AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vesania de la ignominia.
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Vesania de la ignominia.
Las gotas se deslizan por el vidrio empapado de vapor. Gotas de lluvia que terminan su camino en un irrisorio marco de madera que pronto encontrará su fin. ¿Llovía? ¿En verdad llovía? No lo sabía, por eso se quedó largos minuto ensimismado mirando el recorrido de las gotas en el cristal. ¿Llovía allá afuera?
Parpadeó lentamente. Cada vez que sus parpados se abrían como una pesada cortina buscaba la esperanza de dar con la realidad. Borrar esos rostros siniestros que se impregnaban en la ventana producto de la maliciosa pareidolia. Intentó una vez más y esta vez abrió sus ojos aún más lento, tan lento que permaneció más tiempo de lo necesario en la oscuridad. Y ya estaba, no existía ya la lluvia y no yacían muestras de rostros tenebrosos amenazantes en la única ventana que daba luminosidad a esa oscura habitación.
Entonces, y sólo entonces, volcó la mirada hacia el lienzo. Un lienzo cuyos oleos de colores dejaban atrás la pureza de la blancura. Venus, ella debía ser perfecta. La dama de su imaginación, reina y ángel a la vez, debía ser únicamente celestial e inalcanzable. ¿Ángel? ¿Ella era un ángel? Acercó el rostro a la imagen en frente suyo, ¿Su ángel? Los borrascosos recuerdos de su reclusión le volvieron a evocar la voz que alguna vez lo sacó de la lobreguez con sus sensibles cantos. Cantilenas de quien desconocía su dueña y sólo la mente le podía regalar una mera imagen de cómo podía ser su poseedora. ¿Pero de verdad era su ángel personal o era otro más de sus demonios internos?
Acarició la tela en un tacto suave y casi ilusorio. No podía estropearlo, no se lo podía permitir pues sería dañar al único ser amo de su devoción. Sería como hacerle daño, borrarle, convertirle en un asesino. Se levantó del escabel, alcanzó una tela blanca y cubrió el lienzo.
Arrastra el mismo escabel hacia otro lienzo del cual no expresa el mayor aprecio más que el interés por conseguir un par de monedas a cambio de su trabajo. Otra dama se refleja en el lienzo a base de coloridos óleos pero en nada se comparaba al otro ser celestial. Una mujer, dueña de otras mujeres, era la que aparecía en la imagen. Una proxeneta mujer que quería plasmar su poder y lo que le quedaba de juventud en un cuadro que seguramente pondría en la mejor de sus salas. A cambio, le pagaba al pintor las monedas justas para comprar alimento por ese día o, si lo prefería, le pagaría con una botella de vino barato.
Masculló algo que ni él mismo se entendió, ladeó el rostro para mirar el cuadro y rascó su mejilla dejando manchas de colores en su piel. ¿Por qué la gente era tan vanidosa si al fin y al cabo los gusanos borraban esos hermosos ojos cuando yacían bajo tierra? Nunca quedaban ojos en un cadáver, él los había visto… Era lo primero que se pierde, los ojos. Aquellas esferas de vida. Gente sin ojos era resultado de una muerte, personas sin ojos eran personas vacías. Carente de sentimientos y vida, empobrecidas y de personalidad destrozada. Muertos en vida. Él no tenía ojos.
Una persona gritó afuera de la calle, casi no quiso girar la mirada en dirección a la ventana para no encontrarse con los rostros desfigurados que le aterrorizaban con sus gritos. La muerte está a su asecho… Los demonios se comen su alma cada noche y el infierno le abraza quemándolo hasta el alba. Cada día es más siniestro, cada día está más muerto.
Sólo era el panadero que pasaba con su canasto gritando su presencia a los vecinos de la pobre calle. Las personas se acercaban a él y le compraban pan a eso de las cuatro de la tarde de cada día.
¿Ya eran las cuatro de la tarde? ¿Pero cómo… si hace tan poco eran las doce del día? Entrecerró los ojos implorando que no se encontrara en otra pesadilla acronológica. Mejor era seguir con su trabajo. Volvió la mirada al cuadro. Y ahora sus ojos se abrían exageradamente, el corazón se le detuvo por el impacto visual y seguidamente comenzó a bombearle agitadamente en el pecho, los labios se le secaban más de lo habitual y el sistema parasimpático activaba toda una cadena de reacciones neurovegetativas en consecuencias del terror. En el cuadro no existían reflejos de la vanidosa y seductora dama que pintó. En cambio, una demoniaca silueta asquerosa se expresaba en el lienzo. Un cadáver de una vieja agusanada, con una sonrisa burlonamente siniestra y un pecho vacío con un corazón arrancado.
Eso no era lo que él pintó. ¿Cómo y cuándo el demonio apareció para estropear su trabajo? Se puso de pie iracundo. Retrocedió en sus pasos y dio la espalda contra la pared, allí, al voltearse, encontró un pedazo de espejo que colgaba en un oxidado clavo de la pared. Dudoso se acercó más a él para verse. Era su reflejo y nada más, él mismo… Pero sonreír como el mismísimo demonio. Rostro que se desfiguraba como si un torbellino dentro del mar lo absorbiera.
Impulsivo. Le dio un puñetazo al pedazo de espejo sobreviviente y terminó por acabar con su existencia. La mano se tiñó de carmesí y comprendió que estaba despierto en ese momento. Que era él. Observó su mano, como la sangre le brotaba en una hemorragia que no se detenía ¿Era hemofílico? Nunca lo supo hasta ahora.
-Madame Montequieu, le he traído su retrato.-
-¿No ves lo ocupada que estoy? Más te vale que ese cuadro refleje mi exuberante belleza.- Expresó la mujer, golpeándose los pechos con la punta del abanico al darse aire.
-Eso…Espero.- El pintor alzó sus hombros, disminuyéndose.
-Veamos…- La mujer concubina de millones caminó altanera hasta el cuadro que estaba cubierto por una sábana blanca. Lo destapó y soltó un grito desgarrador. -¡Dios mío!- Se llevó las manos a cada mejilla. – ¿Cómo has podido, maldito animal?-
-Yo… Lo siento.- Bajo la mirada, desviándola hacia un costado. –Disculpe si no ha sido lo que usted esperaba.-
-¿Por qué no está Fifi en el cuadro? ¡¿Cómo puedes ser tan torpe y despistado para haberla olvidado?! ¡Te lo dije una y mil veces!-
-Ah… El gato.- Soltó un suspiro. Disimulado.
-Pero, ¿Qué es esto? ¿Un hipogrifo en mi regazo? Sus ojos, ¿Qué son? Parecen canicas brillosas… Es cautivante. Me gusta, me gusta. Le da un toque. Niñas, ¿Qué opinan?-
-Está precioso, Madame.- Contestó una de ellas. -Si me porto bien, ¿Me hará uno para mí?-
-Eso depende de cuánto llenes mis bolsillos.- Observó a la cortesana seriamente antes de fijar la mirada otra vez en el cuadro. –Miren, miren a su madame, poderosa y hermosa. Ha quedado muy bien. Leticia, Angela, cuelguen mi cuadro en la sala donde recibimos a nuestros clientes.- Ordenó a dos de sus ¨niñas¨ -En cuanto a ti. Lo has hecho bien, por ahora. Pero son tiempos difíciles y el dinero escasea por estos lares.- Colocó una cara de afligida. Lo tacaña no le se iba jamás… Quizá no debió hacerle el cuadro de nuevo y mejor le daba el que hizo de ella como el ser podrido que era. -¿Qué te puedo ofrecer? ¿Tal vez una de estas chiquillas?- Apuntó a un par de cortesanas que soltaron risitas coquetas.
-Yo podría hacerte feliz por un momento.- Una de ellas le guiño el ojo. El pintor sólo desvió la mirada. Otra vez.
–Pero ahora tenemos mucho trabajo y tú no vales lo que valen nuestros clientes.- Volvió a hablar Madame Montequieu -Ve y toma una de las botellas que hay sobre esa mesilla. Cualquiera de arriba, las de abajo ni las mires. La próxima semana pásate por aquí. Esta vez, quiero que retrates a mi querida Fifi conmigo en el diván.-
El pintor miró cada botella de lo alto de la mesa, no miró ninguna de abajo pues Madame ya le advirtió que no lo hiciera. Era una mujer de mano larga y no dudaba en dar un golpe con su varilla. Sacó una de vino, de ese vino de borracho de cantina barata, era lo único que valía la pena de entre todas las botellas. Salió de la casa de citas por la puerta trasera sin llamar la atención de nadie.
Odiaba a Madame Montequieu con todo su ser. Odiaba tener que soportar su voz chillona encerrada en ese cuerpo voluptuoso y medio gordiflón. Odiaba su inmundo y nauseabundo perfume de mujer solterona desesperaba. Odiaba su ridículo lunar dibujado. Odiaba a su estúpida gata Fifi que siempre le arañaba y le llenaba de pelos. Odiaba cuando lo obligaba a ir a su despacho y retratarla semi desnuda. Porque, sí, esa mujer que ya topaba los cuarenta y seis años lo trataba como un perro con sarna delante de sus niñas pero cuando estaban a solas en su despacho ella se le insinuaba abriendo más su escote, acercándose más de lo debido y despreciándolo cada vez que él le pedía que se quedara quieta para poder pintarla bien. Odiaba a esa mujer carente de afectos verdaderos y en cambio llena de vicios, vanidades y perdiciones. ¿Pero quién era él para odiar? Nadie.
Bien, entonces no la odiaba pero sí le ponía nervioso tener que volver a verla, porque si no era un acoso –lo cual jamás resultaba con él- era un golpe con su varilla por su falta de caballerosidad. Aquella mujer jamás perdonaba un no por respuesta y eso le daba un escalofríos en la médula espinal. Por ahora era su único sustento económico ¿Hasta cuándo podría extender esos momentos incómodos sin tener que ir...a algo más? ¡Mejor idea! Lanzarse de la ventana del segundo piso donde quedaba el despacho de Madame cuando ese momento llegara. Nunca nadie entendía lo hermoso que era volar.
Deambuló por las calles sin un destino fijo en mente. Sólo caminó y caminó, apreció el cielo hermoso sobre su cabeza, el horizonte esplendido más allá de todas las cabezas y la claridad que quedaba del día.
-Buenas tardes, lunático. ¿Otra vez te han pagado con una botella de restos de vinos?-
-Pues… Sí.- Despegó la vista del azul del cielo. Miró a la persona que le hablaba, aquel borrachín que siempre estaba sentado en las escalerillas del mismo pórtico.
-¿Cuándo te apreciarás un poco?- El viejo negó con la cabeza en desaprobación. Después miró la botella con aprecio, sus rojas mejillas y nariz parecieron encenderse más ante la idea de recibir más licor para sus venas. -¿Me la das?-
-¿No cree que le hará mal? La última vez... Me escupió sangre en la ropa al toser...- Ése, frente suyo, era un viejo alcohólico que pasaba casi todas las horas del día bebiendo podría darle cirrosis y no quería convertirse en el dueño de su muerte.
-¿Qué más da? Me queda poco. Haz feliz a este pobre viejo.-
-Bien…- Alzó los hombros rindiéndose ante la terquedad del borracho. Le dio la botella y se despidió de aquel hombre. Uno de los pocos seres en el mundo que le saludaba como un ser humano. –Que la disfrute.-
-¡Merci, Merci!-
Curioso que le agradeciera por acercarlo un poco más a su muerte. Decidió seguir caminando sin algo en mente pues cada vez que traía algo a la mente la misma mente le retorcía todo y le desfragmentaba en pedazos la realidad y autocontrol. Tanto caminó que llegó a un sitio que no conocía de esa ciudad ¿O si lo conocía? Ya no lo recordaba. El parque de diversiones. Entro en el lugar para distraer la mirada entre tanto entretenimiento. Vio niños subir al carrusel, también vio parejas subir al mismo carrusel. Giraba y giraba con nuevas caras. Otra vez se quedó absorto en un solo punto. Se sentó en la banca que daba justo al carrusel. Cada animal del carrusel parecía en realidad atravesado por una lanza que entraba por su espalda y se expulsaba por el estómago del animal. En un parpadeo ya no estaban los galantes hombres acompañando a sus delicadas novias, tampoco los niños risueños aferrados a su animal en el carrusel. De pronto los monstruos se apoderaron del carrusel. Monstruos desfigurados y jocosos. Humanos que eran cadáveres descompuestos y se caían a pedazos.
Cerró los ojos, los apretó fuertemente hasta que su sien le suplico que ya no lo hiciera. Cuando los abrió ya no había más que un par de personas dentro del carrusel, personas libres y felices. Sólo en ese momento se pudo relajar en serio y bajar la guardia al fin. Apoyó la espalda en el espaldar de la banca. Pasó una mano por su rostro como para despejarse de los delirios, misma mano envuelta con un pedazo de tela manchado de rojo. El resto, apreció con la mirada los movimientos dentro del parque de diversiones.
Parpadeó lentamente. Cada vez que sus parpados se abrían como una pesada cortina buscaba la esperanza de dar con la realidad. Borrar esos rostros siniestros que se impregnaban en la ventana producto de la maliciosa pareidolia. Intentó una vez más y esta vez abrió sus ojos aún más lento, tan lento que permaneció más tiempo de lo necesario en la oscuridad. Y ya estaba, no existía ya la lluvia y no yacían muestras de rostros tenebrosos amenazantes en la única ventana que daba luminosidad a esa oscura habitación.
Entonces, y sólo entonces, volcó la mirada hacia el lienzo. Un lienzo cuyos oleos de colores dejaban atrás la pureza de la blancura. Venus, ella debía ser perfecta. La dama de su imaginación, reina y ángel a la vez, debía ser únicamente celestial e inalcanzable. ¿Ángel? ¿Ella era un ángel? Acercó el rostro a la imagen en frente suyo, ¿Su ángel? Los borrascosos recuerdos de su reclusión le volvieron a evocar la voz que alguna vez lo sacó de la lobreguez con sus sensibles cantos. Cantilenas de quien desconocía su dueña y sólo la mente le podía regalar una mera imagen de cómo podía ser su poseedora. ¿Pero de verdad era su ángel personal o era otro más de sus demonios internos?
Acarició la tela en un tacto suave y casi ilusorio. No podía estropearlo, no se lo podía permitir pues sería dañar al único ser amo de su devoción. Sería como hacerle daño, borrarle, convertirle en un asesino. Se levantó del escabel, alcanzó una tela blanca y cubrió el lienzo.
Arrastra el mismo escabel hacia otro lienzo del cual no expresa el mayor aprecio más que el interés por conseguir un par de monedas a cambio de su trabajo. Otra dama se refleja en el lienzo a base de coloridos óleos pero en nada se comparaba al otro ser celestial. Una mujer, dueña de otras mujeres, era la que aparecía en la imagen. Una proxeneta mujer que quería plasmar su poder y lo que le quedaba de juventud en un cuadro que seguramente pondría en la mejor de sus salas. A cambio, le pagaba al pintor las monedas justas para comprar alimento por ese día o, si lo prefería, le pagaría con una botella de vino barato.
Masculló algo que ni él mismo se entendió, ladeó el rostro para mirar el cuadro y rascó su mejilla dejando manchas de colores en su piel. ¿Por qué la gente era tan vanidosa si al fin y al cabo los gusanos borraban esos hermosos ojos cuando yacían bajo tierra? Nunca quedaban ojos en un cadáver, él los había visto… Era lo primero que se pierde, los ojos. Aquellas esferas de vida. Gente sin ojos era resultado de una muerte, personas sin ojos eran personas vacías. Carente de sentimientos y vida, empobrecidas y de personalidad destrozada. Muertos en vida. Él no tenía ojos.
Una persona gritó afuera de la calle, casi no quiso girar la mirada en dirección a la ventana para no encontrarse con los rostros desfigurados que le aterrorizaban con sus gritos. La muerte está a su asecho… Los demonios se comen su alma cada noche y el infierno le abraza quemándolo hasta el alba. Cada día es más siniestro, cada día está más muerto.
Sólo era el panadero que pasaba con su canasto gritando su presencia a los vecinos de la pobre calle. Las personas se acercaban a él y le compraban pan a eso de las cuatro de la tarde de cada día.
¿Ya eran las cuatro de la tarde? ¿Pero cómo… si hace tan poco eran las doce del día? Entrecerró los ojos implorando que no se encontrara en otra pesadilla acronológica. Mejor era seguir con su trabajo. Volvió la mirada al cuadro. Y ahora sus ojos se abrían exageradamente, el corazón se le detuvo por el impacto visual y seguidamente comenzó a bombearle agitadamente en el pecho, los labios se le secaban más de lo habitual y el sistema parasimpático activaba toda una cadena de reacciones neurovegetativas en consecuencias del terror. En el cuadro no existían reflejos de la vanidosa y seductora dama que pintó. En cambio, una demoniaca silueta asquerosa se expresaba en el lienzo. Un cadáver de una vieja agusanada, con una sonrisa burlonamente siniestra y un pecho vacío con un corazón arrancado.
Eso no era lo que él pintó. ¿Cómo y cuándo el demonio apareció para estropear su trabajo? Se puso de pie iracundo. Retrocedió en sus pasos y dio la espalda contra la pared, allí, al voltearse, encontró un pedazo de espejo que colgaba en un oxidado clavo de la pared. Dudoso se acercó más a él para verse. Era su reflejo y nada más, él mismo… Pero sonreír como el mismísimo demonio. Rostro que se desfiguraba como si un torbellino dentro del mar lo absorbiera.
¡Basta! ¡Ya no más!
Impulsivo. Le dio un puñetazo al pedazo de espejo sobreviviente y terminó por acabar con su existencia. La mano se tiñó de carmesí y comprendió que estaba despierto en ese momento. Que era él. Observó su mano, como la sangre le brotaba en una hemorragia que no se detenía ¿Era hemofílico? Nunca lo supo hasta ahora.
-Madame Montequieu, le he traído su retrato.-
-¿No ves lo ocupada que estoy? Más te vale que ese cuadro refleje mi exuberante belleza.- Expresó la mujer, golpeándose los pechos con la punta del abanico al darse aire.
-Eso…Espero.- El pintor alzó sus hombros, disminuyéndose.
-Veamos…- La mujer concubina de millones caminó altanera hasta el cuadro que estaba cubierto por una sábana blanca. Lo destapó y soltó un grito desgarrador. -¡Dios mío!- Se llevó las manos a cada mejilla. – ¿Cómo has podido, maldito animal?-
-Yo… Lo siento.- Bajo la mirada, desviándola hacia un costado. –Disculpe si no ha sido lo que usted esperaba.-
-¿Por qué no está Fifi en el cuadro? ¡¿Cómo puedes ser tan torpe y despistado para haberla olvidado?! ¡Te lo dije una y mil veces!-
-Ah… El gato.- Soltó un suspiro. Disimulado.
-Pero, ¿Qué es esto? ¿Un hipogrifo en mi regazo? Sus ojos, ¿Qué son? Parecen canicas brillosas… Es cautivante. Me gusta, me gusta. Le da un toque. Niñas, ¿Qué opinan?-
-Está precioso, Madame.- Contestó una de ellas. -Si me porto bien, ¿Me hará uno para mí?-
-Eso depende de cuánto llenes mis bolsillos.- Observó a la cortesana seriamente antes de fijar la mirada otra vez en el cuadro. –Miren, miren a su madame, poderosa y hermosa. Ha quedado muy bien. Leticia, Angela, cuelguen mi cuadro en la sala donde recibimos a nuestros clientes.- Ordenó a dos de sus ¨niñas¨ -En cuanto a ti. Lo has hecho bien, por ahora. Pero son tiempos difíciles y el dinero escasea por estos lares.- Colocó una cara de afligida. Lo tacaña no le se iba jamás… Quizá no debió hacerle el cuadro de nuevo y mejor le daba el que hizo de ella como el ser podrido que era. -¿Qué te puedo ofrecer? ¿Tal vez una de estas chiquillas?- Apuntó a un par de cortesanas que soltaron risitas coquetas.
-Yo podría hacerte feliz por un momento.- Una de ellas le guiño el ojo. El pintor sólo desvió la mirada. Otra vez.
–Pero ahora tenemos mucho trabajo y tú no vales lo que valen nuestros clientes.- Volvió a hablar Madame Montequieu -Ve y toma una de las botellas que hay sobre esa mesilla. Cualquiera de arriba, las de abajo ni las mires. La próxima semana pásate por aquí. Esta vez, quiero que retrates a mi querida Fifi conmigo en el diván.-
El pintor miró cada botella de lo alto de la mesa, no miró ninguna de abajo pues Madame ya le advirtió que no lo hiciera. Era una mujer de mano larga y no dudaba en dar un golpe con su varilla. Sacó una de vino, de ese vino de borracho de cantina barata, era lo único que valía la pena de entre todas las botellas. Salió de la casa de citas por la puerta trasera sin llamar la atención de nadie.
Odiaba a Madame Montequieu con todo su ser. Odiaba tener que soportar su voz chillona encerrada en ese cuerpo voluptuoso y medio gordiflón. Odiaba su inmundo y nauseabundo perfume de mujer solterona desesperaba. Odiaba su ridículo lunar dibujado. Odiaba a su estúpida gata Fifi que siempre le arañaba y le llenaba de pelos. Odiaba cuando lo obligaba a ir a su despacho y retratarla semi desnuda. Porque, sí, esa mujer que ya topaba los cuarenta y seis años lo trataba como un perro con sarna delante de sus niñas pero cuando estaban a solas en su despacho ella se le insinuaba abriendo más su escote, acercándose más de lo debido y despreciándolo cada vez que él le pedía que se quedara quieta para poder pintarla bien. Odiaba a esa mujer carente de afectos verdaderos y en cambio llena de vicios, vanidades y perdiciones. ¿Pero quién era él para odiar? Nadie.
Bien, entonces no la odiaba pero sí le ponía nervioso tener que volver a verla, porque si no era un acoso –lo cual jamás resultaba con él- era un golpe con su varilla por su falta de caballerosidad. Aquella mujer jamás perdonaba un no por respuesta y eso le daba un escalofríos en la médula espinal. Por ahora era su único sustento económico ¿Hasta cuándo podría extender esos momentos incómodos sin tener que ir...a algo más? ¡Mejor idea! Lanzarse de la ventana del segundo piso donde quedaba el despacho de Madame cuando ese momento llegara. Nunca nadie entendía lo hermoso que era volar.
Deambuló por las calles sin un destino fijo en mente. Sólo caminó y caminó, apreció el cielo hermoso sobre su cabeza, el horizonte esplendido más allá de todas las cabezas y la claridad que quedaba del día.
-Buenas tardes, lunático. ¿Otra vez te han pagado con una botella de restos de vinos?-
-Pues… Sí.- Despegó la vista del azul del cielo. Miró a la persona que le hablaba, aquel borrachín que siempre estaba sentado en las escalerillas del mismo pórtico.
-¿Cuándo te apreciarás un poco?- El viejo negó con la cabeza en desaprobación. Después miró la botella con aprecio, sus rojas mejillas y nariz parecieron encenderse más ante la idea de recibir más licor para sus venas. -¿Me la das?-
-¿No cree que le hará mal? La última vez... Me escupió sangre en la ropa al toser...- Ése, frente suyo, era un viejo alcohólico que pasaba casi todas las horas del día bebiendo podría darle cirrosis y no quería convertirse en el dueño de su muerte.
-¿Qué más da? Me queda poco. Haz feliz a este pobre viejo.-
-Bien…- Alzó los hombros rindiéndose ante la terquedad del borracho. Le dio la botella y se despidió de aquel hombre. Uno de los pocos seres en el mundo que le saludaba como un ser humano. –Que la disfrute.-
-¡Merci, Merci!-
Curioso que le agradeciera por acercarlo un poco más a su muerte. Decidió seguir caminando sin algo en mente pues cada vez que traía algo a la mente la misma mente le retorcía todo y le desfragmentaba en pedazos la realidad y autocontrol. Tanto caminó que llegó a un sitio que no conocía de esa ciudad ¿O si lo conocía? Ya no lo recordaba. El parque de diversiones. Entro en el lugar para distraer la mirada entre tanto entretenimiento. Vio niños subir al carrusel, también vio parejas subir al mismo carrusel. Giraba y giraba con nuevas caras. Otra vez se quedó absorto en un solo punto. Se sentó en la banca que daba justo al carrusel. Cada animal del carrusel parecía en realidad atravesado por una lanza que entraba por su espalda y se expulsaba por el estómago del animal. En un parpadeo ya no estaban los galantes hombres acompañando a sus delicadas novias, tampoco los niños risueños aferrados a su animal en el carrusel. De pronto los monstruos se apoderaron del carrusel. Monstruos desfigurados y jocosos. Humanos que eran cadáveres descompuestos y se caían a pedazos.
Cerró los ojos, los apretó fuertemente hasta que su sien le suplico que ya no lo hiciera. Cuando los abrió ya no había más que un par de personas dentro del carrusel, personas libres y felices. Sólo en ese momento se pudo relajar en serio y bajar la guardia al fin. Apoyó la espalda en el espaldar de la banca. Pasó una mano por su rostro como para despejarse de los delirios, misma mano envuelta con un pedazo de tela manchado de rojo. El resto, apreció con la mirada los movimientos dentro del parque de diversiones.
Kellen von Rosenkreuz- Humano Clase Baja
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 12/05/2014
Localización : París
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Vesania de la ignominia.
Una de las libertades que existían al tener tu propio negocio es que eras tu propio jefe, y si tenía ganas de salir simplemente lo podía hacer y cerraba la tienda tranquilamente sin remordimientos o miedos de algún llamado de atención. Era precisamente en esos momentos cuando más libre me sentía, un alma joven en libertad; aunque claramente para llegar a esto debí pagar un precio bastante alto, o más que pagar un precio, fue el destino quien simplemente cobró aquello.
Sea como sea hoy amanecí con ganas de salir, pero lo mejor sería ir a dar una vuelta y hacer trabajo de campo, con el tiempo había descubierto que aquello era la mejor opción tanto de conocer gente nueva como atraer nuevos clientes. Ir por las calles parisinas y buscar gente a la cual pudiera ayudar con alguno de mis medicamentos o curaciones -de manera gratuita, por supuesto-, presentarme mientras hago aquello y hablar sobre mi negocio, y antes de que me marche ya se encuentran preguntando por mi pequeño local para tenerlo en mente para futuras ocasiones. Pero en realidad no todo era buscar nuevos clientes, también me gustaba buscar gente en la cual pudiera revivir aquellos sentimientos que se varias veces se encuentran escondidos muy en el fondo de su ser, felicidad, tranquilidad, relajación...
Ya había decidido que hoy sería un día productivo trabajando en terreno, pero aún no lograba decidir cual sería el lugar que visitaría por el día.
— Tengo que aprender a planificar mejor antes de dar una decisión por sentada -pensé con un poco de frustración, justo en el momento en que una pequeña premonición llegaba a mi: un pequeño, notablemente de clase alta, corriendo de su madre y tropezando provocando heridas en las palmas de sus manos, rodillas y mentón, si no fuera por el carrusel que se veía de fondo no hubiera podido descifrar aquella pista que el destino había puesto ante mí para los planes del día; encantar a una familia de clase alta con mis medicinas, eso definitivamente era trabajo seguro para el futuro.
Emprendí el camino rumbo al parque de diversiones con mi bolsa que contenía un poco de todo lo que fuera a ser necesario a cuestas. La verdad es que perdí un poco la noción del tiempo desde que partí mi viaje hasta que llegue a mi destino, pero fuera como fuera lo hice justo a tiempo, ya que no tuve que esperar demasiado para ver aquello que ya había visto anteriormente; el pequeño niño ya se encontraba en el suelo, llorando con raspones en las palmas de sus manos y su mentón, al igual que sus rodillas. A su lado una criada intentaban calmar su llanto junto a su madre sin mucho éxito, por lo que no esperé más y me acerqué sutilmente a ellos con una sonrisa en mi rostro.
— Disculpe la intromisión, pero me encantaría ayudarlas con el pequeño si es que no les molesta, soy dueña de una pequeña tienda de medicamentos alternativos y estoy segura de tener algo para esas heridas.
— No se preocupe, el niño esta bien -respondió de manera automática la criada, provocando que el niño gritará un poco más, reclamando que le dolía.
— Por favor, no es ninguna molestia, solo les ofrezco mi ayuda de forma gratuita. Les aseguro que el pequeño se sentirá mejor.
Y sin esperar otra respuesta de su parte me arrodille a un costado del infante y de mi bolsa saqué un ungüento que esparcí en las heridas para luego cubrirlo con una hoja dejando reposar mi mano unos segundos en los lugares dañados. Dicho y hecho, el niño dejo de llorar casi de manera instantánea.
— Dejen las hojas hasta que estas caigan por su propia cuenta y verán que no habrá ni dolor ni rastro de este pequeño accidente -añadí antes de ponerme de pie nuevamente y girarme. Solo este movimiento bastó para que la madre y la criada me preguntaran sobre lo que era aquel ungüento y donde podían encontrar mi tienda. Un cliente satisfecho es un cliente que vuelve.
Ya con mi trabajo hecho decidí aprovechar el lugar hasta donde había llegado, amaba el carrusel, los colores que éste poseía, la música que de él provenía... pero de la nada el gozo de este juego se vio interrumpida por un aura cercana, un aura negativa, no, negativa no... era más bien preocupada, un aura cansada. Aquella aura provenía de un joven sentado en una banca frente al carrusel, al igual como lo hice con el caso anterior me acerqué de manera sutil para acabar sentándome a su lado. Quizá una pequeña ilusión logre calmarlo un poco, aunque la verdad es que no sabía que hacer, así que me fui por lo más simple e intenté entrar en su mente con una pequeña ilusión del sonido del mar, tranquilo, sereno... como cuando disfrutas un día en la playa. ¿Funcionaría? Pues eso estaba por verse.
Sea como sea hoy amanecí con ganas de salir, pero lo mejor sería ir a dar una vuelta y hacer trabajo de campo, con el tiempo había descubierto que aquello era la mejor opción tanto de conocer gente nueva como atraer nuevos clientes. Ir por las calles parisinas y buscar gente a la cual pudiera ayudar con alguno de mis medicamentos o curaciones -de manera gratuita, por supuesto-, presentarme mientras hago aquello y hablar sobre mi negocio, y antes de que me marche ya se encuentran preguntando por mi pequeño local para tenerlo en mente para futuras ocasiones. Pero en realidad no todo era buscar nuevos clientes, también me gustaba buscar gente en la cual pudiera revivir aquellos sentimientos que se varias veces se encuentran escondidos muy en el fondo de su ser, felicidad, tranquilidad, relajación...
Ya había decidido que hoy sería un día productivo trabajando en terreno, pero aún no lograba decidir cual sería el lugar que visitaría por el día.
— Tengo que aprender a planificar mejor antes de dar una decisión por sentada -pensé con un poco de frustración, justo en el momento en que una pequeña premonición llegaba a mi: un pequeño, notablemente de clase alta, corriendo de su madre y tropezando provocando heridas en las palmas de sus manos, rodillas y mentón, si no fuera por el carrusel que se veía de fondo no hubiera podido descifrar aquella pista que el destino había puesto ante mí para los planes del día; encantar a una familia de clase alta con mis medicinas, eso definitivamente era trabajo seguro para el futuro.
Emprendí el camino rumbo al parque de diversiones con mi bolsa que contenía un poco de todo lo que fuera a ser necesario a cuestas. La verdad es que perdí un poco la noción del tiempo desde que partí mi viaje hasta que llegue a mi destino, pero fuera como fuera lo hice justo a tiempo, ya que no tuve que esperar demasiado para ver aquello que ya había visto anteriormente; el pequeño niño ya se encontraba en el suelo, llorando con raspones en las palmas de sus manos y su mentón, al igual que sus rodillas. A su lado una criada intentaban calmar su llanto junto a su madre sin mucho éxito, por lo que no esperé más y me acerqué sutilmente a ellos con una sonrisa en mi rostro.
— Disculpe la intromisión, pero me encantaría ayudarlas con el pequeño si es que no les molesta, soy dueña de una pequeña tienda de medicamentos alternativos y estoy segura de tener algo para esas heridas.
— No se preocupe, el niño esta bien -respondió de manera automática la criada, provocando que el niño gritará un poco más, reclamando que le dolía.
— Por favor, no es ninguna molestia, solo les ofrezco mi ayuda de forma gratuita. Les aseguro que el pequeño se sentirá mejor.
Y sin esperar otra respuesta de su parte me arrodille a un costado del infante y de mi bolsa saqué un ungüento que esparcí en las heridas para luego cubrirlo con una hoja dejando reposar mi mano unos segundos en los lugares dañados. Dicho y hecho, el niño dejo de llorar casi de manera instantánea.
— Dejen las hojas hasta que estas caigan por su propia cuenta y verán que no habrá ni dolor ni rastro de este pequeño accidente -añadí antes de ponerme de pie nuevamente y girarme. Solo este movimiento bastó para que la madre y la criada me preguntaran sobre lo que era aquel ungüento y donde podían encontrar mi tienda. Un cliente satisfecho es un cliente que vuelve.
Ya con mi trabajo hecho decidí aprovechar el lugar hasta donde había llegado, amaba el carrusel, los colores que éste poseía, la música que de él provenía... pero de la nada el gozo de este juego se vio interrumpida por un aura cercana, un aura negativa, no, negativa no... era más bien preocupada, un aura cansada. Aquella aura provenía de un joven sentado en una banca frente al carrusel, al igual como lo hice con el caso anterior me acerqué de manera sutil para acabar sentándome a su lado. Quizá una pequeña ilusión logre calmarlo un poco, aunque la verdad es que no sabía que hacer, así que me fui por lo más simple e intenté entrar en su mente con una pequeña ilusión del sonido del mar, tranquilo, sereno... como cuando disfrutas un día en la playa. ¿Funcionaría? Pues eso estaba por verse.
Arianrhod Dankworth- Hechicero Clase Media
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Re: Vesania de la ignominia.
La mayoría de las veces los demonios internos no pretenden borrar de la faz de la tierra al individuo que padece por sus males. Todo lo contrario. Los demonios prefieren hacer de su goce personal al cuerpo dañado, al alma melancólica, la mente desfragmentada que pende de un hilo. Ellos hacen del cuerpo sufriente su infernal hogar.
Y era en esos momentos que todo el peso del mundo le caía sobre los hombros como la cruel condena a pagar por delitos de su vida pasada. En la biblia se habla de que pagarán justos por pecadores y él maldecía a quien fuese en su vida pasada por condenarlo a ser el abominable ser que era hoy y siempre. Sin escape, sin tregua consigo mismo, sin paz.
Tal era su absorción propia que en un abrir y cerrar de ojos vio sentado junto a él a una joven mujer. Casi no la quiso mirar para no incomodaros mutuamente pues su propia persona era tan imprecisamente impulsiva e inesperada que podía afecta a todos los de su entorno, pero pudo apreciar que su cabello era oscuro. Sus mecanismos internos le llevaron automáticamente a ponerse alerta de cualquier posible acercamiento de esa persona, un simple saludo o una pregunta acerca de la hora que era podía encriptarlo en su mal personal.
O quizá estaba demasiado a la defensiva… Y es que soportar a la gordinflona de Madame Montequieu lo dejaban como un gato engrifado tras reprimir todos los malos pensamientos que se guardaba para sí mismo sobre aquella mujer de la noche. Pero la dama a su lado no tenía la culpa de nada, muchas personas no tenían la culpa de su propia existencia. Entrecerró los ojos dejando que la ansiedad se disipara momentáneamente dejando escapar su mente a lugares alejados y recónditos del mundo. Lugares que estaba seguro de que jamás conocería. Todos aquellos años de encierro y flagelos hacia su persona por parte de personas siniestras, monstruos encarnados en seres humanos carismáticos, construyeron en su interior una telaraña de pesadillas que se encargó de romper todo lo que alguna vez fue un sueño.
Pensó en los Alpes alemanes, no los conocía más que por postales que transformaba en cuadros. Lo alto de la punta de los pinos, los riachuelos azulinos y cristalinos que atravesaban las montañas que parecían invocar a los espíritus de los sabios en lo alto de su sempiterna cima. Imagen que se asemejaba al monte de Sion. Sinécdoque de la unión del todo.
¿Por qué no intentar con cuadros religiosos para intentar ganar un poco más de dinero? Y la respuesta le golpeó automáticamente. Uno, porque no tenía un gran nombre de artista reconocido y los religiosos, por muy humildes que se juraran, sólo aceptaban obras de artes hechas por grandes hombres. Segundo, porque simplemente no ganaría dinero pues el sacerdote le diría que ¨Sienta el amor de Dios en su corazón¨ para al final acabar con engatusarlo con ponerse la mano en el corazón y donar la pintura a la iglesia como un acto bondadoso. Pobre de rehusarse a tan ejemplar acto porque el padre le daba un puntapié gruñendo con que el pecado lo consumiría y su alma sería escarmentada.
Oh, pero maldecir a un religioso es irse irreflexivamente al infiero. Como si ya no tuviera suficiente de ello.
De pronto, su mente se deshizo de todo pensamiento y el sonido del mar inundó todos los confines de su dictamen. La respiración aumentó su ritmo y todo su ser se paralizó en un chasquido de dedos. Sereno y perfecto, el sonido del mar era maravilloso pero los años de encierro junto a ése mismo mar traicionero lo educaron a una sola doctrina: El miedo a elemento más abundante del planeta tierra. Miedo a todo lo que su cerebro le llevase a relacionar con estímulos de castigos.
Pero estaba en sus cabales, afortunadamente estaba en dominio. Un domino frágil que amenaza con romperse pero existente al final de cuentas. Recordó a la mujer a su lado, no deseaba realizar ningún acto que perturbase a aquella joven que no tenía culpa de nada. Pero la angustia aumentaba y la cabeza le taladraba fuertemente. Se llevó ambas manos a cada costado de su cabeza y se la sujetó fuertemente, inclinándose levemente hacia delante dando la impresión de que una jaqueca lo fastidiaba.
Y era en esos momentos que todo el peso del mundo le caía sobre los hombros como la cruel condena a pagar por delitos de su vida pasada. En la biblia se habla de que pagarán justos por pecadores y él maldecía a quien fuese en su vida pasada por condenarlo a ser el abominable ser que era hoy y siempre. Sin escape, sin tregua consigo mismo, sin paz.
Tal era su absorción propia que en un abrir y cerrar de ojos vio sentado junto a él a una joven mujer. Casi no la quiso mirar para no incomodaros mutuamente pues su propia persona era tan imprecisamente impulsiva e inesperada que podía afecta a todos los de su entorno, pero pudo apreciar que su cabello era oscuro. Sus mecanismos internos le llevaron automáticamente a ponerse alerta de cualquier posible acercamiento de esa persona, un simple saludo o una pregunta acerca de la hora que era podía encriptarlo en su mal personal.
O quizá estaba demasiado a la defensiva… Y es que soportar a la gordinflona de Madame Montequieu lo dejaban como un gato engrifado tras reprimir todos los malos pensamientos que se guardaba para sí mismo sobre aquella mujer de la noche. Pero la dama a su lado no tenía la culpa de nada, muchas personas no tenían la culpa de su propia existencia. Entrecerró los ojos dejando que la ansiedad se disipara momentáneamente dejando escapar su mente a lugares alejados y recónditos del mundo. Lugares que estaba seguro de que jamás conocería. Todos aquellos años de encierro y flagelos hacia su persona por parte de personas siniestras, monstruos encarnados en seres humanos carismáticos, construyeron en su interior una telaraña de pesadillas que se encargó de romper todo lo que alguna vez fue un sueño.
Pensó en los Alpes alemanes, no los conocía más que por postales que transformaba en cuadros. Lo alto de la punta de los pinos, los riachuelos azulinos y cristalinos que atravesaban las montañas que parecían invocar a los espíritus de los sabios en lo alto de su sempiterna cima. Imagen que se asemejaba al monte de Sion. Sinécdoque de la unión del todo.
¿Por qué no intentar con cuadros religiosos para intentar ganar un poco más de dinero? Y la respuesta le golpeó automáticamente. Uno, porque no tenía un gran nombre de artista reconocido y los religiosos, por muy humildes que se juraran, sólo aceptaban obras de artes hechas por grandes hombres. Segundo, porque simplemente no ganaría dinero pues el sacerdote le diría que ¨Sienta el amor de Dios en su corazón¨ para al final acabar con engatusarlo con ponerse la mano en el corazón y donar la pintura a la iglesia como un acto bondadoso. Pobre de rehusarse a tan ejemplar acto porque el padre le daba un puntapié gruñendo con que el pecado lo consumiría y su alma sería escarmentada.
Oh, pero maldecir a un religioso es irse irreflexivamente al infiero. Como si ya no tuviera suficiente de ello.
De pronto, su mente se deshizo de todo pensamiento y el sonido del mar inundó todos los confines de su dictamen. La respiración aumentó su ritmo y todo su ser se paralizó en un chasquido de dedos. Sereno y perfecto, el sonido del mar era maravilloso pero los años de encierro junto a ése mismo mar traicionero lo educaron a una sola doctrina: El miedo a elemento más abundante del planeta tierra. Miedo a todo lo que su cerebro le llevase a relacionar con estímulos de castigos.
Pero estaba en sus cabales, afortunadamente estaba en dominio. Un domino frágil que amenaza con romperse pero existente al final de cuentas. Recordó a la mujer a su lado, no deseaba realizar ningún acto que perturbase a aquella joven que no tenía culpa de nada. Pero la angustia aumentaba y la cabeza le taladraba fuertemente. Se llevó ambas manos a cada costado de su cabeza y se la sujetó fuertemente, inclinándose levemente hacia delante dando la impresión de que una jaqueca lo fastidiaba.
Kellen von Rosenkreuz- Humano Clase Baja
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Re: Vesania de la ignominia.
El sonido del mar era algo bastante relajante en lo que igualmente quise centrar mi mente en ello a la vez que se cerraba los ojos, perdiéndome en aquel sonido que tanto agradaba pero que pocos tenían la fortuna de escuchar a menudo... las olas chocando entre sí, otras acabando su camino en la arena para retroceder suavemente y volver a su lugar de origen.
Todo parecía estar bien, o al menos ir en un buen camino hasta que mis recuerdos me jugaron una mala pasada y recordé aquella primera vez que pude ver y escuchar el mar... yo era solo una nena feliz de conocer otra parte de Inglaterra junto a mis padres, aquel viaje fue una especie de regalo de cumpleaños atrasado debido a que unas semanas antes mientras mis padres festejaban el aniversario de mi natalicio numero seis las inocentes palabras "me gustaría ver el mar, anoche soñé que estábamos allí, aunque no se si será como lo soñé" salieron de mi boca. Fue entonces cuando ambos cruzaron miradas y empezaron a planear aquella salida familiar que no quisieron retrasar demasiado, pero que aun así tardo debido a que Mánchester no era un lugar ubicado en la costa, al contrario de Liverpool
Anteriormente lo más cercano que había estado al mar fue haber visitado las laderas del río Mersey, pero aquello jamás se igualaría a lo que es realmente el mar, un río es como un simple e insignificante grano de arena en la playa comparado con la majestuosidad del mar, aquel conjunto de agua salada que predominaba en nuestro mundo.
Aquella también fue la primera vez que salí de mi natal Mánchester, como extraño mi ciudad, mi pasado, a mis padres... Allá se encontraba mi vida, pero ahora debía formar una acá, era lo mejor, era lo que debía hacer. Debo salir adelante y seguir con mi vida.
Solté un suspiro y volví a abrir los ojos para enfocarme en la realidad nuevamente. Todo parecía seguir en su lugar, el carrusel seguía girando, los niños seguían paseando con sus padres; solo había algo que había cambiado... el muchacho a mi lado se encontraba en una pose que no indicaba que mi intervención hubiera sido de ayuda, su aura se veía peor que antes, bien hecho Arianrhod.
Rodé los ojos regañándome mentalmente a la vez que dejaba de hacer efecto en su mente con mis ilusiones, al parecer el mar no siempre era una buena opción de relajación.
La pose del chico hacía parecer como si tuviera dolor de cabeza, ¿debería decirle algo? ¿preguntarle si está bien? ¿Intentar con otra cosa?
— ¡No! Ya has hecho suficiente por hoy. -pensé de inmediato, no podía pasarme la vida creando ilusiones en la mente de cada persona que se me cruzaba por delante, aunque la verdad aquello es de las cosas que mejor se hacer... creo.
— Disculpa -pregunté finalmente, intentando no pensar demasiado en lo que hacía, queriendo ser natural. Si forzaba demasiado mi actuar quizá solo consiga asustarlo o que piense que estoy loca así que me limité a callar a esa molesta voz interior para intentar formar una conversación normal y, dentro de lo posible, ayudarlo- ¿te encuentras bien?
Todo parecía estar bien, o al menos ir en un buen camino hasta que mis recuerdos me jugaron una mala pasada y recordé aquella primera vez que pude ver y escuchar el mar... yo era solo una nena feliz de conocer otra parte de Inglaterra junto a mis padres, aquel viaje fue una especie de regalo de cumpleaños atrasado debido a que unas semanas antes mientras mis padres festejaban el aniversario de mi natalicio numero seis las inocentes palabras "me gustaría ver el mar, anoche soñé que estábamos allí, aunque no se si será como lo soñé" salieron de mi boca. Fue entonces cuando ambos cruzaron miradas y empezaron a planear aquella salida familiar que no quisieron retrasar demasiado, pero que aun así tardo debido a que Mánchester no era un lugar ubicado en la costa, al contrario de Liverpool
Anteriormente lo más cercano que había estado al mar fue haber visitado las laderas del río Mersey, pero aquello jamás se igualaría a lo que es realmente el mar, un río es como un simple e insignificante grano de arena en la playa comparado con la majestuosidad del mar, aquel conjunto de agua salada que predominaba en nuestro mundo.
Aquella también fue la primera vez que salí de mi natal Mánchester, como extraño mi ciudad, mi pasado, a mis padres... Allá se encontraba mi vida, pero ahora debía formar una acá, era lo mejor, era lo que debía hacer. Debo salir adelante y seguir con mi vida.
Solté un suspiro y volví a abrir los ojos para enfocarme en la realidad nuevamente. Todo parecía seguir en su lugar, el carrusel seguía girando, los niños seguían paseando con sus padres; solo había algo que había cambiado... el muchacho a mi lado se encontraba en una pose que no indicaba que mi intervención hubiera sido de ayuda, su aura se veía peor que antes, bien hecho Arianrhod.
Rodé los ojos regañándome mentalmente a la vez que dejaba de hacer efecto en su mente con mis ilusiones, al parecer el mar no siempre era una buena opción de relajación.
La pose del chico hacía parecer como si tuviera dolor de cabeza, ¿debería decirle algo? ¿preguntarle si está bien? ¿Intentar con otra cosa?
— ¡No! Ya has hecho suficiente por hoy. -pensé de inmediato, no podía pasarme la vida creando ilusiones en la mente de cada persona que se me cruzaba por delante, aunque la verdad aquello es de las cosas que mejor se hacer... creo.
— Disculpa -pregunté finalmente, intentando no pensar demasiado en lo que hacía, queriendo ser natural. Si forzaba demasiado mi actuar quizá solo consiga asustarlo o que piense que estoy loca así que me limité a callar a esa molesta voz interior para intentar formar una conversación normal y, dentro de lo posible, ayudarlo- ¿te encuentras bien?
Arianrhod Dankworth- Hechicero Clase Media
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Re: Vesania de la ignominia.
Galimatías. Mísero camino de dolor que sólo yace cuando la oscura muerte arranca el último y tenue aliento de la magullada vida. Visten de negro todo su entorno como verdugos, verdugos malditos e incansables cuya búsqueda fulmina cuando desfallecen a un otro mermando por su propio mal. Pálida e infame muerte en vida.
Para cuando la luz se vulgariza destruyendo la cruel tenebrosidad y arrancando aquellas manos endemoniadas que le encadenan al infierno incandescente, existe un halo de realidad.
-Estoy bien… Gracias.- Soltó en un cansado suspiro, una voz casi inaudible. En ningún momento teniendo contacto visual con la otra persona. Algo a lo que su padecer lo condenó desde años atrás; el jamás mirar a los ojos. Insalubre, indecoroso, inestable. –Lamento incomodarla.-
Sus cabellos revolvió para despejarse de toda imagen que incomodase su pobre juicio. Oscura y sin esperanzas, lleno de dudas y males castigadores parece a menudo su triste interioridad y sentido. Pero siempre existe el resplandor. Siempre brilla el sol.
La templanza por fin acudió apaciguando sus bestias internas y al fin, sólo al fin, pudo darse el detalle así mismo de contemplar la naturaleza en su magnificencia. Aquellas máquinas inversiones del hombre intelectualizado que servían de distracción y del resurgir de emociones internas que las personas experimentan cuando se aventuran a los juegos del parque de diversiones. Que así de soberbia la inteligencia se muestre es para que el hombre vislumbre semejante fruición.
Su vida, no era precisamente la más plácidas y admiradas, mucho menos ambicionada por sus pares. Su vida, más bien, era un tormento oscuro de cristales rotos, de gotas de lluvias melancólicas que lloran la pérdida del espíritu humano. Una blasfemia por donde se observarse. Pero aun así, era capaz de apreciar los más pequeños detalles que el mundo le podía entregar. Un simple ruiseñor en la copa de un árbol cerca de la banca donde estaba calmó su ser cuando cantó rimbombante.
Recordó entonces a la joven sentada a su lado, la miró de reojo y sonrió torpemente.
-Estaba un poco…- Ladeó el rostro, recapacitando en las colindantes palabras. Confundido, decir confundido, sería quizá invitar a la otra persona a preguntar el porqué de su confusión y no quería abrumar a nadie con sus problemas. –Una jaqueca.- Con eso restó importancia a todo lo anterior. La brisa resopló suavemente meciendo las hojas de los árboles –Usted no es francesa, ¿cierto?- Preguntó, sintiéndose incómodo a los segundos después al preguntar algo de la nada. –Digo… Por su acento. No suena como un acento francés.- Como siempre, siendo torpe en tratar de tener una conversación normal con otra persona. Por eso inmortalmente se volvía amante magnánimo del silencio.
Para cuando la luz se vulgariza destruyendo la cruel tenebrosidad y arrancando aquellas manos endemoniadas que le encadenan al infierno incandescente, existe un halo de realidad.
-Estoy bien… Gracias.- Soltó en un cansado suspiro, una voz casi inaudible. En ningún momento teniendo contacto visual con la otra persona. Algo a lo que su padecer lo condenó desde años atrás; el jamás mirar a los ojos. Insalubre, indecoroso, inestable. –Lamento incomodarla.-
Sus cabellos revolvió para despejarse de toda imagen que incomodase su pobre juicio. Oscura y sin esperanzas, lleno de dudas y males castigadores parece a menudo su triste interioridad y sentido. Pero siempre existe el resplandor. Siempre brilla el sol.
La templanza por fin acudió apaciguando sus bestias internas y al fin, sólo al fin, pudo darse el detalle así mismo de contemplar la naturaleza en su magnificencia. Aquellas máquinas inversiones del hombre intelectualizado que servían de distracción y del resurgir de emociones internas que las personas experimentan cuando se aventuran a los juegos del parque de diversiones. Que así de soberbia la inteligencia se muestre es para que el hombre vislumbre semejante fruición.
Su vida, no era precisamente la más plácidas y admiradas, mucho menos ambicionada por sus pares. Su vida, más bien, era un tormento oscuro de cristales rotos, de gotas de lluvias melancólicas que lloran la pérdida del espíritu humano. Una blasfemia por donde se observarse. Pero aun así, era capaz de apreciar los más pequeños detalles que el mundo le podía entregar. Un simple ruiseñor en la copa de un árbol cerca de la banca donde estaba calmó su ser cuando cantó rimbombante.
Recordó entonces a la joven sentada a su lado, la miró de reojo y sonrió torpemente.
-Estaba un poco…- Ladeó el rostro, recapacitando en las colindantes palabras. Confundido, decir confundido, sería quizá invitar a la otra persona a preguntar el porqué de su confusión y no quería abrumar a nadie con sus problemas. –Una jaqueca.- Con eso restó importancia a todo lo anterior. La brisa resopló suavemente meciendo las hojas de los árboles –Usted no es francesa, ¿cierto?- Preguntó, sintiéndose incómodo a los segundos después al preguntar algo de la nada. –Digo… Por su acento. No suena como un acento francés.- Como siempre, siendo torpe en tratar de tener una conversación normal con otra persona. Por eso inmortalmente se volvía amante magnánimo del silencio.
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Re: Vesania de la ignominia.
Me quede inmóvil después de mis palabras, observando las distintas atracciones que podían verse a lo largo del gran parque mientras pensaba en que realmente jamás había venido a disfrutar de estos, nunca había subido a alguno de ellos. Suelo venir a los alrededores pero siempre en busca de un poco de aire libre y nuevos clientes... quizá algún día.
Entonces la voz del joven a mi lado se hizo presente, recordándome por qué me encontraba sentada en aquella banca; trayéndome devuelta a la realidad. Giré mi vista hacia él pero pude notar que su mirada seguía fija en un punto distinto a mi dirección por lo que volví a dirigir mi mirada a las atracciones que se enervaban a nuestro alrededor, aunque sin dejar de prestarle atención a las palabras que brotaban de la boca del joven con el cual me encontraba compartiendo el asiento.
Él dijo entonces algo respecto a mi acento, sí, supongo que 15 años de aquel inglés británico tan modulado y lento son algo difícil de camuflar, creo que aunque pase el resto de mi vida en este lugar rodeada de gente hablando un francés tan natural no podré olvidar jamás aquella entonación que delata mis raíces en otras tierras; a pesar de esto nunca había notado que aquella diferencia se hacía tan notoria al hablar, creo que sería algo divertido en lo que podría enfocarme de vez en cuando de ahora en adelante, quizá de esta forma pueda descubrir a alguien más que comparta la situación de extranjero. Como sea.
— Tiene usted razón, mi acento está lejos de parecer uno francés ya que no soy natal de este país, mis raíces se encuentran algo lejos de estas tierras, llegué de Inglaterra hace un par de años -expliqué lentamente al notar la diferencia de ritmo y entonación existente en nuestras voces.
Tome una bocanada de aire de forma sutil y disimulada para botar el aire lentamente mientras me giraba nuevamente en dirección al muchacho a mi lado para comenzar a analizarlo físicamente, tenía un cabello rubio algo descuidado y desordenado, respecto a sus ojos no es algo que lograra distinguir claramente por lo que pasé este dato por alto. De esta manera seguí bajando mi vista hasta que llegue a sus manos, no parecían tener nada especial, a excepción claro de aquella mancha roja de lo que parecía ser sangre en la palma de una de ellas.
— Perdón si te molesta mi intromisión pero no parece que aquella mano se encuentre del todo bien -quería preguntar qué le había sucedido, pero al mismo tiempo no quería ser una entrometida, en especial porque él parecía ser un hombre de pocas palabras, o al menos eso es lo que había demostrado hasta el momento y obviamente no quería incomodarlo-; si gustas podría ayudarte... ando con un poco de vendas y lo suficiente para limpiar esa herida.
Entonces la voz del joven a mi lado se hizo presente, recordándome por qué me encontraba sentada en aquella banca; trayéndome devuelta a la realidad. Giré mi vista hacia él pero pude notar que su mirada seguía fija en un punto distinto a mi dirección por lo que volví a dirigir mi mirada a las atracciones que se enervaban a nuestro alrededor, aunque sin dejar de prestarle atención a las palabras que brotaban de la boca del joven con el cual me encontraba compartiendo el asiento.
Él dijo entonces algo respecto a mi acento, sí, supongo que 15 años de aquel inglés británico tan modulado y lento son algo difícil de camuflar, creo que aunque pase el resto de mi vida en este lugar rodeada de gente hablando un francés tan natural no podré olvidar jamás aquella entonación que delata mis raíces en otras tierras; a pesar de esto nunca había notado que aquella diferencia se hacía tan notoria al hablar, creo que sería algo divertido en lo que podría enfocarme de vez en cuando de ahora en adelante, quizá de esta forma pueda descubrir a alguien más que comparta la situación de extranjero. Como sea.
— Tiene usted razón, mi acento está lejos de parecer uno francés ya que no soy natal de este país, mis raíces se encuentran algo lejos de estas tierras, llegué de Inglaterra hace un par de años -expliqué lentamente al notar la diferencia de ritmo y entonación existente en nuestras voces.
Tome una bocanada de aire de forma sutil y disimulada para botar el aire lentamente mientras me giraba nuevamente en dirección al muchacho a mi lado para comenzar a analizarlo físicamente, tenía un cabello rubio algo descuidado y desordenado, respecto a sus ojos no es algo que lograra distinguir claramente por lo que pasé este dato por alto. De esta manera seguí bajando mi vista hasta que llegue a sus manos, no parecían tener nada especial, a excepción claro de aquella mancha roja de lo que parecía ser sangre en la palma de una de ellas.
— Perdón si te molesta mi intromisión pero no parece que aquella mano se encuentre del todo bien -quería preguntar qué le había sucedido, pero al mismo tiempo no quería ser una entrometida, en especial porque él parecía ser un hombre de pocas palabras, o al menos eso es lo que había demostrado hasta el momento y obviamente no quería incomodarlo-; si gustas podría ayudarte... ando con un poco de vendas y lo suficiente para limpiar esa herida.
Arianrhod Dankworth- Hechicero Clase Media
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