AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Vicisitudes {Priv. India}
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Vicisitudes {Priv. India}
Era impresionante la facilidad con la que algunos autores podían hacerla sonreír con aire quedo, allí en la soledad de la basta biblioteca que primero había sido de su ex esposo, luego de ambos y finalmente sólo suya, como correspondía. Hundiéndose en el extremadamente confortable sillón, aquel junto a una mesita de cristal medio invadida por libros de encuadernaciones diversas –algunas en extremo ricas y otras extremadamente pobres–, pasó una página.
–“…el amor propio es parte del amor al igual que el interés propio es parte de la amistad” –repitió en voz alta, ésta resonando en la por el momento vacía habitación. No podría haber coincidido más con la adorable George Sand pensó, pero la lectura la acabó por arrastrar a otro punto menos grato de sus pensamientos. ¿Podría ser que acaso ella misma siempre confundiera el “amor propio” con una soledad autoimpuesta? Continuó con el libro sobre sus manos, pero la sonrisa se esfumó.
Un sonido la alertó: era la puerta de la biblioteca, siendo abierta y volviendo a ser cerrada. Claro, la hora, le había pedido a India que le sirviera algo de té de menta, uno de sus favoritos. Olenna cerró el libro y la observó acercarse con atención, demasiada atención, mucha más de la que una mujer corriente dedicaría a una criada. Siempre le gustaba ver esa aura tan particular suya, pero había elementos incluso más superficiales y obvios que esos: sencillamente le agradaba demasiado su aspecto y apreciar la armonía de su rostro. Cosa curiosa, no sonrió cuando la tuvo más cerca; tenía demasiadas cosas en la cabeza.
–Gracias India –dijo, en verdad agradecida, a la vez que dejaba el libro sobre la pila algo inclinada para tomar la taza de té entre sus manos; quemaba un poco pero le agradaba la sensación. Por algunos momentos sus ojos se habían detenido en el líquido, pero de pronto volvieron al rostro de la mujer, sólo que esta vez menos exultantes que la vez anterior–. Anoche volviste a salir. Como todas las noches.
No fue ninguna pregunta, y en verdad tampoco exigía ninguna respuesta. Simplemente lo sabía: India continuaba realizando aquel trabajo por el cual la había conocido. Pero, ¿por qué? Eso era lo que no podía entender. ¿Dinero? Pero si ella podría darle el que fuera. ¿Orgullo? ¿Gusto?
–¿Simplemente tienes una naturaleza tan viciosa que no lo puedes evitar? –preguntó de pronto, un tono burlón adueñándose de sus palabras a la vez que sonreía divertida. Era irónico; ¿quién podía tener una naturaleza más viciosa que la propia? Aunque de algo estaba segura: cuando encontrara una mujer así difícilmente se despegaría de su lado.
–“…el amor propio es parte del amor al igual que el interés propio es parte de la amistad” –repitió en voz alta, ésta resonando en la por el momento vacía habitación. No podría haber coincidido más con la adorable George Sand pensó, pero la lectura la acabó por arrastrar a otro punto menos grato de sus pensamientos. ¿Podría ser que acaso ella misma siempre confundiera el “amor propio” con una soledad autoimpuesta? Continuó con el libro sobre sus manos, pero la sonrisa se esfumó.
Un sonido la alertó: era la puerta de la biblioteca, siendo abierta y volviendo a ser cerrada. Claro, la hora, le había pedido a India que le sirviera algo de té de menta, uno de sus favoritos. Olenna cerró el libro y la observó acercarse con atención, demasiada atención, mucha más de la que una mujer corriente dedicaría a una criada. Siempre le gustaba ver esa aura tan particular suya, pero había elementos incluso más superficiales y obvios que esos: sencillamente le agradaba demasiado su aspecto y apreciar la armonía de su rostro. Cosa curiosa, no sonrió cuando la tuvo más cerca; tenía demasiadas cosas en la cabeza.
–Gracias India –dijo, en verdad agradecida, a la vez que dejaba el libro sobre la pila algo inclinada para tomar la taza de té entre sus manos; quemaba un poco pero le agradaba la sensación. Por algunos momentos sus ojos se habían detenido en el líquido, pero de pronto volvieron al rostro de la mujer, sólo que esta vez menos exultantes que la vez anterior–. Anoche volviste a salir. Como todas las noches.
No fue ninguna pregunta, y en verdad tampoco exigía ninguna respuesta. Simplemente lo sabía: India continuaba realizando aquel trabajo por el cual la había conocido. Pero, ¿por qué? Eso era lo que no podía entender. ¿Dinero? Pero si ella podría darle el que fuera. ¿Orgullo? ¿Gusto?
–¿Simplemente tienes una naturaleza tan viciosa que no lo puedes evitar? –preguntó de pronto, un tono burlón adueñándose de sus palabras a la vez que sonreía divertida. Era irónico; ¿quién podía tener una naturaleza más viciosa que la propia? Aunque de algo estaba segura: cuando encontrara una mujer así difícilmente se despegaría de su lado.
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2015
Localización : En algún rincón de París.
Re: Vicisitudes {Priv. India}
Aquella casa era lo más cercano y parecido a su hogar de lo que había estado nunca desde que tuvo que alejarse de él. La incursión de Olenna en el burdel había sido tan extraña como agradable. Aún no sabía el motivo que la había movido a ofrecerla un sitio en su casa, si bien era cierto que era para trabajar como criada, la forma en que su actual señora le trataba distaba mucho de lo que aparentaba una simple relación profesional. Todos esos pensamientos se agolpaban en la cabeza de India mientras preparaba el te para Olenna. Era tan sumamente raro todo que ya ni siquiera sentía miedo, simplemente se adaptaba a cada cambio de la mejor manera posible. Por el momento nadie había descubierto quien era ni de donde procedía, por lo que su forma de actuar parecía la correcta.
Con paso sigiloso, como era natural en ella, se acercó hasta la zona donde parecía estar ensimismada en sus lecturas la hechicera. Ambas se medían, eran coscientes de que no corrían peligro una junto a la otra, pero las dos mujeres sabían que había partes de ambas que no estaban descubiertas. - Es un placer madame - al no reconocer atisbo alguno de sonrisa simplemente inclinó levemente la cabeza hacia ella.
- Sí madame, anoche también salí.- no había enfado ni acritud en su voz, pues cada vez que Olenna se refería a ese tema su aura cambiaba. Se volvía más oscuro y sabía que si la enfrentaba, que si dejaba salir a Katharina, en vez de ser India, la situación no iba a ser agradable. Sin embargo, el tono de aquel último comentario... - Sabía a lo que me dedico...madame - argumentó con la barbilla alzada y entonando aquella última palabra con cierta insidia - así que el por qué lo haga o deje de hacerlo no es asunto suyo mientras siga sirviéndola bien - continuó lo más suavemente que podía para no dejar salir la inquina que llevaba dentro desde hacía tanto. - Porque eso es lo que quiere de mi, ¿verdad? Que la sirva. - aquello nadie se lo toleraría al servicio, era consciente de que estaban echando un pulso y tenía las de salir perdiendo pero no podía parar, estaba cansada de sentirse una marioneta habiendo sido ella toda su vida la que movía los hilos de los demás.
- Me encontró en el burdel, usted me pidió que trabajara aqui y lo hice. No entiendo que la molesta tanto de mi comportamiento para dirigirse a mi con ese tono de superioridad y burla. - ya estaba, lo había hecho. Se había dejado llevar por el enfado momentáneo y se había expuesto ante aquella mujer. No tardaría ni dos segundos en adivinar al menos parte de lo que llevaba tanto tiempo ocultando tras esa imagen fría y despreocupada de "India Labelle".
La mecha estaba prendida, ya no había quien lo apagase, sólo quedaba esperar que al menos pudiera controlar sus dos cambios a forma animal más temidos. - Por supuesto que soy viciosa, con quien debo serlo y cuando debo serlo. No me parece un tema de conversación que deba mantener con usted. Me quiso pagar por servirla en casa, haberlo pensado mejor si tanta curiosidad le suscita mi otro empleo. - dicho esto mantuvo los ojos fijos en los de la mujer que hasta entonces había mantenido silencio, con gesto... ¿divertido? escuchando toda su perorata. Lo logico seria que le ordenara que abandonara su casa inmeditamente, eso en el caso en que fuera amable.
Con paso sigiloso, como era natural en ella, se acercó hasta la zona donde parecía estar ensimismada en sus lecturas la hechicera. Ambas se medían, eran coscientes de que no corrían peligro una junto a la otra, pero las dos mujeres sabían que había partes de ambas que no estaban descubiertas. - Es un placer madame - al no reconocer atisbo alguno de sonrisa simplemente inclinó levemente la cabeza hacia ella.
- Sí madame, anoche también salí.- no había enfado ni acritud en su voz, pues cada vez que Olenna se refería a ese tema su aura cambiaba. Se volvía más oscuro y sabía que si la enfrentaba, que si dejaba salir a Katharina, en vez de ser India, la situación no iba a ser agradable. Sin embargo, el tono de aquel último comentario... - Sabía a lo que me dedico...madame - argumentó con la barbilla alzada y entonando aquella última palabra con cierta insidia - así que el por qué lo haga o deje de hacerlo no es asunto suyo mientras siga sirviéndola bien - continuó lo más suavemente que podía para no dejar salir la inquina que llevaba dentro desde hacía tanto. - Porque eso es lo que quiere de mi, ¿verdad? Que la sirva. - aquello nadie se lo toleraría al servicio, era consciente de que estaban echando un pulso y tenía las de salir perdiendo pero no podía parar, estaba cansada de sentirse una marioneta habiendo sido ella toda su vida la que movía los hilos de los demás.
- Me encontró en el burdel, usted me pidió que trabajara aqui y lo hice. No entiendo que la molesta tanto de mi comportamiento para dirigirse a mi con ese tono de superioridad y burla. - ya estaba, lo había hecho. Se había dejado llevar por el enfado momentáneo y se había expuesto ante aquella mujer. No tardaría ni dos segundos en adivinar al menos parte de lo que llevaba tanto tiempo ocultando tras esa imagen fría y despreocupada de "India Labelle".
La mecha estaba prendida, ya no había quien lo apagase, sólo quedaba esperar que al menos pudiera controlar sus dos cambios a forma animal más temidos. - Por supuesto que soy viciosa, con quien debo serlo y cuando debo serlo. No me parece un tema de conversación que deba mantener con usted. Me quiso pagar por servirla en casa, haberlo pensado mejor si tanta curiosidad le suscita mi otro empleo. - dicho esto mantuvo los ojos fijos en los de la mujer que hasta entonces había mantenido silencio, con gesto... ¿divertido? escuchando toda su perorata. Lo logico seria que le ordenara que abandonara su casa inmeditamente, eso en el caso en que fuera amable.
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Qué placer era encender aquella mecha encender aquella mecha y ver las chispas, ver incluso con cuán facilidad aquella bomba podría explotarle en las manos, quemándola por completo. La parte divertida de lanzar palabras agudas era el hecho de que con ellas una podía suscitar otras iguales, quizás incluso más filosas. Lo que obtuvo de India, sin embargo, no la cortó especialmente. Sabía que estaba incurriendo en faltas de respeto inconcebibles para otras amas y criadas, pero ellas no eran nada semejante a su parecer. Sí, India la servía a cambio de dinero, ¿pero qué clase de persona infinitamente aburrida sería si no le permitiera expresarse? Era justamente lo que quería escuchar, de hecho.
–Te equivocas cuando dices que sólo quiero que me sirvas. Me agradas India, y me gusta verte revolotear por ahí en calidad no de mi sirvienta sino de mi igual. Pero no voy a culparte por no ver o entender eso; tú nunca buscaste una amiga en mí de todas formas, ¿verdad? Sólo soy una clienta, aunque… una a la que no le das el servicio completo, para mi desazón –respondió, todo aquello con una sonrisa tan suya, quizás ahora un poco menos burlona a sabiendas que era ese gesto suyo el que sumado a otros había desencadenado el desagrado de la más joven. Atrayendo la taza de té a sus labios dio un sorbo, tras lo cual volvió a concentrarse en la joven mujer, aunque para esta ocasión su sonrisa volvió a deshacerse. Suspiró.
–Pero supongo que tienes razón, no es un tema que debas mantener conmigo si no es de tu agrado, y sé que no lo harás –para entonces sus ojos habían abandonado la faz ajena para concentrarse en el líquido de su taza, removiendo ésta vagamente. De pronto volvió a sonreír, aunque esta vez se trataba de un gesto más calmo, quizás incluso agradable. Sus ojos volvieron a brillar y miró a la joven de aura tan extraña–. Pero convengamos que el nuestro no es el vínculo habitual de ama y sirvienta; si lo fuera te habría hecho despedirte de mí a través de esa puerta –dijo señalando la entrada a la biblioteca con un movimiento de cabeza– pero por el contrario jamás haría algo así. ¿Por qué? Porque me gusta lo directa que puedes ser, lo considero una virtud.
Tras aquello, como si la discusión estuviera zanjada –al menos a su parecer ya todo estaba dicho por su parte– se relajó, exhalando aire a la par que se hundía en su sillón. Por supuesto, tenía muchas cosas en la cabeza y en el tintero: no le parecía mal que India utilizara su cuerpo como una herramienta, le parecía algo digno de respeto de hecho e impresionante –ella jamás habría permitido que un hombre la tocara, ni siquiera su esposo después de todo– pero, a decir verdad no podía entender cómo alguien de tal belleza y fiereza podía dejarse utilizar por tan sólo una suma de dinero relativamente baja, y más ella que con su belleza podía pasar por una cortesana. En lugar de eso, de sus labios emergió algo totalmente distinto.
–Dime, ¿te gusta leer?
–Te equivocas cuando dices que sólo quiero que me sirvas. Me agradas India, y me gusta verte revolotear por ahí en calidad no de mi sirvienta sino de mi igual. Pero no voy a culparte por no ver o entender eso; tú nunca buscaste una amiga en mí de todas formas, ¿verdad? Sólo soy una clienta, aunque… una a la que no le das el servicio completo, para mi desazón –respondió, todo aquello con una sonrisa tan suya, quizás ahora un poco menos burlona a sabiendas que era ese gesto suyo el que sumado a otros había desencadenado el desagrado de la más joven. Atrayendo la taza de té a sus labios dio un sorbo, tras lo cual volvió a concentrarse en la joven mujer, aunque para esta ocasión su sonrisa volvió a deshacerse. Suspiró.
–Pero supongo que tienes razón, no es un tema que debas mantener conmigo si no es de tu agrado, y sé que no lo harás –para entonces sus ojos habían abandonado la faz ajena para concentrarse en el líquido de su taza, removiendo ésta vagamente. De pronto volvió a sonreír, aunque esta vez se trataba de un gesto más calmo, quizás incluso agradable. Sus ojos volvieron a brillar y miró a la joven de aura tan extraña–. Pero convengamos que el nuestro no es el vínculo habitual de ama y sirvienta; si lo fuera te habría hecho despedirte de mí a través de esa puerta –dijo señalando la entrada a la biblioteca con un movimiento de cabeza– pero por el contrario jamás haría algo así. ¿Por qué? Porque me gusta lo directa que puedes ser, lo considero una virtud.
Tras aquello, como si la discusión estuviera zanjada –al menos a su parecer ya todo estaba dicho por su parte– se relajó, exhalando aire a la par que se hundía en su sillón. Por supuesto, tenía muchas cosas en la cabeza y en el tintero: no le parecía mal que India utilizara su cuerpo como una herramienta, le parecía algo digno de respeto de hecho e impresionante –ella jamás habría permitido que un hombre la tocara, ni siquiera su esposo después de todo– pero, a decir verdad no podía entender cómo alguien de tal belleza y fiereza podía dejarse utilizar por tan sólo una suma de dinero relativamente baja, y más ella que con su belleza podía pasar por una cortesana. En lugar de eso, de sus labios emergió algo totalmente distinto.
–Dime, ¿te gusta leer?
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2015
Localización : En algún rincón de París.
Re: Vicisitudes {Priv. India}
Al igual que siempre que algo le afectaba, escuchó todo lo que Olenna le respondió sintiendo el estómago encogerse lentamente. Era la persona que, hasta el momento, mejor se había portado con ella; si bien era cierto que desconocía el motivo. Sabía que el peso que llevaba cargado a su espalda había hecho que enfrentara a la hechicera de aquella manera tan poco educada por su parte. Sin embargo, ocultó aquel sentimiento de culpabilidad tras la fachada de fría distancia.
Olenna despertó en ella por primera vez, cierta ternura con sus palabras. ¿Le agradaba tenerla en su casa? Dios... hacía tanto que no se sentía así. Tan sólo se había visto arropada, en sus noches de burdel, por los hombres que alternativamente le daban calor en fugaces encuentros dejando luego la cama vacía y fría. - Olena... - musitó por primera vez su nombre evitando tratarla de usted, a riesgo de molestarla - no puedes culparme de verte como a una clienta, pues tú fuiste quien me contrató - expuso con voz pausada evitando así volver a cargar contra ella de forma irracional. - Créeme, me agrada estar bajo tu techo - aquellas palabras eran seguramente lo más cariñoso que había dicho a alguien en todos los años que llevaba en la capital francesa.
- Necesito entender qué quieres de mi - dijo de manera directa. La hechicera la mareaba en cierta manera. No sabía si quería su servicio en la casa, su amistad, o el derecho a poseerla como el resto de hombres que dejaban sus monedas cada noche en el escritorio de madera de su habitación en el burdel.
Al percibir el cambio en el tono de la hechicera y como la conversación se desviaba, ella hizo lo propio. - Prefiero la música, la danza o la pintura - se sentía extraña de pie junto al sillón donde estaba Olenna. Valoró sentarse en otro que estaba frente a ella, pero descartó la idea, no era una invitada en aquella casa. Se pensó sentarse en el suelo, pero esa idea fue descartada incluso con más rapidez que la anterior. La mirada inquisitiva de su acompañante, como si adivinara todo lo que pasaba por su mente, hizo que finalmente se decidiera por hacer lo menos lógico de todo. Recogió su falda, con demasiado cuidado como para tratarse de una chica de baja alcurnia, y tras retirar la taza de te de las manos de Olenna se sentó sobre sus rodillas.
¿Por qué lo había hecho? Ni ella misma lo sabía. Muchas veces se movía por instintos y en ese momento necesitaba sentir la calidad de la hechicera. Acarició la tapa del libro, siguiendo el dibujo con el índice sin decir nada. - ¿Lees para mi? - preguntó de golpe alzando sus ojos azules y sonriendo por primera vez. - Me gusta cuando a veces lees en voz alta tú sola aquí. Parece que te pierdes en las historias. - Abrió el libro por una página al azar y lo sostuvo para ella, convirtiéndose sus manos en un atril.
Olenna despertó en ella por primera vez, cierta ternura con sus palabras. ¿Le agradaba tenerla en su casa? Dios... hacía tanto que no se sentía así. Tan sólo se había visto arropada, en sus noches de burdel, por los hombres que alternativamente le daban calor en fugaces encuentros dejando luego la cama vacía y fría. - Olena... - musitó por primera vez su nombre evitando tratarla de usted, a riesgo de molestarla - no puedes culparme de verte como a una clienta, pues tú fuiste quien me contrató - expuso con voz pausada evitando así volver a cargar contra ella de forma irracional. - Créeme, me agrada estar bajo tu techo - aquellas palabras eran seguramente lo más cariñoso que había dicho a alguien en todos los años que llevaba en la capital francesa.
- Necesito entender qué quieres de mi - dijo de manera directa. La hechicera la mareaba en cierta manera. No sabía si quería su servicio en la casa, su amistad, o el derecho a poseerla como el resto de hombres que dejaban sus monedas cada noche en el escritorio de madera de su habitación en el burdel.
Al percibir el cambio en el tono de la hechicera y como la conversación se desviaba, ella hizo lo propio. - Prefiero la música, la danza o la pintura - se sentía extraña de pie junto al sillón donde estaba Olenna. Valoró sentarse en otro que estaba frente a ella, pero descartó la idea, no era una invitada en aquella casa. Se pensó sentarse en el suelo, pero esa idea fue descartada incluso con más rapidez que la anterior. La mirada inquisitiva de su acompañante, como si adivinara todo lo que pasaba por su mente, hizo que finalmente se decidiera por hacer lo menos lógico de todo. Recogió su falda, con demasiado cuidado como para tratarse de una chica de baja alcurnia, y tras retirar la taza de te de las manos de Olenna se sentó sobre sus rodillas.
¿Por qué lo había hecho? Ni ella misma lo sabía. Muchas veces se movía por instintos y en ese momento necesitaba sentir la calidad de la hechicera. Acarició la tapa del libro, siguiendo el dibujo con el índice sin decir nada. - ¿Lees para mi? - preguntó de golpe alzando sus ojos azules y sonriendo por primera vez. - Me gusta cuando a veces lees en voz alta tú sola aquí. Parece que te pierdes en las historias. - Abrió el libro por una página al azar y lo sostuvo para ella, convirtiéndose sus manos en un atril.
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Había suspirado, no sin cierta desazón. ¿Acaso había sido un error después de todo el contratarla, un vínculo tan frío y profesional había arruinado cualquier posibilidad de amistad? Porque no había mentido: disfrutaba tenerla cerca, incluso si no era una niñita a quien mimar ni una amante a la cual abrazar. En ocasiones se sentía como si India no fuera otra cosa que un felino que había avistado solitario en las calles y al cual, tras muchos intentos, había conseguido seducir con comida, un gato de pelaje asombrosamente brillante para tratarse de una criatura callejera y un gato cuyo ronroneo podía escucharse con claridad en cuanto éste comía los manjares ofrecidos, pero también un gato que desaparecía todas las noches y que difícilmente aceptaba una molesta caricia. Bueno, quizás era mejor que los gatos fueran así. La libertad los caracterizaba, después de todo. ¿Qué clase de humana con ilusiones de ama sería si no permitiera aquello? Una ama que lo quería todo, sí, eso sería. ¿Pero no era demasiado egoísta, incluso para ella?
Ser cruel con los hombres era una cosa, pero jamás podría serlo con una criatura tan delicada y la vez tan letal –una mujer.
–Entonces… básicamente prefieres cualquier cosa salvo la literatura –dijo tras un momento, una sonrisa de aire algo cansado sobre sus labios; sentía que con aquellas ideas tan extrañas había viajado por mucho tiempo y hacia grandes distancias, cuando en realidad todo lo que había hecho era quedarse hundida en su sillón, con sus manos comenzando a quemarse a fuerza de no variar la forma en que sostenía la taza. Una mirada que primero simplemente no parecía comprender pero posteriormente algo inquisitiva fue lanzada hacia la joven al momento de notar cómo ésta retiraba la taza de sus manos para depositarla en un rincón de la abarrotada mesa. Atónita fue su expresión en cuanto la vio proseguir, sentándose sobre sus rodillas casi como si se tratara de una niña, aunque Olenna sabía bien que con aquellas dos actrices tan particulares aquella actuación bien podía tomar rumbos mucho más lejanos. No obstante, prosiguió con una naturalidad: rodeó el talle ajeno con ambos brazos para sostener su figura y para no dejar sus brazos colgando, pero el gesto no tuvo un carácter sexual sino meramente reconfortante; le reconfortaban ambos factores, el calor de su cuerpo y su bonito perfume.
Pero cuando vio la sonrisa ajena, tan perfecta, y aquellos orbes azules tan felices, acompañados luego por semejantes palabras, su rostro enrojeció y por un momento sus brazos se tensaron. Desde luego, Olenna poco después se maldijo a sí misma; aquellas reacciones habrían sido dignas de una chiquilla, una Olenna de hacía una década que jamás había matado a nadie. Afortunadamente, pronto se calmó y como si quisiera remarcar–se– que ella seguía siendo tan dueña de la situación como siempre, alzó una de sus manos para acariciar con aire ausente los cabellos de la mujer como si de una preciada mascota se tratase.
–Quién lo diría, la gatita me observa –bromeó, por una vez auténticamente divertida para luego trasladar la vista hacia las páginas al azar que India había abierto en el ejemplar de, justamente, Indiana de George Sand. Sus ojos vagaron por las líneas en busca de alguna frase destacable que pudiera señalar, y de pronto la encontró.
–“Ella se asustó al ser de tan poca importancia en su vida mientras que él lo era todo en la suya. Aterrorizada, se dijo a sí misma que para él ella era un capricho de tres días, pero para ella él había sido el sueño de toda una vida.” –leyó, para luego torcer los labios en una mueca pensativa. Tras unos segundos, buscó de nuevo los orbes azulinos con auténtica curiosidad–. ¿Es inapropiado que te pregunte si alguna vez te has sentido así, gatita?
Ser cruel con los hombres era una cosa, pero jamás podría serlo con una criatura tan delicada y la vez tan letal –una mujer.
–Entonces… básicamente prefieres cualquier cosa salvo la literatura –dijo tras un momento, una sonrisa de aire algo cansado sobre sus labios; sentía que con aquellas ideas tan extrañas había viajado por mucho tiempo y hacia grandes distancias, cuando en realidad todo lo que había hecho era quedarse hundida en su sillón, con sus manos comenzando a quemarse a fuerza de no variar la forma en que sostenía la taza. Una mirada que primero simplemente no parecía comprender pero posteriormente algo inquisitiva fue lanzada hacia la joven al momento de notar cómo ésta retiraba la taza de sus manos para depositarla en un rincón de la abarrotada mesa. Atónita fue su expresión en cuanto la vio proseguir, sentándose sobre sus rodillas casi como si se tratara de una niña, aunque Olenna sabía bien que con aquellas dos actrices tan particulares aquella actuación bien podía tomar rumbos mucho más lejanos. No obstante, prosiguió con una naturalidad: rodeó el talle ajeno con ambos brazos para sostener su figura y para no dejar sus brazos colgando, pero el gesto no tuvo un carácter sexual sino meramente reconfortante; le reconfortaban ambos factores, el calor de su cuerpo y su bonito perfume.
Pero cuando vio la sonrisa ajena, tan perfecta, y aquellos orbes azules tan felices, acompañados luego por semejantes palabras, su rostro enrojeció y por un momento sus brazos se tensaron. Desde luego, Olenna poco después se maldijo a sí misma; aquellas reacciones habrían sido dignas de una chiquilla, una Olenna de hacía una década que jamás había matado a nadie. Afortunadamente, pronto se calmó y como si quisiera remarcar–se– que ella seguía siendo tan dueña de la situación como siempre, alzó una de sus manos para acariciar con aire ausente los cabellos de la mujer como si de una preciada mascota se tratase.
–Quién lo diría, la gatita me observa –bromeó, por una vez auténticamente divertida para luego trasladar la vista hacia las páginas al azar que India había abierto en el ejemplar de, justamente, Indiana de George Sand. Sus ojos vagaron por las líneas en busca de alguna frase destacable que pudiera señalar, y de pronto la encontró.
–“Ella se asustó al ser de tan poca importancia en su vida mientras que él lo era todo en la suya. Aterrorizada, se dijo a sí misma que para él ella era un capricho de tres días, pero para ella él había sido el sueño de toda una vida.” –leyó, para luego torcer los labios en una mueca pensativa. Tras unos segundos, buscó de nuevo los orbes azulinos con auténtica curiosidad–. ¿Es inapropiado que te pregunte si alguna vez te has sentido así, gatita?
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
¿Que era aquella relación, si no una lucha continua entre las dos mujeres que reinaban en la biblioteca? Ya fuera por dominar las situaciones, por medir hasta donde llegaba la paciencia de la otra o por saber quien debía cuidar a quien. En ese punto se encontraban ambas ahora. Desde el principio parecía que India era quien se encontraba en desventaja y necesitaba las atenciones de Olenna, pero había algo en la hechicera... una fragilidad que había asomado fugazmente, causando en la cambiante ganas de ganarse su confianza, de compartir tiempo junto a ella y dejar de temer la historia que había detrás de la fachada de ambas. Escuchó en completo silencio la lectura embelesada con el tono en que parecía dedicarle aquel pequeño fragmento de sí misma.
- No lo sé - dijo con sinceridad y un tono de tristeza que ni trató de ocultar, - esa mujer parece hablar de un amor no correspondido - buscó la mirada de Olenna para asegurarse de que estaba en lo cierto, pues ella no conocía la historia, - y yo jamás he estado enamorada. - sentenció con seguridad. - Estuve prometida hace años, pero por temas de conveniencia. Ni siquiera le llegué a conocer - no entró en más detalles, evitando así el tema de su familia. - Pero llevo bastante tiempo siendo el juguete de muchos hombres noche tras noche, así que creo que puedo entender en cierta manera a esa joven. - esperaba haber satisfecho la curiosidad de la lectora.
Sin poder evitarlo pasó los dedos por la cara de la hechicera recorriendo su contorno como si quisera memorizarlo, las pestañas y las cejas, contorneó sus labios y buscó en sus ojos aquello que escondía, pero tal y como ella misma hacía, estaba demasiado oculto, había demasiadas capas de decepción con el mundo como para que India fuera conocedora de su historia. - ¿Me contarás qué te ha pasado algún día? - preguntó con suavidad.
Tras ello volvió a sonreír como había hecho hacía escasos minutos - No me has contestado a mi pregunta, no creas que no me he dado cuenta - apuntó con el índice a Olenna, dejando claro que no se rendiría hasta conseguir saber que era lo que buscaba en India, y el por qué la había "recogido". - Ahora que hemos leído, creo que deberíamos hacer algo que me guste a mi - ahora que al menos había quedado claro que no era -simplemente- su empleada, se sentía mucho más segura para poder ser lo más parecido a lo que en su día fue. - ¿Bailas?- invitó liberando las piernas de Olenna de su peso y dando una vuelta sobre sí misma como si ya sonara la música para ellas dos en aquella biblioteca.
- No lo sé - dijo con sinceridad y un tono de tristeza que ni trató de ocultar, - esa mujer parece hablar de un amor no correspondido - buscó la mirada de Olenna para asegurarse de que estaba en lo cierto, pues ella no conocía la historia, - y yo jamás he estado enamorada. - sentenció con seguridad. - Estuve prometida hace años, pero por temas de conveniencia. Ni siquiera le llegué a conocer - no entró en más detalles, evitando así el tema de su familia. - Pero llevo bastante tiempo siendo el juguete de muchos hombres noche tras noche, así que creo que puedo entender en cierta manera a esa joven. - esperaba haber satisfecho la curiosidad de la lectora.
Sin poder evitarlo pasó los dedos por la cara de la hechicera recorriendo su contorno como si quisera memorizarlo, las pestañas y las cejas, contorneó sus labios y buscó en sus ojos aquello que escondía, pero tal y como ella misma hacía, estaba demasiado oculto, había demasiadas capas de decepción con el mundo como para que India fuera conocedora de su historia. - ¿Me contarás qué te ha pasado algún día? - preguntó con suavidad.
Tras ello volvió a sonreír como había hecho hacía escasos minutos - No me has contestado a mi pregunta, no creas que no me he dado cuenta - apuntó con el índice a Olenna, dejando claro que no se rendiría hasta conseguir saber que era lo que buscaba en India, y el por qué la había "recogido". - Ahora que hemos leído, creo que deberíamos hacer algo que me guste a mi - ahora que al menos había quedado claro que no era -simplemente- su empleada, se sentía mucho más segura para poder ser lo más parecido a lo que en su día fue. - ¿Bailas?- invitó liberando las piernas de Olenna de su peso y dando una vuelta sobre sí misma como si ya sonara la música para ellas dos en aquella biblioteca.
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Por un momento, en cuanto escuchó el tono de tristeza en la voz ajena, le entraron deseos de todo tipo: de aferrarse al cuerpo ajeno, de llenar cada centímetro de besos o de risas –quizás ambos– con tal de erradicar aquel vaho que empañaba el timbre. ¿O acaso acababa de vislumbrar su verdadera naturaleza y ni siquiera lo había notado? En realidad, con India nunca podía saberlo. De cualquier forma, no actuó en perfecta concordancia con sus deseos: se autocontroló magníficamente, sólo quizás permitiendo que su mano dejara de acariciar la larga cabellera ajena para concentrarse en su espalda, aunque aquel gesto recordaba demasiado al que una persona utilizaría para calmar a otra en su llanto. De cualquier forma, las mociones de su mano se interrumpieron abruptamente en cuanto sintió aquel dígito, recorriendo las facciones de su rostro de un modo tan… indescifrable para Olenna, en verdad. Aquel pequeño y delicado gesto fue suficiente para que aquel atisbo de debilidad regresara a ser manifiesto en su rostro en el preciso instante en que sintió el dedo bordear sus labios. Sabía que los zafiros de India buscaban penetrar sus ojos e incluso su alma, pero la hechicera previno aquello desviando la mirada hacia un punto incierto, quizás su taza de té medio abandonada. Pero sonrió con cierta nostalgia; no podía ser de otro modo ante un tono tan suave.
–Me han pasado tantas cosas, no sabría por dónde comenzar –fue lo único que respondió, palabras crípticas de una sonrisa críptica. Lo peor quizás era que ni siquiera estaba segura de qué debería contarle. ¿Su infancia solitaria? ¿El asesinato de un hombre? Aquello último en particular era algo que no creía poder confesar aquella tarde, y quizás nunca en toda su vida. Sólo alzó la vista en cuanto escuchó esas palabras que le sonaron a reproche, y que la hicieron volver a sonreír levemente. Se encogió de hombros, gesto impropio en una dama, mientras extrañaba el calor del cuerpo ajeno sobre el propio.
–Quizás no quiero disgustarte con mi respuesta. O quizás sencillamente no sé qué busco –se limitó a responder, algo divertida. Y de pronto allí estuvo de nuevo el gesto, aquella mueca en sus labios. ¿Bailar? Admiró la vuelta ajena, pero aún continuaba en su sillón. Dejó su mueca, pero continuaba teniendo algo de frío–. Prefiero la escritura, la lectura o incluso la pintura –y no pudo evitar reprimir cierta diversión en su tono, a fin de cuentas por un momento se permitió hacer una imitación de la persona ajena. Tras aquello suspiró, observando a la mujer quizás algo desanimada–. Me gusta observar pero no soy una buena bailarina. No tengo esa… gracia con la que ustedes se pavonean –dijo tras un movimiento de su mano, como si buscara la palabra adecuada.
Pero algo obró en ella, y es que al menos por aquella ocasión no quería limitarse a ser una espectadora. Con decisión se incorporó de su sillón para luego erguirse frente a la joven. El té se enfriaría, sí, pero qué más daba; había suficientes hojas en toda aquella maldita mansión. Contrastablemente indecisa y sin saber si tomar la mano y la cintura ajenas o no, cruzó dos brazos decorados con tules sobre su pecho. A decir verdad quería continuar hablando, quería preguntarte cosas que minutos atrás quizás nunca se le habrían ocurrido, pero quizás lo mejor sería dejar que los cuerpos hablaran en su propio lenguaje. Así, poco a poco relajó su postura y los brazos dejaron de mantenerse cruzados.
–Bailemos. Pero te advierto, te sentirás como si estuvieras guiando a un maniquí.
–Me han pasado tantas cosas, no sabría por dónde comenzar –fue lo único que respondió, palabras crípticas de una sonrisa críptica. Lo peor quizás era que ni siquiera estaba segura de qué debería contarle. ¿Su infancia solitaria? ¿El asesinato de un hombre? Aquello último en particular era algo que no creía poder confesar aquella tarde, y quizás nunca en toda su vida. Sólo alzó la vista en cuanto escuchó esas palabras que le sonaron a reproche, y que la hicieron volver a sonreír levemente. Se encogió de hombros, gesto impropio en una dama, mientras extrañaba el calor del cuerpo ajeno sobre el propio.
–Quizás no quiero disgustarte con mi respuesta. O quizás sencillamente no sé qué busco –se limitó a responder, algo divertida. Y de pronto allí estuvo de nuevo el gesto, aquella mueca en sus labios. ¿Bailar? Admiró la vuelta ajena, pero aún continuaba en su sillón. Dejó su mueca, pero continuaba teniendo algo de frío–. Prefiero la escritura, la lectura o incluso la pintura –y no pudo evitar reprimir cierta diversión en su tono, a fin de cuentas por un momento se permitió hacer una imitación de la persona ajena. Tras aquello suspiró, observando a la mujer quizás algo desanimada–. Me gusta observar pero no soy una buena bailarina. No tengo esa… gracia con la que ustedes se pavonean –dijo tras un movimiento de su mano, como si buscara la palabra adecuada.
Pero algo obró en ella, y es que al menos por aquella ocasión no quería limitarse a ser una espectadora. Con decisión se incorporó de su sillón para luego erguirse frente a la joven. El té se enfriaría, sí, pero qué más daba; había suficientes hojas en toda aquella maldita mansión. Contrastablemente indecisa y sin saber si tomar la mano y la cintura ajenas o no, cruzó dos brazos decorados con tules sobre su pecho. A decir verdad quería continuar hablando, quería preguntarte cosas que minutos atrás quizás nunca se le habrían ocurrido, pero quizás lo mejor sería dejar que los cuerpos hablaran en su propio lenguaje. Así, poco a poco relajó su postura y los brazos dejaron de mantenerse cruzados.
–Bailemos. Pero te advierto, te sentirás como si estuvieras guiando a un maniquí.
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Le divirtió el matiz que adquirió la situación. Si hacía un mero instante era Olenna quien se sentía segura, ahora se encontraba indecisa, incluso había un atisbo de temor ante la oferta de un baile junto a India. - ¿Me pavoneo? - alzó una ceja ante la hechicera, para ella quienes se pavoneaban eran las niñas mimadas -ella misma hacía no muchos años- en los bailes de la corte, flirteando con caballeros y no tan caballeros. - Ten por seguro que si yo me hubiese pavoneado delante de ti, lo hubieses notado - dijo imitando el tono de la mujer, con cierta malicia felina. No sabía de dónde salían esos ramalazos, la comodidad que sentía junto a Olenna no era para nada lógica. Apenas se conocían de unos días, quizás semanas y hasta ahora no habían compartido conversaciones más largas que la mantenida en ese momento. Pero algo se había activado en su interior, algo que no comprendía y la mantenía alerta, al tiempo que conseguía relajarla y mostrar poco a poco como era realmente.
Alzó las manos extendidas ante ella para que su acompañante colocara las propias y poder guiarla. Sonrió, sin poder evitarlo, al notar el contacto cálido y poco firme de Olenna. - No te gusta bailar, pero siendo una mujer de tu posición social, supongo que sepas los pasos... ¿verdad? - preguntó intentando que se relajara añadiendo algo de conversación a ese momento mientras empezaba a balancearse de un lado a otro. Soltando una de las manos que tenía entrelazadas con ella, tocó la barbilla de su pareja de baile para que elevara la mirada y dejase que los pies fuesen solos - No hace falta que mires los pies, si me pisas ya pensaré tu castigo - bromeó obligando a Olenna a adoptar la posición correcta de baile, con una mano en alto entrelazada; mientras la diestra se acomodó en la espalda de India.
Disfrutaba bailando. Tenía el poder de cambiar a India por completo. Podía excitarla y relajarla a partes iguales dependiendo de cómo se hiciera. En ese momento moviéndose con tranquilidad con Olenna por la amplia biblioteca, no podía sertirse más segura. Se atrevió a apoyar la mejilla en el hombro de la morena dejando que el movimiento se redujera a un mero balanceo sobre sí mismas, parecía que se mecían, que se arrullaban la una a la otra. - Hueles bien - no estaba ni segura de haberlo dicho en voz alta, por lo que miró de reojo a Olenna para comprobar si había algún cambio en su rostro.
Empezaba a ponerse nerviosa, tanto rato junto al cuerpo ajeno, no estaba acostumbrada a tocar a la gente. No si no era por dinero, eso hacía fácil poner barreras emocionales. De alguna manera necesitaba eliminar la tensión formada, romper la burbuja... - Esta noche no voy a salir - dijo al fin. No pensaba contar el motivo, ni mencionar las marcas que cubrían su piel tras el encuentro con aquel vampiro, James. - ¿Podría cenar contigo en vez de en la cocina? - quería pasar tiempo con ella, pero era todo tan contradictorio... Se mordió el labio, obligándose a mantener silencio al fin, sería mejor que Olenna decidiera por ambas qué era lo mejor. Parecía segura de sí misma en cada ocasión por lo que lo más probable es que estuviese desencantada por India, pues no era siempre la gata esquiva que conoció y decidió llevarse a casa. Evitó mirar a la hechicera, en ese momento una negativa le dolería, no tenía la coraza puesta desde hacía rato, pero al menos si no veía rechazo en los ojos cristalinos de Olenna podría mantener la compostura.
Alzó las manos extendidas ante ella para que su acompañante colocara las propias y poder guiarla. Sonrió, sin poder evitarlo, al notar el contacto cálido y poco firme de Olenna. - No te gusta bailar, pero siendo una mujer de tu posición social, supongo que sepas los pasos... ¿verdad? - preguntó intentando que se relajara añadiendo algo de conversación a ese momento mientras empezaba a balancearse de un lado a otro. Soltando una de las manos que tenía entrelazadas con ella, tocó la barbilla de su pareja de baile para que elevara la mirada y dejase que los pies fuesen solos - No hace falta que mires los pies, si me pisas ya pensaré tu castigo - bromeó obligando a Olenna a adoptar la posición correcta de baile, con una mano en alto entrelazada; mientras la diestra se acomodó en la espalda de India.
Disfrutaba bailando. Tenía el poder de cambiar a India por completo. Podía excitarla y relajarla a partes iguales dependiendo de cómo se hiciera. En ese momento moviéndose con tranquilidad con Olenna por la amplia biblioteca, no podía sertirse más segura. Se atrevió a apoyar la mejilla en el hombro de la morena dejando que el movimiento se redujera a un mero balanceo sobre sí mismas, parecía que se mecían, que se arrullaban la una a la otra. - Hueles bien - no estaba ni segura de haberlo dicho en voz alta, por lo que miró de reojo a Olenna para comprobar si había algún cambio en su rostro.
Empezaba a ponerse nerviosa, tanto rato junto al cuerpo ajeno, no estaba acostumbrada a tocar a la gente. No si no era por dinero, eso hacía fácil poner barreras emocionales. De alguna manera necesitaba eliminar la tensión formada, romper la burbuja... - Esta noche no voy a salir - dijo al fin. No pensaba contar el motivo, ni mencionar las marcas que cubrían su piel tras el encuentro con aquel vampiro, James. - ¿Podría cenar contigo en vez de en la cocina? - quería pasar tiempo con ella, pero era todo tan contradictorio... Se mordió el labio, obligándose a mantener silencio al fin, sería mejor que Olenna decidiera por ambas qué era lo mejor. Parecía segura de sí misma en cada ocasión por lo que lo más probable es que estuviese desencantada por India, pues no era siempre la gata esquiva que conoció y decidió llevarse a casa. Evitó mirar a la hechicera, en ese momento una negativa le dolería, no tenía la coraza puesta desde hacía rato, pero al menos si no veía rechazo en los ojos cristalinos de Olenna podría mantener la compostura.
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Todo parecía indicar que el tono malicioso de India era lo que más divertía a la afortunada hechicera, la cual al escuchar aquella imitación del modo en que ella misma hablaba no pudo reprimir una risa, no fue una carcajada estruendosa pero sí un sonido que se mantuvo flotando a lo largo y ancho de la biblioteca por algún tiempo. Entendió que aquella fue la primera vez que India la hacía reír y de hecho que alguien conseguía eso desde un tiempo –una persona, no un libro o un dibujo. Algo más relajada –por un momento había olvidado que bailarían y muy probablemente pasaría un momento de privado ridículo– extendió también sus manos para tocar las ajenas. Vagamente, también se sorprendió de su calidez.
–He asistido a muchas fiestas estúpidas en donde la gente baila, pero digamos que mi prioridad siempre fue mirar a las bailarinas y no precisamente sus pasos –admitió a la vez que por algunos momentos un mismo aire algo malicioso, aunque mezclado con diversión, flotaba sobre sus labios. Tras aquello intentó concentrarse, estando todo lo atenta posible hacia sus pies y en particular a los ajenos, hasta que una mano la rescató. Y de pronto ahí estuvo: una segunda risa, idéntica a la primera–. ¿Castigarme a mí? Ya me gustaría ver eso –repuso con ojos chispeantes a la par que acomodaba definitivamente su mano sobre la espalda ajena, percibiendo la pequeña curva de ésta, a la par que los dedos de su otra mano eran entrelazados con los ajenos. Y así, la danza comenzó.
Era como si la biblioteca se hubiera trasmutado en un salón de baile ideal: privado, silencioso, en el cual no hacía falta ninguna música porque simplemente habría sobrado; ese par de almas tenía la propia. Olenna se empecinó en imitar los pasos ajenos y en recordar lo que había visto en aquellos abarrotados salones, pero progresivamente la danza había mutado en algo que encontraba mucho más agradable: un simple vaivén, una suerte de arrullo. No le molestó sentir la mejilla ajena contra su hombro sino que por el contrario la alegró y tranquilizó, y finalmente ella misma reclinó también su cabeza hacia un lado, dejando que descansara junto a la ajena. El comentario ajeno habría sido capaz de suscitar nuevamente el carmín sobre sus mejillas, pero estaba tan tranquila, tan en paz por algunos segundos, que ni siquiera se molestó en incorporarse para mirar el rostro ajeno y se delatada.
–Eres cruel –fue su única respuesta, a la par que inspiraba. India también olía bien, de un modo tan embriagador que probablemente ni llegaba a sospechar. Pero sí, era cruel: era cruel porque la hacía apenarse, soñar con cosas y luego volver a apenarse porque aquello simplemente no podría ser, no con ella, ni por todo el oro del mundo. Lo más extraño, sin embargo, era que aún a pesar de desear algo al menos en esta oportunidad no estaba dispuesta a quebrantar todo lo necesario para obtenerlo. Era… vaya, era como si volviera a ser una niña impotente y sola o, peor aún, una niña de buen corazón.
El anuncio fue lo que provocó que se incorporara, observando a la joven con auténtica sorpresa. Ésta fue mayor en cuanto apreció los gestos: aquel labio mordido y aquella mirada apartada. Intentó descifrar lo que le ocurría, lo que pasaba por su mente, pero todo aquello sería infructuoso sin poder verla a la cara: todo lo que alcanzaba a percibir era su aura algo borrosamente detrás de ella, levemente oscurecida. Sin meditarlo demasiado, Olenna retiró la mano que se acoplaba a la espalda ajena. En un movimiento discreto y suave, que no buscó perturbar a la joven, acercó su palma hacia su rostro, copando una de sus mejillas y esperando que eso fuera suficiente para que la mujer se permitiera mirarla. Gentil, el pulgar de su diestra prodigó un par de caricias a la tersa piel de la mejilla.
–Por supuesto que puedes, sería un honor –le respondió, esperando que el tono firme, sin lugar a fisuras, le inspirara confianza. No iba a preguntar el porqué de su decisión; sabía que debía de ser algo importante, impresionante quizás, y si en algún momento India deseaba contárselo estaría bien, así como si decidía no contárselo también estaría bien. Tras un momento apartaría la mano de la mejilla, dejándola caer a un lado; una duda había cruzado su mente. No era una pregunta nueva, pero sí una que nunca había formulado a la mujer. Inspiró–. India… –su tono sonó un poco extraño, incierto; no era algo fácil de decir–. ¿Qué piensas de mí? ¿Crees que estoy enferma, o loca?
–He asistido a muchas fiestas estúpidas en donde la gente baila, pero digamos que mi prioridad siempre fue mirar a las bailarinas y no precisamente sus pasos –admitió a la vez que por algunos momentos un mismo aire algo malicioso, aunque mezclado con diversión, flotaba sobre sus labios. Tras aquello intentó concentrarse, estando todo lo atenta posible hacia sus pies y en particular a los ajenos, hasta que una mano la rescató. Y de pronto ahí estuvo: una segunda risa, idéntica a la primera–. ¿Castigarme a mí? Ya me gustaría ver eso –repuso con ojos chispeantes a la par que acomodaba definitivamente su mano sobre la espalda ajena, percibiendo la pequeña curva de ésta, a la par que los dedos de su otra mano eran entrelazados con los ajenos. Y así, la danza comenzó.
Era como si la biblioteca se hubiera trasmutado en un salón de baile ideal: privado, silencioso, en el cual no hacía falta ninguna música porque simplemente habría sobrado; ese par de almas tenía la propia. Olenna se empecinó en imitar los pasos ajenos y en recordar lo que había visto en aquellos abarrotados salones, pero progresivamente la danza había mutado en algo que encontraba mucho más agradable: un simple vaivén, una suerte de arrullo. No le molestó sentir la mejilla ajena contra su hombro sino que por el contrario la alegró y tranquilizó, y finalmente ella misma reclinó también su cabeza hacia un lado, dejando que descansara junto a la ajena. El comentario ajeno habría sido capaz de suscitar nuevamente el carmín sobre sus mejillas, pero estaba tan tranquila, tan en paz por algunos segundos, que ni siquiera se molestó en incorporarse para mirar el rostro ajeno y se delatada.
–Eres cruel –fue su única respuesta, a la par que inspiraba. India también olía bien, de un modo tan embriagador que probablemente ni llegaba a sospechar. Pero sí, era cruel: era cruel porque la hacía apenarse, soñar con cosas y luego volver a apenarse porque aquello simplemente no podría ser, no con ella, ni por todo el oro del mundo. Lo más extraño, sin embargo, era que aún a pesar de desear algo al menos en esta oportunidad no estaba dispuesta a quebrantar todo lo necesario para obtenerlo. Era… vaya, era como si volviera a ser una niña impotente y sola o, peor aún, una niña de buen corazón.
El anuncio fue lo que provocó que se incorporara, observando a la joven con auténtica sorpresa. Ésta fue mayor en cuanto apreció los gestos: aquel labio mordido y aquella mirada apartada. Intentó descifrar lo que le ocurría, lo que pasaba por su mente, pero todo aquello sería infructuoso sin poder verla a la cara: todo lo que alcanzaba a percibir era su aura algo borrosamente detrás de ella, levemente oscurecida. Sin meditarlo demasiado, Olenna retiró la mano que se acoplaba a la espalda ajena. En un movimiento discreto y suave, que no buscó perturbar a la joven, acercó su palma hacia su rostro, copando una de sus mejillas y esperando que eso fuera suficiente para que la mujer se permitiera mirarla. Gentil, el pulgar de su diestra prodigó un par de caricias a la tersa piel de la mejilla.
–Por supuesto que puedes, sería un honor –le respondió, esperando que el tono firme, sin lugar a fisuras, le inspirara confianza. No iba a preguntar el porqué de su decisión; sabía que debía de ser algo importante, impresionante quizás, y si en algún momento India deseaba contárselo estaría bien, así como si decidía no contárselo también estaría bien. Tras un momento apartaría la mano de la mejilla, dejándola caer a un lado; una duda había cruzado su mente. No era una pregunta nueva, pero sí una que nunca había formulado a la mujer. Inspiró–. India… –su tono sonó un poco extraño, incierto; no era algo fácil de decir–. ¿Qué piensas de mí? ¿Crees que estoy enferma, o loca?
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Mirar a las bailarinas... aquellas palabras revolotearon por la cabeza de India como si de la pieza clave del puzle se tratara. Creyó entender entonces el significado de muchas de las cosas que hasta ese momento se habían escapado a su compresión. Las miradas de Olenna cobraron sentido por si solas. La lengua afilada y dañina de la hechicera surgía ahora como un castigo posesivo a sus noches en el burdel. Todo aquello no eran ahora si no una forma muy particular de demostrar a la cambiante que le agradaba y ella había estado ciega. ¿Pensaría Olenna que estaba jugando con ella? La triste realidad es que no sabía si podía sentir algo por una mujer. Mentira. Jamás estuvo con ninguna, pero estaba claro que algo le pasaba con Olenna. De golpe sintió miedo. Miedo de sentir y volver a salir herida. ¿Qué seguridad había de que podía entregar ese corazón que nunca había tenido dueño?
- ¿Cruel? - el miedo estaba implícito en aquella pregunta. - No lo pretendía, disculpame. - dijo en tono bajo con sinceridad. Lo último que quería era dañar a aquella mujer. Pero el pesar fue sustituido por una inmediata calidez que nacía en la palma de la mano de Olenna ahora acomodada sobre su propia mejilla. erró los ojos un segundo dejando que el contacto la relajase una vez más, las mejillas se tiñeron de un tono rosado cuando se encontró con los orbes ajenos, poco le importó. Sonrió reconfortada tanto por aquel gesto tan sencillo e íntimo a la vez, y por la respuesta afirmativa ante la petición de cenar con ella.
Parecía que Olenna no iba a dejar de asombrarla nunca. Su gesto cambió por completo, se oscureció, parecía que no estuviese ya en la biblioteca con ella si no muy lejos, vagando por algún recuerdo que la atormentaba - Si te soy sincera... no se aún que pienso de ti, me descolocas demasiado como para tener las ideas claras - admitió pensando bien lo que decía viendo que la morena estaba sensible y expuesta. Sentía que tenía que expresar como se sentía a su lado, pero no teniéndolo nada claro lo más seguro es que una de las dos malinterpretara las cosas y se distanciaran. - Pero no creo que estés enferma ni loca. Es imposible que esa persona que describes me hiciera sentir bien y tú lo consigues. - ahora fue ella quien sujetó la cara ajena con ambas manos tratando de infundirle ánimo tal y como Olenna había hecho un momento atrás.
De nuevo sintió el resto de la habitación desaparecer, no había sofás, no había libros, sólo estaban ellas. - Si me lo permites me gustaría cenar fuera - dijo dubitativa retomando el tema anterior, - ya que me has pagado por tenerme aquí, ¿es posible que te invite a cenar? - no se podría permitir los restaurantes a los que antaño iba, pero estaba segura de encontrar algún bistró a la altura de Olenna y de su propio bolsillo. - Apenas sales de casa y como yo esta noche no tengo trabajo... - alzó los hombros y los dejó caer, buscaba motivos para demostrar que era una buena idea, como una niña pequeña tratando de conseguir el juguete de un escaparate. Le apetecía saber que sentía paseando con ella por las calles de Paris, una cosa parecía clara y es que no era su criada y posiblemente tampoco su amiga. Debía descubrir poco a poco cuan lejos podían ir las cosas y si estaba dispuesta a cruzar esa linea nueva y peligrosa para ella. Después de tantos años de vida, después de tantos hombres por los que no había sentido nada... ¿sería Olenna la respuesta?
Se había dejado una pregunta en el tintero, una que podía darle una pista de la forma que tomaba la relación. - ¿Qué piensas tú de mi? - en ese momento se dio cuenta. No podía conocerla, no sabía quien era. Por lo que había pasado y su verdadera naturaleza. Todo lo que creía sincero, se estaba construyendo en base a cosas falsas, en base a una identidad inventada por ella misma para protegerse del mundo. Tenía ganas de contárselo, de relatar lo sucedido y poder dejar de fingir ser India. Pero no era el momento, todavía no.
- ¿Cruel? - el miedo estaba implícito en aquella pregunta. - No lo pretendía, disculpame. - dijo en tono bajo con sinceridad. Lo último que quería era dañar a aquella mujer. Pero el pesar fue sustituido por una inmediata calidez que nacía en la palma de la mano de Olenna ahora acomodada sobre su propia mejilla. erró los ojos un segundo dejando que el contacto la relajase una vez más, las mejillas se tiñeron de un tono rosado cuando se encontró con los orbes ajenos, poco le importó. Sonrió reconfortada tanto por aquel gesto tan sencillo e íntimo a la vez, y por la respuesta afirmativa ante la petición de cenar con ella.
Parecía que Olenna no iba a dejar de asombrarla nunca. Su gesto cambió por completo, se oscureció, parecía que no estuviese ya en la biblioteca con ella si no muy lejos, vagando por algún recuerdo que la atormentaba - Si te soy sincera... no se aún que pienso de ti, me descolocas demasiado como para tener las ideas claras - admitió pensando bien lo que decía viendo que la morena estaba sensible y expuesta. Sentía que tenía que expresar como se sentía a su lado, pero no teniéndolo nada claro lo más seguro es que una de las dos malinterpretara las cosas y se distanciaran. - Pero no creo que estés enferma ni loca. Es imposible que esa persona que describes me hiciera sentir bien y tú lo consigues. - ahora fue ella quien sujetó la cara ajena con ambas manos tratando de infundirle ánimo tal y como Olenna había hecho un momento atrás.
De nuevo sintió el resto de la habitación desaparecer, no había sofás, no había libros, sólo estaban ellas. - Si me lo permites me gustaría cenar fuera - dijo dubitativa retomando el tema anterior, - ya que me has pagado por tenerme aquí, ¿es posible que te invite a cenar? - no se podría permitir los restaurantes a los que antaño iba, pero estaba segura de encontrar algún bistró a la altura de Olenna y de su propio bolsillo. - Apenas sales de casa y como yo esta noche no tengo trabajo... - alzó los hombros y los dejó caer, buscaba motivos para demostrar que era una buena idea, como una niña pequeña tratando de conseguir el juguete de un escaparate. Le apetecía saber que sentía paseando con ella por las calles de Paris, una cosa parecía clara y es que no era su criada y posiblemente tampoco su amiga. Debía descubrir poco a poco cuan lejos podían ir las cosas y si estaba dispuesta a cruzar esa linea nueva y peligrosa para ella. Después de tantos años de vida, después de tantos hombres por los que no había sentido nada... ¿sería Olenna la respuesta?
Se había dejado una pregunta en el tintero, una que podía darle una pista de la forma que tomaba la relación. - ¿Qué piensas tú de mi? - en ese momento se dio cuenta. No podía conocerla, no sabía quien era. Por lo que había pasado y su verdadera naturaleza. Todo lo que creía sincero, se estaba construyendo en base a cosas falsas, en base a una identidad inventada por ella misma para protegerse del mundo. Tenía ganas de contárselo, de relatar lo sucedido y poder dejar de fingir ser India. Pero no era el momento, todavía no.
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Por un pequeño conjunto de segundos que a ella le pareció una completa eternidad, temió. ¿Quizás había sido demasiado evidente? Sabía que había dado pistas de su verdadera naturaleza a la mujer, algunas pequeñas y otras no tanto, pero no fue hasta que se presentó la brillante pieza móvil de las bailarinas que India pareció comprender realmente qué era. Por un momento temió, y temió de verdad. Olenna no era una persona débil, pero tampoco una estúpida: sabía que no podía expresar libremente quién era en verdad sin contemplaciones, no al menos si quería evitar ser asesinada de maneras brutales o cuando menos encarcelada. Sabía que una demostración frente a una persona que no era de confianza podía resultar en situaciones muy peligrosas, aunque también sabía perfectamente que si conseguía ocuparse de una situación así con rapidez –y con sus habilidades–, no habría nada de qué preocuparse. Pero no era nada semejante a eso lo que motivaba su temor en esos momentos: lisa y llanamente, no quería desagradar a India. Pero, ¿por qué? Simplemente… no quería su rechazo, no quería recibir algo así de alguien que le agradaba tanto.
La espera se deshizo en una sensación cálida: dos manos suaves enmarcando su rostro, dos manos que la aliviaron al instante, incluso más de lo que la sorprendieron. Sus manos no tardaron en alzarse también, rozando levemente el dorso de las ajenas. Le tomó un tiempo conseguir alzar la vista para observar a India directamente a los ojos, pero finalmente lo consiguió.
–Gracias –musitó, probablemente las palabras más sinceras que le había dedicado hasta entonces. No se molestó en apartar sus manos de las ajenas. ¿Para qué? Su tacto era tan agradable que deseaba continuar sintiendo su calor sobre sus mejillas y bajo sus palmas; sería egoísta.
Una pequeña sonrisa algo nostálgica bailoteó sobre sus labios en cuanto escuchó su ofrecimiento. Sí, sin duda quería, pero no era por eso que adoptaba esa expresión. India tenía razón, pasaba muchísimo tiempo en su casa y en particular en su biblioteca, o bien en su propia habitación. Si se lo pensaba, salía escandalosamente poco de aquellas paredes tanto para una bruja como para una mujer de su renombre. En ocasiones nunca encontraba razón para salir de todas formas; ¿por qué iba a hacerlo cuando se sentía tan segura en aquel lugar, cuando realmente podía ser ella cuando estaba sola o a solas con alguna otra mujer? Sin embargo, de pronto vio claro que deseaba salir aquella noche, y que deseaba hacerlo con India y solamente con India.
–Por supuesto que es posible, con la condición de que escojas un lugar que de verdad te agrade y con el que te sientas cómoda. Quiero conocer cuáles son las cosas que te gustan –repuso, exponiendo con tranquilidad su condición: una imagen podía valer más que mil palabras después de todo, y una simple noche bien analizada podía ser tan explicativa como toda una enciclopedia. Y entonces escuchó la pregunta, aquella que no podía faltar. Olenna observó a su interlocutora en silencio y con fijeza, pensativa hasta que finalmente volvió a articular palabra.
–Pienso que eres un rompecabezas fascinante. Sé que tienes tus secretos de la misma manera en que yo tengo los míos y sí, es cierto que me cuesta ponerme en tus zapatos y entender la manera como ves el mundo, pero eso no quita que quiera conocerte. Sé que sólo me estás mostrando la superficie de tu persona, pero… si algún día me permites acercarme más, lo haré –respondió, esta vez siendo ella quien adoptaba el gesto de encogerse de hombros, como para restar importancia a lo que acababa de decir. ¿Había falta hacer referencia al hecho de que intuía una naturaleza nada corriente a algunos de sus secretos? Quizás no, todo llegaría a su tiempo.
Tras aquello liberó las manos ajenas, aunque poco después tomó una de estas entre las suyas, como buscando guiarla. Una sonrisa algo pícara volvía a revolotear sobre sus labios, después de todo estaba a punto de proponer algo un poco “revolucionario”.
–Iba a ofrecerte montones de vestidos para esta noche, montones de trapos irracionalmente valorados. Pero –y ahí estaba su sonrisa, ni más ni menos–, ¿has usado pantalones alguna vez, India? ¿En público? –y sí, finalmente en aquella ocasión no pudo reprimir nada menos que una auténtica carcajada– Deberías ver las caras que ponen algunos. Pareciera que la mayoría de las personas creen que una mujer le está robando la hombría a alguien cuando se pone unos. Te aseguro, es digno de una comedia.
La espera se deshizo en una sensación cálida: dos manos suaves enmarcando su rostro, dos manos que la aliviaron al instante, incluso más de lo que la sorprendieron. Sus manos no tardaron en alzarse también, rozando levemente el dorso de las ajenas. Le tomó un tiempo conseguir alzar la vista para observar a India directamente a los ojos, pero finalmente lo consiguió.
–Gracias –musitó, probablemente las palabras más sinceras que le había dedicado hasta entonces. No se molestó en apartar sus manos de las ajenas. ¿Para qué? Su tacto era tan agradable que deseaba continuar sintiendo su calor sobre sus mejillas y bajo sus palmas; sería egoísta.
Una pequeña sonrisa algo nostálgica bailoteó sobre sus labios en cuanto escuchó su ofrecimiento. Sí, sin duda quería, pero no era por eso que adoptaba esa expresión. India tenía razón, pasaba muchísimo tiempo en su casa y en particular en su biblioteca, o bien en su propia habitación. Si se lo pensaba, salía escandalosamente poco de aquellas paredes tanto para una bruja como para una mujer de su renombre. En ocasiones nunca encontraba razón para salir de todas formas; ¿por qué iba a hacerlo cuando se sentía tan segura en aquel lugar, cuando realmente podía ser ella cuando estaba sola o a solas con alguna otra mujer? Sin embargo, de pronto vio claro que deseaba salir aquella noche, y que deseaba hacerlo con India y solamente con India.
–Por supuesto que es posible, con la condición de que escojas un lugar que de verdad te agrade y con el que te sientas cómoda. Quiero conocer cuáles son las cosas que te gustan –repuso, exponiendo con tranquilidad su condición: una imagen podía valer más que mil palabras después de todo, y una simple noche bien analizada podía ser tan explicativa como toda una enciclopedia. Y entonces escuchó la pregunta, aquella que no podía faltar. Olenna observó a su interlocutora en silencio y con fijeza, pensativa hasta que finalmente volvió a articular palabra.
–Pienso que eres un rompecabezas fascinante. Sé que tienes tus secretos de la misma manera en que yo tengo los míos y sí, es cierto que me cuesta ponerme en tus zapatos y entender la manera como ves el mundo, pero eso no quita que quiera conocerte. Sé que sólo me estás mostrando la superficie de tu persona, pero… si algún día me permites acercarme más, lo haré –respondió, esta vez siendo ella quien adoptaba el gesto de encogerse de hombros, como para restar importancia a lo que acababa de decir. ¿Había falta hacer referencia al hecho de que intuía una naturaleza nada corriente a algunos de sus secretos? Quizás no, todo llegaría a su tiempo.
Tras aquello liberó las manos ajenas, aunque poco después tomó una de estas entre las suyas, como buscando guiarla. Una sonrisa algo pícara volvía a revolotear sobre sus labios, después de todo estaba a punto de proponer algo un poco “revolucionario”.
–Iba a ofrecerte montones de vestidos para esta noche, montones de trapos irracionalmente valorados. Pero –y ahí estaba su sonrisa, ni más ni menos–, ¿has usado pantalones alguna vez, India? ¿En público? –y sí, finalmente en aquella ocasión no pudo reprimir nada menos que una auténtica carcajada– Deberías ver las caras que ponen algunos. Pareciera que la mayoría de las personas creen que una mujer le está robando la hombría a alguien cuando se pone unos. Te aseguro, es digno de una comedia.
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Una sonrisa grandiosa se asomó en sus labios. Olenna no sólo había accedido a cenar con ella, también a salir de aquella casa. Se sintió poderosa por un momento, no con aires de grandeza, si no orgullosa de conseguir arrastrar al oso fuera de su cueva. Asintió animada a lo que le propuso, por supuesto que llevaría a la hechicera a un sitio que la gustaba, tenía clarísimo a donde y estaba segura de que no lo conocería.
El cambio de todo de su interlocutora hizo que la conversación volviera a adquirir matices mucho más serios. Secretos... ¿por dónde iba a empezar? De verdad Olenna era la única persona que le había inspirado la confianza necesaria para al menos plantearse contar los vaivenes de su vida. - Pero tú a mi me acabas de decir uno de tus secretos, ¿no? - preguntó evidenciando un hecho.
No iba a llegar tan lejos como para relatar la historia de su procedencia, pero se sentía en deuda con Olenna por haberla confesado algo tan íntimo y personal, por haberse expuesto al rechazo y la censura de la felina. - Te contaré algo que no he contado nunca a nadie, si bien es cierto que hay personas que lo saben. Creo que tú eres una de ellas - así le contó, mientras subían las amplias escaleras hacia el dormitorio principal, que era cambiante. Detalló la comodidad que sentía en forma gatuna, y el descontrol que todavía sentía con sus formas de pantera y leona. India sabía que aquella mujer no era normal, su aura no podía ocultar que había algo mágico en ella, y en ese caso Olenna también habría ya percibido la naturaleza salvaje de ella misma.
Guardó un segundo plano, dando paso a la hechicera para que hiciera y deshiciera por el dormitorio lo que quisiera. No perdía detalle de nada. Ya había estado en ese dormitorio como es lógico, pero no en calidad de... loquequieraquefuesenahora, sólo había ordenado y limpiado. Ahora se sentía como una invitada a la zona más personal de la casa, el refugio de Olenna. Palpó con las palmas la colcha suave que cubría la cama y se atrevió a sentarse en el borde de la misma, viendo o más bien observando la diversión que emanaba de su hipnótica compañera.
Negó con la cabeza. Nunca se había puesto pantalones, cada día de su vida había tenído vestidos y tampoco había visto a mujeres con esa prenda tan masculina. - ¿Quieres que me lo pruebe? - con la facilidad de alguien acostumbrado a desnudarse delante de los demás se despredió de sus ropajes sencillos, quedando expuesta ante ella, pues sólo quedaba la ropa interior sobre su piel. Entonces se dio cuenta. En el burdel no sentía verguenza al mostrar su cuerpo, pero con Olenna no se sentía tan segura. El color cubrió sus mejillas y movió las piernas con cierto nerviosismo. - Un vestido o un pantalón pero dame algo, por favor... - suplicó, quizás había sido cosa suya y de las ganas que tenía de cubrirse, pero había parecido que el tiempo se detenía en aquella habitación.
Notaba el bombardeo en su pecho incesante de nuevo. La visión de Olenna justo delante de ella, quieta la ponía nerviosa. Por primera vez reparó en sus labios, hasta entonces no les había prestado la atención que merecían. Descansaban armoniosos en su rostro, con un color rojizo que contrastaba con la piel pálida de la que era dueña. Al percatarse de que quizás había estado más tiempo del debido con la mirada clavada en esa zona de la fisionomía de Olenna, retiró la mirada hacia un lado.
El cambio de todo de su interlocutora hizo que la conversación volviera a adquirir matices mucho más serios. Secretos... ¿por dónde iba a empezar? De verdad Olenna era la única persona que le había inspirado la confianza necesaria para al menos plantearse contar los vaivenes de su vida. - Pero tú a mi me acabas de decir uno de tus secretos, ¿no? - preguntó evidenciando un hecho.
No iba a llegar tan lejos como para relatar la historia de su procedencia, pero se sentía en deuda con Olenna por haberla confesado algo tan íntimo y personal, por haberse expuesto al rechazo y la censura de la felina. - Te contaré algo que no he contado nunca a nadie, si bien es cierto que hay personas que lo saben. Creo que tú eres una de ellas - así le contó, mientras subían las amplias escaleras hacia el dormitorio principal, que era cambiante. Detalló la comodidad que sentía en forma gatuna, y el descontrol que todavía sentía con sus formas de pantera y leona. India sabía que aquella mujer no era normal, su aura no podía ocultar que había algo mágico en ella, y en ese caso Olenna también habría ya percibido la naturaleza salvaje de ella misma.
Guardó un segundo plano, dando paso a la hechicera para que hiciera y deshiciera por el dormitorio lo que quisiera. No perdía detalle de nada. Ya había estado en ese dormitorio como es lógico, pero no en calidad de... loquequieraquefuesenahora, sólo había ordenado y limpiado. Ahora se sentía como una invitada a la zona más personal de la casa, el refugio de Olenna. Palpó con las palmas la colcha suave que cubría la cama y se atrevió a sentarse en el borde de la misma, viendo o más bien observando la diversión que emanaba de su hipnótica compañera.
Negó con la cabeza. Nunca se había puesto pantalones, cada día de su vida había tenído vestidos y tampoco había visto a mujeres con esa prenda tan masculina. - ¿Quieres que me lo pruebe? - con la facilidad de alguien acostumbrado a desnudarse delante de los demás se despredió de sus ropajes sencillos, quedando expuesta ante ella, pues sólo quedaba la ropa interior sobre su piel. Entonces se dio cuenta. En el burdel no sentía verguenza al mostrar su cuerpo, pero con Olenna no se sentía tan segura. El color cubrió sus mejillas y movió las piernas con cierto nerviosismo. - Un vestido o un pantalón pero dame algo, por favor... - suplicó, quizás había sido cosa suya y de las ganas que tenía de cubrirse, pero había parecido que el tiempo se detenía en aquella habitación.
Notaba el bombardeo en su pecho incesante de nuevo. La visión de Olenna justo delante de ella, quieta la ponía nerviosa. Por primera vez reparó en sus labios, hasta entonces no les había prestado la atención que merecían. Descansaban armoniosos en su rostro, con un color rojizo que contrastaba con la piel pálida de la que era dueña. Al percatarse de que quizás había estado más tiempo del debido con la mirada clavada en esa zona de la fisionomía de Olenna, retiró la mirada hacia un lado.
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
India tenía razón: Olenna finalmente le había confiado uno de sus secretos. Uno de tantos sin embargo; aún le faltaba dilucidar si podía confiar y encariñarse tanto con esa mujer como para confesar otros dos igual o incluso más capitales, uno de ellos conocido por algunas de sus pares y otro sencillamente un secreto entre ella y la muerte. Por supuesto, esa preocupación sólo duró hasta que la mujer decidió pagarle con la misma moneda, contándole incluso algo mucho más peligroso pero casi equivalente a los curiosos gustos de la hechicera: ambas eran cuestiones de naturaleza irrefrenables e inevitables, después de todo.
La escuchó fascinada mientras subían las escaleras, sin atreverse a interrumpirla ni a quitarle los ojos de encima ni a alejarse demasiado de ella como confidentes que comenzaban a ser. En efecto había notado la naturaleza salvaje de India –probablemente por eso había decidido llamarla “gatita” de un momento a otro– del mismo modo en que probablemente la mujer –¿o la felina?– intuía su naturaleza mágica, pero no habría podido estar segura hasta escuchar la confirmación de sus propios labios. Era…el valor de escucharlo de su parte, realmente. Así, con el pecho imbuido de una agradable sensación cálida, fantaseó con la idea de poder ayudar a la mujer con sus transformaciones. Tenía que haber algo en aquellos viejos volúmenes que atesoraba en páramos secretos de su biblioteca, sólo sería cuestión de leerlos con mayor atención.
Y de repente fue como si hubiera viajado en el tiempo directamente a su niñez, sólo que para variar en esta ocasión tenía una amiga. Tan pronto como llegaron a sus lujosos aposentos Olenna salió disparada hacia los grandes roperos. Por lo general la ropa le preocupaba poco y nada; solía vestirse bien por una cuestión de cumplir con apariencias cuando se encontraba con otras personas para no parecer menos, pero no era del tipo de personas que valorara especialmente esas banalidades, ni que las disfrutara particularmente. Había días en los que simplemente se daba un baño –eso sí, caliente, prolongado y aromático– para luego vestirse con una sedosa bata y pasar horas y horas leyendo, pero aquella tarde sería radicalmente distinta. Olenna corrió literalmente, y comenzó a observar prendas y prendas con gran interés. Esos sedosos pantalones, esas preciosas camisas… sí, estaba segura de que le quedarían de maravilla a India.
–Te lo aseguro, te verás más atractiva y elegante que el jovencito más hermoso que jamás hayas visto –había comentado sin ocultar su emoción mientras finalmente retiraba las prendas escogidas. Se había incorporado y girado con aquello en brazos, cuando de pronto vio a su interlocutora con sólo su ropa interior sentada en una esquina de su cama, luciendo encantadoramente incómoda. Olenna se congeló, pero no particularmente por lo sugerente del espectáculo. Y de pronto reaccionó y se lanzó en su dirección, lanzando las prendas con desinterés sobre la cama. Ya no le importaba algo tan superficial como eso.
–Por Diana, Jano y Hécate –se le escuchó decir casi sin aliento mientras se arrodillaba sobre el suelo de madera, sus ojos fijos primero en los brazos ajenos y luego en los muslos: grandes cardenales de un tono azul-purpúreo los decoraban, incapaz de pasar desapercibidos ante su vista. Olenna alargó una mano, prodigando una caricia leve pero cálida a la zona herida en el muslo izquierdo ajeno, tocando con la delicadeza de quien toca a un recién nacido. La sensualidad había pasado a un segundo plano: ahora sólo eran ella, la preocupación… y la ira.
–Si encuentro a la persona que te hizo esto, lo mataré –pronunció, sus ojos aún fijos sobre el moretón. No bromeaba, de hecho probablemente en aquel momento fue que parte de su personalidad ruin se dejó entrever más en un largo tiempo. Sin embargo, la sombra de la ira pronto abandonó sus orbes para adoptar algo más sereno pero no por eso menos preocupado. Ojos algo tristes se alzaron, enfocando las delicadas facciones ajenas. ¿Por qué el mundo tenía que ser semejante agujero infernal? ¿Por qué todas las mujeres tenían que sufrir tanto, hicieran lo que hicieran y fueran quienes fueran?–. Es tan injusto… -musitó, para luego volver a desviar la mirada. Se puso en pie con lentitud, pero no se alejó demasiado: se limitó a sentarse junto a la mujer semidesnuda al borde de la cama. Por un momento se sorprendió pensando que el color vaporoso del tul que cubría sus propios brazos se asemejaba bastante al tono de los cardenales de India. Una de sus manos buscó entonces el dorso de una de las ajenas, dejándole nuevas y pequeñas caricias.
–Te preguntaría cómo pasó pero no creo que quieras contarme –dijo tras un momento, sus ojos fijos en sus propias rodillas. Tras algunos segundos reunió el coraje para volver a observarla a la cara–. ¿Pero al menos ahora estás bien, gatita?
La escuchó fascinada mientras subían las escaleras, sin atreverse a interrumpirla ni a quitarle los ojos de encima ni a alejarse demasiado de ella como confidentes que comenzaban a ser. En efecto había notado la naturaleza salvaje de India –probablemente por eso había decidido llamarla “gatita” de un momento a otro– del mismo modo en que probablemente la mujer –¿o la felina?– intuía su naturaleza mágica, pero no habría podido estar segura hasta escuchar la confirmación de sus propios labios. Era…el valor de escucharlo de su parte, realmente. Así, con el pecho imbuido de una agradable sensación cálida, fantaseó con la idea de poder ayudar a la mujer con sus transformaciones. Tenía que haber algo en aquellos viejos volúmenes que atesoraba en páramos secretos de su biblioteca, sólo sería cuestión de leerlos con mayor atención.
Y de repente fue como si hubiera viajado en el tiempo directamente a su niñez, sólo que para variar en esta ocasión tenía una amiga. Tan pronto como llegaron a sus lujosos aposentos Olenna salió disparada hacia los grandes roperos. Por lo general la ropa le preocupaba poco y nada; solía vestirse bien por una cuestión de cumplir con apariencias cuando se encontraba con otras personas para no parecer menos, pero no era del tipo de personas que valorara especialmente esas banalidades, ni que las disfrutara particularmente. Había días en los que simplemente se daba un baño –eso sí, caliente, prolongado y aromático– para luego vestirse con una sedosa bata y pasar horas y horas leyendo, pero aquella tarde sería radicalmente distinta. Olenna corrió literalmente, y comenzó a observar prendas y prendas con gran interés. Esos sedosos pantalones, esas preciosas camisas… sí, estaba segura de que le quedarían de maravilla a India.
–Te lo aseguro, te verás más atractiva y elegante que el jovencito más hermoso que jamás hayas visto –había comentado sin ocultar su emoción mientras finalmente retiraba las prendas escogidas. Se había incorporado y girado con aquello en brazos, cuando de pronto vio a su interlocutora con sólo su ropa interior sentada en una esquina de su cama, luciendo encantadoramente incómoda. Olenna se congeló, pero no particularmente por lo sugerente del espectáculo. Y de pronto reaccionó y se lanzó en su dirección, lanzando las prendas con desinterés sobre la cama. Ya no le importaba algo tan superficial como eso.
–Por Diana, Jano y Hécate –se le escuchó decir casi sin aliento mientras se arrodillaba sobre el suelo de madera, sus ojos fijos primero en los brazos ajenos y luego en los muslos: grandes cardenales de un tono azul-purpúreo los decoraban, incapaz de pasar desapercibidos ante su vista. Olenna alargó una mano, prodigando una caricia leve pero cálida a la zona herida en el muslo izquierdo ajeno, tocando con la delicadeza de quien toca a un recién nacido. La sensualidad había pasado a un segundo plano: ahora sólo eran ella, la preocupación… y la ira.
–Si encuentro a la persona que te hizo esto, lo mataré –pronunció, sus ojos aún fijos sobre el moretón. No bromeaba, de hecho probablemente en aquel momento fue que parte de su personalidad ruin se dejó entrever más en un largo tiempo. Sin embargo, la sombra de la ira pronto abandonó sus orbes para adoptar algo más sereno pero no por eso menos preocupado. Ojos algo tristes se alzaron, enfocando las delicadas facciones ajenas. ¿Por qué el mundo tenía que ser semejante agujero infernal? ¿Por qué todas las mujeres tenían que sufrir tanto, hicieran lo que hicieran y fueran quienes fueran?–. Es tan injusto… -musitó, para luego volver a desviar la mirada. Se puso en pie con lentitud, pero no se alejó demasiado: se limitó a sentarse junto a la mujer semidesnuda al borde de la cama. Por un momento se sorprendió pensando que el color vaporoso del tul que cubría sus propios brazos se asemejaba bastante al tono de los cardenales de India. Una de sus manos buscó entonces el dorso de una de las ajenas, dejándole nuevas y pequeñas caricias.
–Te preguntaría cómo pasó pero no creo que quieras contarme –dijo tras un momento, sus ojos fijos en sus propias rodillas. Tras algunos segundos reunió el coraje para volver a observarla a la cara–. ¿Pero al menos ahora estás bien, gatita?
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Lo había olvidado por completo, un gesto de pesar nubló su rostro en el instante que escuchó la voz afectada de Olenna. El motivo que la había llevado a no ir al burdel esa noche, el motivo por el que todo iba tan bien con la hechicera era también el que acababa de truncar el momento. La vergüenza por mostrar su cuerpo a alguien -que ¿le gustaba?- se había transformado en vergüenza por no haberle evitado ese momento a la mujer que ahora paseaba las manos por las marcas de su cuerpo.
Inspiró profundamente buscando la seguridad que ocultarse tras su coraza le otorgaba - Son gajes del oficio - musitó restando importancia a su cuerpo. Y la desgracia es que era cierto. Conocía a jóvenes que tenían lesiones peores que aquellas, incluso asesinadas a manos de hombres que perdían el control. Una sonrisa cansada se instaló en sus labios - Yo podía haberlo hecho, o al menos haberme defendido. Pero hay ocasiones en las que es mejor no pelear. - contestó respecto al comentario de Olenna sobre matar a James. Aunque ahora con Olenna estuviera mostrando únicamente el lado dulce e incluso tímido y dudoso, la otra cara seguía ahi. Siempre sería una gata y una leona. Las dos caras de la moneda.
En realidad ya le había contado, muy por encima el motivo de que su cuerpo estuviera lacerado, pero no le molestaba, ya que lo había visto, darle algún dato más - La última noche que salí, por la que te enfadaste hace un rato, un hombre pagó una suma muy elevada por mi exclusividad. - Poco a poco la fachada se fue reconstruyendo, la India distante y fría era lo único que la salvaba de no romperse en mil pedazos con esa vida. - Todo iba bien hasta que un cliente que suelo atender irrumpió en la habitación. - desde ahí prosiguió relatando lo ocurrido. Como James había asesinado al hombre delante de ella y como después había abusado de su cuerpo. Siempre ocultando la naturaleza vampírica de James y el nombre de ambos tanto del vampiro como del pobre difunto Armand. Ya acabada la historia, se fijó en el aura de Olenna que lucía a su alrededor cual tormenta, los tonos oscuros y la fuerza con que India la percibía le erizaron el vello de los brazos.
- Si no te importa me pondré un vestido esta noche - no tenía ánimo para probarse la ropa que le había acercado Olenna a la cama. Lo cierto es que, por superficial que pudiera parecer estaba molesta con ella. Entendía su preocupación, de verdad que lo agradecía, desde lo más profundo de su ser. Pues era la primera en demostrar cariño por ella. Pero su orgullo femenino había quedado por el suelo. La primera persona a la que dejaba ver su cuerpo, simplemente por confianza, no por dinero ni trabajo... había ignorado por completo a la mujer que llevaba dentro. Se sentía estúpida por el hecho de estar dolida con Olenna pero no lo podía evitar. Bien pudiera ser cierto que a la hechicera no le gustase como mujer y fuera tan solo una amiga. Con ese pensamiento se levantó de la cama en busca de un vestido sencillo que ponerse. No se sentía con ánimo de algo lujoso, aunque en aquel ropero todo lo era...
Se decantó por un vestido de tonos verdes que resaltaban el color rojizo de su melena, caía recto sobre sus piernas, solamente ceñido a su cuerpo debajo de la línea del pecho. - ¿Puedo usar este? - preguntó inmóvil delante de Olenna, para que diera su aprobación. Era consciente de que su tono de voz podía molestarle, sorprenderle. Pero cuando algo le hería no podía demostrarlo. Necesitaba volver a la normalidad con la hechicera ahora que había descubierto que no era de su agrado.
Inspiró profundamente buscando la seguridad que ocultarse tras su coraza le otorgaba - Son gajes del oficio - musitó restando importancia a su cuerpo. Y la desgracia es que era cierto. Conocía a jóvenes que tenían lesiones peores que aquellas, incluso asesinadas a manos de hombres que perdían el control. Una sonrisa cansada se instaló en sus labios - Yo podía haberlo hecho, o al menos haberme defendido. Pero hay ocasiones en las que es mejor no pelear. - contestó respecto al comentario de Olenna sobre matar a James. Aunque ahora con Olenna estuviera mostrando únicamente el lado dulce e incluso tímido y dudoso, la otra cara seguía ahi. Siempre sería una gata y una leona. Las dos caras de la moneda.
En realidad ya le había contado, muy por encima el motivo de que su cuerpo estuviera lacerado, pero no le molestaba, ya que lo había visto, darle algún dato más - La última noche que salí, por la que te enfadaste hace un rato, un hombre pagó una suma muy elevada por mi exclusividad. - Poco a poco la fachada se fue reconstruyendo, la India distante y fría era lo único que la salvaba de no romperse en mil pedazos con esa vida. - Todo iba bien hasta que un cliente que suelo atender irrumpió en la habitación. - desde ahí prosiguió relatando lo ocurrido. Como James había asesinado al hombre delante de ella y como después había abusado de su cuerpo. Siempre ocultando la naturaleza vampírica de James y el nombre de ambos tanto del vampiro como del pobre difunto Armand. Ya acabada la historia, se fijó en el aura de Olenna que lucía a su alrededor cual tormenta, los tonos oscuros y la fuerza con que India la percibía le erizaron el vello de los brazos.
- Si no te importa me pondré un vestido esta noche - no tenía ánimo para probarse la ropa que le había acercado Olenna a la cama. Lo cierto es que, por superficial que pudiera parecer estaba molesta con ella. Entendía su preocupación, de verdad que lo agradecía, desde lo más profundo de su ser. Pues era la primera en demostrar cariño por ella. Pero su orgullo femenino había quedado por el suelo. La primera persona a la que dejaba ver su cuerpo, simplemente por confianza, no por dinero ni trabajo... había ignorado por completo a la mujer que llevaba dentro. Se sentía estúpida por el hecho de estar dolida con Olenna pero no lo podía evitar. Bien pudiera ser cierto que a la hechicera no le gustase como mujer y fuera tan solo una amiga. Con ese pensamiento se levantó de la cama en busca de un vestido sencillo que ponerse. No se sentía con ánimo de algo lujoso, aunque en aquel ropero todo lo era...
Se decantó por un vestido de tonos verdes que resaltaban el color rojizo de su melena, caía recto sobre sus piernas, solamente ceñido a su cuerpo debajo de la línea del pecho. - ¿Puedo usar este? - preguntó inmóvil delante de Olenna, para que diera su aprobación. Era consciente de que su tono de voz podía molestarle, sorprenderle. Pero cuando algo le hería no podía demostrarlo. Necesitaba volver a la normalidad con la hechicera ahora que había descubierto que no era de su agrado.
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Si acaso había algún defecto en su gusto por las mujeres, Olenna sólo podía imaginar uno en concreto que distaba bastante de cualquier forma de censura o represión, siendo algo mucho más personal, casi una pequeñez: en ocasiones las mujeres eran difíciles de entender, incluso para ella. Verdaderamente no se percató de su error hasta bien acabado el relato, tan metida estaba en controlar su indignación y en absorber cada detalle. India mantenía que aquel suceso era algo completamente normalizado para alguien con sus obligaciones y lo comprendía, incluso lo había imaginado de antes de conocerla, pero jamás había estado cara a cara frente a semejante brutalidad. Entendía que fuera su trabajo y que fuera incluso inevitable para muchas mujeres pero, ¿por qué a India? ¿Por qué a su gatita? Quizás en ese punto el corazón de Olenna se volvió un poco más egoísta: no quería dejarla ir, no con manos que no fueran tan gentiles como las propias. Por supuesto que esa no era una decisión que dependiera de ella en lo más mínimo, pero en su nublada mente las ideas comenzaron agestarse de aquella manera.
Sólo con las últimas palabras del relato se percató del tono frío que su interlocutora ya utilizaba para referirle los últimos detalles, así como la probable imagen ruin que le había dejado de ella. Olenna sintió vergüenza, una vergüenza que le impidió moverse por varios segundos mientras su compañera se incorporaba, una vergüenza que le hizo retirar la mano con cierta tristeza. También estaba dolida, dolida porque su juego quizás algo estúpido de vestimentas había quedado en el olvido, ahora sólo convertido en una actividad práctica y urgente, en algo para ocultar la desnudez ahora aparentemente incómoda de India.
Incómoda.
¿Podía ser eso? De pronto entendió, o creyó entender. Para comprender lo que acababa de suceder debía de ver los hechos con la misma valoración de India: ella se había desnudado frente a ella, probablemente la primera vez en mucho tiempo que lo hacía por mero gusto, y además lo había hecho en tantos sentidos. Y ella, la ciega de Olenna, simplemente se había decantado por lo más superficial: marcas, marcas que remitían exactamente a lo contrario que estaba sucediendo. Por supuesto que no había estado mal preocuparse, pero… debería haber demostrado otra reacción ante lo que veía, aquella que incluso ella tenía miedo de admitir.
Aun con India buscando alguna prenda, Olenna se puso de pie. Dándole a su vez la espalda había comenzado a desvestirse, quitándose aquel vestido tan bonito pero triste para acabar en sólo un conjunto de ropa interior algo similar, uno de tonos oscuros que contrastaban fuertemente con la palidez de su piel. Por un momento dudó en girarse, una parte de ella –la más infantil– temía ser vista y desagradar, pero finalmente se giró con naturalidad, casi sin pensarlo, en cuanto escuchó la pregunta ajena. Y antes de que pudiera escuchar algo, antes de que siquiera ella misma se permitiera responder, habló aunque cruzada de brazos.
–Te debo una disculpa, India. De igual a igual –y es que su propia desnudez también era una parte clave de lo que quería aclarar en su mente, y para la cual era vital que no apartara los ojos del rostor ajeno mientras se acercaba lentamente, paso a paso. Y finalmente, estuvo frente a ella. Sus brazos se apretaron un poco más contra su pecho, debajo de un busto no tan generoso. Suspiró–. Noté tus marcas porque me importas, pero eso no significa que no haya notado el modo en que me mirabas… ni el cómo te veías. Lamento si te ofendí, de verdad. Pero quiero que sepas que lo que haré a continuación no es en ningún modo una forma de disculparme, aunque te pido que no me odies por ello. Sólo… es un modo de probarte cuánto me gustaste, me gustas.
Dudaba, como siempre, y también temía, pero finalmente descruzó sus brazos, dejando su abdomen a la vista. Olenna dejó que una de sus manos reposara sobre la sedosa piel de su brazo, dejando que los dígitos se deslizaran ausentemente sobre esta. Su diestra, por el contrario, se alzó un poco más: índice y dedo medio se colocaron sobre el punto en el que nacía la mandíbula, delineándola con lentitud. Sus ojos se mantenían sobre los ajenos, pero en ellos se podía advertir tanto emoción como temor: “por favor no quiero causarle asco, por favor, no quiero causarle miedo”. Cuando no pudo soportar más el observarlos, cuando podía sentir el calor irradiar de su propio rostro, desvió la mirada hacia abajo, hacia sus labios. ¿Cuándo había estado tan cerca de ellos? Ni siquiera al momento de bailar, ni siquiera al momento de leer. Su corazón latía con fuerza y podía sentir una sensación ahogante en su garganta: auténtica ansiedad. ¿India sería capaz de percibir el caos que era? Algo le dijo que pronto lo averiguaría.
Inclinó su rostro y acortó la escaza distancia, dejando que sus propios labios aterrizaran con suavidad de pluma sobre los ajenos. Aquel fue un beso calmo, sobrio, pero quizás no del todo casto: Olenna permitió a sus pétalos bailar sobre los ajenos brevemente, acariciarlos tortuosamente, pero antes de que pudiera perder el control de sí misma –y antes de que sus mejillas adquirieran un color más vivo que el de sus labios– alejó su rostro, con intenciones de también pronto alejar sus manos. Se moría por obtener una palabra ajena, la que fuera, pero en su lugar sólo podía esperar, y vomitar palabras sin demasiado sentido.
–¿P-puedes escoger algo para mí?
Sólo con las últimas palabras del relato se percató del tono frío que su interlocutora ya utilizaba para referirle los últimos detalles, así como la probable imagen ruin que le había dejado de ella. Olenna sintió vergüenza, una vergüenza que le impidió moverse por varios segundos mientras su compañera se incorporaba, una vergüenza que le hizo retirar la mano con cierta tristeza. También estaba dolida, dolida porque su juego quizás algo estúpido de vestimentas había quedado en el olvido, ahora sólo convertido en una actividad práctica y urgente, en algo para ocultar la desnudez ahora aparentemente incómoda de India.
Incómoda.
¿Podía ser eso? De pronto entendió, o creyó entender. Para comprender lo que acababa de suceder debía de ver los hechos con la misma valoración de India: ella se había desnudado frente a ella, probablemente la primera vez en mucho tiempo que lo hacía por mero gusto, y además lo había hecho en tantos sentidos. Y ella, la ciega de Olenna, simplemente se había decantado por lo más superficial: marcas, marcas que remitían exactamente a lo contrario que estaba sucediendo. Por supuesto que no había estado mal preocuparse, pero… debería haber demostrado otra reacción ante lo que veía, aquella que incluso ella tenía miedo de admitir.
Aun con India buscando alguna prenda, Olenna se puso de pie. Dándole a su vez la espalda había comenzado a desvestirse, quitándose aquel vestido tan bonito pero triste para acabar en sólo un conjunto de ropa interior algo similar, uno de tonos oscuros que contrastaban fuertemente con la palidez de su piel. Por un momento dudó en girarse, una parte de ella –la más infantil– temía ser vista y desagradar, pero finalmente se giró con naturalidad, casi sin pensarlo, en cuanto escuchó la pregunta ajena. Y antes de que pudiera escuchar algo, antes de que siquiera ella misma se permitiera responder, habló aunque cruzada de brazos.
–Te debo una disculpa, India. De igual a igual –y es que su propia desnudez también era una parte clave de lo que quería aclarar en su mente, y para la cual era vital que no apartara los ojos del rostor ajeno mientras se acercaba lentamente, paso a paso. Y finalmente, estuvo frente a ella. Sus brazos se apretaron un poco más contra su pecho, debajo de un busto no tan generoso. Suspiró–. Noté tus marcas porque me importas, pero eso no significa que no haya notado el modo en que me mirabas… ni el cómo te veías. Lamento si te ofendí, de verdad. Pero quiero que sepas que lo que haré a continuación no es en ningún modo una forma de disculparme, aunque te pido que no me odies por ello. Sólo… es un modo de probarte cuánto me gustaste, me gustas.
Dudaba, como siempre, y también temía, pero finalmente descruzó sus brazos, dejando su abdomen a la vista. Olenna dejó que una de sus manos reposara sobre la sedosa piel de su brazo, dejando que los dígitos se deslizaran ausentemente sobre esta. Su diestra, por el contrario, se alzó un poco más: índice y dedo medio se colocaron sobre el punto en el que nacía la mandíbula, delineándola con lentitud. Sus ojos se mantenían sobre los ajenos, pero en ellos se podía advertir tanto emoción como temor: “por favor no quiero causarle asco, por favor, no quiero causarle miedo”. Cuando no pudo soportar más el observarlos, cuando podía sentir el calor irradiar de su propio rostro, desvió la mirada hacia abajo, hacia sus labios. ¿Cuándo había estado tan cerca de ellos? Ni siquiera al momento de bailar, ni siquiera al momento de leer. Su corazón latía con fuerza y podía sentir una sensación ahogante en su garganta: auténtica ansiedad. ¿India sería capaz de percibir el caos que era? Algo le dijo que pronto lo averiguaría.
Inclinó su rostro y acortó la escaza distancia, dejando que sus propios labios aterrizaran con suavidad de pluma sobre los ajenos. Aquel fue un beso calmo, sobrio, pero quizás no del todo casto: Olenna permitió a sus pétalos bailar sobre los ajenos brevemente, acariciarlos tortuosamente, pero antes de que pudiera perder el control de sí misma –y antes de que sus mejillas adquirieran un color más vivo que el de sus labios– alejó su rostro, con intenciones de también pronto alejar sus manos. Se moría por obtener una palabra ajena, la que fuera, pero en su lugar sólo podía esperar, y vomitar palabras sin demasiado sentido.
–¿P-puedes escoger algo para mí?
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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Fecha de inscripción : 30/05/2015
Localización : En algún rincón de París.
Re: Vicisitudes {Priv. India}
La mandíbula cayó levemente dejando paso a la boca entreabierta de India al descubrir el cuerpo libre de ropa de Olenna. El sentimiento de culpabilidad atormentó su mente, había hecho que la deliciosa hechicera se sintiera mal por su forma de actuar. Quiso bajar la mirada avergonzada por su comportamiento infantil pero los ojos de Olenna fijos en los propios se lo impidieron. Se quedó prendida de la forma en que esta parecía pedir ser salvada. No se atrevió siquiera a alzar la mano para acariciar su piel, parecía tan delicada así ante ella... tan vulnerable. Aquellas palabras hicieron que medio sonriera, que no la odiara... No sabía qué era aquello de lo que hablaba que iba a hacer a continuación, pero no había acción que pudiera separarla de Olenna ya. Sólo esta misma era capaz de alejarla si así lo quería. Nada ni nadie lograría evitar lo que empezaba a gestarse en el pecho de India.
-¿Qué me está pasando?- deseaba lo que ahora ya sabía que iba a ocurrir, ¿cómo era posible que lo que más anhelaba fuera el contacto de los labios de una mujer? Si bien era cierto que nunca había estado enamorada ni había tenido una relación amorosa con hombre alguno, le atraían físicamente. Nunca se había fijado de esa manera en una fémina. Pero la hechicera estaba consiguiendo asentarse en mente y corazón de la cambiante. Temía por lo que aquello pudiera implicar en la vida de ambas, porque una cosa tenía clara, en el caso en que llegaran a estar juntas (como así empezaba a desearlo) no ocultaría la relación con aquella bruja maldita.
Y entonces, con semejante desgobierno, los labios de Olenna llegaron como un bálsamo. Absolutamente todo en ella y con ella era diferente a lo ya vivido por India. Descubrió lo suave y dulce que un beso podía llegar a ser. Con los ojos cerrados respondió con ganas contenidas aquel deseado gesto. Las manos se alzaron hasta los hombros ajenos, moviéndose solas hasta la nuca atrapando allí su pelo sedoso pelo entre los dedos. Quería alargar el contacto, en cambio, no hizo nada por impedir que Olenna se alejara -estaba demasiado confusa-. - Te gusto... - bordeó los labios de la hechicera con el pulgar, sin evitar una sonrisa que difícilmente podría ocultar los nervios que sentía.
Valoró la idea de quedarse en casa con ella, de pasar la noche repitiendo una y otra vez esa escena, pero la pregunta ajena hizo que sólo asintiera mientras lentamente separaba sus cuerpos. No creía necesario decir nada sobre aquel beso, pues consideraba que su cara, su gesto atontado ya era suficientemente obvio, pero aún asi... - No sé cómo, ni se por qué... pero he sentido más con tu beso que en toda mi vida- ese era sin duda el resumen más sincero y directo que podía realizar para demostrar lo que había significado para ella.
Acto seguido, tal y como había hecho Olenna, rebuscó en el ropero de esta un vestido apropiado para la cita de esta noche. El azul añil fue el elegido. Resaltaba la piel pálida de Olenna así como el fulgor especial que ahora daba vida a sus ojos. - Ponte este -. Colocó, mientras ella se vestía, el pelo en un sencillo recogido que aún dejaba suelto algún mechón permitiendo así un aire desenfadado. Se miró entonces en el espejo, no había notado la sonrisa que bailaba sobre sus labios, ni el tono rosado que parecía haberse quedado a vivir en sus mejillas. - Oh, vaya... - musitó asombrada por semejante aspecto. Girada para ver como le quedaba el vestido a Olenna se percató de que su rostro no distaba mucho del propio, lo que le causó diversión y ternura al tiempo. - ¿Vamos? - preguntó esperando a que esta se asegurase de estar lista.
-¿Qué me está pasando?- deseaba lo que ahora ya sabía que iba a ocurrir, ¿cómo era posible que lo que más anhelaba fuera el contacto de los labios de una mujer? Si bien era cierto que nunca había estado enamorada ni había tenido una relación amorosa con hombre alguno, le atraían físicamente. Nunca se había fijado de esa manera en una fémina. Pero la hechicera estaba consiguiendo asentarse en mente y corazón de la cambiante. Temía por lo que aquello pudiera implicar en la vida de ambas, porque una cosa tenía clara, en el caso en que llegaran a estar juntas (como así empezaba a desearlo) no ocultaría la relación con aquella bruja maldita.
Y entonces, con semejante desgobierno, los labios de Olenna llegaron como un bálsamo. Absolutamente todo en ella y con ella era diferente a lo ya vivido por India. Descubrió lo suave y dulce que un beso podía llegar a ser. Con los ojos cerrados respondió con ganas contenidas aquel deseado gesto. Las manos se alzaron hasta los hombros ajenos, moviéndose solas hasta la nuca atrapando allí su pelo sedoso pelo entre los dedos. Quería alargar el contacto, en cambio, no hizo nada por impedir que Olenna se alejara -estaba demasiado confusa-. - Te gusto... - bordeó los labios de la hechicera con el pulgar, sin evitar una sonrisa que difícilmente podría ocultar los nervios que sentía.
Valoró la idea de quedarse en casa con ella, de pasar la noche repitiendo una y otra vez esa escena, pero la pregunta ajena hizo que sólo asintiera mientras lentamente separaba sus cuerpos. No creía necesario decir nada sobre aquel beso, pues consideraba que su cara, su gesto atontado ya era suficientemente obvio, pero aún asi... - No sé cómo, ni se por qué... pero he sentido más con tu beso que en toda mi vida- ese era sin duda el resumen más sincero y directo que podía realizar para demostrar lo que había significado para ella.
Acto seguido, tal y como había hecho Olenna, rebuscó en el ropero de esta un vestido apropiado para la cita de esta noche. El azul añil fue el elegido. Resaltaba la piel pálida de Olenna así como el fulgor especial que ahora daba vida a sus ojos. - Ponte este -. Colocó, mientras ella se vestía, el pelo en un sencillo recogido que aún dejaba suelto algún mechón permitiendo así un aire desenfadado. Se miró entonces en el espejo, no había notado la sonrisa que bailaba sobre sus labios, ni el tono rosado que parecía haberse quedado a vivir en sus mejillas. - Oh, vaya... - musitó asombrada por semejante aspecto. Girada para ver como le quedaba el vestido a Olenna se percató de que su rostro no distaba mucho del propio, lo que le causó diversión y ternura al tiempo. - ¿Vamos? - preguntó esperando a que esta se asegurase de estar lista.
Katharina Von Hammersmark- Cambiante Clase Alta
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Re: Vicisitudes {Priv. India}
Y sí, finalmente descubrió que sus temores, quizás no infundados, no llegarían a concretarse jamás: la prueba estaban en el recuerdo del calor y la presión contra sus labios, en el escalofrío vagamente persistente en la cara posterior de su cuello y nunca. No la disgustaba, no después de todo, y sus propios labios mutaron en una pequeña sonrisa por debajo del dígito que los contorneaba.
–Mucho –había respondido a su primer comentario, sorprendiendo así a una parte de sí misma. India era misteriosa pero no sólo por sus secretos: tenía ese efecto tan curioso sobre ella, uno que la remontaba a comportamientos, inseguridades y deseos tan… anclados en el tiempo, de alguna manera. Para Olenna, India era como la llave necesaria para abrir la vieja y empolvada puerta de un desvían semi-abandonado, un desván en donde lo mejor de ella había quedado no almacenado sino más bien oculto, al punto de que prácticamente se había olvidado de la existencia de todo aquello.
Lo vio claro: India era su posibilidad para comenzar de nuevo. No de redimirse porque todo lo que ella había hecho y muy probablemente haría nunca sería olvidado ni perdonado, pero de pronto vio que si acaso había una posibilidad –aunque fuera mínima– de hacer de ella una mejor persona, esa no podía darse en otro lugar que no fuera junta a la mujer que tenía enfrente. Sólo con ella mostraría su lado bueno y sincero, y pensaba revelarle más cosas de sí misma aquella noche, aunque cierto era que en parte temía el no saber hasta qué punto secreto del pasado llegaría su voz.
–El beso también fue especial para mí –habló, su tono un tanto agitado y sus mejillas arreboladas–. Es extraño, pero por un momento me sentía –era mentira, continuaba sintiéndose así en realidad– como si fuera prácticamente una niña, una joven. Y eso… bueno, es casi exactamente lo opuesto a lo que suelo sentir cuando beso a alguien.
Tras aquello siguió la instrucción, después de todo tenían una noche más y más excitante para la cual prepararse. De buen grado aceptó el vestido seleccionado, de un tono frío que no sólo la favorecía sino que también le agradaba mucho. Olenna se vistió con cuidado y naturalidad, pero sus ojos se concentraban más en el modo en que su compañera se acomodaba frente al espejo que en la propia imagen. No lo notó en el momento, pero en su rostro persistían tanto su rubor como su sonrisa, rasgos también presentes en la faz de la otra mujer y que, para qué mentir, la volvían aún más apetecible. “Oh vaya”, en efecto.
–Sí, pero antes un detalle –le respondió, calidez en sus ojos a la par que se adelantaba un poco. Estirando una mano, sus dedos acariciaron el mechón de cabello suelto que daba ese aire tan típico al peinado de su preciada felina. Aquello fue una pequeña distracción en realidad: divertida, se había inclinado a un lado de India como si fuera a susurrarle un secreto, sólo que en realidad lo que acabó haciendo fue besar la piel de su cuello, justo allí debajo de su oreja, convirtiendo aquello en un contacto cálido que se extendió por un par de segundos. Ojos brillantes, chispeantes, y sonrisa entre pícara y divertida, volvió a distanciarse, aunque ofreciendo un delgado brazo enfundado en sedoso azul añil.
–Ahora sí, vamos –aceptaría, dispuesta por fin a abandonar aquel en ocasiones asfixiante edificio junto a su misteriosa acompañante. Aún ignoraba hacia dónde la conduciría, pero sabía que fueran a donde fueran ella se hallaría a gusto, e incluso con una curiosa sensación de seguridad. Las prendas masculinas, mientras tanto, quedarían abandonadas sobre el lecho al que quizás luego ambas regresarían: no necesitaban ya nada semejante, de todas formas.
–Mucho –había respondido a su primer comentario, sorprendiendo así a una parte de sí misma. India era misteriosa pero no sólo por sus secretos: tenía ese efecto tan curioso sobre ella, uno que la remontaba a comportamientos, inseguridades y deseos tan… anclados en el tiempo, de alguna manera. Para Olenna, India era como la llave necesaria para abrir la vieja y empolvada puerta de un desvían semi-abandonado, un desván en donde lo mejor de ella había quedado no almacenado sino más bien oculto, al punto de que prácticamente se había olvidado de la existencia de todo aquello.
Lo vio claro: India era su posibilidad para comenzar de nuevo. No de redimirse porque todo lo que ella había hecho y muy probablemente haría nunca sería olvidado ni perdonado, pero de pronto vio que si acaso había una posibilidad –aunque fuera mínima– de hacer de ella una mejor persona, esa no podía darse en otro lugar que no fuera junta a la mujer que tenía enfrente. Sólo con ella mostraría su lado bueno y sincero, y pensaba revelarle más cosas de sí misma aquella noche, aunque cierto era que en parte temía el no saber hasta qué punto secreto del pasado llegaría su voz.
–El beso también fue especial para mí –habló, su tono un tanto agitado y sus mejillas arreboladas–. Es extraño, pero por un momento me sentía –era mentira, continuaba sintiéndose así en realidad– como si fuera prácticamente una niña, una joven. Y eso… bueno, es casi exactamente lo opuesto a lo que suelo sentir cuando beso a alguien.
Tras aquello siguió la instrucción, después de todo tenían una noche más y más excitante para la cual prepararse. De buen grado aceptó el vestido seleccionado, de un tono frío que no sólo la favorecía sino que también le agradaba mucho. Olenna se vistió con cuidado y naturalidad, pero sus ojos se concentraban más en el modo en que su compañera se acomodaba frente al espejo que en la propia imagen. No lo notó en el momento, pero en su rostro persistían tanto su rubor como su sonrisa, rasgos también presentes en la faz de la otra mujer y que, para qué mentir, la volvían aún más apetecible. “Oh vaya”, en efecto.
–Sí, pero antes un detalle –le respondió, calidez en sus ojos a la par que se adelantaba un poco. Estirando una mano, sus dedos acariciaron el mechón de cabello suelto que daba ese aire tan típico al peinado de su preciada felina. Aquello fue una pequeña distracción en realidad: divertida, se había inclinado a un lado de India como si fuera a susurrarle un secreto, sólo que en realidad lo que acabó haciendo fue besar la piel de su cuello, justo allí debajo de su oreja, convirtiendo aquello en un contacto cálido que se extendió por un par de segundos. Ojos brillantes, chispeantes, y sonrisa entre pícara y divertida, volvió a distanciarse, aunque ofreciendo un delgado brazo enfundado en sedoso azul añil.
–Ahora sí, vamos –aceptaría, dispuesta por fin a abandonar aquel en ocasiones asfixiante edificio junto a su misteriosa acompañante. Aún ignoraba hacia dónde la conduciría, pero sabía que fueran a donde fueran ella se hallaría a gusto, e incluso con una curiosa sensación de seguridad. Las prendas masculinas, mientras tanto, quedarían abandonadas sobre el lecho al que quizás luego ambas regresarían: no necesitaban ya nada semejante, de todas formas.
Olenna L. Dupin- Hechicero Clase Alta
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