Salut- privado

por **Antonio De Quevedo** Dom Nov 01, 2015 7:58 pm

La fiesta de la vendimia había sido un éxito rotundo y podía decir - sin temor a equivocarme - que los embarques de las botellas, se llevarían acabo durante los próximos meses, acomodando desde luego primeramente, las de mayor añejamiento que eran solicitadas por gente de abolengo, dedicados exclusivamente a degustar los exquisitos de vinos de nuestras tierras, para posteriormente venderlas y exhibirlas en sus estanterías en el centro de París, y en algunas otras regiones de distintos países a la redonda. No podría estar más feliz, puesto que el arduo trabajo de meses y meses al rayo del sol, acompañando mis empleados, no había sido en vano. Recibirían una buena paga, una buena sopa, una buena comida y una buena cena en sus casas, acompañados por sus familias.

Todo parecía marchar a la perfección, mis facultades estaban a su máxima capacidad, y no podría pedirle nada más a la vida. Me encontraba completamente solo, si de relaciones hablásemos, pero no me estaba torturando por ésto, simplemente dejaría que el tiempo hiciera lo suyo, mi corazón sanaría y quizás después la felicidad fuese completa.

Habiendo dejado todo en orden en casa, decidí tomarme una período de descanso físico y mental. Ensillé mi caballo, acomodando algunas viandas dentro de un cesto y salí por las calles de París a trote. Me dejé guiar por esas ansias de querer llegar a un lugar apacible, que sólo los lindes del lago podrían proporcionarme en ese momento.

Después encontrar una bella sombra bajo un árbol con un follaje esplendoroso, bajé de mi montadura, le di dos palmaditas a mi caballo en señal de aprobación por lo bien que se había portado y me eché el pasto a contemplar el paisaje, y quizás a dormitar un poco, lo que viniese primero.

por **V. Dierk Hamilton** Lun Ene 04, 2016 9:12 pm

Lo estuve observando detenidamente hacía poco más de un mes. Lo habían recomendado ampliamente como buen Someliere, como buen negociante, como buen ser humano. Todas las cualidades que -particularmente- me llamaban poderosamente la atención, no por el hecho de que Miguel Ángel De Quevedo fuera una gran persona, sino porque dadas sus características especiales, se convertiría prácticamente en una excelente víctima potencial. Yo no me alimentaba de cualquier humano, sino sólo de aquellos que tenían un "algo especial" a los cuales poder arrebatarles lo más preciado que tenían que eran sus vidas. No sabía si iba matarle por el momento, simplemente iba a obsequiarle un buen mordisco en el momento exacto. No era mi intención llegar como un animal salvaje a hincarle el diente por la espalda, con un cobarde.

Daría la cara, empezando por una pequeña plática como cualquier otro ciudadano que deambulaba por la laguna a ciertas horas de la noche, y me sentaré a su lado. Quizás para aparentar un poco, optaría por pedirle que me convidara de alguna de las viandas que albergaban las sestas que aún seguían intactas, puesto que el caballero se había quedado dormido. ¡Qué tontería más grande para un depredador como lo era yo! Sería todo tan fácil... Más no. Actuaría de acuerdo a mi plan original. Estaba deseoso de conocer de él y darme cuenta por mí mismo, si lo que la gente decía de boca en boca era verdad.

Esperé un poco mas a que la laguna fuera despejándose. Oculto tras el árbol, era un buen escondite por el momento. Mis ojos brillaban y mi sed se presentaba incontrolable.

por **Antonio De Quevedo** Lun Ene 04, 2016 9:43 pm

Una brisa invernal despeinó mi flequillo obligándome a despertar. Abrí los ojos perezosamente, bostezando, dándome cuenta de que me había completamente dormido en la misma posición. El brazo derecho se me había adormecido; gruñí un poco, le agité en al menos un par de ocasiones, para que la sangre circulase y el cosquilleo no fuese demasiado molesto. Froté mus brazos puesto que el frío ya comenzaba a hacer de las suyas y no estaba entre mis planes resfriarme bajo ninguna circunstancia. Grandes y jugosos negocios estaban a la vuelta de la esquina. No podría estar más orgulloso. Todo había salido a pedir de boca pudiendo decir que por el momento me sentía feliz, aunque la soledad me calase hasta la médula. [i]Habría sido maravilloso el poder compartir mis triunfos con mi finada esposa e hijo. [/b]

Moví la cabeza en desaprobación, no iba a ponerme sentimental en aquel preciso momento. Lo más viable sería alimentarme con los exquisitos emparedados que María había hecho el favor de preparar para mí. La mujer cocinaba como los mismísimos ángeles.

Alcancé la sesta que tuve a mano y tomé lo primero que sintió mi mano, que se trataba justamente de un racimo de uvas verdes sin semillas. Arranqué un puño y las degusté como si de un manjar de los dioses se tratase. Mi fruta favorita indudablemente.

-¡Qué delicia señor! -sonreí. Estaba loco, pero qué importaba.

por **V. Dierk Hamilton** Vie Feb 05, 2016 11:15 pm

Qué efímera podía ser la vida. Qué delicia era el saber que la vida de aquel hombre, prácticamente estaba en mis manos y que aquellas uvas eran lo último que su mortal cuerpo degustaría ésta noche. El sentirme dueño de su vida me agrandaba el ego más de lo que pudiera imaginar. Pero... Ése aire despreocupado que desprendía me daba demasiada curiosidad. ¿Por qué un hombre en solitario deseaba estar ahí por la noche, expuesto a grandes peligros? Últimamente el lugar había sido atiborrado por gendarmes, debido a algunos robos y asesinatos cometidos en el lugar, pero nunca había un detenido. Ninguna huella, ninguna pista. Yo era demasiado meticuloso en mi manera de actuar. Sin embargo...

-Podría jurar que las uvas tienen un sabor exquisito. - me atreví por fin a romper el silencio, acercando mis pasos cuidadosamente. No quería asustarle y echar a perder el maravilloso plan que ya mi atormentada mente sedienta había trazado apenas unos cuántos segundos atrás-. Desde aquí puedo apreciar su aroma, podría... ¿Tomar asiento con usted?

Más que una pregunta fue un hecho, porque yo ya estaba a su lado, acomodándome tranquilamente sin haber sido invitado. Así era yo de desparpajado y cínico y estaba pletórico de orgullo. Sonriendo y mirándole como yo solo sabía hacer, desplegando todo mi glamour vampiresco. Nunca fallaba...

por **Antonio De Quevedo** Vie Feb 05, 2016 11:41 pm

Casi me hizo escupir las uvas. El extraño y misterioso hombre, salió de la nada, como las margaritas. Por instinto me puse a la defensiva, haciéndome a un lado. Lo único que deseaba al haber llegado hacia aquel recóndito lugar, era para pasar precioso y valiosos momentos en soledad para pensar sobre mi futuro inmediato. Ahora venía éste pelmazo sin presentación para invadir mi espacio vital.

Deposité el racimo de uvas sobre la canastilla de mimbre, tapándola con un pedazo de manta bordado, que una de las trabajadoras se había empeñado en regalarme, en agradecimiento por todos los favores recibidos. Era precioso en verdad, y nada le pedía a los famosos bordados de las costureras de la alta sociedad parisiense.

-Son únicas. Ningún viñedo a la redonda se les compara en sabor y textura.

Respondí por mera educación. No solía volverme un hombre violento u arisco, sin embargo algo tenía aquel hombre para que no terminase de gustarme. Sus ropas me mandaban el claro mensaje de que pertenecía a una clase favorecida, pero el modo de mirarme, me taladraba hasta el más ínfimo rincón de mi persona. Como si quisiera...devorarme. Quizás me encontrase un poco paranóico, y el hombre de ojos azules solo quisiese pasar el rato. Ya veríamos como se presentasen cosas.

por **V. Dierk Hamilton** Dom Mar 06, 2016 8:41 am

Podía percibir su asombro. Su miedo. El corazón latir con rapidez y transpirar por cada poro de su piel. No le culpaba. Era un humano precavido, capaz de sentir miedo por mi presencia. Particularmente mis víctimas se sentían atraídas por mí. Este hombre sin embargo, tenía sus reservas hacia mi persona. Colocándolo en el primer escalón de mis dudas. Porque... Estaba oponiendo buena resistencia, aunque de nada le serviría.

-Creo en sus palabras joven amigo. Habla con tanto orgullo de ellas que se antoja probarlas. ¿Puedo? - Le miré sonriente sin despegar la vista de sus ojos negros. Estiré mi brazo abriendo la palma de la mano. ¿Tendría la desfachatez de negarme tan valioso tesoro? Yo sabía que Miguel Ángel De Quevedo era un hombre servicial. Comedido y buen anfitrión. Todos hablaban maravillas sobre su persona, que no pude resistirme a conocerle a la primera oportunidad.

Como cabía esperar, las uvas llegaron hacia mí. Sonreí evitando mostrar mis colmillos que ya estaban deseosos de enterrarse sobre su cuerpo. El hambre era desmedida, pero mi paciencia aún lo era más. Podría soportar algunos minutos más antes de dar la estocada final.

-Es usted muy amable monsieur...¿Puedo saber su nombre? -Arranqué una uva del racimo y comencé a comerlas lentamente aunque fuera en contra de mis principios.

por **Antonio De Quevedo** Dom Mar 06, 2016 9:18 pm

Antes de responder a su propuesta le miré discretamente tratando de ganar tiempo. Tenía dos posibilidades: O bien pedirle que se marchase, o yo podría levantar mi tenderete para retirarme pacíficamente con un cortés movimiento de cabeza, ensillando mi caballo que no paraba de patear el suelo, relinchando. Se mostraba bastante inquieto. Algo poco usual, ya que siempre había mostrado un carácter dócil hasta con los extraños. Fruncí el seño. ¡Maldición!

-Calma, calma- le dije desde el suelo. El hombre seguía ahí adulando las uvas. Bien. Si con un racimo se quedaba callado, le ofrecería de mis manjares. Alcancé algunas y las deposité sobre su blanquecina y azulosa mano. Ahora que lo observaba con detenimiento podía darme cuenta que presentaba una palidez espasmosa. Poco usual. Y unas uñas largas aunque cuidadas. Si bien me parecieron extrañas, no le di importancia. Posiblemente se tratase de algún músico extravagante.

-Son una delicia al paladar. Las mejores de la región -repetí, levantándome del pasto para calmar a mi fiel corcel que seguía haciendo muchos ruidos, comenzando a impacientarme. -Calma bonito. ¿Quieres un terrón de azúcar? -Acaricié su crin e inclusive le estampé dos besos por encima de la nariz. Yo amaba a ése caballo más que a mi mismo. Mi mejor amigo.

-¿Está de paso por la ciudad? -giré mi rostro para encontrarme con esos ojos fríos que me helaron hasta el alma. - No le había visto con anterioridad.

Tratar de recabar un poco de información no me iba a hacer más feliz o infeliz, simplemente se trataba de ser precavido, puesto que se corrían rumores de asaltos por aquellas partes de la ciudad.

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