Chantal F. Boissieu || ID

Tozuda. Impulsiva. Malhablada. Incontrolable. Irónica. Sincera. Directa. Tolerante. Adicta. Transparente. De ideales arraigados y que defiende contra todo pronóstico. Salvaje. Temeraria. Obsesiva. Justa. Adjetivos que en sí mismos pueden no decir nada, pero que en ella se integran, cobran forma, la dotan de un carácter tan único como difícil de definir, y aún más difícil de comprender...

¿Quién iba a decir que teniendo tres hijos varones, iba a ser precisamente la chica quien heredase la astucia y coraje representativos de la familia? Mi padre, desde luego, no. Si así hubiera sido probablemente nuestra relación habría sido muy diferente. Desde el inicio me obligaron a centrar mi tiempo y esfuerzos en aprender cosas que no tenían ningún interés para mi. Y cuando se dieron cuenta de que mi mente podía entender cosas que una persona normal no podía, ya era demasiado tarde: ya no eran capaces de controlarme.

Visto desde fuera, cualquiera puede pensar que he echado mi vida a perder. Que he desperdiciado mi juventud vagando de taberna en taberna, saltando de vicio en vicio. Lo que no saben es que precisamente mis vicios me han permitido desarrollar esa parte de mi que de otra forma, quedándome entre algodones y con institutrices molestas, jamás hubiera sido posible. Gracias a mi adicción por el alcohol, he podido categorizar a los miembros de esta sangrante ciudad en afortunados, pero estúpidos y en desafortunados, y con mucha rabia acumulada. Está claro que yo pertenezco al segundo grupo, a pesar de lo que mi apellido y mi herencia pueda inducir a pensar. Por otro lado, mi adicción a la sangre de vampiro me ha llevado a estrechar lazos con duques, marqueses, dioses a los que en la antigüedad adoraban. ¿Sabías que hay vampiros que han vivido más que las civilizaciones más antiguas? Pues yo sí, y de no ser por mi insistencia por conocerles, jamás lo hubiera sabido. Jamás me hubiera dado cuenta de las muchas cosas que van mal en el mundo, y de quién tiene la culpa.

Y lo mío me ha costado. Si algo tengo, por suerte, es que soy tremendamente tozuda. Cuando algo se me antoja, cuando algo me llama la atención hasta el punto de llegar a obsesionarme con ello, no me detengo hasta conseguirlo. Vale que luego tenga una facilidad pasmosa para aburrirme por aquello que antes me interesaba tanto, pero eso es otro tema. Todos los genios tenemos mil y un intereses que luego dejamos aparcados cuando aparece algo nuevo que nos sorprende o agrada más que lo anterior. Forma parte de mi carácter, no puedo ni quiero cambiarlo. Y mucho menos por lo que los demás opinen al respecto. Ese es otro punto, las opiniones ajenas son para mi igual de interesantes que el sonido del agua corriente. Las ignoro totalmente.

¿Qué más puedo decir de mi? Pues que soy extremadamente impulsiva. A pesar de que tengo la cabeza lo bastante amueblada para pensar antes de actuar, no es algo que haga con mucha frecuencia. La vida está para vivirla. Si me parase a plantear cada una de mis acciones, acabaría encerrándome en casa, sin salir a ninguna parte. Necesito experimentar. Necesito notar las sensaciones que me causa la adrenalina al pasearse por mi cuerpo. El peligro me llama. Me hace sentir viva, y olvidar los muchos motivos que tendría para aborrecer todo cuanto me rodea.

Mi lengua y mi labia son un arma de doble filo. No me importa ni muestro reparos por decir lo que pienso, por mucho que escueza o por crudo que suene. Lo más extraño que es normalmente, y aunque mis ideas u opiniones puedan parecer en un principio totalmente ridículas por lo poco meditadas, no tardan mucho en darse cuenta de que rara vez no tengo razón. Mientras los demás se dedican a maquinar, o a fingir, a intentar que otros les vean como no son, yo me limito a observar todo, a relacionar conceptos y a expresarlos tal y como me vienen a la cabeza. Y dado que tampoco me importa demasiado la impresión que eso provoque, o si mis palabras son consideradas de buen o mal gusto, la sensación de desahogo es todo cuanto queda después. Vive y deja vivir, ese es el lema. Y a quien no le guste, que mire para otro lado.

A pesar de todo esto, no creo que puedan considerarme como una mala persona. Me he dado cuenta de que soy incapaz de actuar o funcionar como otros quieren que lo haga. Como un autómata. Soy una adelantada a mi tiempo. Con todas las consecuencias.

Probablemente ahora debería decir que nací en el seno de una feliz y acomodada familia de clase alta, cuyos miembros estaban muy unidos y cenaban juntos todas las noches, hablando de qué tal les ha ido el día. Pero sería mentira. La verdad es que mi familia poco o nada tenía de normal, y mucho menos de unida y feliz. Tras un apellido tan antiguo como respetable se escondía una verdad que nadie podría imaginarse. Mi padre todo lo que tenía de afable de cara al público, lo tenía también de desagradable en la intimidad de nuestro hogar. Y es que el prestigioso Jean Baptiste Boissieu tenía un gran secreto. Un secreto por el que todos nosotros, los miembros de su familia, debíamos sufrir. Por la noche, en lugar de vestir batín y zapatillas de estar por casa, se llevaba la ballesta al hombro y salía a cazar a aquellas criaturas que él apodaba cariñosamente como "alimañas".

Yo, por ser mujer, me vi relegada desde el principio a tareas que poco o nada tenían de interesantes. Aprendí a coser, a cocinar, a tejer, a tocar el piano, a pintar, a tocar el arpa... Aspectos que mi madre consideró imprescindibles para una joven de clase alta, y que yo consideraba casi denigrantes, y más cuando la escuchaba decir que su único propósito era el de contentar "a mi futuro marido". Claro que yo no sabía que ya a esa edad, cuando apenas si tenía doce años, mi madre ya había planeado casi todo mi futuro, comprometiéndome con un joven de dieciocho, miembro de una familia de la aristocracia italiana, cuyo mayor encanto era aquel dulce acento que poseían los de ese país. Por lo demás, todo lo que tenía de agraciado lo tenía de estúpido. Recuerdo que la primera vez que lo vi, cuando mi madre y la suya tenían la intención de presentarnos para que se "hiciera el milagro", le vertí la limonada por encima cuando el muy imbécil me sugirió que las buenas esposas también tenían la obligación de aprender jardinería. Si pensaban que iba a casarme con él, es que no me conocían en absoluto. Su familia rompió el compromiso tres meses después, con la consiguiente decepción de mi madre, que automáticamente me maldijo con la previsión de que moriría sola y rodeada de gatos. ¿Debí haberme ofendido?

Ni siquiera me ofendió la primera vez que aquel malnacido al que llamaba padre entró a mi habitación, con intenciones deshonestas. Creo que la palabra "shock" es la que mejor define cómo me sentí los días que vinieron después del incidente. Por supuesto, ningún miembro de mi familia se atrevió a decir nada al respecto. Ni siquiera yo. Siguió viniendo, noche tras noche. La rabia me consumía. Rabia por la hipocresía mostrada por mi madre, y sobre todo, por mis hermanos. Ellos, que siempre contaron con el favor de mi padre simplemente por ser hombres y poder aprender "el oficio nocturno" de la familia, fueron los únicos que parecieron sentirse ofendidos por lo que me había hecho, y sin embargo, nunca se enfrentaron a él. Ignoro si fue por miedo a sus represalias o porque realmente no les importaba en absoluto. Sea como fuere, con el tiempo me acostumbré. De hecho, era algo que esperaba que sucediera a diario, aguardando siempre al momento exacto en el que pudiera clavarle por la espalda ese puñal que desde hacía meses guardaba bajo mi almohada.

Nunca me atreví, sin embargo. ¿Qué hubiera sido de mi si en lugar de mantener la boca cerrada y ceder a sus exigencias, me hubiese vengado? Quizá mi sino no hubiera variado demasiado, pero la incertidumbre es algo que nunca he sabido tolerar. Así crecí, mientras mi madre trataba de venderme a algún noble que considerara lo bastante rico para poseerme, como si más que su hija fuera un trofeo; y mientras mi padre me denigraba de la peor manera posible. Supongo que sabiendo esto a nadie le sorprende que lejos de odiar a los sobrenaturales, algo que él siempre trató de inculcarnos, descubrí que su existencia era mucho más interesante de lo que jamás sería la nuestra. La perspectiva de vivir toda una eternidad me parecía enormemente atractiva, aunque pensar que pudiera ser al lado de esas personas que tanto daño me hicieron, cuando se suponía que su misión era protegerme.

La expresión "te has echado a perder" fue repetida en mi hogar tantas veces que casi llegaron a borrar su significado. Llegó un punto en el que casi cada acción que llevaba a cabo resultaba bochornosa a los ojos de mi absurdamente tradicional madre. Para "enderezarme" volvió a intentar casarme con otro joven. Esta vez casi acierta. Detrás de aquellos ojos saltones y de aquel aspecto de rata de biblioteca, se escondía un joven inteligente, sensible... Pero con una curiosa necesidad de quedarse a solas con el mayor de mis hermanos. No hacía falta ser muy listo para saber lo que pasaba. Claro que con una mentalidad como la suya, ¿cómo iban a entender que en aquella ocasión la culpa no era mía, sino suya? Todo quedó más claro cuando en plena cena de reconciliación la pudorosa de mi madre les encontró a ambos casi completamente desnudos juntos en el baño. La blancura de su tez realmente competía con la de los copos de nieve que caían tras el cristal en invierno.

Finalmente, y cuando todos los intentos por devolverme al camino de las buenas damas se adivinaron infructuosos, a mi padre, ese mismo que me había arrebatado la inocencia años antes, se le ocurrió la fantástica idea de hacerme ingresar en un convento. A pesar de que mi negativa se escuchó probablemente en toda Francia, finalmente accedí a visitar al obispo de Notre Dame, con la firme intención de hacer saber de una vez por todas que no sólo no tenía alma de dama, sino que probablemente en mi interior no hubiera ni un resquicio de almo que pudiera llamarse "alma". Recité al religioso casi todas las entradas de su libro sagrado, para luego reprocharle su actitud abiertamente. Si realmente existiera un Dios, probablemente estaría más enfadado con aquellos hombrecillos que se escudaban en la legitimidad de la Iglesia para hacer sus fechorías, que en cualquier ladrón de poca monta.

Creo que el tema de mi educación se dio por zanjado en aquel preciso momento. Me convertí en lo más parecido a un paria en mi propia casa, aunque debo reconocer que se vivía mucho más tranquila. Durante ese breve lapso de tiempo, antes de que conociera los placeres de aquel líquido escarlata que después marcaría mi existencia, pude encerrarme en mi habitación, rodeada de libros, y con la seguridad de que mi padre no querría yacer en el mismo lecho de quien se había convertido en la vergüenza de su familia. Descubrí que había un millón de cosas que no había visto, cientos de lugares que jamás había visitado, y que lo que sostenía aquella sociedad "civilizada", poco o nada tenía de civilizado. Me convertí en firme defensora de la abolición del sistema de clases sociales, algo que además de ser acogido como una tragedia por mis progenitores, provocó que salieran a la luz los verdaderos monstruos que se escondían dentro de cada uno de ellos. Personas hipócritas, que no tenían ningún reparo en repudiar a otros si eso les favorecía. A pesar de que mis deseos por "exiliarme" de su hogar fueron totalmente ignorados, desde aquel preciso momento puedo decir que mi vida se convirtió en mía.

Al final de lo que yo consideraba mi "adolescencia", a los dieciocho años, era más que conocida por los peores antros de la ciudad, e incluso en el Teatro que era exclusivo de los vampiros, el que solía frecuentar en busca de sangre. Así fue como lo conocí. Un vampiro en especial, que me mostró las luces, pero sobre todo las sombras, de la eternidad. Su sangre, como él, posee ese "toque", esa mezcla entre tenebrosidad y perfección. Aunque eso yo ya lo sabía, incluso antes de que accediera a dejármela probar. No sabría definir bien nuestra relación. Él me aporta sabiduría, conocimiento, aplaca mi infinita sed de conocimiento además de fomentar mi adicción por el elixir que procede de los suyos. Yo le aporto frescura, y por qué no, la certeza de que al menos hay alguien en el mundo que le dice las cosas directamente, a la cara, sin temor a sus represalias. Hace mucho que yo perdí el miedo hacia todo. Ni siquiera la muerte o la violencia me provocan apenas un suspiro. Por eso me resulta tan sencillo escupirle aquello que considero que hace mal, incluso sabiendo que podría desgarrarme la garganta en menos de lo que dura un parpadeo. Es algo que también asumí antes de que mis deseos por su sangre me llevaran a obsesionarme por él. Forma parte de su encanto, de lo maravilloso y retorcido de esta especie de "relación", con tantos tintes de sadismo y adicción.

A él pertenezco, por suerte o por desgracia. Hasta que le convenza de que debe convertirme.

Habilidades:

♣ Sabe hablar de forma fluida inglés, e italiano, además del francés nativo, y también un poco de alemán.

♣ Practica esgrima con regularidad.

♣ Le encanta montar a caballo. Tiene una yegua llamada "Liberté".

♣ Adora leer.

♣ Aunque es muy buena tocando el piano, lo que realmente se le da bien es cantar. Muchos consideran su voz muy agraciada y con muchas posibilidades, pero no tiene demasiado interés por dedicarse a ello.

♣ Aún mantiene contacto con dos de sus hermanos. El tercero lleva en paradero desconocido varios años.

♣ Su padre aborrece la adicción de su hija, y sin embargo, se negó en redondo a echarla de casa y desheredarla. Es consciente de que su inteligencia y mano para los negocios podría llevarla muy lejos, si no fuera por su extraña simpatía hacia los inmortales.

♣ Su buena mano para los negocios se hizo evidente cuando al regresar su padre, que había estado ausente varios meses, se dio cuenta de que gracias a los cambios que había hecho en la empresa, se habían triplicado los beneficios. Chantal no es que se mostrase demasiado interesada en ello, aunque le encantó ver a su padre suplicarle que le dijera cómo lo había hecho. Por supuesto, no lo hizo. Su secreto fue simplemente renegociar con los proveedores. Su belleza y capacidad persuadir hicieron el resto. ¿Quién dice que una mujer no pueda usar sus armas, junto a la astucia, para ayudar en los negocios?

♣ No es únicamente adicta a la sangre de vampiro, aunque sin duda es la adicción que más la controla y la lleva a actuar de forma impulsiva. Consume alcohol en grandes cantidades, y cualquier tipo de droga que haga que la vivencia de tener sangre de vampiro por sus venas sea más intensa.