Iblís Noctum | ID

El desarraigo de la vida, de todo lo moral. La línea que divide lo bueno de lo malo, borrada, desaparecida. Una oscuridad tan oscura que hasta los muertos tienen miedo de cruzarla. Carcasa consumida, oveja negra que se mueve campante y solitaria por los recovecos de la inconsciencia. El riesgo, el peligro, sintonizados en una sonrisa repleta de malicia. Y son sus ojos zafiros de la perdición. La tuya, la del mundo, la de quien se aventure a pasar por su camino. Profundo es el túnel para los que no tienen luz, y ni se molestan en conseguir una. Profundo es el abismo de un corazón que no late, congelado para siempre, intacto pero consumido. El submundo, el lugar por donde las ratas se manejan, por donde se escabullen. Allí, donde las pesadillas se conjugan en presente y el deseo de despertar se hace cada vez más desesperante. Iblís. Un grito ahogado en una garganta rasposa, un corte provocado con parsimonia. La necesidad de aire cuando no puedes respirar. La desesperación. El dolor. El que te susurra que la vida ya no tiene sentido. El que te convence de que no hay escapatoria. La maldad encarnada. El demonio. La parca. El pánico.

Alteza de un reino oscuro repleto de fantasmas y de los cadáveres que un día les cobijaron. Majestad de todo lo que es rechazado por la sociedad. Más allá de lo bueno y de lo malo se encuentra él. En el punto exacto del no retorno. No sigue las mismas leyes del universo que rigen las vidas de todos los mortales. Porque él es inmortal. Eterno. Impasible. Y mientras el mundo se hace pedazos, él tarareará el ritmo de una canción que solo escucha en su mente. Capaz de corroer y destruir todo aquello que irradia luz y bondad, aquello que es como una salvación. Él, destructor y cultivador de semillas oscuras y malditas, que crecen como enredaderas atrapando todo aquello que emite un poco de pureza. La luz huye de él, de su sonrisa enfermiza y mentirosa, de sus palabras cargadas de mentiras y de promesas que no cumplirá. Iblís no te ayudará. Es la perdición de aquellos que buscan en él la mano que los saque de sus miserias. No saben que sus manos los arrastrarán al más oscuro de los pozos, al infierno mismo, al vórtice de su locura. Y allí, no hay escapatoria.

Carismático. Se gana la confianza de sus víctimas para luego traicionarla, violarla y destruirla de todas las formas imaginables. El mago de la carne, el trapecista de lo prohibido. Juega con todo aquello que no puede controlar, lo moldea y lo transforma hasta hacerlo vulnerable, corrosible, y luego, lo engulle. Eso ocurre con las personas. Destruye sus barreras, su conciencia, su confianza, merma sus instintos, hasta que se convierten en títeres a su merced. En marionetas hechas de piel y huesos. Los desangra, los destroza, hasta que de ellos sólo quede un despojo de sueños no cumplidos. Disfruta con su sufrimiento, le apasiona experimentar con su dolor. Les aterroriza hasta hacerles suplicar, los arrastra hacia una agonía lenta y eterna que los hace enloquecer. Iblís es el demonio del que los libros advierten, del que las madres ocultaban a sus niños a fin de protegerlos. Pero nadie está a salvo de sus malas intenciones, de su falta de piedad. Si él llama a tu puerta, todo se acabó. El Sol jamás volverá a salir. No para ti.

- Acabó en París de pura casualidad, mientras hacía trasbordo para llegar posteriormente a África. Una chica llamó su atención, y al ver que había tantos sujetos interesantes en la ciudad, optó por quedarse. Una vez asesinada toda la familia de esa joven, se adueñó de su casa, lugar donde comete todos sus crímenes.

- Suele asesinar mujeres preferentemente, y es absolutamente violento con ellas. Las tortura, las viola y las maltrata psicológicamente al punto de despojarlas de su identidad, de su dignidad, de todo aquello que las hace ser personas.

- Cuando su víctima es un hombre, los asesina de forma violenta aunque notablemente más deprisa que en el caso de las mujeres. No le causan ningún interés.

- Suele beberse la sangre de sus víctimas cuando es él quien las mata. Su sabor le resulta agradable, es como un premio, o un fetiche. No suele ocurrir demasiado a menudo, no obstante, ya que prefiere llevar a sus víctimas al extremo de ansiar su muerte. Casi todas se suicidan, con pocas excepciones.