May I. Leblanc

Es una mujer muy distante como si no quisiera tener amigos, pero la verdad es que no sabe cómo hacerlos, ha estado tanto tiempo encerrada lo que la ha vuelto muy ermitaña y poco sociable y en los momentos lúcidos que tiene que son muy cortos es accesible a las personas. Una chica con problemas mentales radicados en la extrema religiosidad. Adora el dolor que sienten las personas y ser ella quien lo causa todo con el fin de limpiar las almas pecadoras, suele incluso ella lastimarse sintiendo ese cálido dolor. Oye voces en su cabeza que es cuando acude a la autoflagelación.

Cuando le toca purificar a un alma, es decir matar al impío, sus ojos cambian una vez acabado, se vuelve temerosa y la sangre en sus manos la obligan a correr y encerrarse, aún sigue siendo esa frágil humana que se rompe en determinados momentos, pero tampoco es una mujer santa libre de pecado en su vida hay momentos en los que esa santidad se pierde, se vulnera sobre todo cuando deja de sostener su rosario rojo cayendo en la perversión de la carne y la lujuria. Esos acontecimientos solo ocurren según las voces que le ordenan hacerlo, es decir su propia voluntad. Es decir puede ser la mujer más fría, bondadosa, temerosa como una mujer sensual, aunque no lo aparente y siempre lo olvide más tarde, lo único que no olvida es su sadismo.

Analítica, una mujer que aun en su demencia sabe analizar y leer a las personas con tan solo ver sus ojos, es como un don que posee, es capaz con solo tocarlas de saber si están tristes o felices o si algo les acontece de mal, lástima que se vea manchada con su ser religioso y su afán de la perfección de las almas, esa perfección la vuelve un poco irracional y hasta un punto cruel y sádica para conseguirlo, pero como ella suele decir “en la guerra todo se vale y contra el demonio cualquier acto es válido”. Ella encuentra el perdón en todo, quizás lo que busca es quien la redima de verdad. Histérica es una mujer que se envuelve en el velo de la extrema religión para ocultar sus trastornos mentales, no soporta que los hombres la toquen, lo encuentra repugnante y sus palabras, oh esas palabras tan frías y de desprecio que arroja. Aunque como ya sabemos no siempre es así, en ciertas ocasiones permite que hombres y mujeres se acerquen pero solo para su cometido personal. No es alguien que ande seduciendo a todos los hombres, porque su forma de vestirse es de una monja mismo, ropas largas que cubren todo su cuerpo y cuando alguien le ha visto desnuda suele desquiciarse porque le han visto su imperfección, por lo que se encierra por semanas en su habitación a flagelarse más, por tanto no es alguien que vaya por ahí a estar de brinquilla, aunque de vez en cuando si se da ese gusto o mal gusto. Quizás es porque ella no se considera bonita que se da el lujo de dejarse caer a la perversión y lujuria, igual que a los pecados capitales, se deja caer para volver a levantarse como un ave que renace del fuego solo que ella renace de los pecados como alguien nuevo, pensando que algún día alguien la querrá de verdad y no como la engañaron en su padado, busca llenar ese vacío y cuando no lo halla o no los sacia su sadismo regresa porque solo ahí encuentra la paz y algo de satisfacción aunque es momentáneo.

Pervertida, loca, miedosa, extremista, fría, cruel, lujuriosa, atrevida, irracional pero sobre todo sádica. Así se define mejor May I. Leblanc que de todos sus trastornos de personalidad la única en la que encuentra la plena satisfacción es en la fría, pecadora y sádica mujer que ha llevado la religión al extremo. Sus alteraciones de personalidad aparecen según el ciclo de la luna; En luna nueva está la mujer fría de semblante perdido seria y rígida que le gusta flagelar; En cuarto creciente es una mujer cruel y demente obsesiona con el fuego y la perfección; En luna llena la mujer lujuriosa y pecadora que le gusta flagelarse; En cuarto menguante suele tener algo de apacibilidad y accesibilidad, usa su arco y flecha para purificar. Además de esa alteraciones de personalidad tiene complejo Electra y Edipo, que al verse abandonada por sus padres enfocó esas figuras en los santos flagelados y mártires.

”Castigos y más castigos es lo que los impuros tendrán por seguir la senda de los pecados”.

Una vida así jamás se olvida y no se borra fácilmente, al contrario te marca hasta el día de tu muerte y más allá del abismo final, así comienza mi historia, llena de dolor, amargura y pecados pero con la esperanza de algún día encontrar el perdón por todos ellos, solo el dolor la penitencia me ayudarán. Mis padres fueron dos personas religiosas muy apegadas a la costumbres de la santa madre iglesia católica cumpliendo su voluntad y mandato, no copulaban más que solo en el momento de desear concebir hijos y dormían prácticamente en camas separadas, mi madre era aún más devota porque todas las noches rezaba por la salvación de su alma, mi padre en cambio solo lo era en domingos y hacia cumplir más la palabra de la santa biblia en casa, es decir que no dejaba que mi madre saliera sola o hiciera otras cosas sin la compañía de mi padre solo con él podía salir de casa, estas acciones llevaron a mi pobre madre a la locura del encierro, ella lo veía como un ángel en las mañanas y como un demonio en las noches, sobre todo aquellas veces en que la obligaba a cumplir con su función de esposa, así mi madre perdió más la cordura.

Así fue mi concepción con la locura religiosa de mi madre y los demonios que condenaban a mi padre. Al principio cuando nací mi madre no se me acercaba y una tía era quien cuidaba de mí alimentándome y cuidando de mi mientras mi enloquecida progenitora seguía encerrada en la habitación de rodillas rezando por haber concebido al hijo del demonio, un mal comienzo para mí, por otro lado mi padre no pasaba mucho en casa para no encontrarse con ese manicomio de vida, a duras penas me visitaba para ver cómo estaba su hija y de ahí volvía a salir. A medida que crecía la figura paterna y materna se desarrolló en mi tía una mujer solterona que vivía en un convento encerrada pero ahora se dedicaba a cuidarme ¿ironía?.

Creciendo iba pero a su vez me estaba alejando de mis progenitores hasta que mi padre por bien de él se alejó de nosotros algo que no soporto la fina mente de mi madre, es ahí que comenzó mi conversión a la religión como un escape del infierno o mejor dicho del tormento al que me sometió mi madre. En su fragilidad decidió mudarse a lo más alejado de la villa, tanto así que solo el hermoso prado nos hacía compañía, me alejó de mi tía y sus enseñanzas de bondad para mantener encerrada con los castigos y sufrimientos para así lavar mi pecado de nacimiento. Poco a poco la poca cordura que queda en mí se fue desvaneciendo y aquella joven inocente cambió por cada azote y marca en la espalda. Los años pasaron aún más aisladas y con poca comida y solo encerradas en la oscura habitación que se iluminaba al final con dos candelabros medianos, un altar y un enorme crucifijo de madera. Las voces, las voces aún seguían tentándome a probar pero mi madre sabia como ninguna las aplacaba con el sonido del látigo en mi cuerpo, la carne golpeada y abierta producía felicidad a mi alma, las lágrimas eran mi salvación a toda la locura, esa era mi puerta de escape. La sal sobre la herida me recordaba que aún me queda un camino de espinas que seguir para alcanzar la gran iluminación de mi alma, para ello debía dejar mi cuerpo ¿cómo?.

El pecado nos transforma en demonios pero a la vez nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos

El pecado siempre ronda a los seres de corazón puro y almas apacibles, así llego mi pecado en la forma de un hombre, mi vida se vio manchada por la traición y la mentira, ahí perdí lo que una mujer de mi edad no puede perder lo que llevo a que me confinaran en un sótano durante meses solo a pan y agua, arrodillada en maíz y solo levantándome a dormir sobre el cemento, era e castigo por dejar que el pecado entre en mí, como último recurso para alcanzar mi pureza mi madre intento lavarme con agua fría para que mi cuerpo dejara de sentir los pecados, algo que me llevo a la muerte pero fue ahí que entendí mi propósito, yo estaba siendo ungida para algo más que simples religiones terrenales, yo había nacido para purificar la tierra con el dolor, ser una santa ese era mi camino final.
Al salir del agua casi al punto de morir, oí la voz de mi tía que me decía que debía resistir, me recordaba su cálida voz aquellos relatos de los santos antiguos que tuvieron que soportar el dolor para llegar a ser santos, ese era mi destino sentir dolor y causarlo a las personas con extremismo para así salvar y purificar sus almas del pecado.

El pecado se borra con pecado santo.

Acepté mi destino y desaparecí de Escocia viajando a Italia donde permanecí dos años solamente, encerrada en un convento sacro muy antiguo y olvidado donde se despojan de todo lo terrenal para acceder a lo divino, se ayuda a los pobres y a los pecadores e infieles los purifican con la muerte dolorosa para que alcancen la vida de cristo, mis maestras fueron dos monjas que me enseñaron que el pecado que vivimos en el mundo solo puede ser salvado con actos santos, con aquellos actos que arranquen el bicho de la maldad de sus almas y estas alcancen el paraíso. Mostré destreza al usar el látigo para castigar y la flechas para purificar esas almas corruptas por eso me enviaron a Francia a vivir en el convento al menos un tiempo hasta que consiga mi propio rumbo, mi objetivo el cual encontré en esa ciudad pecadora. La limpiaría de todo mal porque solo yo puedo porque viví con el pecado original y lo limpie con mi sangre y lágrimas, el dolor que me causé pudo liberar a mi alma pero aun así el pecado que absorbo me contamina y debo seguir purificandome

En mi nueva vida trato de vivir con la naturaleza pero los rumores de la ciudad es que en las noches la naturaleza divina se vuelve agresiva, quizás sean quienes limpiarán también la ciudad o los demonios que se han salido del infierno a vengarse, depende de los ojos que posean, quizás si con las flechas o con alguna arma pudiera sacar sus ojos podrían serme de utilidad, pero siempre y cuando pueda cruzarme con ellos y saber si los rumores son ciertos.