AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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The Grace [Privado]
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The Grace [Privado]
A cada paso que daba y en cada acto que le precedía me alejaba un poco más de ella. Empero, seguía presente contradictoriamente en las ideas que rondaban mi mente, cuando me mostraba ajeno a la bulliciosa cotidianeidad que rodeaba la capital. De antemano sabía que no iba a ser fácil continuar sin tenerla a mi lado, sin despertar cada madrugada recibiendo un beso suyo de buenos días o sin poder contemplar la sonrisa que alegraba mi existir. Una semi curva se trazó en mis comisuras de forma ilusa, anhelando con ansías que algún día eso fuera cierto, soñaba despierto con el día en que pudiese erradicar del todo mis temores y vencer aquellas quimeras que aún herían en lo más profundo de mi alma. Mientras tanto debía continuar con esta búsqueda para poder distraer mi inquietud, me rindo ante la tibia caricia de los primeros rayos matutinos, despierto desolado y con una acongoja que aprieta asfixiante, al grado de casi dejarme sin aliento.
¿Dónde te encuentras ahora…?
Mis ojos minusválidos contemplan la escena fría en el salón y de mala gana me levanto una vez más para dar inicio al ritual de un nuevo día, otro día más sin ella.
El golpe suave de Miroslav quien se muestra afable conmigo me anuncia que tanto el desayuno como el carruaje están listos. Con una sonrisa amplia agradezco tal gesto en él, pues a pesar que es su trabajo, nunca me deja solo, ni en mis momentos más oscuros se atrevería a hacerlo. Durante el desayuno ningún otro eco resuena en mi mente más que el sonido de las aves estivales revoloteando en el enorme jardín. Bebo el último sorbo del jugo y antes de salir, me percato de una exposición en el Conservatorio de música en la capital. Una de mis cejas se frunce tratando de comprender, se trataba de la exposición de un piano, un ejemplar excelso muy parecido al de Eugenia. El cochero entra presuroso a advertirme que es hora y sin sonar altanero le pido cambiar de dirección. Sé que quizás no era del todo correcto seguir aferrándome a esos detalles del pasado pero cuando se encuentra perdido, es lo único que puede impulsarte a ver de frente otra vez.
Durante el trayecto mis orbes se pierden en el tumulto que avanza con pasos sosegados por las calles, curiosamente creo ver a Tanish en el rostro de cada una de las jóvenes que elegantemente pasean del brazo de algún petulante caballero. Parpadeo un par de veces más para salir de mi ensueño y el cochero me indica que hemos arribado. El sonido del instrumento resuena hasta la entrada del salón principal, como dándome la bienvenida sin que supiera de mi existencia. Con un gesto indico al cochero que puede marcharse y sin embargo este insiste en esperar a que mi visita termine. Sonrio agradecido y me dispongo a averiguar lo que dentro sucede. El espacio es vasto y la decoración sobria lo cual personalmente he admirado siempre, mi sorpresa aumenta al encontrar a un par de jóvenes tratando de componer Händel, inevitablemente irrumpo para indicar que una de las notas está siendo mal ejecutada y con el permiso de uno de ellos tomo lugar en el taburete marrón moviendo hacia atrás la caída de la capa escarlata para así dar paso a la composición.
Última edición por Mariano De Gaudí el Mar Nov 17, 2015 11:51 am, editado 1 vez
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Grace [Privado]
"La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del amor."
Kurt D. Cobain
Kurt D. Cobain
El sonido de las voces que la rodeaban, seguido de algunas carcajadas o el inconfundible tintineo de las copas al chocarse en brindis improvisados, le decían lo que había deseado desde el momento en que había realizado aquel evento, que todos se estaban divirtiendo.
Aquella fiesta significaba para ella, no sólo el regreso a la sociedad y sus frívolas preocupaciones, sino una tregua con sus propios sentimientos. Había llegado a un pacto con su corazón, él le dejaba respirar sin que le doliera tanto y ella prometía pensar cada vez menos en aquellos que se habían ido. Podía sonar egoísta, pero ya no podía seguir oculta en su Mansión, era joven, le quedaba mucho por hacer y ella quería vivir. Quizás fuera más que evidente el hecho de que terminaría siendo una solterona con mucho dinero en sus manos, pero era un pequeño precio a pagar por su libertad. Más ahora que su corazón melancólico se había calmado.
Ataviada con un vestido blanco de seda y tul, con pequeñas perlas naturales y cristales brillantes sobre su corpiño, dándole luz a su vestimenta de una forma sencilla, aunque poco exagerada. Había llegado a un acuerdo con su modista y le había recordado que no deseaba ser una joya andante, sólo unos detalles salteados que hicieran que cada uno de sus movimientos le otorgase el resplandor de los cristales al chocar con la iluminación de las velas.
Su cuello lucía un collar de pequeños zafiros que encajaban a la perfección con el tenue brillo azulado de los cristales de su vestido, así como el fino lazo que adornaba la cinturilla, marcando la estrecha figura que poseía, acorde a la moda parisina del momento.
Paseó por el lugar, asegurándose de que todo estuviera en el sitio que le correspondía, saludando a sus invitados con su característica sonrisa inocente y cargada de aprecio. Recibió las condolencias necesarias por la muerte de su último familiar vivo, su tía, y les agradeció el haber asistido al evento. Rió junto algunos profesores, reuniéndolos con algunos de los inversores del Conservatorio, permitiendo que genios y ricos se uniesen para hablar de negocios u otros menesteres y se relajó al escuchar el sonido del piano.
La canción, interpretada por uno de sus alumnos, le hizo recordar el momento en que ella había conseguido terminar con aquel sueño mágico que había sido el Conservatorio. Muchas veces había creído que las obras no terminarían, pero allí estaban; jóvenes y maestros, personas ricas y meros trabajadores o músicos que nada tenían a parte de su instrumento y composiciones. Sonrió al notar que habían momentos en que el destino parecía disponer una unión más perfecta de lo que jamás había parecido posible en otro lugar o momento. Aunque algo atrajo su atención, sacándola de sus pensamientos.
Un hombre que no conocía había interrumpido a su alumno para corregirlo y unirse al elenco, deleitándolos con la magistral música que creaban sus dedos sobre el teclado. Como si sus caricias fuesen respondidas con el ronroneo satisfecho del piano, las notas flotaron, llamando a sus pies a abandonar su lugar y acercarse para poder escuchar mejor.
Caminó entre los asistentes, hasta quedar a un lado del pianista, bebiendo cada uno de sus movimientos elegantes, aprendiendo de ellos como si fuese una alumna más. Y, cuando la canción terminó, aplaudió con una brillante sonrisa junto a los demás, mirando al desconocido con un brillo divertido en sus ojos, ya que sabía que no había estado previsto que él tocase ante los demás.
- Una pieza exquisita Monsieur, tiene magia en sus dedos. - Mantuvo su sonrisa y realizó una elegante reverencia ante él a modo de saludo, haciendo que las ondas oscuras de su cabello se deslizasen por sus hombros.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: The Grace [Privado]
Apenas me había percatado de la audiencia que probablemente asistía al lugar con la finalidad de aprender más acerca de las exquisitas piezas que dicho Conservatorio mostraba al mundo esta noche. Sonreí cálidamente a los jovencitos, quienes ávidos de conocimiento permanecieron a mi lado escrutando minuciosamente mis movimientos. Desnudé ambas manos colocando los guantes sobre mi rodilla izquierda y entonces me dispuse a despertar a tan caprichosas notas de su letargo. Deslicé mis dedos sutilmente sobre el mármol, acompasándolas una a una. Cerré los ojos e inevitablemente las imágenes de mi niñez intoxicaron mi alma una vez más, Eugenia permanecía a mi lado calcando una sonrisa suave en sus labios en muestra de aprobación por las clases aprendidas, sus métodos rígidos rendían frutos al ver a un inexperto joven en su intento por componer una de las más reconocidas piezas ejecutadas en piano.
El elixir del sonido alcanzó la cima al desenvolver una sonoridad nostálgica y casi magistral, breve pero casi tangible a los corazones. Y fue del mismo modo en el cual inicié dicho ritual que lo estaba finalizando. El eco de las notas agonizaba en la atmosfera y una vez más morían en este ciclo interminable. Cuando abrí mis orbes una vez más a la luz taciturna del salón, el sonido sobrio de un par de aplausos me tomó por sorpresa. Sonreí un poco apenado quizás, pues mi intención nunca había sido llamar su atención. Hice una ligera reverencia y palpé la testa de uno de los pequeños. El gentío retomaba nuevamente su cauce excepto una de ellas.
Alcé la vista, retomando claridad en el foco proporcionado por mis ojos y le vi inesperadamente. La distancia entre los dos daba espacio a muchas deducciones que conforme al paso de la noche seguramente quedarían esclarecidas.
–Muchas gracias– asentí –Sin embargo sería un poco exagerado hablar de magia–
Sonreí cortésmente a aquella dama quien mostraba un semblante sobrio, elegante y podría atreverme a decir que su mirada poseía cierto aire de nostalgia. La forma en la cual su cabellera caía caprichosamente sobre sus diminutos hombros no restaba nada a su belleza natural. Oculté los guantes bajo el abrigo y estreché su mano para presentarme correctamente.
–Mariano De Gaudí, mucho gusto madmoiselle–
Aunque había pasado mucho tiempo en Londres, aún poseía cierta tonalidad en mis frases al momento de dirigirme en público, seguramente la joven descubriría con facilidad mi nacionalidad. Con ello, el temor, por llamarle de una forma, de ser descubierto con el título nobiliario pendía de un hilo. Nunca había gustado de presentarme con tal sobrenombre por delante, era tan sólo un misterio más que prefería mantener oculto de ser posible. Al fondo del recinto, la sutileza de un par de violines hería la tranquilidad para dar rienda suelta a un frenesí discreto de piezas clásicas.
–Que agradable lugar ¿no le parece?– susurré, en un intento por iniciar una charla que no estaba incluida en mi itinerario, pero que agradecería desarrollar para alejarme de mi rutina, al menos por esta noche.
Última edición por Mariano De Gaudí el Mar Nov 17, 2015 11:49 am, editado 1 vez
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Grace [Privado]
Sueñan con un sueño de paz.
Lloran por un sueño de mar.
Lloran por un sueño de mar.
Levantó sus ojos hacia él al escuchar su voz. A pesar de haber vuelto a erguirse con elegancia, gracias a las numerosas veces que había realizado reverencias hasta conseguir que un movimiento tan controlado fluyese de manera natural, su cabeza se mantenía ligeramente inclinada hacia un lado con aire infantil.
- ¿Español? – Preguntó con un murmullo sorprendido y cálido que se reflejó en la brillante sonrisa que le ofreció al desconocido pianista. El motivo de su gesto sorprendente no era otro que el reconocer en sus palabras el deje del idioma materno que siempre había guardado profundamente en su corazón. El legado de su madre había sido siempre su idioma y los rasgos que compartían ambas, siendo Ruslana una joven copia de aquella mujer ya fallecida.
A su alrededor, todos seguían su camino, alejándose de ellos para continuar sus conversaciones interrumpidas por el solo que había realizado Mariano al tocar de una forma tan cálida y llena de sentimiento. Mientras el susurro de voces y risas quedaba amortiguado por los recuerdos que calentaban el corazón de la joven, sus ojos le otorgaron al caballero una mirada de agradecimiento por haberle concedido unos instantes de paz en su, ya de por sí desastrosa, memoria. No solía tener momentos de paz, instantes en los que no pensase en la ausencia de afecto que tenía su vida, así que aquel instante había sido un pequeño paso hacia lo desconocido.
- Perdóneme, mis modales suelen ser mejor de lo que estoy demostrando esta noche.- Se avergonzó al notar que había dejado que su mente se evadiese, mostrando más de sí misma en sus facciones de lo que hubiera querido hacer. Recogió uno de sus mechones de pelo entre los dedos y lo colocó detrás de la oreja, intentando recomponerse, mostrando su mejor sonrisa.
- Ruslana Del Mar, Monsieur De Gaudí. Quizás ahora comprenda el porqué de mi ingenua felicidad al escucharlo. Cualquier persona con un acento ligeramente español es grata compañía, su idioma evoca tiempos mejores.- Negó con su cabeza, moviendo su mano en el aire con gracia para apartar importancia a sus palabras, no queriendo manchar aquella felicidad con algo que no incumbía a su encuentro. Prefería mantener la calidez de su sonrisa sin tener que recurrir a la máscara tirante que se veía obligada a lucir cuando su cuerpo y mente no permanecían en el mismo lugar; a menudo sentía que todos podían ver la oscuridad que guardaba en su interior, de ahí que mantuviese una sonrisa siempre.
Tendió su mano perfectamente enguantada hacia Mariano, ignorando la desnudez de sus dedos frente la cálida capa protectora que ella solía llevar. Como una bruja, podía tener numerosas habilidades que siempre la ayudarían a resguardar su vida. Pero su condición sobrenatural también afectaba a la vida de otros; una vez dejó que sus manos desnudas sirviesen de protección hacia los demás, advirtiéndoles de aquel mal que veía en sus futuros gracias a su magia, pero eso sólo sirvió para darse cuenta de la terrible realidad; todos tenían un destino y nadie ni nada podía hacer cosa alguna para evitarlo. Desde entonces se mantenía firme ante el uso de guantes que le llegasen hasta los codos. Cualquier posibilidad de evitar el dolor era buena para ella.
- Sus palabras son un halago bien recibido Monsieur, me satisface saber que mis esfuerzos son apreciados por alguien. – Parpadeó con lentitud para alejar la sombra de diversión que le sacó aquel intento de establecer una conversación con ella. Aquello sólo podía traducirse en una evidente amabilidad extendida por el señor De Gaudí.
No pudo evitar el recorrer sus ojos por todo aquel espacio abierto al público; los faroles que habían colgado por todo el recinto le daba un toque hogareño que contrarrestaba con la gran telaraña que se erguía orgullosa en el centro de todo el salón. Las paredes, muebles y cubertería eran una mezcla de tonos claros y dorados, sencillez y un pequeño toque femenino y escandaloso en algún que otro elemento para convertir algo que podría ser calificado de estéril e impersonal, en algo único. Un lugar que había sido creado definitivamente para evocar a las musas y la imaginación. Quizás sí era algo por lo que sentirse feliz, al fin y al cabo, lo había hecho sola para dar a los demás lo que ella no había tenido; una oportunidad.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: The Grace [Privado]
Mis labios se ensancharon para mostrar una sonrisa natural. Había acertado de una respecto a mi origen andaluz, no era que yo renegara de ello, al contrario, no podría mostrarme menos agradecido por dicha dádiva. Más bien era una nostalgia el encontrarme con aquella mujer de cierta forma pudiera compartir esas raíces que me negaba a enterrar. La voz delicada de mi anfitriona me recibía con dulzura y amabilidad, como si algo en ella le dictaminara que yo estaba de algún modo perdido en las turbulencias de mis recuerdos. Asentí para confirmar sus oraciones.
–Así es madmoiselle, español–
Con pasos moderados iniciamos una caminata, la concurrencia parecía no haber notado hasta ahora mi identidad, suspiré, pues significaba un lastre menos que cargar sobre mis hombros esa noche. Las luces tenues se derramaban por todo el lugar, avivando un poco más la tonalidad natural de la iconografía plasmada ahí, discreta pero sin falta de elegancia. Y como bien me lo había dictaminado mi instinto, me encontraba con una mujer que provenía de la misma tierra.
–No tiene nada porque disculparse, sus atenciones son pertinentes– sonreí nuevamente –El gusto es mío madmoiselle Del Mar– pausé –La buena compañía siempre es grata y el saber que de algún modo hemos reencontrado ese lapso de solaz es muy significativo, así que el sentimiento es reciproco–
No había descubierto cuanto tiempo había pasado desde la última vez que tuve la oportunidad de cruzar palabras con alguien de la misma nacionalidad. Quizás Eugenia había sido esa persona. Suspiré para evitar manchar esa conversación con cosas innecesarias. Reprobaba ser ese tipo de persona que traía a colación sus malas experiencias, sobre todo ahora que parecía mostrarse como un excelente inicio. Durante nuestro trayecto noté las veces en las que Ruslana dirigía sus orbes cristalinos a nuestro alrededor, contemplando aquella efigie que había construido a base seguramente de un trabajo arduo y tesón. Era un gesto noble, podría atreverme a decir que ella poseía un carisma natural con sus semejantes. Pocas eran las ocasiones en las cuales encuentras personas con esas características.
–Claro que son bien recibidos madmoiselle, este espacio significa una oportunidad para todos aquellos amantes de la música. Es el lugar perfecto. Las instalaciones son pulcras y el ambiente sobrecogedor, dígame ¿Hace cuánto tiempo reside en la capital? Pareciera que lleva ya un tiempo aquí, yo...– suspiré –...tengo poco más de un año y aunque la artificialidad de la capital suele ser engañosa es difícil adaptarse–
Confesé a media voz para no irrumpir otras conversaciones ajenas. A nuestro lado un mesero se aproximó con bocadillos y bebidas, tomé una copa con mi diestra e hice una reverencia para agradecer el gesto.
–Ese acto previo, no es que me considere un músico nato, simplemente en el piano encuentro la forma perfecta para expresarme, usted seguramente posee alguna cualidad artística ¿O me equivoco?–
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Grace [Privado]
La sonrisa de Mariano le hizo recordar aquellos cuadros de sus antepasados, hombres tan hermosos como aquel, mostrando su afabilidad por toda la eternidad, colgados para el recuerdo de aquellos que dejaron atrás y fueron criados y guiados por sus manos amorosas. Así era el ciclo de la vida, aceptarlo era parte del proceso, así como el hecho de que la felicidad y la soledad eran sentimientos entrelazados para cualquier ser humano. Quien amaba comprendía el dolor de la espera y quien esperaba, aprendía la virtud de la sosegada felicidad.
- Por supuesto que debo disculparme Monsieur De Gaudí.- Dijo mientras abría de un movimiento, rápido y elegante, su abanico. Durante sus lecciones de sociedad le habían enseñado que aquel elemento siempre era algo imprescindible en una dama y si bien, ahora había caído en un abandono sutil, en las fiestas nocturnas seguía siendo un elemento necesario para una mujer. A través de ellos podían comunicarse con discreción entre ellas sin despertar alarma, aunque también era sabido que algunas féminas hábiles habían hecho un arte del lenguaje corporal para atraer el interés de los hombres en un silencio respetuoso que no alertase a las damas de compañía, padres ansiosos u maridos ignorantes. Había reído en algunas tabernas, escuchando a los hombres hablarle de tales indiscreciones cuando ella había huido de casa vestida como un varón. Afortunadamente para su reputación, tales actividades nocturnas no habían sido descubiertas, lo último que necesitaba era manchar lo único que tenía; su apellido.
La sociedad había avanzado lo suficiente como para que hubiesen varias clases sociales, pero los integrantes de las mismas seguían separándose de forma reverencial, como si el dinero no lo fuese todo ante un título o apellido ilustre. Pertenecer a la alta clase era algo que no muchos se podían permitir, era un derecho con el que se nacía o adquiría a través de un matrimonio. Quizás por eso las mujeres habían abandonado el interés de cultivar la mente, cuando su cuerpo y belleza muchas veces podrían conseguir la felicidad y seguridad para su familia, independientemente de que ello las condenase para siempre a una unión fría y vacía. Se suponía que así debía ser, un matrimonio no era una institución creada para el romance, sino para la prosperidad. Precisamente por ello eran raros los eventos como aquel, que unían a diversas clases, a pesar de que sus asistentes se mantenían discretamente apartados unos de los otros, en algunos rincones podían verse a los más jóvenes entrelazando miradas de curiosidad o los primeros acercamientos que prometían una futura conversación. Movimientos sutiles hacia los cuadros, instrumentos musicales o el mismo rincón en el que se concentraban los alimentos de aquella fiesta, cualquier escusa era buena para un " encuentro casual ".
- Acepto su elogio más debo discrepar, es parte de su caballerosidad el librarme de una amonestación no de mis acciones. - Sonrió en respuesta a su gallardo acompañante, mientras su cabello danzaba alrededor de su rostro gracias a los movimientos de su abanico que trataban de darle un poco de aire fresco a su rostro. Movimientos lentos que permitían a las luces de la habitación crear chispas sobre las piedras engarzadas en las joyas que lucía para aquella ocasión. Aunque esta vez sus ojos se mantuvieron en los de Mariano, dejando que pudiera ver el característico brillo de inocencia que aún permanecía intacto en ella a pesar de las sombras oscuras que se cernían bajo sus ojos, manchas hábilmente escondidas tras unos toques hábiles de su dama de compañía una experta en todo lo que concernía a peinados y técnicas de belleza. Sin duda aquella mujer podría hacer que cualquiera dama fuese mucho más hermosa de lo que era, convirtiendo a niñas en hadas y damiselas en mujeres.
El comentario de Mariano sobre su temporada en la capital, le hizo recordar su reciente regreso de su exilio, el abandono de los eventos sociales había sido comprendido por la sociedad, respetando su deseo de guardar luto por sus familiares. A pesar de que algunas casamenteras se habían llevado un disgusto al saber que ella perdería un año de juventud en el proceso, habían sabido esperar a su regreso. Lamentablemente ahora su recibidor poseía numerosas tarjetas de visitas y debía hacer un hueco para seguir los eventos organizados por aquellos señores con los que realizaba negocios, los encuentros con amistades frívolas y sin sentimientos encontrados más que los necesarios para disfrutar de la comida y los cotilleos diarios y los necesarios e inoportunos encuentros con los caballeros y familiares que la llevaban al preocupante desazón de saberse indiferente a sus atenciones. Muchos deseaban su fortuna o sus escasas virtudes físicas, pero ella no encontraba en ellos nada mas que meros hombres astutos o amables. La soledad era una compañía de la que había sabido disfrutar con elegancia. Como siempre, el deber de una dama era lucir de su tranquilidad a pesar de las fatalidades o los sentimientos contraproducentes.
- Le comprendo, a pesar de vivir desde mi infancia en París, cada vez que necesito abandonar mis terrenos y adentrarme entre edificios siento que me falta el aire, como si el sol brillase un poco menos. - Le dio una sonrisa cómplice y al igual que él, tomó una copa del espumoso champán para poder quitarse el mal sabor que le dejaba en la boca los recuerdos de su pasado. Le agradaba aquella charla banal y la posibilidad de olvidarse de aquello que lo atormentaba. Nada de malos pensamientos, Ruslana. Sonríe sólo un poco más, se dijo a sí misma para poder tomar el valor necesario para ampliar su sonrisa y asentir con tranquilidad.
- Llevo unos meses, los necesarios como para retomar los contactos ya que he estado alejada de la sociedad para poder rendir honores a la muerte de mi tía. Hace pocas semanas fui liberada de mi luto, pero espero no incomodarle con ello, Monsieur Gaudí. Disfruto de nuestra charla y no pretendo negarle la posibilidad de divertirse.- Bebió un poco más de su copa y asintió nuevamente hacia él respondiendo en silencio a su siguiente pregunta.- Así es, aprendí a tocar el violín en mi niñez. También se me inculco la necesidad del pianoforte y el arpa, más carezco de la habilidad necesaria como para atreverme a tocarlos en público. Me conformo con no avergonzar al maestro Mozart en alguna pieza preparada para el violín. - Rió con suma naturalidad, aceptando su inutilidad como algo sumamente divertido, sin darse cuenta de que en el transcurso de la conversación había cambiado de idioma, mezclando el francés con el español, para terminar diciendo en un firme y patente castellano, lo siguiente. - Mi única virtud es la más absurda tozudez, señor Gaudí. Sin ella probablemente me hubiera rendido antes de ser capaz de tocar una pieza sin un error.
- Por supuesto que debo disculparme Monsieur De Gaudí.- Dijo mientras abría de un movimiento, rápido y elegante, su abanico. Durante sus lecciones de sociedad le habían enseñado que aquel elemento siempre era algo imprescindible en una dama y si bien, ahora había caído en un abandono sutil, en las fiestas nocturnas seguía siendo un elemento necesario para una mujer. A través de ellos podían comunicarse con discreción entre ellas sin despertar alarma, aunque también era sabido que algunas féminas hábiles habían hecho un arte del lenguaje corporal para atraer el interés de los hombres en un silencio respetuoso que no alertase a las damas de compañía, padres ansiosos u maridos ignorantes. Había reído en algunas tabernas, escuchando a los hombres hablarle de tales indiscreciones cuando ella había huido de casa vestida como un varón. Afortunadamente para su reputación, tales actividades nocturnas no habían sido descubiertas, lo último que necesitaba era manchar lo único que tenía; su apellido.
La sociedad había avanzado lo suficiente como para que hubiesen varias clases sociales, pero los integrantes de las mismas seguían separándose de forma reverencial, como si el dinero no lo fuese todo ante un título o apellido ilustre. Pertenecer a la alta clase era algo que no muchos se podían permitir, era un derecho con el que se nacía o adquiría a través de un matrimonio. Quizás por eso las mujeres habían abandonado el interés de cultivar la mente, cuando su cuerpo y belleza muchas veces podrían conseguir la felicidad y seguridad para su familia, independientemente de que ello las condenase para siempre a una unión fría y vacía. Se suponía que así debía ser, un matrimonio no era una institución creada para el romance, sino para la prosperidad. Precisamente por ello eran raros los eventos como aquel, que unían a diversas clases, a pesar de que sus asistentes se mantenían discretamente apartados unos de los otros, en algunos rincones podían verse a los más jóvenes entrelazando miradas de curiosidad o los primeros acercamientos que prometían una futura conversación. Movimientos sutiles hacia los cuadros, instrumentos musicales o el mismo rincón en el que se concentraban los alimentos de aquella fiesta, cualquier escusa era buena para un " encuentro casual ".
- Acepto su elogio más debo discrepar, es parte de su caballerosidad el librarme de una amonestación no de mis acciones. - Sonrió en respuesta a su gallardo acompañante, mientras su cabello danzaba alrededor de su rostro gracias a los movimientos de su abanico que trataban de darle un poco de aire fresco a su rostro. Movimientos lentos que permitían a las luces de la habitación crear chispas sobre las piedras engarzadas en las joyas que lucía para aquella ocasión. Aunque esta vez sus ojos se mantuvieron en los de Mariano, dejando que pudiera ver el característico brillo de inocencia que aún permanecía intacto en ella a pesar de las sombras oscuras que se cernían bajo sus ojos, manchas hábilmente escondidas tras unos toques hábiles de su dama de compañía una experta en todo lo que concernía a peinados y técnicas de belleza. Sin duda aquella mujer podría hacer que cualquiera dama fuese mucho más hermosa de lo que era, convirtiendo a niñas en hadas y damiselas en mujeres.
El comentario de Mariano sobre su temporada en la capital, le hizo recordar su reciente regreso de su exilio, el abandono de los eventos sociales había sido comprendido por la sociedad, respetando su deseo de guardar luto por sus familiares. A pesar de que algunas casamenteras se habían llevado un disgusto al saber que ella perdería un año de juventud en el proceso, habían sabido esperar a su regreso. Lamentablemente ahora su recibidor poseía numerosas tarjetas de visitas y debía hacer un hueco para seguir los eventos organizados por aquellos señores con los que realizaba negocios, los encuentros con amistades frívolas y sin sentimientos encontrados más que los necesarios para disfrutar de la comida y los cotilleos diarios y los necesarios e inoportunos encuentros con los caballeros y familiares que la llevaban al preocupante desazón de saberse indiferente a sus atenciones. Muchos deseaban su fortuna o sus escasas virtudes físicas, pero ella no encontraba en ellos nada mas que meros hombres astutos o amables. La soledad era una compañía de la que había sabido disfrutar con elegancia. Como siempre, el deber de una dama era lucir de su tranquilidad a pesar de las fatalidades o los sentimientos contraproducentes.
- Le comprendo, a pesar de vivir desde mi infancia en París, cada vez que necesito abandonar mis terrenos y adentrarme entre edificios siento que me falta el aire, como si el sol brillase un poco menos. - Le dio una sonrisa cómplice y al igual que él, tomó una copa del espumoso champán para poder quitarse el mal sabor que le dejaba en la boca los recuerdos de su pasado. Le agradaba aquella charla banal y la posibilidad de olvidarse de aquello que lo atormentaba. Nada de malos pensamientos, Ruslana. Sonríe sólo un poco más, se dijo a sí misma para poder tomar el valor necesario para ampliar su sonrisa y asentir con tranquilidad.
- Llevo unos meses, los necesarios como para retomar los contactos ya que he estado alejada de la sociedad para poder rendir honores a la muerte de mi tía. Hace pocas semanas fui liberada de mi luto, pero espero no incomodarle con ello, Monsieur Gaudí. Disfruto de nuestra charla y no pretendo negarle la posibilidad de divertirse.- Bebió un poco más de su copa y asintió nuevamente hacia él respondiendo en silencio a su siguiente pregunta.- Así es, aprendí a tocar el violín en mi niñez. También se me inculco la necesidad del pianoforte y el arpa, más carezco de la habilidad necesaria como para atreverme a tocarlos en público. Me conformo con no avergonzar al maestro Mozart en alguna pieza preparada para el violín. - Rió con suma naturalidad, aceptando su inutilidad como algo sumamente divertido, sin darse cuenta de que en el transcurso de la conversación había cambiado de idioma, mezclando el francés con el español, para terminar diciendo en un firme y patente castellano, lo siguiente. - Mi única virtud es la más absurda tozudez, señor Gaudí. Sin ella probablemente me hubiera rendido antes de ser capaz de tocar una pieza sin un error.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: The Grace [Privado]
A medida que la charla entre Ruslana y yo avanzaba, me convencía que yo me había equivocado al exiliarme de tal modo por mucho tiempo. Había perdido la brújula durante mis años en Inglaterra por decisiones arrebatadas de una juventud que no regresaría. Los errores cometidos y las faltas aun pesaban en mi consciencia, pero si bien estaba seguro que me sería difícil enmendar esos errores no tenía por qué provocar un daño mayor en las personas a mí alrededor. Había decidido alejarme de Victoria por cobardía, porque una vez más no me sentía lo suficientemente fuerte, aunque el deseo de volverle a ver me quemaba por dentro cada día desde que le abandoné con una escueta explicación. Suspiré mientras el suave susurro de los instrumentos de viento nos arrullaba, todos aquellos que en ese ensueño escapábamos de nuestros problemas para hallar fuerzas una vez más y continuar el día a día en la capital.
Con un todo de voz modulado y una sutileza en sus movimientos, aquella mujer de belleza singular trataba de hacer charla a un hijo malagradecido y eso no lo había notado hasta que ella retomo nuevamente el ritmo de plática. Sólo pude sonreír ante sus aseveraciones, después de todo quien era yo para tomarme el derecho de juzgarle. Comprendí que al igual que yo, ella buscaba ese mismo solaz en este tipo de reuniones, aunado a su buen gusto y el perfil de músico que traía consigo seguramente de generaciones en su árbol genealógico. Era en esos detalles que hallaba cierta empatía, aunque quizás la única diferencia es que ella había aprendido a sobrellevar dicho peso yo en cambio aun corría asustadizo a buscar a Eugenia a su tumba. Bebí un poco más del suave licor y dirigí nuevamente mis ojos hacia ella.
–Creo en todas y cada una de sus palabras madmoiselle Del Mar, yo he buscado ese respiro que nos hace falta a los foráneos en la música, siendo mi única ruta de escape en días desolados–
Al escuchar su pérdida, sabía que debía sincerarme con ella para agradecer su confianza, quizás resultar extraño, pero el simple hecho de pertenecer a la misma patria reconfortaba mis heridas.
–Cuanto lo siento, al igual que usted perdí a mi madre al poco tiempo de haber arribado a la capital– negué con la cabeza enseguida –Por favor no se disculpe, son ciclos que inevitablemente ocurren y nunca estamos preparados para ello–
Reí al escuchar sus experiencias con la música y agradecí el hecho de que poco a poco nuestras palabras se tornaran a un acento más cálido.
–Difiero de lo mencionado por usted madmoiselle, solamente cuando le escuché ejecutar podré darle mi punto de vista, es esa misma obstinación lo que le ha brindado la fortaleza para llegar hasta donde está ahora ¿No lo cree?–
Avancé un par de pasos más, adelantándome a irrumpir a la arpista que deleitaba a un reducido círculo de personas y desde ese punto volví mi atención hacia Ruslana.
–Damas y caballeros, por favor brindemos un fuerte aplauso a nuestra anfitriona Madmoiselle del Mar–
Los aplausos no se hicieron esperar y de inmediato las miradas se volcaron hacia ella, no me atreví a irrumpirla pero aguardaba la esperanza de que ella se aproximara a tomar su lugar en el taburete y expresar lo que no podía con palabras por medio del instrumento de cuerdas a mi lado.
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Grace [Privado]
De haber sido posible, no creía que pudiera encontrar a otra persona más afín a sus propios gustos y dramas personales, que no fuera aquel, ya no tan desconocido, Mariano De Gaudí. La calidez que surgía de aquella espontánea charla, la abrumaba. Hacía demasiado tiempo que no se encontraba tan a gusto con otra persona, simplemente por aquel momento de comprensión mutua. Como si hubiera encontrado en el interior de aquel hombre, el niño con el que ella siempre quiso jugar en su niñez, sin miedo a tener que ser rechazada por su orfandad u orígenes españoles.
Debía ser una criatura terriblemente sola para sentirse tan feliz por el mero hecho de conversar con otra, más así era. Podría sonrojarse de vergüenza, pero su instinto le decía que el mismo Mariano de saber sus pensamientos, sólo la amonestaría con tranquilidad, para incluirla en ése aura paternal que desprendía. Realmente había encontrado uno de esos hombres cálidos y honestos que sabían llenar a otros de ese sentimiento de plenitud que muy pocos sabían crear.
- Por supuesto, son ciclos que transcurren y seguirán haciéndolo continuamente. Al fin y al cabo, de lo que todos somos conscientes es de nuestra asegurada muerte. - Mantuvo una sonrisa cálida, pero escasa. Como una de esas estrellas fugaces que surgen en un momento único, en el que emergían de la nada iluminando el cielo, para posteriormente desaparecer dejando a su paso la estela de que algo había ocurrido en ese instante. Aquello se debía, principalmente, a los muchos secretos que guardaba la bruja para sí misma, como buena criatura introvertida que era.
- No hay nada que diferir, le ofrezco una confesión bochornosa pero cierta, monsieur. No me enorgullece admitir mi incompetencia, pero realmente mis dedos parecen atrofiarse al acariciar las cuerdas de un ..- Su frase quedó sin terminar cuando se vio empujada hacia el instrumento del que estaba hablando.
Como cualquier momento fatídico, todo sucedió sin que ella pudiera decir o hacer nada para cambiar algo. Sin saber cómo, se convirtió en el centro de atención de todas aquellas pobres almas a las que el señor De Gaudí había condenado, de una forma traviesa y un tanto infantil. No pudo evitar el sonrojarse completamente mientras intentaba no huir en aquel mismo momento, como si fuera una quinceañera llorona y poco experimentada.
Sentía el picor en sus manos, así como aquella quemazón en el estómago que le impedía siquiera el articular una sonrisa sin que la comisura de sus labios temblase. Maldijo al buen Mariano, mientras se acercaba al arpa que era dejada libre por el músico, tomando asiento para poder pensar en qué podía tocar sin que pareciera que estaba intentando arrancarle los tímpanos a los presentes.
- Cuando la canción finalice, recuerden que sus quejas deben ser presentadas ante el mismo embaucador que la ha solicitado. - Afirmó con diversión, señalando a Mariano como el único culpable de lo que sucediera de allí en adelante.
No se sabía todas aquellas partituras complicadas que estaban sobre el atril adyacente al arpa, numerosas canciones que habían sido ensayadas con anterioridad por el músico titular. Así que optó por una canción sutil y tranquila que había aprendido cuando su profesor entendió que nada se podía hacer con aquellos dedos demasiado delgados que tenía Ruslana. Recordaba haber pasado varios años ensayando la misma, así que, encuanto tocó las cuerdas con una suave caricia dedicando así las primeras notas, sin entender el cómo y mucho menos el porqué, comenzó a destilar una cancioncilla alegre que evocaba las primeras nieves.
Las notas se sucedían unas entre otras, creando un chisporroteo similar al sonido que creaban los copos al golpear sobre las ventanas. Su cabeza se mecía con esa concentración que hablaba del estado anímico en el que entraba un músico cuando disfrutaba de lo que hacía. Como si la mujer hubiera entrado en un mundo diferente para poder explicarles lo que veía a través de la música. Quizás por ello no todos eran buenos músicos, porque no todos eran capaces de llevar un mundo mágico y atrayente a los demás. De no ser así, todos correrían el riesgo de caer completamente hechizados de los otros, por el simple hecho de oír una buena canción.
Debía ser una criatura terriblemente sola para sentirse tan feliz por el mero hecho de conversar con otra, más así era. Podría sonrojarse de vergüenza, pero su instinto le decía que el mismo Mariano de saber sus pensamientos, sólo la amonestaría con tranquilidad, para incluirla en ése aura paternal que desprendía. Realmente había encontrado uno de esos hombres cálidos y honestos que sabían llenar a otros de ese sentimiento de plenitud que muy pocos sabían crear.
- Por supuesto, son ciclos que transcurren y seguirán haciéndolo continuamente. Al fin y al cabo, de lo que todos somos conscientes es de nuestra asegurada muerte. - Mantuvo una sonrisa cálida, pero escasa. Como una de esas estrellas fugaces que surgen en un momento único, en el que emergían de la nada iluminando el cielo, para posteriormente desaparecer dejando a su paso la estela de que algo había ocurrido en ese instante. Aquello se debía, principalmente, a los muchos secretos que guardaba la bruja para sí misma, como buena criatura introvertida que era.
- No hay nada que diferir, le ofrezco una confesión bochornosa pero cierta, monsieur. No me enorgullece admitir mi incompetencia, pero realmente mis dedos parecen atrofiarse al acariciar las cuerdas de un ..- Su frase quedó sin terminar cuando se vio empujada hacia el instrumento del que estaba hablando.
Como cualquier momento fatídico, todo sucedió sin que ella pudiera decir o hacer nada para cambiar algo. Sin saber cómo, se convirtió en el centro de atención de todas aquellas pobres almas a las que el señor De Gaudí había condenado, de una forma traviesa y un tanto infantil. No pudo evitar el sonrojarse completamente mientras intentaba no huir en aquel mismo momento, como si fuera una quinceañera llorona y poco experimentada.
Sentía el picor en sus manos, así como aquella quemazón en el estómago que le impedía siquiera el articular una sonrisa sin que la comisura de sus labios temblase. Maldijo al buen Mariano, mientras se acercaba al arpa que era dejada libre por el músico, tomando asiento para poder pensar en qué podía tocar sin que pareciera que estaba intentando arrancarle los tímpanos a los presentes.
- Cuando la canción finalice, recuerden que sus quejas deben ser presentadas ante el mismo embaucador que la ha solicitado. - Afirmó con diversión, señalando a Mariano como el único culpable de lo que sucediera de allí en adelante.
No se sabía todas aquellas partituras complicadas que estaban sobre el atril adyacente al arpa, numerosas canciones que habían sido ensayadas con anterioridad por el músico titular. Así que optó por una canción sutil y tranquila que había aprendido cuando su profesor entendió que nada se podía hacer con aquellos dedos demasiado delgados que tenía Ruslana. Recordaba haber pasado varios años ensayando la misma, así que, encuanto tocó las cuerdas con una suave caricia dedicando así las primeras notas, sin entender el cómo y mucho menos el porqué, comenzó a destilar una cancioncilla alegre que evocaba las primeras nieves.
Las notas se sucedían unas entre otras, creando un chisporroteo similar al sonido que creaban los copos al golpear sobre las ventanas. Su cabeza se mecía con esa concentración que hablaba del estado anímico en el que entraba un músico cuando disfrutaba de lo que hacía. Como si la mujer hubiera entrado en un mundo diferente para poder explicarles lo que veía a través de la música. Quizás por ello no todos eran buenos músicos, porque no todos eran capaces de llevar un mundo mágico y atrayente a los demás. De no ser así, todos correrían el riesgo de caer completamente hechizados de los otros, por el simple hecho de oír una buena canción.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: The Grace [Privado]
Quizás había cometido una imprudencia al presentar a nuestra anfitriona de tal modo, exponiéndola de dicho modo frente a la concurrencia. No obstante, confiaba plenamente que sus habilidades como músico y su pasión jugaran a su favor. De cierto modo me podía identificar con ella, del modo en el cual se había refugiado en las notas de un instrumento y como podía ser capaz de renacer mediante una catarsis en el vaivén creado por las mismas. Le vi avanzar temerosa entre la multitud, pero era yo mismo que en una situación adversa me sentí del mismo modo que Ruslana al tomar posesión del taburete. Ella de algún modo por sus raíces ibéricas, me recordaba a Eugenia cuando era joven, específicamente el cuadro que reposaba sobre la antesala del viejo comedor, allá en un lejano Madrid. Asentí con una amplia línea curvada en ms labios cuando le escuché responsabilizarme debido a mi ímpetu por quererle escuchar.
Tenues risillas se escucharon al cabo de sus joviales palabras. Después de eso, un silencio implacable que solo fue derribado con las apabullantes notas que poco a poco emergían de su aletargado descanso. Ruslana poseía una gracia y belleza única. Un ángel que difícilmente podía ser admirado cuando se le hallaba dispersa. Y ahí justo desde el ángulo que la escena me regalaba, podía ver la fortaleza de aquella damisela que amablemente y sin pensarlo había traído confortantes memorias a mi lobreguez mediante su música. La cadencia con la que sus dedos largos se movían a través de las cuerdas del arpa, dejaron son lugar a dudas una buena impresión. Agradecí ese momento, cerré los ojos y pensé que después de haber vivido una turbulencia en mi vida podía estar listo para regresar a lado de Victoria una vez más. Me dejé llevar por esos sonidos que dulcemente inundaban el lugar.
Nadie más se atrevía siquiera a murmurar. El placer de ver a esa mujer ensimismada me recordaba a mí en otra época, cuando inseguro aún del futuro me sentaba largas horas en el piano, acompañado de las enseñanzas de mi madre. Y si ella estuviese aquí, en este momento, podía jurar que me reprendería por haber empujado a aquella hermosa dama a ejecutar el arpa. Confiaba en que aquel acto fuese una especie de catarsis para ella y que de ese modo, pudiera avanzar sea cual fuese su impedimento. Después de un par de minutos, la sonoridad de los vítores me regresó a la realidad.
–Madmoiselle Del Mar –
Espeté para escuchar una vez más los aplausos. Incluso un par de asistentes abandonaron su lugar para congratularle. Aguardé paciente a que no me echara del lugar. A una distancia prudente sonreí esperando que recibir una negativa de su parte.
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Grace [Privado]
Sus dedos siguieron trabajando en la pieza, trabajando más por experiencia que por haber memorizado cada uno de los movimientos que debía realizar. Dejó que todo lo que llevaba en su interior se filtrase en aquellas notas. Danzando entre la alegría delicada y la tristeza. Como si estuviera narrando su propia historia de amor frustrada. Todos sus miedos, todas sus muertes y su pequeña y frágil esperanza de encontrar salida a aquella melancolía.
Sonrió e inclinó su cabeza, meciendola entre las últimas notas, recordando que de pequeña le costaba el tocar el arpa porque sus dedos se colaban entre las teclas, dejando numerosos cortes entre sus extremidades. Era realmente doloroso seguir repitiendo las notas que le mostraba su profesor de música, cuando sus dedos estaban prácticamente vendados dada su torpeza. Pero valió la pena todo aquel dolor. Igual que cualquier otra dolencia, dejó una enseñanza y mayor dureza para enfrentar posibles cortes futuros.
El silencio se alargó unos segundos cuando la última nota sonó, dando por finalizada su representación. No fue capaz de abrir sus ojos hasta que escuchó los aplausos, pues en cierta forma esperaba que hubiera más de un abucheo. Su experiencia era realmente limitada en algunas áreas, tal como le dijo a Mariano. Era demasiado exigente consigo misma.
- Gracias - Murmuró mientras se levantó y apartó del arpa para poder dedicarles una reverencia llena de educación y elegancia. Una muesra de respeto por aquella entrega de su tiempo, escuchándola más por solicitud de Mariano que por propia elección. Aun así no aludió nada al respecto mientras saludaba a todos aquellos que se habían acercado a saludarla, en un intento lento de acercarse al hombre que le había hecho tal trampa.
- Es usted un diablillo, Monsieur De Gaudí, casi podría arriesgarme a ofenderlo diciendo que es un descarado.- Le murmuró cuando llegó a su lado, meneando uno de sus dedos en aquella reprimenda afable, como si hubiera alguna familiaridad entre ellos de la que carecía. A veces pecaba de confiaza con los extraños, pero debían entenderla, ella conocía todos los sentimientos que pasaban por sus corazones. ¿ No cabía aquello como una descripción indudable de lo que implicaba el conocimiento de otro ser ?.
- ¿Siempre usa tales artimañas para salirse con la suya?- Rio con cierto descaro, soltando por unos instantes aquel ferreo control al que sometía cada una de sus acciones y palabras, intentando no perder aquella dama que era. Pero algunas personas sacaban aquella niña que seguía siendo en su fuero interno.
Sonrió e inclinó su cabeza, meciendola entre las últimas notas, recordando que de pequeña le costaba el tocar el arpa porque sus dedos se colaban entre las teclas, dejando numerosos cortes entre sus extremidades. Era realmente doloroso seguir repitiendo las notas que le mostraba su profesor de música, cuando sus dedos estaban prácticamente vendados dada su torpeza. Pero valió la pena todo aquel dolor. Igual que cualquier otra dolencia, dejó una enseñanza y mayor dureza para enfrentar posibles cortes futuros.
El silencio se alargó unos segundos cuando la última nota sonó, dando por finalizada su representación. No fue capaz de abrir sus ojos hasta que escuchó los aplausos, pues en cierta forma esperaba que hubiera más de un abucheo. Su experiencia era realmente limitada en algunas áreas, tal como le dijo a Mariano. Era demasiado exigente consigo misma.
- Gracias - Murmuró mientras se levantó y apartó del arpa para poder dedicarles una reverencia llena de educación y elegancia. Una muesra de respeto por aquella entrega de su tiempo, escuchándola más por solicitud de Mariano que por propia elección. Aun así no aludió nada al respecto mientras saludaba a todos aquellos que se habían acercado a saludarla, en un intento lento de acercarse al hombre que le había hecho tal trampa.
- Es usted un diablillo, Monsieur De Gaudí, casi podría arriesgarme a ofenderlo diciendo que es un descarado.- Le murmuró cuando llegó a su lado, meneando uno de sus dedos en aquella reprimenda afable, como si hubiera alguna familiaridad entre ellos de la que carecía. A veces pecaba de confiaza con los extraños, pero debían entenderla, ella conocía todos los sentimientos que pasaban por sus corazones. ¿ No cabía aquello como una descripción indudable de lo que implicaba el conocimiento de otro ser ?.
- ¿Siempre usa tales artimañas para salirse con la suya?- Rio con cierto descaro, soltando por unos instantes aquel ferreo control al que sometía cada una de sus acciones y palabras, intentando no perder aquella dama que era. Pero algunas personas sacaban aquella niña que seguía siendo en su fuero interno.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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Re: The Grace [Privado]
Aunque mis sentidos y mi cuerpo me permitían degustar de tales muestras de talento por parte de otros músicos, no evitaba traer hacia la escena un par de recuerdos. Sumergido en el candor de aquella singular tertulia. Muchos de ellos, vividos en mi niñez cuando Salvador y Eugenia ofrecían banquetes extensos, presumiendo siempre a su hijo prodigo y lo educado que era, alardeando de su buen juicio cuando llegado el momento tomara el título. Otros tantos, resultaban un trago semi amargo. Moví la cabeza para alejar esos demonios internos y tan solo agaché la mirada un par de segundos, cuando entre los aplausos nuevamente escuché la voz aterciopelada de Ruslana. Levanté el rostro y sonreí con gentileza, esa línea tenue poco a poco transfiguraba en una risa ligera. Honestamente esperaba un adjetivo distinto, puesto que mi atrevimiento le tomó por sorpresa, no obstante supe que ella saldría avante de tal empresa dados sus conocimientos en el área.
–Siento haberle causado ese contratiempo Madmoiselle, pero por favor, lo que acaba de mostrar es digno de ser admirado ¿Acaso no es para eso que las partituras son escritas? Para que jóvenes prodigios como usted compartan al mundo la magnificencia de arte tan antiguo y sublime como es la música–
Guiñé un ojo posteriormente.
–Y si el apelativo que adjudica es un precio por escucharle ejecutar una vez más en alguna otra ocasión, no tengo nada que decir al respecto–
Ruslana, era una dama en toda la extensión de la palabra, pero comprendí que de vez en cuando se permitía abrir su sensatez a una broma como la anterior. Yo habría hecho lo mismo en su lugar.
Retomé a su lado el breve paseo por la antesala e inevitablemente volví a reír y llevando mi mano a la nuca esta vez.
–Verá, mi madre solía llamarme a aquello que usted describe como artimaña como un juego sucio de mi parte, cuando pedía algo. Nunca he sido caprichoso pero en esta ocasión, soy completamente culpable de lo sucedido anteriormente–
Me costaba trabajo creer que pudiera hallar a una persona con la cual, podía fluir casi tan natural como en años pasados. Antes de que el destino pusiera pruebas tan grandes en mi camino. Debido a nuestras raíces, quizás, o a que el lenguaje español resultaba mucho más intrínseco que la suntuosidad del acento galo. Terminaba mi explicación cuando un par de mujeres se aproximaron a nosotros para saludar a Ruslana, pero también a dejar en descubierto mi verdadero origen.
–Pero si es usted un vivo retrato de su padre, Conde De Gaudí–
Suspiré con dejo de desgano puesto que no era mi intención presentarme de ese modo con mi anfitriona.
–Muy buenas noches–
Respondí y de manera cortés regresé el saludo y besé el dorso de ambas mujeres. Volví la mirada hacia Ruslana quien seguramente no esperaba aquel número tan singular.
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Grace [Privado]
Agitó su mano con brío, intentando así borrar parte de las palabras que le había dirigido. A veces actuaba como una mujer de avanzada edad, con su forma natural de regañar maternalmente a todo el que la rodease. Incluso en ocasiones, para bochorno suyo, se le recordaba que no debía mantenerse tan concentrada en los fallos ajenos. Era uno de los motivos por los que su tía siempre alegaba que jamás encontraría esposo, advertencia que sin duda ahora tenía cada vez, más tintes de realidad.
- Las lisonjas no son propias de un caballero, Monsieur De Gaudí. Ambos sabemos que el adjetivo prodigio es un tanto inmerecido, por ser ineludiblemente amable conmigo misma.- A pesar de sus palabras, su sonrisa jamás se esfumó. Parecía estar realmente en paz junto aquel caballero español. Su comportamiento era más propio de una amiga cercana, aunque sus palabras imprudentes eran propias de una hermana molesta para su hermano mayor.
Sus pasos se acompasaron a los de Mariano, caminando juntos por el salón, intentando entablar una conversación refrescante para alguien que había pasado tanto tiempo lejos de la capital española. Era una lástima observar que ya no acudía a su barco para emprender largos viajes, quizás era hora de alzar las velas y emprender un nuevo camino. Una aventura en la que no tendría que continuar encerrada entre los valores que otros le habían impuesto antes de nacer.
Pero no podía engañarse, nunca había sido lo suficiente egoísta como para abandonar sus obligaciones, por lo que sabía que sus ansias de correr, e incluso volar, debían ser pospuestas por el bien común. Tal vez unas semanas alejada de Francia, le fueran suficientes, aunque sólo cuando volviera a asentar todo lo que había abandonado.
- Debió ser un joven bastante inquieto, Monsieur De Gaudí. Algo me dice que incluso ahora es incapaz de vivir sin sentir que todo marcha tal y como desea que suceda.- Sus ojos marrones se llenaron de calidez, pensando en cómo sería su compañero de conversación de pequeño. No había nada más entrañable que los niños, sobretodo cuando éstos comienzan a tomar conciencia de sí mismos y de todo lo que le rodeaba.
Su risa fluyó de la misma forma que la conversación entre ellos, dotando a aquel encuentro de un compañerismo inusual pero agradable. Como si en todo momento no hubiera nada capaz de romper aquella burbuja de calma que parecía haberlos rodeado desde el momento en que comenzaron a hablar. O, al menos, eso pensó ella.
- ¿Conde?- Sus ojos se abrieron con evidente sorpresa, pues si bien había reconocido la elegancia y refinada educación en el Monsieur De Gaudí, jamás habría esperado que un hombre de su posición asistiera a su fiesta, así como, osase presentarse a sí mismo con la ausencia del pesado título que ostentaba.
La incomprensión bañó su rostro, pues no sabía cómo interpretar aquel silencio que parecía haber manchado el aura que había entre los dos, así que optó por una salida que le diera al señor de Gaudí la oportunidad de explicarse si así lo deseaba.
- Lamento haber cometido tal falta de cortesía, su Ilustrísima. - Realizó una nueva reverencia hacia Mariano, representando una perfecta posición de sumisión al mencionar el honorífico que le era propio a De Gaudí por su título como Conde de España.
- Las lisonjas no son propias de un caballero, Monsieur De Gaudí. Ambos sabemos que el adjetivo prodigio es un tanto inmerecido, por ser ineludiblemente amable conmigo misma.- A pesar de sus palabras, su sonrisa jamás se esfumó. Parecía estar realmente en paz junto aquel caballero español. Su comportamiento era más propio de una amiga cercana, aunque sus palabras imprudentes eran propias de una hermana molesta para su hermano mayor.
Sus pasos se acompasaron a los de Mariano, caminando juntos por el salón, intentando entablar una conversación refrescante para alguien que había pasado tanto tiempo lejos de la capital española. Era una lástima observar que ya no acudía a su barco para emprender largos viajes, quizás era hora de alzar las velas y emprender un nuevo camino. Una aventura en la que no tendría que continuar encerrada entre los valores que otros le habían impuesto antes de nacer.
Pero no podía engañarse, nunca había sido lo suficiente egoísta como para abandonar sus obligaciones, por lo que sabía que sus ansias de correr, e incluso volar, debían ser pospuestas por el bien común. Tal vez unas semanas alejada de Francia, le fueran suficientes, aunque sólo cuando volviera a asentar todo lo que había abandonado.
- Debió ser un joven bastante inquieto, Monsieur De Gaudí. Algo me dice que incluso ahora es incapaz de vivir sin sentir que todo marcha tal y como desea que suceda.- Sus ojos marrones se llenaron de calidez, pensando en cómo sería su compañero de conversación de pequeño. No había nada más entrañable que los niños, sobretodo cuando éstos comienzan a tomar conciencia de sí mismos y de todo lo que le rodeaba.
Su risa fluyó de la misma forma que la conversación entre ellos, dotando a aquel encuentro de un compañerismo inusual pero agradable. Como si en todo momento no hubiera nada capaz de romper aquella burbuja de calma que parecía haberlos rodeado desde el momento en que comenzaron a hablar. O, al menos, eso pensó ella.
- ¿Conde?- Sus ojos se abrieron con evidente sorpresa, pues si bien había reconocido la elegancia y refinada educación en el Monsieur De Gaudí, jamás habría esperado que un hombre de su posición asistiera a su fiesta, así como, osase presentarse a sí mismo con la ausencia del pesado título que ostentaba.
La incomprensión bañó su rostro, pues no sabía cómo interpretar aquel silencio que parecía haber manchado el aura que había entre los dos, así que optó por una salida que le diera al señor de Gaudí la oportunidad de explicarse si así lo deseaba.
- Lamento haber cometido tal falta de cortesía, su Ilustrísima. - Realizó una nueva reverencia hacia Mariano, representando una perfecta posición de sumisión al mencionar el honorífico que le era propio a De Gaudí por su título como Conde de España.
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Re: The Grace [Privado]
Hubiera preferido que dicho secreto se mantuviese oculto hasta el término de la velada. Yo seguía pensando que aquel título no me correspondía por el simple hecho de mostrarme con semejante ingratitud con Salvador durante la mayor parte de mi adolescencia. Habría rehuido de ser posible de heredar todo lo que a él le perteneció, pues yo estaba consciente que me hacía falta demasiado conocimiento, demasiado temple para llevar a cuestas lo que el nombramiento requería. Suspiré desganado al quedar evidenciado con quien pensé tendría una charla común y corriente. No obstante ahí estaba una vez más, con un semblante confundido ante la cordialidad de Ruslana. ¿Qué pensaría ahora del hombre que estaba frente a ella? Es un cobarde, seguramente, dado que ninguna persona en su sano juicio evadiría los beneficios que brinda el presentarse como el Conde de España. Cuando las mujeres se apartaron por completo de nosotros, pude respirar con más tranquilidad, maquinando en mi cabeza la respuesta que ansiaba ser escuchada por mi bella anfitriona.
Le miré directamente.
–Agradezco el gesto de su parte Madmoiselle, pero no hace falta de verdad, soy el mismo sujeto inquieto como usted describió, que le colocó en una situación ligeramente incomoda hace un par de minutos–
Reí con más naturalidad al recordar cómo había surgido esta charla.
–Soy, si me lo permite un amigo suyo, un aliado en quien puede confiar–
Traté de demostrar mi interés por dar seguimiento a la velada y a nuestro trato cordial por supuesto. Lo que menos necesitaba en ese instante era hablar sobre negocios, guerras o alianzas, aunque estaba por demás decir que ella figuraba ya en un lugar privilegiado dentro de mi reducido círculo social por el simple hecho de no juzgar mi actitud. El vaivén de las charlas a nuestro alrededor poco a poco retomó su curso, como un oceáno que encuentra la calma después de haber experimentado la turbulencia eximia que la ejecución de Ruslana provocó en ellas. Moví mi cuerpo para hacerle saber que debíamos mantener nuestra breve caminata en el salón. Una vez que ella acompasó sus movimientos con los míos me atreví a hablar nuevamente.
–Le resultará extraño todo esto madmoiselle, quizás sea la primera persona que usted ve rehuir de su pasado de tal manera, pero, es sólo que a veces nos sentimos asfixiados en ello y nos gustaría pensar que en algún momento, de algún modo podemos cambiar algo para que su sombra no nos alcance–
Suspiré. Estaba tratando de dar lo mejor de mí para regresar una vez más a los brazos de Victoria, hasta ahora parecía que nada hubiese cambiado pero me aferraba a la idea de que llegado ese día anhelado las cosas pudieran ser mucho mejores.
–Usted probablemente comprenda lo que quiero decir ¿O me equivoco? Mire a todos aquellos – indiqué con la mirada hacia las personas que con sumo regocijo compartían y bebían –Tan despreocupados de lo que acontece a su alrededor, en cambio las personas como nosotros debemos llevar a cuestas un lastre mayor–
Quizás estaba hablando de más, pero algo me dictaminaba que ella tenía mucho por revelar aún.
Luis Felipe de Castilla- Realeza Española
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Re: The Grace [Privado]
Esbozó una pequeña sonrisa al notar cómo intentaba congraciarse con ella, realmente él no era alguien similar a los demás miembros de la realeza que había conocido alguna vez. Su casta raramente dejaba que las personas a su alrededor fuesen más importante que sus egos, así que ellos jamás solían pedir perdón, un conde jamás cometía una falta. Eran personas que sencillamente estaban por encima del resto, así era y así había sido siempre.
Desvió sus ojos de los de Mariano, pues a pesar de que él si podía mirarla a los ojos sin sentirse incómodo, no sucedía de igual forma con ella. No por el evitar presentarse con su título, ni siquiera por el evidente distanciamiento que se había instaurado inevitablemente entre ellos, sino por algo más profundo. Mariano había dicho una palabra que conllevaba cierta intimidad entre ellos. Y eso la asustaba. No quería correr, pero sus piernas estaban comenzando a hormiguear, buscando moverse. Lejos. Muy lejos.
- ¿Siempre suele obligar a sus amistades a rendirse a sus solicitudes?- Bromeó sobre el momento anterior en el que había tenido que tocar en público sólo porque él la había lanzado a los músicos con habilidad, era divertido pensar que esa sí era una actitud propia de un Conde.
Sin embargo, no dijo nada más mientras lo seguía, fijando sus ojos en sus manos, pensativa. Tenía muchas cosas en las que centrar su mente antes de poder levantar su cabeza de nuevo para enfrentar al Monsieur De Gaudí. Antes tenía que digerir aquel nudo que se había formado en la boca de su estómago. Incluso notaba el sudor frío deslizarse por su espalda, como una caricia de la muerte que le decía lo cerca que estaba de ella. Lo fácil que era arrebatarle a la gente a la que tomaba algo de cariño.
- Con sinceridad, su ilustrísima, no es el primer hombre que veo luchar con su pasado. Pero sí es el primer conde que solicita el perdón de otra persona, sólo por evitar ser conocido como par del reino.- Levantó sus ojos marrones finalmente y le ofreció una pequeña sonrisa, sabiendo que no podía ser descortés con el señor De Gaudí, porque aquel hombre no tenía que pagar que ella fuera una portadora del mal. Simplemente bastaría con que se alejase de ella aquella noche y no se volviesen a ver. No había necesidad de decirle que no podía tener un amigo, porque de caso contrario seguramente moriría por su maldición.
- No tiene porqué darme explicaciones, ilustrísima. Usted está en mi territorio y aquí – Señaló con sus brazos el recinto, obviando a las personas que habían alrededor de ellos, ya que sus palabras eran exclusivamente para aquel hombre que parecía estar arrastrando unas cadenas muchísimo más pesadas que las suyas. – Usted puede ser quien desee. Éste lugar es un refugio para los músicos, y usted es uno de nosotros. No hay, ni tiene porqué haber nada más.
Levantó una de sus manos y tomó una de las de Mariano, rompiendo la distancia que había entre ellos. Aunque, su piel no estaba tocando la del Conde, sino que seguían refugiadas dentro de sus altos guantes. No quería ver nada de la vida de aquel hombre, ni de nadie más. Sus poderes debían resguardarse bien.
- Si lo desea, ignoraré lo que ha ocurrido. – Se rió con suavidad y le apretó la mano con suavidad antes de soltarla y dejarlo de nuevo libre de su toque. Restaurando el juego infantil que había antes de que los interrumpieran las desconocidas.
– Puedo pedirle incluso que resarza su insolencia con otra canción de piano. Quién sabe, quizás yo también fuera alguien inquieta. – Y continuó riéndose, deseando que las arrugas de preocupación que habían en el rostro de aquel hombre se marchasen, era lo único que podía hacer para aliviar su carga.
Desvió sus ojos de los de Mariano, pues a pesar de que él si podía mirarla a los ojos sin sentirse incómodo, no sucedía de igual forma con ella. No por el evitar presentarse con su título, ni siquiera por el evidente distanciamiento que se había instaurado inevitablemente entre ellos, sino por algo más profundo. Mariano había dicho una palabra que conllevaba cierta intimidad entre ellos. Y eso la asustaba. No quería correr, pero sus piernas estaban comenzando a hormiguear, buscando moverse. Lejos. Muy lejos.
- ¿Siempre suele obligar a sus amistades a rendirse a sus solicitudes?- Bromeó sobre el momento anterior en el que había tenido que tocar en público sólo porque él la había lanzado a los músicos con habilidad, era divertido pensar que esa sí era una actitud propia de un Conde.
Sin embargo, no dijo nada más mientras lo seguía, fijando sus ojos en sus manos, pensativa. Tenía muchas cosas en las que centrar su mente antes de poder levantar su cabeza de nuevo para enfrentar al Monsieur De Gaudí. Antes tenía que digerir aquel nudo que se había formado en la boca de su estómago. Incluso notaba el sudor frío deslizarse por su espalda, como una caricia de la muerte que le decía lo cerca que estaba de ella. Lo fácil que era arrebatarle a la gente a la que tomaba algo de cariño.
- Con sinceridad, su ilustrísima, no es el primer hombre que veo luchar con su pasado. Pero sí es el primer conde que solicita el perdón de otra persona, sólo por evitar ser conocido como par del reino.- Levantó sus ojos marrones finalmente y le ofreció una pequeña sonrisa, sabiendo que no podía ser descortés con el señor De Gaudí, porque aquel hombre no tenía que pagar que ella fuera una portadora del mal. Simplemente bastaría con que se alejase de ella aquella noche y no se volviesen a ver. No había necesidad de decirle que no podía tener un amigo, porque de caso contrario seguramente moriría por su maldición.
- No tiene porqué darme explicaciones, ilustrísima. Usted está en mi territorio y aquí – Señaló con sus brazos el recinto, obviando a las personas que habían alrededor de ellos, ya que sus palabras eran exclusivamente para aquel hombre que parecía estar arrastrando unas cadenas muchísimo más pesadas que las suyas. – Usted puede ser quien desee. Éste lugar es un refugio para los músicos, y usted es uno de nosotros. No hay, ni tiene porqué haber nada más.
Levantó una de sus manos y tomó una de las de Mariano, rompiendo la distancia que había entre ellos. Aunque, su piel no estaba tocando la del Conde, sino que seguían refugiadas dentro de sus altos guantes. No quería ver nada de la vida de aquel hombre, ni de nadie más. Sus poderes debían resguardarse bien.
- Si lo desea, ignoraré lo que ha ocurrido. – Se rió con suavidad y le apretó la mano con suavidad antes de soltarla y dejarlo de nuevo libre de su toque. Restaurando el juego infantil que había antes de que los interrumpieran las desconocidas.
– Puedo pedirle incluso que resarza su insolencia con otra canción de piano. Quién sabe, quizás yo también fuera alguien inquieta. – Y continuó riéndose, deseando que las arrugas de preocupación que habían en el rostro de aquel hombre se marchasen, era lo único que podía hacer para aliviar su carga.
Ruslana Del Mar- Hechicero Clase Alta
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