Iglesia. Sonrío y me relamo de forma instintiva, acercándome a la silueta sigilosamente. Una excusa poco creíble pero que no le hace sospechar. Noto el agitado latido de su corazón. La sangre palpita bajo la fina piel de su cuello. La sed despierta con una fuerza inusitada. Llevo demasiado sin alimentarme, a causa de nuestro reencuentro. Y como las promesas no son mi fuerte, activo una ilusión a su alrededor, recreando la peor de sus pesadillas. Aquella que le acosaba cada noche siendo pequeño.

En mi cabeza comienzan a entremezclarse los recuerdos del individuo junto con todas las emociones que mi presencia va despertando en él. Es... extrañamente divertido jugar con sus débiles mentes, incluso cuando casi todos ellos reaccionan de la misma forma. Le observo retorcerse, encogerse sobre sí mismo. Le observo gritar de pánico, alertando a otros viandantes, que solamente lo ven a él. Se alejan de la escena como si se tratase de un loco. Sonrío para mí mismo. Su corazón palpita de forma más rápida, bombeando sangre a cada parte de su cuerpo. Una punzada de deseo me hace avanzar más hacia él. Me mira aterrado. Me he convertido en el diablo, aquello a lo que más teme. ¿Qué narices piensa, que quiero robarle su inexistente alma? ¿Puede haber algo más patético que un católico que tuviera miedo al infierno? Sería un festín más que decente. Miro en derredor buscando a alguien que pudiera delatarme. No percibo nada más que la respiración lejana de los que están en la Iglesia. Mis colmillos aparecen, ansiosos, dispuestos a disfrutar del más que merecido festín. Hago que la ilusión se intensifique. Su corazón late tan deprisa que me parece extraño que aún no se haya detenido. Lo tomo entre mis brazos y se queda rígido, al borde del colapso... Está muerto cuando comienzo a beber de él. Sacia mi sed, aunque no mi ego. Normalmente prefiero asesinar a ser causa de muerte natural. Cuestión de principios. Me sacudo la chaqueta y espero junto a la Iglesia. Una sola víctima no es suficiente. Nunca ha sido suficiente para mi. Y la única que podría delatarme está lo bastante lejos de aquí para no enterarse nunca. Mis colmillos, blancos como la luna, relucen sutilmente dándome un aspecto aún más fiero. ¿A quién más podré engatusar? ¿Quién será el siguiente idiota en caer en mis garras?
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Mensaje por Kaethe Dom Jun 29, 2014 7:32 pm

Allí estaba su peor enemigo, frente a ella, aguardando a que el fantasma de su pasado,  lo asaltara mientras esperaba fuera de la Iglesia, Dios sabía para qué. Por su mente discurrieron de forma desordenada gran cantidad de ideas, cada cual más descabellada. Podría saltar sobre su espalda y morderle el cuello con todas sus fuerzas, como ella sabía que él una vez hizo con su propio cuello. Desangrarlo. Destruirlo. Hacerle sufrir de la misma manera que él lo había hecho. Quería humillarlo, despojarlo de toda dignidad. Quería hacerlo desaparecer de la faz de la tierra, conseguir que nadie lo recordase. Quería que su fantasma vagara eternamente por la tierra sin ser recordado, sin ser añorado por sus seres queridos. Quería convertirlo en lo que ella misma era en aquellos momentos. Un alma en pena, errante, condenada a pasar todos sus días por un mundo al que ya no pertenecía... ¡Iba a hacerlo! Estaba más que dispuesta a abalanzarse sobre él para dar fin a su terrible paso por aquella tierra, cuando el cazador encontró a una nueva presa a la que torturar.

Sus deseos de venganza se vieron parcialmente opacados por el terror que se desarrolló ante sus ojos en los minutos siguientes. Desconocía qué estaba ocurriendo en la cabeza del pobre cristiano que había tenido la mala suerte de toparse con su demonio personal, pero sus muecas de horror y aquellos gritos de dolor no pasaron desapercibidos. Ni para ella, ni para el resto de fieles que comenzaron a salir poco a poco de la Iglesia. Y luego, la nada. Dejó de gritar sólo para que luego su cuerpo fuese despojado de toda la sangre de forma más que humillante. La imagen de la fantasma parpadeó, incapaz de contener el terror que aquella terrible visión había provocado en ella. Las lágrimas, etéreas, comenzaron a escaparse de forma violenta desde sus claros y brillantes orbes. Sus piernas se doblaron, incapaz de soportar el repentino temblor que recorrió su cuerpo de arriba abajo. Se había vuelto pesada, humana, de forma tan brusca que apenas pudo adivinar en su asesino una fugaz mirada de interés al respecto. Con suerte, su presencia en aquella caótica escena lo distraería del resto de potenciales presas que allí podía encontrar. Y ella no podía morir dos veces... Dejó que aquel torrente de emociones saliese despedido al exterior de forma abrupta, a fin de captar su atención. Si algo había aprendido en aquellos años de muerta-en-vida era a fingir ser tan normal como el resto. Y entonces, atacaría.

Supo en aquel momento que se había recuperado del todo de la escena que acababa de vivir. Al mismo tiempo que se dio cuenta de la indiferencia que los humanos le producían. Y eso no era bueno. Deshumanizarse no era lo que ella quería, y sin embargo, era lo único que había conseguido. ¿Acaso la cercanía con el demonio que la había destruido la convertiría a ella también en un ente demoníaco? ¿Acaso lo que sentía por ese ser no era odio, sino envidia? Envidia porque él aceptaba su existencia tal y como era, a diferencia de ella, que era incapaz de percibirse a sí misma alejada de los recuerdos de un pasado que ya nunca recuperaría. Esperó a que el vampiro se acercara a ella para alzar la vista, fingiendo su mejor cara de niña herida. Su confusión, su temor, era real, pero no tanto su preocupación por lo sucedido. Él ya no representaba ningún peligro para ella. Aunque no lo sabía.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Mar Ago 19, 2014 6:49 am

Sorprendentemente, la sangre de este estúpido creyente ha conseguido saciarme de una forma en que ni yo mismo imaginaba. Supongo que la "pureza del alma" sí se nota después de todo, aunque sea después de desangrado. Que forma tan absurda de morir, ¿no? Seguramente se dirigía a la Iglesia para pedir al creador por salud para los suyos y una vida duradera y digna. Y va y se topa con la muerte en la esquina de al lado. ¿Ironías del destino, o acaso se trataba de una siniestra forma que ese ente mágico tenía para demostrar que sí que estaba allí arriba? Los sucesos acaecidos desde que yo llegara a París inclinan la balanza hacia la segunda de las opciones, aunque claro, a diferencia de ellos, bobos, ilusos, yo sé que su destino está en mis manos, y en las de nadie más. Yo soy el Dios de las callejuelas. El Dios más astuto, sanguinario y vengativo que podrían llegarse a imaginar. Y si supieran lo retorcido que podría llegar a ser su Dios, nadie se dignaría a rezarle. Pero no, prefieren cegarse ante la evidencia. Parece que la edad, y la muerte, sí que te vuelven más inteligente, después de todo. O por lo menos, más analítico. Rezan a algo que no existe para pedirle que yo, el verdadero Dios de la muerte sobre la tierra, no les haga daño ni a ellos ni a sus patéticas familias felices. ¡Lo que me tengo que reír! No hay nada en el cielo, salvo nubes. Y la humanidad no es capaz de alcanzarlas.

Pateo el cadáver que yace ante mi con una mueca de profundo aburrimiento. Su absurdo espectáculo de gritos y llanto ha provocado que un pequeño grupo de gente salga de la Iglesia y se acerque a nuestra altura. Bah. Acabar con ellos sería tan simple que ni siquiera me proporcionaría placer alguno. Doy media vuelta, dispuesto a dar por concluido mi paseo nocturno, cuando una figura encogida sobre sí misma a mi espalda capta mi atención. Puedo verla, sentir su llanto, su pánico... Pero soy incapaz de percibir nada más. Los humanos suelen oler a sangre, a vísceras, incluso a sudor, pero ella huele a... ¿lluvia? Enarco una ceja, entre confuso e interesado. Mi apetito nuevamente se abre paso entre mis prioridades para esta noche. El alba aún está lejos, y hace mucho que no disfruto de la dulce compañía de un ser tan virginal. La noche, por momentos, se vuelve más interesante. Activo una ilusión cualquiera en cuanto estoy lo bastante cerca para oír su llanto. Las niñas lloronas me molestan. El paisaje se torna de repente en un dulce y plácido bosque repleto de aves exóticas, recuerdo de uno de mis viajes más recientes. Eso la tranquilizará. Y lo sé, porque los humanos son tan simples que esas cosas nunca fallan. Les tiendes una mano y su mundo parece cambiar drásticamente, tal es su incapacidad para percibir las malas intenciones. Y más, en mi. Las camuflo en una sonrisa entre afable y pícara, y le tiendo una mano con firmeza. No me interesa que los feligreses reparen en nuestra presencia si realmente deseo que esta noche sea divertida. Y, oh, no hay nada que desee en mayor medida en estos momentos.

- Eh... Preciosa. Una joven como tú no debería manchar tan bellos ojos con lágrimas, por nada del mundo. -El simple tono de mi voz, tan jovial, tan falso, casi me da náuseas. Soy un maestro de la farsa, y todos cuando me conocen saben cuan enorme es mi capacidad al respecto. Ahora que caigo en la cuenta, creo que sé por qué llora mi nuevo aperitivo. Desde donde está, ha podido ver perfectamente lo que le he hecho al otro individuo. Bueno, con suerte al saber que soy peligroso no se digna a intentar pelear.
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Mensaje por Kaethe Sáb Sep 13, 2014 1:31 am

La víctima y su asesino, cara a cara, una vez más. Claro que él no la recordaba. ¿Cómo iba a hacerlo? Seguramente hubo hecho con ella lo mismo que acababa de hacer con aquel pobre hombre. Desangrarlo sin miramientos, sin pararse a pensar en el daño que podría causar al resto de seres queridos de esa persona. Es un monstruo sin alma, sin sentimientos, sin remordimientos. ¿Qué se podía esperar de él? ¿A cuántas niñas como ella habría conseguido engatusar en todos sus años de historia -que no dudaba que serían muchos-, a cuántas había logrado pervertir, engañar, con el simple y terrible propósito de acabar con sus vidas? Seguramente a muchas más de las que imaginaba. Pero eso cambiaría. Ella le haría pagar por todas aquellas víctimas inocentes que habían caído en sus garras. Era un juramento que se había hecho desde el primer día cuando, al levantarse y salir de su propio cuerpo, se observó a sí misma, yaciendo en mitad de aquel bosque, despojada de toda identidad, de toda dignidad. Se merecía todo lo malo que le pasara y más. Y no había nada en el mundo que pudiera causarle mayor satisfacción que ser partícipe de su destrucción. Los demonios como él merecían arder en el infierno. Y seguro que había un hueco bastante grande para él.

Tomó su mano fingiendo una delicadeza que realmente ya no poseía. Sólo quería arrojarse sobre él, hacerle sufrir todo lo que ella había sufrido. Pero la paciencia sería su mejor baza si quería vencerle. No iba a ser un reto fácil, pero sí harto satisfactorio. Lo sabía. Lo intuía. Dejó que varias lágrimas más cayeran de sus ojos antes de fingir estar "hechizada" por sus truquitos de chupasangre. Si bien podía percibir la ilusión, era incapaz de sentir nada de lo que se suponía que debía experimentar con ella. Los muertos no sienten. No funcionan igual que los humanos. ¿De verdad cuando se hacía corpórea era tan difícil de distinguir de alguien que estuviese vivo? Por un momento, temió perder el control y que acabara dándose cuenta. Pero al parecer, estando cerca suya, la rabia había alcanzado tal magnitud que ninguna otra emoción tenía cabida en su cuerpecillo, tan lleno de rencor. No parpadeó. No perdió el control de sus poderes. No se volvió incorpórea. Fingió caer rendida ante una ilusión que no le decía nada, y dibujó una de aquellas sonrisas inocentes pero pícaras, mientras asentía a todo cuanto dijera. No le estaba escuchando. Su mente funcionaba a una velocidad vertiginosa en aquellos momentos. ¿Cuál sería la mejor forma de vengarse? Obviamente herir sus sentimientos no estaba entre las venganzas preferidas. Los monstruos tampoco sentían.

- No... Es sólo que... me asusté. Vi algo que... yo... en realidad no sé ni lo que vi... -Su voz titubeó en una actuación digna de reconocimiento. Nadie la distinguiría de una muchacha desamparada cualquiera. Nadie podría averiguar que bajo aquella máscara de cuidada fragilidad se escondía un espíritu rencoroso, anclado a la tierra por algún motivo que no llegaba a comprender. Y todo por culpa suya. Por culpa de aquel siniestro ser de voz atrayente y mirada inquisitiva. Todo por culpa de un ser de la noche, que se dedicaba a sembrar el terror en aquella enorme ciudad que era París. Y ella sería la encargada de ajusticiarlo.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Lun Sep 15, 2014 11:02 pm

La fragilidad de sus manos, de su piel, de su cuerpo, despierta un sentimiento inesperado en mi. ¿Por qué siento que la conozco, cuando estoy seguro de no haberla visto en mi vida? Una vez la ayudo a ponerse en pie, la acerco a mi cuerpo con deliberada delicadeza. Es tan pequeña, tal delgada, tan etérea, que apenas parece real. Pero no hay duda de que lo es. Su corazón late. Su sangre huele de maravilla, y hace que mi sed despierte de inmediato, bruscamente. Me sumerjo en su memoria y en ella sólo encuentro escenas de felicidad con una familia hacia la que, indudablemente, guardaba un montón de sentimientos encontrados. Como cualquier adolescente, supongo. Dejo de lado sus recuerdos para centrarme en el ahora. Nada interesante puedo sacar de ahí. Tanta alegría y entusiasmo me fastidia enormemente cuando lo único que deseo es clavar mis colmillos en la dulce y tierna piel de su cuello, y succionar su sangre hasta que su cuerpo caiga a mis pies, yerto, sin vida. Aunque intentaré hacerlo bonito esta vez, regalándole unos momentos que intentaré que no olvide, al menos, hasta que exhale su último aliento. Desde luego, es una presa digna con la que jugar más de diez minutos. Parece realmente confusa y sumergida en la ilusión que he activado, aun cuando no he puesto ni el cinco por ciento de mi capacidad en ello. No es necesario. Los humanos, mientras más débiles, más fáciles son de manejar. Y si me dura lo mismo que el creyente de antes, poca diversión podrá aportarme...

Sin pensármelo dos veces, coloco una mano estratégicamente sobre su espalda, cerca de la cadera, y la atraigo hacia mi mientras la insto a caminar a mi lado. A estas alturas toda la Iglesia se ha congregado alrededor del muerto, preguntándose quién demonios podría haber cometido un crimen tan atroz. Me entran ganas de gritarles que, efectivamente, ha sido un demonio quien lo ha hecho, pero me abstengo de hacer ningún comentario mientras ambos nos alejamos de la escena, sin levantar sospechas de ninguno de los presentes. La chica está lo suficientemente pálida para hacerse pasar por una simple feligresa que, conmovida por la escena, ha decidido marcharse antes de descomponerse del todo. ¡Qué irónico! Al final siempre quedo yo como el buen samaritano que acude en la búsqueda y ayuda del más débil... Quien diría que yo había provocado aquella pesadilla minutos antes. - Podéis estar tranquila... yo os ayudaré al olvidar... Y a alejarnos de la escena. No tenéis por qué tener miedo de mi, y tampoco conmigo. Os protegeré con mi vida si es necesario. Lo juro. -¿Cómo pueden salir tantas mentiras de mis labios sin que ella se de cuenta y sin que la carcajada que tengo atravesada en la garganta salga disparada al exterior? La verdad es que yo mismo me sorprendo a veces de lo cínico que puedo llegar a ser. Al final, todo se perfecciona con la edad, incluso la facultad de mentir. O sobre todo eso, más bien. Llevo practicándolo toda mi vida, después de todo.

Cuando me quiero dar cuenta, estamos en mitad de un callejón sin salida, lo bastante lejos de la multitud de antes para que ni yo ni mi naturaleza corramos ningún peligro de ser descubiertas. Lo haré despacio, saboreando cada momento. Las víctimas jóvenes, pese a lo rápido que suplican, suelen ser las mejores por varios motivos. El más importante, sin duda, es porque su sangre es más dulce a medida que el terror crece en sus entrañas. Es algo... místico, que siempre ha escapado a mi comprensión. Y un dulce siempre es un dulce, ¿no? Teniendo en cuenta que carezco de sentimientos, tampoco es que los remordimientos fueran a hacer acto de aparición. Mejor para mi. - Bueno... preciosa... me temo que aquí termina nuestro pequeño paseo... -Hago desaparecer de golpe la ilusión que debería mantenerla tranquila, y dibujo esa sonrisa sádica que siempre sale a relucir cuando me hallo frente a mis víctimas. Una sonrisa perversa, carente de emoción. Una sonrisa que no ayuda precisamente a que ellos guarden la calma. Pero a mi, ¿qué me importa? - ¡Pero tranquila! Que ahora comienza la diversión... -Y tomándola por la cintura, la levanto el volandas y la arrastro al interior de una de las casas abandonadas que nos rodean. Llegó la hora.
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Mensaje por Kaethe Jue Dic 25, 2014 9:02 am

La muerte es un estado mental, psicológico, físico y espiritual, cuando menos, curioso. ¿Quién iba a decir a los mortales que, no sólo era verdad que había una vida tras la muerte sino que, además, ésta transcurriría en el mismo lugar en que estuvieron en vida? Seguro que más de uno se sorprendería al ver de primera mano cómo aquellos seres queridos que antes parecían amarte con todas sus fuerzas, no eran ni tan buenos ni te querían tanto como aparentaban. Podías toparte, años después, con tus familiares y amigos, y no ser capaz de reconocerlos porque, una vez muerto, no envejeces. Pero ellos sí. ¡Y de qué manera! También cabía otra posibilidad, que si bien probablemente no fuera tan frecuente, era perfectamente posible como ella misma estaba experimentando. Era encontrarte cara a cara con aquel que te asesinó, a sangre fría, y que no sea capaz de reconocerte. Porque para ese ser, para ese monstruo, no fuiste más que una víctima. Una estúpida que creyó sus mentiras para luego perecer entre sus oscuras manos. ¡Qué terrible casualidad! ¡Qué trágico destino! Y que horrible maldición saber que, pese a toparte con él, no sabrías cómo hacerle daño. Porque ese vampiro estaba tan muerto como ella misma. Podrían perseguirse para siempre, pero ninguno de los dos caería.

No por ello iba a dejar de intentarlo. Puede que, físicamente, tuviera exactamente la misma edad que cuando aquel monstruoso ser le arrebató su vida, pero mentalmente estaba a años luz de aquella chiquilla jovial e inocente a la que él había traicionado. No volvería a caer en sus juegos, ni en sus redes. Y tampoco tenía nada que perder. Se arriesgaría a lo que fuera por la simple posibilidad de destruirlo. Porque eso era todo cuanto merecía de ella, de un mundo que debería haber abandonado hacía mucho. No tenía sentimientos, y eso era más que evidente. Trataba que su voz envolviese su mente, su alma, quería engañarla, engatusarla tal y como había hecho con el hombre que ahora yacía, yerto, frente a la Iglesia a la que no había llegado a entrar. ¡Cuánto odio hacia la humanidad albergaría en su interior! ¿Por qué si no iba a tratar a las personas de aquella forma tan terrible? Se dejó guiar por su asesino, tratando que aquellas emociones tan desagradables se quedasen bien escondidas. Apenas podía fingir estar prestando atención a sus palabras, cuando todo en lo que pensaba era en esa rabia infinita que su simple presencia despertaba en ella. ¡Y tenía que hacerse pasar por una marioneta a su merced, nada menos! Sonrió cuando le prometió protegerla, y fingió estar asustada cuando la agarró por la cintura.

Y apenas unos segundos después estaban a solas, y a oscuras, en una casa que ella misma había ocupado noches antes para poder descansar de su eterno vagar. Pataleó y gritó con fingida desesperación, tal y como sabía que él esperaba que hiciera. Y no le costó demasiado, la verdad. Su mente la instaba a sentir auténtico pavor, pero era el vacío lo único que gobernaba. Y no pudo aguantar más. Justo cuando sus pies tocaron el suelo, una vez logró zafarse del vampiro, su imagen parpadeó, volviéndose incorpórea de repente. Si ese monstruo quería jugar, ella también lo haría. Estaba cansada de fingir ser quien no era. No podía seguir mintiéndose a sí misma, o terminaría por enloquecer. Cambiaría sus reglas. Esta vez, los dos jugarían en igualdad de condiciones. La víctima se pondría a la altura del mendigo. Y verían quién ganaría. - En eso estamos de acuerdo... La diversión no ha hecho más que empezar... -Se concentró en su aura, en su color oscuro y terrible. Tan monstruosa como él mismo. Estaba podrido.
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Mensaje por Friðþjófr Yngvarr Dom Ene 25, 2015 11:25 pm

Enarco una ceja, entre sorprendido y divertido, al notar que la jovencita que iba a servirme como cena ha resultado ser nada más y nada menos que un muerto, aún más muerto que yo mismo. Sonrió y la miro, o la intento mirar, más bien, ya que a través de ella se dibujan los contornos de todos los objetos que decoran la sala. Y ahora que me fijo, por cierto, no podría haber escogido un lugar mejor para un banquete. Las paredes, acolchadas con un viejo y desgastado terciopelo rojo, parecen encerrar más secretos de los que a simple vista cualquiera podría apreciar. El inconfundible aroma a sangre seca me invade las fosas nasales, y al acercarme a la pared puedo comprobar con rapidez que no se trata de la sangre de una sola persona. - Más de quince personas distintas han muerto en esta casa. ¿De verdad crees que es un buen sitio para jugar? Vaya, entonces es cierto que la muerte nos hace a todos bastante sádicos... ¿O es que eras así ya antes de morir? -Me recreo dando una vuelta a su alrededor, con una sonrisa de suficiencia reluciendo en mi rostro. Es bonita, más incluso de lo que me había parecido en primer momento, y quizá me de cuenta ahora porque ya que no puedo darme un festín a costa de su sangre, tengo que trazar otros planes para ella. Ya me ha visto. Sabe quién soy. Y lo que soy. Es una testigo de mi naturaleza, de mis crímenes. No puedo dejarla marchar sin más. No sin antes averiguar quién es, o por qué parece que me conoce de algo.

- Bueno, ahora que ambos sabemos que el otro no es lo que aparenta, y yo sé que no eres una niñita inocente con la que puedo darme un festín, ¿qué se supone que debería hacer contigo? Cuando me topo con un humano es sencillo, lo mato y punto. Pero tú ya estás muerta, no me eres útil ni siquiera para alimentarme... Así que, quizá, podamos divertirnos de otra forma... ¿No crees? -Enarco una ceja y me acerco a ella. Muy cerca. Cada vez más cerca. Su figura parpadea a medida que me aproximo, y eso hace que mi sonrisa se ensanche. Bien... así que la pongo nerviosa. Supongo que eso es algo bueno. Para mi, al menos. - Tranquila, muñeca, ambos sabemos que no te haré daño. Al menos, hasta que dejes de parpadear como si fueses un candil. -Y justo cuando su parpadeo se detiene, le tomo con fuerza por las caderas y la atraigo hacia mi. Es pequeña, delicada, su cuerpo apenas está formado, como si se hubiese quedado estancada en una época anterior a su turno de "hacerse mujer". Interesante. Dibujo la línea de su espalda con uno de mis dedos mientras que la rodeo con ambos brazos ejerciendo bastante más fuerza de la que cualquier humano normal podría soportar. Quiero comprobar si los muertos también lloran. Si también se retuercen. Si también suplican. Después de todo, puede que la noche no vaya a ser tan aburrida...

- Ahora que me doy cuenta... Me resultas extrañamente familiar. ¿Alguna vez he bebido de tu sangre, muñeca? ¿Acaso fui yo quien te convirtió en una especie de ente atrapado en un cuerpo cuasi infantil? -Bromeé, tratando de encontrar cuál era su punto débil, la llaga desde la que pueda comenzar a comprender mejor su mente, para tratar de jugar con ella. Ese es mi estilo, siempre lo ha sido. Me divierte.
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Mensaje por Kaethe Mar Feb 17, 2015 10:12 pm

¡Ja! ¿Cómo había podido ser tan estúpida para plantearse siquiera que para ese ser cruel y despiadado que había acabado con su vida sin más, fuera a acordarse de su rostro, de su nombre... de sus motivos? Quién sabía. Quizá ni siquiera los tuvo. Quizá simplemente la engatusó, como la niña estúpida y confiada que era. Quizá simplemente la engañó, la hizo creer que era especial, y que merecía su atención, y ella, siempre deseosa por ser distinta, por merecer el cariño de alguien, le dijo que lo seguiría hasta el fin del mundo si fuera necesario. Y así había sido. ¿Acaso los monstruos tenían un motivo para ser como eran? ¿Acaso una criatura como él, tan oscuro y despiadado, necesitaba un por qué para asesinar la gente a su paso a sangre fría? Acababa de verlo delante de sus propios ojos, hacía unos minutos antes. Había jugado con la mente de aquel pobre infeliz, para luego alimentarse de él y arrojarlo a un lado como si fuera simple basura. Como si su vida no tuviera ningún valor para él. Como si se sintiera superior... Por más que quería expresarlo en voz alta, dudaba que hubiese algún concepto, alguna frase o manera de definir lo mucho que lo odiaba. Lo mucho que le deseaba un fin peor que el que él le había dado a ella misma tiempo antes, o al resto de sus víctimas. Ningún infierno era lo suficientemente terrible para que pasara la eternidad en él.

Y aún así, allí estaba, parada frente a él, frente al que había sido su asesino atendiendo a todas sus palabras, gestos y expresiones con una atención casi devota, pese a lo terrible del mensaje que éstas contenían. ¿Así había sido? ¿Esa fue su forma de hechizarla aquella vez? Se sentía patética, impotente. Pero también llena de rabia. La rabia la había mantenido viva, la había hecho volver. Para vengarse. - Supongo que esa misma pregunta te la harás a ti mismo cada noche, ¿no? Si es que acaso recuerdas lo que era vivir una vida de verdad, y no ser un monstruo que se alimenta de sangre, y que tiene vetada la luz del Sol. ¿Y tú? ¿Tú eras así? ¿O de verdad no lo recuerdas? ¿Acaso lo único que recuerdas es el número de víctimas que trajiste a esta casa a "divertirte", pero no lo que significa divertirse en realidad? Tu existencia es patética, vampiro. -Ni siquiera supo de dónde salieron esas palabras, ni el tono burlón con el que salieron de entre sus labios. Su simple presencia la irritaba, sí, pero también la ponía nerviosa. No tenía sentido que pudiera decirle todo aquello, sin más, sin tartamudear siquiera. ¿Acaso había madurado más en aquel tiempo de lo que estaba dispuesta a admitir? Qué irónico que el estar ante su asesino fuese el empujón que necesitara para aceptar finalmente que sí, que estaba muerta. Que nunca iba a dejar de estarlo. Y que ser corpórea sólo significaba poder fingir sentir cosas, sin sentirlas en realidad. Exactamente igual que la de él.

Cuando finalmente logró controlarse ante su presencia, pudo notar la frialdad del roce de sus dedos sobre la espalda, pero a diferencia de lo que cualquier chica sentiría ante ese contacto, a ella no se le erizó la piel, ni le dieron cosquillas en el estómago, ni sintió ningún tipo de deseo más allá del de escupirle en la cara. Era lo único que se merecía. - Si la pregunta que quieres hacer es si tú me mataste, sí, así es. Fuiste tú quien me condenó a vagar por la tierra por siempre, a solas, deseando volver a encontrarme contigo y hacértelo pagar. Me quitaste todo lo que siempre quise. A mi familia. A mis amigos. Mi hogar. La capacidad de avanzar, de evolucionar, y ni siquiera sé por qué lo hiciste. -Se volteó para encararlo. Su semblante permanecía inexpresivo. No quería demostrar que realmente se sentía destrozada, diminuta y terriblemente nerviosa ante su presencia. No podía dejarle ver que seguía siendo débil... No. No podía hacerlo. - ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me mataste y te tomaste la molestia de enterrarme, después del daño que me hiciste? ¿Con qué derecho te crees para jugar con la vida de la gente? Los demonios como tú sólo merecéis arder y acabar reducidos a cenizas. -Y lo único que pudo hacer, fue darle un golpe con la palma de la mano, justo en mitad del rostro.

Nunca se había sentido tan aliviada en su vida.
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