AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Entre las estanterías. [Nikolai]
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Entre las estanterías. [Nikolai]
Roxanne entró en la antigua biblioteca, un edificio custodiado por gárgolas de piedra antigua que alejaban los malos espíritus y las almas corrompidas por el diablo.
Las gárgolas habrían perdido su fuerza con los años, ya que Roxanne traspasó los muros lleno de hiedra sin que dichas estatuas sagradas se lo impidieran.
El vestido de raso de color aguamarina caía rozando el suelo, manchando los bajos del vestido con aquel polvo almacenado durante tanto tiempo, que había sido testigo de fugas de amor y romances secretos, ya que la biblioteca había sido en un pasado, un refugio de enamorados y de corazones rotos, en busca de historias en los libros que se correspondiesen con las suyas propias.
Aún entonces, aquel aire romántico impregnaba la estancia, dándole un aire antiguo y melancólico, que te invitaba a sentarte en un sillón y a recapacitar sobre tu vida entera, con un libro en las manos.
Roxanne se deslizó mientras se aflojaba los cordones del apretado corset.
La gente la miraba, admirada a esa belleza pelirroja que parecía flotar, caminar sin tocar el suelo. Aquella joven que carecía de brillo en los ojos y aliento para impregnar el aire de su maravillosa esencia.
Nadie sabía quién era ella, ni qué hacía allí.
¿Una joven de origen noble deambulando por la biblioteca, vistiendo galas con las que se podrían alimentar a 15 pobres muertos de hambre?
Roxanne parecía no notar las miradas que se clavaban sobre ella.
Por primera vez en mucho tiempo, se había dejado la cascada de cabellos de color rojo anaranjado suelta.
Era larga y ondulada, creando bucles imposibles y brillando de una forma que la más hermosa de las joyas hubiese deseado para sí misma.
Roxanne se ubicó en el fondo de la biblioteca, y dejó que sus ojos recorriesen las estanterias en busca de un libro que llenase el vacío que había dejado cierto joven en su vida.
Alzó en brazo y cogió un tomo encuadernado a la antigua, con el lomo desgastado y manchas de tinta por los bordes.
Abrió el libro y ojeó un par de páginas, leyendo por encima.
Hablaba sobre sentimientos y corazones puros.
Apretó la mandíbula con fuerza y volvió a dejar en tomo en su sitio, mirándolo con rabia contenida.
Sus pupilas bailaron de nuevo por los libros, hasta que hayó un tomo parecido al anterior.
Lo volvió a ojear, hasta encontrar lo que buscaba.
Un libro desmenuzando aquellas cosas que llamaban sentimientos, hablando de lo imposible que era el amor.
Un antónimo del libro anterior.
Lo cogió con pesadumbre y se sentó en un sillón, en el más alejado de la sala.
Todo el mundo la miraba, pero a ella no parecía importarle.
Un vacío se extendió desde su mente hasta el exterior, creando una burbuja en la que solo reposaban ella y las palabras del libro.
Había vuelto a levantar un muro, pero esta vez era inquebrantable.
No era el mismo tipo de muro, lleno de odio y rencor.
Este muro era de melancolía y tristeza, de vacío y soledad.
Y se sentía agusto rodeada por ese muro.
Las gárgolas habrían perdido su fuerza con los años, ya que Roxanne traspasó los muros lleno de hiedra sin que dichas estatuas sagradas se lo impidieran.
El vestido de raso de color aguamarina caía rozando el suelo, manchando los bajos del vestido con aquel polvo almacenado durante tanto tiempo, que había sido testigo de fugas de amor y romances secretos, ya que la biblioteca había sido en un pasado, un refugio de enamorados y de corazones rotos, en busca de historias en los libros que se correspondiesen con las suyas propias.
Aún entonces, aquel aire romántico impregnaba la estancia, dándole un aire antiguo y melancólico, que te invitaba a sentarte en un sillón y a recapacitar sobre tu vida entera, con un libro en las manos.
Roxanne se deslizó mientras se aflojaba los cordones del apretado corset.
La gente la miraba, admirada a esa belleza pelirroja que parecía flotar, caminar sin tocar el suelo. Aquella joven que carecía de brillo en los ojos y aliento para impregnar el aire de su maravillosa esencia.
Nadie sabía quién era ella, ni qué hacía allí.
¿Una joven de origen noble deambulando por la biblioteca, vistiendo galas con las que se podrían alimentar a 15 pobres muertos de hambre?
Roxanne parecía no notar las miradas que se clavaban sobre ella.
Por primera vez en mucho tiempo, se había dejado la cascada de cabellos de color rojo anaranjado suelta.
Era larga y ondulada, creando bucles imposibles y brillando de una forma que la más hermosa de las joyas hubiese deseado para sí misma.
Roxanne se ubicó en el fondo de la biblioteca, y dejó que sus ojos recorriesen las estanterias en busca de un libro que llenase el vacío que había dejado cierto joven en su vida.
Alzó en brazo y cogió un tomo encuadernado a la antigua, con el lomo desgastado y manchas de tinta por los bordes.
Abrió el libro y ojeó un par de páginas, leyendo por encima.
Hablaba sobre sentimientos y corazones puros.
Apretó la mandíbula con fuerza y volvió a dejar en tomo en su sitio, mirándolo con rabia contenida.
Sus pupilas bailaron de nuevo por los libros, hasta que hayó un tomo parecido al anterior.
Lo volvió a ojear, hasta encontrar lo que buscaba.
Un libro desmenuzando aquellas cosas que llamaban sentimientos, hablando de lo imposible que era el amor.
Un antónimo del libro anterior.
Lo cogió con pesadumbre y se sentó en un sillón, en el más alejado de la sala.
Todo el mundo la miraba, pero a ella no parecía importarle.
Un vacío se extendió desde su mente hasta el exterior, creando una burbuja en la que solo reposaban ella y las palabras del libro.
Había vuelto a levantar un muro, pero esta vez era inquebrantable.
No era el mismo tipo de muro, lleno de odio y rencor.
Este muro era de melancolía y tristeza, de vacío y soledad.
Y se sentía agusto rodeada por ese muro.
Invitado- Invitado
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Lecturas... libros, hojas... toda su vida había transcurrido casi sin darse cuenta, con su nariz entre tomos de Shakespeare, entre poemas románticos, entre historias de piratas y princesas en apuros.
Toda su vida la relataban las hojas que descansaban entre las portadas de aquellos libros que esperaban a ser leídos en las estanterías de aquella biblioteca.
No iba vestido como un rico, símplemente llevaba un traje negro y el pelo revuelto. Sus andares lentos y pesados destacaban de entre la multitud ajetreada e histérica. Nikolai no tenía prisa, no tenía alma, no tenía nada que perder, ni siquiera un amor ni una familia.
Su capa negra le otorgaba un poco de intimidad de las miradas de la gente. Odiaba ser el centro de atención... odiaba que la gente le contemplase como si fuese especial... como si mereciese atención... cuando realmente sólo servía para establecer el dolor en el alma de las personas. Nada más.
Un escalofrío recorrió su cuerpo por completo. ¿Qué era aquél aroma?... un vampiro. Los vampiros le tenían tirria... debía salir de ahí a toda prisa... o morir.
Miró a su alrededor... y en seguida supo de dónde procedía aquél olor.
Una chica, una vampira, un ángel. La mujer más hermosa que había visto nunca... no pudo creer lo que veía. Ella leía un libro con atención y sus rizos vermejos se deslizaban entre el aleteo de las páginas.
Nikolai se vió a si mismo caminando hacia ella, ensimismado, hechizado...
Se paró justo enfrente suyo sin respirar siquiera, para contemplar más de cerca su belleza. No le importaba morir por contemplarla.
Toda su vida la relataban las hojas que descansaban entre las portadas de aquellos libros que esperaban a ser leídos en las estanterías de aquella biblioteca.
No iba vestido como un rico, símplemente llevaba un traje negro y el pelo revuelto. Sus andares lentos y pesados destacaban de entre la multitud ajetreada e histérica. Nikolai no tenía prisa, no tenía alma, no tenía nada que perder, ni siquiera un amor ni una familia.
Su capa negra le otorgaba un poco de intimidad de las miradas de la gente. Odiaba ser el centro de atención... odiaba que la gente le contemplase como si fuese especial... como si mereciese atención... cuando realmente sólo servía para establecer el dolor en el alma de las personas. Nada más.
Un escalofrío recorrió su cuerpo por completo. ¿Qué era aquél aroma?... un vampiro. Los vampiros le tenían tirria... debía salir de ahí a toda prisa... o morir.
Miró a su alrededor... y en seguida supo de dónde procedía aquél olor.
Una chica, una vampira, un ángel. La mujer más hermosa que había visto nunca... no pudo creer lo que veía. Ella leía un libro con atención y sus rizos vermejos se deslizaban entre el aleteo de las páginas.
Nikolai se vió a si mismo caminando hacia ella, ensimismado, hechizado...
Se paró justo enfrente suyo sin respirar siquiera, para contemplar más de cerca su belleza. No le importaba morir por contemplarla.
Nikolai Du Frost- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/08/2010
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Roxanne dejó que la lectura la guiase en un viaje de desvelos y desamores, de tristezas y emociones.
No era un libro cualquiera, hablaba de historias corrompidas por amores imposibles, vidas destrozadas por anhelos intangibles, almas robadas, besos borrados.
Lo mismo le daba. Ese libro no narraba una historia, dejaba que el lector escogiese el sentido de las palabras, que deambulase por entre las páginas como el protagonista de una aventura imposible.
Ella no buscaba enrtetenimiento, ni pasar un buen rato. No buscaba respuestas a dudas invisibles, ni ansiaba conocimientos sobre cualquier tema en concreto.
Ella solo buscaba refugiarse en versos y párrafos, palabras y comas.
Teatro, poesía, narrativa, historias, explicaciones...
Lo único que ansiaba era alejarse del mundo que la rodeaba e inmiscuirse solo en el suyo propio, sin que nada ni nadie la molestase.
La tranquilidad le otorgaba paz, y la paz le otorgaba el olvido.
El olvido de una vida pasada, que no quería volver a recordar.
Sangrientas carnicerías en medio de la calle, ojos sin rostro, rostros sin cuerpo. Gente anónima que no le había importado nunca y que ahora le reconcomía por dentro y le quemaba el alma.
¿Alma? Eso era algo que perdió hace mucho, demasiado tiempo. Algo que nunca había echado en falta y que ahora era lo único que le faltaba.
Algo irremplazable que había vendido a cambio de juventud y poder eternos, de que para ella los años pasasen como minutos, y los minutos como segundos.
Algo que no podía volver a comprar, que se le había escurrido entre los dedos irremediablemente.
Estaba cavilando mientras miraba la página, con la cabeza gacha, el cabello cubriendo su rostro semidivino, cuando unos pasos se le acercaron silenciosamente.
Un olor desconocido le asaltó en la nariz, aunque no se procupó para nada.
Cambiaformas, aquellos seres medio humanos medio animales que habían empezado a poblar París ultimamente.
No estaba a la altura de sus expectativas, no podía hacer nada contra ella,y lo sabía.
No se molestó en alzar la cabeza, lo único que hizo fué seguir leyendo en su burbuja, sin preocuparse por lo que pasase a su alrededor.
No era un libro cualquiera, hablaba de historias corrompidas por amores imposibles, vidas destrozadas por anhelos intangibles, almas robadas, besos borrados.
Lo mismo le daba. Ese libro no narraba una historia, dejaba que el lector escogiese el sentido de las palabras, que deambulase por entre las páginas como el protagonista de una aventura imposible.
Ella no buscaba enrtetenimiento, ni pasar un buen rato. No buscaba respuestas a dudas invisibles, ni ansiaba conocimientos sobre cualquier tema en concreto.
Ella solo buscaba refugiarse en versos y párrafos, palabras y comas.
Teatro, poesía, narrativa, historias, explicaciones...
Lo único que ansiaba era alejarse del mundo que la rodeaba e inmiscuirse solo en el suyo propio, sin que nada ni nadie la molestase.
La tranquilidad le otorgaba paz, y la paz le otorgaba el olvido.
El olvido de una vida pasada, que no quería volver a recordar.
Sangrientas carnicerías en medio de la calle, ojos sin rostro, rostros sin cuerpo. Gente anónima que no le había importado nunca y que ahora le reconcomía por dentro y le quemaba el alma.
¿Alma? Eso era algo que perdió hace mucho, demasiado tiempo. Algo que nunca había echado en falta y que ahora era lo único que le faltaba.
Algo irremplazable que había vendido a cambio de juventud y poder eternos, de que para ella los años pasasen como minutos, y los minutos como segundos.
Algo que no podía volver a comprar, que se le había escurrido entre los dedos irremediablemente.
Estaba cavilando mientras miraba la página, con la cabeza gacha, el cabello cubriendo su rostro semidivino, cuando unos pasos se le acercaron silenciosamente.
Un olor desconocido le asaltó en la nariz, aunque no se procupó para nada.
Cambiaformas, aquellos seres medio humanos medio animales que habían empezado a poblar París ultimamente.
No estaba a la altura de sus expectativas, no podía hacer nada contra ella,y lo sabía.
No se molestó en alzar la cabeza, lo único que hizo fué seguir leyendo en su burbuja, sin preocuparse por lo que pasase a su alrededor.
Invitado- Invitado
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Nik contemplaba a la muchacha... quizás fuese un año menor que él, pero no lo parecía para nada. Tenía en su mirada la majestuosidad y la sabiduría de una mujer mayor... provablemente aquella vampira hubiese vivido más de un siglo.
Todo en ella mostraba su propia identidad, su propia personalidad, su propia función... todo en ella parecía ser perfecto e infinítamente hermoso.
Pensó en su infancia en aquél colegio de curas... todas las imágines de vírgenes y ángeles... con sus cuerpos perfectos, níveos, de constitución grecolatina, con aquellas sábanas que cubrían sus intimidades y aquellos rizos dorados perfectos... y aquella vampira le recordaba a uno de esos cuadros de temática religiosa.
Ella era como un sueño...
-¡Ah, enseña las antorchas a brillar claro! Parece colgar sobre la mejilla de la noche como una rica joya en la oreja de una etíope: ¡belleza demasiado rica para usarse, demasiado preciosa sobre la tierra! Así parece una nívea paloma entre una bandada de cuervos, como esa dama por encima de sus acompañantes... [...]- musitó Nik. De sus labios había escapado un recorte de Romeo y Julieta, de William Shakespeare.
No había otro lugar ni otro instante donde se hubiese podido sentir más incómodo, pues la vampira había apartado el libro de su rostro para mirarle y él estaba agachado, enfrente suya, contemplando su angelical belleza. Su rostro se tornó rojo como un tomate y comezó a sudar.
Todo en ella mostraba su propia identidad, su propia personalidad, su propia función... todo en ella parecía ser perfecto e infinítamente hermoso.
Pensó en su infancia en aquél colegio de curas... todas las imágines de vírgenes y ángeles... con sus cuerpos perfectos, níveos, de constitución grecolatina, con aquellas sábanas que cubrían sus intimidades y aquellos rizos dorados perfectos... y aquella vampira le recordaba a uno de esos cuadros de temática religiosa.
Ella era como un sueño...
-¡Ah, enseña las antorchas a brillar claro! Parece colgar sobre la mejilla de la noche como una rica joya en la oreja de una etíope: ¡belleza demasiado rica para usarse, demasiado preciosa sobre la tierra! Así parece una nívea paloma entre una bandada de cuervos, como esa dama por encima de sus acompañantes... [...]- musitó Nik. De sus labios había escapado un recorte de Romeo y Julieta, de William Shakespeare.
No había otro lugar ni otro instante donde se hubiese podido sentir más incómodo, pues la vampira había apartado el libro de su rostro para mirarle y él estaba agachado, enfrente suya, contemplando su angelical belleza. Su rostro se tornó rojo como un tomate y comezó a sudar.
Nikolai Du Frost- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/08/2010
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Entre líneas y líneas, entre párrafos y márgenes, las letras se le desdibujaban cada vez más.
Dejó de ver aquellas letras nítidas grabadas a fuego sobre un pergamino antiguo y de tacto un tanto rugoso.
Pasó las yemas de los dedos por las hojas mientras cerraba los ojos. Algo le martilleaba la cabeza.
Algo que no le dejaba concentrarse, que le invadía. No la dejaba oir ni sus propios pensamientos.
Abrió los ojos, anegados de lágrimas. En dolor le bloqueaba la garganta, apenas podía respirar.
Roxanne pestañeó con rapidez. Sus ojos de color azul verdoso se le nublaban, como si una cortina de nubles empañasen su vista.
La cabeza le temblaba, el cuerpo empezaba a irregularizarse.
Su temperatura medianamente fría se tornó gélida.
El corazón le martilleaba en el pecho, y las sienes le ardían.
Roxanne boqueó irremediablemente, mientras el poco aire que necesitaba se le escapaba de los pulmones, y la temperatura de su cuerpo bajaba más y más.
Un vacio se dibujó en su rostro, mientras su mirada se desvanecía completamente.
Cayó en la oscuridad más profunda, mientras gritaba agónicamente ni sin descanso, y sin recibir respuesta alguna.
Cayó y cayó en un abismo que se la tragó, intentando respirar.
No veía nada, trataba de moverse pero se sentía paralizada.
Escuchó a alguien a lo lejos, y deseó gritar que estaba allí. Pero no podía oirle.
Su cuerpo perdió todo movimiento y atisbo de vida, y se cayó del sillón con un ruido seco, a los pies de un joven que allí se encontraba, regalándole los oídos con versos robados de antiguos romances juveniles.
Roxanne entreabrió los ojos y se encontró con dos faros de color aguamarina provenientes del joven, que se encontraba a dos palmos de su cara.
Abrió la boca para responder, pero le faltaba el aire. Tras boquear inútilmente de nuevo, consiguió respirar.
El aire renovó sus pulmones y aclaró su mente. Borró esa cortina de nubes espesa que se cernía en sus pupilas y en su corazón.
Roxanne se quedó en el suelo, mirando al joven.
-¿Tanta falta os hace robar versos a grandes escritores, que no sois capaz de crear uno vos?
Preguntó con la mirada clara, mientras trataba de levantarse.
-No son los mejores versos los más famosos, si no los que más dicen. El vuestro me dice todo lo que ya sé. No es ninguna gracia escuchar galanterías que le llevan diciendo a una más de 100 años, una vez tras otra.
Si lo que quiere es llamar mi atención, la próxima vez procure ser un poco más original.
Sus palabras no eran frías, y sus ojos tampoco. Desprendían melancolía por todas las letras y comas que contenía el pequeño discurso que acababa de dar.
Había escuchado las mismas palabras de diferentes caballeros, y todas le habían sonado vanas y sin sentimiento.
Las perefería así, ya que no la sacaban de la soledad en la que se hayaba ubicada en esos instantes.
Lo único que hacían era reafirmar que,pese a los años que pasasen, a los hombres que desfilasen delante suya, todos dirían lo mismo, regalándole el oído con galanterías insípidas con el mismo destino.
En un pasado no muy lejano no habría dudado en sonreir a aquél joven y aprovecharse de su inocencia, pero al igual que los tiempos y las situaciones cambiaban, su negro corazón lo había hecho también.
Dejó de ver aquellas letras nítidas grabadas a fuego sobre un pergamino antiguo y de tacto un tanto rugoso.
Pasó las yemas de los dedos por las hojas mientras cerraba los ojos. Algo le martilleaba la cabeza.
Algo que no le dejaba concentrarse, que le invadía. No la dejaba oir ni sus propios pensamientos.
Abrió los ojos, anegados de lágrimas. En dolor le bloqueaba la garganta, apenas podía respirar.
Roxanne pestañeó con rapidez. Sus ojos de color azul verdoso se le nublaban, como si una cortina de nubles empañasen su vista.
La cabeza le temblaba, el cuerpo empezaba a irregularizarse.
Su temperatura medianamente fría se tornó gélida.
El corazón le martilleaba en el pecho, y las sienes le ardían.
Roxanne boqueó irremediablemente, mientras el poco aire que necesitaba se le escapaba de los pulmones, y la temperatura de su cuerpo bajaba más y más.
Un vacio se dibujó en su rostro, mientras su mirada se desvanecía completamente.
Cayó en la oscuridad más profunda, mientras gritaba agónicamente ni sin descanso, y sin recibir respuesta alguna.
Cayó y cayó en un abismo que se la tragó, intentando respirar.
No veía nada, trataba de moverse pero se sentía paralizada.
Escuchó a alguien a lo lejos, y deseó gritar que estaba allí. Pero no podía oirle.
Su cuerpo perdió todo movimiento y atisbo de vida, y se cayó del sillón con un ruido seco, a los pies de un joven que allí se encontraba, regalándole los oídos con versos robados de antiguos romances juveniles.
Roxanne entreabrió los ojos y se encontró con dos faros de color aguamarina provenientes del joven, que se encontraba a dos palmos de su cara.
Abrió la boca para responder, pero le faltaba el aire. Tras boquear inútilmente de nuevo, consiguió respirar.
El aire renovó sus pulmones y aclaró su mente. Borró esa cortina de nubes espesa que se cernía en sus pupilas y en su corazón.
Roxanne se quedó en el suelo, mirando al joven.
-¿Tanta falta os hace robar versos a grandes escritores, que no sois capaz de crear uno vos?
Preguntó con la mirada clara, mientras trataba de levantarse.
-No son los mejores versos los más famosos, si no los que más dicen. El vuestro me dice todo lo que ya sé. No es ninguna gracia escuchar galanterías que le llevan diciendo a una más de 100 años, una vez tras otra.
Si lo que quiere es llamar mi atención, la próxima vez procure ser un poco más original.
Sus palabras no eran frías, y sus ojos tampoco. Desprendían melancolía por todas las letras y comas que contenía el pequeño discurso que acababa de dar.
Había escuchado las mismas palabras de diferentes caballeros, y todas le habían sonado vanas y sin sentimiento.
Las perefería así, ya que no la sacaban de la soledad en la que se hayaba ubicada en esos instantes.
Lo único que hacían era reafirmar que,pese a los años que pasasen, a los hombres que desfilasen delante suya, todos dirían lo mismo, regalándole el oído con galanterías insípidas con el mismo destino.
En un pasado no muy lejano no habría dudado en sonreir a aquél joven y aprovecharse de su inocencia, pero al igual que los tiempos y las situaciones cambiaban, su negro corazón lo había hecho también.
Invitado- Invitado
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Nikolai se dió cuenta de que aquella vampira ansiaba beber sangre. Estaba débil y su garganta seguramente estubiese quemándole por dentro. Musitó una serie de palabras mareadas con sus labios entreabiertos... Nik no dudó ni un instante. Se olvidó de su verguenza y se lanzó al ataque.
Cogió a la muchacha en brazos, sopesándola primero. Ella puso un poco de resistencia pero él usó su coherción mental con ella y ésta se desmayó de inmediato.
La sacó fuera de la biblioteca y la sentó en un banco. El cielo estaba oscuro como el tizón y la gente se estaba marchando de la biblioteca. Cuando le dejó en el banco se convirtió en gato y deshizo la coherción. Se puso en el regazo de la chica, mostrando su lomo para que se alimentase de él.
{Hazlo, vamos... no tienes nada que perder... ¿a qué esperas?... bebe mi sangre...}
Infiltró ese pensamiento en la mente de la chica y esperó a que se alimentase de él para calmar su sed.
Cogió a la muchacha en brazos, sopesándola primero. Ella puso un poco de resistencia pero él usó su coherción mental con ella y ésta se desmayó de inmediato.
La sacó fuera de la biblioteca y la sentó en un banco. El cielo estaba oscuro como el tizón y la gente se estaba marchando de la biblioteca. Cuando le dejó en el banco se convirtió en gato y deshizo la coherción. Se puso en el regazo de la chica, mostrando su lomo para que se alimentase de él.
{Hazlo, vamos... no tienes nada que perder... ¿a qué esperas?... bebe mi sangre...}
Infiltró ese pensamiento en la mente de la chica y esperó a que se alimentase de él para calmar su sed.
Nikolai Du Frost- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/08/2010
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Roxanne volvía a estar sentada en el cómodo sillón, ubicado en el fondo más oscuro y menos transitado de la antigua y melancólica biblioteca. El joven la miraba preocupado, pero Roxanne apartó la mriada con una mezcla de miedo y rencor.
No quería mirar a otro hombre a los ojos, que le mintiese aún cuando estaba asomada en las ventanas de su alma.
El chico trató de cojerla, y Roxanne pateó y trató de defenderse débilmente. Pese a que su complexión era delgada y un tanto volátil, nunca se había sentido débil o indefensa.
Hasta ese momento, en el que, casi sin fuerzas y al borde de la incosciencia, trataba de golpear a un cambiaformas desconocido que trataba de cojerla.
¿Por qué hacía eso? ¿Por qué trataba de ayudarla? No comprendía por qué un desconocido se prepcupaba por ella, si ni siquiera la conocía. Aunque una ligera idea si que se le había pasado por la mente.
Una joven solitaria y de aparencia frágil que se desmallaba en medio de una biblioteca. Una joven y hermosa vampiresa débil que deseaba ser rescatada de las garras de aquel demonio desconocido que le había arrancado el alma.
Sin duda alguna, todos los hombres que conocía o que había conocido, se habían llevado esa falsa impresión de ella. Un parajarillo indefenso al que defender.
Roxanne se reveló contra ese tópico, que la empujaba a rodearse de nobles caballeros andantes que lo único que le traían eran problemas y dolores de cabeza.
Trató con todos sus medios soltarse de la presa impasible del joven cambiaformas, pese a que en esos momentos, sus manos parecían de hierro forjado que ni el más fiero de los lobos podría romper con su temible mandíbula.
Poco a poco, las pocas fuerzas que le quedaban fueron agotándosele, volviéndose cada vez más y más débil, y más somnolienta.
Comprendió que ese efecto no era por gastar energía, si no porque le estaban aplicando algún tipo de hechizo debilitador, o de control mental.
Roxanne también poseía el don del control mental, pese a que apenas lo utilizaba, ya que no se encontraba con muchas situaciones en las que necesitase usarlo especialmente.
Y esa vez era una de ellas, una de esas ocasiones en las que usar el don prohibido, ese que Serena le había pedido que no usase nunca.
Aún así, cuando intentó usarlo, sus fuerzas le fallaron. Cerró los ojos al mismo tiempo que se dejaba caer en los brazos del desconocido, sumergiéndose de nuevo en aquella oscuridad impenetrable que la asfixiaba y la oprimía.
Buceó por el pozo profundo de su alma perdida, por el agujero de su negro corazón. Su mente en tinieblas no respondía ante las ráfagas de aire que acariciaban su cuerpo en el mundo exterior.
Después de unos minutos en la incosciencia más absoluta, Roxanne abrió los ojos lentamente, mientras la luz tenuemente solar de la que había estado acompañada en su paseo a la biblioteca, y de la que se había estado protegiendo con un parasol, desaparecía detrás de una colinas, para dar paso a una noche estrellada, con una luz lunar intensa.
Roxanne se quedó contemplando el cielo unos instantes, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor.
Deseaba alcanzar las estrellas, tocar la luna con la punta de los dedos. Volar entre las plateadas nubes nocturnas y reunirse con su alma perdida.
Alzó el brazo de piel nívea y de aspecto marmóreo, y extendió la mano al cielo, bañando su cuerpo de luz plateada.
El vestido de raso brillaba con intensidad, mientras sus cabellos rojizos dejaban escapar pequeños destellos blancos frente a la majestuosidad de la luna.
Miró hacia su izquierda, y vió que el joven que antes la acompañaba, se había convertido en un gato de pelaje negro, de aspecto siniestro. Aún así, hizo caso omiso del joven. No necesitaba compañía ni ayuda alguna, quería dejar ese mundo de vil chantaje y de sentimientos vacíos.
Apartó al gato sin mirarlo, con cierto gesto de fastidio en el rostro.
No deseaba alimentarse, solo con mentar ese acto corrosivo y endemoniado, su cuerpo se volvía inestable y se mareaba.
-No lo intentes...
La frase era semejante a una mezcla entre suspiro y susurro, y sus palabras de entonación melodiosa se las llevó el viento gélido de aquella noche otoñal.
Se alzó con ligereza, como todo lo que hacía ella, y volvió a entrar en aquel recinto sagrado que era la biblioteca, para volver a refugiarse en historias pasadas y cuentos olvidados, dejando al joven en el banco, transformado en felino.
No quería mirar a otro hombre a los ojos, que le mintiese aún cuando estaba asomada en las ventanas de su alma.
El chico trató de cojerla, y Roxanne pateó y trató de defenderse débilmente. Pese a que su complexión era delgada y un tanto volátil, nunca se había sentido débil o indefensa.
Hasta ese momento, en el que, casi sin fuerzas y al borde de la incosciencia, trataba de golpear a un cambiaformas desconocido que trataba de cojerla.
¿Por qué hacía eso? ¿Por qué trataba de ayudarla? No comprendía por qué un desconocido se prepcupaba por ella, si ni siquiera la conocía. Aunque una ligera idea si que se le había pasado por la mente.
Una joven solitaria y de aparencia frágil que se desmallaba en medio de una biblioteca. Una joven y hermosa vampiresa débil que deseaba ser rescatada de las garras de aquel demonio desconocido que le había arrancado el alma.
Sin duda alguna, todos los hombres que conocía o que había conocido, se habían llevado esa falsa impresión de ella. Un parajarillo indefenso al que defender.
Roxanne se reveló contra ese tópico, que la empujaba a rodearse de nobles caballeros andantes que lo único que le traían eran problemas y dolores de cabeza.
Trató con todos sus medios soltarse de la presa impasible del joven cambiaformas, pese a que en esos momentos, sus manos parecían de hierro forjado que ni el más fiero de los lobos podría romper con su temible mandíbula.
Poco a poco, las pocas fuerzas que le quedaban fueron agotándosele, volviéndose cada vez más y más débil, y más somnolienta.
Comprendió que ese efecto no era por gastar energía, si no porque le estaban aplicando algún tipo de hechizo debilitador, o de control mental.
Roxanne también poseía el don del control mental, pese a que apenas lo utilizaba, ya que no se encontraba con muchas situaciones en las que necesitase usarlo especialmente.
Y esa vez era una de ellas, una de esas ocasiones en las que usar el don prohibido, ese que Serena le había pedido que no usase nunca.
Aún así, cuando intentó usarlo, sus fuerzas le fallaron. Cerró los ojos al mismo tiempo que se dejaba caer en los brazos del desconocido, sumergiéndose de nuevo en aquella oscuridad impenetrable que la asfixiaba y la oprimía.
Buceó por el pozo profundo de su alma perdida, por el agujero de su negro corazón. Su mente en tinieblas no respondía ante las ráfagas de aire que acariciaban su cuerpo en el mundo exterior.
Después de unos minutos en la incosciencia más absoluta, Roxanne abrió los ojos lentamente, mientras la luz tenuemente solar de la que había estado acompañada en su paseo a la biblioteca, y de la que se había estado protegiendo con un parasol, desaparecía detrás de una colinas, para dar paso a una noche estrellada, con una luz lunar intensa.
Roxanne se quedó contemplando el cielo unos instantes, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor.
Deseaba alcanzar las estrellas, tocar la luna con la punta de los dedos. Volar entre las plateadas nubes nocturnas y reunirse con su alma perdida.
Alzó el brazo de piel nívea y de aspecto marmóreo, y extendió la mano al cielo, bañando su cuerpo de luz plateada.
El vestido de raso brillaba con intensidad, mientras sus cabellos rojizos dejaban escapar pequeños destellos blancos frente a la majestuosidad de la luna.
Miró hacia su izquierda, y vió que el joven que antes la acompañaba, se había convertido en un gato de pelaje negro, de aspecto siniestro. Aún así, hizo caso omiso del joven. No necesitaba compañía ni ayuda alguna, quería dejar ese mundo de vil chantaje y de sentimientos vacíos.
Apartó al gato sin mirarlo, con cierto gesto de fastidio en el rostro.
No deseaba alimentarse, solo con mentar ese acto corrosivo y endemoniado, su cuerpo se volvía inestable y se mareaba.
-No lo intentes...
La frase era semejante a una mezcla entre suspiro y susurro, y sus palabras de entonación melodiosa se las llevó el viento gélido de aquella noche otoñal.
Se alzó con ligereza, como todo lo que hacía ella, y volvió a entrar en aquel recinto sagrado que era la biblioteca, para volver a refugiarse en historias pasadas y cuentos olvidados, dejando al joven en el banco, transformado en felino.
Invitado- Invitado
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Nikolai fué rechazado por aquél hermoso querubín. Su alma se rompió en mil pedazos sin ningún sentido aparente.
Soledad... su alimento, su aire... lo que había tragado durante... ¿meses? ¿años? ¿décadas...? ... realmente siglos.
Realmente había vivido todo tipo de amoríos en su pasado... pero no eran reales... no eran puros y símplemente se basaban en la pasión y la lujuria.
A veces la lujuria se confunde con amor.
Suspiró. No se transformó en humano... ¿para qué?... toda la libertad que pudiese otener estaba en aquél cuerpo. Los humanos son libres de amar... los animales no. ¿Pero para qué ser un humano si no tienes la oportunidad de amar?
Se enroscó y meditó durante unos instantes... no entendía porqué aquella vampira había rechazado su ayuda. Se sentía mal. Quizás fuese su culpa.
Soledad... su alimento, su aire... lo que había tragado durante... ¿meses? ¿años? ¿décadas...? ... realmente siglos.
Realmente había vivido todo tipo de amoríos en su pasado... pero no eran reales... no eran puros y símplemente se basaban en la pasión y la lujuria.
A veces la lujuria se confunde con amor.
Suspiró. No se transformó en humano... ¿para qué?... toda la libertad que pudiese otener estaba en aquél cuerpo. Los humanos son libres de amar... los animales no. ¿Pero para qué ser un humano si no tienes la oportunidad de amar?
Se enroscó y meditó durante unos instantes... no entendía porqué aquella vampira había rechazado su ayuda. Se sentía mal. Quizás fuese su culpa.
Nikolai Du Frost- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/08/2010
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Abrió las gruesas y anticuadas puertas del recinto, ablandads por la humedad y el frío que habían arreciado durante siglos aquél edificio de aspecto imponente.
Las manibelas bajaron con suavidad y silenciosamente cuando las tocó, y empujó la puerta derecha con el hombro débilmente, mientras entraba arrastrado los pies semidescalzos, cubiertos solo por unas sandalias que no se veían por el largo del vestido. Pese a estar en otoño, Roxanne había sustituido los tacones serios y ornamentados, con altos y gruesos tacones al estilo noble, por unas sandalias de seda que se ataban alrededor de los tobillos, de color azul verdoso.
El roce de el raso con la suave piel de sus piernas y la melodía que creaban sus melodiosas pisadas volvió a invadir el recinto, ya vacío.
Una anciana la miró desde un pequeño mostrador, y se santiguó al ver su pálida piel y sus cabellos de color fuego ondeando como si de un fantasma se tratara.
Anduvo cabizbaja entre las estanterías, esquivando tomos desparramados por el suelo y mesas semipodridas, dónde antiguamente nobles enamorados escribían versos de amor imposibles, dedicados a damiselas en apuros que deseaban encontrar el amor verdadero.
Volvió a recorrer los mismos pasadizos olvidados y atestados de libros antiguos y con más polvo que letras. Sus pupilas bailaron al son de la música que creaban sus pisadas y el roce de su vestido en el suelo de piedra pulida, moviéndose entre estanterías y paredes, examinando libros y cuadros que adornaban los desnudos y húmedos muros.
Acarició los lomos de los libros, manchándose las yemas de los dedos del gris plateado del polvo acumulado en la inmensidad del tiempo.
Cuando llegó al sillón de color negro, aquél en el que habían reposado jóvenes tristes y melancólicas, en busca de consuelo en un libro de tapa dura, encontró el libro que estaba leyendo, abierto boca abajo.
Lo cogió y lo releyó. La primera frase que leyó fué: "Uno puede devolver un préstamo de oro, pero está en deuda de por vida con aquellos que son amables."
Roxanne releyó la frase una y orta vez, sin mudar el gesto de su cara. El vacío que había en su interior era tan inmenso que le pareció que se extendía a su alrededor.
Volvió a sentir mareo, y se sentó en el cómodo sillón, reflexionando con los ojos cerrados.
Después de un par de minutos, se levantó delicadamente, ya que su cuerpo no le permitía hacer gestos bruscos, a no ser que quisiese otro desmayo infortunado.
Anduvo rápidamente por los recovecos de la vieja biblioteca, mientras buscaba el camino de vuelta a las puertas de salida.
Dió media vuelta una y otra vez, cambiando de idea, de pensamiento.
Sus huellas se iban formando en la superficie cubierta de polvo del suelo, dejando un rastro perpetuo en un suelo poco limpio.
Consiguió encontrar la puerta de salida y la empujó con ansia, boqueando.
Entrecerró los ojos ante la fuerte luz plateada que inundaba el ambiente, cegándola dutante unos instantes, unos segundos que podían ser preciosos.
Esperaba ver la figura oscura de un humano, una silueta grande que le demostrase que seguía allí.
Sin embargo, lo único que vió encima del banco era un gato negro. Era él, no había ninguna duda.
Se le quedó mirando unos instantes, con su melena rojiza ondeando entre la brisa suave que flotaba por el lugar.
-Me habeis ayudado y ni siquiera me habeis dicho vuestro nombre, cambiaformas.
Dijo en tono neutro mientras mantenía la puerta de la biblioteca abierta.
Podía no tener alma, podía tener un agujero profundo en vez de un corazón, pero antes de corromperse total y completamente, devería aprender a dar las gracias, aunque no las necesitase.
Las manibelas bajaron con suavidad y silenciosamente cuando las tocó, y empujó la puerta derecha con el hombro débilmente, mientras entraba arrastrado los pies semidescalzos, cubiertos solo por unas sandalias que no se veían por el largo del vestido. Pese a estar en otoño, Roxanne había sustituido los tacones serios y ornamentados, con altos y gruesos tacones al estilo noble, por unas sandalias de seda que se ataban alrededor de los tobillos, de color azul verdoso.
El roce de el raso con la suave piel de sus piernas y la melodía que creaban sus melodiosas pisadas volvió a invadir el recinto, ya vacío.
Una anciana la miró desde un pequeño mostrador, y se santiguó al ver su pálida piel y sus cabellos de color fuego ondeando como si de un fantasma se tratara.
Anduvo cabizbaja entre las estanterías, esquivando tomos desparramados por el suelo y mesas semipodridas, dónde antiguamente nobles enamorados escribían versos de amor imposibles, dedicados a damiselas en apuros que deseaban encontrar el amor verdadero.
Volvió a recorrer los mismos pasadizos olvidados y atestados de libros antiguos y con más polvo que letras. Sus pupilas bailaron al son de la música que creaban sus pisadas y el roce de su vestido en el suelo de piedra pulida, moviéndose entre estanterías y paredes, examinando libros y cuadros que adornaban los desnudos y húmedos muros.
Acarició los lomos de los libros, manchándose las yemas de los dedos del gris plateado del polvo acumulado en la inmensidad del tiempo.
Cuando llegó al sillón de color negro, aquél en el que habían reposado jóvenes tristes y melancólicas, en busca de consuelo en un libro de tapa dura, encontró el libro que estaba leyendo, abierto boca abajo.
Lo cogió y lo releyó. La primera frase que leyó fué: "Uno puede devolver un préstamo de oro, pero está en deuda de por vida con aquellos que son amables."
Roxanne releyó la frase una y orta vez, sin mudar el gesto de su cara. El vacío que había en su interior era tan inmenso que le pareció que se extendía a su alrededor.
Volvió a sentir mareo, y se sentó en el cómodo sillón, reflexionando con los ojos cerrados.
Después de un par de minutos, se levantó delicadamente, ya que su cuerpo no le permitía hacer gestos bruscos, a no ser que quisiese otro desmayo infortunado.
Anduvo rápidamente por los recovecos de la vieja biblioteca, mientras buscaba el camino de vuelta a las puertas de salida.
Dió media vuelta una y otra vez, cambiando de idea, de pensamiento.
Sus huellas se iban formando en la superficie cubierta de polvo del suelo, dejando un rastro perpetuo en un suelo poco limpio.
Consiguió encontrar la puerta de salida y la empujó con ansia, boqueando.
Entrecerró los ojos ante la fuerte luz plateada que inundaba el ambiente, cegándola dutante unos instantes, unos segundos que podían ser preciosos.
Esperaba ver la figura oscura de un humano, una silueta grande que le demostrase que seguía allí.
Sin embargo, lo único que vió encima del banco era un gato negro. Era él, no había ninguna duda.
Se le quedó mirando unos instantes, con su melena rojiza ondeando entre la brisa suave que flotaba por el lugar.
-Me habeis ayudado y ni siquiera me habeis dicho vuestro nombre, cambiaformas.
Dijo en tono neutro mientras mantenía la puerta de la biblioteca abierta.
Podía no tener alma, podía tener un agujero profundo en vez de un corazón, pero antes de corromperse total y completamente, devería aprender a dar las gracias, aunque no las necesitase.
Invitado- Invitado
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Nikolai observó a la vampira y sonrió en su fuero interno. La noche olía a libertad y locuras. La noche era su noche. Saltó del banco convirtiéndose en humano. Su pelaje negro volvió a convertirse en su ropaje oscuro y su capa de conde.
-Me llamo Nikolai Du Frost, mademoiselle- murmuró Nik. -Muérdame. Se encuentra demasiado débil. Yo la protegeré.- dijo.
Acto seguido acercó su rostro hacia ella y la besó dulcemente en los labios... no pretendía nada más que eso. No quería más que besar sus dulces labios y acariciarlos con su lengua. No quería separarse jamás de ella, y tampoco quería forzarla a nada. Se separó lentamente de ella.
No había atracción física, ni siquiera tensión sexual en aquél instante... sólo amor.
Amor. Nikolai... se estaba enamorando sin saber porqué.
-Me llamo Nikolai Du Frost, mademoiselle- murmuró Nik. -Muérdame. Se encuentra demasiado débil. Yo la protegeré.- dijo.
Acto seguido acercó su rostro hacia ella y la besó dulcemente en los labios... no pretendía nada más que eso. No quería más que besar sus dulces labios y acariciarlos con su lengua. No quería separarse jamás de ella, y tampoco quería forzarla a nada. Se separó lentamente de ella.
No había atracción física, ni siquiera tensión sexual en aquél instante... sólo amor.
Amor. Nikolai... se estaba enamorando sin saber porqué.
Nikolai Du Frost- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/08/2010
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
Roxanne alzó las dejas levemente, a la vez que el joven cambiaformas se le presentaba con una voz que parecía agua de río, fluía sin hacer demasiado ruido, pero clara y refrescante.
Nikolai era su nombre, no excesivamente extranjero, pero no era muy Francés, eso sin duda.
Los ojos de Roxanne de pasearon por sus vestiduras. Todo parecía indicar que no era noble, pero tampoco pobre. Simplemente un joven que allí se encontraba, sin pena ni gloria.
Nadie sospecharía que ese joven tan tremendamente normal pudira convertirse en un felino tan pequeño, tan ágil. Los humanos siempre tenían un sexto sentido, siempre parecían sospechar de los vampiros o de los licántropos, bien por su aspecto, bien por sus actos.
Pero nunca de los cambiaformas. Eran tan rematadamente normales, tan... indiferentes.
Por un segundo, Roxanne sintió celos del cambiaformas, y deseó tener ese pequeño y simple poder, convertirse en animal.
Nada de vida eterna, juventud interminable, poderes inagotables.
Nada de esconderse de la luz del sol, poder ver un amanecer en la playa sin temer que los rayos solares la carbonizaran.
Roxanne se mantuvo callada unos minutos.
-Yo soy Roxanne.
Susurró en un tono de voz prácticamente inaudible. El sonido de su voz se asemejaba al que producía la brisa otoñal pasando entre las ramas de los árboles calicifolio.
Su cuerpo debilitado apenas tenía fuerzas para producir sonidos algo más altos, por lo que Roxanne no se esforzó en hacerse oír.
El joven la invitó a alimentarse de él, y Roxanne dió un paso hacia atrás, aún más pálida de lo que estaba debido a su condición vampírica y a su situación de huelga alimenticia.
Negó rápidamente, mientras tanteaba la puerta de la biblioteca para poder abrirla y escaparse al deseo que la empujaba a abrirle la garganta al joven y extraerle toda su vida.
El joven se acercaba a ella lentamente, y Roxanne le miraba de hito en hito, conteniendo el poco aliento que le quedaba en su marchito cuerpo.
No quería que se acercase más, no quería degollarlo y matarlo a los pies de un edificio tan frecuentado a cualquier hora del día.
Era un tortura para ella, y una humillación para él.
Se acercó demasiado, y echó el aliento caliente en el rostro gélido de Roxanne, que estaba pálido como la seda de los vestidos de boda.
Rozó sus labios con los suyos, y Roxanne gimió mientras una lágrima le surcaba el rostro.
Ese beso con un extraño desconocido le recordó a aquél licántropo al que había entregado su corazón, y no había vuelto para devolvérselo.
Roxanne lloraba con intensidad, pero silenciosamente, sin mudar de rostro, manteniéndose serena. Se dobló en dos en la puerta de la biblioteca, y se arrodilló mientras bajaba la cabeza y los largos y ondulados cabellos anaranjados le cubrían el rostro, anegado en lágrimas saladas que liberaban lo poco que quedaba del alma de Roxanne.
Nikolai era su nombre, no excesivamente extranjero, pero no era muy Francés, eso sin duda.
Los ojos de Roxanne de pasearon por sus vestiduras. Todo parecía indicar que no era noble, pero tampoco pobre. Simplemente un joven que allí se encontraba, sin pena ni gloria.
Nadie sospecharía que ese joven tan tremendamente normal pudira convertirse en un felino tan pequeño, tan ágil. Los humanos siempre tenían un sexto sentido, siempre parecían sospechar de los vampiros o de los licántropos, bien por su aspecto, bien por sus actos.
Pero nunca de los cambiaformas. Eran tan rematadamente normales, tan... indiferentes.
Por un segundo, Roxanne sintió celos del cambiaformas, y deseó tener ese pequeño y simple poder, convertirse en animal.
Nada de vida eterna, juventud interminable, poderes inagotables.
Nada de esconderse de la luz del sol, poder ver un amanecer en la playa sin temer que los rayos solares la carbonizaran.
Roxanne se mantuvo callada unos minutos.
-Yo soy Roxanne.
Susurró en un tono de voz prácticamente inaudible. El sonido de su voz se asemejaba al que producía la brisa otoñal pasando entre las ramas de los árboles calicifolio.
Su cuerpo debilitado apenas tenía fuerzas para producir sonidos algo más altos, por lo que Roxanne no se esforzó en hacerse oír.
El joven la invitó a alimentarse de él, y Roxanne dió un paso hacia atrás, aún más pálida de lo que estaba debido a su condición vampírica y a su situación de huelga alimenticia.
Negó rápidamente, mientras tanteaba la puerta de la biblioteca para poder abrirla y escaparse al deseo que la empujaba a abrirle la garganta al joven y extraerle toda su vida.
El joven se acercaba a ella lentamente, y Roxanne le miraba de hito en hito, conteniendo el poco aliento que le quedaba en su marchito cuerpo.
No quería que se acercase más, no quería degollarlo y matarlo a los pies de un edificio tan frecuentado a cualquier hora del día.
Era un tortura para ella, y una humillación para él.
Se acercó demasiado, y echó el aliento caliente en el rostro gélido de Roxanne, que estaba pálido como la seda de los vestidos de boda.
Rozó sus labios con los suyos, y Roxanne gimió mientras una lágrima le surcaba el rostro.
Ese beso con un extraño desconocido le recordó a aquél licántropo al que había entregado su corazón, y no había vuelto para devolvérselo.
Roxanne lloraba con intensidad, pero silenciosamente, sin mudar de rostro, manteniéndose serena. Se dobló en dos en la puerta de la biblioteca, y se arrodilló mientras bajaba la cabeza y los largos y ondulados cabellos anaranjados le cubrían el rostro, anegado en lágrimas saladas que liberaban lo poco que quedaba del alma de Roxanne.
Invitado- Invitado
Re: Entre las estanterías. [Nikolai]
-Perdón...- musitó el cambiaformas con una voz apenas inaudible. La chica había comenzado a llorar en el mismo instante en que los labios del cambiaformas se habían juntado con los suyos.
Le había echo daño sin apenas conocerla y aquello era algo que no se podía perdonar. El arrepentimiento lo cegó por completo y su corazón parecía estrellarse conta las parades de su caja torácica.
La chica estaba llorando agachada en la puerta de la biblioteca y lo peor de todo era que él no podía hacer nada para que se animase. Sacó de su bolsillo un gorro de lana negro con el que solía cubrir su cabeza cuando llovía o no le apetecía arreglarse el pelo y lo dejó en el suelo, impregnado de su olor corporal.
Lo dejó allí para que la chica se acordase de él... porque no volvería a verña nunca jamás, pues no podía hacer otra cosa que dañarle.
-Hasta siempre.- Musitó Nikolai, y acto seguido se convirtió de nuevo en gato y abandonó aquella escena dolorosa.
Hay personas que sólo aparecen en un fragmento minúsculo de tu vida... pero que te hacen cambiar por completo y nunca jamás los olvidas.
Ella sería una de aquellas personas.
[Rol cerrado]
Le había echo daño sin apenas conocerla y aquello era algo que no se podía perdonar. El arrepentimiento lo cegó por completo y su corazón parecía estrellarse conta las parades de su caja torácica.
La chica estaba llorando agachada en la puerta de la biblioteca y lo peor de todo era que él no podía hacer nada para que se animase. Sacó de su bolsillo un gorro de lana negro con el que solía cubrir su cabeza cuando llovía o no le apetecía arreglarse el pelo y lo dejó en el suelo, impregnado de su olor corporal.
Lo dejó allí para que la chica se acordase de él... porque no volvería a verña nunca jamás, pues no podía hacer otra cosa que dañarle.
-Hasta siempre.- Musitó Nikolai, y acto seguido se convirtió de nuevo en gato y abandonó aquella escena dolorosa.
Hay personas que sólo aparecen en un fragmento minúsculo de tu vida... pero que te hacen cambiar por completo y nunca jamás los olvidas.
Ella sería una de aquellas personas.
[Rol cerrado]
Nikolai Du Frost- Mensajes : 47
Fecha de inscripción : 28/08/2010
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