Vladimir Basarab

Vladimir nunca ha podido leer la expresión de la gente. Mientras todos conocen instintivamente las señales de la furia, del miedo, de la felicidad o de la tristeza, él jamás ha podido entenderlas.  Siempre tiene que observarles y estudiar lo que hacen. Padece lo que hoy en día conocemos como el Síndrome de Asperger. Tiene problemas para comunicarse y expresarse. Se pierde en sus pensamientos con suma facilidad. Un momento puede estar hablando contigo y al siguiente, quedarse en un abrumador silencio. Pero su memoria, siempre tan perfecta, continuará trabajando y archivando. Ninguna de las palabras  a su alrededor se le escapa. Más adelante, podrá citar una frase que hayas dicho con esa petulante manera que suele acompañarle. A veces, dice algo que nada tiene que ver con lo que estén conversando. Si no fuera por su título, las personas evitarían dirigirle la palabra. Nadie quiere quedarse a solas con el loco Basarab. Su presencia incomoda. Puede sentarse como una estatua, mirando a un punto atrás tuyo, hasta que no lo soportes. No asiste a eventos sociales porque no puede seguir tantas conversaciones a la vez, además, le hace sentir fuera de lugar. Cuando se ve obligado a hacerlo, se vuelve peligroso. Vladimir por lo general, se siente como un animal enjaulado.


Vladimir Alexandru Decebal Haralamb Basarab, heredero al ducado de Rumanía, nació una noche fría de diciembre. El niño, con más nombres de los que necesitaría en su vida, era el tercer hijo del matrimonio de los duques. La celebración que se dio en su honor, sin embargo, haría creer a cualquiera que se trataba del primer miembro en unirse a la familia. Su llegada significaba paz para la Duquesa, quien había cumplido con su tarea y dado a luz al tan esperado varón. Confiaba en que Octavian no volvería a quejarse de su inutilidad en la cama. Y así fue, la relación con su marido mejoró consideradamente desde el nacimiento del futuro heredero. Los gritos y golpes habían cesado, no porque el Señor hubiese podido controlar su carácter, sino porque éste invertía su tiempo libre asegurándose de la educación de su hijo. Pero cuando el pequeño cumplió los cinco años, el Duque no pudo negar – por más tiempo – que había algo mal. Vladimir podía quedarse mirando un objeto con un obsesivo interés sin reparar en nada más. En muchas ocasiones, había sido él quien había tenido que arrancarlos de su vista para captar de nuevo su atención; misma que jamás obtenía por completo. El niño nunca miraba a los ojos a su padre y a ninguna otra persona que le hablase. Sus ojos se enfocaban en un punto tras de ellos. Eventualmente, Octavian perdió la paciencia. Cogía al niño de la barbilla para que le mirara y cuando lo lograba, el encuentro duraba unos escasos segundos. Vladimir, por su parte, no comprendía qué estaba mal. Era incapaz de leer los sentimientos de los demás.

El Duque atribuyó ese comportamiento a que el niño era un maleducado. Mientras no le importaba cómo trataba a los demás, pues algún día llevaría su título, cuando se veía incluido en sus ‘rabietas’, le exacerbaba hasta un punto donde obligaba a sus criados a encerrarlo. Una noche, Vladimir escapó. Se encontraba en la biblioteca, escogiendo una nueva lectura, cuando escuchó que alguien abría la puerta. Inmediatamente, se metió bajo el  escritorio, no queriendo que le llevaran de nuevo a sus aposentos. Había estado encerrado ciento treinta y dos horas. Volvería en cuanto tuviera en sus manos un libro de su agrado. Nadie se enteraría, pero para eso debía asegurarse de que nadie lo viera. Si le cuestionaban, no podría mentir. Vlad era demasiado inocente como para comprender por qué a veces la gente lo hacía. Desde su posición, vio la espalda de su padre. El hombre articuló unas palabras con odio apenas contenido hacia su acompañante, que resultó ser su madre. Cristina intentó abofetearlo y entonces Octavian no pudo refrenarse. Cerró sus enormes manos sobre el cuello frágil de la mujer y apretó hasta que los pulmones de la Duquesa exigieron aire. Cayó sobre el piso y muy tarde, Vladimir fue consciente de que había dejado escapar un jadeo. La mirada de su padre lo congeló en el acto. Este lo sacó con brusquedad de debajo. “Si no quieres acompañarla, será mejor que no digas nada”. Amenazó con frialdad, con una mirada que le perseguiría el resto de su vida. Al día siguiente, un criado lo despertó, anunciándole que emprendería un viaje del que no volvería. Sus maletas, estaban hechas.

“Por favor, por favor, por favor, seré bueno…” Las palabras de Vladimir quedaron grabadas en las paredes de una pequeña habitación que le había sido dada en el sanatorio mental donde le abandonaron. Un sanatorio que no albergaba solamente a enfermos mentales. La clase pudiente, podía siempre contar con sus diagnósticos a cambio de una considerable suma. Con el paso de los meses, el niño comprendió que nunca saldría de ahí. No fue sino hasta que Octavian murió que una de sus hermanas se presentó en el lugar. Vlad estaba seguro de que ella no lo habría reconocido de no parecerse al Duque. Ella le había mirado con lágrimas en los ojos, pero él no comprendía a qué se debían. Le dijo que lo sacaría de ahí entre sollozos. “Ahora tu eres El Duque”, había anunciado. “Él no volverá a tocarte”. Llegaron a la mansión unos días después. Los gritos se hacían oír en su habitación durante las noches, cuando las pesadillas iban a visitarlo. Los criados le apodaron El Loco Basarab. Nadie quería acercársele, incluso sus hermanas. Vladimir no hablaba. Una tarde en el comedor, sorprendió a todos. “¿Puede alguien traerme una rebanada de pan?” Todos los rostros le miraron con incredulidad, pero como pasaba con los sentimientos, él no podía entenderlo. El Duque era un misterio. Sólo faltaba que alguien comprendiera que nunca sería resuelto.


■ Posee una memoria fotográfica. Todo lo que escucha y ve queda grabado a detalle en su mente.
■ Puede reproducir una melodía en el piano con sólo haberla escuchado una vez, sin embargo, no sabe leer partituras.
■ Su repentina llegada a Francia se debe a que intenta encubrir sus pasos. Asesinó a dos cortesanas, apuñalándolas en el abdomen y el corazón. No recuerda haberlo hecho, sólo despertar con las manos llenas de sangre.
■ Tiene dos hermanas y un hermano. Este último nació mientras él estaba en el sanatorio. Luca lo odia porque no sabía de su existencia y jura que el título de Duque debería ser suyo; no del loco Basarab.
■ Sufre de fuertes dolores de cabeza. Siempre está masajéandose las sienes por ello.
■ Todo lo entiende de manera literal. No sabe de sarcasmos, ironías y bromas.
■ Nunca mira a las personas fijamente, no puede hacerlo.
■ Colecciona piedras preciosas y semipreciosas, por su belleza y perfección. Dos palabras que puede entender.
■ Está loco. El sanatorio lo traumó. Si bien no sabe qué es la ira, es muy propenso a exteriorizarla.
■ Tiene muchas cicatrices en la espalda, mismas que quedaron de los azotes que le infligieron.
■ Investiga sobre los vampiros en sus ratos libres. Un día encontró diarios de los Basarab donde hablaban de su existencia.