AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Wonderland | Privado
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Wonderland | Privado
Wonderland
Los días habían transcurrido como cualquier otro desde su llegada a Paris. Ninguna novedad en su vida que le apartara por un instante de todos los recuerdos agridulces y esa serie de altibajos que nublaban de vez en cuando sus momentos de cordura. De día se mostraba dedicada a sus clases particulares de literatura, por las tardes seguía una estricta rutina de danza en el salón contiguo a la mansión. Y es que a pesar de mostrar un talento nato para muchas otras áreas, eran las artes lo que a Simone realmente parecía apasionarle. Una semana atrás había dado un pequeño concierto en el jardín trasero de la mansión donde actualmente reside. No más de veinte personas asistieron a dicho evento donde los elogios y aplausos llenaron por completo la atmosfera, entre ellas una joven muy hermosa había cruzado un par de palabras con la pequeña, quien fue invitada a mostrar su talento acompañada de su entonces espectadora en un evento de caridad.
La noche previa al recital, Simone no pudo dormir del todo bien. Estaba presente una vez más ese insomnio que a fechas recientes pareciera invadirle más seguido que de costumbre. La pequeña practicó un par de horas hasta la madrugada hasta quedar vencida por el sueño anhelado, no se dio cuenta en que momento la servidumbre le había llevado de vuelta a su habitación. Los rayos invadieron su habitación y el sonido repetido en la puerta le tomó por sorpresa, esta se abrió de par en par. Una mujer de complexión rolliza y tez oscura se adentró presurosa a abrir las cortinas y con su voz cantarina emitió cantos desentonados para despertarle. La chiquilla con dificultad trataba de abrir los ojos mientras a sus oídos diversas instrucciones en francés le invadían. ¡El recital!
–¿Suzette qué hora es?– inquirió la pequeña
La mujer hizo caso omiso a la pregunta y rápidamente apresuró a colocar su vestuario sobre la cama. De forma premeditada realizó el cambio en la pequeña, el amplio vestido azul le hacía lucir como una muñeca de porcelana, enseguida cepilló su cabello mientras los canticos desentonados seguían. Simone rió disimuladamente frente al espejo apenas divertida. Una vez terminado el ritual de inmediato salió indicando que el desayuno sería servido en cinco minutos volviendo a cerrar la puerta de un golpe. La chiquilla movió la cabeza de lado a otro y es que las madrugadas siempre eran así. Bajo cuidadosamente la escalera para beber solo un vaso de jugo y un poco de fruta. El cochero estaba listo frente a la enorme verja. Simone apenas pudo agradecer a Suzette con un beso en su mejilla por sus previas atenciones y con el instrumento en mano corrió presurosa hacia la entrada.
Durante el recorrido hacia el comedor comunitario no mencionó palabra alguna. Estaba ligeramente nerviosa, pues temía que el hecho de no haber dormido bien mermara sus habilidades al momento de su ejecución. El cochero indicó que habían llegado finalmente y presuroso ayudó a la pequeña en su descenso. Simone sujetó en su diestra enguantada el borde del atuendo y caminó presurosa mientras un tumulto de personas le veía asombrados por su porte. Se detuvo para buscar con la mirada a la joven que le había hecho la invitación días tras sin mucho éxito. ¿Habría llegado tarde al evento o acaso indicó al cochero una dirección incorrecta? Suspiró al mismo tiempo que la respiración agitada tomaba su habitual curso.
La noche previa al recital, Simone no pudo dormir del todo bien. Estaba presente una vez más ese insomnio que a fechas recientes pareciera invadirle más seguido que de costumbre. La pequeña practicó un par de horas hasta la madrugada hasta quedar vencida por el sueño anhelado, no se dio cuenta en que momento la servidumbre le había llevado de vuelta a su habitación. Los rayos invadieron su habitación y el sonido repetido en la puerta le tomó por sorpresa, esta se abrió de par en par. Una mujer de complexión rolliza y tez oscura se adentró presurosa a abrir las cortinas y con su voz cantarina emitió cantos desentonados para despertarle. La chiquilla con dificultad trataba de abrir los ojos mientras a sus oídos diversas instrucciones en francés le invadían. ¡El recital!
–¿Suzette qué hora es?– inquirió la pequeña
La mujer hizo caso omiso a la pregunta y rápidamente apresuró a colocar su vestuario sobre la cama. De forma premeditada realizó el cambio en la pequeña, el amplio vestido azul le hacía lucir como una muñeca de porcelana, enseguida cepilló su cabello mientras los canticos desentonados seguían. Simone rió disimuladamente frente al espejo apenas divertida. Una vez terminado el ritual de inmediato salió indicando que el desayuno sería servido en cinco minutos volviendo a cerrar la puerta de un golpe. La chiquilla movió la cabeza de lado a otro y es que las madrugadas siempre eran así. Bajo cuidadosamente la escalera para beber solo un vaso de jugo y un poco de fruta. El cochero estaba listo frente a la enorme verja. Simone apenas pudo agradecer a Suzette con un beso en su mejilla por sus previas atenciones y con el instrumento en mano corrió presurosa hacia la entrada.
Durante el recorrido hacia el comedor comunitario no mencionó palabra alguna. Estaba ligeramente nerviosa, pues temía que el hecho de no haber dormido bien mermara sus habilidades al momento de su ejecución. El cochero indicó que habían llegado finalmente y presuroso ayudó a la pequeña en su descenso. Simone sujetó en su diestra enguantada el borde del atuendo y caminó presurosa mientras un tumulto de personas le veía asombrados por su porte. Se detuvo para buscar con la mirada a la joven que le había hecho la invitación días tras sin mucho éxito. ¿Habría llegado tarde al evento o acaso indicó al cochero una dirección incorrecta? Suspiró al mismo tiempo que la respiración agitada tomaba su habitual curso.
Simone Donizetti- Humano Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 04/07/2014
Re: Wonderland | Privado
Su abuela había puesto el grito en el cielo al enterarse que su nieta, una muchacha soltera y de buena cuna, había pagado las deudas del Comedor Comunitario y luego se había hecho con su título de propiedad. De eso hacía ya más de un año, cuando a oídos de Geneviève había llegado la triste noticia del cierre del lugar, debido a que el dueño anterior había malgastado los fondos que le llegaban desde la beneficencia. Si bien le había costado que Auguste, su abuelo, le habilitase el dinero suficiente –dinero que era de ella pero que él administraba-, había terminado convenciéndolo, como siempre lo hacía. El anciano Duque de Aquitania defendió a capa y espada a su nieta, y terminó complaciéndola cuando le envió a Rusia, donde se encontraba de gira en ese momento, el papelerío para que firmase, haciéndose con el lugar. Tras ello, se había dedicado a juntar fondos entre sus más encumbrados contactos, para reunir lo suficiente para acondicionar el sitio, volverlo ameno y mejorar la dieta de todos los que asistían.
Aprovechando su estadía en Francia, asistía a diversas tertulias, ciertamente obligada, pero no por ello, dejaba de llevarse gratas sorpresas, tal como le había ocurrido con la maravillosa Simone de Vries. El talento de aquella niña la había dejado pasmada, y le recordó a sí misma a su edad. Geneviève, tras escucharla tocar el violín con una maestría de la que pocas veces había sido testigo, y luego de superar el impacto que le provocó, la había interceptado y le había manifestado sus respetos y sus deseos de armar un pequeño concierto a beneficencia para el comedor que llevaba adelante. Le agradeció profundamente la buena predisposición, y al día siguiente le envió la invitación para los ensayos. No les había costado nada congeniar, Simone era diestra y aprendía con rapidez, y la cantante era una profesional con todas las letras. Le sorprendió lo bien que se llevaba con alguien tan joven, y se dijo a sí misma que bregaría por la carrera de la niña, pero le faltaba confianza para ofrecerle su ayuda. Quizá después de la jornada…
—Ha quedado excelente —comentó mientras le daba un vistazo final a la decoración. Todo había sido hecho por las mujeres que asistían, que con gran esfuerzo habían limpiado, acondicionado y decorado el comedor, además de encargarse de la comida. Sería una jornada sin lujos, pues no sólo asistirían las personalidades más destacadas de la élite francesa y algún que otro invitado internacional que en ese momento se hallaba en París, sino también los miembros de la plebe que concurrían asiduamente al comedor. Geneviève había comprado de su bolsillo metros y metros de tela para que se confeccionasen ropas aptas, además de haberles entregado un pequeña canasta con elementos de higiene personal. —Irá a cambiarme. Gracias, Marietta. Felicita al resto de las trabajadoras por mí, por favor.
Se dirigió hacia su oficina, en ese momento convertida en habitación personal. Allí sus doncellas se encargaron de acondicionarla en un vestido ligero en color rosa pálido, con pequeñas incrustaciones de perlas a lo largo y ancho de la pieza superior. Mientras le ajustaban el corsé, despojada de los pudores que debía tener debido a su posición, calentaba la garganta junto a su profesor, que sus gustos personales le impedían sentir atracción por el voluminoso y estilizado cuerpo de Geneviève. Le informaron que Simone había llegado, y que los demás invitados estaban en su mayoría. Pidió que hicieran pasar a la otra anfitriona.
— ¡Simone! ¡Qué maravillosa te ves! —exclamó desde su asiento, observándola a través del espejo, mientras con tenazas calientes le armaban los bucles que luego serían recogidos en la coronilla y sujetados con una diadema de perlas cultivadas, haciendo juego con las del vestido. — ¿Gustas beber algo? Hay unos confites preparados por las señoras, que estoy segura te encantarán —comentó antes de indicarle a una de las ayudantes que le acercase la bandeja con todo tipo de manjares. —Estaré lista en unos minutos, pero aún tenemos tiempo. Tómate el necesario para revisar tu violín o para relajarte —le sonrió suavemente, lo máximo que su gesto siempre serio le permitía. —Tranquila. Brillarás.
Aprovechando su estadía en Francia, asistía a diversas tertulias, ciertamente obligada, pero no por ello, dejaba de llevarse gratas sorpresas, tal como le había ocurrido con la maravillosa Simone de Vries. El talento de aquella niña la había dejado pasmada, y le recordó a sí misma a su edad. Geneviève, tras escucharla tocar el violín con una maestría de la que pocas veces había sido testigo, y luego de superar el impacto que le provocó, la había interceptado y le había manifestado sus respetos y sus deseos de armar un pequeño concierto a beneficencia para el comedor que llevaba adelante. Le agradeció profundamente la buena predisposición, y al día siguiente le envió la invitación para los ensayos. No les había costado nada congeniar, Simone era diestra y aprendía con rapidez, y la cantante era una profesional con todas las letras. Le sorprendió lo bien que se llevaba con alguien tan joven, y se dijo a sí misma que bregaría por la carrera de la niña, pero le faltaba confianza para ofrecerle su ayuda. Quizá después de la jornada…
—Ha quedado excelente —comentó mientras le daba un vistazo final a la decoración. Todo había sido hecho por las mujeres que asistían, que con gran esfuerzo habían limpiado, acondicionado y decorado el comedor, además de encargarse de la comida. Sería una jornada sin lujos, pues no sólo asistirían las personalidades más destacadas de la élite francesa y algún que otro invitado internacional que en ese momento se hallaba en París, sino también los miembros de la plebe que concurrían asiduamente al comedor. Geneviève había comprado de su bolsillo metros y metros de tela para que se confeccionasen ropas aptas, además de haberles entregado un pequeña canasta con elementos de higiene personal. —Irá a cambiarme. Gracias, Marietta. Felicita al resto de las trabajadoras por mí, por favor.
Se dirigió hacia su oficina, en ese momento convertida en habitación personal. Allí sus doncellas se encargaron de acondicionarla en un vestido ligero en color rosa pálido, con pequeñas incrustaciones de perlas a lo largo y ancho de la pieza superior. Mientras le ajustaban el corsé, despojada de los pudores que debía tener debido a su posición, calentaba la garganta junto a su profesor, que sus gustos personales le impedían sentir atracción por el voluminoso y estilizado cuerpo de Geneviève. Le informaron que Simone había llegado, y que los demás invitados estaban en su mayoría. Pidió que hicieran pasar a la otra anfitriona.
— ¡Simone! ¡Qué maravillosa te ves! —exclamó desde su asiento, observándola a través del espejo, mientras con tenazas calientes le armaban los bucles que luego serían recogidos en la coronilla y sujetados con una diadema de perlas cultivadas, haciendo juego con las del vestido. — ¿Gustas beber algo? Hay unos confites preparados por las señoras, que estoy segura te encantarán —comentó antes de indicarle a una de las ayudantes que le acercase la bandeja con todo tipo de manjares. —Estaré lista en unos minutos, pero aún tenemos tiempo. Tómate el necesario para revisar tu violín o para relajarte —le sonrió suavemente, lo máximo que su gesto siempre serio le permitía. —Tranquila. Brillarás.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 13/04/2013
Localización : Ciudadana del mundo
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Re: Wonderland | Privado
Wonderland
Sus orbes cristalinos se posaron en la iconografía que le rodeaba. Las tonalidades tan singulares que salpicaban de un colorido esplendido el lugar. Un rincón aparentemente alejado del bullicio parisino, como si de un santuario se tratase donde no existían reglas estrictas ni comentarios banales, pues podía percibir el trato de cálido de aquellas miradas, humanos al fin y al cabo, sin distinción alguna ni clase social que les separase. Así mismo no deja de asombrarle la belleza que ahí se comprimía. Sonreía y se sentía dichosa por haber sido invitada a dicho evento, no dejaba de darle vueltas en su cabeza los miles de infortunios que todas esas personas habían experimentado, sus ropajes sencillos y líneas de expresión rompían en miles de fragmentos la voluntad de la pequeña neerlandesa. Su humildad le prohibía sentirse ajena a la congoja de otros.
Sus pensamientos fueron turbados apenas por la voz del cochero quien presuroso entregó el instrumento en manos de la artista.
–Pero que despistada, merci Marcel– dijo amablemente.
Las delicadas palabras de una doncella le indicaron adentrarse en un pequeño salón. Asintió y se abrió paso entre la concurrencia para finalmente poder admirar nuevamente a su ahora anfitriona. Una discreta línea se dibujaba en sus labios al verse pasmada por su belleza, la tesitura de sus notas inundaban el lugar mientras le preparaban para la próxima actuación.
–Me siento apenada por el retraso– espetó con delicadeza –Muchas gracias por la invitación, prefiero no tomar nada antes del número– agradeció apenada.
Hizo una pequeña reverencia a la mujer que le mostraba los platillos servidos. Colocó la caja del violín sobre una mesita y le abrió para afinar sus cuerdas. Simone en ese aspecto había sorprendido siempre a sus mentores, quienes se sorprendían por la destreza de la pequeña, pero sobre todo por la entrega con la cual ejecutaba, ganándose el apodo de pequeña genio. Una por una las cuerdas eran despertadas del letargo eterno. Llevó hacia su mentón el instrumento para asegurarse que todo estaba en orden.
El chirrido producía un eco grave a los oídos de sus escuchas. Cerró los ojos entregándose a un breve ensayo de introducción mientras la cantante se preparaba a su manera. No importaba si las lecciones de vida le habían tratado con suma crueldad, Simone siempre daba lo mejor de sí en cada una de sus presentaciones, mostrando una cara afable para contagiar del poco júbilo que su corazón aún resguardaba a su público. De este modo aun en sus ensayos arrancaba siempre un par de aplausos. Esta vez no significó una excepción cuando terminó de afinar. Simone sonrió apenada y regalo una sonrisa a cada uno de los presentes.
–Merci madmoiselle Valoise, estoy segura que esto será fantástico, no tengo como agradecer el hecho de compartir un escenario tan bello con usted– respondió con honestidad haciendo énfasis en el notorio talento de su anfitriona.
El silencio afuera se hizo presente pues aparentemente todo estaba listo para dar inicio a su presentación.
Sus pensamientos fueron turbados apenas por la voz del cochero quien presuroso entregó el instrumento en manos de la artista.
–Pero que despistada, merci Marcel– dijo amablemente.
Las delicadas palabras de una doncella le indicaron adentrarse en un pequeño salón. Asintió y se abrió paso entre la concurrencia para finalmente poder admirar nuevamente a su ahora anfitriona. Una discreta línea se dibujaba en sus labios al verse pasmada por su belleza, la tesitura de sus notas inundaban el lugar mientras le preparaban para la próxima actuación.
–Me siento apenada por el retraso– espetó con delicadeza –Muchas gracias por la invitación, prefiero no tomar nada antes del número– agradeció apenada.
Hizo una pequeña reverencia a la mujer que le mostraba los platillos servidos. Colocó la caja del violín sobre una mesita y le abrió para afinar sus cuerdas. Simone en ese aspecto había sorprendido siempre a sus mentores, quienes se sorprendían por la destreza de la pequeña, pero sobre todo por la entrega con la cual ejecutaba, ganándose el apodo de pequeña genio. Una por una las cuerdas eran despertadas del letargo eterno. Llevó hacia su mentón el instrumento para asegurarse que todo estaba en orden.
El chirrido producía un eco grave a los oídos de sus escuchas. Cerró los ojos entregándose a un breve ensayo de introducción mientras la cantante se preparaba a su manera. No importaba si las lecciones de vida le habían tratado con suma crueldad, Simone siempre daba lo mejor de sí en cada una de sus presentaciones, mostrando una cara afable para contagiar del poco júbilo que su corazón aún resguardaba a su público. De este modo aun en sus ensayos arrancaba siempre un par de aplausos. Esta vez no significó una excepción cuando terminó de afinar. Simone sonrió apenada y regalo una sonrisa a cada uno de los presentes.
–Merci madmoiselle Valoise, estoy segura que esto será fantástico, no tengo como agradecer el hecho de compartir un escenario tan bello con usted– respondió con honestidad haciendo énfasis en el notorio talento de su anfitriona.
El silencio afuera se hizo presente pues aparentemente todo estaba listo para dar inicio a su presentación.
Simone Donizetti- Humano Clase Alta
- Mensajes : 65
Fecha de inscripción : 04/07/2014
Re: Wonderland | Privado
Sin dudas, la mano de Dios había acariciado a Simone el día de su nacimiento. Su talento parecía haber sido concebido con ella, y a pesar de que Geneviève no conocía los orígenes de la joven prodigio, podía distinguir en sus rasgos aniñados los dolores de la vida, esos tan hondos que sólo el arte es capaz de arrancar. La doncella casi le quema uno de los bucles, se había dejado llevar por la música celestial que emanaba de la niña, y aunque hubiese arruinado por completo su cabello, a la cantante no le habría molestado; también se encontraba extasiada ante el despliegue de las notas. Era un pequeño ensayo, un calentamiento, pero parecía el Cielo. De pronto, la habitación se convirtió en un paraíso, y aunque la actividad a su alrededor no cesó, los trabajadores que terminaban de ultimar el atuendo de Geneviève, y ella misma, parecían encontrarse flotando entre nubes.
Sorbió unos tragos de té de menta frío antes de ponerse de pie y darle un último vistazo a su aspecto. La imagen que el gran espejo ovalado enmarcado en oro le devolvía, le gustó. Una de las doncellas le trajo uno de los peluquines empolvados, y tras un instante de reflexión, lo rechazó. Le gustaba su peinado sencillo, y el producto que se usaba para colorear la peluca le provocaba tos y, lo menos que necesitaba, era un contratiempo de ese tipo. Sabía que algunos de los presentes tomarían eso como una afrenta, como si rechazase su condición de nieta de un Duque pero, como pronto se iría de París, no le interesaba lo que tuvieran para decir de ella. Su familia era bastante ajena al qué dirán –al menos en las nimiedades-, así que tampoco le afectaba por ellos.
—Yo debo agradecerte a ti por haber aceptado compartir conmigo esto tan especial —dijo tras darse vuelta. El sonido de su voz fue acompañado por el frufrú del vestido. Se acercó y la tomó de una de las manos. —Esto no es por mí, ni por mi apellido, ni por mi familia. Hoy, tenemos la oportunidad de darle a personas que, quizá jamás vuelvan a tener la posibilidad de disfrutar de un espectáculo que sólo las personas de nuestros recursos pueden. Piensa en ellos, en nadie más —y en sus ojos brillantes se reflejó la emoción de lo que acababa de emitir. Para Geneviève era un día muy especial, su primer acto benéfico como dueña del Comedor Comunitario, y estar acompañada de una artista como Simone, casi le arranca lágrimas.
La pelirroja no soltó la mano de la muchacha, y la guió hacia el exterior. Cuando la puerta se abrió, los presentes, inmediatamente, hicieron un pasillo para que ellas se dirigiesen al escenario, y acompañaban su recorrido con aplausos. Dos caballeros las ayudaron a subir, primero a la niña, luego a la anfitriona principal. Geneviève le lanzó un último vistazo a Simone, antes de tomar aire en unas cuantas ocasiones. El frenesí por la aparición de las artistas comenzaba a cesar, a medida que algunos trabajadores cerraban las cortinas y otros encendían los candelabros alrededor de la tarima, de modo que la iluminación de ellas destacara. El silencio reinó, y los primeros acordes del Ave María comenzaron a caer por sobre los presentes. La cadencia de la voz de Geneviève, que se adaptaba a los graves y a los agudos con total facilidad, parecía haberse fundido con la energía celestial que emanaba de Simone y su violín.
Sorbió unos tragos de té de menta frío antes de ponerse de pie y darle un último vistazo a su aspecto. La imagen que el gran espejo ovalado enmarcado en oro le devolvía, le gustó. Una de las doncellas le trajo uno de los peluquines empolvados, y tras un instante de reflexión, lo rechazó. Le gustaba su peinado sencillo, y el producto que se usaba para colorear la peluca le provocaba tos y, lo menos que necesitaba, era un contratiempo de ese tipo. Sabía que algunos de los presentes tomarían eso como una afrenta, como si rechazase su condición de nieta de un Duque pero, como pronto se iría de París, no le interesaba lo que tuvieran para decir de ella. Su familia era bastante ajena al qué dirán –al menos en las nimiedades-, así que tampoco le afectaba por ellos.
—Yo debo agradecerte a ti por haber aceptado compartir conmigo esto tan especial —dijo tras darse vuelta. El sonido de su voz fue acompañado por el frufrú del vestido. Se acercó y la tomó de una de las manos. —Esto no es por mí, ni por mi apellido, ni por mi familia. Hoy, tenemos la oportunidad de darle a personas que, quizá jamás vuelvan a tener la posibilidad de disfrutar de un espectáculo que sólo las personas de nuestros recursos pueden. Piensa en ellos, en nadie más —y en sus ojos brillantes se reflejó la emoción de lo que acababa de emitir. Para Geneviève era un día muy especial, su primer acto benéfico como dueña del Comedor Comunitario, y estar acompañada de una artista como Simone, casi le arranca lágrimas.
La pelirroja no soltó la mano de la muchacha, y la guió hacia el exterior. Cuando la puerta se abrió, los presentes, inmediatamente, hicieron un pasillo para que ellas se dirigiesen al escenario, y acompañaban su recorrido con aplausos. Dos caballeros las ayudaron a subir, primero a la niña, luego a la anfitriona principal. Geneviève le lanzó un último vistazo a Simone, antes de tomar aire en unas cuantas ocasiones. El frenesí por la aparición de las artistas comenzaba a cesar, a medida que algunos trabajadores cerraban las cortinas y otros encendían los candelabros alrededor de la tarima, de modo que la iluminación de ellas destacara. El silencio reinó, y los primeros acordes del Ave María comenzaron a caer por sobre los presentes. La cadencia de la voz de Geneviève, que se adaptaba a los graves y a los agudos con total facilidad, parecía haberse fundido con la energía celestial que emanaba de Simone y su violín.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: Wonderland | Privado
Wonderland
Cedió ante la respuesta positiva del personal de Geneviève. Se sintió abrazada por la sonoridad de los aplausos que gratificaban su ensayo. Sonriente, sujetó las extremidades de su ampuloso atuendo para reverenciarles. No existía nada más satisfactorio que el hecho de saber que con su música podía brindar un ápice de felicidad y solaz hacia aquellos con menos posibilidades. Simone había convivido con sus padres hasta la edad de 10 años, empero había sido suficiente tiempo para aprender los principios, los protocolos que una damisela de su edad debía mostrar ante la sociedad, fuesen de alta cuna o no. Defendía la ideología que todos merecían el mismo respeto aboliendo las divisiones de credos, sexo o color de piel. No apartó la mirada ni un solo segundo hacia su anfitriona. La perfección en sus accionares y el porte inquebrantable pero dulce a la vez siendo sus mandatos una petición, no un dictamen. Suspiró soñadora anhelando con devoción ser tan solo la mitad de hermosa y perfecta que ella.
El atuendo vaporoso, con la joyería discreta y el espeso color en las pestañas de Geneviève no dejaban de causar admiración en Simone. Por unos instantes, el retrato de su madre hizo acto de presencia en la profundidad de su corazón. Atendiendo a la interrogativa de saber si la madre de aquella joven habría muerto también o seguía teniendo la fortuna de contar con su abrazo cálido. Seguramente había infundido muchas doctrinas nobles en ella, dada la gracia que desplegaba en sus movimientos.
–Por favor, no agradezca nada, estoy sumamente encantada de compartir este momento con usted, ofrezco esta tarde de corazón a usted en primer lugar por invitarme y aquellos que asistirán al evento madmoiselle Valoise–
Sujetó con fuerza las manos ajenas prometiéndose a sí misma dar lo mejor en dicha velada.
–Así será–
Se dejó guiar por ella mientras las miradas atónitas de sus invitados recaían de lleno en las siluetas de ambas féminas. Lentamente se abrieron paso en medio del recatado eco de murmullos, aplausos y sonrisas plasmadas en los presentes. La luz sobria de los candelabros les cobijaban de las inclemencias del tiempo y las tonalidades purpura de las cortinas brindaban una atmosfera de ensueño. Al subir al escenario el pequeño corazón de la violinista causaba un eco trémulo en su pecho. Bastó la mirada de la cantante para que se armara de valor y liberará aquellas ataduras que de vez en cuando agitaban su pueril mente.
Llevó el extremo del violín al mentón para iniciar la catarsis sonora. Poco a poco las notas nacían de las entrañas del instrumento, una a una tejían los acordes, yuxtapuestos, nostálgicos, lánguidos pero no ausentes de perfección y belleza a dicho acto la voz candorosa de Geneviève se unía para dar nacimiento a una simbiosis musical. Algunas personas cerraron los ojos, habían sido atrapados por la cadencia de las notas que fluían en un ir y venir por todo el lugar, nadie se hubiera atrevido a irrumpir, pues en ese preciso momento no había cabida para las clases sociales, los rencores o los miedos.
El atuendo vaporoso, con la joyería discreta y el espeso color en las pestañas de Geneviève no dejaban de causar admiración en Simone. Por unos instantes, el retrato de su madre hizo acto de presencia en la profundidad de su corazón. Atendiendo a la interrogativa de saber si la madre de aquella joven habría muerto también o seguía teniendo la fortuna de contar con su abrazo cálido. Seguramente había infundido muchas doctrinas nobles en ella, dada la gracia que desplegaba en sus movimientos.
–Por favor, no agradezca nada, estoy sumamente encantada de compartir este momento con usted, ofrezco esta tarde de corazón a usted en primer lugar por invitarme y aquellos que asistirán al evento madmoiselle Valoise–
Sujetó con fuerza las manos ajenas prometiéndose a sí misma dar lo mejor en dicha velada.
–Así será–
Se dejó guiar por ella mientras las miradas atónitas de sus invitados recaían de lleno en las siluetas de ambas féminas. Lentamente se abrieron paso en medio del recatado eco de murmullos, aplausos y sonrisas plasmadas en los presentes. La luz sobria de los candelabros les cobijaban de las inclemencias del tiempo y las tonalidades purpura de las cortinas brindaban una atmosfera de ensueño. Al subir al escenario el pequeño corazón de la violinista causaba un eco trémulo en su pecho. Bastó la mirada de la cantante para que se armara de valor y liberará aquellas ataduras que de vez en cuando agitaban su pueril mente.
Llevó el extremo del violín al mentón para iniciar la catarsis sonora. Poco a poco las notas nacían de las entrañas del instrumento, una a una tejían los acordes, yuxtapuestos, nostálgicos, lánguidos pero no ausentes de perfección y belleza a dicho acto la voz candorosa de Geneviève se unía para dar nacimiento a una simbiosis musical. Algunas personas cerraron los ojos, habían sido atrapados por la cadencia de las notas que fluían en un ir y venir por todo el lugar, nadie se hubiera atrevido a irrumpir, pues en ese preciso momento no había cabida para las clases sociales, los rencores o los miedos.
Simone Donizetti- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 04/07/2014
Re: Wonderland | Privado
El único momento de liberación que Geneviève poseía era cuando cantaba. Podía sentir que, a medida que las palabras cobraban vida en su garganta, le crecían alas en la espalda y se convertía en un pájaro triste que le cantaba a la alegría que nunca tendría. Su arte, ese que nacía en lo más profundo de su alma, la elevaba, y el mundo dejaba de contar. Sí, brindaba un espectáculo que llegaba al corazón de propios y extraños, pero Geneviève también cantaba para sí; era a ella misma a la que buscaba deleitar y tranquilizar. En ese instante, sobre el escenario improvisado, sólo la compañía de Simone la conectaba con la realidad, pero sus sentidos estaban puestos en la oración que le elevaban a la Virgen. Le gustaba cantarle a la madre de Jesús, quizá porque solía envidiarlo de tener una mujer que lo amase tanto. Ella también cargaba su cruz, la soledad y el confinamiento, pero no tenía con quién compartir el peso sobre sus hombros, por lo que había aprendido a sortear el difícil camino sin compañía ni ayuda. No era que su madre fuera una mala persona, pero no tenían nada en común, sólo el color de cabello y la contextura física.
La canción pasó demasiado rápido, como todos los bellos momentos de la vida, que se volvían tan efímeros que costaba creerlos reales. Su pecho había subido y bajado al son del Ave María, y ahora se encontraba henchido de emoción por los aplausos, que primero fueron vagos, pesados, como si aún los presentes se encontrasen abstraídos en el universo que ambas artistas habían creado para ellos, como si los ángeles les hubiesen tapado los oídos y los ojos, y sólo pudiesen ver y escuchar a través de sus corazones. Geneviève, a pesar de estar acostumbrada a esa reacción, jamás dejaba de enorgullecerse. Como toda cantante, tenía su dosis de vanidad, sabía que era buena en lo suyo, pero lejos de conformarse, la joven se planteaba, diariamente, los retos a superar. Sabía que nunca era suficiente, y quizá nunca lo sería; quizá nunca estaría completamente perfecto, y era el presente el único tiempo que poseía. Comenzaban a agotarse los días, su matrimonio se acercaba y todo el mundo conocido, llegaría a su fin. Se preguntó por qué se acordaba de tamaña angustia, cuando debía estar disfrutando del espectáculo, y comprendió que era porque su prometido se encontraba frente a ella, aplaudiendo orgulloso.
—Simone —apoyó suavemente su mano en el hombro de la niña, que parecía feliz. ¿Y cómo no serlo? ¿Cuántas veces había recibido aquel merecido regalo? Geneviève esperó a que los invitados se calmasen y, de esa forma, volver a ejercer su rol de anfitriona. —Quiero agradecerles a todos por sus cálidos aplausos —comenzó su discurso. No era dada a las expresiones públicas, pero al ser ella la organizadora del evento solidario, sabía que había reglas de protocolo por cumplir. —Pero, especialmente, quiero agradecerle a ésta dama, con la cual he tenido el honor y el placer de compartir éste escenario —sus ojos se desviaron hacia el rostro infantil. —Simone de Vries, a pesar de su corta edad, es una de las personas con las cuales más me ha gustado trabajar, y me gustaría pedirle, si es de su agrado, nos compartiese alguna de sus melodías en un solo —Geneviève lejos estaba de querer avergonzarla; sabía perfectamente que entre los espectadores había músicos de renombre, y podía ser la mejor oportunidad para que la muchachita consiguiese un mentor que le ampliase los horizontes. El público respondió con vítores a la petición de la pelirroja.
La canción pasó demasiado rápido, como todos los bellos momentos de la vida, que se volvían tan efímeros que costaba creerlos reales. Su pecho había subido y bajado al son del Ave María, y ahora se encontraba henchido de emoción por los aplausos, que primero fueron vagos, pesados, como si aún los presentes se encontrasen abstraídos en el universo que ambas artistas habían creado para ellos, como si los ángeles les hubiesen tapado los oídos y los ojos, y sólo pudiesen ver y escuchar a través de sus corazones. Geneviève, a pesar de estar acostumbrada a esa reacción, jamás dejaba de enorgullecerse. Como toda cantante, tenía su dosis de vanidad, sabía que era buena en lo suyo, pero lejos de conformarse, la joven se planteaba, diariamente, los retos a superar. Sabía que nunca era suficiente, y quizá nunca lo sería; quizá nunca estaría completamente perfecto, y era el presente el único tiempo que poseía. Comenzaban a agotarse los días, su matrimonio se acercaba y todo el mundo conocido, llegaría a su fin. Se preguntó por qué se acordaba de tamaña angustia, cuando debía estar disfrutando del espectáculo, y comprendió que era porque su prometido se encontraba frente a ella, aplaudiendo orgulloso.
—Simone —apoyó suavemente su mano en el hombro de la niña, que parecía feliz. ¿Y cómo no serlo? ¿Cuántas veces había recibido aquel merecido regalo? Geneviève esperó a que los invitados se calmasen y, de esa forma, volver a ejercer su rol de anfitriona. —Quiero agradecerles a todos por sus cálidos aplausos —comenzó su discurso. No era dada a las expresiones públicas, pero al ser ella la organizadora del evento solidario, sabía que había reglas de protocolo por cumplir. —Pero, especialmente, quiero agradecerle a ésta dama, con la cual he tenido el honor y el placer de compartir éste escenario —sus ojos se desviaron hacia el rostro infantil. —Simone de Vries, a pesar de su corta edad, es una de las personas con las cuales más me ha gustado trabajar, y me gustaría pedirle, si es de su agrado, nos compartiese alguna de sus melodías en un solo —Geneviève lejos estaba de querer avergonzarla; sabía perfectamente que entre los espectadores había músicos de renombre, y podía ser la mejor oportunidad para que la muchachita consiguiese un mentor que le ampliase los horizontes. El público respondió con vítores a la petición de la pelirroja.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: Wonderland | Privado
Wonderland
Al encontrarse con aquellas almas errantes Simone no pudo evitar sentir una empatía natural. Sus dones sobrenaturales como artísticos iban creciendo poco a poco para bien de la mano de Ruslana y aunque evitaba ahondar en las tonalidades de cada uno de los presentes, estaba consciente que cada uno resguardaba un dolor, una desdicha que les aquejaba aunque sus sonrisas fuesen más grandes. Incluso su anfitriona parecía encubrir maculas de su pasado bajo el espeso rubor que resaltaba su belleza natural. Ante esas eventualidades Simone se sentía impotente, pues no sabía qué hacer para aminorar esa pesada carga aunque la suya resultara a veces mayor. Sonrió ligeramente ruborizada ante los aplausos y la sutil caricia brindada por la mano de Genevieve, una mujer visionaria que abría su corazón a extraños para acallar el dolor por un día o dos, que eran los que regularmente se encontraba más concurrido y ella estaba presente, pues como dama de alta cuna seguramente había muchas cosas que demandaban su completa atención.
La voz de la pelirroja era calma cuando no estallaba en el éxtasis de alguna nota. Se dirigió a la audiencia sin dejar en segundo plano a la pequeña hechicera, agradeciendo nuevamente la oportunidad de compartir un momento como ese. Tras haber encontrado una nueva vida a lado de quien consideraba su madre biológica era casi imposible no ser feliz, como evitar que ese sentimiento se desbordara por sus orbes cristalinos o la tonalidad cantarina de su voz, tras una colosal perdida como la suya había sabido mantener el rumbo de su corta existencia. Se sentía dichosa de la nueva vida que Paris le regalaba y con Genevieve como compañía comprendió que solo se vive una vez y esa dadiva la tenía ahora, en ese justo momento.
Con cierto nerviosismo y por primera vez en toda la agradable velada, Simone se dirigió a las personas que le miraban con avidez.
–Yo… estoy muy contenta de complacerles una vez más con otra pieza, si usted madmoiselle Levallois me permite– susurró mientras acomodaba su instrumento nuevamente bajo su mentón.
El silencio se desplomó al primer rasgueo de las cuerdas. Sus inseguridades se desvanecían por completo cuando se decidía a tocar. La mirada se apagó por unos segundos dando rienda suelta a las notas que fluían una vez más en un vaivén acompasado por el arpa y el cello al fondo. En ese estado de aparente letargo ejecutó con eximia técnica un solo breve, pues su instinto sobre natural le advertía de otras presencias que no había identificado con los ojos abiertos, era una mancha oscura que caía sobre el recinto pero no lograba identificar de dónde provenía. Detuvo de tajo el sonido y el pecho latía acelerado, a esta reacción inusual un par de gritos entre la concurrencia terminó por irrumpir el número ¿Qué estaba pasando?
La voz de la pelirroja era calma cuando no estallaba en el éxtasis de alguna nota. Se dirigió a la audiencia sin dejar en segundo plano a la pequeña hechicera, agradeciendo nuevamente la oportunidad de compartir un momento como ese. Tras haber encontrado una nueva vida a lado de quien consideraba su madre biológica era casi imposible no ser feliz, como evitar que ese sentimiento se desbordara por sus orbes cristalinos o la tonalidad cantarina de su voz, tras una colosal perdida como la suya había sabido mantener el rumbo de su corta existencia. Se sentía dichosa de la nueva vida que Paris le regalaba y con Genevieve como compañía comprendió que solo se vive una vez y esa dadiva la tenía ahora, en ese justo momento.
Con cierto nerviosismo y por primera vez en toda la agradable velada, Simone se dirigió a las personas que le miraban con avidez.
–Yo… estoy muy contenta de complacerles una vez más con otra pieza, si usted madmoiselle Levallois me permite– susurró mientras acomodaba su instrumento nuevamente bajo su mentón.
El silencio se desplomó al primer rasgueo de las cuerdas. Sus inseguridades se desvanecían por completo cuando se decidía a tocar. La mirada se apagó por unos segundos dando rienda suelta a las notas que fluían una vez más en un vaivén acompasado por el arpa y el cello al fondo. En ese estado de aparente letargo ejecutó con eximia técnica un solo breve, pues su instinto sobre natural le advertía de otras presencias que no había identificado con los ojos abiertos, era una mancha oscura que caía sobre el recinto pero no lograba identificar de dónde provenía. Detuvo de tajo el sonido y el pecho latía acelerado, a esta reacción inusual un par de gritos entre la concurrencia terminó por irrumpir el número ¿Qué estaba pasando?
Simone Donizetti- Humano Clase Alta
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Re: Wonderland | Privado
Geneviève abandonó el escenario para dejar que la niña desplegara su talento. Se ubicó entre el público, y sintió la mano de su abuelo sobre su hombro. Giró y le dedicó una de esas sonrisas que sólo eran para él, y luego se aferró a su brazo, apoyando levemente la cabeza en él. Ese hombre representaba lo más amado, y gracias a su ayuda, había conseguido que aquel lugar le perteneciera. Sus gestiones habían sido fundamentales, pues no estaba bien visto que una mujer fuera poseedora de bienes. Auguste Lemoine-Valoise, Duque de Aquitania, todo lo podía, y más si ese todo era para su nieta predilecta. El anciano se había recuperado por completo de sus problemas de corazón, y gozaba de excelente salud, y aquel evento era su primera salida social tras el incidente sufrido el día de su cumpleaños. La pelirroja estaba exultante.
El espectáculo solista de Simone comenzó, y la expectativa se notaba en todos los presentes. Sin dudas, aquella pequeña era muy especial, no sólo por su talento, sino por su presencia. Si a la cantante le preguntaban, la definiría como “angelada”. Sí, Simone era como un pequeño ángel que había descendido para alegrar las almas de todos aquellos que la escuchaban. Geneviève estaba feliz de haberla conocido, de que su visita a París no fueran sólo noticias pálidas y tragos amargos. Para esa época, el año entrante, seguramente ya no estaría en Francia y tampoco cantaría.
Sus pensamientos, provocados por el deleite de la melodía, se interrumpieron al notar un extraño movimiento en el público. Simone se detuvo y Geneviève se puso en puntas de pie y volteó. Una cortina de humo comenzaba a cernirse sobre los presentes. Los hombres que cuidaba de su abuelo, no tardaron en estar sobre ellos, informándoles sobre un incendio. Se vieron envueltos por las personas que corrían de un lado a otro, y la pelirroja logró zafarse de uno de los custodios, para subir a gatas al escenario, donde la nena aún se encontraba en estado de shock.
—Simone, Simone —la llamó entre accesos de tos provocados por el humo— Vamos, pequeña —la obligó a soltar el violín y la tomó entre sus brazos. Descendió corriendo y maldiciendo la pompa del vestido, que le quitaba movilidad. Había perdido de vista a su abuelo, y agradeció que sus hombres lo hubieran sacado rápidamente de ahí, sin esperarla. Iban apretadas entre los concurrentes, que se habían aglomerado en las salidas, bloqueándolas. Apretaba a la niña contra ella, no la soltaría jamás. Recordó una salida alternativa, y cambió de dirección. Estaba detrás del escenario. Cuando encontró la puerta, ésta estaba cerrada. —Santo Dios… —murmuró, dejando a la nena en el suelo. —Ayúdame a tirar, Simone —le pidió, mientras forzaba el picaporte.
El espectáculo solista de Simone comenzó, y la expectativa se notaba en todos los presentes. Sin dudas, aquella pequeña era muy especial, no sólo por su talento, sino por su presencia. Si a la cantante le preguntaban, la definiría como “angelada”. Sí, Simone era como un pequeño ángel que había descendido para alegrar las almas de todos aquellos que la escuchaban. Geneviève estaba feliz de haberla conocido, de que su visita a París no fueran sólo noticias pálidas y tragos amargos. Para esa época, el año entrante, seguramente ya no estaría en Francia y tampoco cantaría.
Sus pensamientos, provocados por el deleite de la melodía, se interrumpieron al notar un extraño movimiento en el público. Simone se detuvo y Geneviève se puso en puntas de pie y volteó. Una cortina de humo comenzaba a cernirse sobre los presentes. Los hombres que cuidaba de su abuelo, no tardaron en estar sobre ellos, informándoles sobre un incendio. Se vieron envueltos por las personas que corrían de un lado a otro, y la pelirroja logró zafarse de uno de los custodios, para subir a gatas al escenario, donde la nena aún se encontraba en estado de shock.
—Simone, Simone —la llamó entre accesos de tos provocados por el humo— Vamos, pequeña —la obligó a soltar el violín y la tomó entre sus brazos. Descendió corriendo y maldiciendo la pompa del vestido, que le quitaba movilidad. Había perdido de vista a su abuelo, y agradeció que sus hombres lo hubieran sacado rápidamente de ahí, sin esperarla. Iban apretadas entre los concurrentes, que se habían aglomerado en las salidas, bloqueándolas. Apretaba a la niña contra ella, no la soltaría jamás. Recordó una salida alternativa, y cambió de dirección. Estaba detrás del escenario. Cuando encontró la puerta, ésta estaba cerrada. —Santo Dios… —murmuró, dejando a la nena en el suelo. —Ayúdame a tirar, Simone —le pidió, mientras forzaba el picaporte.
Geneviève Lemoine-Valoise- Humano Clase Alta
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Re: Wonderland | Privado
Wonderland
Repentinamente sus movimientos firmes al ejecutar el instrumento se vieron reemplazados por el nerviosismo y el latido precipitado que explotaba en su pecho. Estaba en lo cierto, sus sentidos le alertaban de un peligro inminente aunque no fue hasta que el grito de la concurrencia alborotó al resto de los músicos que Simone se percató de la cortina de humo. Las personas no demoraron en abrirse paso para salir a salvo del escenario, sin embargo a la mente de la pequeña las imágenes de su pretérita desgracia le asaltaron rampantes. En cuestión de segundos la gracia y seguridad que demostraba comúnmente en los escenarios se vieron remplazados por el temor de quedar atrapada entre las llamas. Su cuerpo frágil se paralizó y aunque hubiese querido gritar un nudo en la garganta se lo impedía.
–Ge...Geneviéve– espetó en un murmullo apenas audible.
Aunque podía ver en el semblante de la pelirroja la desesperación su cuerpo no le respondía. Por fortuna la mujer desvaneció aquel sentimiento cuando la tomó entre brazos desprendiéndose por unos instantes del instrumento. Simone se aferró a ella como lo hubiese hecho con su madre, resultaba curiosa la manera en la cual inocentemente veía en cada modelo femenino la silueta de su progenitora. Con dificultad avanzaron hacia una dirección distinta, a lo lejos aún se escuchaban las exclamaciones de desesperación y zozobra por parte de la concurrencia. Se puso de pie nuevamente y aunque había escuchado con claridad la instrucción por parte de su anfitriona se mantuvo estática un par de lágrimas inevitablemente brotaron de sus cantarines ojos. El trauma vivido en años pasados le impedía pensar con claridad aunque la situación le demandase lo contrario.
No obstante la mirar el semblante de la mujer quien luchaba por hallar una salida, tuvo que sobreponerse una vez más a ese monstruo que aun yacía en su subconsciente.
Solo pudo asentir y de inmediato y limpiar aquellas maculas con el antebrazo.
–Parece que… está atorado–
Dijo mientras tiraba con todas sus fuerzas, el humo invadió el espacio en cuestión de segundos y con demasiada dificultad lograron abrir la pesada puerta. Quizás el instinto de sobrevivencia de ambas mujeres les dio ese empuje para salir avante en dicha eventualidad. Un par de hombres enseguida les auxiliaron aunque la mayor parte de la labor estaba cumplida. Cuando fueron conducidas a un lugar más tranquilo, notaron que la mayor parte de las personas habían resultado ilesas, aunque la mayor parte del escenario había sido afectado gravemente incluyendo la decoración y un par de objetos más. El rostro angelical de Simone mancillado por el llanto miró con un dejo de nostalgia aquellos escombros y posteriormente a quien se hallaba a su lado.
–Madmoiselle Levalois…–
Soltó entre un leve gimoteo.
–Las personas… las personas corrían y yo, yo no pude hacer nada, me quedé inerte y…el violín, se ha quemado…–
Fue un momento de debilidad y no pudo evitar más su llanto, abrazándose como un acto reflejo a la cintura de la mujer. Eran demasiadas cosas guardadas en su corazón y que con un incidente habían despertado una vez más.
–Ge...Geneviéve– espetó en un murmullo apenas audible.
Aunque podía ver en el semblante de la pelirroja la desesperación su cuerpo no le respondía. Por fortuna la mujer desvaneció aquel sentimiento cuando la tomó entre brazos desprendiéndose por unos instantes del instrumento. Simone se aferró a ella como lo hubiese hecho con su madre, resultaba curiosa la manera en la cual inocentemente veía en cada modelo femenino la silueta de su progenitora. Con dificultad avanzaron hacia una dirección distinta, a lo lejos aún se escuchaban las exclamaciones de desesperación y zozobra por parte de la concurrencia. Se puso de pie nuevamente y aunque había escuchado con claridad la instrucción por parte de su anfitriona se mantuvo estática un par de lágrimas inevitablemente brotaron de sus cantarines ojos. El trauma vivido en años pasados le impedía pensar con claridad aunque la situación le demandase lo contrario.
No obstante la mirar el semblante de la mujer quien luchaba por hallar una salida, tuvo que sobreponerse una vez más a ese monstruo que aun yacía en su subconsciente.
Solo pudo asentir y de inmediato y limpiar aquellas maculas con el antebrazo.
–Parece que… está atorado–
Dijo mientras tiraba con todas sus fuerzas, el humo invadió el espacio en cuestión de segundos y con demasiada dificultad lograron abrir la pesada puerta. Quizás el instinto de sobrevivencia de ambas mujeres les dio ese empuje para salir avante en dicha eventualidad. Un par de hombres enseguida les auxiliaron aunque la mayor parte de la labor estaba cumplida. Cuando fueron conducidas a un lugar más tranquilo, notaron que la mayor parte de las personas habían resultado ilesas, aunque la mayor parte del escenario había sido afectado gravemente incluyendo la decoración y un par de objetos más. El rostro angelical de Simone mancillado por el llanto miró con un dejo de nostalgia aquellos escombros y posteriormente a quien se hallaba a su lado.
–Madmoiselle Levalois…–
Soltó entre un leve gimoteo.
–Las personas… las personas corrían y yo, yo no pude hacer nada, me quedé inerte y…el violín, se ha quemado…–
Fue un momento de debilidad y no pudo evitar más su llanto, abrazándose como un acto reflejo a la cintura de la mujer. Eran demasiadas cosas guardadas en su corazón y que con un incidente habían despertado una vez más.
Simone Donizetti- Humano Clase Alta
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