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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Serge Auric Dom Oct 04, 2015 11:44 pm


“And now was acknowledged the presence of the Red Death. He had come like a thief in the night. And one by one dropped the revellers in the blood-bedewed halls of their revel, and died each in the despairing posture of his fall. And the life of the ebony clock went out with that of the last of the gay. And the flames of the tripods expired. And Darkness and Decay and the Red Death held illimitable dominion over all.”
― Edgar Allan Poe, The Masque of the Red Death

Era un espectáculo decadente. Hombres y mujeres que amasaban tanta fortuna que podían aliviar todos los males del mundo, despilfarrándola en las banalidades más desangeladas que encontraban. Vicios que al más joven de los Auric le parecían tibios, poca cosa, no merecedores de su atención si quiera. Porque cuando has probado todo y ya nada te satisface, buscas y buscas las cosas más retorcidas y más extrañas para saciar tus apetitos. Ese era Serge, un joven demasiado joven con las ansias de alguien que ha vivido centurias. Creía que estaba en el epítome de su vida, al menos físicamente, el momento ideal para congelarse, para abrazar la inmortalidad que con tanto ahínco buscaba. ¡Egolatra! Cómo iba a ser si no.

Sin embargo, en lo que su cacería rendía frutos, se divertía lo más que podía, aunque al final todo resultara hartarte, y se hastiara con facilidad. Ahí estaba, representando a todos los Auric, incapaz si quiera de fingir sonrisas, parecía siempre cansado de todo, de la estupidez humana, ¡él no era humano! No debía serlo, ¿qué clase de error era este? Se paseó entre la concurrencia, ilusionando a las chiquillas tontas de su edad con una mirada. Cómo adoraba romperles el corazón, verlas heridas por su causa, qué deleite, qué gozo.

Algunos de los mayores mandaban saludos a su padre o a su hermano mayor. Serge los escuchaba pero no contestaba nada. Argh, cómo odiaba a la sangre de su sangre, un clan en el que estaba destinado a no destacar. Y así se movió entre la gente y las conversaciones, las copas y los vestidos elegantes, como una sombra, vestido de elegante negro.

Sus ojos, azules como el corazón de una flama, se cruzaron entonces con otros con una maldad equiparable a la suya (incapaz de ver que no siempre era el rey de todo el maldito lugar), le satisfizo la visión y levantó su copa con aquella mano fina como de pianista, propuso un brindis a la mujer de cabello tan rojo que haría parecer pálido al mismo demonio. Y le sonrió con ese gesto de príncipe de espinas que ha de destruirlo todo por mera diversión.

Sin pedir permiso a aquellos que se interponían en su camino, comenzó a avanzar con paso resuelto hasta quedar frente a la mujer. Podía sentir su frío, casi podía saborearlo con su paladar y palparlo con la piel. Le encantó, le gustó como pocas cosas y la velada, de pronto, no le pareció del todo un desperdicio. Aquella dama valía la pena el sacrificio de estarse mezclando con aquella gente, tan indigna de su presencia.

Madame… —hizo una pronunciada reverencia con educación digna de un rey olvidado, maldito y sanguinario. Sonrió luego exultando seguridad a tal grado que parecía inverosímil. Era un chiquillo, un niño que creía que podía apoderarse del mundo. Un jodido príncipe que estira la mano y todo se le concede. Serge era peligroso, claro, pero carecía de las armas —como experiencia o poder— para en verdad arrasar con todo como era su meta final.


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Mensaje por Melina Kuvenko Dom Oct 25, 2015 6:06 pm


“I do not fear death.
I had been dead for billions and billions of years before I was born,
and had not suffered the slightest inconvenience from it.”
― Mark Twain


La belleza de la inmortalidad no radica precisamente en el entorno, eso pasa desapercibido después de unas cuantas centurias, después del asombro y emoción por ser capaz de realmente mirar y no solo observar lo superficial e inaudito; la belleza se encuentra en la capacidad de manipulación, de supervivencia, porque la inmortalidad no asegura la vida eterna solo te da la oportunidad de borrar tus errores.

La admiración que sentía Melina hacia todo lo que la rodeaba, solo se hacía presente con el cambio de siglo, cuando algo nuevo surgía que emocionaba a los mortales que la rodeaban, cambio de historias, costumbres, vestimenta ¿y la admiración hacia los seres humanos? perdida hace años, era rara la ocasión cuando alguien lograba captar su atención e inclusive mas raro cuando quien llamaba su atención era capaz de mantenerla entretenida.

Todo eso era solo consecuencia del paso del tiempo sobre ella, entonces ¿que hacía allí, en medio de una sala llena de gente que fingía sonrisas? bueno, que no sintiera admiración por los humanos no significaba que no le divirtieran. Escuchaba sus pensamientos, las risas sinceras ocultas tras palabras de seriedad de los hombres que intentaban cortejar a las doncellas ilusas y también sentía la emoción de éstas, pobres almas; y dentro de aquellos murmullos, dejando de lado las insinuaciones que recibía, hubo alguien que captó su atención, un joven con un manto en su mente, obscuro y pesado, extraño y único.

Fijo sus ojos en él, en aquellas orbes de azul mas profundo que las propias, sonrió de manera sombría mientras se llevaba la copa de vino a los labios, lo llamó con la mirada, lo atrajo hacia ella y sonrió cuando lo sintió acercarse, no dejó de mirarle en todo el trayecto la sutileza no era algo que la caracterizara. Le dedicó una sonrisa ante la reverencia dada e inclinó la cabeza un poco en respuesta —Monsieur… - su voz tenía cierto eco que solo fue audible dentro de la mente maleable de aquel joven —¿Puedo ayudarle en algo? - sus labios apenas se movieron en una sonrisa que ocultaba el filo de sus colmillos, no planeaba asustarle, no aún.


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Mensaje por Serge Auric Lun Oct 26, 2015 12:08 am


“Man is the cruelest animal.”
― Friedrich Nietzsche


Las ansias de Serge solo eran comparables con el dolor que era capaz de proferir. Un humano, un simple humano, tan frágil con una rama seca en el bosque, tan impredecible como las tormentas que se forman en alta mar y tan joven que aún pasaba por un niño. Sí, un humano nada más y la más terrible de las bestias. Un monstruo incapaz de conmoverse. ¿Es que acaso el mundo no lo veía? Él había nacido para ser otra cosa, no el más mínimo de los Auric. Había nacido para gobernar aquí en la tierra y los infiernos. Pero todo rey necesita una reina.

Puede ayudarme en muchas cosas —respondió con tono enigmático. Sonrió correspondiendo el saludo ajeno y se relamió la boca, luego dio un trago a su copa de champán—. Todo depende de si usted quiera hacerlo —continuó pero otra vez no fue claro. Podía estar hablando de cualquier cosa.

De todos aquellos libros que su amiga Arrietty había compartido con él, de todos los secretos y las historias, aprendió muy bien. Sabía los dones que seres como la mujer frente a él, podían tener. ¿Estaría leyendo su mente? Y si lo estaba haciendo, ojalá comprendiera entonces sus palabras encriptadas. No era la primera vez que veía a un ser como la mujer y había deseado hacer lo que estaba haciendo. Pero sí era la primera vez que se atrevía. No porque antes hubiera temido (Serge desconocía conceptos como el temor), sino porque la oportunidad no se había presentado. Pero viéndolo a la distancia, decidió usar esa tonta e insulsa escusa bajo la que muchos se escudaban: «todo sucede por una razón». Porque esta dama, aparte del atractivo que poseía para con él, tenía otros que podían ser más obvios para el resto. Y en su mente dibujó un escenario exquisito. Verse abrazado por ella, entre fuego y muerte, ambos señores de destrucción. Su sonrisa se acentuó, y dolió. Su gesto era lacerante, ¿cómo era posible que una simple sonrisa pudiera provocar un sopor tal como si te estuvieran arrancando la piel? Es que era Serge, y hasta esos detalles estaban confeccionados para arrasar.

Pero qué descortés de mi parte. Me llamo Serge Auric y debo decirle que es usted lo más interesante de esta noche —sentenció con gesto elegante. Su voz modulada como si recitara un poema épico. Se llevó una mano al pecho para enfatizar. La blancura de su piel pareció rasgar la negrura de sus ropas.

Más de una chiquilla presente daría todo por estar conversando con Serge; si bien no era el primogénito Auric, provenía de una familia respetable y de renombre, era un excelente partido a pesar de que ya entre la alta sociedad corría el rumor de su crueldad.

Sé que viendo a nuestro alrededor, eso no es un gran cumplido, pero hablo muy en serio —observó a la concurrencia y pronunció con desprecio. Su gran arrogancia ahora era incluyente, al tomarla en cuenta a ella. Y aunque se movía y expresaba como si le estuviera haciendo un favor al mundo con su sola presencia, la verdad era que, en ese instante, rogaba por la atención de la dama. Estaba deslumbrado, por decir lo menos.

Regresó sus ojos a ella e hizo un amago de brindis antes de volver a beber algo de su copa.

Lamento venir con las manos vacías, pero mi ofrenda es mucho mayor que algo material —su vida misma, eso era.


Última edición por Serge Auric el Dom Ene 17, 2016 2:57 am, editado 1 vez


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Mensaje por Melina Kuvenko Mar Ene 05, 2016 12:21 pm


“There is only one thing
that makes a dream impossible to achieve:
the fear of failure.”
― Paulo Coelho, The Alchemist


La inmortal enarcó una ceja a la par que sus labios se curvaban en una sonrisa llena de suspicacia y ¿admiración? no, era sorpresa; trescientos años llevaba caminando ya sobre la faz de la tierra, trescientos años en los que el mundo dejó de sorprenderla por su falta de evolución y belleza, era casi imposible lograr que la pelirroja se sorprendiera por algo, pero aquel joven de tez pálida logró llamar su atención mas allá de unos cuantos segundos.

Desvió la mirada, no por no sentirse capaz de sostenérsela, no por dar a entender que él lideraba, no, esto solo era parte de un juego que ella había comenzado —Lamento mucho informarle, que no seré capaz de emitir una respuesta afirmativa ante tal suposición, ya que al contrario de usted, no me siento capaz de hacerlo hasta no saber de que se trata - volvió la mirada de orbes azules hacia él, alzando su copa y llevándosela a los labios.

Lo escuchó con atención, lo miró y sonrió para sus adentros, sin proponérselo, el le abría las puertas, se entregaba a ella, y aquella fémina descarada lo aceptaba. Comenzó a rasgar las paredes de la mente del joven, ultrajo los mas recónditos recuerdos y sonrió —Auric ¿eh? - el apellido captó su atención —Viniendo del menor de esa descendencia, lo tomaré como un cumplido - le hizo notar su conocimiento, propio y robado, sobre su familia, no porque Melina estuviera interesada en los negocios familiares del joven, pero aquel interés falso era lo que necesitaba para llamar mas su atención.

—Oh, pero si lo tomo por cumplido, en verdad, dada su reputación... - el volumen de aquella última parte se tornó en un susurro, una sonrisa maliciosa se formó en sus labios carmesí mientras la ocultaba detrás del borde de la copa. Ser inmortal implica muchas cosas, una de ellas, tener tiempo de sobra para conocer a las familias de mayor influencia de la época y lugar, otra, tener la capacidad de seducir a sus víctimas... o cómplices. Serge no buscaba aprobación, él sabía que la tenía, y ella lo notó por la manera en que ignoraba a las jovencitas que sonrojadas lo miraban esperando ser notadas, y él... él quedó enganchado a ella, quizás la sentía, lo sabía, quizás aún era demasiado inocente como para saber que encaraba al demonio mismo.

—Sígueme - sentenció con voz firme y semblante serio, aún así el rostro perpetuo lucía hermoso con el reflejo de las velas, dejó la copa sobre la mesa a su espalda y se encaminó entre la gente para lograr salir a uno de los balcones donde la única compañía era el viento de la noche; se recargó en la baranda de piedra, su espalda descubierta, pálida y sin marcas, permitió a la luz de la luna reflejarse en ella.


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Mensaje por Serge Auric Dom Ene 17, 2016 3:21 am


“No one but Night, with tears on her dark face, watches beside me in this windy place.”
― Edna St. Vincent Millay


Entornó la mirada, pero aunque Serge era el más arrogante de los hombres, en esta ocasión sabía muy bien su posición. No sólo eso, su meta y que si quería conseguirla, no debía echarlo a perder, así que simplemente guardó silencio. En todo caso, la mujer sólo había eludido sus afirmaciones con sentencias vagas. Como si intentara envolverlo más entre los velos de su seducción, belleza y poder. El joven simplemente pensó que no hacía falta, que ya estaba encantado con la mera idea y que si se ofrecía de aquel modo, era de manera voluntaria.

Luego simplemente rio por lo bajo ante las palabras ajenas. Dejó la copa casi vacía en una mesilla y la siguió sin chistar. Como un ciego sigue a su lazarillo. Sin cuestionar nada, confiado de cada paso que daba. Escuchó mientras caminaba y dejaba el salón, los cuchicheos de algunas personas. Sobre todo de esas jovencitas a las que él había descartado incluso antes de conocerlas. Y se alegró de haberlo hecho.

Cuando llegó al balcón, la brisa nocturna le dio la bienvenida con su sutil beso helado. Se quedó atrás, observando las curvas en la figura de la pelirroja y sonriendo complacido con lascivia. Entonces la alcanzó y se paró junto a ella. Por un momento no dijo nada, para luego girar el rostro y poder verla.

Antes de que continuemos —¿el qué? Cualquier cosa que estuvieran llevando a cabo. Un ritual arcaico que invoca demonios y que requiere un sacrificio de sangre—. Me gustaría conocer su nombre, mademoiselle. Usted parece estar bien enterada del mí, y de mi familia, pero yo desconozco lo más básico de su persona. Debo admitir que el misterio juega un papel muy importante esta noche, pero la curiosidad no me va a dejar dormir. Digamos que… quiero estar en igualdad de condiciones —dijo aquello aunque estaba consciente de que tal cosa era imposible. Que él, con su mortalidad, jamás podría equipararse con un vampiro. Pero le gustaba fingir. Y precisamente por eso estaba con ella en ese instante, porque quería arreglar el enorme defecto de sus días finitos.

Además, ¿qué atractivo tiene una fiesta como esta para alguien como usted? Si para alguien como yo resulta tedioso, no quiero imaginarme qué significa para alguien… de sus características —evidentemente no iba a decir con todas sus palabras que él bien sabía lo que era ella. Supuso que ambos estaban al tanto y no valía la pena estarlo diciendo en voz alta. Estaban más allá de esos discursos—. Aunque agradezco haberla visto. Sino hace horas que me hubiera largado. ¿Sabe? Usted posee algo que he estado buscando por mucho tiempo —soltó con descaro. Se llevó una mano al cuello, donde lo sostuvo con fuerza sobre la garganta como si intentara ahorcarse a sí mismo. Para luego soltarlo.

Se separó del barandal de piedra y se giró, de modo que quedó de espaldas a éste, donde recargó los codos. En aquella posición levantó el rostro para ver la noche.

La hora nocturna siempre me ha parecido más atractiva —confesó de la nada—. ¿O usted qué piensa? Es decir, lo más interesante siempre sucede en la oscuridad —torció los finos labios en una sonrisa corrupta y encantadora a partes iguales. Quería saberlo todo, todo lo que ella tuviera que decirle.


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Mensaje por Melina Kuvenko Lun Ene 25, 2016 8:12 pm



“People shouldn't call for demons unless they really mean what they say.”
― C.S. Lewis, The Last Battle



Dejó que la observara, que se deleitara con la figura que tenía para ofrecerle, mortal o eterno, era algo que sabía todo hombre -e incluso mujer- observa. Fijó la mirada en el vasto espacio verde que inundaba el horizonte, los matices de la noche obscurecían el paisaje, pero no era algo que le impidiera apreciar la belleza del jardín, con cedros al fondo invitando a la vereda que llevaba a las cocheras, los altos muros de arbusto recortado a su izquierda, que formaban las paredes de un laberinto donde los mas jóvenes -y algunos viejos- decidían perderse y probar suerte con las doncellas; y que decir del espejo de agua tan clara y serena, rodeada de pequeños cipreses y cuatro bancas de piedra; claro, era bello, pero aburrido al final.

Le miró altanera, alzando la barbilla, como quien sabe que tiene en la mano el precio que él estará dispuesto a pagar; giró nuevamente el rostro en cuanto se percató de que hablaría ¡Oh, iluso mortal!.

Sonrió al escucharlo, tenía porte y elegancia, unos modales inmaculados, lo mas probable, producto de una educación estricta, aunque el aire petulante de aquel joven denotaba la mano suave que lo guió, o que mas bien, lo consintió; en este punto, la vampiresa estaba mas que consciente de que a él, no se le podía negar nada.

No pudo evitar proferir una ligera risa, no era el aire escapando de sus pulmones, hacia siglos que no lo necesitaba, pero las costumbres y maneras mortales se arraigan a los huesos y son difíciles de arrancar.

—El agua fue el primer material que el hombre utilizó como espejo - pronunció, ignorando por completo la pregunta que acababa de hacerle, volviendo a fijar los ojos azules en la escenografía —Después, su curiosidad y avidez por experimentar, lo llevó a utilizar otro tipo de materiales, cualquier cosa que le diera un resultado similar o mejor - se giró hacia él, quedando con el lateral de su cadera izquierda recargada en la baranda —¿Sabes porque? - se acercó un poco, subiendo una de sus manos por la solapa del traje impecable que portaba Serge —Porque el hombre no puede soportar la hipocresía de sostener mentiras dentro de una sociedad, y solo es realmente sincero, cuando se tiene de frente a si mismo - los dedos de la mujer subieron por el cuello de su acompañante, rozando con la yema de los dedos la barbilla del mismo.

Se rió de manera suave y nada llamativa, pero con un dejo de burla y acidez —Es por eso que deseas saber mi nombre, y es por eso que te comportas pensando que conoces mi naturaleza - sus dedos descendieron nuevamente, por el pecho del mortal acercándose aún mas hasta casi pegar su cuerpo al ajeno —Pero en realidad, lo único que buscas, es el reflejo de tus demonios en el único lugar donde sabes que se pueden reflejar - estaba de puntillas, alcanzando el oído del joven, susurrándole como la parca endemoniada que era.

Se separó por fin, no sin antes dejar sobre la piel expuesta del cuello de Serge, una leve caricia que sus labios proporcionaron —Podemos dejarnos de este tipo de conversaciones en donde uno pretende estar interesado en preguntar y el otro en contestar - era directa, quizás demasiado, pero era mas que obvio que no podría salirse por la tangente y negar lo que aquel joven intuía, lo cierto era, que ahora estaba interesada —¿Que es lo que crees saber de mi? contéstalo de manera sincera y quizás... te diga mi nombre y las consecuencias que esto lleva - se giró nuevamente, ahora recargando su espalda baja en la estructura de piedra, sin decirle nada le contestaba todo, y de alguna u otra forma, lo invitaba a continuar.
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Mensaje por Serge Auric Dom Feb 07, 2016 11:29 pm


“Nature is only another chimera.”
― Julien Torma, 4 Dada Suicides


Una y otra vez, mientras intentaba hacerse con el secreto de la inmortalidad, Serge se topaba con callejones sin salida. Peor que eso, con demonios como el que tenía enfrente que le segaban el camino como si sostuvieran la guadaña del fin de los tiempos. Estaba acostumbrado a obtenerlo todo, sin importar cuánta sangre o cuánta miseria se tuviera que desperdigar por el mundo para cumplir su capricho. Y esta vez, la única cosa que verdaderamente quería, le era negada con descaro. Sin embargo, lejos de estar enojado —estaba irritado, no podía evitarlo— se sintió inquieto y curioso.

Cuando la sintió acercarse, sin proponérselo, tensó la espalda. Se dijo internamente cuán idiota era al demostrar así su debilidad. Dio un respingo al sentir el tacto helado de la mujer, pero no la alejó, al contrario, dio un corto, casi imperceptible paso hacia ella. Era verdugo y ofrenda esa noche. Cerró los ojos cuando la tuvo hablándole al oído y quiso desnudarla y hacerla suya en ese instante tan pronto sintió sus labios sobre su cuello. No supo si ella estaba obrando uno de esos sortilegios de su naturaleza o era demasiado el deseo que él poseía respecto a mujeres como ella. En cualquiera de ambos casos, quiso de manera egoísta, poseerla.

Veo que no me equivoqué —de todas las cosas que pudo haber hecho en ese instante, sonrió como el jodido desquiciado que era. Aquello fue dicho más como una reflexión. Se congratulaba de haberla elegido a ella. No sólo era hermosa, era el demonio perfecto para condenarse—. Pero también veo que te gusta jugar. Está bien… juguemos —diciendo aquello salvó la distancia que ella había impuesto hace tan solo unos segundos.

Con suavidad y elegancia, la tomó de la cintura. Deslizó la mano por la tela del vestido que se ceñía a ella y su perfecta figura como una segunda piel. Fue su turno de acercarse peligrosamente a su oído y susurrarle cosas malvadas con tono tierno.

Sé de ti lo que tengo que saber. Pero si el precio que tengo que pagar por conocer tu nombre y verme reflejado en el espejo que me ofreces, es ponerlo en palabras, que así sea —acercó tanto el rostro que su respingada nariz rozó con su gélida piel—. Eres lo que más deseo en este mundo y en todos los mundos. Eres oscuridad y perdición. Eres un vampiro… y deseo conocer el secreto que escondes —se separó al fin. La soltó, dio un paso hacia atrás.

¿Lo he hecho bien? ¿Merezco mi recompensa? Toma lo que quieras de mí, yo sólo pido a cambio tu nombre —aquella sonrisa de lado, astuta pero beligerante también, se acentuó. Era un corte fino a la noche y las sombras. Las hacía sangrar con ese simple gesto—. Es un trato en el que yo salgo perdiendo, ¿lo vas a dejar pasar? —Fue retador adrede. Era obvio que ella respondía a estímulos muy parecidos a los que accionaban algo en él.

Soy joven, lo acepto. No hay nada que pueda hacer al respecto. Pero puedo ofrecerte mucho. Lo material, estoy seguro, no es de tu interés. Dime qué sí lo es… y te lo daré —inclinó el rostro en una acotada reverencia para luego erguirse y mirarla. Se perdió por completo en los ojos ajenos que ardían y congelaban. Que invitaban y aceptabas, aun sabiendo que sería lo último que harías.

Cuando tú miras al espejo, ¿qué es lo que ves? —Se inclinó al frente y fue vehemente en su cuestionamiento. Deseaba poder saberlo todo ya, en ese instante. Dejarse devorar por la quimera frente a sus ojos. Inmolarse para luego renacer. Transformarse en ella y con ella.


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Mensaje por Melina Kuvenko Dom Feb 28, 2016 12:59 am


“I think... if it is true that
there are as many minds as there
are heads, then there are as many
kinds of love as there are hearts.”
― Leo Tolstoy, Anna Karenina




Sonrió tanto por fuera como por dentro, una victoria mas a las muchas en su haber, pero esta tenía un sabor distinto, especial y único; él era como ella, un demonio en carne y alma, mas bien en cuerpo, puesto que ninguno de ellos tenía alma que llevara a cuesta las condolencias y pecados de sus actos, él era quien por décadas había buscado, aquel que entendía -sin saberlo aún- lo que significaba buscar llenar el vacío dado por la existencia ajena.

—Lo has hecho de maravilla - dejó de lado las adulaciones a su persona, el sutil coqueteo que Serge llevaba a cabo con la vida y la muerte, lo dejó todo para concentrarse en algo aún mas importantes. Ladeó la cabeza un poco, dejando que los mechones de aquella cabellera de fuego cayeran sobre sus hombros descubiertos —¿Cómo es posible que supieras diferenciarme de los demás? - ahora ella era la curiosa y no respondería nada hasta escuchar lo que quería, porque siempre era así, solo importaba lo que ella deseaba, lo que pensaba, lo que esperaba... ¡oh cruel destino, que decide encontrar dos seres de la misma calaña!

Se mordió el labio inferior, sin recato ni reparo, dejando al descubierto uno de sus colmillos, tan perfecto y filoso como la daga recién forjada —No importa, tengo tiempo de sobra para saberlo, pero por ahora... - lanzaba su anzuelo y él solo picaba mas y mas, se enredaba en el sedal invisible que lanzaba la pelirroja, un juego que disfrutaba en demasía —Melina Kuvenko, ese es el nombre que deberás pronunciar como oración a tu Dios - volvió a acercarse al joven, pasando ambas manos por detrás de la nuca adornada con cabello cenizo.

—Deberás esforzarte mas con tus ofertas, no hay mucho que tu poseas y que yo desee - se paró de puntillas acercando su nariz a la ajena y rozándola con suavidad, mentía, mentía como la víbora que era, pero aquello él no lo sabía, o quizás lo imaginaba, pero así eran las cosas con la rusa —¿Que es lo que veo? ya no existe nada, solo frío y vacío... excepto en el espejo del alma, ese es el que mejor reflejo ofrece -  al decir esto, se separó de él, mirándolo directamente a los ojos, el inmortal no se refleja en los espejos, pero si en los ojos de sus víctimas


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Mensaje por Serge Auric Mar Mar 22, 2016 10:09 pm


“It is a great evil to look upon mankind with too clear vision. You seem to be living among wild beasts, and you become a wild beast yourself.”
― William Beckford, Episodes of Vathek


¿Qué pasaría si una fuerza imparable chocara contra un objeto inamovible? Exacto. La paradoja eterna ahora los alcanzaba como un manto sutil que los cubría y los enredaba juntos, más y más. Cada vez más ceñidos. Imposible de escapar. Serge sonrió al ver el descaro con el que ella ahora se mostraba tal cual era ante él. O una parte, una parte importante. La sinécdoque suficiente para atraerlo de nuevo. Un colmillo que como joya brilló a la luz de la luna. Era un juego peligroso el que estaban jugando. Sin embargo, el más joven de los Auric, lo estaba disfrutando.

No respondió de inmediato, sólo alzó el mentón cuando finalmente escuchó el nombre ajeno. Lo memorizó de inmediato y se grabó a fuego en su memoria. Jamás lo iba a olvidar, por los mil demonios que no. Soltó una risa breve sólo acallada por la cercanía que la mujer impuso entre ambos. Le gustaba que fuera tan dominante, para variar. Todas esas chiquillas que lo buscaban pues era un buen partido, eran sumisas y tontas y quedaba claro que a Serge eso no le atraía. Jugaba con ellas, como jugaba con todo el mundo. Pero con Melina, le quedó claro, el solaz era más turbio, más encantador y más oscuro.

Cuando se separó, le impidió ir más lejos. Sabía, su obsesión lo había llevado a estudiar a los que eran como ella por mucho tiempo, y sabía bien que un solo movimiento de su mano podía quebrarlo en dos. No obstante el temor era aliciente para alguien tan profundamente perturbado como él. Se traducía de manera distinta en su interior. Lo obligaba a la imprudencia. La tomó con fuerza de una muñeca, elevando ambas manos enzarzadas como dos serpientes en una vara de Esculapio.

¿Pero es que acaso todavía tienes un alma, Melina? —Deliberadamente la llamó por su primer nombre y saboreó cada sílaba de él—. No juegues conmigo, si yo no la tengo, tú tampoco. Somos seres de una misma especie —acentuó la sonrisa afilada y la soltó, sin moverse.

Supe verte por eso precisamente. Negro llama a negro. El abismo llama al abismo. Dime, entonces, cómo es posible que te rece como a un Dios, si no creo en tal. Quizá deba hacerte deidad de mi propia religión —alzó ambas cejas, denotando que, en medio de las grandes locuras que estaba diciendo, bromeaba un poco.

No tengo mucha más ofrenda que darte. Sólo yo… ¿acaso no es suficiente? —Su usual arrogancia salió a relucir. Se paró recto frente a ella y separó ligeramente los brazos del cuerpo, con las palmas en su dirección. Como Jesucristo recién resucitado, presentándose frente a los apóstoles, reafirmándole a Tomás que era él, bajado de la cruz—. Intuyo que sabes qué es lo que deseo, ¿estoy negociando con la persona correcta? —Si bien Serge buscaba con obsesión la inmortalidad, jamás había apuntado con certeza a ninguno de los vampiros que había conocido a lo largo de su vida. Ninguno le había parecido digno de llamarlo neófito a él. Ninguno hasta ahora.

Aunque ambos hablaban con vaguedad, parecían estar en el mismo lugar. Sus palabras danzaban una misma melodía. Extraña y encriptada, pero se entendían a un nivel que trascendía al lenguaje. Serge pocas veces se había sentido así con alguien. Usualmente un animal de otra especie. Un lobo entre corderos. Un león entre mansas bestias de la estepa. Y como le había dicho: ellos dos eran seres de una misma especie. Ambos versaban en el mismo idioma ponzoñoso.


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Mensaje por Melina Kuvenko Sáb Abr 02, 2016 7:49 pm


“When you can live forever what do you live for?”
― Stephenie Meyer




Enarcó una ceja y lo miró expectante, sorprendida a decir verdad, Melina era un ser que había perdido capacidad de asombro y el hecho de que aquel humano lograra dejarla parada en frío, recapacitando sus palabras; aquel manera incitante y retadora de hablar, de actuar, de ser... debía darle un punto por esfuerzo.

—Oh no, no me mal interpretes - rodeó la muñeca de la diestra propia con la mano contraria, era obvio y lógico que aquel apretón no había hecho estragos sobre la piel marmórea, pero sintió que ese acto, lo empoderaría —Sentirse superior, adulaciones y egocentrismo - curvó los labios en una sonrisa maliciosa —Hablaba de la tuya, la que ahora me pertenece... - volvió a acortar la distancia entre ambos, provocadora y maligna como era.

Aún no pactaban nada, pero ella ya sabía la respuesta, aquel juego era solo para desquiciar la pequeña -y poco maleable- mente del humano que se ofrecía en sacrificio, como dócil cordero que no sabe lo que le espera. Oh, pero si lo sabía ¿entonces? ¿que quedaba?

Se alejó unos pasos y rió, rió a carcajadas y sin medida, aquello podría parecerle un insulto, pero para ella era algo tan risorio el hecho de imaginarse sobre un altar propio, un ente sin alma y ennegrecido por la codicia y el dolor ajeno. Una diosa de muerte, un sicario de la noche que sin tregua flagela a diestra y siniestra; ese pensamiento la excitó por un instante.

—¡Oh, tan inocente aún que no sabe de lo que habla! - en él se veía reflejadas, eran iguales y por ello era tan odiosa. Aquel simple humano llegó con el cuello descubierto, creyéndose digno de recibir el don de la eternidad, creyéndose preparado para lo que le esperaba, lo que Melina hacía ahora, no era mas que calar su fortaleza, si se quebrara, no serviría para nada y ello sería una lástima; pero si se sobreponía ¡Cuan dulce sería la agonía de la humanidad! dos demonios idénticos que se complementaban el uno al otro, él era aquel que ella había estado esperando, inclusive con mayor vehemencia con la que había esperado a Zarek su padre obscuro.

Se mordió el labio inferior y lo tomó por las muñecas, los brazos extendidos en una cruz, sin mayor esfuerzo los bajó hasta las caderas ajenas, torciendo un poco las extremidades de Serge —No, no lo es - susurró con sus labios pegados al oído del humano —Suplica por ello, como el humano que eres. Exígelo, lo que es tuyo por derecho, como el demonio que formaste - dos pensamientos contradictorios, aunque estuvieran hechos a imagen y semejanza, Serge debía renunciar a la atadura de su humanidad y debía dejar renacer por completo la obscuridad que había en él —Me perteneces, aquí y ahora, por siempre. Tú lo has pedido y lo has deseado desde que supiste de nuestra existencia, te he llamado desde antes de que nacieras y hasta ahora me has escuchado - la lengua húmeda de la vampireza se deslizó por la piel expuesta del cuello. Quería saber de lo que era capaz, y solo lo descubriría cuando él renaciera


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Mensaje por Serge Auric Lun Abr 25, 2016 12:47 am


“I do not want to be human. I want to be myself. They think I’m a lion, that I will chase them. I will not deny that I have lions in me. I am the monster in the wood. I have wonders in my house of sugar. I have parts of myself I do not yet understand.”
― Catherynne M. Valente, Silently and Very Fast


Su risa caló hondo, como el más glacial de los fríos en el norte, sin embargo, Serge no se inmutó. No podía y no debía. Estaba ahí, frente a su gran oportunidad y un movimiento en falso podía echar todo por tierra. Aguantó como si mil azotes le aporrearan la espalda. Cerró los ojos un instante y luego los abrió, lentamente. Asintió sin decir mucho más. Ella podía hacer y deshacer con él tanto como le placiera y él sólo aguantaría. De ese tamaño era su deseo voraz. Tanto como para tragarse el orgullo que sabe más amargo que la hiel.

Se quedó muy quieto cuando la vio acercarse. Dejó que condujera sus movimientos. Posó con fuerza sus manos en las caderas ajenas. Un demonio en toda la extensión de la palabra, porque incluso su figura invitaba al pecado. Se relamió los labios al escucharla cerca, al sentir su aliento contra su frágil y mortal piel. Pegó más el cuerpo al ajeno, sin dejar un solo milímetro de aire entre ambos. De haber sido ella una mortal, posteriormente hubiera portado marcas de sus dedos clavados en la carne, sin embargo supo que no dejaría signo alguno en ella.

Cuando Melina hubo terminado, Serge la soltó y dio paso hacia atrás. La sonrisa arrogante y retorcida había desaparecido. En sus ojos sólo era palpable una determinación que daba miedo. Por un par de segundos se mantuvo así, observándola nada más.

Te pertenezco —al fin rompió el silencio. Su voz, rauda y tranquila, no parecía que estuviera diciendo aquello—. Te pertenezco incluso antes de saber tu nombre, o tu existencia. Siempre supe que a puertas del infierno estaría el mejor de los demonios esperándome. Aquí estás, conmigo ahora —abrió ligeramente más los ojos.

Puedo tomar lo que es mío por la fuerza. Porque el don de la inmortalidad me pertenece por derecho, sin embargo, entiendo mi papel; no me subestimes —diciendo aquello, se inclinó y se puso sobre una rodilla como un caballero a punto de ser nombrado sir—. También te suplico —agachó el rostro, el cabello negro cayéndole sobre éste, cubriéndole los ojos—, sabes que mejor soldado no vas a tener. Que mejor amante no vas a encontrar. Que más grande adorador no existe —hizo una pausa y alzó la cara—. Que mejor rey para gobernar a tu lado jamás nacerá sobre esta tierra mediocre —al fin sonrió, coronando sus desquiciadas palabras.

Se puso de pie lentamente y se llevó una mano al pecho.

La ofrenda es suficiente. No puedes decir que no. Y esa inocencia que aún ves en mí… deseo que la arranques. Hace mucho que perdí el deseo de mezclarme con los mortales, ¿no lo ves? No es un capricho, es lo que soy, lo que estoy destinado a ser —habló de tal modo, tan desgarrador y seguro, que en esa realidad que Serge transitaba, donde su locura tenía sentido, aquello en verdad era una tragedia que debía resanar. Una herida a la que sólo Melina tenía remedio.

Su mortalidad le pesaba. La detestaba. Se sentía cada vez más alejado de los hombres comunes y corrientes. De algún modo extraño, lo que pedía, tenía mucho, mucho sentido.


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Mensaje por Melina Kuvenko Miér Mayo 04, 2016 8:15 pm


“You were born a child of light’s wonderful secret—
you return to the beauty you have always been.”
― Aberjhani, Visions of a Skylark Dressed in Black






La cercanía era embriagante, el sonido de la sangre corriendo tumultuosa y sin medida por aquellas frágiles arterias, el aroma que despedía era único, la incitaba a dejar a un lado el raciocinio y dejar que la bestia dominara ¡Cuan fácil sería desgarrar su cuello y beber! observar aquella efímera vida abandonar el cuerpo mortal, regocijarse de la opacidad de unos ojos sin vida... pero el deseo por poseerle era mas grande que la sed que pudiera llegar a sentir.

No le limitó los movimientos, no le denegó la distancia cuando la tomó. Ladeó la cabeza mirando curiosa aquel acto que llevaba a cabo sonriendo victoriosa cuando por fin se rindió ante ella.

Estaba determinada a volverlo su compañero, aquel egocentrismo, orgullo y autovaloración tan elevada que el rubio se tenía, era algo que ella compartía, no soportaba la idea de las mentes débiles, de aquellos maleables que por miedo al abandono adulaban y se dejaban pisotear, lo pudo ver tragarse su orgullo, las palabras que pretendian ser hirientes aun sabiendo que solo provocarían burla, lo reto, lo torció hasta el límite de verlo hincado ante ella. Había pasado la prueba.

Sonrió de lado, cruzó los brazos sobre su pecho, recargó mas el peso sobre la pierna derecha relajando la izquierda, haciendo que su cadera se contoneara un poco al movimiento. Le agradaba la importancia que le daba, alimentaba su ego, pero sobre todo, le daba la pauta para aceptar el hecho de que quizá no tuviera que seguir buscando a un compañero. Él podía terminar alejandose de ella, buscar su propio camino -no le reprocharía aquello- pero una parte estaría siempre unida a su creadora y aquello, era la mas grande adulación de todas.

Contuvo la risa y en su lugar, se mordió el labio inferior con semejantes afirmaciones, no dudaba que sería remarcable en todos los asqpectos y prefería darle el beneficio de la duda en cuanto a si sería capaz de ser nombrado el mejor en todos ellos.

La afrenta podría parecer demasiado, pero en realidad, era suficiente, era lo que Melina necesitaba para seguir adulandose respecto a la buena decisión de haberle llamado en primer lugar —Nada es coincidencia, ni siquiera en la vida de un eterno - le dijo por fin, acercándose con lentitud —Te llamaste soldado, amante, adulador... rey - la diestra buscó el rostro ajeno depositando una caricia en la cálida piel —Es esa misma determinación, la que te hará obtener lo que deseas, llegaras mas lejos de lo que piensas, lo gobernarás todo y serás capaz de reformar la sociedad como te plazca... - le entregaba el poder, las riendas —... pero tambien te hará mas vulnerable y efímero de lo que podrías pensar, para mi sería muchisimo mas fácil temrinar con tu vida aquí, ahora, no darle vida a quien se que podría voltearse en mi contra, llamame paranóica, esquizofrénica si así lo deseas, pero en la eternidad, la naturaleza humana queda arraigada y la soberbia se apodera de las acciones, la traición no queda atrás y se vuelve muchisimo mas dolorosa que en vida - hablaba con experiencia, y si hubiera podido, quizás hubiera llorado.

Pero el semblante se mantuo perfecto, inmaculado, petreo y sin errores.

—Tienes tres días para despedirte de tu vida humana, arregla lo que debes pon las excusas que necesites, podrás seguir con la vida de heredero después... pero no será lo mismo - la distancia entre ambos rostros era nula, los labios rojizos de la vampireza se posaron sobre los de su subordinado, apenas si los presionó en lo que pareción un beso siendo en realidad la firma de un contrato.

—Sabras de mi al cumplir el plazo - y solo dejó su aliento rozándolo, le dió la espalda y se alejó de él, entró nuevamente a la mansión y desapareció entre el tumulto de la gente.


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