El perro y su humano (Zsinna)

por **Amethyst C. Tsartsaris** Sáb Abr 12, 2014 4:41 am

La primavera en Paris solia ser un tiempo agradable, el crudo frio del invierno se alejaba habiendo cobrado las almas de los más desafortunados. Era una escena cruel e injusta para los ojos sobrevivientes que aun brillaban con esperanza y una realidad que las clases más pudientes se esforzaban por esconder, volteando la vista solo para hacerlos visibles en sus actos de caridad en la iglesia donde competían –disimulada y aristocráticamente- por quien tenia el poder, quien aportaba mas, daba mas ideas –funcionales o no- y quien llevaba el mejor vestido o traje

Amethyst no era excepción pero tampoco era la regla, acabada de llegar a un nuevo país debía de adaptarse a las reglas vigentes, fueran judiciales o sociales. Y eso incluía acudir a los domingos a la iglesia a horas tempranas de a mañana para prestar sus respetos a un dios que no estaba segura de que existiera pero que si lo hacía, no tenía inconvenientes en tratar con el después de todo, a su mirada, todo lo que había hecho era justificable en mayor o menor medida siguiendo las líneas de una naturaleza que él –y la genética- le habían impuesto.

Pero no había suficientes pasajes en la biblia ni mensajes que desentrañar como para que, tras varios años ollendolos en diferentes idiomas, con diferentes sacerdotes de diferentes ideologías y tratos, la cambiaformas no se aburriera de tales actos repetitivos y prefiriese observar disimuladamente a los disertantes y oyentes. Su modo de vestir y gestos le resultaban especialmente atractivos a la hora de hacer conclusiones sobre sus compañeros en la casa del señor lo que resultaba en un juego que le admitía ciertas ganancias intelectuales y, principalmente, la mantenía entretenida hasta el momento en que, terminada la misa, empezaran las conversaciones sociales y pudiera partir a casa. O a la aventura que París, y Dios –si existía- le deparasen.

Sonrió cuando el momento llego y se levantó de su asiento, agradeciendo la invitación y felicitando al párroco por su discurso. Poco se detuvo a hablar con excusas practicadas años atrás y que venia repitiendo cuando salió a la calle, a lo que verdaderamente le interesaba que era la cultural del pueblo. No la que se mostraba si no la que se escondían y de los que todos hablaban como si fuera una obra de teatro salvo que, no era ¿y los actores? Los buscaba por supuesto. Bajo los últimos peldaños cuando algo alerto sus sentidos