Massima Fioravante

Massima Fioravante

Física

Coronada con ojos de tonalidad verdosa, el rasgamiento de éstos hace de aquella mirada, poblada y exquisitamente adornada por largas y oscuras pestañas, algo que pocas veces puede pasar desapercibido. Un rostro liso y de estructura ósea demarcada se complementa con el suave recaer de una larga y luminosa cabellera de tonalidad avellana, la que tiende a manifestar unos gráciles bucles al final de la misma, aumentando así esa proyección de serenidad que la italiana siempre lleva en su semblante.

Poseedora de una altura y delgadez llamativas, la viuda generalmente siempre usa ropajes muy humildes y de tonalidad oscura, recordándose a sí misma el duelo que su alma aun acarrea.

Por otro lado, su piel blancuzca resalta aun más sus llamativos ojos, así como sus carnosos labios, mismos que ocultan por su seriedad un detalle particular de la dama; una leve separación de sus dientes incisivos frontales superiores, que le dan un toque algo cándido.

Pequeños repliegues a los lados de sus esmeraldinos ocelos dejan entrever su edad, o más bien lo ardua que ha sido su vida en tan corto tiempo. Para Massima sonreír es algo complicado en la etapa actual de su vida, pero siempre recuerda que su esposo solía decir que su sonrisa era capaz de iluminar hasta el salón más oscuro de todos.


Psicológica

Desde la pérdida de su esposo e hijo y su arribo solitariamente a Paris, Massima no ha sido mucho más que un cofre cerrado en el fondo de un inexplorado océano. Consciente plenamente de ello, pareciese ser que la italiana nada pudiese hacer para exteriorizar lo que en verdad un tiempo atrás fue. La trágica perdida de los mayores pilares de su vida se llevó consigo toda la jovialidad, alegría y simpatía que alguna vez le caracterizaron.

En el presente, quitarle una sonrisa es un acto casi imposible y aunque la amabilidad nunca falte en su persona -por la educación y respeto que ésta mantiene en toda ocasión para con otros- es su mirada la que delata una carencia, un vacío demasiado complejo como para que alguien se interesase en llenarlo.

Haciendo más de tres años que reside en la capital francesa, su vida solamente está abocada a los dos accionares que le mantienen viva; el trabajo y la lectura.

Empleada en una floristería, la italiana trabaja arduamente para subsistir, reflejando su pasión por la naturaleza en cada arreglo floral que realiza, en cada planta que meticulosamente riega.
Cuando está alejada de sus labores diarias, su escape son los libros. Allí residen los paisajes y los mundos donde la mente apenada de Massima se permite viajar completamente en secreto, encontrando un poco de luz para seguir adelante, haciéndole relatos y narraciones soñar despierta sobre el cómo hubiese sido su vida junto a su amado esposo e hijo si la desgracia no golpease justamente en su puerta.

Retraída. Es algo complejo generar dialogo con ella, más aun, solicitarle algo que ella crea “incorrecto”. Pese a su llamativa mirada, es casi imposible hacer contacto visual de forma directa con sus ojos verdes. Su  observar siempre se encuentra como perdido; como mirando sin mirar.

Massima es una sobreviviente, no existe una palabra más certera para describirle. Y allí, entre las penumbras de su dolida alma aun continua avanzando en un sendero sin indicaciones, y sin destino, sabiendo siquiera el porqué de su caminar.

Lo había empacado todo.
Las últimas camisillas de Andrea fueron casi imposibles de introducir en la maleta, pero con algo de ingenio pude hacerlo y el equipaje cerró.
Ver nuestro hogar vacío resulto ser una imagen peculiar y de no ser porque sabía que a unos miles de kilómetros de distancia nos esperaría una residencia similar, la despedida de aquellas paredes hubiese sido tétrica. Siempre fui de esas personas que se aferran a todo lo que les rodea. No le temí nunca al cambio, solo que aprendí a amar demasiado a lo que tenía a mi alcance.

Bruno era el más entusiasmado de todos, bueno, la idea de partir a Paris nació enteramente de él. No le considere jamás un hombre ambicioso, pero su mayor preocupación era nuestro bienestar. Y para darle a nuestro hijo lo que merecía, él decía que solo nos quedaba mirar hacia arriba. Arriesgarnos a mejorar. Y en Francia, la prosperidad del negocio que habíamos llevado adelante en nuestra querida Florencia crecería más y más.

Como yo no tenía familia, salvo mi esposo y mi pequeño ángel, la decisión no me costó tanto en ser dilucidada. Tenía toneladas de amor gracias a esos dos hombres, así que fuera en el lugar que fuera, sentía que no necesitaría nada. Menos aún que algo me fuese a faltar.
Partimos un 18 de agosto. Recuerdo los rayos de sol sobre mi rostro ese día. La despedida de los amigos. Recuerdo el adiós a Florencia. Bruno me abrazo y me prometió que todo iba a estar bien. Yo le creí porque le amaba. Hasta el día de hoy lo hago. Y ojala algún día su promesa de que todo estará bien se cumpla. El jamás me mentiría.

Los días se me hacían cortos, pero las noches largas. Sobre todo por la falta de sueño, debido a la persistente tos de Bruno y Andrea a esas horas, ya para el segundo día de viaje. Terminaba descansando algo en las mañanas, pero no mucho. Mi angelito había enfermado de lo que pensé era una gripe, de esas que a veces atacan a los niños en pleno verano. Le cuidaba como lo que él era para mí; el más añorados tesoros con unos ojos verdes hermosísimos.

Cuando empecé a percatarme de todo creo que ya era demasiado tarde. Bruno escupía sangre, estaba pálido y semi inconsciente sobre mis faldas. No era la única que vivía esa situación, el cochero del carruaje y su mujer padecían la misma pena ¿Qué había brotado en el alma de mis amados?

No avanzábamos, ni retrocedíamos. Estábamos en el medio de la misma nada. Lloraba porque estaba asustada. Mejor dicho, lloraba porque sabía que Dios me los quería arrebatar.

Y así lo hizo.
Andrea y Bruno murieron frente a mis ojos. Una peste, de esas tantas que azotaban a la humanidad en aquellos días me los quito. La enfermedad se llevó sus alientos, sus sonrisas y las mías. La muerte abrazo mi alma, la arranco sin misericordia y me dejo viva solo para saber cómo se sentía tal dolencia.

No supe si volver a Florencia o llegar a Paris. Finalmente no lo decidí yo, sino un carruaje que pasó por el mismo sitio donde despedí a mi esposo e hijo. Esa familia pasajera me llevo hasta la capital francesa sin nada más que mi maleta y mi corazón destrozado.

No tenía casa, no tenía nada. Y no sabía dónde estaba ¿Por qué había aceptado el viaje?

Dormí en las calles. Comí las sobras de otros. Estuve sucia, perdida y hasta hablaba sola, pensando que mi hijo y mi esposo me escuchaban.
Había olvidado que aún seguía viva. El reflejo de mi rostro en un espejo me lo recordó.
Quizás seguía viva por ellos. Quizás por eso hace cuatro años que sigo luchando.
Trabajo en una floristería. Allí gano los francos que me permiten comer y alquilar una habitación donde vivir.
Aprendí a tomarle gusto a los paseos solitarios y a leer en las plazas ¡Como me gusta leer! Tantas historias he memorizado a lo largo de este tiempo. A tantos mundos he viajado. Tanto ha pasado y yo sigo aquí, extrañándoles y recordando la última vez que sonreí estando con ellos…

Perdió a su hijo y esposo en su viaje de ida a Paris, producto de una extraña peste que afecto a estos.

Ama la lectura.

Trabaja en una floristería, donde es conocida por sus hermosos arreglos florales.

Nadie le ha tocado desde hace cuatro años, el último en hacerlo fue su esposo, Bruno.

Sabe tocar el piano desde pequeña.

No tiene familia.