Azzuen Collingwod

Quizás, el momento que menos recordamos en la vida, es aquel cuando nacemos. Lo poco que sé de ese instante es lo que me contaron mis padres; fue un día de abril al caer la noche, en algún lugar de Edimburgo en Escocia. A partir de ese momento comienza mi historia.

Vivía con mis padres y abuelos en una enorme casa ubicada casi a las afueras de la ciudad de Edimburgo, rodeada de exuberante vegetación y con un precioso jardín. La mayor del tiempo estuve al lado de mi abuela Jeanette, ella fue quien se encargó de mis cuidados desde temprana edad y desde luego, me enseñó también a controlar mi magia y al mismo tiempo, mis emociones, que aprendiera a equilibrarme entre ambos mundos. Claro, también le debo parte de todo este aprendizaje a mi abuelo Klaus, pese a su pésimo carácter, logré sacar ventaja de sus enseñanzas.

No podría quejarme de aquellos primeros años en Edimburgo, creo que tuve una infancia común, a pesar de que, aún siendo una niña, no me llevé demasiado bien con la magia. Era extraño poder hacer cosas que otros no. Era como si no encajara con la mayoría de los niños de mi edad, pero me esforzaba en parecer lo más normal que pudiera. Y todo eso, gracias a mi abuela, quien siempre se empeñó en alejar mis miedos, en hacerme más fuerte. Estoy agradecida con ella por eso.

Las cosas no cambiaron con el pasar de los años, estaba destinada a esto a pesar de mi constante rechazo. No siempre se puede disfrutar de una vida normal cuando está la magia de por medio, en realidad, se me hizo más complicado cuando iniciaba mi adolescencia. Creía que en cualquier momento iba a perder el control de mis habilidades y terminaría lastimando a alguien cercano; la idea me aterraba aún más con todas esas historias de cazadores e inquisidores que rodeaban a mi familia. Por suerte, siempre nos mantuvimos alejados, lo más que podíamos, de ese tipo de personas. Mi abuelo no toleraba los errores, lo que lo hacía un hombre muy suspicaz a la hora de tratar con otras personas. Sí, digamos que eso lo heredé de él, prácticamente me obligó a forjar un carácter fuerte durante las horas de prácticas en donde debía aprender a controlar mi magia. Lo hacía por obligación y consideración a mi familia. Al final, terminé acostumbrándome a una situación que era inevitable; yo no podía huir de lo que era. Aunque el proceso de adaptación había sido lento y difícil, traté de hallar un equilibrio que me mantuviera cómoda conmigo misma y desde luego, con otras personas.

Mi abuela, mi querida abuela Jeanette, la persona que se había ganado todo mi cariño, no estaría conmigo para siempre. Lamentablemente no fue así. Ella falleció cuando yo tenía veinte años, en ese entonces estaba en Edimburgo y ella tendría que viajar a Londres. Durante su viaje unos cazadores se encargaron de acabar con su vida, sólo porque mi abuelo protegía a unos chicos cambiaformas que honestamente, no le habían hecho daño a nadie, salvo haber nacido con la habilidad de convertirse en animales. La noticia no sólo me hirió, también me indignó. No todas las personas tenían que ser malas, no todas querían herir a otros, ¡No todas eran una amenaza! El simple hecho de ser sobrenaturales no los convertía en criaturas que se encargasen de dañar porque sí. Sin embargo, aquellos que acusaban constantemente a otros de ser una amenaza, eran peor que eso, juzgaban sin sentido alguno.

Si poseía habilidades a diferencia de otras personas, era porque, como me decía mi madre, estaba destinada a algo. Y creo que empezaba a tomármelo en serio, y sí, tuvo que ocurrir un quiebre para poder descubrir aquello que me negué tantas veces en hallar.

Días después del funeral de la abuela, me encontraba en el lugar en donde ella se había criado y en donde descubrió que era una bruja. Era en un pequeño poblado algo apartado de Edimburgo; la zona estaba rodeada de laderas y colinas con una vista magnifica al mar. Recuerdo que el abuelo me entregó los diarios que pertenecían a ella, creía que yo era la más indicada para poseerlos y descubrí que a mi abuela le encantaba escribir, era una gran poeta y para sorpresa mía, no sólo escribió sobre sus experiencias, sino sobre mí. Las lágrimas se apoderaron de mi visión y tuve que esperar unos segundos antes de continuar con mi lectura. Jeanette me hizo descubrir con estos escritos y con su muerte que mi magia no estaba ahí porque sí, debía darle un sentido y que tarde o temprano lo descubriría. Lo hice, me prometí a mí misma, a la memoria de la abuela y al rugiente mar que yo hallaría el equilibrio que tanto necesitaba y protegería a mis semejantes de los cazadores, porque sin siquiera conocerlos, ya eran mis enemigos. Ellos me arrebataron a lo más preciado que tenía y me vengaría por ello.

Con el transcurso del tiempo y a partir de ese entonces, supe otras cosas de mi familia. No estaban conformes con ser “brujos” sino que también se organizaban en grupos junto con otras personas semejantes a ellos. Honestamente, pasé de todas esas reuniones que poco me agradaban, ya con el control de las habilidades que poseía, me bastaba. Sin embargo, el resentimiento que sentía hacia todo aquel que se dedicara a perseguir y a asesinar sobrenaturales sin motivo alguno, todavía estaba ahí presente, por lo que tuve que participar en las susodichas reuniones de mis familiares sin estar completamente cómoda con eso. En un intento desesperado por intentar huir del mundo que me rodeaba, viajé a Londres, dejando atrás a Escocia, a mi prometido y a mi familia. Debo decir que estando en Inglaterra logré hallar un minúsculo equilibrio en mi vida, aunque la venganza continuara presente en lo más profundo de mis memorias, al menos me regocijaba la soledad que sólo Londres me brindó. Extrañamente conté con el apoyo de mis padres, creí que estarían enojados conmigo, pero esa parte humanitaria en ellos los hizo convertirse en mis aliados en la drástica decisión que había tomado.