Erinnerungen für immer

Mis Ángeles

Memorias • Los hijos que perdí • En ese entonces vivía

«El ya está muerto —dijo la partera— lo siento, mi señora.»

De nada había servido implorar a los cielos que la sangre que había teñido de rojo mis faldas fuera mía y no de mi hijo. Con toda la pena me entregué a sus manos. Quise desmayarse, dormir por siglos, hasta que Dios me premiara con la muerte, pero decidió castigarme con la vida. Así lo sentí. Sólo alguien cuyo corazón hubiese sido despojado del cuerpo podría comprender el vacío que siente una madre que por cosas del destino no pudo serlo. Las lágrimas que ahogan; pesan tanto que no saben llorar.

Jamás sentí en mis años en vida una cavidad tan hundida en mi pecho como la primera vez que sufrí un aborto. Es un luto de lo más espantoso. Es como si hubieses fallecido y existiese la posibilidad de que el cadáver oyese a sus seres amados. Amigos y familiares se te acercan en caravana por oleadas tratando de minimizar tu pesar, con frases como: «Ya llegará», «mi sobrina tuvo un aborto y ahora tiene cinco hijos» o la muy mal usada «Estará bien. Son jóvenes; tienen toda una vida por delante para llenar las habitaciones.» Actuaban como idiotas. Asumían que el menoscabo de un hijo apuñalaba menos porque vendrían más o porque otros hubieran atravesado el mismo rosal espinado, ¡y a mí qué me importaba lo que hubieran pasado otros! ¡Ninguno me devolvería a mi hijo! ¡A mi hijo! Esas frases me lastimaban profundamente, una y otra vez a medida que las repetía en mi cabeza, porque confirmaban el hecho irrefutable de que no entendían nada de lo que yo estaba sufriendo. ¡Nadie lo hacía!

A pesar de que me vieron sollozar y no parar, nadie supo lo que significó. Juro que no me sentía mujer. Valentino no soltaba mi mano; creo que supo que si no me sostenía, me desvanecería hacia un destino incierto, al igual que el niño que a mi vientre no se aferró. Tenía razón. Estaba yéndome poco a poco. Incluso me hacía sentir culpable con sus afectos. Es que sabía que en algún momento él tendría que dejar descendencia y yo no se la estaba dando. Se apartaría de mí eventualmente.

Años han pasado desde aquel día en que se acabó de manera abrupta el sueño de mi primer hijo. Y aún habiendo muerto con el segundo intentando salvar su aliento a pesar de perder el mío, el tiempo me es eterno, tal vez porque la muerte no tiene fin. Por siempre palparé mi vientre con mis dedos transparentes y éste permanecerá abultado bajo mi tacto. Ahí están, mis ángeles, aguardando etéreos estar entre mis brazos.

Y me pregunto… ¿cómo serían mis ángeles? ¿llevarían los ojos de su padre o los míos? Por un momento puedo verlos correteando, cómplices de sus travesuras, y sonriendo al ver a sus padres caminar detrás. Yo los beso, no sé cómo, pero los siento. Caminan a mi lado, me susurran. Y los amo.

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Huérfana de Madre

Memorias • El vientre que me trajo • En ese entonces vivía

Yo soy una niña huérfana, o lo era, en la tierna infancia. Nadie pudo aliviar mi bárbaro dolor; ni mi amor materno ni mi paterno amparo pudieron consolar mi afligido corazón.

Como pan de limosna de frío suelo, duro lecho tuve para dormir. Y cuando la hora de los besos llegaba, llegaba la hora, pero nunca los besos. Esperé y no llegaron. Lo siento, padre. Hiciste lo que pudiste.

Yo recuerdo a mi padre y también los pocos años que me dedicó mi madre, ambos en su angelical bondad. Que el llanto leve de la tierna infancia sabía a risa y a placer de hogar, llena de amor en sus amantes brazos. De caricias me colmaban sin fin. Y si los lindos labios de mi madre en mi cara se posaban… ¡qué dulces eran sus besos para mí!

Pero la muerte destructora un día llego como un deshecho. De un lado redoblaban los tambores y de otro tocaban las campanas del lugar mientras aquel brillante sol me arrebataba los besos tan queridos para mí. Recuerdo que rojo vestido pusose mi padre
y la reluciente espada se tiño. Oía el llanto de mi difunta madre desvaneciéndose a lo mejor. Hizo que mi joven corazón se sintiera desfallecer.

No me agrada la muerte. Yo creía que era solamente campanas y tambores, mas nunca actos de ladrones. Robaba la vida, la esperanza, los sueños. Escuchaba en mi cama a mi madre por las noches, gimiendo y lagrimeando. Ya no había cuentos alegres antes de dormir. Y si sus lindos labios en mi cara se posaban ¡qué tristes eran sus labios helados para mí!

Bajaría de nuevo a la tumba de mi madre en la noche de esta eterna oscuridad. Levantaría la losa que la cubre, envuelta en su mortaja funeral. De tanto llamarla, sé que me habría de oír. Es que yo deseo tanto otra vez esos labios tan queridos para mí.

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Cuando las mariposas volaban

Memorias • Aleteo de Mariposa • En ese entonces vivía

Todas las mañanas mi padre me despertaba y me acompañaba hasta la bañera. Era muy precavido, así que no me soltaba del brazo hasta quedar sentada porque «me podía caer». Cuando me escuchaba salir del agua, corría a recibirme con la toalla estirada, «padre, no es necesario», pero él no entendía. No quería que los sirvientes me atendieran; él se defendía diciendo que, seguramente, mi madre hubiera querido asearme por mí, y que no podía permitir a otros llevar a cabo la labor que gustosamente hubiera recibido su mujer.

Así pues, parte de su rutina matutina consistía en visitar la tumba de mamá y elegir mi ropa, ¡claro que yo no lo dejaba ayudarme a vestirme! Ponerme la ropa yo misma, incluso de muy niña, me hacía sentir independiente y libre, aunque debo reconocer que mi torpeza fue culpable de ponerme el vestido al revés o tener que cambiarme los zapatos una y otra vez de pie. Pero mi padre, con su dulce voz y suaves manos, me arreglaba hasta parecer una princesa (bueno, eso decía él).

Aunque yo solo tenía 7 años, yo estaba enamorada de la vida. Mi estación favorita era la primavera, salir al patio, oír el zumbido de las abejas y la melodía de los pajaritos. Me gustaba sentir ese escaso viento que rozaba mis mejillas, las que siempre terminaban rojas, «pareces un tomate», y yo me lo imaginaba y me daba risa, ya que ni siquiera sabía exactamente cómo imaginarme un tomate.

De todas las cosas del mundo, lo que más me gustaba era el aleteo de las mariposas, porque aunque difícilmente pueda creerlo ahora muerta, se puede oír, pero solo se dejan ver en primavera. Algunas veces el aleteo me angustiaba porque era rápido y violento, no entendía por qué. Mi padre nos decía a mi hermano y a mí que iban tarde a una cena de compromiso. ¿Cómo serían los besos de mariposa? Papá decía que yo daba besos de mariposa porque lo hacían volar… ¡mi papá! Él conocía más el mundo que yo, así que me contaba cómo era: ¡mi bosque encantado! Creo, según las historias de mi hermana mayor, que de todas era el más maravilloso porque siempre estaba iluminado y cubierto de flores ¡todo el año! Hasta en invierno la escarcha blanca se teñía de polen multicolor, o eso decía él, y me recordaba lo afortunados que éramos porque solo allí pasaba eso, y yo me sentía más especial. Papá también nos contaba que la gente vivía en paz y llena de amor. Yo a veces pensaba «tal vez en otro planeta existe la injusticia, o hay gente infeliz, tenemos suerte de vivir en un lugar donde las diferencias no son un problema, donde no hay pobreza (me costó entender lo que eso significaba. No comprendí la maldad del dinero hasta mayor) y la gente solo se preocupa de ser feliz y de hacer feliz al resto».

Nos pasábamos el día fantaseando y jugando en la plaza o el patio de mi casa. Cuando ya era la hora de entrar, papá ordenaba que prepararan mi plato favorito: leche nevada. Me gustaba hacerme bigotes con los sorbos que llevaba a mi boca, aunque era mi estrategia para oír la hermosa risa de mi progenitor. Con un poco más de años, tuve la sospecha de que los últimos meses solo se reía para complacerme, o por rutina.

Cuando nos íbamos a dormir (sí, lo reconozco, dormíamos en habitaciones paralelas) él me contaba cuentos de héroes y yo me imaginaba que algún día iba a ser uno de ellos. Cuando me di cuenta de que mi papá no me dejaba ser una heroína, yo quise dejar de ser su hija. Me fui a dormir a un sillón de la sala y así comencé a dejar de salir con él, bueno, a dejar de salir, porque me tenía prohibido andar sola «por ahí». Aunque aún seguía llevándome a la bañera por las mañanas y contándome cuentos por las noches, nunca más salí a oír el aleteo de las mariposas.

«Papá, si la gente es tan buena, ¿por qué no puedo salir sola?» Mi padre nunca me respondió. No sé si porque no tenía respuesta o porque no quería que yo la supiera. Así pasamos meses y años, yo lo escuchaba llorar a mi madre detrás de la pared, pero no le decía nada. Hasta que un día no me despertó, no sé cuántas horas dormí. «¡¿Papá?!» Qué extraño, pensé, y entendí que ese día había conseguido mi independencia y le tenía que demostrar a papá que podía hacer las cosas sola.

Me dio vergüenza, pero creo que nadie me vio: me caí entrando en la bañera. Corté el agua y no pude encontrar mi toalla por ningún lado. Me quedé de pié esperando que algunas gotas se evaporaran, otras llegaran a mis pies y el resto se metiera por mis poros. El frío era algo que no me había tocado vivir. Me vestí y salí a caminar, esperando toparme con mi hermano por allí. Tenía un poco de calor, tal vez el abrigo estaba de más, «para la próxima, me tengo que fijar en el tiempo». Me alegraba escuchar las risas de la servidumbre y saber que me rodeaba felicidad.

«Pequeña, tienes zapatos distintos», me dio tanto pudor que salí corriendo. Claro, me caí, nunca aprendí a acomodar bien mis zapatos. «Tenga cuidado al caminar», me tropecé con alguien, no pensé que fuera a haber una persona en el suelo ¿Qué haría una persona tirada en medio de mi casa? Tal vez justo se agachó para recoger algo y yo pasé por encima. «Perdón, no sabía que estaba ahí». Era raro, pero justo ese día la gente estaba enojada, tal vez por eso mi padre no se quiso levantar. «Claro que no vas a saber que estoy acá; estoy muerto, atolondrada»

Entendí, con una frase, todo el secreto que había escondido mi padre y lo estúpida que fui en no darme cuenta de que yo podía ver cosas que no veían los demás. «Señor, ¿usted puede escuchar el aleteo de las mariposas», «No seas tonta, eso no se puede escuchar». Sí, yo era especial, pues gracias a mi don de percibir lo espíritus que rondaban la casa, a los extintos sirvientes, pude enamorarme de la vida a los 7 años. Tenía la virtud de poder percibir el mundo con mi corazón y no con los ojos como todos los demás. Pude conocer la vida y embelesarme con ella a través de la bondad de un padre que no quería asustar a su niña con los espectros que veía, y entonces descifré el secreto que tanto él me ocultó: tenía un padre héroe, por eso yo nunca iba a ser una heroína.

Pero yo era algo único; yo era un aleteo de mariposa.

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El primero que perdí

Memorias • 1 semana después del aborto involuntario • En ese entonces vivía

Mi querido hijo,

Mis dedos se adormecen mientras escribo las palabras, aborto retenido. Quizás debería ser capaz de escribir y decir esas palabras. Debería ser capaz de ver pasar a una mujer embarazada entre mis criadas y no tensarme entera llena de envidia. Debería ponerme feliz por los amigos que anuncian la llegada de un nuevo integrante. Debería sonreír cuando me cruzo con una madre que está cargando a su hijo recién nacido en sus brazos fuertes. Debería estar acercándome a mi fecha de parto…

Para ser sincera, estoy muy lejos de sentir alguna de estas emociones.

Hace una semana que te perdí y sólo tenías diecisiete semanas de gestación. Con el pasar de los días uno empieza a escuchar diferentes historias de abortos involuntarios. Muchos de los que han pasado por pérdidas, han logrado embarazos exitosos en el futuro. El oír estas palabras me han hecho sentir coraje, pero también alegría al saber que no estoy sola. Cuanto me gustaría que estuvieras aquí.

Debería estar armando la cuna y haciendo un espacio en el armario para tu ropa. Debería estar tejiendo tus cobijas, tu primera sillita, los juguetes y los pañales. Debería estar preparándome para dormir poco y escuchar tu llanto. Debería estar ansiosa por la lactancia. Debería estar feliz pensando en tu bienvenida a este mundo, donde te enseñaría lo maravilloso de este lugar en que vivimos y la linda familia que tienes. Debería estar buscando en las historias de mi infancia el nombre perfecto para ti.

Sin embargo, me he quedado con el dolor y la lucha contra la pena de perderte.

Sigo oyendo que esto lleva tiempo. ¿Cómo el tiempo puede quitar este dolor de experimentar la vida sin ti? ¿Cómo me puedo recuperar de esta profunda pena, cuando todo lo que quiero hacer es sostenerte en mis brazos con amor?

Estos meses de verano se ven oscuros y grises. Pero gracias a nuestras familias y amigos que nos han rodeado de amor y esperanza, es que sabemos que saldremos adelante. ¿Sabes que gracias a ti el amor entre tu papá y yo es cada vez más grande y fuerte?

Día a día, voy recuperándome un poquito más y aprendiendo a ser más fuerte… aunque sé que de por vida te llevaré en mi corazón.

Con amor,

Tu mamá

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Las Hadas para una niña

Memorias • Hadas • En ese entonces vivía

¡Mi bosque encantado! A mamá le gustaría. Reiría con mis poses, con mis caritas arrugadas. Así se ponen las hadas cuando algo las enoja. Y fruncen bien las cejas,
sacan trompa. En esta posición se quedan lo que dure su furia,que, en general, es corta.
Pero, si con un dedo pruebas haciéndoles cosquillas, o soplas sus pestañas, te encontrarás con hadas que pronto se desarman, con hadas movedizas de arena que se ríe.

Las hadas que entran en los sueños, ¡ay, esas que me acompañan cuando tengo pena! Esas llevan pequeños cuchillos de papel plateado, vendas de agua oscura y pastillas de viento. Con el agua, te vendan lo que miras. La pastilla de viento va en tu boca para que soples lo que sueñas y ellas se corten pedacitos de lluvia azul, de tigres a lunares y todas esas cosas imposibles que quedan sueltas cuando estás dormido.

Las hadas sueltas tienen la espalda despegada, como si fueran figuritas de álbum viejo,
un pedacito roto de brazo o pie y de seguro, la varita y los trucos bien gastados.

¿Bastará con pegarles en los codos un parche o atarlas con hilitos para que no se pierdan?
¿Será posible devolverles sus alas y sus magias?
¿Será posible que me hagan sonreír?

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Nací con la lluvia

Memorias • Yo nací • En ese entonces vivía

Yo nací con la lluvia abrazando las tejas de la casa de mi madre.

Ella parió con la luna y la luna parió el universo con todos los meteoros que llevan tu nombre incrustado en la frente.

Me llamaste Lorelei por llevar amapolas amarradas al tobillo mientras mi madre me tejía las manos y a mis dedos zurcía olas pero las olas crecieron y lo inundaron todo: sus sonrisas, sus zapatos, mis pétalos naranja y los meteoros que te cocían la frente se apagaron.

Los vasos de agua se inundaron de vidrio y la casa de tejas y ventanas cuadradas fue casa de peces más contentos que la alegría.
La casa donde nací con la lluvia en las orejas y colgando del tejado pensaste que era un zancudo pataleando

Yo nací con la lluvia con la alas quemadas por algún cometa o la cerilla de los cigarros de papá, ahora está mojada, ahora que los peces se llevan a mi madre tengo miedo de abrir la boca y sentir sus uñas en la garganta y sus piernas
rajándome la lengua como un alicate mientras aletea como un zancudo en un vaso de agua.

Nací con la lluvia, es cierto, me parió mi madre sentada en una estrella dos nudos al sur subiendo la escalera, la casa de allí. Donde el cero unió la recta numérica y los positivos y negativos en paz se abrazaron; Dios no lo creyó, tampoco ella, quien supo en el momento que no era un vivo o un muerto sino un punto intermedio, una voz ciega, un ojo mudo con medio pulmón de mazamorra y en la otra mitad porotos.

La casa de mi madre era una estrella, tenía tejas de naranjo en flor y zanahorias cocidas por la cercanía al astro caliente. No había luz, no había agua, y pronto sentí la sed como lijas en la lengua. Yo pensaba en el edén cuando mi madre embarazada colgaba de la última reineta y dando saltos cayó por los besos apócrifos, y ahí me parió con la Biblia sobre el vientre para irme al cielo si es que nacía con su cordón en el pescuezo.

Me parió el primero de junio del año cuatro, tenía en los ojos aceitunas, en la boca un anzuelo, tres plumas en las orejas, algo menos en la nuca pero pronto las plumas con la lluvia se fueron. Entonces me caí desde el tejado de su casa, durante mil novecientos ochenta y siete años me caí, y jugué a saltar la cuerda los domingos por la tarde, aprendí a tejer y a no tejer, a contener el aire cien años por si caía con la nariz en el agua.

Yo tenía escamas y un par plumas en la boca. Sólo el Principito me vio caer y pensó entonces que era cierto que los peces llovían del aire y caían al mar sin saber nadar. Yo pensaba en mi madre porque siempre pienso en mi madre, en su casa de tejas y ventanas donde la alegría jamás había estado tan triste como para escribir un poema.

Yo pensaba en mi madre, aunque a veces pensaba en los peces.

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