AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Arcania de Bateleur
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Arcania de Bateleur
"El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido."
De la baraja de cartas rojas sacó un hombre vestido completamente de blanco una carta más para agregarla al fajo de cartas que sostenía con su mano al frente de su mirada profunda. Aquel hombre sumamente refinado vestía de blanco de pies a cabeza, su traje era de satín níveo puro, sus guantes del mismo tono pálido y sin ninguna mancha, los zapatos, inclusos, eran del color nieve y en la cabeza llevaba un sombrero de copa del mismo color que todo lo demás. El hombre blanco miró de reojo a su adversario, un joven italiano vestido elegantemente pero, al contrario que su oponente, usaba atuendos de colores azules.
-¿Apuestas tu alma hoy, joven amigo?- Preguntó con un tono de desdén que contrastaba con la astucia de su mirada.
-Ya sabe mi respuesta.- Le contestó el otro moviendo una carta de su manojo al extremo de éste mismo. -¿Hoy cuál es su nombre, señor de los miles nombres?-
-Hoy, me apetece el nombre Ian. Corto, simple, rápido.-
-Sería adecuado para no olvidarlo en toda ocasión que nos vemos pero siempre usted tiene distintos nombres- Lanzó una carta a la mesa.
-Tiene usted unas cuantas cartas allí que aún no se aventura a lanzar a la mesa lo que me hace pensar que las guarda para el momento oportuno. Podría decirse, que se siente el aire de fortuna que le rodea. Le aconsejo, apueste su alma y yo le apostaré tantas cosas que no se comparan con las baratijas que apostamos en estos momentos.- Sonrió maliciosamente.
-Ya sabe mi respuesta.- Volvió a insistir, ladeando el rostro al observarlo.
Por un instante se distrajo observando con atención cada detalle del lugar en donde se encontraba. Una salita pequeña cuyas paredes estaban forradas en terciopelo rojo y detalles en dorado hechos de supuesto oro. El ambiente estaba impregnado en una humareda que cubría gran parte de la visibilidad, un ambiente turbio y letárgico difícil de describir. Era como estar en el borde de un muelle en una tarde de niebla. Bien sabía que no era el humo de ningún cigarrillo ni mucho menos del opio, más bien aquella niebla acompañaba al apostador que jugaba a las cartas con él en ese momento. Detrás de su oponente, había de pie dos tipos cubiertos por túnicas largas y tan rojas como la sangre, usaban máscaras de cobre que les cubría el rostro por completo con un diseño de machos cabríos.
De hace un par de años que jugaba a las cartas con el mismo tipo. El sujeto siempre le pedía la misma apuesta y no era alguien de fiar debido a sus trampas. Jugar con él respondía exactamente a lo de jugar con fuego. Hoy se llamaba Ian, dos noches atrás Arthur, mañana tal vez Godwing. Cada noche tenía un nombre distinto para atrapar a sus concubinas, para encadenar las almas de los más desesperados y de los caídos. Lo cierto es que su hermoso nombre era uno sólo uno; Lucifer.
El conde de Italia colocó sobre la mesa de ébano unos cuantos collares más, hechos de finas piedras preciosas. Si algo le gustaba a ¨Ian¨ y a los demonios eran los minerales de las piedras. Según dicen los católicos, estas criaturas se nutren de su energía.
-¿Quiere doblar la apuesta?- Río Ian, con una risa que más se asemejaba a un ronroneo. –Si es así, deberías apostar el puñal que llevas guardado.-
-Es un recuerdo de familia.-
-Usted no ama a su familia, no sea hipócrita. Además, su primo extraña ese puñal en el limbo. Haría un bien en apostarlo pues si lo gano podría dárselo para que se entretenga un momento y su alma se llene de añoranzas.-
-…Bueno.- Alzó los hombros, acto seguido buscó el puñal entre sus cosas y lo dejó sobre la mesa. Una perfecta arma fina y peligrosa cuya hoja podía arrancar la garganta del cuello del máximo de sus enemigos. -¿Y usted que me da?-
-Suerte, joven, mucha suerte en el amor.-
-Por favor. No ofenda mi inteligencia- Frunció el ceño, soltando una risotada divertido. –No me dirá que me dará suerte en el amor, porque eso significará, conociendo sus artimañas, que me dará muy mala suerte en el juego. Considerando mi insano nivel ludopático eso significaría mi quiebra absoluta.-
-¿Usted prefiere el juego antes que el amor?-
-Pues, sí. Las cartas son un juego más sencillo que las mujeres.-
-Quien no prefiere el juego en estos tiempos.- Asintió Ian. El hombre de traje blanco dejo unas cuantas piezas de oro sobre la mesa. El par de apostadores continúo jugando un momento más, hasta que uno de los escoltas de ¨Ian¨ le susurró algo a su señor en el idioma que sólo ellos entendían. –Debo irme.- Dicho esto, sus escoltas guardaron las pertenencias de su amo.
-Vaya…- Dejo las cartas boca abajo sobre la mesa mirando sin interés las cosas que apostó. –Será para la próxima.-
-¿Me da el puñal como obsequio?-
-¿Quién le podría decir que no a usted?- Bromeó. Dejo el puñal sobre la mesa mientras deslizaba cartas sobre la cubierta sin interés. –Debería darme algo usted como regalo, ya sabe, en honor a los años que llevamos como jugadores de carta.- Pero cuando volvió a mirarlo él ya no estaba, tampoco sus escoltas. –Típico.- Alzó una ceja.
Sobre la mesa encontró un collar de oro con un centro de rubí sobre una carta arcano. Tomó ambas cosas inspeccionando el collar, parecía lujoso y atractivo… Pero no para él. Sin embargo, no era algo que pudiera regalar tampoco pues Lucifer era un sujeto que sacaba en cara muchas cosas. Lo guardó entre sus cosas, lo conservaría hasta que el mismo dueño de éste lo pidiera de vuelta. Quizá pronto, quizá nunca, quizá que poder tendría ese collar, ya lo sabría.
-Le Bateleur- Susurró al posar la carta arcana frente su mirada. La carta del mago.
Esa carta representa el poder absoluto, la idea que todo está en sus manos, que tiene todas las posibilidades de elección. El convencimiento. Facilidad para empezar de nuevo las veces que haga falta. Representa a un hombre joven con ímpetu y energía. La descansó sobre la mesa, seguidamente tomó la copa de absenta para dar un sorbo al líquido de la ¨Hada verde¨
Al estar solo no le quedó de otra que jugar un solitario con las arcanas de una forma perezosa. ¿Qué más podría hacer aquella noche en un lugar tan extraño como ese? Un exótico antro de perdición donde ningún noble debería estar allí pero lo cierto es que en sitios como esos suelen encontrarse de todo tipo de personas y objetos. Brujos y brujas, especialmente. Pues era allí donde podían intercambiarse distintos conocimientos, chismes, artilugios y recetas.
Enredó los dedos en su cabellera rubia despeinándola un poco al echarse hacia atrás, aburrido de estar conociendo aún más a cada Arcano. Guardó todo lo suyo, incluida la carta y el collar, y abandonó el privado para salir a la taberna general. Pediría otra absenta en la barra, escuchar los cantos y poemas de los bohemios y ver que le esperaba la noche.
Micheletto Di Maria- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 22/03/2014
Localización : Italia
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Re: Arcania de Bateleur
Maldito día. Maldito mapa. Maldito vestido. Maldita yo por haber decidido tomar ese viaje a Italia.
Me mordí el labio inferior con saña mientras tiraba con fuerza del vestido, el muy puñetero se había enganchado con algo y ahora no lo podía sacar. Me entraron ganas de llorar por culpa la rabia que fluía por mi torrente sanguíneo. Pura rabia. Me senté con un gruñido de fastidio y me acerqué a la cosa que mantenía sujeto a mi vestido, era un gancho. Con un resoplido de frustración tiré hacia el lado correcto y lo saqué, miré con furia el lado enganchado que había sufrido una grave perforación. Por eso no me gustaba llevar vestidos, eran incómodos, arrastraban, eran pesados como losas y, encima, tenía que llevar un corsé que me impedía respirar como una persona normal.
Maldita moda.
Refunfuñé como hacía mi abuela Erika cuando me distraía en clase y soltaba alguna que otra chorrada. Como la echo de menos a veces. Sacudí la cabeza y me rasqué la nuca mirando a ambos lado de la calle, ya era de noche y la gente empezaba a escasear.
Eso no era buena señal.
Las manos me empezaron a hormiguear, la boca se me secó y sentí como el aire se volvía pesado. Oh, no, esto no era una buena señal. La palabra vampiro pasó fugaz en mi mente, al igual que licántropo y bruja. Tenía que salir pitando de ahí o estaría en problemas lo presentía y… ¡Lilian! Me reprendí con severidad, esas cosas no existen. Asentí mentalmente. Era verdad, no existían y el miedo no tenía razón de ser en ese momento.
Me puse en pie con elegancia, me sacudí el vestido y desplegué el mapa. Escudriñé con la escasa luz que había y apreté los labios con fuerza hasta formar una fina línea. No sabía dónde estaba. Ni a donde iba. Bueno, se suponía que mi objetivo era encontrar una biblioteca decente para buscar algo, ¿verdad? Cerré el dichoso mapa con fuerza, arrugándolo.
¿Qué hacía sola en Italia? Me recargué con pesar en la pared más cercana y me envolví en mis propios brazos, de repente tenía mucho frío. Había cometido una locura y ahora me pasaba factura, había seguido un impulso que me estaba costando caro. ¿Había seguido mi sexto sentido de bruja? ¡Pero qué decía! ¡Esas cosas no existen, no son verdad! Haciendo de tripas corazón me enderecé recta como un clavo y empecé a caminar, rígida, pero segura. Debía encontrar algún lugar donde refugiarme hasta localizar donde estaba y cómo podía llegar al lugar donde me estaba hospedando, seguro que estaban preocupados por mí. Pobres personas. Y lo vi a lo lejos, un cartel. Parecía un lugar donde poder descansar y seguro que habría luz, podría leer el mapa sin tener la sensación de que me estaba quedando ciega.
Levanté la mano con la intención de empujar la puerta pero en cuanto rocé la madera un estremecimiento me recorrió entera, subió por mi columna y me mordió la nuca con fuerza. Algo iba a pasar. Retiré la mano como si la puerta quemara y jadeé, abrumada. ¿Qué narices pasaba hoy?
Me estaba empezando a enfurecer con el mundo en sí. Yo solo quería una vida normal con una familia normal, con… ¡Quería ser mundana de cabo a rabo! Con una fuerza de voluntad de la que creía carecer abrí la puerta y me dispuse a pasar, no me iba a echar atrás. Necesitaba algo que hiciera entrar en calor a mi cuerpo y luz para leer el puñetero mapa.
Me eché el pelo rojo hacia atrás –gracias, mamá, menuda genética llamativa me has dejado–, levanté un poco la cabeza y examiné el lugar donde me encontraba: una taberna. Bien, tenía que actuar como una chica dura si no quería que algún debutante a tiburón se me comiese. Me dirigí a la barra a pedir cualquier cosa que me despejara la mente y otro estremecimiento invadió mi ser, ¿había alguien peligroso cerca?
Tragué saliva con ansiedad y controlé mis piernas, estaban desesperadas por salir corriendo de ese lugar pero, por desgracia, podría acabar en un lugar peor que ese.
Dios, ayúdame, porque estoy a punto de desmoronarme.
Cuando llegué a la barra clavé las uñas en la madera para intentar despejar mi mente y pedí un vaso de vino, esperaba que, al menos, tuvieran vino.
Me mordí el labio inferior con saña mientras tiraba con fuerza del vestido, el muy puñetero se había enganchado con algo y ahora no lo podía sacar. Me entraron ganas de llorar por culpa la rabia que fluía por mi torrente sanguíneo. Pura rabia. Me senté con un gruñido de fastidio y me acerqué a la cosa que mantenía sujeto a mi vestido, era un gancho. Con un resoplido de frustración tiré hacia el lado correcto y lo saqué, miré con furia el lado enganchado que había sufrido una grave perforación. Por eso no me gustaba llevar vestidos, eran incómodos, arrastraban, eran pesados como losas y, encima, tenía que llevar un corsé que me impedía respirar como una persona normal.
Maldita moda.
Refunfuñé como hacía mi abuela Erika cuando me distraía en clase y soltaba alguna que otra chorrada. Como la echo de menos a veces. Sacudí la cabeza y me rasqué la nuca mirando a ambos lado de la calle, ya era de noche y la gente empezaba a escasear.
Eso no era buena señal.
Las manos me empezaron a hormiguear, la boca se me secó y sentí como el aire se volvía pesado. Oh, no, esto no era una buena señal. La palabra vampiro pasó fugaz en mi mente, al igual que licántropo y bruja. Tenía que salir pitando de ahí o estaría en problemas lo presentía y… ¡Lilian! Me reprendí con severidad, esas cosas no existen. Asentí mentalmente. Era verdad, no existían y el miedo no tenía razón de ser en ese momento.
Me puse en pie con elegancia, me sacudí el vestido y desplegué el mapa. Escudriñé con la escasa luz que había y apreté los labios con fuerza hasta formar una fina línea. No sabía dónde estaba. Ni a donde iba. Bueno, se suponía que mi objetivo era encontrar una biblioteca decente para buscar algo, ¿verdad? Cerré el dichoso mapa con fuerza, arrugándolo.
¿Qué hacía sola en Italia? Me recargué con pesar en la pared más cercana y me envolví en mis propios brazos, de repente tenía mucho frío. Había cometido una locura y ahora me pasaba factura, había seguido un impulso que me estaba costando caro. ¿Había seguido mi sexto sentido de bruja? ¡Pero qué decía! ¡Esas cosas no existen, no son verdad! Haciendo de tripas corazón me enderecé recta como un clavo y empecé a caminar, rígida, pero segura. Debía encontrar algún lugar donde refugiarme hasta localizar donde estaba y cómo podía llegar al lugar donde me estaba hospedando, seguro que estaban preocupados por mí. Pobres personas. Y lo vi a lo lejos, un cartel. Parecía un lugar donde poder descansar y seguro que habría luz, podría leer el mapa sin tener la sensación de que me estaba quedando ciega.
Levanté la mano con la intención de empujar la puerta pero en cuanto rocé la madera un estremecimiento me recorrió entera, subió por mi columna y me mordió la nuca con fuerza. Algo iba a pasar. Retiré la mano como si la puerta quemara y jadeé, abrumada. ¿Qué narices pasaba hoy?
Me estaba empezando a enfurecer con el mundo en sí. Yo solo quería una vida normal con una familia normal, con… ¡Quería ser mundana de cabo a rabo! Con una fuerza de voluntad de la que creía carecer abrí la puerta y me dispuse a pasar, no me iba a echar atrás. Necesitaba algo que hiciera entrar en calor a mi cuerpo y luz para leer el puñetero mapa.
Me eché el pelo rojo hacia atrás –gracias, mamá, menuda genética llamativa me has dejado–, levanté un poco la cabeza y examiné el lugar donde me encontraba: una taberna. Bien, tenía que actuar como una chica dura si no quería que algún debutante a tiburón se me comiese. Me dirigí a la barra a pedir cualquier cosa que me despejara la mente y otro estremecimiento invadió mi ser, ¿había alguien peligroso cerca?
Tragué saliva con ansiedad y controlé mis piernas, estaban desesperadas por salir corriendo de ese lugar pero, por desgracia, podría acabar en un lugar peor que ese.
Dios, ayúdame, porque estoy a punto de desmoronarme.
Cuando llegué a la barra clavé las uñas en la madera para intentar despejar mi mente y pedí un vaso de vino, esperaba que, al menos, tuvieran vino.
Lilian Blair- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 07/04/2014
Re: Arcania de Bateleur
El frío de la noche constructiva con el cálido ambiente que se vivía en el interior de la taberna, eso se podía apreciar en los cristales empapados de las turbias y coloridas ventanas. En gran parte la chimenea interior hacia un gran trabajo en calentar todo el interior del antro de mala muerte. Hubo un largo trecho de tiempo en que todo se mantuvo en silencio y las miradas suspicaces pero simuladas comenzaron a intercambiarse entre los presentes. Gente tan extraña y de dudosa reputación generaba sospechas y recelos en más de alguno. Precisamente sentía sobre él la mirada clavada de un par de sujetos en la mesa de adelante.
-Deberíamos irnos. El ambiente se ha tornado bizarro.- Le susurró un joven de cabello canelo quien hace pocos segundos había llegado hasta la barra con él.
-Paolo, sois un gallina.- Respondió antes de darle un sorbo a la absenta. La serenidad en su rostro contractaba con la expresión de repudio del hombre de la mesa de al frente. Entendía que en todos lados hay enemigos pero no por eso se debe vivir huyendo.
-Ya veo que en cualquier momento esto se torna a riña.- Paolo parecía bastante intranquilo, lanzando miradas sigilosas a trescientos grados para no perder detalles del contexto -La última vez nos salvamos por poco. ¿Qué tal si nos hubiera pillado la policía?-
-Seguramente tu cabeza rodaría en las calles de la plaza pública y yo seguiría sentado en mi trono.- Le miró burlesco sonriéndole divertido. –Vamos, Paolo, relájate un poco. Toma algo de vino, baila… ¡Qué sé yo! La noche aún es demasiado joven para despreciarla.- Sugirió, restándole importancia a las inquietudes de su asistente.
-Aquí no es lo mismo que Venezia.- Bufó Paolo frunciendo el entre cejo.
Paolo Niccolò era un joven de su misma edad, apariencia juvenil y rasgos marcados. A él lo conocía desde hace unos cuantos años atrás cuando aún vivía en Venezia y el muchacho era un empleado de la casa. Con el tiempo se volvió en una persona de confianza y era el único que conocía su identidad de conde de Italia y era Paolo el que más se empeñaba en tapar las huellas y evidencias que Micheletto pudiese dejar en el camino. Un ciervo fiel, por donde se le viera.
Justo cuando el joven escudero tuvo las férreas ganas de volver a insistir con volar del nido de brujos, un grupo de personas se aventuró a ir al centro de la taberna en donde las mesas estaban un poco más separadas las unas de las otras. El par de jóvenes se quedaron observando a esas personas que, de la nada, comenzaron a aplaudir y abrirse paso entre los presentes. Algunos de ellos, incluso, llevaban instrumentos típicos de la región. Bastó un par de segundos más para que comprendieran que ese puñado minúsculo de gente, bajo la influencia de alcohol, de manera tan animada iniciaba una ronda de Tarantella.
Era curioso ver como se deslizaban entre las mesas y las personas en un lugar que parecía absolutamente pequeño para un baile que requería de mucho espacio físico. Algunos de los presentes se unían al montón más animados, otros miraban hostilmente la situación como una invasión a su espacio personal. Una atractiva joven de cabellos rubios hermosamente trenzados en dos trenzas se aproximó al dúo de jóvenes.
-¡Vamos a bailar la Tarantella!- Ella, con una sonrisa cautivante, les habló como si les conociera de toda la vida como si se tratase de grandes amigos de la infancia. Tomó una mano de cada joven instándolos a acompañarle. Esa muchacha representaba el auténtico espíritu italiano, cálido, confianzudo y, por qué no, un tanto insistente.
Como buenos italianos de sangre y corazón, Micheletto y Paolo acompañaron a la bella danzarina al centro de la taberna donde la cosa cada vez se tornaba más eufórica. Naturalmente en un espacio tan reducido los pisotones, empujones, agarrones indebidos y golpes tanto no intencionados como malintencionados se dieron paso entre los nocheros hijos del barullo. Después de unas tantas rondas de Tarantella, los integrantes del montón de gente que se animó a participar fueron poco a poco desapareciendo y con ello la actividad en general en la taberna volviéndola nuevamente un sepulcro suspicaz.
-Iremos a la plazuela de la Calle Vittorino, seguiremos con la fiesta en ese lugar. Habrá bailes, tragos, fuego y diversión. ¿Se nos unen?-
-Me quedaré un poco más.- Por esa noche, Micheletto ya había tenido demasiado de bailes y bullicio social. Aunque no lo pareciera, jugar a las cartas con el mismísimo satanás agotaba un montón. Sin embargo, notó la desilusión en los ojos de su escudero. embozó una sonrisa.
-Diviértete. A domani Paolo.-
-Gracias.- Respondió con una sonrisa de oreja a oreja. –Procura no llamar más la atención por hoy.- Le dijo en un tono cómplice aludiendo a su oculta identidad de conde.
-Sí, sí, sí.- Giró los ojos. -Marchaos ya.-
Paolo fue llevado por el grupo de personas hacia la puerta de la salida por donde salió entre risas y conversaciones triviales. Por su parte, Micheletto volvió a la barra sintiéndose acoplado al silencio que de repente invadió el lugar. El hombre de la barra le llenó una copa y allí estuvo él mientras los minutos transcurrían ante su mirada.
Quizá pasaron hasta algo más de treinta minutos donde la reflexión mental le irrumpió repentinamente olvidándose por instantes de donde se encontraba. No podía evitar meter a cada tanto de segundos la mano en su bolsillo y juguetear con el collar que Lucifer le dio. Ahora que lo pensaba, no le había dedicado la atención suficiente. Finalmente lo sacó del bolsillo y lo miró detenidamente apreciando cada detalle por muy mínimo que fuera.
Una cruz. Era una cruz. Pero ninguna cruz religiosa ¿O sí? Pues en el fondo el demonio no le teme al crucifijo pues goza del daño que éste mismo le hizo al señor Jesucristo.
La gema preciosa en el centro de la cruz le hipnotizó en un trance donde no escuchaba ni veía nada que estuviera a su alrededor más que la cruz. Parpadeó lentamente antes de determinar que un bolsillo no era un digno lugar para una joya cuya energía parecía poderosa y cuyo antiguo dueño no gustaría ver olvidado en la oscuridad. Colgó la gargantilla alrededor de su cuello y volvió a prestar atención a la taberna. Fue entonces que notó que algunas personas que antes estuvieron allí ya habían emprendido el vuelo mientras que otras tantas personas hacían nuevo acto de presencia.
Fue casi imposible no notar a una muchacha de cabellera roja, como el fuego, entrar en la taberna. De hace tanto tiempo que no tenía la fortuna de ver una cabellera tan roja como la suya. Disimuladamente le siguió con la mirada, al parecer aquella joven no venía en compañía de nadie.
¿Qué motivaba la dicha nocturna de una dama a adentrarse en un lugar como ese a solas?
No juzgaba a todos, pero sabía que en un sitio como ése los supuestos demonios nocturnos estaban de incognitos por cada rincón. Si Lucifer merodeaba en todas partes, sus secuaces, al igual que él, podían adoptar distintas pieles. Podría tratarse de que esa joven también compartía ese pensamiento o bien ella misma podía enmascarar muchos misterios ocultos.
Tenía una energía especial, quizá. Eso le encaminó a acercarse a ella como quien anda por allí como un distraído pájaro nocturno que no haya el rumbo de su camino. Subrepticiamente se situó a su lado a una muy prudente distancia. Parecía algo tensa, o tal vez era su impresión.
-Buona notte, Signorina.- Le habló en tono sereno y un tanto neutro no queriendo ser confundido con un rufián estafador o como un casanova más. -¿Está usted bien?-
-Deberíamos irnos. El ambiente se ha tornado bizarro.- Le susurró un joven de cabello canelo quien hace pocos segundos había llegado hasta la barra con él.
-Paolo, sois un gallina.- Respondió antes de darle un sorbo a la absenta. La serenidad en su rostro contractaba con la expresión de repudio del hombre de la mesa de al frente. Entendía que en todos lados hay enemigos pero no por eso se debe vivir huyendo.
-Ya veo que en cualquier momento esto se torna a riña.- Paolo parecía bastante intranquilo, lanzando miradas sigilosas a trescientos grados para no perder detalles del contexto -La última vez nos salvamos por poco. ¿Qué tal si nos hubiera pillado la policía?-
-Seguramente tu cabeza rodaría en las calles de la plaza pública y yo seguiría sentado en mi trono.- Le miró burlesco sonriéndole divertido. –Vamos, Paolo, relájate un poco. Toma algo de vino, baila… ¡Qué sé yo! La noche aún es demasiado joven para despreciarla.- Sugirió, restándole importancia a las inquietudes de su asistente.
-Aquí no es lo mismo que Venezia.- Bufó Paolo frunciendo el entre cejo.
Paolo Niccolò era un joven de su misma edad, apariencia juvenil y rasgos marcados. A él lo conocía desde hace unos cuantos años atrás cuando aún vivía en Venezia y el muchacho era un empleado de la casa. Con el tiempo se volvió en una persona de confianza y era el único que conocía su identidad de conde de Italia y era Paolo el que más se empeñaba en tapar las huellas y evidencias que Micheletto pudiese dejar en el camino. Un ciervo fiel, por donde se le viera.
Justo cuando el joven escudero tuvo las férreas ganas de volver a insistir con volar del nido de brujos, un grupo de personas se aventuró a ir al centro de la taberna en donde las mesas estaban un poco más separadas las unas de las otras. El par de jóvenes se quedaron observando a esas personas que, de la nada, comenzaron a aplaudir y abrirse paso entre los presentes. Algunos de ellos, incluso, llevaban instrumentos típicos de la región. Bastó un par de segundos más para que comprendieran que ese puñado minúsculo de gente, bajo la influencia de alcohol, de manera tan animada iniciaba una ronda de Tarantella.
Era curioso ver como se deslizaban entre las mesas y las personas en un lugar que parecía absolutamente pequeño para un baile que requería de mucho espacio físico. Algunos de los presentes se unían al montón más animados, otros miraban hostilmente la situación como una invasión a su espacio personal. Una atractiva joven de cabellos rubios hermosamente trenzados en dos trenzas se aproximó al dúo de jóvenes.
-¡Vamos a bailar la Tarantella!- Ella, con una sonrisa cautivante, les habló como si les conociera de toda la vida como si se tratase de grandes amigos de la infancia. Tomó una mano de cada joven instándolos a acompañarle. Esa muchacha representaba el auténtico espíritu italiano, cálido, confianzudo y, por qué no, un tanto insistente.
Como buenos italianos de sangre y corazón, Micheletto y Paolo acompañaron a la bella danzarina al centro de la taberna donde la cosa cada vez se tornaba más eufórica. Naturalmente en un espacio tan reducido los pisotones, empujones, agarrones indebidos y golpes tanto no intencionados como malintencionados se dieron paso entre los nocheros hijos del barullo. Después de unas tantas rondas de Tarantella, los integrantes del montón de gente que se animó a participar fueron poco a poco desapareciendo y con ello la actividad en general en la taberna volviéndola nuevamente un sepulcro suspicaz.
-Iremos a la plazuela de la Calle Vittorino, seguiremos con la fiesta en ese lugar. Habrá bailes, tragos, fuego y diversión. ¿Se nos unen?-
-Me quedaré un poco más.- Por esa noche, Micheletto ya había tenido demasiado de bailes y bullicio social. Aunque no lo pareciera, jugar a las cartas con el mismísimo satanás agotaba un montón. Sin embargo, notó la desilusión en los ojos de su escudero.
-Diviértete. A domani Paolo.-
-Gracias.- Respondió con una sonrisa de oreja a oreja. –Procura no llamar más la atención por hoy.- Le dijo en un tono cómplice aludiendo a su oculta identidad de conde.
-Sí, sí, sí.- Giró los ojos. -Marchaos ya.-
Paolo fue llevado por el grupo de personas hacia la puerta de la salida por donde salió entre risas y conversaciones triviales. Por su parte, Micheletto volvió a la barra sintiéndose acoplado al silencio que de repente invadió el lugar. El hombre de la barra le llenó una copa y allí estuvo él mientras los minutos transcurrían ante su mirada.
Quizá pasaron hasta algo más de treinta minutos donde la reflexión mental le irrumpió repentinamente olvidándose por instantes de donde se encontraba. No podía evitar meter a cada tanto de segundos la mano en su bolsillo y juguetear con el collar que Lucifer le dio. Ahora que lo pensaba, no le había dedicado la atención suficiente. Finalmente lo sacó del bolsillo y lo miró detenidamente apreciando cada detalle por muy mínimo que fuera.
Una cruz. Era una cruz. Pero ninguna cruz religiosa ¿O sí? Pues en el fondo el demonio no le teme al crucifijo pues goza del daño que éste mismo le hizo al señor Jesucristo.
La gema preciosa en el centro de la cruz le hipnotizó en un trance donde no escuchaba ni veía nada que estuviera a su alrededor más que la cruz. Parpadeó lentamente antes de determinar que un bolsillo no era un digno lugar para una joya cuya energía parecía poderosa y cuyo antiguo dueño no gustaría ver olvidado en la oscuridad. Colgó la gargantilla alrededor de su cuello y volvió a prestar atención a la taberna. Fue entonces que notó que algunas personas que antes estuvieron allí ya habían emprendido el vuelo mientras que otras tantas personas hacían nuevo acto de presencia.
Fue casi imposible no notar a una muchacha de cabellera roja, como el fuego, entrar en la taberna. De hace tanto tiempo que no tenía la fortuna de ver una cabellera tan roja como la suya. Disimuladamente le siguió con la mirada, al parecer aquella joven no venía en compañía de nadie.
¿Qué motivaba la dicha nocturna de una dama a adentrarse en un lugar como ese a solas?
No juzgaba a todos, pero sabía que en un sitio como ése los supuestos demonios nocturnos estaban de incognitos por cada rincón. Si Lucifer merodeaba en todas partes, sus secuaces, al igual que él, podían adoptar distintas pieles. Podría tratarse de que esa joven también compartía ese pensamiento o bien ella misma podía enmascarar muchos misterios ocultos.
Y, como siempre, la curiosidad mató al gato.
Tenía una energía especial, quizá. Eso le encaminó a acercarse a ella como quien anda por allí como un distraído pájaro nocturno que no haya el rumbo de su camino. Subrepticiamente se situó a su lado a una muy prudente distancia. Parecía algo tensa, o tal vez era su impresión.
-Buona notte, Signorina.- Le habló en tono sereno y un tanto neutro no queriendo ser confundido con un rufián estafador o como un casanova más. -¿Está usted bien?-
Micheletto Di Maria- Hechicero/Realeza
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Re: Arcania de Bateleur
Estaba muerta de miedo ¿vale?
Sentía la imperiosa sensación de que corría un peligro bastante grande y había decidido ignorar como mi sexto sentido daba gritos para que me pusiese en guardia. Pero ni yo tenía ganas de enzarzarme en una pelea mental ni tampoco tenía el suficiente tino para hacer caso a esa vocecita. La magia no existía y el único peligro que corría era que me robasen el poco dinero que había cogido de mi habitación esa mañana y el arrugado mapa. Bueno… y siempre me podrían violar. Tragué con dificultad ante el último pensamiento, una violación sería la guinda del pastel de horrores de ese catastrófico día.
Cuando el vaso de vino estuvo frente mía no tarde en darle un buen sorbo, estaba asqueroso. Vaya vino más malo pero ¿qué podía esperar de una taberna de mala muerte? Por lo que no me quejé y pagué. Le di otro sorbo y suspiré agradecida, mi cuerpo empezó a entrar en calor a pesar de lo tensa que estaba. El escalofrío que se había apoderado de mí hacia unos momentos se volvía a repetir y estuve a punto de escupir el horroroso trago de vino.
Pero ¿qué?
Cuando me preparaba para empezar una batalla contra mi caprichoso subconsciente una voz suave y masculina a mi lado me sorprendió tanto que casi pegué un brinco.
-Buona notte, Signorina - me dijo como si no quisiera asustarme, como si me fuera a echar a correr de un momento a otro, ladeé la cabeza para mirarlo con cautela -. ¿Está usted bien?
Era rubio, guapo y joven, no parecía muy mayor –quizás rondase mi edad –. Pero no pude evitar sentir como la desconfianza crecía en mi pecho, ese tipo podría ser peligroso y su aire inofensivo, estaba absolutamente segura, de que era una tapadera. Le iba a replicar que se podía marchar por dónde había venido cuando el colgante que pendía de su cuello llamó mi atención, ¿qué? Sentía una atracción sumamente oscura hacia esa joya con un gran rubí, que ostentoso. Desvié la mirada, ¿qué demonios pasaba conmigo ese día? Había roto todas las normas que me había impuesto hacía seis meses y sabía con plena certeza de que ese chico era alguien que no seguía ninguna. Oh, un chico malo, puse los ojos en blanco hacia mi propia idea.
-Bien, gracias por preguntar –intenté sonar segura pero fui incapaz de sonreír para simular amabilidad y entorné los ojos con precaución - ¿Y usted?
Carraspeé a la vez que aferraba con fuerza el vaso de vino, me quería ir de ahí pero mi lado humano quería ignorar las señales de alarma de mi... eh... otro lado, quería quedarse a hablar con ese desconocido. Dudé un momento, ¿qué debería hacer? ¿A dónde iría? Miré de reojo mi mapa, estaba muy perdida pero me rehusaba a preguntar a ese tipo porque tenía algo extraño que no me gustaba, yo estaba de mal humor y tenía la maldita sensación de que sería mi perdición. Decidí ser una completa borde a ver si lograba espantarle, era una técnica infalible y que había sido un completo éxito con todos los pesados pretendientes que mi madre insistía en que conociera.
-No creo que queráis robarme –indiqué con algo de brusquedad y señalé a su caro e hipnotizante collar. ¡Lilian, despierta! Me chillé en mi fuero interno –, por lo que se ve estáis muy bien servido, ¿qué hacéis hablándome, joven señor?
Levanté ambas cejas con un claro interrogante en la frente sintiendome muy satisfecha conmigo misma, seguro que ahora me dejaba tranquila ese… chico con un collar que, a pesar de la cruz, no parecía nada religioso. Por lo menos daba unas claras señales oscuras que me estaban poniendo la piel de gallina, mi abuela Erika habría puesto el grito en el cielo al verlo. Me había enseñado a utilizar la magia blanca y cuando había magia negra alrededor me entraba algo de ansiedad, jugar con esas cosas era muy peligroso y… ¡Lilian! Me reprendí, deja de pensar en magia, todo son invenciones.
Dios, estaba en medio de un mar de contradicciones.
Sujeté con fuerza mi mapa y sin esperar respuesta del sujeto lo abrí sobre la barra para desviar su atención y la mía. A ver, ¿dónde demonios estaba? Me mordí el labio inferior intentando discernir el barrio donde se encontraba esa taberna de mala muerte, pero cuando lo logré gemí con frustración. Estaba lejísimo de mi lugar de hospedaje. Me senté con claro desanimo en una butaca y hundí el rostro en las manos, no quería salir de noche y no creía que la taberna estuviera abierto mucho tiempo más, ¿o sí?
Miré de reojo al joven, quizás me había precipitado y no era tan tenebroso como mi sexto sentido chillaba. Mis ojos grises bailaron un momento en el collar antes de parpadear y clavarlos en los de él. ¿Qué debía de hacer?
Sentía la imperiosa sensación de que corría un peligro bastante grande y había decidido ignorar como mi sexto sentido daba gritos para que me pusiese en guardia. Pero ni yo tenía ganas de enzarzarme en una pelea mental ni tampoco tenía el suficiente tino para hacer caso a esa vocecita. La magia no existía y el único peligro que corría era que me robasen el poco dinero que había cogido de mi habitación esa mañana y el arrugado mapa. Bueno… y siempre me podrían violar. Tragué con dificultad ante el último pensamiento, una violación sería la guinda del pastel de horrores de ese catastrófico día.
Cuando el vaso de vino estuvo frente mía no tarde en darle un buen sorbo, estaba asqueroso. Vaya vino más malo pero ¿qué podía esperar de una taberna de mala muerte? Por lo que no me quejé y pagué. Le di otro sorbo y suspiré agradecida, mi cuerpo empezó a entrar en calor a pesar de lo tensa que estaba. El escalofrío que se había apoderado de mí hacia unos momentos se volvía a repetir y estuve a punto de escupir el horroroso trago de vino.
Pero ¿qué?
Cuando me preparaba para empezar una batalla contra mi caprichoso subconsciente una voz suave y masculina a mi lado me sorprendió tanto que casi pegué un brinco.
-Buona notte, Signorina - me dijo como si no quisiera asustarme, como si me fuera a echar a correr de un momento a otro, ladeé la cabeza para mirarlo con cautela -. ¿Está usted bien?
Era rubio, guapo y joven, no parecía muy mayor –quizás rondase mi edad –. Pero no pude evitar sentir como la desconfianza crecía en mi pecho, ese tipo podría ser peligroso y su aire inofensivo, estaba absolutamente segura, de que era una tapadera. Le iba a replicar que se podía marchar por dónde había venido cuando el colgante que pendía de su cuello llamó mi atención, ¿qué? Sentía una atracción sumamente oscura hacia esa joya con un gran rubí, que ostentoso. Desvié la mirada, ¿qué demonios pasaba conmigo ese día? Había roto todas las normas que me había impuesto hacía seis meses y sabía con plena certeza de que ese chico era alguien que no seguía ninguna. Oh, un chico malo, puse los ojos en blanco hacia mi propia idea.
-Bien, gracias por preguntar –intenté sonar segura pero fui incapaz de sonreír para simular amabilidad y entorné los ojos con precaución - ¿Y usted?
Carraspeé a la vez que aferraba con fuerza el vaso de vino, me quería ir de ahí pero mi lado humano quería ignorar las señales de alarma de mi... eh... otro lado, quería quedarse a hablar con ese desconocido. Dudé un momento, ¿qué debería hacer? ¿A dónde iría? Miré de reojo mi mapa, estaba muy perdida pero me rehusaba a preguntar a ese tipo porque tenía algo extraño que no me gustaba, yo estaba de mal humor y tenía la maldita sensación de que sería mi perdición. Decidí ser una completa borde a ver si lograba espantarle, era una técnica infalible y que había sido un completo éxito con todos los pesados pretendientes que mi madre insistía en que conociera.
-No creo que queráis robarme –indiqué con algo de brusquedad y señalé a su caro e hipnotizante collar. ¡Lilian, despierta! Me chillé en mi fuero interno –, por lo que se ve estáis muy bien servido, ¿qué hacéis hablándome, joven señor?
Levanté ambas cejas con un claro interrogante en la frente sintiendome muy satisfecha conmigo misma, seguro que ahora me dejaba tranquila ese… chico con un collar que, a pesar de la cruz, no parecía nada religioso. Por lo menos daba unas claras señales oscuras que me estaban poniendo la piel de gallina, mi abuela Erika habría puesto el grito en el cielo al verlo. Me había enseñado a utilizar la magia blanca y cuando había magia negra alrededor me entraba algo de ansiedad, jugar con esas cosas era muy peligroso y… ¡Lilian! Me reprendí, deja de pensar en magia, todo son invenciones.
Dios, estaba en medio de un mar de contradicciones.
Sujeté con fuerza mi mapa y sin esperar respuesta del sujeto lo abrí sobre la barra para desviar su atención y la mía. A ver, ¿dónde demonios estaba? Me mordí el labio inferior intentando discernir el barrio donde se encontraba esa taberna de mala muerte, pero cuando lo logré gemí con frustración. Estaba lejísimo de mi lugar de hospedaje. Me senté con claro desanimo en una butaca y hundí el rostro en las manos, no quería salir de noche y no creía que la taberna estuviera abierto mucho tiempo más, ¿o sí?
Miré de reojo al joven, quizás me había precipitado y no era tan tenebroso como mi sexto sentido chillaba. Mis ojos grises bailaron un momento en el collar antes de parpadear y clavarlos en los de él. ¿Qué debía de hacer?
Lilian Blair- Hechicero Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 07/04/2014
Re: Arcania de Bateleur
-Bien, gracias por preguntar – Había sido su parca respuesta. - ¿Y usted?-
Tal vez la había atosigado, quizá hasta causó suspicacia hacia su persona. Lo cierto era que aquella joven, pese a que quisiera demostrarse firme como un iceberg de hielo, estaba inquieta por algún motivo. Lo pudo asimilar al ver el modo en que sostenía su vaso, de un una forma donde demostraba ejercer algo de tensión en su tacto quizá como una defensa inconsciente. No era italiana, al parecer. ¿Era una turista?
Iba a responder a su pregunta anterior, cuando la joven pelirroja volvió a hablarle.
-No creo que queráis robarme – Su tono era algo hostil o así lo había recibido. Ella apuntó el colgante que llevaba. –, por lo que se ve estáis muy bien servido, ¿qué hacéis hablándome, joven señor?-
Le iba a responder pero, una vez más, la misteriosa chica hizo gala de sus buenos modales y prefirió centrar mayor atención a un pedazo de papel. Nada nuevo, la gente en esos lugares suele sentir desconfianzas hasta de su propia sombra. Alzó una ceja contemplando la serenidad que no parecía quebrarse en él. La miró fijamente mientras ella estaba abducida por el reconocimiento de lo que, al fin y al cabo, era un mapa. Apreció detalladamente su rostro el cual tenía marcados ápices de juventud, podría atreverse a decir que era, incluso, un tanto aniñados. Seguramente la muchacha vivía la dicha de sus años más turbulentos.
Ella, al fin, se dignó a mirarlo otra vez cuando abandonó la atención de su mapa y posterior atención al colgante que el enigmático señor de los pactos paganos le había obsequiado. Había notado un deje de frustración en ella cuando se deshizo del interés que el papel le daba a sus ojos claros.
-No planeo robarle.- Respondió a la pregunta que ella le había dejado en inconcluso. -¿Qué podría robarle yo a usted?- Le sonrió algo socarrón. Tal vez se excedió con ese comentario innecesario que muchas personas podrían tomarse a mal pero la desconfianza de la joven morbosamente le causó gracia. Acarició el enigmático dije con la punta de los dedos, ¿Era su impresión o el maldito collar le transmitió cierta electricidad? No importaba, era algo para presumir, de momento. Paolo gruñiría luego por la ciega obediencia de Micheletto a su petición de no llamar la atención. –Por lo demás, jamás he caído en tan bajos hábitos.- Que mentira, en Venezia lo hacía hasta por mera diversión. –Lamento si la he importunado así de improvisto. Tuve la sensación de que algo la aquejumbraba.-
Ahora la dejaría a ella sin refutación. Sin esperar a una respuesta de parte de la joven, deslizó su mapa por la cubierta de madera carcomida de la barra dejándolo medio a medio entre ambos. Posó el índice de la mano diestra sobre un punto determinado.
-Como ya debéis deducido, usted se encuentra justo aquí.- El mapa parecía bastante arrugado a esas alturas. Quizá demasiada ansiedad experimentada cortesía de su dueña. No pudo evitar sentir gracia por la situación pero de todos modos simuló bien y siguió igual de sereno. -Supongo que es extranjera. ¿A dónde queréis ir? Puedo ayudar, conozco Italia más que cualquiera. Estas calles, por sobre todo.- Tomó el mapa y lo dobló cuidadosamente para entregárselo en las manos a la chica. –Este lugar está por cerrar y Dios sabe cómo se torna el ambiente en un nido de ratas como éste. No es muy auspiciador para una ragazza como usted. No pretendo asustarla, sólo advertirle que llevar un mapa como escudo trasmite el código de que está estrepitosamente desorientada. Puede aceptar mi ayuda, o bien, joven dama, podéis seguir sentada en esa butaca bebiendo vino que parece hecho de las gárgaras que un borracho ha escupido en una cubeta.- Justo cuando dijo esto último el dueño de la taberna, que además era el cantinero, apareció con su cara de orco de libros antiguos.
-¡Mal nacido! Decid una vez más un comentario así sobre mi vino y te mando a sacar de aquí a patadas como un vil perro callejero.-
-Métete en tus asuntos, anciano.- Respondió con desdén al ofuscado dueño. Antes prefería ser comparado con un gato callejero que un perro de la misma calaña... Los perros, por algún motivo, son más pulgosos y bobos. Giró los ojos antes de volver la mirada hacia ella.-Usted decide.- Esperó algún signo de respuesta pero al parecer aún mantenía la defensa en guardia. El rubio le sonrió brevemente a la pelirroja antes de dejar unas cuantas monedas sobre la madera húmeda pagando lo que debía. –Que Dios guarde vuestros pasos o, en su defecto, que tenga la intuición de una bruja y encuentre el destino que busca.- Se apartó de la barra encaminando sus pasos hacia la salida de la taberna. -Buona notte, signorina.- Diciendo exactamente las palabras con la cual se creó el ¨intento¨ de conversación. Recitó en una despedida. Imitando la despedida de un soldado, aquella con el perfil de la mano en la frente, finalmente abrió la maltrecha puerta de la taberna y salió del lugar.
El ambiente de afuera estaba bastante frío en comparación al que se experimentaba en el interior de la taberna. Maldijo a Paolo por haberse llevado la capa azul, y recién daba cuentas de ello. Dichosamente, no era del tipo de sujetos friolentos que se asemejan a un anciano desesperado por una chimenea y agua caliente en una cubeta.
Se había acostumbrado al frío, tanto al frío externo como al frío que invadía todo su interior.
Alzó la mirada hacia el oscuro cielo, allí el manto oscuro celestial de la noche se mostraba estrellado y atrayente. Tanto o más que la mismísima cruz que le dio Lucifer. La tocó una vez más sin dejar de mirar el cielo. Podría jurar que la joya había captado la atención de la joven de cabellos rojos en el interior de la taberna. ¿Habría experimentado la misma sensación que él? ¿Acaso ella era…? Era una incógnita que persistiría.
-Le hubiera cortado un mechón de cabello- Murmuró para sí mismo. No por brujería alguna sino más bien por el tono rojo de sus cabellos de fuego. Era un color peculiar y natural, no lo había visto así en ninguna mujer y si lo había hecho eran burdas pelucas de imitación.
Al final se quitó el collar y lo volvió a guardar en el bolsillo. Las calles no eran un lugar considerado para tan extraña joya. Lo usaría en su rol de conde. Comenzó a dar los primeros pasos para alejarse del lugar.
Tal vez la había atosigado, quizá hasta causó suspicacia hacia su persona. Lo cierto era que aquella joven, pese a que quisiera demostrarse firme como un iceberg de hielo, estaba inquieta por algún motivo. Lo pudo asimilar al ver el modo en que sostenía su vaso, de un una forma donde demostraba ejercer algo de tensión en su tacto quizá como una defensa inconsciente. No era italiana, al parecer. ¿Era una turista?
Iba a responder a su pregunta anterior, cuando la joven pelirroja volvió a hablarle.
-No creo que queráis robarme – Su tono era algo hostil o así lo había recibido. Ella apuntó el colgante que llevaba. –, por lo que se ve estáis muy bien servido, ¿qué hacéis hablándome, joven señor?-
Le iba a responder pero, una vez más, la misteriosa chica hizo gala de sus buenos modales y prefirió centrar mayor atención a un pedazo de papel. Nada nuevo, la gente en esos lugares suele sentir desconfianzas hasta de su propia sombra. Alzó una ceja contemplando la serenidad que no parecía quebrarse en él. La miró fijamente mientras ella estaba abducida por el reconocimiento de lo que, al fin y al cabo, era un mapa. Apreció detalladamente su rostro el cual tenía marcados ápices de juventud, podría atreverse a decir que era, incluso, un tanto aniñados. Seguramente la muchacha vivía la dicha de sus años más turbulentos.
Ella, al fin, se dignó a mirarlo otra vez cuando abandonó la atención de su mapa y posterior atención al colgante que el enigmático señor de los pactos paganos le había obsequiado. Había notado un deje de frustración en ella cuando se deshizo del interés que el papel le daba a sus ojos claros.
-No planeo robarle.- Respondió a la pregunta que ella le había dejado en inconcluso. -¿Qué podría robarle yo a usted?- Le sonrió algo socarrón. Tal vez se excedió con ese comentario innecesario que muchas personas podrían tomarse a mal pero la desconfianza de la joven morbosamente le causó gracia. Acarició el enigmático dije con la punta de los dedos, ¿Era su impresión o el maldito collar le transmitió cierta electricidad? No importaba, era algo para presumir, de momento. Paolo gruñiría luego por la ciega obediencia de Micheletto a su petición de no llamar la atención. –Por lo demás, jamás he caído en tan bajos hábitos.- Que mentira, en Venezia lo hacía hasta por mera diversión. –Lamento si la he importunado así de improvisto. Tuve la sensación de que algo la aquejumbraba.-
Ahora la dejaría a ella sin refutación. Sin esperar a una respuesta de parte de la joven, deslizó su mapa por la cubierta de madera carcomida de la barra dejándolo medio a medio entre ambos. Posó el índice de la mano diestra sobre un punto determinado.
-Como ya debéis deducido, usted se encuentra justo aquí.- El mapa parecía bastante arrugado a esas alturas. Quizá demasiada ansiedad experimentada cortesía de su dueña. No pudo evitar sentir gracia por la situación pero de todos modos simuló bien y siguió igual de sereno. -Supongo que es extranjera. ¿A dónde queréis ir? Puedo ayudar, conozco Italia más que cualquiera. Estas calles, por sobre todo.- Tomó el mapa y lo dobló cuidadosamente para entregárselo en las manos a la chica. –Este lugar está por cerrar y Dios sabe cómo se torna el ambiente en un nido de ratas como éste. No es muy auspiciador para una ragazza como usted. No pretendo asustarla, sólo advertirle que llevar un mapa como escudo trasmite el código de que está estrepitosamente desorientada. Puede aceptar mi ayuda, o bien, joven dama, podéis seguir sentada en esa butaca bebiendo vino que parece hecho de las gárgaras que un borracho ha escupido en una cubeta.- Justo cuando dijo esto último el dueño de la taberna, que además era el cantinero, apareció con su cara de orco de libros antiguos.
-¡Mal nacido! Decid una vez más un comentario así sobre mi vino y te mando a sacar de aquí a patadas como un vil perro callejero.-
-Métete en tus asuntos, anciano.- Respondió con desdén al ofuscado dueño. Antes prefería ser comparado con un gato callejero que un perro de la misma calaña... Los perros, por algún motivo, son más pulgosos y bobos. Giró los ojos antes de volver la mirada hacia ella.-Usted decide.- Esperó algún signo de respuesta pero al parecer aún mantenía la defensa en guardia. El rubio le sonrió brevemente a la pelirroja antes de dejar unas cuantas monedas sobre la madera húmeda pagando lo que debía. –Que Dios guarde vuestros pasos o, en su defecto, que tenga la intuición de una bruja y encuentre el destino que busca.- Se apartó de la barra encaminando sus pasos hacia la salida de la taberna. -Buona notte, signorina.- Diciendo exactamente las palabras con la cual se creó el ¨intento¨ de conversación. Recitó en una despedida. Imitando la despedida de un soldado, aquella con el perfil de la mano en la frente, finalmente abrió la maltrecha puerta de la taberna y salió del lugar.
El ambiente de afuera estaba bastante frío en comparación al que se experimentaba en el interior de la taberna. Maldijo a Paolo por haberse llevado la capa azul, y recién daba cuentas de ello. Dichosamente, no era del tipo de sujetos friolentos que se asemejan a un anciano desesperado por una chimenea y agua caliente en una cubeta.
Se había acostumbrado al frío, tanto al frío externo como al frío que invadía todo su interior.
Alzó la mirada hacia el oscuro cielo, allí el manto oscuro celestial de la noche se mostraba estrellado y atrayente. Tanto o más que la mismísima cruz que le dio Lucifer. La tocó una vez más sin dejar de mirar el cielo. Podría jurar que la joya había captado la atención de la joven de cabellos rojos en el interior de la taberna. ¿Habría experimentado la misma sensación que él? ¿Acaso ella era…? Era una incógnita que persistiría.
-Le hubiera cortado un mechón de cabello- Murmuró para sí mismo. No por brujería alguna sino más bien por el tono rojo de sus cabellos de fuego. Era un color peculiar y natural, no lo había visto así en ninguna mujer y si lo había hecho eran burdas pelucas de imitación.
Al final se quitó el collar y lo volvió a guardar en el bolsillo. Las calles no eran un lugar considerado para tan extraña joya. Lo usaría en su rol de conde. Comenzó a dar los primeros pasos para alejarse del lugar.
Micheletto Di Maria- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 22/03/2014
Localización : Italia
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Arcania de Bateleur
¡Será depravado! Me sonrojé con furia ante su comentario sobre qué me podría robar, mi pelo tendría una clara envidia al carmín que se había extendido por mi rostro, y me crucé de brazos sobre el pecho, intentando cubrirme con pudor. Encima sonreía socarrón. Me hormiguearon las palmas de las manos por culpa de las abrumadoras ganas de darle un buen puñetazo en esa hermosa cara, a ver si se reía después pero respiré hondo y me reprimí. ¿Por qué insistía en quedarse? Y, sin embargo, se disculpó por si me había importunado, no era por nada pero llevaba un rato intentando echarlo. Se notaba a leguas de que era un tipo con un aura oscura, por el amor de Dios.
Agarró mi mapa sin pedir permiso y posó el índice de la mano diestra sobre un punto determinado, me recliné un poco para observar y bufé. Ya sabía dónde estaba no hacía falta que hiciera gala de que él también era plenamente consciente de nuestra posición, puse los ojos en blanco.
-Ya sé dónde estoy, señor –le miré algo exasperada y volví abrir la boca para increparle lo ingenioso que era cuando me interrumpió.
¿Si era extranjera? Oh, un genio, señoras y señores. ¿Cómo lo había deducido? ¿Por mi mediocre italiano? ¿O por mi aspecto desorientado? Bufé, ese chico no me gustaba nada y seguía queriendo entablar una conversación pero cuando dobló mi mapa y me lo ofreció lo agarré con algo de indecisión puesto que me acababa de ofrecer ayuda. Él. El joven señor con un collar, que suponía, que tenía más valor que toda la taberna y sus clientes juntos. Y la inseguridad se adueñó de mí, quería salir de ahí y volver a casa. No a la casa de la Signora Di Stefano sino a Francia, con mis abuelos, pero era imposible ya que había algo en Italia que no solo me retenía sino que me había hecho tomar un impulsivo viaje hacia allí.
Clavé los ojos en los suyos mientras explicaba que la taberna iba a cerrar, que las calles eran peligrosas a esas horas –me aferré a mi mapa con ansiedad, me había percatado de lo peligrosas que podían llegar a ser– y me volvió a ofrecer ayuda. Me mojé los labios secos con la lengua ¿tendría otra salida que aceptar su ayuda? Sabía que a pesar de su aspecto inofensivo no era alguien que se pudiera subestimar, oh, mi otro lado estaba avispado hoy.
Observé con algo de perplejidad como el chico terminaba su excelente discurso haciendo mención al horrible vino que estaba bebiendo y, claro, lo dijo tan alto el muy inteligente que el tabernero se acercó molesto hacia nosotros. Genial, era uno de esos tipos que tenían más dinero que sentido común y exponían su opinión a expensas de si podían ofender o no. En este caso el pobre hombre se acercó con un claro humor negro a nosotros y hubo un tenso intercambio de palabras, ja, le había llamado perro. Sin querer le imaginé con cara de labrador, esos que tenían el pelaje color arena y tuve que apartar el rostro para controlar las carcajadas que luchaban por salir. Uf… Debía de mantener mi posición hostil ante él.
Cuando el tabernero se alejó murmurando cosas, que no estoy interesada en saber en absoluto, por lo bajo pude observar como el rostro de granito de mi acompañante se ofuscaba levemente y giraba los ojos antes de volver a mirarme.
-Usted decide.
Me sonrió brevemente mientras pagaba, después de unos segundos en los cuales, supongo, esperaba que respondiese y, sin embargo, me seguía encontrando algo indecisa. Estaba sola en un país que no conocía, no podía irme con la primera persona que me ofreciera ayuda. Además, sabía que él era, de alguna forma, peligroso. Su collar captó mi atención de nuevo y, muy levemente, casi pude escuchar un cántico atrayente… Que rubí tan rojo… Quería, quería… Sacudí la cabeza y me alejé un paso del joven, me encontraba muy abrumada. Estaba a punto de empezar a hiperventilar.
-Que Dios guarde vuestros pasos o, en su defecto, que tenga la intuición de una bruja y encuentre el destino que busca.
Me envaré tiesa como un clavo. Acababa de decir bruja. Me acababa de desear que tuviese la intuición de una bruja y un escalofrío se asentó en la base de mi columna. Por el amor de… ¡Ese tipo tenía algo que ver con esos temas! Abrí los ojos de par en par y boqueé como un pez fuera del agua. Oh, Dios. Oh, Dios. Lo seguí con la mirada mientras me mantenía estática en mi lugar, se iba a marchar y una parte de mí sufrió un ataque de pánico repentino. Me iba a dejar sola en ese lugar, tragué saliva asustada.
-Buona notte, signorina.
Sí que se marchaba y, entre un parpadeo y otro, había atravesado la puerta de la taberna. Por segunda vez desde que había hecho a un lado la magia dejé que mi parte de bruja tomase las riendas de mí y caminé firme tras él. La primera vez fue cuando, después de despertarme exaltada una noche, había tomado un viaje a Italia como una completa cabeza loca.
-Que sea lo que Dios quiera –me susurré completamente segura de que él era exactamente lo que andaba buscando en Italia.
Salí de la taberna y vi su cabellera rubia alejarse. Respiré hondo y casi eché a correr cuando noté más de una mirada indeseada encima, que tipos más asquerosos, me dije mientras seguía a toda prisa al chico. Cada vez más cerca y le agarré la parte de atrás de su chaqueta sin mucha delicadeza y sentí un chispazo que subía por mis dedos, se apoderaba de mi antebrazo y terminaba en un dulce hormigueo en el codo. Asique estaba en lo cierto, ese chico era lo que estaba buscando. La cuestión era ¿para qué? ¿Y quién era ese sujeto exactamente?
Me eché el pelo hacia atrás con la otra mano puesto que el cabello se había movido con la carrera.
-Esperad, por favor –le dije en tono bajo y me enderecé soltándole, me alisé la falda del vestido y lo miré con determinación –, quizás sí podáis ayudarme. No me quiero quedar sola y mi lugar de hospedaje me queda demasiado lejos.
Le miré el cuello en busca del collar pero no lo vi, fruncí el ceño. Sacudí la cabeza y suspiré exasperada, ¿qué pasaba conmigo?
-Soy Lilian Blair –me presenté sin sonreír –, me gustaría llegar al establecimiento donde me alojo…
Abrí el mapa, me acerqué un poco a él con incomodidad y le señalé el lugar, dejé que lo examinara durante unos segundos antes de guardar el mapa. Me coloqué un mechón de pelo tras la oreja izquierda y, de repente, me invadió la incertidumbre por si él tenía otras cosas que hacer.
-Esto… –carraspeé con inseguridad –, si teníais otros planes… Creo… Yo… Bueno, os podría acompañar y después, si sois tan amable, me podríais acompañar hacia donde me estoy quedando.
Oh, sí, me había vuelto algo insegura y los modales habían florecido. Lo que hacía el miedo a estar sola, ¿eh? Me agarré las manos tras la espalda y me mordí el labio inferior, había muchos peligros en las calles y no solo los mundanos, sino peligros de verdad.
-Solo espero que no le entren ganas de meterse en un burdel… -le murmuré al cuello de mi vestido.
Porque entonces sí que me entrarían ganas de vomitar. Los puteríos no eran lo mío y yo, aunque pueda a llegar a ser la maleducada número uno cuando me conviene, soy una dama de una prestigiosa familia y no estaba, y nunca estaré preparada, para enfrentar un lugar de esos tan poco decorosos… A veces me sorprendía como una mujer se tenía que ver rebajada a vender su cuerpo, ya sé que algunas no tienen más remedio, pero no deja de ser una profesión repugnante. Supongo que cuando te tocaba un joven guapo –le eché una rápida mirada al señorito– no sería tan desagradable, pero cuando era un tipo viejo, gordo y bastante repulsivo no debería ser muy agradable… Pobres chicas, me dije.
Agarró mi mapa sin pedir permiso y posó el índice de la mano diestra sobre un punto determinado, me recliné un poco para observar y bufé. Ya sabía dónde estaba no hacía falta que hiciera gala de que él también era plenamente consciente de nuestra posición, puse los ojos en blanco.
-Ya sé dónde estoy, señor –le miré algo exasperada y volví abrir la boca para increparle lo ingenioso que era cuando me interrumpió.
¿Si era extranjera? Oh, un genio, señoras y señores. ¿Cómo lo había deducido? ¿Por mi mediocre italiano? ¿O por mi aspecto desorientado? Bufé, ese chico no me gustaba nada y seguía queriendo entablar una conversación pero cuando dobló mi mapa y me lo ofreció lo agarré con algo de indecisión puesto que me acababa de ofrecer ayuda. Él. El joven señor con un collar, que suponía, que tenía más valor que toda la taberna y sus clientes juntos. Y la inseguridad se adueñó de mí, quería salir de ahí y volver a casa. No a la casa de la Signora Di Stefano sino a Francia, con mis abuelos, pero era imposible ya que había algo en Italia que no solo me retenía sino que me había hecho tomar un impulsivo viaje hacia allí.
Clavé los ojos en los suyos mientras explicaba que la taberna iba a cerrar, que las calles eran peligrosas a esas horas –me aferré a mi mapa con ansiedad, me había percatado de lo peligrosas que podían llegar a ser– y me volvió a ofrecer ayuda. Me mojé los labios secos con la lengua ¿tendría otra salida que aceptar su ayuda? Sabía que a pesar de su aspecto inofensivo no era alguien que se pudiera subestimar, oh, mi otro lado estaba avispado hoy.
Observé con algo de perplejidad como el chico terminaba su excelente discurso haciendo mención al horrible vino que estaba bebiendo y, claro, lo dijo tan alto el muy inteligente que el tabernero se acercó molesto hacia nosotros. Genial, era uno de esos tipos que tenían más dinero que sentido común y exponían su opinión a expensas de si podían ofender o no. En este caso el pobre hombre se acercó con un claro humor negro a nosotros y hubo un tenso intercambio de palabras, ja, le había llamado perro. Sin querer le imaginé con cara de labrador, esos que tenían el pelaje color arena y tuve que apartar el rostro para controlar las carcajadas que luchaban por salir. Uf… Debía de mantener mi posición hostil ante él.
Cuando el tabernero se alejó murmurando cosas, que no estoy interesada en saber en absoluto, por lo bajo pude observar como el rostro de granito de mi acompañante se ofuscaba levemente y giraba los ojos antes de volver a mirarme.
-Usted decide.
Me sonrió brevemente mientras pagaba, después de unos segundos en los cuales, supongo, esperaba que respondiese y, sin embargo, me seguía encontrando algo indecisa. Estaba sola en un país que no conocía, no podía irme con la primera persona que me ofreciera ayuda. Además, sabía que él era, de alguna forma, peligroso. Su collar captó mi atención de nuevo y, muy levemente, casi pude escuchar un cántico atrayente… Que rubí tan rojo… Quería, quería… Sacudí la cabeza y me alejé un paso del joven, me encontraba muy abrumada. Estaba a punto de empezar a hiperventilar.
-Que Dios guarde vuestros pasos o, en su defecto, que tenga la intuición de una bruja y encuentre el destino que busca.
Me envaré tiesa como un clavo. Acababa de decir bruja. Me acababa de desear que tuviese la intuición de una bruja y un escalofrío se asentó en la base de mi columna. Por el amor de… ¡Ese tipo tenía algo que ver con esos temas! Abrí los ojos de par en par y boqueé como un pez fuera del agua. Oh, Dios. Oh, Dios. Lo seguí con la mirada mientras me mantenía estática en mi lugar, se iba a marchar y una parte de mí sufrió un ataque de pánico repentino. Me iba a dejar sola en ese lugar, tragué saliva asustada.
-Buona notte, signorina.
Sí que se marchaba y, entre un parpadeo y otro, había atravesado la puerta de la taberna. Por segunda vez desde que había hecho a un lado la magia dejé que mi parte de bruja tomase las riendas de mí y caminé firme tras él. La primera vez fue cuando, después de despertarme exaltada una noche, había tomado un viaje a Italia como una completa cabeza loca.
-Que sea lo que Dios quiera –me susurré completamente segura de que él era exactamente lo que andaba buscando en Italia.
Salí de la taberna y vi su cabellera rubia alejarse. Respiré hondo y casi eché a correr cuando noté más de una mirada indeseada encima, que tipos más asquerosos, me dije mientras seguía a toda prisa al chico. Cada vez más cerca y le agarré la parte de atrás de su chaqueta sin mucha delicadeza y sentí un chispazo que subía por mis dedos, se apoderaba de mi antebrazo y terminaba en un dulce hormigueo en el codo. Asique estaba en lo cierto, ese chico era lo que estaba buscando. La cuestión era ¿para qué? ¿Y quién era ese sujeto exactamente?
Me eché el pelo hacia atrás con la otra mano puesto que el cabello se había movido con la carrera.
-Esperad, por favor –le dije en tono bajo y me enderecé soltándole, me alisé la falda del vestido y lo miré con determinación –, quizás sí podáis ayudarme. No me quiero quedar sola y mi lugar de hospedaje me queda demasiado lejos.
Le miré el cuello en busca del collar pero no lo vi, fruncí el ceño. Sacudí la cabeza y suspiré exasperada, ¿qué pasaba conmigo?
-Soy Lilian Blair –me presenté sin sonreír –, me gustaría llegar al establecimiento donde me alojo…
Abrí el mapa, me acerqué un poco a él con incomodidad y le señalé el lugar, dejé que lo examinara durante unos segundos antes de guardar el mapa. Me coloqué un mechón de pelo tras la oreja izquierda y, de repente, me invadió la incertidumbre por si él tenía otras cosas que hacer.
-Esto… –carraspeé con inseguridad –, si teníais otros planes… Creo… Yo… Bueno, os podría acompañar y después, si sois tan amable, me podríais acompañar hacia donde me estoy quedando.
Oh, sí, me había vuelto algo insegura y los modales habían florecido. Lo que hacía el miedo a estar sola, ¿eh? Me agarré las manos tras la espalda y me mordí el labio inferior, había muchos peligros en las calles y no solo los mundanos, sino peligros de verdad.
-Solo espero que no le entren ganas de meterse en un burdel… -le murmuré al cuello de mi vestido.
Porque entonces sí que me entrarían ganas de vomitar. Los puteríos no eran lo mío y yo, aunque pueda a llegar a ser la maleducada número uno cuando me conviene, soy una dama de una prestigiosa familia y no estaba, y nunca estaré preparada, para enfrentar un lugar de esos tan poco decorosos… A veces me sorprendía como una mujer se tenía que ver rebajada a vender su cuerpo, ya sé que algunas no tienen más remedio, pero no deja de ser una profesión repugnante. Supongo que cuando te tocaba un joven guapo –le eché una rápida mirada al señorito– no sería tan desagradable, pero cuando era un tipo viejo, gordo y bastante repulsivo no debería ser muy agradable… Pobres chicas, me dije.
Lilian Blair- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/04/2014
Re: Arcania de Bateleur
El despiste en el joven fue cuando el cielo sobre él exigió atención. ¿Cómo ignorar tan hermosos y absorbentes astros siderales? La cosmología en su máximo esplendor ante una noche completamente estrellada y una luna llena que tentaba a todo lunático. Y fue esa distracción la que ocasionó que un agarre con poco tacto le devolviera a la realidad en un dos por tres. Sinceramente la primera imagen mental que le vino de golpe fue la de algún busca pleito que quisiera rendir cuentas con él, o tal vez la de un huérfano que, incluso a esas horas de la noche, pedía una limosna. En esas calles se podía ver de todo. Pero su toque era especial, por muy brusco que fuese, algo distinto tenía al resto de personas. Al voltearse con suma tranquilidad lo primero que vio fue aquella magnifica cabellera roja y no pudo más que embozar una media sonrisa al verla directo a esos ojos claros. Sus mechones de cabello se le hicieron ver como atractivas llamas del mismo fuego debido a la corrida emprendida pero esa imagen duró poco pues la misma chica se acomodó el cabello hacia atrás para ordenarlo.
Ella le pidió que esperara, instantes en que la joven aprovechó para ordenar sus atuendos. Él, en tanto, se mantuvo con una postura recta y las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Si fuera un tipo con una personalidad más fanfarrona habría esperado una disculpa de su parte por lo arisca que fue dentro de la taberna o, bien, si la conociera más le exigiría en broma una disculpa para molestarla un poco pero ninguno de los dos casos coincidían. La joven por unos instantes casi inexistentes le observó la zona del cuello y, podría jurar, que notó algo de molestia en su semblante. No pudo evitar pensar en esas historias que Paolo siempre contaba sobre criaturas que se alimentaban de la sangre humana y que vivían en las noches exclusivamente. Obviamente, este no era el caso. De que la chica transmitía algo especial estaba más que claro. Pero ese algo especial no era precisamente por una identidad vampírica. ¿Era el collar? ¿Qué clase de poder tendría como para captar la atención inmediatamente? Lo palmeó dentro del bolsillo, allí estaba exigiendo atención pero bien que se quedaría allí por el resto de la noche. Si pretendía acompañar a la joven lo que menos debía hacer era llamar la atención y ese collar captaría a más de algún rufián en las calles.
Lilian Blair. Ese era su nombre.
Su apellido le sonaba de algo, en su mente lo repitió un par de veces tratando de evocar el recuerdo de donde lo había escuchado o de quién pero no lo conseguía. Blair, Blair… ¿De dónde? Quizá le estaba confundiendo con algún apellido similar. No encontró motivos para preocuparse en todo caso. Lilian se le acercó mostrándole el mapa. Desde donde estaban al punto que ella misma le indicaba existía un enorme y complicado trecho conformado por callejón tras callejón y más de un pasaje sin salida engañoso de por medio. Por obvios motivos darle indicaciones de cómo llegar era como pasarle ese mismo mapa a un ciego de nacimiento. Se notaba que no era de Italia. Quizá hasta poco tiempo llevaba allí. La signorina se había llevado un mechón de cabello detrás de la oreja, era difícil no perder la vista en su atractiva cabellera. Tal vez el mismo hecho de que no la llevase en un elevado tocado que pareciese un nido de pájaros, ni trenzado para su precepto. Casi todas las chicas solían llevar el cabello atado. Una lástima, verdaderamente. Pues el cabello es un bello y poético atributo. Dichosa las mujeres que gozan de hermosas cabelleras de manera perpetua… A los hombres les toca, en su mayoría, sufrir la humillación que les depara un futuro de calvicie.
Agradecía la herencia genética de su casa. Incluso su anciano abuelo tenía una cabellera bien frondosa, ya no dorada y sí cano, pero tenía cabello al fin y al cabo.
–Si teníais otros planes… Creo… Yo… Bueno, os podría acompañar y después, si sois tan amable, me podríais acompañar hacia donde me estoy quedando.
Cuánta amabilidad. Tanta que tuvo que alzar una ceja ante tan humilde tacto. ¿Había escuchado bien o era el viento el que jugaba con las palabras? La palabra burdel de pronto apareció en lo que parecía ser un murmuro que iba más dirigido a un ente ficticio que destinado a ser oído.
-Veo que finalmente ha aceptado mi ayuda… Estaba tan antagónica a mí que pensé que se quedaría en esa taberna hasta que la luz del amanecer tocase vuestro terso rostro por pura terquedad, o desconfianza, como quiera mejor llamarle vuestra merced Afortunadamente conozco el camino hacia su destino. Es largo… Pero supongo que el recorrido le servirá para conocer un poco de este país. Al menos la parte que no salen en las postales. – Alzó los hombros. Muchas personas aborrecían los suburbios, él consideraba que era lo más atractivo de cada país, en donde más se aprendían y encontraban cosas interesantes. Un museo, una plaza, un castillo quedaba para los que gustan más de caminar con la punta de la nariz en alto mirando por sobre el hombro a los demás. Si se quiere aprender algo de un país, hay que comenzar conociendo sus calles más tradicionales. –Seguidme.- Comenzó a caminar a paso normal mostrando seguridad en su andar. Esperaba que la pelirroja le siguiese al mismo ritmo. En calles como esa caminar como una geisha japonesa, es decir, a paso corto y lento, significaba tener la punta filuda de una cuchilla en la yugular en cuestión de segundos. –Por cierto, signorina Blair.- Mencionó su apellido por primera vez. –Mi nombre es Paolo Di Dalmasca. Mucho gusto.-
Le mintió olímpicamente sin siquiera inmutarse. Ya estaba más que acostumbrado a dar un nombre falso en esos casos. Esta vez, prefiriendo dar el de su escudero fiel. Cuando merodeaba por lugares así era imposible dar su nombre verdadero pues debía mantener su verdadera identidad oculta en todo momento. Si llegaban rumores no muy limpios a oídos de sus familiares aumentaría el grado de desaprobación de parte de estos. Claro, su madre jamás le regañaría… Pero su abuelo y su tío eran personas en contraste con la dama Di Maria. Y por otro lado estaba la ridiculez de su propio nombre… ¨Micheletto¨ siempre le había sonado a algún licor barato que se repartía en sectores populistas. ¿Qué le vio su madre a ese nombre? Por eso tenía por costumbre ponerse distintos nombres, incluso desde pequeño cuando no ocupaba ningún rol en la corte del rey.
-Tengo algo que hacer, sí, pero es por el mismo rumbo. Y no os preocupéis que un burdel no está en nuestro camino. - Río por lo bajo. A simple vista se notó que a la muchacha cuyo nombre correspondía al de Lilian le disgustaban nauseabundamente lugares de ese tipo. –A menos que ocurra un evento inesperado en la calle y, en contra de vuestra voluntad, la tenga que ingresar a la fuerza en un sitio así por su protección.- Tuvo que voltear el rostro hacia un costado debido a la risa, volviendo a la seriedad en poco. –Pero, repito, tendría que pasar algo realmente drástico para ello. Una turba social nocturna, un saqueo ciudadano grupal… ¿Tiene enemigos, signorina Blair? De los callejones suelen salir malandrines a atacar. Pero, descuide usted, posiblemente nada de eso pase.-
Y, en absoluto, no era del tipo que gustase de meter miedos a otras personas pero tampoco era de la clase de sujetos que tapaban el sol con un dedo. Era italiano de sangre y corazón, amaba a su país por sobre todo, pero las cosas en Italia estaban un poco turbulentas. Desde la corona a lo más mundano, estaban turbulentas. No sólo en Italia, el resto de Europa e incluso los nuevos países parecían atravesar por las mismas circunstancias.
Ella le pidió que esperara, instantes en que la joven aprovechó para ordenar sus atuendos. Él, en tanto, se mantuvo con una postura recta y las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta. Si fuera un tipo con una personalidad más fanfarrona habría esperado una disculpa de su parte por lo arisca que fue dentro de la taberna o, bien, si la conociera más le exigiría en broma una disculpa para molestarla un poco pero ninguno de los dos casos coincidían. La joven por unos instantes casi inexistentes le observó la zona del cuello y, podría jurar, que notó algo de molestia en su semblante. No pudo evitar pensar en esas historias que Paolo siempre contaba sobre criaturas que se alimentaban de la sangre humana y que vivían en las noches exclusivamente. Obviamente, este no era el caso. De que la chica transmitía algo especial estaba más que claro. Pero ese algo especial no era precisamente por una identidad vampírica. ¿Era el collar? ¿Qué clase de poder tendría como para captar la atención inmediatamente? Lo palmeó dentro del bolsillo, allí estaba exigiendo atención pero bien que se quedaría allí por el resto de la noche. Si pretendía acompañar a la joven lo que menos debía hacer era llamar la atención y ese collar captaría a más de algún rufián en las calles.
Lilian Blair. Ese era su nombre.
Su apellido le sonaba de algo, en su mente lo repitió un par de veces tratando de evocar el recuerdo de donde lo había escuchado o de quién pero no lo conseguía. Blair, Blair… ¿De dónde? Quizá le estaba confundiendo con algún apellido similar. No encontró motivos para preocuparse en todo caso. Lilian se le acercó mostrándole el mapa. Desde donde estaban al punto que ella misma le indicaba existía un enorme y complicado trecho conformado por callejón tras callejón y más de un pasaje sin salida engañoso de por medio. Por obvios motivos darle indicaciones de cómo llegar era como pasarle ese mismo mapa a un ciego de nacimiento. Se notaba que no era de Italia. Quizá hasta poco tiempo llevaba allí. La signorina se había llevado un mechón de cabello detrás de la oreja, era difícil no perder la vista en su atractiva cabellera. Tal vez el mismo hecho de que no la llevase en un elevado tocado que pareciese un nido de pájaros, ni trenzado para su precepto. Casi todas las chicas solían llevar el cabello atado. Una lástima, verdaderamente. Pues el cabello es un bello y poético atributo. Dichosa las mujeres que gozan de hermosas cabelleras de manera perpetua… A los hombres les toca, en su mayoría, sufrir la humillación que les depara un futuro de calvicie.
Agradecía la herencia genética de su casa. Incluso su anciano abuelo tenía una cabellera bien frondosa, ya no dorada y sí cano, pero tenía cabello al fin y al cabo.
–Si teníais otros planes… Creo… Yo… Bueno, os podría acompañar y después, si sois tan amable, me podríais acompañar hacia donde me estoy quedando.
Cuánta amabilidad. Tanta que tuvo que alzar una ceja ante tan humilde tacto. ¿Había escuchado bien o era el viento el que jugaba con las palabras? La palabra burdel de pronto apareció en lo que parecía ser un murmuro que iba más dirigido a un ente ficticio que destinado a ser oído.
-Veo que finalmente ha aceptado mi ayuda… Estaba tan antagónica a mí que pensé que se quedaría en esa taberna hasta que la luz del amanecer tocase vuestro terso rostro por pura terquedad, o desconfianza, como quiera mejor llamarle vuestra merced Afortunadamente conozco el camino hacia su destino. Es largo… Pero supongo que el recorrido le servirá para conocer un poco de este país. Al menos la parte que no salen en las postales. – Alzó los hombros. Muchas personas aborrecían los suburbios, él consideraba que era lo más atractivo de cada país, en donde más se aprendían y encontraban cosas interesantes. Un museo, una plaza, un castillo quedaba para los que gustan más de caminar con la punta de la nariz en alto mirando por sobre el hombro a los demás. Si se quiere aprender algo de un país, hay que comenzar conociendo sus calles más tradicionales. –Seguidme.- Comenzó a caminar a paso normal mostrando seguridad en su andar. Esperaba que la pelirroja le siguiese al mismo ritmo. En calles como esa caminar como una geisha japonesa, es decir, a paso corto y lento, significaba tener la punta filuda de una cuchilla en la yugular en cuestión de segundos. –Por cierto, signorina Blair.- Mencionó su apellido por primera vez. –Mi nombre es Paolo Di Dalmasca. Mucho gusto.-
Le mintió olímpicamente sin siquiera inmutarse. Ya estaba más que acostumbrado a dar un nombre falso en esos casos. Esta vez, prefiriendo dar el de su escudero fiel. Cuando merodeaba por lugares así era imposible dar su nombre verdadero pues debía mantener su verdadera identidad oculta en todo momento. Si llegaban rumores no muy limpios a oídos de sus familiares aumentaría el grado de desaprobación de parte de estos. Claro, su madre jamás le regañaría… Pero su abuelo y su tío eran personas en contraste con la dama Di Maria. Y por otro lado estaba la ridiculez de su propio nombre… ¨Micheletto¨ siempre le había sonado a algún licor barato que se repartía en sectores populistas. ¿Qué le vio su madre a ese nombre? Por eso tenía por costumbre ponerse distintos nombres, incluso desde pequeño cuando no ocupaba ningún rol en la corte del rey.
-Tengo algo que hacer, sí, pero es por el mismo rumbo. Y no os preocupéis que un burdel no está en nuestro camino. - Río por lo bajo. A simple vista se notó que a la muchacha cuyo nombre correspondía al de Lilian le disgustaban nauseabundamente lugares de ese tipo. –A menos que ocurra un evento inesperado en la calle y, en contra de vuestra voluntad, la tenga que ingresar a la fuerza en un sitio así por su protección.- Tuvo que voltear el rostro hacia un costado debido a la risa, volviendo a la seriedad en poco. –Pero, repito, tendría que pasar algo realmente drástico para ello. Una turba social nocturna, un saqueo ciudadano grupal… ¿Tiene enemigos, signorina Blair? De los callejones suelen salir malandrines a atacar. Pero, descuide usted, posiblemente nada de eso pase.-
Y, en absoluto, no era del tipo que gustase de meter miedos a otras personas pero tampoco era de la clase de sujetos que tapaban el sol con un dedo. Era italiano de sangre y corazón, amaba a su país por sobre todo, pero las cosas en Italia estaban un poco turbulentas. Desde la corona a lo más mundano, estaban turbulentas. No sólo en Italia, el resto de Europa e incluso los nuevos países parecían atravesar por las mismas circunstancias.
Micheletto Di Maria- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 22/03/2014
Localización : Italia
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Arcania de Bateleur
Una brisa nocturna bastante fresca revolvió mi cabello rojo y suspiré con pesadez mientras miraba ambos lados de la calle, extrañamente sosegada y mi piel se me erizó. Me restregué los brazos a la vez que ladeaba la cabeza para mirar a mi joven acompañante que me miraba en profunda meditación, como si se encontrase analizando mis palabras una a una. Reconocía que mi cambio de actitud tendía a un claro trastorno de dos personalidades distintas, pero estaba desesperada y ser borde con la única persona que te había ofrecido ayuda –aunque llevase un terriblemente atrayente collar que, en ese momento, me preguntaba dónde lo habría metido–. Bueno, tampoco era asunto mío y no debería estar preocupada por las alhajas que pueda llevar ese sujeto de cabello rubio y expresión pétrea, una expresión que se suaviza cuando sonríe. Me tiré impaciente de la punta de un mechón de mi rojo pelo, esperando a que se dignase a decir algo porque si iba a rechazarme ya estaba tardando, su tiempo y el mío se estaban viendo bastante resentidos por su tardanza.
¿Antagónica? Me sonrojé levemente y giré un poco la cabeza, contrariada. Me había hablado en medio de una taberna donde era más posible salir sin ojo que con el estómago saciado tras una apetitosa comida.
-¿Qué esperabais?–le increpé entornando los ojos– ¿Qué fuese dulce como un pastelillo de chocolate? Disculpadme, señor, pero me resulta completamente normal el hecho de haberme mostrado evasiva y brusca. Si mal no recuerdo esa taberna no parece el mejor lugar para establecer una amena y vana conversación.
Y le sonreí sarcástica mientras le seguía escuchando pero volví a contrariarme al momento, ¿me había llamado terca? ¿A mí? Le lancé sendos cuchillos muy afilados –o eso parecían en mi revoltosa mente– con la mirada pero decidí no interrumpirle por el simple deseo de salir de ahí lo antes posible, aunque me sentía mucho más aliviada ahora que sabía que estaba acompañada. Le repasé con intensidad, era algo enclenque, delgaducho pero alto. Quizás no sirviese para una pelea pero un hombre era un hombre y por el mero hecho de haber nacido varón serviría para sentirme un poco protegida. Y el peso de mis hombros se redujo cuando indicó que sabía cómo llegar a la casa de la Signora Di Stefano, casi tuve ganas de abrazarlo. Iba a poder volver a meterme en esa cama tan calentita junto a esa agradable chimenea y dormir una semana de una vez.
-Seguidme –me ordenó mientras empezaba a caminar dando largas zancadas, no pude evitar ponerle los ojos en blanco a su espalda y me dispuse a “seguirlo”, me alcé un poco la falda de mi vestido y le alcancé en el mismo momento en que se presentaba, se llamaba Paolo Di Dalmasca.
Fruncí el ceño ligeramente, analizando el nombre y paladeándolo con lentitud.
Paolo Di Dalmasca.
Le miré por el rabillo del ojo, sopesando si el nombre iba con él o no. Bueno, no tenía por qué mentir sobre su nombre, yo no lo había hecho… ¿O debería haberle dicho un nombre completamente distinto? Sacudí la cabeza imperceptiblemente, había hecho bien en serle sincera y me encogí de hombros, decidiendo –y esperase que no fuese de manera errónea– confiar en él.
-Igualmente, señor Di Dalmasca –acepto que mi voz sonó bastante seca pero estaba muy tensa, nerviosa y cansada. Llevaba todo el santo día caminando sin parar de un lado para otro pero, un segundo después, me sentí, aunque solo fue un poquitín de nada, culpable e intenté suavizar mi actitud: -, gracias por ofreceros ayudarme, este día ha sido una completa odisea.
Entrecerré los ojos cuando a lo lejos vi cómo la calle llegaba a su fin y tragué saliva sintiendo como una garra helada agarraba mi corazón. Me estaba alejando de la taberna de mala muerte y en cuanto virásemos esa esquina fuese la dirección que fuese, no volvería a encontrarme en territorio conocido. Oh, señor Di Dalmasca, como me estés engañando conocerás a la verdadera Lilian Blair, me dije en mi fuero interno. Y me encontraba entre mis oscuros pensamientos de una venganza dolorosa que tardé en procesar sus palabras cuando me indicó que sí tenía algo que hacer, pero que se encontraba de camino a mi lugar de hospedaje, entonces, me subrayó riendo que no tenía nada que ver con un burdel.
Me sonrojé como un tomate y le miré con algo de resentimiento.
-Me escuchasteis –gemí levemente.
Respiré hondo después de escuchar su advertencia sobre tener que entrar a uno de esos inmundos lugares si la ocasión lo requería, es decir, si estábamos en peligro. Tragué saliva, tenía la garganta seca al imaginar un posible peligro con colmillos, y asentí enérgica.
-Si no queda más remedio –murmuré con voz queda, con el semblante pálido.
-Pero, repito, tendría que pasar algo realmente drástico para ello. Una turba social nocturna, un saqueo ciudadano grupal… ¿Tiene enemigos, signorina Blair? De los callejones suelen salir malandrines a atacar. Pero, descuide usted, posiblemente nada de eso pase.
¿Saqueo? ¿Turba? Sentí cierto alivio, eso no era prácticamente nada en comparación con los males que plagaban el mundo bajo las oscuras sombras tenebrosas.
-¿Si tengo enemigos, joven señor? –levanté ambas cejas y sonreí sarcástica, mostrándole mis dientes blancos y perfectos. No era por nada, pero me encantaban -. Solo llevo dos días en Italia, no he tenido tiempo suficiente de crearlos. De todas maneras, miradme, soy la reencarnación de la inocencia.
Reí suavemente, sacudiendo la cabeza. Realmente no sabía ni qué parecía: con el cabello completamente suelto y alborotado, con un vestido que tenía un perfecto agujero en uno de sus bordados y, por supuesto, un cansancio que esperaba no se reflejase mucho en mi expresión corporal.
-¿Y vos, señor?–le pregunté levantando el rostro pecoso hacia él, le miré con suspicacia -. ¿Tenéis enemigos?
¿Realmente ese chico tendría enemigos? Y, de repente, desde un lugar de mi mente una voz me susurró que sí. Que ese joven señor no era lo que aparentaba ser y me envalentoné, ya que íbamos a pasar un periodo de tiempo juntos no me iba aburrir.
-Oh, por cierto, ¿qué sois, señor Di Dalmasca? –me agarré las manos tras la espalda y esquivé una botella vacía -. ¿Conde? ¿Lord? ¿Duque? ¿Guía nocturno de cuando en cuando? ¿Salvador de jovencitas en apuros?
¿Brujo? ¿Vampiro? ¿Licántropo? ¿Cambiaforma? Esas traviesas palabras las susurró mi subconsciente con desconfianza y me mordí el labio, ¿debería volver a negarme que todo eso fuera mentira? ¿Seguiría siendo una hipócrita conmigo misma? Cuando sentí el cántico dulce, atrayente e hipnotizante del collar supe que debería detener la sarta de mentiras que me contaba, era bruja. Una bruja buena, ¿verdad? Yo no había hecho daño a nadie y me repulsaba la idea, por lo menos hacer daño con la magia.
-Ah, otra cosa más –me coloqué otro mechón de cabello tras la oreja, era el mismo que siempre, caprichoso, gustaba de ponerse entre mis ojos -, ¿a dónde nos dirigimos?
Le miré con la curiosidad bailando en mi mirada, anhelante de respuestas de ese tal Paolo Di Dalmasca.
¿Antagónica? Me sonrojé levemente y giré un poco la cabeza, contrariada. Me había hablado en medio de una taberna donde era más posible salir sin ojo que con el estómago saciado tras una apetitosa comida.
-¿Qué esperabais?–le increpé entornando los ojos– ¿Qué fuese dulce como un pastelillo de chocolate? Disculpadme, señor, pero me resulta completamente normal el hecho de haberme mostrado evasiva y brusca. Si mal no recuerdo esa taberna no parece el mejor lugar para establecer una amena y vana conversación.
Y le sonreí sarcástica mientras le seguía escuchando pero volví a contrariarme al momento, ¿me había llamado terca? ¿A mí? Le lancé sendos cuchillos muy afilados –o eso parecían en mi revoltosa mente– con la mirada pero decidí no interrumpirle por el simple deseo de salir de ahí lo antes posible, aunque me sentía mucho más aliviada ahora que sabía que estaba acompañada. Le repasé con intensidad, era algo enclenque, delgaducho pero alto. Quizás no sirviese para una pelea pero un hombre era un hombre y por el mero hecho de haber nacido varón serviría para sentirme un poco protegida. Y el peso de mis hombros se redujo cuando indicó que sabía cómo llegar a la casa de la Signora Di Stefano, casi tuve ganas de abrazarlo. Iba a poder volver a meterme en esa cama tan calentita junto a esa agradable chimenea y dormir una semana de una vez.
-Seguidme –me ordenó mientras empezaba a caminar dando largas zancadas, no pude evitar ponerle los ojos en blanco a su espalda y me dispuse a “seguirlo”, me alcé un poco la falda de mi vestido y le alcancé en el mismo momento en que se presentaba, se llamaba Paolo Di Dalmasca.
Fruncí el ceño ligeramente, analizando el nombre y paladeándolo con lentitud.
Paolo Di Dalmasca.
Le miré por el rabillo del ojo, sopesando si el nombre iba con él o no. Bueno, no tenía por qué mentir sobre su nombre, yo no lo había hecho… ¿O debería haberle dicho un nombre completamente distinto? Sacudí la cabeza imperceptiblemente, había hecho bien en serle sincera y me encogí de hombros, decidiendo –y esperase que no fuese de manera errónea– confiar en él.
-Igualmente, señor Di Dalmasca –acepto que mi voz sonó bastante seca pero estaba muy tensa, nerviosa y cansada. Llevaba todo el santo día caminando sin parar de un lado para otro pero, un segundo después, me sentí, aunque solo fue un poquitín de nada, culpable e intenté suavizar mi actitud: -, gracias por ofreceros ayudarme, este día ha sido una completa odisea.
Entrecerré los ojos cuando a lo lejos vi cómo la calle llegaba a su fin y tragué saliva sintiendo como una garra helada agarraba mi corazón. Me estaba alejando de la taberna de mala muerte y en cuanto virásemos esa esquina fuese la dirección que fuese, no volvería a encontrarme en territorio conocido. Oh, señor Di Dalmasca, como me estés engañando conocerás a la verdadera Lilian Blair, me dije en mi fuero interno. Y me encontraba entre mis oscuros pensamientos de una venganza dolorosa que tardé en procesar sus palabras cuando me indicó que sí tenía algo que hacer, pero que se encontraba de camino a mi lugar de hospedaje, entonces, me subrayó riendo que no tenía nada que ver con un burdel.
Me sonrojé como un tomate y le miré con algo de resentimiento.
-Me escuchasteis –gemí levemente.
Respiré hondo después de escuchar su advertencia sobre tener que entrar a uno de esos inmundos lugares si la ocasión lo requería, es decir, si estábamos en peligro. Tragué saliva, tenía la garganta seca al imaginar un posible peligro con colmillos, y asentí enérgica.
-Si no queda más remedio –murmuré con voz queda, con el semblante pálido.
-Pero, repito, tendría que pasar algo realmente drástico para ello. Una turba social nocturna, un saqueo ciudadano grupal… ¿Tiene enemigos, signorina Blair? De los callejones suelen salir malandrines a atacar. Pero, descuide usted, posiblemente nada de eso pase.
¿Saqueo? ¿Turba? Sentí cierto alivio, eso no era prácticamente nada en comparación con los males que plagaban el mundo bajo las oscuras sombras tenebrosas.
-¿Si tengo enemigos, joven señor? –levanté ambas cejas y sonreí sarcástica, mostrándole mis dientes blancos y perfectos. No era por nada, pero me encantaban -. Solo llevo dos días en Italia, no he tenido tiempo suficiente de crearlos. De todas maneras, miradme, soy la reencarnación de la inocencia.
Reí suavemente, sacudiendo la cabeza. Realmente no sabía ni qué parecía: con el cabello completamente suelto y alborotado, con un vestido que tenía un perfecto agujero en uno de sus bordados y, por supuesto, un cansancio que esperaba no se reflejase mucho en mi expresión corporal.
-¿Y vos, señor?–le pregunté levantando el rostro pecoso hacia él, le miré con suspicacia -. ¿Tenéis enemigos?
¿Realmente ese chico tendría enemigos? Y, de repente, desde un lugar de mi mente una voz me susurró que sí. Que ese joven señor no era lo que aparentaba ser y me envalentoné, ya que íbamos a pasar un periodo de tiempo juntos no me iba aburrir.
-Oh, por cierto, ¿qué sois, señor Di Dalmasca? –me agarré las manos tras la espalda y esquivé una botella vacía -. ¿Conde? ¿Lord? ¿Duque? ¿Guía nocturno de cuando en cuando? ¿Salvador de jovencitas en apuros?
¿Brujo? ¿Vampiro? ¿Licántropo? ¿Cambiaforma? Esas traviesas palabras las susurró mi subconsciente con desconfianza y me mordí el labio, ¿debería volver a negarme que todo eso fuera mentira? ¿Seguiría siendo una hipócrita conmigo misma? Cuando sentí el cántico dulce, atrayente e hipnotizante del collar supe que debería detener la sarta de mentiras que me contaba, era bruja. Una bruja buena, ¿verdad? Yo no había hecho daño a nadie y me repulsaba la idea, por lo menos hacer daño con la magia.
-Ah, otra cosa más –me coloqué otro mechón de cabello tras la oreja, era el mismo que siempre, caprichoso, gustaba de ponerse entre mis ojos -, ¿a dónde nos dirigimos?
Le miré con la curiosidad bailando en mi mirada, anhelante de respuestas de ese tal Paolo Di Dalmasca.
Lilian Blair- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/04/2014
Re: Arcania de Bateleur
¿Por qué la noche estaba obsesionada con ser extrañamente indescriptible? Empezando con el clima, que de la nada se había tornado más frío que de costumbre. Siguiendo con el sonido nocturno el cual pasó de una bulla digna de contaminación acústica a un silencio respetado incluso por los saltamontes. Y, por último pero no menos importante, la pelirroja extranjera. Sin duda alguna, Lilian Blair era distinta a todas las jóvenes que había conocido en su corta vida. No era como la muchacha rubia y de curvas pronunciadas de la taberna, aquella ave osada y sin timidez que trataba a todos los chicos por igual. Tampoco era como las jovencitas que conocía en el palacio, aquellas damitas con las mejillas y la punta de la nariz teñidas en un suave rosa coral que las hacia encantadoras pero sobradamente repetitivas. Ni como la hermana de Paolo, aquella joven que miraba hacia el horizonte en busca del amor eterno. Mucho menos, como su queridísima madre. La señorita Lilian Blair era impredecible y poseía, a simple vista pues no la conocía del todo, una personalidad singular. No se la imaginaba sentada en un salón bordando un fino diseño para el hombre de su vida al cual recibiría con los ojos brillosos y expectantes. Tampoco la imaginaba seduciendo a los muchachos con la confianza de conocerlos toda la vida aún si era la primera vez que los veía. Sí la imaginaba corriendo por el bosque, con aquella cabellera al aire libre, quizá hasta trepando un viejo árbol desafiando la gravedad. Amando la velocidad de un fiel corcel. O quizá estaba desvariando demasiado. No podía decir nada claro, quizá hasta estaba tan equivocado con sus deducciones que incluso la joven quisiese llegar pronto a casa para terminar un bordado inconcluso y de lleno lanzar todas las expectativas del conde por la ventana. Despejó la mente ante tantas alucinaciones al respecto de esa joven.
¿Qué esperaba que fuese dulce como un pastelillo de chocolate?? No. Naturalmente, no. Pero tampoco se esperaba ver a una chica como ella en tal antro de perdición. Bueno, ¿Quién era él para decirlo? Un Di Maria no debería estar en esos lados, primeramente porque sería mal visto que el conde frecuente lugares tan oscuros y segundo porque un Di Maria es odiado hasta por otro Di Maria.
Parecía incrédula de su nombre cuando se presentó pero seguramente no le quedó de otra que confiar en ello o bien simular que le creía. ¿Era idea suya o acababa de ser un poco más dócil en comparación a su anterior actitud arisca? Hasta le agradecía, a estas alturas.
-De nada…- Murmuró un poco estoico.
No por quererle ser contraste sino porque su propia mente le exigía en centrarse en cierto recuerdo. De todos modos no pasó por alto ver cierto deje de alivio en la expresión de la joven al escuchar lo de las turbas y caos callejeros. Curioso, cualquier dama terminaba con las piernas temblando y agarrándose de su brazo como una abuela con una gran parálisis corpórea.
-¿Si tengo enemigos, joven señor? – Notó que sus dientes eran como perlas blancas y perfectas. Evidentemente la dama no pertenecía a un status social bajo pues lo pulcro de su dentadura indicaba lo contrario-. Solo llevo dos días en Italia, no he tenido tiempo suficiente de crearlos. De todas maneras, miradme, soy la reencarnación de la inocencia.-
-A veces bastan dos horas para ganarse enemigos gratuitamente, signorina, por muy inocente que pretendáis veros.- Le dio un repaso de reojo. –Allá, adentro, vuestra actitud no me perturbó pero sé de otros que se sentirían lo suficientemente ofendidos para daros un buen golpe en vuestro fino rostro. Claro, ¿Quién recibiría un golpe peor luego? Usted no parece ser de las muchachas que os quedáis con los brazos cruzados mientras ponéis la otra mejilla.- No agregó sonrisas de por medio. Su semblante se mantuvo serio, no una expresión juzgadora, pero si una serena que gusta de oír lo que el otro tiene para decir.
-¿Y vos, señor?–Ella preguntó de pronto. -. ¿Tenéis enemigos? -
-En absoluto.- Otra mentira en una misma noche que no rompería ningún record. Otras veces las mentiras eran más abundantes y dejaban muy por debajo las pocas que había dicho hoy. Tenía más enemigos que amigos en la actualidad. Todo gracias al maldito cargo en la realeza que desempeñaba. En parte también al odio enfermizo que muchos sembraron hacia su tío y, él como heredero, era el nuevo centro de odio. Ilusos, que pensaban que si él dejase de existir algún Di Maria lloraría su muerte. Al único que lloraron, y siguen llorando, era a su prodigio primo fallecido. Y ahora, como el usurpador que era, él tomaba todo lo que alguna vez fue de su primo. En las calles de los suburbios era más querido con su falsa identidad, pero eso no evitaba que tuviera rivales... Algunos por perder en las cartas, mientras que otros albergaban motivos más personales. –Soy un buen samaritano el cual pasa tan desapercibido que nadie se toma las molestias de odiarle.-
Sintió un roce frío en las cervicales del cuello cuando ella pronunció la palabra conde dentro de las demás categorías de la nobleza. Algo le decía que no estaba charlando con una chica común y corriente que se la encuentra un día cualquiera en una calle cualquiera. La pelirroja tenía algo, ese algo aclamaba desde su interior su completa curiosidad y atención.
-Sois una bruja, Lilian Blair.- Pronunció y, al fin, sonrió con simpleza. –Que acertáis a los misterios de la vida como toda una hechicera profesional. Pues, sí, soy lo que vos decís.- Examinó su rostro pecoso para analizarla profundamente. –Soy un humilde salvador de jovencitas en apuros.- Contestó después de una pausa de silencio. -¿Vos que sois? Además de bruja, claro.- Sentenció entre broma y en serio.
Ella preguntó a donde le llevaba justo cuando la dirigía por un estrecho y oscuro callejón en descenso hacia una calle nuclear cuyo suelo milenario fue hecho en piedra blanca y en su centro yacía una pileta del mismo material. Una plazoleta adornada por flores rojas de cardenales en los murillos bajos. Apenas alumbrada por unos pocos faroles que aún mantenían la llama de fuego mientras que otros fueron olvidados por completo. Un curioso cuadro para un lugar así, sentenciaría cualquiera. Lo verdadero es que en Italia se pueden encontrar las cosas más sorprendentes en los lugares menos esperados.
-Aquí, de momento.- La fuente estaba funcionando aún a esas horas de la noche. El joven fue hasta la pileta para inspeccionarla con la mirada. Esperaba que fuera una noche de suerte. -Ahora, yo le pregunto a vuestra merced, ¿Qué hace una joven como usted el Italia?- Le preguntó mirándola de reojo para después volver la mirada hacia el agua de la pileta cuyos diseños presentaban los romanos que en una era fueron los grandes conquistadores del mundo. -¿De dónde son vuestros orígenes? Ah, y otra cosa que me causa gran curiosidad.- Sonrió levemente. -¿Qué hacíais en una taberna como esa?-
Restó la distancia que le separaba de la fuente de agua al fin. Se inclinó al borde de esta y arremangó la manga de su traje para meter la mano dentro de la fuente y mover pacíficamente el agua fría que contenía. Bingo, esa noche muchos metales brillaban en su interior.
-Es gracioso como hay gente que piensa que al arrojar una moneda aquí se le cumplirán todos sus deseos.- Sacó una moneda de plata desde el interior de la fuente, la alzó para analizarla y esta destelló con el brillo de la luna. –A otros les sirven más las monedas que los deseos.- Volvió a sumergir la misma mano para alcanzar cuanta moneda notase. No pretendía verse como un caballero después de todo. Ella podría considerar que era un acto bajo, tal vez, pero siempre que él salía a esos lares jamás llevaba un saco de dinero para gastos que sucediesen de improvisto. Sí, llevaba dinero bien guardado pero el único uso de este iba dirigido a las apuestas. Al Micheletto conde jamás le verían recurrir a algo tan bajo, aquel que apenas tenía derecho a hablarle a los demás más que pasarlos por alto. Pero cuando era libre, volvía a ser aquel joven que alguna vez fue en Venezia.
¿Qué esperaba que fuese dulce como un pastelillo de chocolate?? No. Naturalmente, no. Pero tampoco se esperaba ver a una chica como ella en tal antro de perdición. Bueno, ¿Quién era él para decirlo? Un Di Maria no debería estar en esos lados, primeramente porque sería mal visto que el conde frecuente lugares tan oscuros y segundo porque un Di Maria es odiado hasta por otro Di Maria.
Parecía incrédula de su nombre cuando se presentó pero seguramente no le quedó de otra que confiar en ello o bien simular que le creía. ¿Era idea suya o acababa de ser un poco más dócil en comparación a su anterior actitud arisca? Hasta le agradecía, a estas alturas.
-De nada…- Murmuró un poco estoico.
No por quererle ser contraste sino porque su propia mente le exigía en centrarse en cierto recuerdo. De todos modos no pasó por alto ver cierto deje de alivio en la expresión de la joven al escuchar lo de las turbas y caos callejeros. Curioso, cualquier dama terminaba con las piernas temblando y agarrándose de su brazo como una abuela con una gran parálisis corpórea.
-¿Si tengo enemigos, joven señor? – Notó que sus dientes eran como perlas blancas y perfectas. Evidentemente la dama no pertenecía a un status social bajo pues lo pulcro de su dentadura indicaba lo contrario-. Solo llevo dos días en Italia, no he tenido tiempo suficiente de crearlos. De todas maneras, miradme, soy la reencarnación de la inocencia.-
-A veces bastan dos horas para ganarse enemigos gratuitamente, signorina, por muy inocente que pretendáis veros.- Le dio un repaso de reojo. –Allá, adentro, vuestra actitud no me perturbó pero sé de otros que se sentirían lo suficientemente ofendidos para daros un buen golpe en vuestro fino rostro. Claro, ¿Quién recibiría un golpe peor luego? Usted no parece ser de las muchachas que os quedáis con los brazos cruzados mientras ponéis la otra mejilla.- No agregó sonrisas de por medio. Su semblante se mantuvo serio, no una expresión juzgadora, pero si una serena que gusta de oír lo que el otro tiene para decir.
-¿Y vos, señor?–Ella preguntó de pronto. -. ¿Tenéis enemigos? -
-En absoluto.- Otra mentira en una misma noche que no rompería ningún record. Otras veces las mentiras eran más abundantes y dejaban muy por debajo las pocas que había dicho hoy. Tenía más enemigos que amigos en la actualidad. Todo gracias al maldito cargo en la realeza que desempeñaba. En parte también al odio enfermizo que muchos sembraron hacia su tío y, él como heredero, era el nuevo centro de odio. Ilusos, que pensaban que si él dejase de existir algún Di Maria lloraría su muerte. Al único que lloraron, y siguen llorando, era a su prodigio primo fallecido. Y ahora, como el usurpador que era, él tomaba todo lo que alguna vez fue de su primo. En las calles de los suburbios era más querido con su falsa identidad, pero eso no evitaba que tuviera rivales... Algunos por perder en las cartas, mientras que otros albergaban motivos más personales. –Soy un buen samaritano el cual pasa tan desapercibido que nadie se toma las molestias de odiarle.-
Sintió un roce frío en las cervicales del cuello cuando ella pronunció la palabra conde dentro de las demás categorías de la nobleza. Algo le decía que no estaba charlando con una chica común y corriente que se la encuentra un día cualquiera en una calle cualquiera. La pelirroja tenía algo, ese algo aclamaba desde su interior su completa curiosidad y atención.
-Sois una bruja, Lilian Blair.- Pronunció y, al fin, sonrió con simpleza. –Que acertáis a los misterios de la vida como toda una hechicera profesional. Pues, sí, soy lo que vos decís.- Examinó su rostro pecoso para analizarla profundamente. –Soy un humilde salvador de jovencitas en apuros.- Contestó después de una pausa de silencio. -¿Vos que sois? Además de bruja, claro.- Sentenció entre broma y en serio.
Ella preguntó a donde le llevaba justo cuando la dirigía por un estrecho y oscuro callejón en descenso hacia una calle nuclear cuyo suelo milenario fue hecho en piedra blanca y en su centro yacía una pileta del mismo material. Una plazoleta adornada por flores rojas de cardenales en los murillos bajos. Apenas alumbrada por unos pocos faroles que aún mantenían la llama de fuego mientras que otros fueron olvidados por completo. Un curioso cuadro para un lugar así, sentenciaría cualquiera. Lo verdadero es que en Italia se pueden encontrar las cosas más sorprendentes en los lugares menos esperados.
-Aquí, de momento.- La fuente estaba funcionando aún a esas horas de la noche. El joven fue hasta la pileta para inspeccionarla con la mirada. Esperaba que fuera una noche de suerte. -Ahora, yo le pregunto a vuestra merced, ¿Qué hace una joven como usted el Italia?- Le preguntó mirándola de reojo para después volver la mirada hacia el agua de la pileta cuyos diseños presentaban los romanos que en una era fueron los grandes conquistadores del mundo. -¿De dónde son vuestros orígenes? Ah, y otra cosa que me causa gran curiosidad.- Sonrió levemente. -¿Qué hacíais en una taberna como esa?-
Restó la distancia que le separaba de la fuente de agua al fin. Se inclinó al borde de esta y arremangó la manga de su traje para meter la mano dentro de la fuente y mover pacíficamente el agua fría que contenía. Bingo, esa noche muchos metales brillaban en su interior.
-Es gracioso como hay gente que piensa que al arrojar una moneda aquí se le cumplirán todos sus deseos.- Sacó una moneda de plata desde el interior de la fuente, la alzó para analizarla y esta destelló con el brillo de la luna. –A otros les sirven más las monedas que los deseos.- Volvió a sumergir la misma mano para alcanzar cuanta moneda notase. No pretendía verse como un caballero después de todo. Ella podría considerar que era un acto bajo, tal vez, pero siempre que él salía a esos lares jamás llevaba un saco de dinero para gastos que sucediesen de improvisto. Sí, llevaba dinero bien guardado pero el único uso de este iba dirigido a las apuestas. Al Micheletto conde jamás le verían recurrir a algo tan bajo, aquel que apenas tenía derecho a hablarle a los demás más que pasarlos por alto. Pero cuando era libre, volvía a ser aquel joven que alguna vez fue en Venezia.
Micheletto Di Maria- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 22/03/2014
Localización : Italia
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Re: Arcania de Bateleur
Me rasqué con suavidad el puente de la nariz pensando en el destino. ¿Realmente había sido mí sino haber abandonado Hungría? ¿Y después Francia? ¿Qué hacía en Italia? Con la misma suavidad moví la mano por la mejilla hasta la nuca donde me apreté levemente con los dedos un punto determinado, me sentía extremadamente tensa y agotada. ¿Y él? ¿Quién demonios era? “El destino tiene un plan para cada persona, Lilian, no puedes huir del tuyo por mucho que lo intentes”, la abuela había sido muy precisa en recalcar esas palabras antes de mi marcha lejos de mi hogar. Suspiré con cansancio, esperaba que mi destino no estuviera manchado de sangre. Por lo menos no mucho.
Sacudiendo la cabeza volví a prestar atención a mi acompañante que se encontraba sopesando mis respuestas, o eso esperaba, porque parecía muy concentrado. Abrí la boca para increparle si le había comido la lengua el gato cuando me respondió con un solitario de nada a mis agradecimientos y resoplé algo frustrada. Yo intentando ser amable y él con esa actitud, pues vaya, más me valía volver a ponerme borde. Entonces me soltó que un enemigo se podría crear en menos de dos segundos, por lo visto era un experto en eso y le puse los ojos en blanco al horizonte oscuro pero decidí no interrumpirle. Cuando, de repente, me reprochó mi actitud en el bar de una manera muy poco sutil. ¿Quién se creía para decirme que podía haber ocasionado algún tipo de agresión hacia mi persona? Le iba a espetar con toda la grosería del mundo que el hombre que me tocara se quedaría sin la ocasión de tener descendencia pero no tuve tiempo pues se me adelantó.
-Por supuesto –le reafirmé con firmeza recogiéndome el borde de la falda, estuve a punto de pisar el agujero que había en el bordado y caerme de bruces.
Rumié durante unos segundos sobre mi situación de mujer y cómo la sociedad nos tenía en segundo lugar, estaba indignada. Quería hacer tantas cosas y por mi condición de femenina me eran prohibidas. Vaya injusticia. Menos mal que las reglas estaban para romperlas y sonreí con rebeldía recordando unos sucesos ocurridos en Hungría. Me encontraba tan ensimismadas en los recuerdos del pasado que di un ligero salto cuando le escuché diciendo que él no tenía enemigos. Levanté las cejas con un poco de burla, no obstante, me reprimí de decir nada.
-Sois una bruja, Lilian Blair.
Mi corazón sufrió un parón. Oh, Dios bendito. El miedo invadió cada parte de mi cuerpo, crispé los dedos de las manos y me mordí el interior de las mejillas pero no lo miré en absoluto. Tenía que disimular y me lo tomé a broma, porque debería ser una broma, ¿verdad? Lo miré de reojo cuando, de un momento a otro, se me ocurrió que quizás él no fuera lo que aparentaba ser, quizás fuese… ¡Oh, Dios! ¿Y si es un ser sobrenatural? Entonces sí que tuve miedo de verdad y de alguna forma mis sensores se activaron, escaneando su aura y suspiré relajada, no, no era nada de eso. El alivio me inundó y decidí seguirle el juego.
-Uy, sí –me encogí de hombros y esbocé una sonrisa un tanto forzada hacia él –, ¿no veis? Soy toda una bruja… Uuuh…
Moví los dedos mientras alargaba la “u” y solté una carcajada que me raspó toda la garganta a medida que subía y salía de entre mis labios el sonido. Seguro que le despistaba. Seguro.
-Aunque, mi joven señor, hay una cosa que se llama sexto sentido femenino y…–me repasé con la yema de los dedos mis pechos sobre el corsé y recorrí mi cintura antes de abrir los ojos simulando una burlesca sorpresa – ¡Oh! ¡Válgame el cielo, soy una mujer!
Le medio sonreí y le respondí a su pregunta:
-Bueno, digamos que soy una extranjera perdida en Italia –no era tonta, ¿qué se creía? Si él no me soltaba su estatus social que, por el collar, era obvio que pertenecía a una clase bastante acomodada.
Pero, entonces, llegamos a una plazoleta que me arrebató el aliento. ¿Cómo era posible que entre callejones pudiera haber algo que te dejara pasmada? Me detuve en seco observando cualquier detalle y me sorprendió la fuente, sonreí sin darme cuenta y sentí que el viaje había merecido un poquito la pena.
-Parece un remanso de paz –le dije a nadie, ese lugar se me antojaba un oasis en medio del desierto.
Caminé con lentitud examinándolo todo con curiosidad, no había tenido ni tiempo ni ganas de ver todo lo que se podía ver y aprender en el país que había ido a parar. Me giré ligeramente hacia el señor Di Dalmasca para ver cómo metía la mano en la fuente y sacaba monedas ¡monedas!
-¡Eso es una falta de respeto hacia los deseos ajenos! –le espeté sin poder resistirme, cuando se me hinchaba la vena justiciera era muy difícil controlarme, me acerqué a él con bastante furia pero me detuve a mitad de camino, me crucé de brazos y bufé –. Estoy en Italia por… trabajo.
No le iba a decir que buscaba algo que desconocía, eso sería una respuesta absurda y clavé la mirada en su mano llena de monedas. Me pasé la lengua por el labio inferior y escaneé mejor las calles que desembocaban en la plazoleta, súbitamente desconfiada.
-No me parece gracioso en absoluto, la gente cree en eso y… -le iba a soltar un sermón bastante parecido al que me soltaría mi abuela Erika pero me mordí la lengua, no era su culpa que no supiese nada sobre esas cosas. Vale, yo tampoco es que fuera una lumbrera con el tema de la brujería, los objetos que daban mala suerte y demás pero, de alguna manera me sentía algo incómoda con su acción.
Unos segundos más tarde reparé en las preguntas sobre mi origen que él me había realizado y que yo había pasado por alto sin darme cuenta. ¿Debería contarle? Fruncí la nariz, pensativa, ¿él me correspondería igual? Y supe que no, por lo que le miré inquisitivamente.
-¿Vos me contaríais quién sois, también? Puesto que, si os dais cuenta, no me gustaría encontrarme en una situación de desventaja.
Me abracé a mí misma con los ojos yendo de un lado a otro.
-¿Por qué os entretenéis tanto aquí?–apreté los brazos contra mis costados -¿No era peligroso estar en las calles a estas horas?
Era muy joven para morir, ¿lo había dicho ya? Un escalofrío de advertencia me recorrió entera, un cosquilleo se asentó en mi nuca y los sentidos se me agudizaron.
-Deberíamos poner pies en polvorosa, señor Di Dalmasca –le insté entre dientes, la noche estaba inusualmente silenciosa. Y eso no me gustaba nada – ¿Y podéis dejar de “robar” esas dichosas monedas?
Ojala mis dones no se limitasen a ser tan pasivos y supiera atacar, tenía la muy mala impresión que esa noche se haría completamente interminable.
Sacudiendo la cabeza volví a prestar atención a mi acompañante que se encontraba sopesando mis respuestas, o eso esperaba, porque parecía muy concentrado. Abrí la boca para increparle si le había comido la lengua el gato cuando me respondió con un solitario de nada a mis agradecimientos y resoplé algo frustrada. Yo intentando ser amable y él con esa actitud, pues vaya, más me valía volver a ponerme borde. Entonces me soltó que un enemigo se podría crear en menos de dos segundos, por lo visto era un experto en eso y le puse los ojos en blanco al horizonte oscuro pero decidí no interrumpirle. Cuando, de repente, me reprochó mi actitud en el bar de una manera muy poco sutil. ¿Quién se creía para decirme que podía haber ocasionado algún tipo de agresión hacia mi persona? Le iba a espetar con toda la grosería del mundo que el hombre que me tocara se quedaría sin la ocasión de tener descendencia pero no tuve tiempo pues se me adelantó.
-Por supuesto –le reafirmé con firmeza recogiéndome el borde de la falda, estuve a punto de pisar el agujero que había en el bordado y caerme de bruces.
Rumié durante unos segundos sobre mi situación de mujer y cómo la sociedad nos tenía en segundo lugar, estaba indignada. Quería hacer tantas cosas y por mi condición de femenina me eran prohibidas. Vaya injusticia. Menos mal que las reglas estaban para romperlas y sonreí con rebeldía recordando unos sucesos ocurridos en Hungría. Me encontraba tan ensimismadas en los recuerdos del pasado que di un ligero salto cuando le escuché diciendo que él no tenía enemigos. Levanté las cejas con un poco de burla, no obstante, me reprimí de decir nada.
-Sois una bruja, Lilian Blair.
Mi corazón sufrió un parón. Oh, Dios bendito. El miedo invadió cada parte de mi cuerpo, crispé los dedos de las manos y me mordí el interior de las mejillas pero no lo miré en absoluto. Tenía que disimular y me lo tomé a broma, porque debería ser una broma, ¿verdad? Lo miré de reojo cuando, de un momento a otro, se me ocurrió que quizás él no fuera lo que aparentaba ser, quizás fuese… ¡Oh, Dios! ¿Y si es un ser sobrenatural? Entonces sí que tuve miedo de verdad y de alguna forma mis sensores se activaron, escaneando su aura y suspiré relajada, no, no era nada de eso. El alivio me inundó y decidí seguirle el juego.
-Uy, sí –me encogí de hombros y esbocé una sonrisa un tanto forzada hacia él –, ¿no veis? Soy toda una bruja… Uuuh…
Moví los dedos mientras alargaba la “u” y solté una carcajada que me raspó toda la garganta a medida que subía y salía de entre mis labios el sonido. Seguro que le despistaba. Seguro.
-Aunque, mi joven señor, hay una cosa que se llama sexto sentido femenino y…–me repasé con la yema de los dedos mis pechos sobre el corsé y recorrí mi cintura antes de abrir los ojos simulando una burlesca sorpresa – ¡Oh! ¡Válgame el cielo, soy una mujer!
Le medio sonreí y le respondí a su pregunta:
-Bueno, digamos que soy una extranjera perdida en Italia –no era tonta, ¿qué se creía? Si él no me soltaba su estatus social que, por el collar, era obvio que pertenecía a una clase bastante acomodada.
Pero, entonces, llegamos a una plazoleta que me arrebató el aliento. ¿Cómo era posible que entre callejones pudiera haber algo que te dejara pasmada? Me detuve en seco observando cualquier detalle y me sorprendió la fuente, sonreí sin darme cuenta y sentí que el viaje había merecido un poquito la pena.
-Parece un remanso de paz –le dije a nadie, ese lugar se me antojaba un oasis en medio del desierto.
Caminé con lentitud examinándolo todo con curiosidad, no había tenido ni tiempo ni ganas de ver todo lo que se podía ver y aprender en el país que había ido a parar. Me giré ligeramente hacia el señor Di Dalmasca para ver cómo metía la mano en la fuente y sacaba monedas ¡monedas!
-¡Eso es una falta de respeto hacia los deseos ajenos! –le espeté sin poder resistirme, cuando se me hinchaba la vena justiciera era muy difícil controlarme, me acerqué a él con bastante furia pero me detuve a mitad de camino, me crucé de brazos y bufé –. Estoy en Italia por… trabajo.
No le iba a decir que buscaba algo que desconocía, eso sería una respuesta absurda y clavé la mirada en su mano llena de monedas. Me pasé la lengua por el labio inferior y escaneé mejor las calles que desembocaban en la plazoleta, súbitamente desconfiada.
-No me parece gracioso en absoluto, la gente cree en eso y… -le iba a soltar un sermón bastante parecido al que me soltaría mi abuela Erika pero me mordí la lengua, no era su culpa que no supiese nada sobre esas cosas. Vale, yo tampoco es que fuera una lumbrera con el tema de la brujería, los objetos que daban mala suerte y demás pero, de alguna manera me sentía algo incómoda con su acción.
Unos segundos más tarde reparé en las preguntas sobre mi origen que él me había realizado y que yo había pasado por alto sin darme cuenta. ¿Debería contarle? Fruncí la nariz, pensativa, ¿él me correspondería igual? Y supe que no, por lo que le miré inquisitivamente.
-¿Vos me contaríais quién sois, también? Puesto que, si os dais cuenta, no me gustaría encontrarme en una situación de desventaja.
Me abracé a mí misma con los ojos yendo de un lado a otro.
-¿Por qué os entretenéis tanto aquí?–apreté los brazos contra mis costados -¿No era peligroso estar en las calles a estas horas?
Era muy joven para morir, ¿lo había dicho ya? Un escalofrío de advertencia me recorrió entera, un cosquilleo se asentó en mi nuca y los sentidos se me agudizaron.
-Deberíamos poner pies en polvorosa, señor Di Dalmasca –le insté entre dientes, la noche estaba inusualmente silenciosa. Y eso no me gustaba nada – ¿Y podéis dejar de “robar” esas dichosas monedas?
Ojala mis dones no se limitasen a ser tan pasivos y supiera atacar, tenía la muy mala impresión que esa noche se haría completamente interminable.
Lilian Blair- Hechicero Clase Alta
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