Apsaras Dhari

Se caracteriza esencialmente por su dificultad para establecer unas vínculos sociales suficientes y adecuados. Este rasgo se acentúa a medida que disfruta de su soledad, aunque estaba el germen de esto presente ya en la infancia. Su carácter es notoriamente frío y distante. Los demás ocupan un lugar muy poco importante en su vida. Se mantiene singularmente indiferente ante las opiniones, aprobaciones y críticas de los otros, por igual que sucede en el terreno afectivo. A pesar de que pueda sentir, expresar sentimientos cálidos y afectuosos le cuesta enormemente, casi como si le diera miedo.

Es introvertida, retraída y solitaria. Tiene muy pocos amigos. Sólo uno la visitará o, generalmente, ninguno. El distanciamiento afectivo también incluye a los miembros más próximos de su familia, pero en menor grado, pues la costumbre es fuerte. Evita las relaciones sociales y si, accidentalmente, está dentro de un grupo, es muy poco participativa. Mejor hacer como si no estuviera ahí. Se le puede observar con frecuencia ensimismada, enfrascada en sus propios pensamientos o fantasías, como si estuviese soñando despierta. Tiene muy poco sentido del humor y rara vez participa de las bromas de los demás.

Es excepcional que llegue a establecer una relación amorosa. Si eso llega a suceder, ella nunca habrá iniciado la relación, y a lo largo de la misma mantendrá siempre un papel esencialmente pasivo, pues vive relativamente satisfecha dentro de su profundo aislamiento, sin ningún deseo de que esta situación cambie.

Ni desea ni disfruta de las relaciones personales, incluido el formar parte de una familia; escoge casi siempre actividades solitarias; tiene escaso o ningún interés en tener experiencias sexuales con otra persona; disfruta con pocas o ninguna actividad; no tiene amigos íntimos o personas de confianza, aparte de los familiares de primer grado. En resumen, sus rasgos esquizoides se han desarrollado notablemente.

Presenta variabilidad moral; en algunos momentos altruista, al punto del sacrificio propio. No obstante su falta de empatía, Apsaras es muy curiosa acerca de los demás y envidia en cierta medida esa espontaneidad ajena. Después de todo, ella es prisionera de sí misma. Si resulta que alguien se hace un lazo en el sentido de que ese alguien pasada a ser alguien usual en su vida y, por ende, con quienes comúnmente tiene contacto (e indispensable por lo mismo), ella podría tensarse por lo que pusiera en peligro esa estabilidad.

Desde que Apsaras nació, hubo rechazo hacia ella. Pocos podían creer que una niña tan blanca fuera producto de dos gitanos de piel eclipsada. Por supuesto que los demás gitanos de la tribu tenían ojos y supusieron de inmediato que la recién nacida era fruto de una infidelidad por parte de la madre y tenían razón, sólo que los demás miembros no se atrevieron a indicarlo directamente por temor al “padre” de Apsaras, conocido por su agresividad y poca tolerancia por las críticas. Se imaginaban el desastre que podía desencadenar si alguien se lo llegaba siquiera a sugerir. Un balde de agua fría de frente al orgullo.

Pero el que no se mencionara, no quiso decir que no tuviera efecto en los demás. Visiblemente se podía apreciar la disparidad entre padre e hija en todo sentido. Debido a esto, Apsaras no pudo desarrollar correctamente las relaciones sociales. Presentó desde muy pequeña un patrón general de distanciamiento de los vínculos con personas que no fueran de su familia o de su círculo más íntimo de la infancia, además de restricción de la expresión emocional en el plano interpersonal. Mostraba frialdad emocional cuando los otros niños de la tribu la acusaban de origen payo y producto del pecado. Sus ojos verdes distaban mucho de los de los hermanos de su comunidad. Desde luego su madre nunca lo confirmó o rechazó. Si Apsaras se atrevía a preguntarle, sacaba la vara para pegarle en las piernas y, si insistía, estos golpes eran en la cabeza e incluso en el rostro. Todo esto favoreció a que Apsaras desarrollara poco a poco rasgos esquizoides que no irían más que en aumento.

En su adolescencia esto se acrecentó, sintiéndose a gusto paseándose por los rincones más alejados del bosque. En donde las huellas no estuvieran marcadas, donde la tierra fuese más negra, allí sentía su lugar. Los animales eran la mejor compañía para ser amigos y para ser enemigos también, pues nunca traicionaban las reglas de la naturaleza. ¿Por qué preferir a los humanos? ¿Por qué preferirlos en algún aspecto? No tenía sentido. Se sentía incómoda cerca de ellos o ellos la hacían sentir así. No lo sabía con certeza, pero… ¿qué importancia tenía?

Un buen día, durante una más de sus caminatas por el bosque, se topó frente a frente con un hombre que corría en su dirección, como si quisiera que la tierra lo tragara y lo escondiera.  Fue de casualidad que dio con ella, chocando ambos de golpe. Pero para ella aquello no podía ser un hombre; ni para ella ni para nadie de su casta, nación y ni siquiera para el más osado de su época. Era un negro recientemente fugado de su prisión. No le había ido bien, desde luego. Apsaras notó las cicatrices en su cuello, muñecas, tobillos y espaldas. Más urgente que todo, sangraba de la cabeza. Estaba a punto de desmayarse ahí mismo, aunque difícil era saber si se debía al miedo o a la pérdida de sangre.

En cualquier otro caso, Apsaras se hubiera debatido entre prestarle auxilio o huir de ahí. Pero como la gitana pensó que alguien de ese color no podía tratarse de un ser humano, se apresuró, en cuanto lo vio desmoronarse en sus brazos, en detener el sangrado y regularizar su respiración. De pronto se vio a sí misma con una extraña criatura recibiéndola como si nada y se maravilló con ello. No se sentía incómodo con su presencia y parecía entenderle; ¿qué secretos ocultaba esa piel?

Era tal la curiosidad de la joven que casi no iba a dormir a tienda, junto a sus padres. Apenas se acordaba de su pueblo. Es que nunca lo sintió suyo. El piel de ébano era tan diferente a los demás, y eso era lo que le fascinaba, pero no podía aceptarlo como humano si era el único ser que había visto de ese color, además que parecía venido de otra cultura, demasiado contraria a la que le habían inculcado e incluso a la del hombre de la ciudad. Hasta su nombre era extraño: Gambo. Un buen día Apsaras se atrevió a plasmarle sus inquietudes. Él, sonriendo, contestó: ¿Sabes? en la oscuridad, hasta tú eres de mi color. ¿Pero has dejado de ser humana por eso?

Le costó ponerse en el lugar del esclavo fugitivo. No entendió, desde luego, el dolor de Gambo, pero sí hizo una analogía con ella misma. Entonces, ¿ella tampoco era persona? Fue un alivio. Un alivio tan grande que sonrió y sonrió de verdad. Se permitió dejarse ir y lo haría con él. Le echó las manos al cuello y él entonces la besó, sin que por entre sus pestañas las pupilas iluminadas la miraran intensamente. Apsaras sentía que un miedo la oprimía a actuar, por supuesto, pero se convenció a sí misma que no pertenecía al género humano, por lo que no tenía por qué sujetarse a las leyes del hombre.

Ella creyó que Gambo realmente la amaba, pero no era cierto. A la mañana siguiente, con sus heridas sanadas y piernas fortalecidas, ya había desaparecido. Traición. Mentiras. Sólo la había utilizado para volver a huir, ese pensamiento le quedó marcado a la gitana. Apsaras no importaba, nuevamente le daban la espalda y con un robo nefasto de por medio.

Lo más fuerte vino después, cuando notó que su vientre se abultaba y su sangre no llegaba. El hijo de dos seres no humanos venía en camino. No pudo ocultarlo siquiera a la tribu esta vez. Su madre la mantuvo cautiva durante el embarazo a pedido de los demás líderes. Aunque tanto la familia como los demás hermanos conocieran de su estado como un secreto a voces, harían como si nada hubiera ocurrido.

Así fue que una buena tarde de neblina la madre de Apsaras la llevó al río para que diera a luz lejos de las miradas de otros gitanos y también para algo más que vendría inmediatamente después. Fue en esas circunstancias que llegó al mundo una niña de labios gruesos y ojos tan aceitunados como los de su padre. Su piel mulata, esa contextura especial, todo era señal de con quién había yacido su madre. Apsaras estaba tan cansada por el esfuerzo que recostó su cabeza sobre la hierba segundos antes de quedarse irremediablemente dormida. Lo último que escuchó fue a su madre decir: “Ella está muerta desde ahora. Nada hablarás de esta tarde ni ahora ni nunca” Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir, sólo el dolor de su vientre le indicaba que había sido madre.

Los humanos realmente eran extraños. Cada lazo que construía con tanta dificultad tenían que quitárselo. Ni siquiera había podido hacer el ademán de vivir como una madre.

Decidió aislarse, internarse en una tienda precaria en lo más profundo del bosque. Su tribu sabe que allí se encuentra, pero no la van a ver, ¿para qué? No sería placentero para ninguno de los dos lados. Sólo unos cuantos con los que compartió más joven se pasan por ahí, pero tampoco se quedan demasiado. Da la impresión de que Apsaras viviera una realidad paralela. Su familia dice que la han hechizado los fantasmas del bosque y que por eso nunca le buscaron esposo. Apsaras, en cambio, no intenta discutir. Solamente se enfoca en vivir, o al menos, dicen que un corazón latiendo lo es.

Poderes/Habilidades:
→ Adivinación de futuro: Habilidad para conocer hechos aún antes de que ocurran mediante la lectura de cartas, lectura de manos, etc. Algunos gitanos llegan a tener sueños premonitorios.
→ Control del humor: Habilidad que consiste en lograr modificar, de una manera relativa y por medio de empatía natural, el humor de otra persona.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder les permite reconocer a licántropos y cambiaformas cuando no están transformados e identificar a los vampiros gracias a su aura pálida.