AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Cobrizo sol
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Cobrizo sol
Hay un día que se nace
A la gloria y a la suerte,
A la suerte y a la muerte
Hay un día que se nace…
A la gloria y a la suerte,
A la suerte y a la muerte
Hay un día que se nace…
Nace la noche, en la muerte del sol, que en el ocaso genera la hora de las brujas, ese instante en el que la sombra desaparece y la penumbra dibujada en matices violáceos se aferra al ámbar sol que agónico se despide del día, para dar paso a su consorte la noche. El instante en el que la luz no es dañina para nosotros, en que solo el aura que permanece del astro rey nos da un cobijo protector, en el que comienza el día en medio de la noche, el día de los vampiros, moradores de las sombras.
No es de extrañar que los museos sean concurridos lugares, más cuando la aristocracia parisina se reúne y toma el té, encuentra un pasatiempo entre las antigüedades, en el museo del Louvre; y hay momentos, en que los mortales y nosotros nos codeamos lado a lado, en medio del pasado evocado en los cuadros del museo, cuando buscamos un bocado entre la sangre azul de la ciudad luz.
La observé, de lejos, su enorme vestido color olivo, contrastaba con el cobrizo de su cabello, que recordaba con añoranza, el amanecer y su resplandor. Sonreía afable, sin entablar dialogo alguno, la cortesía era su carta de presentación, más sin embargo, su compañera era la soledad… “Cruel destino que me impone a una doncella como alimento…” me lamenté con amargura, más sin embargo era yo un depredador y ella una presa, quizás la presa perfecta, de edad lozana y piel porcelanizada, una dama en toda la extensión de la palabra.
Caminé hacia ella, con un sigilo que me brindaba un disfraz demasiado evidente, y a la vez tan intrascendente que era imposible ser notado, la distancia se acortaba, y el aroma que de ella se desprendía comenzaba a embriagarme, como la toxina dulce de una serpiente ponzoñosa… Comencé a sentir su calor, emanado con discreción entre las capas de tela que su vestido formaba, era inminente el contacto… -Buenas noches señorita, perdone mi atrevimiento, pero no me he podido contener…- dije al tiempo que le reverenciaba con cortesía –Haraldr Hardradi, a sus órdenes…-
No es de extrañar que los museos sean concurridos lugares, más cuando la aristocracia parisina se reúne y toma el té, encuentra un pasatiempo entre las antigüedades, en el museo del Louvre; y hay momentos, en que los mortales y nosotros nos codeamos lado a lado, en medio del pasado evocado en los cuadros del museo, cuando buscamos un bocado entre la sangre azul de la ciudad luz.
La observé, de lejos, su enorme vestido color olivo, contrastaba con el cobrizo de su cabello, que recordaba con añoranza, el amanecer y su resplandor. Sonreía afable, sin entablar dialogo alguno, la cortesía era su carta de presentación, más sin embargo, su compañera era la soledad… “Cruel destino que me impone a una doncella como alimento…” me lamenté con amargura, más sin embargo era yo un depredador y ella una presa, quizás la presa perfecta, de edad lozana y piel porcelanizada, una dama en toda la extensión de la palabra.
Caminé hacia ella, con un sigilo que me brindaba un disfraz demasiado evidente, y a la vez tan intrascendente que era imposible ser notado, la distancia se acortaba, y el aroma que de ella se desprendía comenzaba a embriagarme, como la toxina dulce de una serpiente ponzoñosa… Comencé a sentir su calor, emanado con discreción entre las capas de tela que su vestido formaba, era inminente el contacto… -Buenas noches señorita, perdone mi atrevimiento, pero no me he podido contener…- dije al tiempo que le reverenciaba con cortesía –Haraldr Hardradi, a sus órdenes…-
Haraldr Harðráði- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 21/04/2015
Re: Cobrizo sol
-Señorita Nurmi…
-¿Si?
-Nuevamente le ha atacado el desvelo – la voz acongojada de la sirvienta, auguraba una nueva reprimenda, escondida en sutiles sugerencias. Malina ya estaba habituada: se había habituado a que la servidumbre cambiase según los dictámenes de Risto, quien, desde Irlanda, lograba reunir una cantidad no despreciable de jóvenes que terminaban cuidando la casa. Nurmi, por su parte, descansaba, alejada de todos. No por apatía ni descontento, sino porque ninguno daba la altura suficiente para tener la misma complicidad de Ingria y Jukka, quienes, por las mismas órdenes de Risto, no podían embarcarse y terminar junto a su “estimada señora” como solían llamarle.
-La casa huele a encierro. Annie, abre todas las puertas y ventanas para que el aire fresco sople por todas las habitaciones. Sí, ya sé que son las siete de la tarde, y sí, ya me imagino que lo hiciste durante la mañana, pero solo hazlo- La corriente estuvo a punto de volcar un jarrón, pero ella consiguió atraparlo en el último segundo.
-Señora, ¿qué le apetecerá hacer esta noche?- Malina, estaba acostada en la pequeña habitación contigua a la cocina. Siempre la había llamado el cuarto de invitados, pese a que no gustaba de recibir ninguno. Se asomó a verla, divisando los ojos entreabiertos y el cabello revuelto.
-Daré un paseo. Ya puedes cerrar todo, el aire frío me ha calado hasta los pulmones.
Obedeció la criada con premura. Malina, sentada en la orilla de la cama, con las sienes apoyadas sobre la yema de sus dedos se incorporó, subiendo lentamente hacia el baño, se deshizo de sus ropajes y se hundió en el agua tibia. Reposando sobre la misma, se dispuso a meditar: el tono violáceo del cielo le invitaba a salir, a despejar su atormentada cabeza, llena de enmarañadas ideas y de desvencijados recuerdos. Sutil, era la palabra indicada para describir el vestido verde olivo que ostentaba sobre ella.
Descendió con la mente impoluta, deleitándose con el aroma de las hojas de té cediendo con el calor del agua.
-Iré al museo. Deja sobre la mesa una taza para mi regreso.
-¿No desea que la espere despierta?
-No, Annie, no soy tan cruel como para pedirte eso.
La belleza de las obras la dejaba sin aliento, como siempre. Desde que llegó a Paris, tomó por costumbre visitar el museo, cuando el desvelo se apoderaba de ella. Ahora se mantenía extasiada, deslumbrada, observando con una sonrisa, un cuadro de tiempos pretéritos. La luz se había extinguido, las voces se volvían ecos metálicos y los colores que percibía se oxidaban poco a poco bajo el efecto de la brisa y de la noche; algunas eran vívidas, tanto que daba gusto ensalzarse en su color, otras sin embargo eran más diáfanas, incluso oscuras. De niña le encantaba jugar a observar, en un espacio delimitado, cómo la gran variedad de seres, podía convivir con parsimonia por las calles. “En ese entonces todo era tan sencillo, no me he olvidado del todo” manifestaba, abstraída para sus adentros.
Fue en ese abanico de emociones y recuerdos que un aura, borrosa, desvaída, comenzó a acercarse; trató de concentrarse otra vez en el cuadro. En aquel momento, lo logró, dejando que su sonrisa no se borrase, depositando su curiosidad en los labios y la atención en los colores. Mas eso no podía mantenerla de forma permanente alejada de ello. Esperaba que su corazonada tuviera razón y se cumpliera la idea de que tal vez, sea coincidencia, y pasase a su lado, solo para buscar a otro individuo. Pero no había nadie más cerca. La sierpe de su estirpe comenzaba a inquietarse.
Miró al hombre y comprobó que era difícil obviarle, junto con esa elegancia, desprendida de sus pasos, el caminar directo hacia ella era inevitable. Hacía mucho que no tenía aquella curiosa sensación, de sentirse observada; pareció sin embargo, que ambos tuvieron la misma intención: el acecho mutuo. “Hoy es una noche para evocar, al parecer”, así que Malina optó por distenderse y sonreír al extraño. Estiró su mano, a una distancia prudente, repasando los pliegues de la manga y el aspecto de Haraldr, como dijo llamarse: decidido, con un dejo de altanería en su labia y en su presentación, “un hombre de antaño”, se dijo – Que yo recuerde, no he solicitado un guía para esta velada – respondió a su último comentario - Malina Nurmi. El gusto es mío- La mujer, de pie, tomó su distancia, dando un paso hacia atrás, invitando con ello, a conservar su instinto quieto, llevando su mirada hacia el cuadro - ¿Cómo le trata la noche?
-¿Si?
-Nuevamente le ha atacado el desvelo – la voz acongojada de la sirvienta, auguraba una nueva reprimenda, escondida en sutiles sugerencias. Malina ya estaba habituada: se había habituado a que la servidumbre cambiase según los dictámenes de Risto, quien, desde Irlanda, lograba reunir una cantidad no despreciable de jóvenes que terminaban cuidando la casa. Nurmi, por su parte, descansaba, alejada de todos. No por apatía ni descontento, sino porque ninguno daba la altura suficiente para tener la misma complicidad de Ingria y Jukka, quienes, por las mismas órdenes de Risto, no podían embarcarse y terminar junto a su “estimada señora” como solían llamarle.
-La casa huele a encierro. Annie, abre todas las puertas y ventanas para que el aire fresco sople por todas las habitaciones. Sí, ya sé que son las siete de la tarde, y sí, ya me imagino que lo hiciste durante la mañana, pero solo hazlo- La corriente estuvo a punto de volcar un jarrón, pero ella consiguió atraparlo en el último segundo.
-Señora, ¿qué le apetecerá hacer esta noche?- Malina, estaba acostada en la pequeña habitación contigua a la cocina. Siempre la había llamado el cuarto de invitados, pese a que no gustaba de recibir ninguno. Se asomó a verla, divisando los ojos entreabiertos y el cabello revuelto.
-Daré un paseo. Ya puedes cerrar todo, el aire frío me ha calado hasta los pulmones.
Obedeció la criada con premura. Malina, sentada en la orilla de la cama, con las sienes apoyadas sobre la yema de sus dedos se incorporó, subiendo lentamente hacia el baño, se deshizo de sus ropajes y se hundió en el agua tibia. Reposando sobre la misma, se dispuso a meditar: el tono violáceo del cielo le invitaba a salir, a despejar su atormentada cabeza, llena de enmarañadas ideas y de desvencijados recuerdos. Sutil, era la palabra indicada para describir el vestido verde olivo que ostentaba sobre ella.
Descendió con la mente impoluta, deleitándose con el aroma de las hojas de té cediendo con el calor del agua.
-Iré al museo. Deja sobre la mesa una taza para mi regreso.
-¿No desea que la espere despierta?
-No, Annie, no soy tan cruel como para pedirte eso.
[***]
La belleza de las obras la dejaba sin aliento, como siempre. Desde que llegó a Paris, tomó por costumbre visitar el museo, cuando el desvelo se apoderaba de ella. Ahora se mantenía extasiada, deslumbrada, observando con una sonrisa, un cuadro de tiempos pretéritos. La luz se había extinguido, las voces se volvían ecos metálicos y los colores que percibía se oxidaban poco a poco bajo el efecto de la brisa y de la noche; algunas eran vívidas, tanto que daba gusto ensalzarse en su color, otras sin embargo eran más diáfanas, incluso oscuras. De niña le encantaba jugar a observar, en un espacio delimitado, cómo la gran variedad de seres, podía convivir con parsimonia por las calles. “En ese entonces todo era tan sencillo, no me he olvidado del todo” manifestaba, abstraída para sus adentros.
Fue en ese abanico de emociones y recuerdos que un aura, borrosa, desvaída, comenzó a acercarse; trató de concentrarse otra vez en el cuadro. En aquel momento, lo logró, dejando que su sonrisa no se borrase, depositando su curiosidad en los labios y la atención en los colores. Mas eso no podía mantenerla de forma permanente alejada de ello. Esperaba que su corazonada tuviera razón y se cumpliera la idea de que tal vez, sea coincidencia, y pasase a su lado, solo para buscar a otro individuo. Pero no había nadie más cerca. La sierpe de su estirpe comenzaba a inquietarse.
Miró al hombre y comprobó que era difícil obviarle, junto con esa elegancia, desprendida de sus pasos, el caminar directo hacia ella era inevitable. Hacía mucho que no tenía aquella curiosa sensación, de sentirse observada; pareció sin embargo, que ambos tuvieron la misma intención: el acecho mutuo. “Hoy es una noche para evocar, al parecer”, así que Malina optó por distenderse y sonreír al extraño. Estiró su mano, a una distancia prudente, repasando los pliegues de la manga y el aspecto de Haraldr, como dijo llamarse: decidido, con un dejo de altanería en su labia y en su presentación, “un hombre de antaño”, se dijo – Que yo recuerde, no he solicitado un guía para esta velada – respondió a su último comentario - Malina Nurmi. El gusto es mío- La mujer, de pie, tomó su distancia, dando un paso hacia atrás, invitando con ello, a conservar su instinto quieto, llevando su mirada hacia el cuadro - ¿Cómo le trata la noche?
Última edición por Malina Nurmi el Vie Jun 26, 2015 9:08 pm, editado 1 vez
Malina Nurmi- Cambiante Clase Media
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Re: Cobrizo sol
Y en penumbra tan temprana
que no duele ni se nombra
la luz muere con la sombra
de la vida cotidiana…
que no duele ni se nombra
la luz muere con la sombra
de la vida cotidiana…
Ella desbordaba una dulzura que yo no lograba comprender, y aunque anhelaba hacerlo, también deseaba no lograrlo, porque siempre es más fácil matar cuando no se sabe nada de la víctima, su aura traspasaba la barrera de sus ojos. Mencionó que esa noche no había solicitado ningún guía y yo sonreí, pero más allá de lo lírico de su voz, era por el trasfondo de sus palabras, lo etéreo de ella...
La vi retroceder, era evidente que en mi persona notaba algo extraño, y eso me hizo hacer hincapié en que ella también era distinta, definitivamente no era licántropo, pero tampoco era del todo humana, no podría decir con exactitud cuál era su naturaleza, pero no me importaba descubrirla –Digamos entonces señorita Nurmi, que el gusto es de ambos- sonreí con cordialidad, dubitativo de mis intenciones primeras –No os ofrezco ser un guía, pero ¿Qué tal un acompañante en vuestro recorrido?- la gentileza que poseía mi voz no era normal en mí, me sentí sorprendido por ello.
–La noche…- suspiré, no porque necesitara aire, claro está, sino más bien, porque necesitaba con urgencia ordenar un poco mis ideas, encontrar una respuesta que la convenciera, pero más aún que me convenciera a mí –Me encuentro en el museo con más historia del continente, y por un acto furtivo he descubierto que el arte también puede caminar, y sonreír…- Nunca en mi vida había yo hecho un piropo, y este primero no había salido como lo había imaginado, ni cerca… Pero sentía la necesidad de hacer aquella ocurrencia -¿Entonces señorita Nurmi, me dejará acompañarla?- dije mientras le ofrecía mi codo para que lo tomara… Esperaba que lo hiciera.
La vi retroceder, era evidente que en mi persona notaba algo extraño, y eso me hizo hacer hincapié en que ella también era distinta, definitivamente no era licántropo, pero tampoco era del todo humana, no podría decir con exactitud cuál era su naturaleza, pero no me importaba descubrirla –Digamos entonces señorita Nurmi, que el gusto es de ambos- sonreí con cordialidad, dubitativo de mis intenciones primeras –No os ofrezco ser un guía, pero ¿Qué tal un acompañante en vuestro recorrido?- la gentileza que poseía mi voz no era normal en mí, me sentí sorprendido por ello.
–La noche…- suspiré, no porque necesitara aire, claro está, sino más bien, porque necesitaba con urgencia ordenar un poco mis ideas, encontrar una respuesta que la convenciera, pero más aún que me convenciera a mí –Me encuentro en el museo con más historia del continente, y por un acto furtivo he descubierto que el arte también puede caminar, y sonreír…- Nunca en mi vida había yo hecho un piropo, y este primero no había salido como lo había imaginado, ni cerca… Pero sentía la necesidad de hacer aquella ocurrencia -¿Entonces señorita Nurmi, me dejará acompañarla?- dije mientras le ofrecía mi codo para que lo tomara… Esperaba que lo hiciera.
Haraldr Harðráði- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 10
Fecha de inscripción : 21/04/2015
Re: Cobrizo sol
Acostumbrada al dejo de pereza que su cuerpo sentía a estas horas, la lánguida serpiente se atribuía movimientos parsimoniosos en su interior, desquitándose de su violenta presentación, cerrando la mandíbula, mas no alejando la mirada de aquel hombre. Una necesidad de acecho, había despertado los deseos de recorrer las venas de aquel con su ponzoña. Por su parte, el escuálido físico de la pelirroja, se debatía en una inusual contradicción, “creo que no me ha entendido, o no me quiere entender”, se contraía y distendía, la respiración armoniosa y el sonido de su voz calmo. Algo en ella sabía que aquel extraño no se iba a apartar de su lado de buenas a primera, no era solo impresión de la víbora, sino también de su conciencia, el fantasma de su memoria prestándole frases pretéritas dichas por otros hombres. Extraño de nombre extranjero. Extraño con un tinte aristocrático, ensalzado por su soberbia mirada, ahí radicaba gran número de las inconsistencias de la víbora ¿Por qué tan apartado de toda la masa humana? Las mujeres, atildadas y fruncidas, ocupaban inmediatamente los puestos vacío que quedaban entre los observadores, dispuestas a prestar un poco de atención de los preciados tesoros históricos, todas diversas en su fisonomía y ese “je ne sais quoi” porte aristocrático que se delata, pero no se puede explicar con palabras. Ahí estaban los dos, prestos a permanecer apartados, sin embargo, reflejados en sus acciones y diálogos, acomodó su postura a una más relajada, esbozando las posibilidades que “el gusto es de ambos” podría tener - ¿dónde encuentra usted el gusto, en presentarse ante una desconocida? – Comentó en una fugaz pregunta, con una traviesa sonrisa en los labios – los hombres son realmente curiosos… - concluyó a su interpelado. Suspiró para despejar su mente de aquellas conjeturas sin destino aparente, enterándose de lo que acontecía a su alrededor: ya eran cada vez más los individuos que se paseaban por los salones; ellos, por su parte hacían algo por el estilo, pues con más o menos disimulo, todos comenzaron a mirar y devorar las piezas de arte. Algunos con más intensidad que otros.
Entreabrió los ojos, mostrando sorpresa - ¿Un acompañante? – “¿Dónde saca tanta insistencia este hombre?” pensó con extraña desesperación. No le agradaba que sus palabras fueran esquivadas, sus negativas desechadas. Un paso, lento y delicado, fue suficiente para regresar a donde se encontraba al principio, frente al cuadro, ya descolorido para sus orbes – Creo haber dicho, que… - Mientras pretendía negarse, Haraldr le ofreció su brazo, pronunciando una inusual comparación, “¿Yo, como el arte?” Una graciosa expresión de agrado, mezclada con un dejo de gracia, se dibujó en los ojos de la mujer, quien no pudo más que reírse sutilmente, escondiendo la sonrisa tras una mano – Vaya… - dijo, aproximándose a su rostro, con atrevida sorna – no sabía que podía verme tan mayor – susurró en su oído; Denomínese instinto, o intuición, pero Nurmi, vislumbró en el rostro de Haraldr una incomodidad sorpresiva. Como si la necesidad de expresarse de forma natural y libre de ataduras le fuera ajena. Y ello no le fue indiferente. En esa proximidad, tomó la oportunidad de observarle con detenimiento, omitiendo apreciaciones a viva voz; era su turno en el juego del mutuo acecho y su mirada fue la carta que usó, de gran peso, intensa, casi voraz, finalizando con su mano, la que se deslizó por el brazo, deshaciendo así su ofrecimiento. Sintió su piel fría, y un brío le recorrió la espalda, tornando su expresión a una más seria “Pero qué le sucede a este hombre” – Como dije anteriormente, ya he dicho que no he solicitado un guía, mucho menos un acompañante en esta velada – En eso, desvió la mirada, haciendo contacto con más personas. El barullo aumentaba: más y más humanos comenzaban a frecuentar el museo. En aquel efímero momento, dos mujeres estaban, a una distancia no menor, hablando entre ellas, mirando a la pelirroja y al hombre. Una de ellas con un desbordante interés en él. Una sonrisa traviesa volvió al rostro de Malina, regresando a Haraldr – Ella sí que está interesada en un guía ¿Por qué no va y la ilustra un momento? Imagino que ya la ha visto – sentenció con osadía, tomando distancia y haciendo una reverencia a modo de despedida.
Cansada de los desesperantes diálogos que se entablaban en los pasillos, agotados ya los recursos de la extenuante labia de algunos, Lumi decidió buscar una terraza, o un sitio donde el viento nocturno pudiera despejarle los iracundos nervios; no era despreciable la cantidad de años sucedidos en los que, alguien se atrevía a despreciar sus negativas. Se sublevaba la sierpe y con ello la lengua; en algunas ocasiones y ante esa sugerencia violenta y terrible de su forma, Malina recurría al viento. Y esta noche quería darle punto final a su descontrolada paz. No obstante, ello no dejaba de alejar la imagen y el aura del sujeto… Una vez más, se dejó guiar por los viejos recuerdos y la vivaz alegría de antaño ¿Qué se viene a la mente tan de súbito, cuando se sacude el ímpetu de la profesión? "Una entrevista…" musitó para sí, apoyando los codos en el marco de una ventana semiabierta…
Entreabrió los ojos, mostrando sorpresa - ¿Un acompañante? – “¿Dónde saca tanta insistencia este hombre?” pensó con extraña desesperación. No le agradaba que sus palabras fueran esquivadas, sus negativas desechadas. Un paso, lento y delicado, fue suficiente para regresar a donde se encontraba al principio, frente al cuadro, ya descolorido para sus orbes – Creo haber dicho, que… - Mientras pretendía negarse, Haraldr le ofreció su brazo, pronunciando una inusual comparación, “¿Yo, como el arte?” Una graciosa expresión de agrado, mezclada con un dejo de gracia, se dibujó en los ojos de la mujer, quien no pudo más que reírse sutilmente, escondiendo la sonrisa tras una mano – Vaya… - dijo, aproximándose a su rostro, con atrevida sorna – no sabía que podía verme tan mayor – susurró en su oído; Denomínese instinto, o intuición, pero Nurmi, vislumbró en el rostro de Haraldr una incomodidad sorpresiva. Como si la necesidad de expresarse de forma natural y libre de ataduras le fuera ajena. Y ello no le fue indiferente. En esa proximidad, tomó la oportunidad de observarle con detenimiento, omitiendo apreciaciones a viva voz; era su turno en el juego del mutuo acecho y su mirada fue la carta que usó, de gran peso, intensa, casi voraz, finalizando con su mano, la que se deslizó por el brazo, deshaciendo así su ofrecimiento. Sintió su piel fría, y un brío le recorrió la espalda, tornando su expresión a una más seria “Pero qué le sucede a este hombre” – Como dije anteriormente, ya he dicho que no he solicitado un guía, mucho menos un acompañante en esta velada – En eso, desvió la mirada, haciendo contacto con más personas. El barullo aumentaba: más y más humanos comenzaban a frecuentar el museo. En aquel efímero momento, dos mujeres estaban, a una distancia no menor, hablando entre ellas, mirando a la pelirroja y al hombre. Una de ellas con un desbordante interés en él. Una sonrisa traviesa volvió al rostro de Malina, regresando a Haraldr – Ella sí que está interesada en un guía ¿Por qué no va y la ilustra un momento? Imagino que ya la ha visto – sentenció con osadía, tomando distancia y haciendo una reverencia a modo de despedida.
Cansada de los desesperantes diálogos que se entablaban en los pasillos, agotados ya los recursos de la extenuante labia de algunos, Lumi decidió buscar una terraza, o un sitio donde el viento nocturno pudiera despejarle los iracundos nervios; no era despreciable la cantidad de años sucedidos en los que, alguien se atrevía a despreciar sus negativas. Se sublevaba la sierpe y con ello la lengua; en algunas ocasiones y ante esa sugerencia violenta y terrible de su forma, Malina recurría al viento. Y esta noche quería darle punto final a su descontrolada paz. No obstante, ello no dejaba de alejar la imagen y el aura del sujeto… Una vez más, se dejó guiar por los viejos recuerdos y la vivaz alegría de antaño ¿Qué se viene a la mente tan de súbito, cuando se sacude el ímpetu de la profesión? "Una entrevista…" musitó para sí, apoyando los codos en el marco de una ventana semiabierta…
Malina Nurmi- Cambiante Clase Media
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Fecha de inscripción : 17/03/2015
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Re: Cobrizo sol
Hay un cielo que responde
a la gloria y a la suerte
a la suerte y a la muerte
hay un cielo que responde…
a la gloria y a la suerte
a la suerte y a la muerte
hay un cielo que responde…
Dejó liberar un poco de tensión la dama que iluminaba aquel recinto, y yo a su vez me sentí aliviado por un instante, más sin embargo ella inquirió en un tono formal acerca de mi proceder con ella “La vedad es que me hacía preguntas que yo mismo no podía responderme, mucho menos podría responderlas a ella… Nunca, en mi larga existencia había sentido la necesidad que ahora me cobraba de acercarme a alguien, no por motivos que no fueran políticos o económicos, motivos que atañían más a la razón del ser”, carraspee confundido ante la pregunta, o más bien posible respuesta que ella esperaba de mi [color=#ff0000]–Yo…- atiné a decir como si de un niño me tratase –No ha sido en ningún momento mi intención incomodarla…- dije al tiempo que una fugaz sonrisa se dibujó en el rostro de la fémina, estoy seguro de que, de tener sangre, toda ella hubiera migrado a mis mejillas, me resultaba tan incómoda aquella situación, no per se, sino, porque era ajena a mi proceder… -¿Curiosos? espeté tan pronto ella terminó su frase, la curiosidad me carcomía el interior.
La dama evadió mi brazo, parecía determinada a no aceptar aquella compañía que de manera tan genuina le ofrecía, “Quizás era porque no debí en ningún momento haber hecho semejante escena, porque… me debí limitar a hacer lo que se hacer…”; entonces respondió sobre aquel fallido piropo que yo le había hecho, y yo trastabillé mis palabras para tratar de emendar el mal entendido que acababa de generar No mi señora… no fue ese el motivo de mi comentario… El arte no tiene que ser antiguo para ser considerado así; el arte es la manifestación de la vida captada por quien es hábil en alguna de las artes que existen…- medité un instante la respuesta que acababa de dar…
Ella acarició mi brazo, y un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero estuve consiente de que pudo notar lo frío de mi mano al finalizar su recorrido en mi cuerpo; y tuve miedo, no de que me descubriera ante todos, sino, más bien de que aquel motivo la terminara de alejar de mi… Con un endurecimiento en su expresión me habló de un par de damas que habían acechado toda nuestra conversación, y me instigó a que me acercara a ella, con un dejo de travesura en el rostro, no supe si era una prueba de esas que suelen poner las féminas, o de verdad deseaba deshacerse de mí, pero en cualquiera de los casos, yo no me encontraba interesado en nadie más en aquel lugar -Perdón señorita Nurmi, pero ¿De quién o de que cosa me habla?- respondí, sabiendo de que se trataba, más no de la intención de sus palabras… Pero ella se había encaminado hacia uno de los balcones que flanqueaban aquel recinto, saliendo al frío aire de la urbe parisina, yo por mi parte, me acerqué al marco de la puerta y me limité a observarla en el desfile de sombras que su silueta provocaba… cuando su voz, tan callada que solo yo podía escucharla musitó un par de palabras que, aunque claras, no me resultaban comprensibles ante el dialogo que acabábamos de tener… medité por largos instantes el dejarle en paz…
La dama evadió mi brazo, parecía determinada a no aceptar aquella compañía que de manera tan genuina le ofrecía, “Quizás era porque no debí en ningún momento haber hecho semejante escena, porque… me debí limitar a hacer lo que se hacer…”; entonces respondió sobre aquel fallido piropo que yo le había hecho, y yo trastabillé mis palabras para tratar de emendar el mal entendido que acababa de generar No mi señora… no fue ese el motivo de mi comentario… El arte no tiene que ser antiguo para ser considerado así; el arte es la manifestación de la vida captada por quien es hábil en alguna de las artes que existen…- medité un instante la respuesta que acababa de dar…
Ella acarició mi brazo, y un escalofrío me recorrió el cuerpo, pero estuve consiente de que pudo notar lo frío de mi mano al finalizar su recorrido en mi cuerpo; y tuve miedo, no de que me descubriera ante todos, sino, más bien de que aquel motivo la terminara de alejar de mi… Con un endurecimiento en su expresión me habló de un par de damas que habían acechado toda nuestra conversación, y me instigó a que me acercara a ella, con un dejo de travesura en el rostro, no supe si era una prueba de esas que suelen poner las féminas, o de verdad deseaba deshacerse de mí, pero en cualquiera de los casos, yo no me encontraba interesado en nadie más en aquel lugar -Perdón señorita Nurmi, pero ¿De quién o de que cosa me habla?- respondí, sabiendo de que se trataba, más no de la intención de sus palabras… Pero ella se había encaminado hacia uno de los balcones que flanqueaban aquel recinto, saliendo al frío aire de la urbe parisina, yo por mi parte, me acerqué al marco de la puerta y me limité a observarla en el desfile de sombras que su silueta provocaba… cuando su voz, tan callada que solo yo podía escucharla musitó un par de palabras que, aunque claras, no me resultaban comprensibles ante el dialogo que acabábamos de tener… medité por largos instantes el dejarle en paz…
Haraldr Harðráði- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 21/04/2015
Re: Cobrizo sol
En un solo ser humano hay muchos otros seres, todos con sus propios valores, motivos y estratagemas.
Sin necesidad alguna de mostrar empatía por los asistentes, Malina, avanzaba con el rostro serio, repasando con la mirada los recovecos de las paredes y los adornos de la misma; a su parecer, no era necesario siquiera dedicarles una mirada a los presentes, ¿Para qué? Ya había cumplido su cometido: inundar sus pulmones de aire para tratar de conciliar el buen dormir, pero no contaba con la inusitada aparición de aquel hombre. Frunció el ceño, ataviada por su iracunda rutina y su impertinente costumbre de preguntar todo, saberlo todo. Leyó, antes de escabullirse, el rostro confundido de aquel que se hacía llamar “Haraldr”. “No. No más intentos burdos de conversación. No más por un buen tiempo”, se decía para sí misma, en un tono relativamente bajo de voz mientras se imbuía paulatinamente de desesperación y vergüenza en su actuar. Tal vez su único gran problema es que, no lograba comprender del todo la doctrina y la etiqueta de ser una mujer, en París, relativamente sola. Dio una mirada fugaz a los visitantes, percatándose del protocolo pulcro de las féminas: delicadas y algunas sumisas, con ese acento que le mareaba y sus conversaciones monótonas, acopladas a un sonido mayor. Con esa premisa, sujeta a su firme y prístino egoísmo se topó con la silueta del mismo sujeto, lo que volvió a calar hondo en su curiosidad. Su insistencia.
Con una expresión de sorpresa en el rostro, no le quitó la mirada de encima. Parecía una persona normal, dentro de lo que acontecía al interior del museo, “dejémoslo en que parece una buena persona”, masculló, convenciéndose de ello. Acomodándose en el marco de la ventana, reposó su cuerpo, dejando las manos juntas caer frente a su vestido, el color verde le recordaba lo bien que hubiera sentado, salir de allí reptando y no caminando. Reprodujo para sí, la forma en que respondía sus cuestionamientos; “está poco habituado a dar cuentas”, pensó, frunciendo el ceño, confundida, sin evitar ladear la cabeza, como si de esa manera sus ideas tuvieran una dirección. Se olvidó del sentido de la visión y procedió con el olfato. Estaba decidida a conocerle. Meditabunda, dirigió sus pocos pasos hacia él. Sabía que la observaba, que la confusión le estaba atosigando la paciencia. Como si de una intuición se tratase, Malina, extendió sutil su mano, musitando despacio, a merced de sus instintos - ¿Se va a quedar allí? – preguntó. El sabor del acecho le vino de golpe a la boca y con la lengua recorrió sus dientes, sin que sus labios lo hicieran notar; cerró los ojos en señal de agobio, ¿Qué diablos pretendía hacer? Jugando, expresando el azar en simples preguntas ¿Y si resultaba ser un animal mucho más peligroso que ella? Evidentemente ello sería un obstáculo de complejo esquive. La remota posibilidad de ofrecer declinar su altanera conducta, su preciada sangre a un extraño no daba cabida en su egoísta necesidad, “No, no y no. Aunque deba drenar a otra persona antes de hacerlo…Me niego” furiosa se repetía. “Drenar”, poco a poco, las palabras y frases iban conformando un caos.
Lo quisiera o no, había hecho un movimiento que rozaba lo petulante. Las furtivas voces de los presentes la inquietaban: comenzaba a ser observada en su propia soledad ¡Pero qué funestos humanos! Más de uno habría visto la forma en que lo rechazó, a vista y presencia de aquellos que osaron mirar, cómo deshacía el brazo que le ofreció con galantería… Mismo brazo que evocaba una sensación fría en sus manos, crispando sus dedos al unísono una vez los recordó. “Es verdad, puedo ser una terrible bastarda”, lo recordó; esa piel tan pálida, y esos ademanes groseramente suspicaces… Puede ser que ostente mayor experiencia que ella, a pesar de lo curioso que se sentía, decir que rozaban una edad similar, pese a su lozana piel, pero, se delataba de muchas otras formas que él no estaba en plenitud de condiciones para explayarse, y no pudo evitarlo: una sonrisa un tanto pérfida se acomodó en sus labios, mientras se deleitaba discurriendo sobre qué acción iba a tomar. Y lo más importante, si es que habría oído su interrogante. De ser así, no iba a olvidar los hábitos y costumbres que se tomaban cuando estabas en Sociedad, preparándose para, esta vez, sí tomar su brazo.
Malina Nurmi- Cambiante Clase Media
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