Lo que es martirio

No sé qué tienen las flores. Me hacen llorar y es todo lo que sé. Cuando siento la brisa mover sus pétalos recuerdo que sigo sola, sin a quien aferrarme con un beso en el altar. Mis manos están vacías; sin anillo y sin un ramo. Y luego, cuando el viento se detiene, sorpresivamente la pena se va. Es más, sonrío. Sonrío feliz y me pongo a reír como loca. Es lo que estoy, ¿o no? ¿A eso se le llama amar tanto que ni en la muerte pude dejarlos ir a ellos, a mis esposos?

Aquí tengo sus ropas llenando mis armarios, esperando que llegue la soledad para abrazarme a sus abrigos, rescatar aunque sea un mínimo de su aroma, y dormir sobre ellos recordando lo que se sentía compartir la cama con aquellos antiguos amantes menoscabados. Ropas propias no poseo casi ninguna; con cada vida que encierro en mi baúl renuevo por completo las prendas que he de vestir. No tiene caso; tanto al comienzo como al final del día sólo siento desnudez. Así me siento ante esta necesidad.

Ahora que recuerdo, mis maridos eran tan buenos, cada uno a su manera, pero nunca serían míos me hacía solamente con su dinero. ¡Qué cosa, el dinero! tan útil y tan letal. Sirve para poseer más cosas para quien lo tiene en sus bolsillos, y para quien busca a ese alguien es útil para tener más para quitarle. Pero es común, vulgar, pasa de mano en mano. Me gusta tanto que existan los francos, eso sí; mi puta madre seguramente lo comparte, en donde quiera que esté esa zorra llorando por mi padre, pero nunca serán suficientes para calmar estas flores que ruegan marchitarse en mis labios.

¡¿Cómo confiar en la vida?! Imposible. Las flores vivas pueden plantarse, dejar ir sus pétalos, e incluso pueden perder su tallo. Nunca serían mías, ¡oh, no! La vida es arbitraria, no sabe de amores, no sabe lo que es martirio. Mi tortura es saber que me dejarán mi alma hecha pedazos sobre retazos si no hago algo definitivo. Y lo único definitivo es la muerte.

Esto es amar y amar demasiado. Que la Parca me cubra con su manto negro antes de envolver con él a Tristan Rêveur. Sí, a él me llama este frío que me está matando una vez más. Tiene algo, yo qué sé, algo diferente a quienes han pasado por mi vida. Siento una sombra oscura dentro de él cada vez que dirige su mirada. Es como si fuese a asesinar con ella. Esa melancolía, sus sufrimientos perdidos y permanentes. Qué ganas de tenerlo. Se puede estar segura del amor de un depresivo; sus sentimientos son intensos, los factores externos poco y nada logran cambiar. Quiero ser la dueña de esa mente, de ese semblante fúnebre que me recuerda a los adanes que he cubierto con una sábana blanca antes de partir por más. Lo único que lamento de ir hacia él es no haber sido yo quien dibujó en su rostro esa cicatriz.

Pero ya está... repira, Liene. Vuelve a tu jaula. Pascale está trabajando por nosotras, ¿recuerdas? Será un refugio para nuestro amiguito, le dará no lo que siempre ha querido, sino lo que nunca ha imaginado. Para eso debemos estar tranquilas, esperando en las sombras el momento oportuno para actuar. Dejémoslo vivir un poco más, que reciba esta dosis venenosa de amor. Que muera en el lecho, en un éxtasis con la vista fija en el techo de ser necesario. Que la viuda negra le de un glorioso final, digno de un ilusionista de su estirpe.

La ilusión final será disuelta: la vida.

¡Decidme, Liene!

Qué haces allí, bañada en un charco de rojo
Estropeada, como los años que no vuelven
Como una muñeca de trapo desgastada
Ahí estás, con ojos inertes, pero llenos de odio
Y así y todo, pavorosa del más mínimo movimiento.

¡Despierta, Liene!

Dime si la semilla que te engendró es un cíclope con dos cavernas por ojos
O un hombre bestia,
Recuérdalo; es quien traspasó tus fronteras psíquicas
dejando tu cuerpo en desuso.

Porque veo mucho odio en tus entrañas,
Y en tu mirada,
Un deseo irrefrenable de desgarrarle
El granito que le sirve de caparazón
A ese tosco corazón.

Le permitiste que te tuviera encadenada
A su interno infierno de pasiones
Atemorizada, subyugada, poseída,
En tu fuero interno...
Eso le dejaste hacer
Le diste cabida a sus locuras
Tienes la culpa del monstruo

Externamente rompió a pedacitos esa flor de luz
Siendo la oscuridad de la razón una con él
Internamente no puedes ser tu ama y señora
Es que se quedó con tu cordura
Y te dejó la paranoia sexual
Junto a su más abyecta adoración por lo carnal.

¡Se lo permitiste, botarate!
Lo que pudieras llevar dentro de tu ser,
Ya no es tu libre elección

¡Maldito seas, padre!
¡Maldito sea el hombre!

Yo puedo dar varias cosas: amor, comprensión, una esposa sumisa, elegante y cándida. Analgésico para los problemas y combustible implacable en el colchón. No existen matices; quiero darlo todo y recibirlo todo de vuelta. Me pasa otra vez. Me ha pasado una y mil veces. Es que no sé, hay hombres que no se dan cuenta de lo que es el amor de una mujer. Es una especie de segunda maternidad, y no pueden rechazarla así sin más, ni menos reemplazarlo. ¡Ah, no! Eso ni pensarlo. ¿O ellos negarían el vientre que los engendró? ¿Tendrían tal desfachatez? Ah, sí. Ahora que lo recuerdo, el descaro no les falta.

¡Descaro! El de morder la única mano que se inmolaría por ellos. Lo llaman libertad. Libertad sí es una palabra extraña y absurda; a los hombres les encanta tal y como a las mujeres el término «siempre». Y no se dan cuenta de las consecuencias. Para ser libre hay que destruir, ¿pero qué querrían destruir lo que los ha construido? Porque sí, también he edificado la vida de estos hombres, me deben ganancias, pérdidas, hasta las amantes que negaron hasta la muerte. Pero yo sabía, sí, lo sabía. Ellos pueden derribar naciones enteras con un suplo de sus labios y todavía tener sed de destrucción. Les encanta traicionar lo único que no deben tocar. ¿Por qué? ¿Por qué son tan bobos? Son como niños jugando con el abrecartas de su padre. Se pueden lastimar, tontines. Tienen que dejar que quien los ama cuide de ellos. Afuera está el mal, las víboras acechantes. Las oigo serpentear, burlarse de mí, de las advertencias que les hago. Y siempre terminan cayendo, pobrecitos. Ahí es donde entra mi labor más gratificante y destructora a la vez: finalizo con su sufrimiento para que no decaigan más.

Estoy segura de que me deben estar agradeciendo, de ahí, en donde estén. Hice que murieran como hombre de bien, sí. La gente los alaba en sus funerales porque nunca supieron lo que yo bien sé: que son traidores, mentirosos y venenosos roedores. Pero como la mejor de las amantes: amo intenso y olvido rápido.

Se me han enjuagado los ojos en lágrimas turbias.
Se me ha movido la sangre en las venas tristes y violetas.
Ay esa sangre que quiere salir y no la dejan.
Ay esa sangre que espera con prisa y sincera.
Se me ha metido algo en la cabeza.
Un sonido,
Una idea.
Un sueñecito entumecido y cubierto de seda.
Un sueñecito lleno de naranjas, jazmines y violetas.
Un sueñecito de agua y tierra.
Un sueñecito andante y en tinieblas.
Se me ha metido algo aquí dentro,
Algo que juega entre cables, verdades y penas.
Se me ha metido una idea,
Una idea que me bulle por la cabeza,
Algo en la cabeza
Sangre vertida entre pastizales y malezas.
Una idea sencilla pero embustera.
Una idea que quiere salir y no la dejan.
Ay esa idea que es...
Que quiero enterrarme en la tierra.
Y que de mis cabellos salgan ramas y estrellas.
Que mi corazón sea árbol
Y mis manos golondrinas viajeras.
Y que este corazón caliente, se pierda...
Se pierda entre bailes y alamedas.
Se me ha metido una idea,
Una idea en la cabeza.
Pero qué idea puede tener
Una pobre niña en vida muerta.