"Gatatouille"

por **Edith D. Keergård** Mar Sep 08, 2015 3:12 am

Érase una vez una jovencita tan dulce, tan adorable y tan hermosa, que todos los jóvenes del reino querían acercarse a ella todo lo posible, como si dicha cercanía lograse que aunque fuese un ápice de su virtud se le contagiase. Ella lucía encantada, por supuesto, ante tales atenciones. Todos la colmaban de regalos, de halagos, de alabanzas hacia su carácter, hacia su belleza, hacia su innegable atractivo. Pese a ello, ninguno de aquellos supuestos príncipes logró ganarse jamás su corazón. Pues aquella joven, además de todos aquellos rasgos que la hacían especial, única, destacable, era bastante más dura de lo que parecía. Su corazón, antaño frágil, era duro como una piedra. Bueno, eso, y que aún no había perfeccionado el idioma de los ronroneos y maullidos, a pesar de convertirse varias veces al día.

Porque si sustituimos "jovencita" por gato, y "reino" por barrio marginal de París, la historia sigue sin perder su encanto, ¿verdad? Aquella especie de princesa gatuna no era nada más y nada menos que una cambiaformas, que en sus eternos días libres, y cuando el aburrimiento y monotonía que le suponía una vida a dos patas se aferraba a ella, se dedicaba a pasearse por los lugares más frecuentados por sus amigos y compañeros gatunos, buscando, por supuesto, destacar entre ellos precisamente como no era capaz de destacar en el mundo de los humanos. Porque entre los felinos, sus movimientos erráticos, gráciles y caóticos tenían su encanto. Mientras que en su aspecto humano, el hecho de ir desnuda y dando saltos le daba más aspecto de chalada que de persona interesante.

Así que bueno, aunque evidentemente no era lo mismo, la enérgica Sylvie se daba por satisfecha y acogía de buen grado los presentes que aquellos pretendientes peludos le dejaban frente a sí, cuando se dignaba a aparecer por el barrio. Las raspas de sardina, aunque no es que le resultaran muy útiles como humana, era más de lo que recibía estando de esa forma que tantos problemas le causaba. Oye, no era un collar de diamantes, ni un vestido, pero al menos podía comerse. Se sentía una auténtica celebridad dentro del mundo felino parisino. Que era más que lo que jamás hubiera podido esperar en el mundo real una simple mesera a la que habían echado ya de cinco trabajos distintos. Y eso sólo en el último mes. Los clientes a veces se quejaban de verla rascándose con las paredes, incluso de encontrarse bolas de pelo por doquier. Y es que a veces sus amigos de cuatro patas iban en su busca, aun cuando en aspecto eran tan diferentes. Los animales, al contrario que las personas, no juzgan. La adoraban, precisamente por ser distinta a cualquier otro.

Pero de nuevo había conseguido un trabajo, y era de vital importancia que en aquella ocasión lo conservara. Comer restos de pescado y basura era suficiente cuando estaba convertida en gato, pero no para el resto de sus formas, incluida la humana. Su aspecto normalmente grácil empezaba a adquirir tintes más similares a la desnutrición que otra cosa. Y eso, para encajar en una sociedad tan clasista y anclada en lo físico como la parisina, no era en absoluto beneficioso.

Así, tras suspirar unas catorce veces, se armó de valor y salió de la cocina junto con el primer pedido que había tomado. Una especie de ensaladilla, para nada apetecible, y dos jarras de espumosa cerveza cuyo aroma le hizo arrugar la nariz. Dibujó su mejor sonrisa y partió, atravesando la multitud que aquellas horas de la noche se había amontonado en la taberna, en busca de la mesa correspondiente. Nadie hubiera dicho que aquella joven, que era capaz de manejarse con semejante soltura entre el gentío, se hubiera ganado la fama de torpe en las tabernas que la habían despedido. Pasaba junto a las personas sin apenas rozarlas, y hacía acrobacias casi increíbles a fin de impedir que el contenido de las jarras se vertiese, a pesar de los continuos empujones de los borrachos que se interponían en su camino. Para ella, eso no era más que otro ejemplo de que su facilidad para distraerse hasta con el aleteo de una mosca era el peor de sus defectos. De hecho, si aquella noche estaba tan centrada, era porque tenía un hambre horrible.

Estaba empezando a plantearse seriamente ir en busca de un ratón.

por **Ashida Mana** Mar Sep 08, 2015 9:56 am

Miré a mi alrededor con desconcierto ¿Cómo había acabado en aquel lugar? Recordaba estar explorando la ciudad en busca de alguna cosa interesante o divertida ¡O incluso algunos otros niños con los que poder jugar! Pero... no recordaba haberme metido por ningún camino que me llevase enfrente de una... ¿Taberna? ¿Que era una taberna? No recordaba haber visto una antes ¡Claro, mis dotes de detective y de exploradora de lugares nuevos me había llevado a aquel lugar ¡Tendría que entrar de algún modo!

Me quedé pensativa durante un rato mientras pensaba una forma de entrar. Hombres y mujeres que iban entrando y saliendo de la taberna me miraban con unos ojos que oscilaban entre la duda y la pena: La duda porque se preguntaban que hacía una niña asiática delante de una taberna con ropajes extraños y la pena por verme sola en medio de la noche ¡Y eso me dio una idea! Podría hacerme pasar por una niña perdida que se había alejado de sus padres ¡De esa manera conseguiría saber que era una taberna!

Conseguí entrar en la taberna con mucho esfuerzo ¿Cómo era posible que pudiese haber tantos humanos juntos? y otra pregunta ¿Qué era este extraño olor que se respiraba en el aire? Menos mal que había entrado al lugar sin hambre o podría haber sido peligroso, y lo más importante ¡No podría haber explorado nada! Saqué una libreta y un boli y me puse a escribir todo lo que veía en ella, o eso hacía cuando algo me empujó haciendo que cayese al suelo -Ittai...- Me quejé en Japonés. En ese momento todo mi plan de entrar sigilosa falló, todas las personas que allí estaban se quedaron viéndome y preguntándose que hacía una niña ahí metida -Yo... bueno, es que me perdí y acabé en este lugar y como parecía muy divertido entré a explorar ¡No quería estar fuera, tenía mucho miedo! Mi mamá me contaba historias muy terroríficas de cosas que le pasaban a los niños que iban solos por la noche- Exclamé con una mirada triste ¡Y no había mentido! Al menos no demasiado, lo de que me perdí y entré porque era un lugar divertido era cierto.

Saqué mi osito de peluche y lo abracé, lo cierto era que no estaba acostumbrada a que otras personas me mirasen y me ponía algo incómoda -Mirad, este es mi osito y se llama Kuma-san- Dije mientras lo mostraba en un intento de desviar la atención de mi -Es un oso de peluche mágico que se transforma en gigante y derrota a todos los malos- Añadí con una pequeña sonrisa sin llegar a mostrar mis dientes, mostrarlos no sería nada bueno. Sabía que lo que había dicho era mentira, pero en mi imaginación Kuma-san sí hacía todo eso.

por **Edith D. Keergård** Vie Oct 09, 2015 12:44 am

Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su semblante, al toparse con un rostro conocido entre todos aquellos desconocidos. Se acercó a la mesa a la que la habían enviado, sin poder evitar ni la sorpresa ni la alegría que sintió al ver a aquel hombre sentado junto a otros tres más. No sabía el motivo, pero se había dado cuenta de que el joven parecía ir siguiéndola de un lado a otro, escogiendo siempre para cenar o para emborracharse justamente las tabernas donde ella acababa trabajando. Era demasiada coincidencia para ser casual. Tras dejar la ensaladilla en la mesa, a la que los acompañantes de Korban se lanzaron de inmediato -no sabía cómo era posible que alguien se comiera aquel potingue-, sus miradas se cruzaron, y una sonrisa apareció también en el rostro de él. Estaba sonrojado a causa del alcohol, pero aún así, la había reconocido.

- ¡Te había pedido vino! -Farfulló en voz demasiado alta. Varios comensales de las mesas circundantes se volvieron hacia él. Parecía que únicamente Sylvie había apreciado aquel tono jocoso en la voz masculina. Le había hecho tantas veces aquella broma que no sabía cómo podía hacerle gracia todavía.

- ¿Vino? ¡Si tú nunca tomas vino! Además, estoy totalmente convencida de que fue cerveza lo que me pediste. ¡Siempre pides lo mismo! Y llevas toda la noche bebiendo eso, al parecer... -Nunca supo cómo era capaz de mantenerse en pie después de dejar la taberna. No sólo su aspecto indicaba claramente que se encontraba ebrio, incluso su mirada, perdida, reflejaba aquello mismo. Los otros integrantes del grupo asintieron a los reclamos de la muchacha, escupiendo entre risas que estaba demasiado borracho para acordarse de lo que había pedido. Y así era, en efecto. Pero ellos no es que estuvieran demasiado lejos de su estado de embriaguez. Para ella, que el alcohol era más tóxico que otra cosa, no le parecía nada atractiva aquella imagen. Divertida tal vez sí...

Y justo se volteó para regresar a la cocina, cuando chocó con ¿algo?, ¿alguien? que acabó cayendo al suelo. Identificó el aroma en cuanto estuvo lo bastante cerca. Aquel olor dulzón a la vez que penetrante siempre le hacía arrugar la nariz. ¿Cómo habría ido un vampiro a parar allí? Hombre, con tanta gente junta aquello podría ser a sus ojos como un buffet libre, pero también había demasiados testigos. Le habría preguntado, de no ser porque cuando agachó la vista para mirar al "terrorífico" ser de la noche se encontró nada más y nada menos que a una niña de ojos rasgados y aspecto tan inocente como frágil. - ¡¡Aaaaah!! ¡Es un ángel! -Exclamó para luego achucharla a ella y al osito de peluche de repente. ¿Qué más da si tenía comillos mortíferos que usaba para chupar la sangre a la gente, como los mosquitos? ¡Era tan mona!

- ¿Entonces este peluche se protege? ¡Y si es así cómo te dejó entrar a un sitio como este? ¿Dónde están tus papás? ¡Ay! ¿Cómo puedes ser tan adorable? -La gente poco a poco fue perdiendo de vista la escena, porque la verdad, resultaba un tanto extraña. No sólo porque la camarera hubiera dejado la bandeja tirada a un lado, para agacharse a la altura de la niña, sino porque les resultaba complicado comprender cómo había llegado la criatura hasta allí.

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