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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Owen M. Tzavaras Miér Ago 26, 2015 12:09 am

Un día más en la fría mañana de París aun cuando los rayos del sol tocan la tierra se puede sentir todavía unas pequeñas brisas gélidas que corren por la piel haciendo que se estremezcan las pobres almas que deambulan a esas horas, bien temprano, por las calles empedradas de la ciudad, el aroma del despertar de la ciudad llega a los corazones de las personas, tales como aquel hombre que en aquella casa modesta va a levantar a su pequeño, a la razón de su vida y de su alegrías, su hijo, el fruto del amor y lo único que le recuerda a su bella amada y el amor que se profesaban, uno que no se volverá a permitir sentir por amor a su pequeño. Entre risas y regaños levanta al pequeño, luego de varios minutos el hombre sale de su habitación bien vestido y perfumado, con la corbata a medio hacer, prácticamente mal hecha, el pequeño tomando el desayuno espera ansioso a su progenitor, ambos en una perfecta compañía disfrutan de una charla muy cordial en el jardín en un picnic de lo más informal, solo padre e hijo riendo y conversando cual señores de sociedad.

–Puedo saber cómo va hoy los negocios, señor?–

—Estupendo señor, las inversiones del señor pingüino van viento en popa y pronto llegará una carga de té y especias traídas desde el lejano oriente, y a usted señor cómo va manejando mis inversiones—

Ríen al unísono junto justo cuando el padre revuelve los cabellos de su pequeño hijo en seña de cariño, este responde a su progenitor con un abrazo fuerte, se miran y es el pequeño que comienza con el interrogatorio

—Papá, ¿por qué no tienes amigos?— mira a su padre ladeando al cabeza de lado a lado. Su padre se atora con el pequeño bocadillo, mira a todos lados en las casas de los vecinos y ve que se están mudando unos nuevos a la casa contigua

–Bueno, quizás eso cambie, quizás me haga amigo de la familia que viva junto a nosotros, ya que no sabrán la reputación de cierto pequeño diablillo que ronda por los jardines haciendo bromas a otros vecinos, contesta en parte ello a tu pregunta mi niño– el pequeño silba con manos metidas en los bolsillos caminando hasta la verja del jardín admirando la mudanza.

—Buena idea, porque no empezamos ahora— el pequeño salta el obstáculo corriendo a meterse en la casa contigua, metiendo en apuros a su padre

–Frank, Frank, regresa vas a meternos en lios…– tarde, él sale corriendo pero no se atreve a ingresar a la propiedad ajena. Se encuentra en todo un dilema porque no quiere que le regañen a su hijo y tampoco desea pasar como un mal padre o como un aprovechado que se mete a casas ajenas.
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Mensaje por Dilara Guillot Miér Sep 02, 2015 4:02 pm

El ama de llaves fue la que acompañó a la turca junto a la niña hasta su nuevo hogar. La mujer mayor no hacía más que carantoñas a la pequeña con el único propósito de que ésta se riera, algo no muy complicado debido a su naturaleza afable. Dilara estaba más que acostumbrada a escuchar las voces agudas y palabras simples que tanta gente hacía a su alrededor, sobre todo las provenientes de gente mayor como aquella mujer.

Abrió la puerta y dejó que ambas pasaran delante. Dilara miró a su alrededor maravillada con aquella casa que había conseguido por un precio muy económico. El casero, un hombre mayor que ella pero joven aún así, estuvo dispuesto a alquilársela en cuanto la vio a Ayla. No le quitó ojo de encima durante toda la visita y, aunque al principio se mostró ligeramente tímido con ella, no tardó en comenzar a jugar. Para cuando terminaron, la criatura botaba en los brazos de él, y éste la miraba con una ternura que no había visto antes en ningún hombre.

Se acercó a las ventanas de la parte trasera y las abrió de par en par junto con la puerta que daba al jardín. Observó la hierba verde y reluciente y una brisa matinal le acarició el rostro, dándole la bienvenida. Definitivamente, era el hogar perfecto para ambas.

Giró su cuerpo para quedar frente a la ama de llaves que sujetaba felizmente a Ayla.

—¿Puede quedarse con ella mientras meto el resto de cosas? —le pidió, aunque sabía que en realidad lo haría encantada.

No había más que verla: la mujer sonrió de oreja a oreja y se sentó en uno de los sillones con la pequeña en el regazo. Sólo podían oírse risas y balbuceos mezclados con la voz de la señora. En menos de cinco minutos había guardado todas sus pertenencias dentro de la casa y había despedido a la mujer con algo de pena, prometiéndole que si en alguna ocasión necesitaba una niñera contaría con ella.

Con la niña en brazos y una sonrisa cerró la puerta tras de sí y respiró hondo. «Un hogar, al fin.» Dejó a Ayla en el suelo y entró en una de las habitaciones para comenzar a ordenar lo que allí había. Como música de fondo, la vocecilla de su hija sonaba sin decir nada, emitiendo ruidos que parecían aleatorios. De pronto, la voz calló y la escuchó gatear. Recordó la puerta del jardín abierta y salió tras ella lo más deprisa que pudo.

Al salir de la habitación se paró en seco. Ayla estaba sentada en el suelo frente a un muchacho desconocido, haciendo ruido y estirando los brazos para ser alzada. Dilara se acercó lentamente mientras observaba la escena.

—Hola jovencito, ¿te has perdido? —preguntó preocupada.
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Mensaje por Owen M. Tzavaras Lun Oct 26, 2015 10:49 pm

Completamente en una encrucijada se encontraba en aquel momento, observó por unos segundos aquella casa viendo cómo iban y venían personas, como tomaban cajas y muebles que ingresaban, era una mudanza y estaban por terminar, no ya habían terminado de llevar los últimos muebles. Suspiró un poco más aliviado al ver aquel panorama, el menos con eso no regañarían tanto a su hijo por haberse metido. Arregló su corbata y con paso se dirigió a la entrada, no tenía nada ni un poco de comida, y es algo que se le ha dado bien en los últimos años gracias a que la mayoría de las veces el terminaba cocinando para su hijo, o algunas flores algo que pudiera disculpar la presencia de los dos en aquella casa. Tomó valor e igual que su hijo se adentró tocando la puerta

–Buen Día disculpe–

Se aclaró un poco la garganta cuando sus nudillos tocaron la puerta de madera oscura lisa. Aquello le recordó una charla con su esposa cuando estaba embaraza, la mirada y sonrisa llena de amor que tuvo en ese momento fue todo lo que necesito para tocar un poco más la puerta justo cuando una mujer de avanzada edad le quedaba viendo con una ceja enarcada, como si no supiera la razón de que aquel hombre estuviera delante de ella

–Buen día, señora. Disculpe mi intromisión, más mi pequeño hijo ha venido corriendo ingresando a esta propiedad y me gustaría, si me lo permite, ingresar a su hogar para buscarlo.– Una reverencia digna de todo caballero, o al menos que se digne en serlo, junto a una mirada con ojos puros que no mienten.

La mujer le quedó observando insegura, y luego de chasquear la lengua prosiguió. —Usted no me da confianza, creo que lo que quiere es robar a la pequeña de esta cada, llamaré a la policía si hace algo contra mi señora y su pequeña— la preocupación de la mujer era evidente y no pudo más que sonreír ante ello, había olvidado el amor que las mujeres profesan a sus seres queridos y recordarlo no hizo más que avivar el recuerdo de su difunta esposa.

–No, no señora disculpe, en verdad. Mi hijo Frank es un pequeño de este porte– utiliza la mano derecha para indicar el porte del pequeño –No es mala persona, aunque si un poco travieso como todo niño de su edad, pero es un ángel incapaz de hacer daño a las personas porque así se lo he enseñado, tal como le hubiera gustado a su madre, por eso le pido que me permita buscarlo, creo que lo que hizo falta aquí fue venir con algo de comida para darles la bienvenida a usted y su señores, me disculpo por ello, quizás pueda arreglarlo si mi hijo y yo les cocinamos un poco. O quizás no.– una pequeña risita nerviosa porque jamás lo habían inspeccionado con la mirada por tanto tiempo y eso lo ponía nervioso.

Solo esperaba que la dueña o el dueño no estuvieran tan molestos por la intromisión de su pequeño, si tan solo pudiese hablar con la dueña de casa, al menos unos segundos.
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Mensaje por Dilara Guillot Dom Nov 08, 2015 4:17 pm

No hubo respuesta por parte del niño. Mantenía los ojos fijos en Dilara con una mirada curiosa y asustada al mismo tiempo, sabiendo perfectamente que no debería estar ahí pero queriendo seguir inspeccionando la casa. La turca se acercó lentamente vigilando a la niña, que se mantenía a los pies del muchacho mientras jugaba con los cordones de los zapatos.

—¿Estás buscando algo? —Terminó de acercarse a su lado y le colocó una mano en el hombro. El jovencito seguía sin hablar. —Parece que te ha comido la lengua el gato. —Sonrió. —Ven, te prepararé un vaso de leche.

Guió al niño hasta la habitación donde se encontraba la cocina. No era especialmente grande, pero sí lo suficiente para albergar un fogón de leña, un par de encimeras y una mesa de madera que se podía usar tanto para comer como para preparar la comida. Señaló una de las sillas y esperó hasta que estuvo sentado. Sentó a Ayla en la silla contigua y rebuscó entre las cosas de la despensa una botella de leche recién traída de la tienda. Sirvió un buen vaso y se lo dio al pequeño, que no quitaba ojo del bebé a su lado. Ella tampoco despegaba sus ojos verdes de él, como si entre ellos pudieran comunicarse sin hablar. Dilara se rió, era la primera vez que su hija tenía contacto con un ser humano más cercano a su edad.

De pronto, una voz de hombre llegó desde la puerta de la entrada. Después, la voz del ama de llaves que creía haber despedido. Con cierto recelo, se asomó desde la puerta de la cocina intentando ver qué era lo que ocurría, pero no tenía una visión directa. Echó un vistazo a los dos niños y salió aprisa.

—Marie —llamó a la mujer. —Ayla está en la cocina. ¿Le importa vigilarla?

La señora dejó de discutir y salió despedida, encantada de poder volver a hacerse cargo de la niña. Dilara no mencionó al muchacho, pero enseguida supo qué hacía aquel hombre allí. Había oído parte de la conversación entre él y Marie, pero lo que terminó por convencerla era el parecido entre ambos.

—Buenos días, monsieur —saludó, un poco tímida. —Disculpe a la mujer. Es un encanto, pero desconfiada a veces. —Le observó durante unos pocos segundos y luego prosiguió. —Creo haber escuchado que busca a su hijo.

Desde la cocina se empezaron a escuchar risas de niño y voces agudas tanto de la mujer como del jovencito. Dilara miró en esa dirección y sonrió.

—Acaba de entrar un niño, no sé si será él. Pase, está en la cocina. Le he dado un vaso de leche.

Guió al hombre por la casa hasta llegar a su destino. Al llegar, Ayla reposaba felizmente en el regazo de la señora mientras el niño ocupaba la silla contigua y escuchaba a la mujer. No sabía de qué hablaban, pero la escena le produjo una sensación de ternura que la hizo sonreír.

—¿Es él? —preguntó, aunque, después de ver al niño de nuevo, sabía que la respuesta era .
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Mensaje por Owen M. Tzavaras Sáb Dic 26, 2015 11:43 pm

Había estado tan enfrascado en una discusión, aunque más que una discusión parecía ser una entrevista de trabajo, solo que él no quería un trabajo nuevo pues amaba el suyo. Aquella mujer no dejaba que le explicaran algo porque enseguida atacaba con otras preguntas y más poniendo más que nervioso al hombre que no hacía más que pasarse la mano por el cabello intentando encontrar las respuestas que deseaba escuchar aquella mujer de edad.

Su nerviosismo se hacía más que evidente y comenzó a fallar en las palabras justo en el momento que la anciana iba a lanzarlo por fuera la voz de otra mujer interrumpía la tan amena “charla”. Miró a la nueva integrante en aquella inesperada reunión sin saber que hacer o decir, incluso queriendo presentarse pero solo fallando en intentos que no avanzaron más que ello.  

–Buen día madame– saludó en un mal francés –No se preocupe, cuando hay niños en casa es normal ser desconfiado de extraños y lo soy, aunque no por las causas que su ayudante cree– suspiró algo aliviado, aunque no del todo –Si, busco a mi hijo, es un pequeño como de esta estatura, tiene cabello oscuro y una mirada muy inocente y dulce como la de su madre– sus ojos se llenan de nostalgia así como las palabras del hombre.

Siguió a la mujer y cuando observó a su pequeño pudo respirar más tranquilo, el chiquillo corrió quedándose frente a su padre sin decir palabra alguna, era como un duelo de miradas entre ambos, hasta que el padre toma a su hijo en un abrazo

–Frank, no debes salir así corriendo, me has dado un susto de muerte, y si se hubieran enojado los señores de la casa y te hubiesen castigado, yo no podría hacer nada porque tendrían razón, ahora discúlpate con las señoras de corazón pero Frank– toma la mano de su niño que observa el suelo.

Antes de que su pequeño diga alguna palabra es él quien hace las presentaciones y disculpas del momento –Discúlpennos, mi hijo no quería ingresar de esa manera a su propiedad, es un niño y bueno su curiosidad pudo más que las palabras que le he dicho con anterioridad, sepa que igual tendrá un castigo por las travesuras y molestias que haya podido causar mi hijo – el niño toma con fuerza la mano de su progenitor haciendo que regrese la mirada, pero una llena de amor y cariño.

–Por cierto, mi nombres es Owen Tzavaras y este pequeño es mi hijo Frank Tzavaras– reverencia junto a su niño a las damas presentes –Bienvenidas a la ciudad, es tradición de dónde vengo traer algo de comida y ayudar en la cocina, pero realmente no tengo nada por el momento y siendo sincero no soy muy diestro en el arte culinaria, pero podría prepararle unos rabioles con gyro .– sonríe atento a las mujeres.

El pequeño sonríe más que alegre, su risa es una de una completa dicha al escuchar hablar de comida y sobre todo de que su padre cocinaría para más personas.
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Mensaje por Dilara Guillot Vie Ene 22, 2016 1:59 pm

El hombre parecía nervioso, y no era para menos. Su hijo había desaparecido dentro de la casa ante sus narices sin que él pudiera haberlo evitado. El pequeño no corría ningún peligro dentro de aquellas paredes, pero eso no lo sabía su padre. Podría haber sido la casa de un loco demente que hubiera hecho daño al niño y el señor Tzavaras no tendría mucho que hacer frente a ello. Se había metido él solo en aquella casa. Dilara no es que tuviera un amor especial por los hijos de los demás, pero desde que se convirtió en madre había desarrollado una maña especial para tratarlos e incluso para divertirse con ellos.

—Así que tú eres Frank —dijo mirando como el niño se acercaba a su padre.

Mientras recibía aquella pequeña regañina la turca se entretuvo recogiendo el vaso de leche que había estado bebiendo. Ayla seguía sobre las piernas de Marie, encantada con la cantidad de gente de pronto había invadido su casa. Aun así, su favorito entre todos era el pequeño Frank, quizá por la cercanía de ambos en edad.

—No se preocupe, no ha hecho nada malo. Es un jovencito muy curioso, y eso tampoco es malo —contestó dirigiéndose al padre. Después dirigió su mirada al pequeño. —Aunque deberías tener cuidado, podrías llegar a meterte en un buen lío. —Le agitó el cabello con cierta ternura y luego se lo volvió a peinar, en un gesto completamente maternal. —Es un placer, Owen. Y Frank, por supuesto. Yo soy Dilara Guillot y ella es Ayla —dijo señalando a la niña. —A Marie ya la conoce, me temo. No es una mala mujer, de verdad, sólo un tanto desconfiada. Adora a los niños, ya ve.

La mujer escuchó su nombre e irguió la cabeza de inmediato, mostrando una amplia sonrisa a los dos varones. Parecía como si hubiera olvidado todo lo que había pasado en la puerta de la casa hacía escasos minutos.

—¿Rabioles con gyro? No lo había oído nunca. Es una costumbre extraña, la de cocinar para los nuevos vecinos. ¿No es francesa, cierto? —comenzó a limpiar la mesa que estaba llena de trastos. —Yo no provengo de Francia, pero llevo viviendo aquí muchos años y es la primera vez que se ofrecen a ayudar en la cocina. Quizá haya tenido malos vecinos, simplemente. —rio con suavidad.

Ayla miraba ahora a su madre. Oírle hablar francés durante tanto tiempo seguido era algo extraño para la pequeña, como si sintiera que su madre hubiera mutado en algo distinto. Haciendo pucheros, estiró los brazos en su dirección y pidió a gritos pasar de los brazos de la mujer a los de Dilara. Ésta la cogió con gusto, colocándola a un costado y aclopándola de manera perfecta.

—¿Puedo observar mientras prepara esa comida? Siento curiosidad por cómo se hace.
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Mensaje por Owen M. Tzavaras Mar Ene 26, 2016 9:58 pm

Sus ojos se fueron directamente a su pequeño con una mirada de ternura que se mezcla con el recuerdo de una melancolía que aun persiste en su corazón ocultándose tras la sonrisa de amor y orgullo ante las palabras de la dama sobre su pequeño hijo, quien le sonrió a la mujer y a su padre, inflando el pecho en clara señal de orgullo inminente por las artes expresadas de su progenitor, al verle solo rió acariciándole los cabellos.

–No somos de aquí señora Guillot, aunque pertenecemos al mismo lugar, no somos oriundos de Francia– sonríe acercándose a la cocina –De donde vengo es muy común el que cuando alguien se muda a un nuevo lugar lo reciban con comida preparada, como una fiesta de bienvenida, suelen beber y bailar también como una celebración por el recién llegado, es una tradición que aunque ya no estoy allá conservo conmigo, lastimosamente algunos vecinos no lo han visto bien y claro sumándole los rumores de mi pequeño y travieso hijo no hemos podido dar esa calurosa bienvenida a todos los vecinos– una sonrisa nerviosa mientras lava sus manos y el pequeño silva como si no fuera con él.

El hombre se acerca al lugar de trabajo con la nostalgia en su corazón agitado –Veamos si recuerdo bien, iré a casa por los ingredientes y por la receta que poco recuerdo de la preparación– una reverencia a modo de saludo, se retira a su hogar conjunto a por los ingredientes para preparar, al llegar lo primero que hace es ir por la pasta, los condimentos y la carne de pollo y res, los coloca en una cesta junto a algunos vegetales y hortalizas, todo ello lo acompaña con un libro decorado con encajes en tonos rosados, un recetario hecho a mano.

Al regresar a la casa la mujer que lo había recibido antes de mal genio, ahora le sonreía amablemente, él regreso la amabilidad de la misma manera, olvidando el percance ocurrido con anterioridad. Al ingresar a la cocina su hijo le saluda de la mano sentando de manera educada, su padre enarca una ceja observándolo de manera indagatoria y luego se ríe negando

Prepara una olla con agua a que hierva, mientras lava el pollo y la carne de res, cortándolas luego en cuadros pequeño, el resto del pollo lo guarda, saca la masa de rabioles exparsiendo harina en la mesa con las manos, para comenzar a amasarla acompañado de un huevo revuelto con el que mezcla poco a poco en la masa, mira a la mujer sonriéndole –Si no es muy atrevido de mi parte, puedo preguntarle ¿de dónde proviene señora? Yo soy Griego, junto a mi hijo y mi…– dejó de amasar pero el jalón que su hijo le hace a la camisa hace retome, el trabajo sonriendo.

La masa de los ravioles esta lista, y solo queda recortar ambas masas extendidas de manera rectangular y fina; la olla que hervía con el agua colocó las especias, un poco de diente de ajo, y las carnes a que se cocinen, en otra olla más pequeña colocó un poco de agua para cocinar los tomates no mucho al menos unos cuantos minutos para luego triturarlos dejando que las carne se cocinen, cortaba las cebollas y pimientos junto a otras hierbas –Esta receta la solía hacer mucho mi esposa, junto a otros platos deliciosos, a mi lamentablemente me falta siempre la sal en cada comida y mi pequeño hijo es quien lo termina arreglando, si fuera por mi comeríamos ravioles en salsa todos los días, pero por mi pequeño tuve que aprender a cocinar y hacer todo lo que su madre solía hacer, como ella siempre decía “algo nutritivo es bueno para comenzar el día con energía” – el pequeño obtiene una mirada tristona pero sonríe a la mujer lleno de orgullo de oír a su padre hablar de quien le dio la vida.
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Mensaje por Dilara Guillot Dom Mar 06, 2016 7:16 am

—Creo que es buena costumbre, es una pena que no la quieran. Para serle sincera, los franceses son un poco… serios para este tipo de eventos —comentó —. En mi tierra es muy habitual visitar a menudo a los amigos y parientes. Recuerdo que en mi casa casi siempre había alguien de visita, y, si no, mi familia iba a otros hogares a pasar la tarde. Era muy agradable poder conversar con otros, aunque yo lo que hacía era jugar con el resto de niños. Cuando vine a Francia la casa casi siempre estaba vacía, y las visitas que recibía mi esposo eran, en su mayoría, de negocios. —Paró un momento, recordando viejos tiempos. —Me resulta todo demasiado formal. Muy educado, pero frío —concluyó.

Owen salió hacia su casa en busca de los ingredientes para la comida que quería preparar. Mientras tanto, Dilara dejó a Ayla en el suelo y preparó un recipiente donde calentar agua. La niña comenzó a gatear por el suelo de la cocina en busca de algo con lo que jugar. Por suerte, su madre había aprendido que no podía dejar nada a su alcance, así que cuando vio que no había nada que agarrar se acercó a su madre. Ésta le dio una cuchara de madera con la que se entretuvo mordiéndola y dando golpes al aire y al suelo. La turca, mientras tanto, puso el recipiente en el fuego y rebuscó entre sus pertenencias algo para comer. Encontró unas pocas galletas que dispuso en un plato y dejó sobre la mesa.

—Frank —llamó al niño —, he encontrado estas galletas, ¿quieres? —le ofreció.

Marie fue la primera en probarlas, y parecía que estaban deliciosas, porque siguió comiéndolas casi de dos en dos. Dilara se acercó al fuego con una sonrisa en el rostro y aguantando la risa como podía. Era una escena divertida la que se podía ver en su cocina.

Cuando el agua estuvo caliente, echó unas cuantas cucharadas de té en una tetera y vertió el agua en ella. El aroma de las hierbas enseguida inundó la estancia, haciendo que la casa se volviera un hogar en un segundo. Dejó la jarra encima de la mesa y sacó unas tazas. En ese momento llegó Owen con los ingredientes en una cesta.

—No es atrevido, no se preocupe —sonrió. Dejó las tazas en la mesa. —Mi familia es de tierras del sur, de Estambul, para ser más precisos. —Sujetando la tapa de la tetera, vertió el té en las tazas. —Pero mi esposo es de aquí, de Francia. Me casé joven, así que se puede decir que he pasado aquí la mayor parte de mi vida. Ayla nació aquí también. —Repartió las tazas entre los presentes.

El bebé, al escuchar su nombre, corrió hacia donde estaban los adultos y se sentó junto a Owen. Llamó su atención dándole unos toques en la pierna y seguido le enseñó la cuchara que todavía seguía teniendo con ella.

—Lo cierto es que por ellos aprendemos a hacer muchas cosas, más de las que nos imaginamos —comentó. No se atrevía a preguntar acerca de su esposa, por la forma en la que hablaba de ella supuso lo que había pasado —. También yo tuve que aprender muchas cosas. Mi esposo trabaja mucho —hizo una pausa —y casi no está en casa, así que pasamos mucho tiempo juntas las dos.

Aunque aquello no era del todo cierto, Dilara siempre prefería contar esa versión sobre su vida. La verdad le resultaba demasiado dura hasta a ella.

—Tiene todo muy buen aspecto. —Su estómago comenzó a rugir pidiendo alimento. —¿La masa la ha hecho usted?
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Mensaje por Owen M. Tzavaras Sáb Mar 26, 2016 10:57 pm

–Mi esposa, solía decirme “Si un día mi casa queda vacía y no oigo algún ruido, ese día sabré que estoy muerta y no me levantaré de la cama para nada” Para nosotros en nuestra tierra era un gusto cocinar y llevar la comida a los nuevos vecinos, incluso en los matrimonios, hay siempre una gran celebración y la fraternidad. A veces extraño eso, seguro que las mujeres de allá, aquellas mujeres mayores hubieran tironeado miles de veces las orejas de mi hijo por cada diablura– sonríe más al hablar sobre su esposa, sus ojos se posan sobre su pequeño que niega ante aquella idea de regresar, aunque el no haya visto mucho de la tierra de sus padres.

–Francia acoge a muchas culturas pero la propia no solo es fría, si no también un poco, como diríamos, interesado. Siempre viendo que obtener y usando a las personas– mira a la pequeña a quien sonríe con dulzura recordándole como era su pequeño hijo, y lo duro que fue criarlo para él solo, algo que se asemeja en cierta medida a lo que la mujer comentaba –La entiendo– en aquel momento se debatía si seguir o mantener su herida cerrada, pero él sabía que se engañaba porque esa herida jamás se cerró, jamás la olvido y siempre estaba ahí recordándole día a día como si hubiese sido ayer. –Le mentiría si le dijera palabras agradables tan usuales, como “es por su bien, para mantenerlas segura y acomodadas”, pero la verdad es que no es así, aprender hacer todo uno solo sin contar con la otra parte es doloroso y hasta frustrante. Había noches y días en los que lloraba por no saber qué hacer con mi hijo, él era muy pequeño y casi no recuerda a su madre a no ser por las fotografías de ella que aún están en casa. Pero incluso todavía sigue siendo frustrante, porque siempre me pregunto ¿Qué haría ella en tal o cual ocasión? Y no hay respuesta y tengo que hacerlo solo pesando que a lo mejor lo hago mal o bien. Es la batalla del no saber que se está haciendo, porque se lo hace solo–

Termina de cocinar, dando paso a su hijo que prueba el sabor, pero con la expresión sabe que ha fallado y eso hace que rían porque era tan habitual la falla, el pequeño coloca más sal a la comida para que su padre revuelva, y todo ha quedado preparado. Mezcla lo de la ensalada y lo agrega a las carnes, luego, con la masa de los ravioles los cocina a fuego lento y al horno unos minutos más, cuando están listos los sirve n platos junto con la parte y parte de la carne, mientras que el resto lo coloca en encima, la ensaladas mezclada con las carnes. Lo sirve en cada plato, en tres platos ayudando su pequeño hijo a ello, colocándolos en la mesa –Aveces la hacemos con mi hijo y otras veces la compramos, pero él prefiere hacerla porque dice que el sabor entre la casera y la comprada no es lo mismo, esta es hecha, hace días llegue del trabajo y no quisimos cocinar mucho así que hicimos ravioles con carne y queso rallado, sé que no es una cena apropiada para un niño pero creo que el cansancio pudo más – rie avergonzado por ello.

La comida servida invita a la dama y a su hijo a que se sienten a la mesa a degustar de lo que ha podido hacer – Esta comida es buena acompañarla con té o con tsikoudia, ustedes lo llaman raki, si mal no recuerdo– abre la silla para que tome asiento la mujer – Como alguien de su bella ciudad, porque Estambul es un bello lugar, muy lindo y acogedor sobre todo las montañas, su gente es muy cálida y amable. Y por eso me pregunto ¿cómo llego a un francés?, no se ofenda, usted es una mujer muy bella, pero si su esposo siendo francés no creo que debió ser el hombre más amable y atento– negó muy avergonzado de aquello – Disculpe, estoy metiéndome demasiado, pero algo que tenemos los griegos es que somos muy curiosos y tratamos a todos como familia y eso nos hace ser más curiosos–.

El pequeño comienza a comer riéndose y asintiendo a las palabras de su padre, afirmando aquello con el mayor orgullo, porque aun cuando el pequeño no se ha criado del todo en aquella tierra el saber que sus padres lo eran lo llenaban de más orgullo y se sentí parte de ese lugar. Por eso mira a su progenitor con unos ojos nostálgicos pero que se van llenando de ese apoyo y comprensión entre los dos hombres. El pequeño come saboreando lo que ha preparado su padre, uno de sus platos favoritos
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Mensaje por Dilara Guillot Jue Abr 07, 2016 3:25 pm

Por primera vez en todos aquellos años que llevaba en Francia, Dilara se sintió como en casa. No como en la casa de su marido, puesto que aquella nunca la sintió como propia, sino como en la casa de sus padres en su amada patria. Las costumbres de las que hablaba Owen eran tan parecidas a las suyas propias que con un poco de conversación había sido capaz de rememorar recuerdos pasados y que creía enterrados.

No imagina la de veces que me han tironeado las orejas —confesó con complicidad—. Cuando era una niña siempre rehuía de todas ellas, intentando que no me tocara a mi la regañina, pero ahora las echo de menos. —Suspiró—. Marie me recuerda mucho a aquellas mujeres.

Posó una mano en el hombro de la mujer que seguía sentada en la mesa. Ésta, con bastante habilidad para su edad, se levantó y tomó las manos de la joven entre las suyas. Parecía que se le hacía tarde, ella tenía sus propias responsabilidades en su casa, con lo que le dio un beso en la mejilla a modo de despedida y se agachó para levantar a la pequeña del suelo, achuchándola con fuerza. También se despidió de Frank y de su padre y volvió a su hogar, no muy lejos de allí.

Sé lo que es eso —dijo cuando volvió de acompañar a la mujer a la puerta—. Hacer algo y estar días pensando en si será suficiente, si era necesario o si habría otra manera. Pero una vez hecho no hay vuelta atrás, y sólo nos queda seguir adelante. También me pregunto que haría mi madre en mi situación, cómo solucionaría todos los problemas que se nos plantean, pero aprendí que con ello lo único que conseguía era frustrarme más aún. —Miró a su niña, que se acercaba sigilosamente hacia la silla de Frank para enseñarle su tesoro actual, la eterna cuchara de madera—. Recuerdo los días posteriores a que naciera Ayla, no hacía más que llorar y llorar y yo no era capaz de saber por qué. Lo único que era capaz de hacer era llorar con ella hasta que nos quedabamos dormidas las dos.

Sonrió a la pequeña y la llamó de manera silenciosa con un gesto de las manos. El bebé no tardó ni medio segundo en entender el gesto y corrió a los brazos de su madre, que la sentó en su regazo mientras Owen repartía los platos de comida. Dilara no podía esperar a probar un bocado de aquello que parecía un manjar. La mezcla de ingredientes en la boca estalló como un globo y apreció una cantidad de sabores exquisitos. Hacía mucho tiempo que no comía algo tan bueno, y menos todavía que hubiera sido cocinado para ella. Se atragantó un poco cuando Owen habló de su esposo, pero fue más por lo inesperado que por el comentario en sí.

No se preocupe, de verdad. Entre usted y yo —dijo acomodando a la niña y acercándose un poco, como si fuera a contar un secreto—, ni es amable ni es atento —dijo entre susurros—. La nuestra no es una historia extraña, al menos en mi familia, pero muchas personas se llevan las manos a la cabeza con ella. —Ayla estaba golpeando la mesa con la cuchara y Dilara aprovechó un momento para tranquilizarla. La pequeña estaba mirando a Frank, llamando su atención y sonriéndole ampliamente—. Tanto mi padre como el de mi señor esposo son comerciantes, y hace tiempo hicieron un trato que les convenía a ambos y les proporcionaría buenos beneficios. —Volvió a parar el movimiento de los bracitos de Ayla, temerosa de que rompiera un plato en su empeño por halagar al niño—. Habían hecho tratos antes, pero este era más importante, así que para sellarlo casaron a sus hijos, es decir, él y yo —explicó.

Nunca se habían amado y no creía que lo fueran a conseguir. Renart estaba desaparecido, al menos para Dilara, y ella tampoco había hecho un esfuerzo extra en encontrarlo. Nunca se había preocupado por ellas dos y la turca sentía que sus vidas no le importaban lo más mínimo. Todavía le parecía increíble que hubieran llegado a concebir a su hija.

¿De qué murió su esposa? —preguntó, esperando no ser demasiado entrometida.
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Mensaje por Owen M. Tzavaras Miér Abr 27, 2016 12:06 am

Las palabras de la mujer de la daban algo de fuerza a su solitaria pero ajetreada vida, producto de los mil dolores de cabezas y problemas en los que se había metido su pequeño y en los cuales he había tenido que intervenir, pagar, disculparse y hasta hacer labores extras para tener contentos a los vecinos que al final terminaron excluyéndolos y haciendo su vida tranquila junto a su hijo que solo soportaba la presencia de una anciana que hacía de nana y ahora a la nueva vecina, al parecer la posibilidad de tener una amistad en tanto tiempo estaba comenzando a surgir. Una buena amistad.

Con sus palabras el sintió una punzada de dolor y a la vez de nostalgia –Solo al final nos damos cuenta realmente que todo ha valido la pena, lo bueno o malo al ver el rostro de nuestros hijos y ver sus sonrisas o lágrimas cuando están junto a nosotros. Poder abrazarlos y verlos crecer siguiendo la senda del bien que más podamos marcarle es lo que nos hace felices, al menos a mí– come un poco saboreando su comida viendo al pequeño comer y hacer caras y gestos a la pequeña, al parecer le había tomado mucho cariño a la pequeña niña –Esto ha quedado delicioso, ¿verdad Frank?. Este niño es ejemplo de mis tormentos, aquí entre nosotros cuando era pequeño lo dejé dormir un día en el suelo de la biblioteca porque estaba haciendo un trabajo del museo al traducir unos escritos griegos, pero quien terminó con mi libro babeando fue él conmigo a su lado durmiendo y le haciendo los garabatos. Todas las noches eran así– ríe comiendo en silencio escuchando atento.

–De vidas enlazadas, amores florecientes. Dicen por ahí, y su pequeña es la prueba de ello; quizás ustedes empezaron de otra manera pero estoy seguro que su esposo debe adorarla hasta el punto de odiarse por dejarla sola todo el tiempo, solo que no sabe cómo expresarlo. Así somos los hombres creemos que mientras más trabajamos y evitamos que pasen por necesidades es como les mostramos nuestro amor y ustedes entenderán, pero nos equivocamos y es mejor que ustedes nos digan esas cosas de vez en cuando– Sonríe pero al llegar a la pregunta, dejó un poco de silencio mientras limpiaba a su hijo los restos que dejaba caer –Frank que te he dicho de comer bien, ve a lavarte a fuera y ya que estás ahí, porque no juegas con la pequeña un poco pero, cuidándola eh, como un caballerito– sus ojos se entristecieron al dar la orden a su hijo que salió pidiendo a la niña a su madre –Mientras limpio un poco la cocina– ni bien el pequeño salió la sonrisa se apagó por una melancolía muy profunda –Mi esposa murió al dar a luz a nuestro hijo, era un embarazo riesgoso y ya que ella estaba algo enferma y primeriza no soportó el parto. Yo no estaba y mi pequeño lo único que me queda de mi Elene, fue todo lo que recibí al llegar a casa. Él no sabe por supuesto, le he mentido diciendo que fue un accidente al caer de un caballo, pero no puedo decirle la verdad. Quizás soy un mal padre pero no quiero que le piense que fue su culpa–

Un fuerte suspiro deja escapar al ver a su pequeño reír con alegría –A veces yo me culpo por no haber estado ahí con ellos, si hubiese estado ella no se habría marchado así, habría hecho algo por ella y no, la dejé sola. Creo que es cobardía mía el no decirle a mi hijo la verdad, en el fondo no quiero que él me odie por haber dejado a su madre embarazada mientras yo estaba trabajando lejos, me sentiría devastado– llora un poco antes de limpiar las pequeñas lágrimas y sonreír –Cuando él era un bebe yo lloraba todo el tiempo, no sabía qué hacer, como darle la leche, vestirlo, y no se diga bañarlo. La verdad pasó como una semana sin poder bañarlo bien. Luego la señora que vive con nosotros, aquella mujer mayor me ayudó con golpes claro, creo que me tomó como hijo y a Frank como su nieto, porque fue gracias a ella que aprendí a cuidar un bebe, aunque aún habían cosas que no sabía cómo cuando se enfermó y no supe que hacer más que meterme con él en la tina en agua fría para bajarle la fiebre. Todo ese tiempo no trabajé, ni me bañaba ni hacía nada más que no fuera cuidarlo. Fui un desastre al principio, quizás por eso mi hijo es ahora conocido como un diablo entre los niños y vecinos– pasa la mano por su cabello riendo para no llorar nuevamente por los dolorosos recuerdos.

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Mensaje por Dilara Guillot Sáb Mayo 28, 2016 4:39 pm

Siguió comiendo mientras escuchaba las vivencias de su invitado. ¡Cuánta razón había en sus palabras! Dilara todavía se podía considerar una madre primeriza, la niña apenas tenía siete meses. No siempre había estado segura de lo que hacía, pero, cada vez que miraba a Ayla sabía que todas y cada una de las decisiones tomadas a lo largo de su vida habían sido correctas. Porque, todas ellas la habían llevado a tenerla en sus brazos. De cambiar algo de su pasado, lo más probable sería que no tuviera a su hija junto a ella.

Sonrió amablemente cuando Owen habló de su esposo. Prefería dejar que el resto de personas pensaran que la ausencia del padre de la niña se debía al trabajo que realizaba para que ellas pudieran vivir en París. Era más sencillo de explicar, la gente hacía menos preguntas y no la miraban con lástima por su vida tan poco agraciada. Si, era mejor así, aunque para ellas fuera algo completamente distinto. Hubo una época, mientras estaba todavía embarazada, que llegó a pensar que Renart quería a aquel bebé que estaba creciendo en su vientre y que, a pesar de que no le hacía feliz, formarían una familia normal. Pero todo aquello se evaporó en cuanto supieron que el bebé era una niña. Adiós a su sueño y a sus esperanzas. Siguió comiendo aquella deliciosa comida sin desmentir las palabras del griego, pero abrazó a la niña contra su pecho. ¿Volvería a ver a su esposo en algún momento?

Volvió a la realidad de su cocina cuando Owen mandó al niño a jugar con Ayla. Su pregunta no había sido formulada con intención de hacer daño, era una curiosidad que, probablemente, no tendría que interesarle. Pero ya estaba hecho, se había inmiscuido en la vida de aquel hombre y ahora lo único que podía hacer era disculparse por ello.

Oh, lo lamento —dijo apenada—. No debí haber preguntado eso, no es algo que me incumba. —Se levantó a la vez que Owen y le ayudó a recoger los platos.

Escuchó sin interrumpirle cada una de las palabras que dijo. La propia Dilara tuvo que parpadear varias veces para evitar que unas tímidas lágrimas cayeran por sus mejillas. Miró a los dos niños instintivamente, jugando completamente ajenos a la conversación de sus padres. Ayla había conseguido que Frank le quitara la cuchara y reía mientras él ponía caras y jugaba con el utensilio de madera.

Siento lo de su esposa. De verdad no quería entrometerme —se disculpó de nuevo, todavía afectada—. Si puedo darle mi opinión, no creo que sea un mal padre. La muerte de una madre no es fácil para nadie, y menos para un niño. Quizá cuando crezca un poco más podrá contarle la verdad.

Pensó en su propia hija, en la historia que le contaría cuando fuera lo suficientemente mayor como para preguntar por su padre. Nunca lo había pensado. Se acercó a un armario y sacó una botella de un licor del que desconocía su procedencia, pero que Marie había traído con la mejor voluntad. De un armario cercano cogió un par de vasos y los dejó sobre la mesa, uno para él y otro para ella. Descorchó la botella y sirvió la bebida en ambos vasos.

¿Sabe qué? Creo que yo tendré el mismo dilema con Ayla dentro de unos años —dijo—. Me temo que no he sido del todo sincera con respecto a mi esposo. Si es cierto que trabaja fuera, pero, en realidad, ni yo sé donde está ni el donde estamos nosotras. —Dio unas vueltas a su vaso mientras lo miraba fijamente—. Nunca nos hemos amado y no creo que lo hagamos nunca. Jamás se preocupó por la niña, ni por mí. Todavía me parece increíble que llegaramos a concebirla. —Soltó el aire en un amago de risa nerviosa y dio un trago al vaso—. Todavía no entiende lo que pasa, pero, cuando lo haga y me pregunte, ¿qué puedo decirle? ¿que su padre no la quiere? ¿O que murió? —Levantó la mirada hacia Owen y dio otro sorbo—. Cualquiera de las dos historias es horrible para un niño.

Suspiró y bebió lo que quedaba en su vaso. Después se sirvió otro poco más.
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Mensaje por Owen M. Tzavaras Miér Jul 27, 2016 11:51 pm

Mirando a los pequeños con una mirada de nostalgia y añoranza a esas épocas felices en las que él pasaba horas jugando de aquella forma con su pequeño, todos esos recuerdos entre dolorosos y felices llegaron a su mente y no había duda de que él lo repetiría con gusto todo ello solo por ver el rostro sonriente de su hijo cada mañana, aunque quitando la pérdida de su gran amor, ello era lo único que no estaba dispuesto a repetir quizás por eso aún permanecía su anillo de casado en su mano porque no se hacía la idea de estar solo con su pequeño. Conocía muy bien aquel sentimiento de soledad, de angustia ante las mil posibilidades de no saber que decirle a las preguntas que tenía su hijo, y aunque se enfrentó con mentiras a ellas al final, al final siempre llega la verdad, por más dura que sea.

Dejó la cocina limpia y sus manos las estaba limpiado en un paño que encontró para volver con aquella mirada de comprensión a la mujer que hablaba también de sus problemas como madre y esposa, ¿cuándo fue la última vez que él había hablado con otro padre de familia? nunca lo hizo porque todos le huían por lo travieso de su pequeño. Al ver la botella sonrió acercándose a tomar asiento nuevamente, un silencio se instauró entre los dos, es cierto que no había la suficiente confianza entre ambos pero algo en él le decía que no debía dejar sola a la dama, que debía ayudar con la poca experiencia que tenía. Negó por las disculpas ante sus palabras, igual para él su esposa jamás se ha ido, aunque no la pueda ver, en su corazón y mente siempre estará ella, con esa sonrisa y dulce voz.

–No se preocupe, mi esposa aunque ya no esté conmigo yo la siento en mi corazón, a veces pienso que ella aun nos acompaña a mi hijo y a mi o que mi pequeño puede verla y hablar con ella porque a veces me sorprende con ciertas palabras o actos que hacía y decía su madre– da un sorbo del licor degustandolo –Si de algo sirve mi experiencia, aunque sé que no es igual que la suya, pero créame, los niños son más perceptivos que nosotros mismo– el momento en que su hijo le hizo frente para decirle la verdad que le había él ocultado por años llegó en un recuerdo rápido, algo que hizo que soltara una risa por ello –Cuando mi pequeño preguntaba por su madre, yo tenía vergüenza y miedo decirle la verdad, quizás porque temía que él me culpara, aunque yo si me culpo– niega un momento para proseguir –Mil excusas le inventé, primero que estaba trabajando y ella llegaba muy noche a darle el beso de las buenas noches, luego era que se había ído de viaje por trabajo, o por visitar al abuelo que estaba enfermo cada vez y cuando había un familiar enfermo– ríe por las excusas locas que ponía –También entraban las vecinas en algunas ocasiones, pero, llegó un momento en que todo eso se acabó y tuve que decirle que mamá había salido de viaje, solo eso, creo que mi pequeño creía que su madre no nos amaba y eso me hizo ver la señora que a ahora vive con nosotros, ella me hizo comprender que si no le decía la verdad a mi hijo el terminaría odiando a su madre o a mí, cuando sepa la verdad– un suspiro y los ojos se clavan en el vaso que contiene la mitad del contenido.

–Y llegó ese día, cuando le dije a mi hijo que quería hablar sobre su mamá, el me contestó algo muy gracioso– ríe nuevamente con ese rostro de tristeza pero amor que lo caracteriza –Me miró y me dijo “papá, no digas más, yo sé que mamá está de viaje, ella está viajando por el cielo y desde allá siempre nos cuida y protege ese es su trabajo y todas las noches me da el beso de buenas noches antes de dormir, cuando alguien cercano a nosotros está enfermo ella lo va a cuidar, así que no digas más que sé que mamá está ahí arriba– unas lágrimas corren por sus mejillas –Abracé a mi hijo y ledije la verdad, que su madre no nos había abandonado nunca, que ella se había marchado luego de haberme dejado el mayor de las dichas, que ella no murió si no que nos apartó en el cielo un lugar para nosotros para cuando nos reunamos con ella– posa el codo del brazo derecho sobre la mesa y sobre la mano de esta apoya el rostro sonriendo entre lágrimas que limpia con la otra mano.

–Lo que quiero decirle, es que no debe ocultarle la verdad a su hija, cuando llegue el momento dígale la verdad por más dolorosa que sea, ella sabrá comprender y aunque sea muy pequeña con el tiempo lo hará– un atisbo de ira comenzó a surgir –Como hombre sufro demasiado por no tener a mi familia a mi lado mientras que su esposo que puede tenerlos no está, el no merece tenerlas a usted y su niña como su familia. Créame cuando él la pierda a usted se arrepentirá, perdone que me entrometa pero es lo que pienso, sé que no me incumbe pero quizás lo digo desde mi propia perspectiva– mira a los pequeños y a su hijo haciendo caras y gestos para la pequeña que ríe y mueve sus pequeña manitas.

–Decir que está muerto es duro porque puede que él un día regrese y su hija sabría que le mintió; mientras que decir que las abandonó corre el riesgo de que su niña se pregunte ¿por qué? Puede que la culpe a usted, que lo culpe a él porque a lo mejor ha tenido otras mujeres lo que volvería a usted la culpa, pero al final caerá en que fue por ella, por ser mujer y no haber nacido hombre primero, llegará a odiarse ella mismo y el haber nacido porque creerá que su infelicidad es causa de ella. ¿Qué haría si fuera mi caso? La tomaría en brazos y como a manera de cuento le diría la verdad, lentamente para mermar el dolor, al menos así ella se hará una idea de que no es culpa de nadie– sirve otra rondo para los dos sonriéndole a la dama –pero su niña cuando comience a hablar dirá “donde está papá” y claro lo primero que nos viene a la mente es el trabajo, eso puede decirle que él está ocupado y que volverá pronto, pero cuando lo diga debe hacerlo con una gran sonrisa, luego tendrá que escoger si decirle más mentiras o hablar con ella con la verdad. Esa es nuestra decisión como padres, es algo que nadie nos prepara o nos guía, tendrá que escoger para bien o para mal, pero no se preocupe mi hijo y yo estaremos para ayudarlas a usted y a su pequeña niña en todo – alza su copa con una palabra como brindis “Opa”, una palabra de su tierra.

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Mensaje por Dilara Guillot Mar Ago 30, 2016 5:14 pm

Escuchó las palabras de Owen atentamente, como si fuera una niña a la que le cuentan un cuento. Debió ser duro perder así a la mujer que le dio la vida a su hijo y criar sólo al niño durante todos aquellos años. Dilara no sabía lo que era perder a un esposo querido, por eso no se sentía de gran ayuda. Consuelo podía darle, pero era difícil ponerse en la situación de él. Ella había optado por huir cuando se vio sola y en peligro y, desde entonces, se había tenido que buscar la vida de la mejor manera posible. Supo desde el primer momento que cuidar de Ayla estando sola no iba a ser tarea fácil, pero había conseguido granjearse la ayuda de Marie, una mujer maravillosa que siempre estaba dispuesta a echarle una mano. No sabía su historia, pero creía que era una mujer soltera que nunca tuvo hijos. Quizá por eso amaba tanto a la niña. Fuera cual fuera el motivo, Dilara nunca se lo agradecía lo suficiente.

Sonrió cuando escuchó hablar a Owen sobre su hijo. No porque fuera una historia divertida, sino por la ternura que le producían sus palabras. Aquellos jovencitos compartían algo que otros niños no: la falta de uno de sus progenitores. Historias muy distintas en ambos casos, pero con el mismo resultado.

Los niños nunca dejan de sorprendernos. Los vemos tan pequeños que no nos hacemos idea de lo inteligentes que pueden llegar a ser —comentó, mirando como jugaban los dos niños—. Es como si fueran capaces de percibir cosas que nosotros no.

El segundo vaso lo bebió a pequeños sorbos, al contrario que el primero. Los consejos del hombre le estaban siendo útiles, aunque sólo fuera por escuchar lo que pensaba de boca de otro. Sabía que tarde o temprano debía contarle la verdad, pero era una verdad mucho más complicada que lo que le había contado.

No se preocupe, no me molestan los comentarios sobre él. —Bebió un sorbo ligeramente más largo que los anteriores y respiró hondo—. En realidad, nunca creo que estuvimos destinados a permanecer juntos. Los matrimonios concertados son algo demasiado común, pero poco natural, a mi parecer. —Se encogió de hombros—. Además, creo que a él no le interesaban demasiado las mujeres. No sé si me entiende.

La risa aguda de Ayla captó su atención. Frank le hacía gestos y ponía caras divertidas con el sólo propósito de que se riera, y lo conseguía. Dilara no recordaba la última vez que había escuchando a la niña reir tanto, ni tan seguido. Volvió a girarse para mirarlos y sonrió. Tan inocentes, tan ajenos a todo… Si tan sólo supieran una pequeña parte de todo lo que les rodeaba, estaba segura de que no les escucharían reír de ese modo. La pequeña se acercó hasta su madre gateando y se sentó a su lado, alzando los bracitos hacia ella. Dilara se agachó para subirla sobre sus piernas y la acurrucó sobre su pecho, abrazándola. La niña bostezó y cerró los ojos los párpados un par de veces.

Creo que a esta señorita necesita dormir —comentó alzándola hasta que ambos rostros quedaran a la misma altura. Besó su mejilla y se levantó con ella en brazos—. Iré a acostarla, no tardaré.
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Mensaje por Owen M. Tzavaras Mar Sep 27, 2016 11:58 pm

Poco conocía sobre aquel tipo de acuerdos que se habían mencionado con anterioridad, y ello lo desconcertaba, claramente no estaba de acuerdo con aquel tipo de arreglos y aunque no los comprendía solo mantuvo silencio ante el comentario de la mujer, quizás por nervios de cometer alguna imprudencia; ya recordaba las veces que su esposa le corregía el mantener algo de silencio y no soltar lo primero que pensara, y esa fue la razón por la que pudo sonreír en aquel momento. Su mirada se clavó en la de la mujer con aquella cálida sonrisa de quien comprende la situación y mejor guarda los comentarios para otra ocasión.

Al ver a la pequeña acercarse y a su hijo también optó por cambiar el tema completamente, en ese momento se dio cuenta que ambos padres tenían el mismo dilema, aunque al parecer a diversos grados. Tragó en seco cuando su hijo le tomó de la mano bostezando también, Owen agitó los cabellos de la cabeza de su pequeño riéndose –El tanto jugar les ha hecho cansar, al parecer mi pequeño diablito dormirá como el angelito que es– ver a la niña con su madre le recordó un poco a su esposa y ese deseo profundo por aun desear tener aquello, quizás algún día, pero no, él sabía que no podía porque en su corazón siempre estaría su esposa, incluso en su dedo aun lleva la alianza. Miró a la mujer sonriendo secretamente –Iré también a que mi pequeño tome un baño y a la cama, luego podremos continuar. Será un placer y dicha el poder conversar con usted, no dude de que cuando necesite lo que sea, en cualquier momento puede llamarnos. Al menos para mí es un verdadero gusto el llegar a tener una amistad– el pequeño toma la mano de su padre tirándola.

Owen carga a su hijo en la espalda llevándolo a cuesta mientras ríe –Esperemos que nuestros hijos se den cuenta de todo y nos sepan disculpar los pequeños errores, por eso no les debe faltar el amor, aunque por dentro estemos llorando ellos deben siempre ver una sonrisa en nuestros rostros– abandona la casa para ingresar a la suya con el pensamiento de lo que ha revivido en la casa de su vecina. Se sentía feliz por haber conversado de aquella manera con alguien más, el hecho de que alguien acepte a su hijo, y este igual de aquella manera tan abierta y fresca.

Estaba gustoso de volver a tener otro encuentro para continuar con aquella charla. Gustoso y ansioso.

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