AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Le Graal (Virka Tartaxu)
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Le Graal (Virka Tartaxu)
En uno de los días en los que no había mucho qué hacer, raros ya en su vida, cerró pronto la salita que usaba para servir comidas durante todo el día. Aún no podía llamarlo un restaurante, en sí, pero le daba suficiente para mantener oculto su verdadero trabajo tras bambalinas, de las que algunas pocas personas ya sabían. Además el entretenerse con algunas madres y esposas que acudían a ella por remedios para aliviar sus males más simples le generaba un poco más de ingresos, lo cual le permitía darse el lujo, como esa tarde, de zafarse de toda obligación y darse una escapada. No lograba decidirse entre visitar el museo, el teatro, la iglesia o la biblioteca, pero al final terminó por decantarse hacia la última.
Largos pasillos de absoluto silencio, salvo por los murmullos de sus pisadas y la falda moviéndose al caminar, ni un alma parecía vagar en el inmenso lugar. De hecho, si lo pensaba bien, casi parecía un sitio sacado de una novela de terror, con fantasmas acechando detrás de cada estantería repleta de tomos perfumados por el paso del tiempo. La sola idea le sacó una sonrisa.
Como si fuera llamada por un libro en específico, detuvo sus pasos y se quedó mirando al poco iluminado pasillo a su derecha. Quizás... Borró el pensamiento que comenzaba a nacer y, entusiasmada, buscó el objeto de su curiosidad. Pasó los dedos por los lomos empolvados de algunos libros que no habían sido tocados en años, podía sentirlo. Uno tras otro parecían volver a la vida parcialmente, con los oscuros colores de sus pastas reanimados una vez que un poco de polvo liberaba el cuero en tonos rojos, azules, cafés y verdes. A pesar de sus intentos por encontrar lo que sentía como un susurro, no podía dar con el libro, como si se tratara del mismísimo Grial. Quizá estuviera más arriba, pero no los alcanzaba.
Volvió al pasillo principal, tomó un banquillo y lo llevó hasta donde creyó conveniente. Tras una ardua búsqueda dio con lo que quería: un grueso tomo forrado en piel, viejo como la biblioteca misma, o más, y algo gastado de las orillas. De puntillas sobre el banco, se estiró todo lo que podía, resultando inútiles sus esfuerzos. Resopló y bajó mirando fijamente el objeto, se sentó en el piso, con las rodillas encogidas y los dedos tamborileando sobre sus tobillos cubiertos por la amplia falda verde olivo. De una manera u otra tendría que alcanzarlo y ver qué contenía o, por todos los viejos dioses, no descansaría. De hecho la solución podría ser en extremo sencilla: buscar ayuda. La castaña, empero, prefería hacerlo por cuenta propia y no rendir explicaciones a quien le pregunte por qué tanta obstinación por un libro antiquísimo; y ahí radicaba el problema, en que no sabría explicarlo.
Largos pasillos de absoluto silencio, salvo por los murmullos de sus pisadas y la falda moviéndose al caminar, ni un alma parecía vagar en el inmenso lugar. De hecho, si lo pensaba bien, casi parecía un sitio sacado de una novela de terror, con fantasmas acechando detrás de cada estantería repleta de tomos perfumados por el paso del tiempo. La sola idea le sacó una sonrisa.
Como si fuera llamada por un libro en específico, detuvo sus pasos y se quedó mirando al poco iluminado pasillo a su derecha. Quizás... Borró el pensamiento que comenzaba a nacer y, entusiasmada, buscó el objeto de su curiosidad. Pasó los dedos por los lomos empolvados de algunos libros que no habían sido tocados en años, podía sentirlo. Uno tras otro parecían volver a la vida parcialmente, con los oscuros colores de sus pastas reanimados una vez que un poco de polvo liberaba el cuero en tonos rojos, azules, cafés y verdes. A pesar de sus intentos por encontrar lo que sentía como un susurro, no podía dar con el libro, como si se tratara del mismísimo Grial. Quizá estuviera más arriba, pero no los alcanzaba.
Volvió al pasillo principal, tomó un banquillo y lo llevó hasta donde creyó conveniente. Tras una ardua búsqueda dio con lo que quería: un grueso tomo forrado en piel, viejo como la biblioteca misma, o más, y algo gastado de las orillas. De puntillas sobre el banco, se estiró todo lo que podía, resultando inútiles sus esfuerzos. Resopló y bajó mirando fijamente el objeto, se sentó en el piso, con las rodillas encogidas y los dedos tamborileando sobre sus tobillos cubiertos por la amplia falda verde olivo. De una manera u otra tendría que alcanzarlo y ver qué contenía o, por todos los viejos dioses, no descansaría. De hecho la solución podría ser en extremo sencilla: buscar ayuda. La castaña, empero, prefería hacerlo por cuenta propia y no rendir explicaciones a quien le pregunte por qué tanta obstinación por un libro antiquísimo; y ahí radicaba el problema, en que no sabría explicarlo.
Última edición por Bianca Aubriot el Dom Nov 02, 2014 3:16 pm, editado 1 vez
Bianca Aubriot- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 09/09/2014
Re: Le Graal (Virka Tartaxu)
La biblioteca, el lugar al que iban los que no podían pagarse sus propios libros, también, el lugar al que uno iba si le faltaba uno en específico. La Condesa Tartaxu tenía una amplia biblioteca en una de las habitaciones de su mansión, algunos libros escritos por ella, otros tantos que sus padres le habían heredado o prestado y la mayoría comprados por sus analíticos ojos. Pero de pronto, entre toda aquella información, sucedía que aparecían huecos. De pronto le falta cierto elemento reactivo de alguna planta, de pronto necesitaba una información específica de los pistilos de alguna rara y extranjera flor. De pronto esa información no estaba en ningún sitio. Entonces es cuando debía de marchar a la biblioteca.
Se levantó temprano y mientras la bañaban y la vestían, se mantuvo silenciosa y pensativa, trazando un plan en su mente para no desperdiciar todo el día allí cuando podía pasarlo investigando en casa, actualizando sus libros y escribiendo nuevas recetas. Sí, sentía más pasión hacia eso que hacía el hombre. Una pasión genuina parecida a la carnal, pero más íntima si acaso. Pero también había ocasiones en las que tenía que alejarse de su área de creatividad para que le diera el aire, para que su presencia no fuera fantasmal. Para que la Condesa existiera realmente. Finalmente salió lista de su habitación, con el corsé ceñido a su cintura y marcando la redondez del busto, con la falda de su amplio vestido de encaje verde gris, cubriendo los pies. Telas finas cubriendo su aristocrático cuerpo. Subió al cabriolé de la familia y pronto salió dela villa, internándose en la ciudad.
El campo quedó atrás y el carruaje angosto pronto se perdió entre las calles llenas de tránsito y la aglomeración de más carruajes y caballos que entorpecían el camino. Virka se mantuvo paciente, con la mente demasiado ocupada en lo que estaba buscando como para impórtale el barullo exterior. Incluso se dio uno segundos para pensar en lo satisfactorio que sería no tardarse en encontrar aquel dato extraviado, en tenerlo ya en sus ansiosas manos apenas hubiera entrado en la amplia bodega de libros. De pronto el cabriolé tomó una calle a la derecha y a la distancia apareció el edificio. En minutos el cochero detuvo el carro, se bajó y le abrió la puerta. Descendió apoyándose ligeramente en su sirviente y entró a la biblioteca tras subir la escalinata que la separaba del suelo. Se acercó a recepción y el señor le dedicó una ligera reverencia y, tras ella informarle el área en que deseaba buscar, salió del mostrador.
- No. Lo buscaré yo misma… - El hombre retrocedió y con un asentimiento le permitió marcharse hacía el pasillo que le había indicado. Sus zapatos hicieron eco al caminar por el suelo de piedra, manteniendo el cuerpo recto y la cabeza bien derecha. No pasó mucho tiempo para que pudiera escuchar cierto forcejeo que llamó su atención, y es que justo al lado de donde se encontraba, había una joven dama que parecía empeñada en realizar una tarea que para ella parecía casi imposible sino algo peligrosa. Se detuvo frente al pasillo y examinó su proeza sin intentar acudir en su ayuda. Reconoció lo que era ella mientras la observaba y lentamente, sus ojos subieron hasta el libro que intentaba alcanzar. Una duda la asaltó y se acercó un poco, manteniendo la distancia por si caía. Deseaba verla caer, que aprendiera una lección y al mismo tiempo, quería que agarrara el libro para poder ver lo que contenía. Interés científico, más que nada.
Se levantó temprano y mientras la bañaban y la vestían, se mantuvo silenciosa y pensativa, trazando un plan en su mente para no desperdiciar todo el día allí cuando podía pasarlo investigando en casa, actualizando sus libros y escribiendo nuevas recetas. Sí, sentía más pasión hacia eso que hacía el hombre. Una pasión genuina parecida a la carnal, pero más íntima si acaso. Pero también había ocasiones en las que tenía que alejarse de su área de creatividad para que le diera el aire, para que su presencia no fuera fantasmal. Para que la Condesa existiera realmente. Finalmente salió lista de su habitación, con el corsé ceñido a su cintura y marcando la redondez del busto, con la falda de su amplio vestido de encaje verde gris, cubriendo los pies. Telas finas cubriendo su aristocrático cuerpo. Subió al cabriolé de la familia y pronto salió dela villa, internándose en la ciudad.
El campo quedó atrás y el carruaje angosto pronto se perdió entre las calles llenas de tránsito y la aglomeración de más carruajes y caballos que entorpecían el camino. Virka se mantuvo paciente, con la mente demasiado ocupada en lo que estaba buscando como para impórtale el barullo exterior. Incluso se dio uno segundos para pensar en lo satisfactorio que sería no tardarse en encontrar aquel dato extraviado, en tenerlo ya en sus ansiosas manos apenas hubiera entrado en la amplia bodega de libros. De pronto el cabriolé tomó una calle a la derecha y a la distancia apareció el edificio. En minutos el cochero detuvo el carro, se bajó y le abrió la puerta. Descendió apoyándose ligeramente en su sirviente y entró a la biblioteca tras subir la escalinata que la separaba del suelo. Se acercó a recepción y el señor le dedicó una ligera reverencia y, tras ella informarle el área en que deseaba buscar, salió del mostrador.
- No. Lo buscaré yo misma… - El hombre retrocedió y con un asentimiento le permitió marcharse hacía el pasillo que le había indicado. Sus zapatos hicieron eco al caminar por el suelo de piedra, manteniendo el cuerpo recto y la cabeza bien derecha. No pasó mucho tiempo para que pudiera escuchar cierto forcejeo que llamó su atención, y es que justo al lado de donde se encontraba, había una joven dama que parecía empeñada en realizar una tarea que para ella parecía casi imposible sino algo peligrosa. Se detuvo frente al pasillo y examinó su proeza sin intentar acudir en su ayuda. Reconoció lo que era ella mientras la observaba y lentamente, sus ojos subieron hasta el libro que intentaba alcanzar. Una duda la asaltó y se acercó un poco, manteniendo la distancia por si caía. Deseaba verla caer, que aprendiera una lección y al mismo tiempo, quería que agarrara el libro para poder ver lo que contenía. Interés científico, más que nada.
Virka Tartaxu- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 09/10/2014
Re: Le Graal (Virka Tartaxu)
El maldito libro, fuera lo que fuese que contenía, seguía llamándola. Se levantó del piso y volvió a tratar; fracaso total. Se le ocurrió entonces otra idea. Cogió un gran libro de pocas páginas, lo suficientemente ligero para maniobrar con él y de buen tamaño para alcanzar su objetivo. Subió de nuevo al banquillo y, usando una esquina del libro recién tomado, que parecía ser una antología de aburridos mapas, pudo jalar ligeramente el tomo que anhelaba tocar. Sonrió llena de júbilo ante tan pequeña proeza y volvió a intentarlo una vez más, provocando que los libros que rodeaban el que quería cayeran estrepitosamente junto con el objeto de su deseo, y ella de paso. Al caer, el libro la siguió directamente a su regazo y no le importó siquiera haberse lastimado las posaderas, ni siquiera reparaba en la presencia ajena ni en el anciano estudioso que, al pasar por ahí, la hizo callar. Todo carecía de importancia ahora que tenía ese enorme tomo viejo entre sus manos. La portada no revelaba nada, no había un título ni un autor; la parte posterior tampoco daba indicios de su naturaleza.
Con un leve sobresalto, volviendo de golpe a la realidad, giró la cabeza en dirección a la dama que la observaba. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Se levantó pronto, recogió los pocos libros esparcidos en el frío piso y los amontonó sobre el banquillo. La dama obviamente era de cuna noble, a juzgar por su atavío y su postura. Sintió un cosquilleo en una parte indefinida de su cuerpo, alertándola de la naturaleza de la joven mujer. Por precaución hizo únicamente un leve movimiento de cabeza evitando su mirada, señal de respeto y prudencia, y abrazó el libro, fingiendo a continuación que buscaba algo más intrascendente, una enciclopedia de remedios caseros, quizá, aprovechando que una parte de su negocio consistía precisamente en eso.
Pero la dama le incomodaba sobremanera, era una presencia fría, calculadora, incluso se le antojaba cruel, como los de su clase. Alargó la mano y cogió un libro bastante nuevo, un vademécum actualizado que serviría a sus propósitos y, en vista de que tendría que pasar cerca de la pelirroja para salir de ahí, no le quedó más opción que mostrarse amable con ella y ofrecerle su ayuda.
-¿Buscaba algo en especial? Podría llamar al guardia, si gusta -abrazando sus los dos libros se mostró solícita como de costumbre, algo natural en la castaña. Amable por naturaleza, haría lo que estuviera en ella para ayudar a la joven dama, siempre que no fuera entregar el tomo que, de una extraña manera, parecía exhalar una fuerza sobrecogedora. Era posible, empero, que no fuera más que un diario viejo y eran las memorias las que llamaban a la bruja. O bien, un verdadero tesoro.
Con un leve sobresalto, volviendo de golpe a la realidad, giró la cabeza en dirección a la dama que la observaba. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Se levantó pronto, recogió los pocos libros esparcidos en el frío piso y los amontonó sobre el banquillo. La dama obviamente era de cuna noble, a juzgar por su atavío y su postura. Sintió un cosquilleo en una parte indefinida de su cuerpo, alertándola de la naturaleza de la joven mujer. Por precaución hizo únicamente un leve movimiento de cabeza evitando su mirada, señal de respeto y prudencia, y abrazó el libro, fingiendo a continuación que buscaba algo más intrascendente, una enciclopedia de remedios caseros, quizá, aprovechando que una parte de su negocio consistía precisamente en eso.
Pero la dama le incomodaba sobremanera, era una presencia fría, calculadora, incluso se le antojaba cruel, como los de su clase. Alargó la mano y cogió un libro bastante nuevo, un vademécum actualizado que serviría a sus propósitos y, en vista de que tendría que pasar cerca de la pelirroja para salir de ahí, no le quedó más opción que mostrarse amable con ella y ofrecerle su ayuda.
-¿Buscaba algo en especial? Podría llamar al guardia, si gusta -abrazando sus los dos libros se mostró solícita como de costumbre, algo natural en la castaña. Amable por naturaleza, haría lo que estuviera en ella para ayudar a la joven dama, siempre que no fuera entregar el tomo que, de una extraña manera, parecía exhalar una fuerza sobrecogedora. Era posible, empero, que no fuera más que un diario viejo y eran las memorias las que llamaban a la bruja. O bien, un verdadero tesoro.
Bianca Aubriot- Hechicero Clase Media
- Mensajes : 18
Fecha de inscripción : 09/09/2014
Re: Le Graal (Virka Tartaxu)
De pronto se encontraba absorta en aquella joven y sus intentos fallidos por alcanzar lo que suponía, era algo de vital importancia. Podía comprender esa necesidad por obtener algo, esa necedad y el deseo de no involucrar a nadie más de paso. Permaneció de pie, quieta e inmóvil, medio oculta en el librero a su derecha mientras la joven dejaba de lado la resignación y se alzaba de nuevo, lista para otro ataque. Sus pies se movieron prácticamente solos y, al mismo tiempo que sus labios formaban una mueca que podría llegar a ser una sonrisa, descubría en la mano de la joven una herramienta lista para cumplir su función. Estuvo a punto de ir detrás de ella al verla caer pero se detuvo, recordando el principio de todo esto, lo que deseaba, quizás, demostrarse a si misma. En aquel escándalo de libros caídos junto con la joven y el banquillo en el suelo, descubrió el libro en su regazo, obsequio entregado por el máximo esfuerzo.
Su sonrisa se amplió al descubrirse su presencia ante la otra hechicera y permaneció de pie, erguida, mirándola. Eran similares, hechiceras las dos, ambas lo sabían sin tener que mediar palabra. Observó la manera en la que se movía, como recogía los libros y los amontonaba sobre el banquillo. ¿Por qué parecía tan nerviosa? No le preocupó, puede que se debiera al aura que destilaba pero no dejaba de ser emocionante la posibilidad de conocerla, o de ver lo que estaba allí, dentro del libro que abrazaba con tantas ganas. Comprendió pues, que, dependiendo de lo que ella dijera, podía provocarle más recelo o bien, una conversación nutrida. Pero fue como un muro inquebrantable cuando la tuvo junto a ella.
— Al contrario. Hay muy poco, si no, nada, que podría encontrar en este sitio, señorita. Y sin embargo… — La observó manteniendo su cabeza erguida, orgullosa y pronto se internó en el pasillo dónde recogió los libros del banquillo para examinarlos detenidamente. Dudaba mucho que alguno de estos tuviera algo de la información que necesitaba, pero sintiendo una chispa por uno de ellos en particular, lo apartó de los demás y lo dejó sobre otros libros, cerca de ella. Entonces se alzó la falda un poco, revelando unos zapatos cerrados y ceñidos a sus pies y unos tobillos delgados y algo huesudos pero firmes. Subió al banquillo y acomodó los libros con menos trabajo del que suponía. Descendió al suelo apenas produciendo un ruido seco y salió llevando en su mano el único libro escogido. — Por el contrario, hay algo que me gustaría que hiciera por mí. ¿Puedo observar mientras hojea el libro que tanto trabajo le costó conseguir? — Preguntó, demostrando el tiempo que llevaba mirándola. Su intención no era en absoluto quitarle el libro, aunque podía hacerlo, pero según sus propios principios, alguien que se esforzaba tanto tenía derecho de mantener lo que tanto trabajo le había conseguido conseguir.
Salió del pasillo y se dirigió a la primera mesa disponible, invitándola a seguirla con una sonrisa y un además de su mano. El movimiento fue fluido, cargado de energía. Buscó el mejor lugar y se sentó a una mesa labrada y fina, cubierta con una pequeña carpeta de encaje justo en el centro, un candelabro de plata de cinco velas encendidas prensaba la carpeta de encaje, manteniéndola en su sitio. Se inclinó ligeramente hacía adelante, abriendo el libro frente a ella, pasando las páginas con uno de sus enguantados dedos. No era lo que venía a buscar, pero pronto se vio inmersa en el descubrimiento de nuevas cosas y en el afianzamiento de datos que, de no ser por una lectura renovada después de unos años, se habrían quedado olvidados.
Su sonrisa se amplió al descubrirse su presencia ante la otra hechicera y permaneció de pie, erguida, mirándola. Eran similares, hechiceras las dos, ambas lo sabían sin tener que mediar palabra. Observó la manera en la que se movía, como recogía los libros y los amontonaba sobre el banquillo. ¿Por qué parecía tan nerviosa? No le preocupó, puede que se debiera al aura que destilaba pero no dejaba de ser emocionante la posibilidad de conocerla, o de ver lo que estaba allí, dentro del libro que abrazaba con tantas ganas. Comprendió pues, que, dependiendo de lo que ella dijera, podía provocarle más recelo o bien, una conversación nutrida. Pero fue como un muro inquebrantable cuando la tuvo junto a ella.
— Al contrario. Hay muy poco, si no, nada, que podría encontrar en este sitio, señorita. Y sin embargo… — La observó manteniendo su cabeza erguida, orgullosa y pronto se internó en el pasillo dónde recogió los libros del banquillo para examinarlos detenidamente. Dudaba mucho que alguno de estos tuviera algo de la información que necesitaba, pero sintiendo una chispa por uno de ellos en particular, lo apartó de los demás y lo dejó sobre otros libros, cerca de ella. Entonces se alzó la falda un poco, revelando unos zapatos cerrados y ceñidos a sus pies y unos tobillos delgados y algo huesudos pero firmes. Subió al banquillo y acomodó los libros con menos trabajo del que suponía. Descendió al suelo apenas produciendo un ruido seco y salió llevando en su mano el único libro escogido. — Por el contrario, hay algo que me gustaría que hiciera por mí. ¿Puedo observar mientras hojea el libro que tanto trabajo le costó conseguir? — Preguntó, demostrando el tiempo que llevaba mirándola. Su intención no era en absoluto quitarle el libro, aunque podía hacerlo, pero según sus propios principios, alguien que se esforzaba tanto tenía derecho de mantener lo que tanto trabajo le había conseguido conseguir.
Salió del pasillo y se dirigió a la primera mesa disponible, invitándola a seguirla con una sonrisa y un además de su mano. El movimiento fue fluido, cargado de energía. Buscó el mejor lugar y se sentó a una mesa labrada y fina, cubierta con una pequeña carpeta de encaje justo en el centro, un candelabro de plata de cinco velas encendidas prensaba la carpeta de encaje, manteniéndola en su sitio. Se inclinó ligeramente hacía adelante, abriendo el libro frente a ella, pasando las páginas con uno de sus enguantados dedos. No era lo que venía a buscar, pero pronto se vio inmersa en el descubrimiento de nuevas cosas y en el afianzamiento de datos que, de no ser por una lectura renovada después de unos años, se habrían quedado olvidados.
Virka Tartaxu- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 12
Fecha de inscripción : 09/10/2014
Re: Le Graal (Virka Tartaxu)
Aguardó, expectante, a que la mujer delante de ella le permitiera libertad, cosa que en vista de las circunstancias no obtendría tan fácilmente. Toda su vida se vio inmersa en un mundo de calma, sin ninguna clase de problema ni prejuicios, en una comunidad done la inquisición no tenía poder jurídico y, por lo tanto, logró aprender muchas cosas sin necesidad de esconderse, como sí tenía que hacer en la gran ciudad.
Con todo, no se mostró ni un poco molesta ni sorprendida, al contrario, demostró ser una mujer de modales. Con una pequeña sonrisa y una leve inclinación aceptó la invitación de la pelirroja y caminó lo más silenciosa posible, aprendiendo bastante de la dama con solo observarla. Claro que tenía que ser noble, nadie jamás se muestra tan autoritario sin hacer uso de la fuerza a menos que se conozca el propio potencial y poder ejercido sobre su interlocutor, en este caso una campesina que, obligada, compartiría lo que fuera que tenía entre sus brazos. Observó a ambos lados del pasillo antes de considerar siquiera salir del resguardo de los altos libreros.
Tomó asiento a su lado, recordando las palabras de su madre: “jamás, por nada del mundo, intentes pasarte de lista cuando se trata de personas superiores en rango. La humildad es tu arma más poderosa”. Trató de encontrar la manera de usar esa supuesta arma, y qué mejor forma que compartiendo algo con quien, podía ver, era guiada por un código moral impecable. Si no le quitó el libro de las manos o se burló de ella, mucho menos trataría de embaucarla. Además, como dijo, poco tenía la biblioteca que pudiera ofrecerle.
Veía las finas manos ajenas cubiertas por tela costosa, mientras que las propias estaban teñidas incluso de un color verdoso, resultado de machacar hierbas medicinales sin ayuda de nadie. Encogió los dedos ligeramente, viendo las páginas avanzar sin mediar palabra. Una, en especial, captó su atención, pero su conocimiento en latín era casi nulo. Reconoció, sin embargo, unas palabras: “no usar a menos que”. Batalló un poco, pidiendo tímidamente que detuviera el avance de los dedos de la dama sosteniendo la página con el índice únicamente. “Bajo riesgo de”… no entendía nada. No usar porque era riesgoso, básicamente.
- ¿Usted lee latín, madame? -necesitaba satisfacer su curiosidad. Tampoco es que fuera a cometer un acto maligno contra nadie, tampoco pensaba invocar criaturas peligrosas de las que tanto fue advertida, sin tener oportunidad de conocer una sola. Esperaba, en serio, encontrar la fuente de esa fuerza que seguía pidiendo ser leída, absorbida. Vio, entonces, que no sólo había palabras en latín. Se mezclaban con gaélico, con griego, con tantas lenguas que desconocía y eso, por sí solo, era fascinante y perturbador al mismo tiempo.
Con todo, no se mostró ni un poco molesta ni sorprendida, al contrario, demostró ser una mujer de modales. Con una pequeña sonrisa y una leve inclinación aceptó la invitación de la pelirroja y caminó lo más silenciosa posible, aprendiendo bastante de la dama con solo observarla. Claro que tenía que ser noble, nadie jamás se muestra tan autoritario sin hacer uso de la fuerza a menos que se conozca el propio potencial y poder ejercido sobre su interlocutor, en este caso una campesina que, obligada, compartiría lo que fuera que tenía entre sus brazos. Observó a ambos lados del pasillo antes de considerar siquiera salir del resguardo de los altos libreros.
Tomó asiento a su lado, recordando las palabras de su madre: “jamás, por nada del mundo, intentes pasarte de lista cuando se trata de personas superiores en rango. La humildad es tu arma más poderosa”. Trató de encontrar la manera de usar esa supuesta arma, y qué mejor forma que compartiendo algo con quien, podía ver, era guiada por un código moral impecable. Si no le quitó el libro de las manos o se burló de ella, mucho menos trataría de embaucarla. Además, como dijo, poco tenía la biblioteca que pudiera ofrecerle.
Veía las finas manos ajenas cubiertas por tela costosa, mientras que las propias estaban teñidas incluso de un color verdoso, resultado de machacar hierbas medicinales sin ayuda de nadie. Encogió los dedos ligeramente, viendo las páginas avanzar sin mediar palabra. Una, en especial, captó su atención, pero su conocimiento en latín era casi nulo. Reconoció, sin embargo, unas palabras: “no usar a menos que”. Batalló un poco, pidiendo tímidamente que detuviera el avance de los dedos de la dama sosteniendo la página con el índice únicamente. “Bajo riesgo de”… no entendía nada. No usar porque era riesgoso, básicamente.
- ¿Usted lee latín, madame? -necesitaba satisfacer su curiosidad. Tampoco es que fuera a cometer un acto maligno contra nadie, tampoco pensaba invocar criaturas peligrosas de las que tanto fue advertida, sin tener oportunidad de conocer una sola. Esperaba, en serio, encontrar la fuente de esa fuerza que seguía pidiendo ser leída, absorbida. Vio, entonces, que no sólo había palabras en latín. Se mezclaban con gaélico, con griego, con tantas lenguas que desconocía y eso, por sí solo, era fascinante y perturbador al mismo tiempo.
Bianca Aubriot- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 09/09/2014
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