AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Les Fleurs Du Mal → Privado
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Les Fleurs Du Mal → Privado
“El sexo es la consolación que tienes cuando no puedes tener amor.”
― Gabriel García Márquez
― Gabriel García Márquez
En: El Jardín de las Delicias
Parecía que Serge no conocía los límites. Porque en verdad no lo hacía. Sabía que existían para todos aquellos que estaban por debajo de él, pero no para sí mismo. Como si en su descomunal arrogancia creyera que toda regla del mundo no aplicara a él. Y era por eso que actuaba así, impulsivo y sádico. Si acaso, por ahora, la única consecuencia era la de manchar el honorable apellido Auric. Y todo era cuestión de perspectiva. En ciertos sectores, los que se cobijaban en hipocresía y rezos, todo lo que hacía el más joven de la familia estaba mal. Pero en realidad, que suele ser más cruel y más dura, Serge sólo actuaba como un joven más en su posición social. Claro, con él todo se iba a los extremos, y todo era excesos, pero nadie, en realidad, se espantaba.
Y si bien su rostro y sus francos eran bien conocidos en más de un burdel de la ciudad, su sitio favorito era ese. Era más que un mercado de carne, eso le gustaba, todo apetito suyo, extraño siempre, era saciado en ese sitio. Pero la razón principal por la que iba era su dueña con la que ya había tenido un par de desencuentros antes. Una mujer mayor, hermosa y letal. ¿Qué tenía que no le pudiera gustar? El juego que jugaba era sólo eso, por mucho que a Serge le doliera aceptar la verdad. Esa mujer, Bianca jamás lo iba a aceptar en su lecho. Si bien disfrutaba de la constante lucha, porque a él le agradaba todo lo que fuera enfrentamiento, llegaba a hartarse, debido a esa vida tan placentera y fácil que había tenido, donde todo aquello que deseara se le concedía. Todo, hasta conocerla a ella, le era dado en bandeja de plata. Y ahí estaba esa maldita mujer, negándole lo que más ansiaba.
Y Lucifer en los infiernos sabía que cuando más se prohíbe una cosa, más se ansía.
Entró al lugar con ese porte de príncipe decadente. Se dirigió a una mujer de inmediato. La había visto antes, trabajaba ahí, como camarera o como prostituta, no lo sabía y no le interesaba. La chica le sonrió como si el regalo de la presencia de Serge fuera suficiente motivo. Eso le agradó al joven, pero lo que le iba a gustar más era romper su ilusión. Se acercó a ella tanto que su enjuta figura rozó con los pechos ajenos.
—De Léance, tu patrona, ¿dónde está? —Espetó sin ningún adorno, sin cortesía. Por encima del hombro de la muchacha vio a quien le interesaba—. Olvídalo —y la hizo a un lado con brusquedad. Podría parecer que Serge era un debilucho, debido a su complexión, pero no era verdad del todo.
Se acercó a aquella mujer. Hermosa y perniciosa. Estuvo seguro que no le agradaría verlo por ahí, debido a que siempre era la misma historia. Él insistía y ella se negaba. O quien sabe, quizá como él, disfrutaba de la constante reyerta de egos. Si acaso era eso, no ayudaba para su actual obsesión. Estaba seguro, conociéndose, que si algún día conseguía su cometido, se pondría en paz y buscaría algo nuevo para entretenerse.
—Bianca, tan hermosa como siempre —fue informal adrede. Tomó la mano ajena y la besó. Le sonrió luego—. No quería que olvidaras mi rostro o mi propuesta. Lamento no haber venido antes, pero aquí estoy, para que no me extrañes —su sonrisa autosuficiente indicaba desde ya lo mucho que disfrutaba de aquello. Habló con una educación más propia de un Auric, pero se sabía que todo era una actuación—. ¿Estás dispuesta a negociar esta noche? —Preguntó como si de una transacción comercial más habitual se tratara. Serge, con sus rasgos casi de niño, se veía condenadamente fuera de lugar en ese sitio, pero si Bianca lo conocía tan sólo un poco, sabía que era el más peligroso en el lugar.
Serge Auric- Humano Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 01/10/2015
Localización : París
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
Hacía varias noches que no se pasaba por el local, había llegado a delegar el orden en uno de los hombres de seguridad y no parecían tener problemas en su ausencia. Se había dedicado a cuestiones más personales y peliagudas que asegurar el placer a todos y cada uno de los hombres que se adentraban en su club, aunque al fin y al cabo ella era la dueña, a ella era a quien reclamaban cada noche. Hasta había podido dedicar tiempo a pasear, cuando hacía meses que no se arreglaba para tan simple actividad; pero algo le decía que esa noche debía asistir a “El Jardín de las Delicias”. Había hecho buscar a una joven de unas características muy precisas y parecían haberla encontrado. Sonriente, al acabar de leer la misiva en la que su mano derecha solicitaba su presencia en el local para presentarle a la joven, comenzó a arreglarse. Las doncellas se esmeraban al máximo en dejar a su señora perfecta fuera cual fuera la ocasión y esa noche no fue para menos. Sus labios en un marcado tono granate y los ojos claros sin maquillaje alguno otorgaban a su rostro un toque algo siniestro. En cambio, el vestido con un pronunciado escote y un corset que marcaba cintura y cadera, le conferían una sensualidad innegable. No tardó, una vez lista, en llegar al local y con paso decidido avanzó hasta lo que era su despacho. No había tiempo que perder pues en menos de media hora abrirían las puertas una noche más. - Hacedla venir- ordenó sin miramientos apoyándose en el escritorio de madera ansiosa por verla.
Desde que el club había abierto varios habían sido los altercados con hombres ebrios que ansiaban más de lo que podían acaparar, pero había uno en concreto, un chaval que la traía por la calle de la amargura. Se pasaba las noches allí disfrutando de todas y cada una de las maldades ilegales que ella se ocupaba de servir en bandeja de plata, pero no era como los demás. Ese chiquillo tenía una obsesión y esa era ella. Desde el primer encuentro entre ambos la fijación que notó en Serge Auric fue demasiado intensa para poder considerarlo sano. Para una mujer del estatus, edad y poder de Bianca aquello no era tolerable de ninguna manera y ese fue el motivo de la búsqueda.
La joven apareció ante ella como una visión, era una criatura hermosa. Morena, con mechones ondulados que caían libres por su espalda. Ojos verdes y unos labios carnosos que llamarían a cualquiera a morderlos. Parecía hecha a imagen y semejanza de la propia Bianca. Una amplia sonrisa se extendió sobre sus labios, -magnífico trabajo chicos, podéis iros- les despidió centrando toda su atención en la joven, invitándola a sentarse frente a su escritorio. Analizó sus gestos a medida que hablaban y los fue corrigiendo a su antojo hasta que incluso en la forma de moverse parecía una doble. Explicó el motivo por el que la había hecho buscar y el trabajo que debería llevar a cabo. Serge no era tonto y sabría que no era la misma persona por muy ebrio que estuviera, pero no podría evitar yacer con ella y si no se equivocaba, lo pediría cada vez que fuera a aquel lugar. Bianca conseguiría librarse de su insistencia y el local se vería beneficiado por la asidua asistencia del pequeño Auric. Cuando los honorarios quedaron claros y las indicaciones más aún, la mayor abandonó el despacho para unirse a los primeros clientes que se movían por las salas del local. Fue saludando e invitando a todos a ponerse cómodos, tranquila hasta que escuchó esa voz una vez más.
-El señorito ha vuelto- saludó de la misma manera que él a sabiendas de que le molestaría. -No te preocupes todos estos caballeros me han mantenido bien ocupada- sonrió ampliamente incluso ofreciéndole el caminar con ella. Esa mera oración le estaría sumiendo en una oscuridad de celos aun teniendo constancia de que no vendía su cuerpo sino el de sus empleadas. - Yo siempre estoy dispuesta a negociar- aceptó el reto. Nunca antes lo había hecho con él teniendo en cuenta lo que quería de ella y que no había nada en la propiedad de Serge que ella deseara. Pero las cosas habían cambiado, ahora ella tenía algo que él deseaba y sí se podía conseguir con dinero. -Tengo un grandioso regalo para ti- rozó levemente el cuerpo masculino al pasar por su lado, despertar sus instintos sería más que útil para que el impacto al ver su nueva adquisición fuera descomunal. Una de las salas había sido expresamente cerrada para Serge esa noche, si eso no daba resultado se plantearía vetarle el paso indefinidamente. Al abrir la puerta el cuerpo de la joven –Ana decía llamarse- apareció ante los ojos del joven, decorada y perfumada para él. Erótica y dispuesta a ser tomada y domada, todo lo que Bianca jamás le daría ella se lo prometía, ¿qué hombre se iba a negar a eso? -Es tuya esta noche, disfrútala- por esa vez no tendría que pagar un solo franco, necesitaba crearle una adicción a ella.
Desde que el club había abierto varios habían sido los altercados con hombres ebrios que ansiaban más de lo que podían acaparar, pero había uno en concreto, un chaval que la traía por la calle de la amargura. Se pasaba las noches allí disfrutando de todas y cada una de las maldades ilegales que ella se ocupaba de servir en bandeja de plata, pero no era como los demás. Ese chiquillo tenía una obsesión y esa era ella. Desde el primer encuentro entre ambos la fijación que notó en Serge Auric fue demasiado intensa para poder considerarlo sano. Para una mujer del estatus, edad y poder de Bianca aquello no era tolerable de ninguna manera y ese fue el motivo de la búsqueda.
La joven apareció ante ella como una visión, era una criatura hermosa. Morena, con mechones ondulados que caían libres por su espalda. Ojos verdes y unos labios carnosos que llamarían a cualquiera a morderlos. Parecía hecha a imagen y semejanza de la propia Bianca. Una amplia sonrisa se extendió sobre sus labios, -magnífico trabajo chicos, podéis iros- les despidió centrando toda su atención en la joven, invitándola a sentarse frente a su escritorio. Analizó sus gestos a medida que hablaban y los fue corrigiendo a su antojo hasta que incluso en la forma de moverse parecía una doble. Explicó el motivo por el que la había hecho buscar y el trabajo que debería llevar a cabo. Serge no era tonto y sabría que no era la misma persona por muy ebrio que estuviera, pero no podría evitar yacer con ella y si no se equivocaba, lo pediría cada vez que fuera a aquel lugar. Bianca conseguiría librarse de su insistencia y el local se vería beneficiado por la asidua asistencia del pequeño Auric. Cuando los honorarios quedaron claros y las indicaciones más aún, la mayor abandonó el despacho para unirse a los primeros clientes que se movían por las salas del local. Fue saludando e invitando a todos a ponerse cómodos, tranquila hasta que escuchó esa voz una vez más.
-El señorito ha vuelto- saludó de la misma manera que él a sabiendas de que le molestaría. -No te preocupes todos estos caballeros me han mantenido bien ocupada- sonrió ampliamente incluso ofreciéndole el caminar con ella. Esa mera oración le estaría sumiendo en una oscuridad de celos aun teniendo constancia de que no vendía su cuerpo sino el de sus empleadas. - Yo siempre estoy dispuesta a negociar- aceptó el reto. Nunca antes lo había hecho con él teniendo en cuenta lo que quería de ella y que no había nada en la propiedad de Serge que ella deseara. Pero las cosas habían cambiado, ahora ella tenía algo que él deseaba y sí se podía conseguir con dinero. -Tengo un grandioso regalo para ti- rozó levemente el cuerpo masculino al pasar por su lado, despertar sus instintos sería más que útil para que el impacto al ver su nueva adquisición fuera descomunal. Una de las salas había sido expresamente cerrada para Serge esa noche, si eso no daba resultado se plantearía vetarle el paso indefinidamente. Al abrir la puerta el cuerpo de la joven –Ana decía llamarse- apareció ante los ojos del joven, decorada y perfumada para él. Erótica y dispuesta a ser tomada y domada, todo lo que Bianca jamás le daría ella se lo prometía, ¿qué hombre se iba a negar a eso? -Es tuya esta noche, disfrútala- por esa vez no tendría que pagar un solo franco, necesitaba crearle una adicción a ella.
Bianca de Léance- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 07/08/2015
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
“Fléctere si néqueo súperos Acheronta movebo.”
― Virgil, The Aeneid
― Virgil, The Aeneid
—Umh —gruñó con incredulidad ante las primeras palabras de Bianca—. Te he dicho que no me subestimes. Soy joven, por lo tanto tengo mucho brío —advirtió con ese dejo de suficiencia que rayaba en lo absurdo.
Caminó a su lado y su semblante cambió en un santiamén. Arqueó una ceja y una sonrisa réproba segó el aire como una estocada certera de una espada recién pasada por la piedra de agua. Intrigado, por decir lo menos, se detuvo y se cruzó de brazos.
—No juegues conmigo –se atrevió a decir a pesar de que, al parecer, era todo lo que Bianca hacía con él. Y detestaba darle tal potestad, sobre todo porque sabía que la mujer estaba al tanto de su poder y lo usaba en su beneficio. Tramposa, perfecta. Tuvo que avanzar, salvando la distancia que quedó entre ambos y se plantó frente a la puerta donde ahora Bianca se postraba como si fuera a develar un tesoro guardado por siglos. Le dedicó primero una mirada y luego avanzó al interior.
Quiso aguantar la risa, pero no pudo. A veces parecía que Serge se reía en los momentos menos oportunos, quizá porque sabía que eso podía crear ámpula, y esa resultaba su única misión en la vida: incomodar, irritar, atormentar. Su risa fue tal que incluso echó ligeramente la cabeza hacia atrás. Con tan sólo una mirada se dio cuenta de qué se trataba.
—Un sustituto muy bueno, debo admitir –avanzó entrando en la habitación. Se plantó frente a la joven desconocida y la estudió de tal forma que parecía que esos ojos color acero podían arrancarle la piel y la carne a jirones. Luego se giró ligeramente para volver a darle la cara a Bianca—. Espero que sepas lo que estás haciendo —le dijo y era difícil saber con qué intención iban esas palabras. Una advertencia o un presagio. Un anuncio de cosas terribles.
—¿Cómo te llamas? —Se dirigió a la joven, tomándola con brusquedad del mentón. Parecía más bien un hombre revisando una cabeza de ganado que está punto de ir al matadero.
«Anna» contestó ella, a lo que Serge sólo asintió. La soltó de tal modo que incluso la empujó.
—Dos cosas –dijo sin ver a Bianca aunque se dirigió a ella, fijando sus ojos en Anna, una versión más joven de la primera. Que carecía precisamente de todo lo que le atraía de ella—, bueno, tres mejor dicho. Quiero que te quedes, quiero que veas, no tardaré. Esto va a ir sobre tu consciencia, Bianca, por querer engañarme. Y recuerda que contigo sería distinto —dejó las palabras regadas mientras seguía avanzando, acorralando a la chica y desabrochándose el cinturón de cuero. Las dejó como un rastro de una sangre que aún no se derramaba.
Entonces sonrió. Y en ese gesto dejó ver todas sus intenciones. El rostro otrora coqueto de Anna se tornó más dubitativo. Serge quería ver el horror en su mirada, pero sabía que no imponía mucho, característica que usaba a su favor. Un lobo con piel de cordero.
—Ven Anna –la llamó mientras asía el cinturón en la mano—, ¿te platicó tu jefa de a quién te estaba ofreciendo? ¿Te dijo las cosas que me gustan? —Su voz fue escalofriantemente dulce. Su risa volvió a llenar la habitación—. Bianca, por favor, ponte cómoda —anunció.
—Me gusta que griten —prosiguió en su discurso con ese tono casi manso—, que griten mi nombre, pero no de placer, sino pidiéndome que me detenga. Eso me produce placer a mí, lo que tú quieras o necesites no me importa. Eres una puta y te tocó la desgracia de ser la ofrenda de paz de su patrona —chasqueó la lengua.
Alzó la mano con el cinturón. Cuidó que la hebilla quedara en el extremo a modo de fusta.
—Te voy a castigar por parecerte tanto a ella –dijo el momento previo a cortar el aire con el cinturón y su mano. La pobre chica se agachó y se cubrió con ambas manos, con las palmas hacia el cielo. La risa de Serge era ensordecedora como un trallazo infernal. Se deleitó con la imagen de las manos que comenzaron a sangrar, pero apenas estaba comenzando.
Serge Auric- Humano Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 01/10/2015
Localización : París
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
Las puntualizaciones del joven descolocaron primero a Bianca que desconocía por completo las intenciones que tenía para con las dos féminas. No temía perder el control de la situación, primero porque era capaz de defenderse en caso de necesitarlo, ya fuera en su forma humana o cambiando a la animal si era preciso; y segundo porque tenía a dos hombres de seguridad apostados tras la puerta de la sala atentos a cualquier orden que estas les diera. Sin embargo, el escuálido muchacho tenía un lado oscuro, una parte de sí mismo que lograba hundir en el fango a quien contra él se oponía, maldad pura y ante eso todas las alertas de la patrona serían necesarias. Poco a poco fue comprendiendo el motivo de su angustia, supo que estaba jugando con él y con el deseo que despertaba en su cuerpo. Una parte de Serge deseaba poseer a Anna pero tan solo por su parecido con ella y esa delicada realidad -que no era Bianca- le consternaba más aún que no tener nada. Aquella joven que acababa de contratar pagaría todos los pesares que este quisiera, se había encargado de solicitar la búsqueda de una joven con clara semejanza a ella y sin familia. La cambiante había vivido demasiado como para valorar en demasía las vidas ajenas.
Con paso lento e incluso cadencioso avanzó por la sala hasta alcanzar el sofá de piel en el que acabó por sentarse sin dejar de evaluar lo que allí ocurría. Las palabras de Serge le recordaron a su propio veneno, a ese que recorría sus venas como serpiente que era. Era capaz de causar temor e incluso dolor tan solo con miradas y palabras, Bianca tenía que reconocer que eso lo valoraba. Entrecerró los ojos en dirección a la joven que ahora temblaba en mitad de la habitación, Anna sabía que si pedía irse de allí su vida acabaría tal y como había empezado, entre llantos. La posición agresiva de Serge con el cinturón en la mano ya no daba cabida a duda alguna sobre lo que allí iba a pasar y lo que seguramente él quería que pasara. Una mujer normal hubiera frenado aquello antes incluso de que empezara, hubiera protegido a la joven desvalida. Pero, ¿quién dijo que Bianca fuera una mujer al uso? El fin justificaba los medios, y Anna no significaba más que un medio para lograr un fin. Si Serge debía dañarla o desfigurarla para olvidar o superar la obsesión por ella, así sería.
Los golpes de Serge eran duros, sin piedad, y la hebilla no hacía sino machacar la piel blanquecina que no tardó en mancharse de sangre. -No grites-, lo dijo con calma, apenas levantando la voz, pero era una orden y Anna lo sabía. Sí, a él se gustaba que chillasen, que suplicaran piedad y no obtendría eso. Esbozó una liviana sonrisa en dirección a Serge, incluso sin ser ella con quien estaba jugando ganaría la partida. Su placer no estaría completo si la joven no acababa perdiendo toda la dignidad que tenía y Bianca sería capaz de matarla antes de que el deleite del hombre le hiciera correrse. -Tú decides si quieres correrte pudiendo mirarme a los ojos o si prefieres hacerlo en tu casa-, siseó dándole la opción de cambiar el plan que había ideado simplemente para molestarla. Muy probablemente incluso habiendo dicho eso prefiriera seguir con los golpes, pues en ese estado poco raciocinio podía quedar en su interior; pero jamás había estado tan cerca del sexo con ella. Estaban en la misma habitación, la tenía a escasos dos metros y una joven que se dejaría hacer hasta que este acabara en éxtasis.
Las lágrimas caían por el rostro de Anna que estaba aprovechando ese momento de pausa para tratar de adecentarse y limpiar las heridas y marcas de sangre de su cuerpo. No atreviéndose a ponerse en pie, logró sin embargo dejar de estar encogida en el suelo para acabar por ponerse de rodillas y alzar la mirada posiblemente rogando mentalmente que Serge cambiara de parecer y poder irse esa noche a dormir en vez de a la tumba. -En este lugar todo me pertenece. Poseo a Anna de la misma manera que tu placer. Ambas cosas van unidas esta noche, tú decides-. Si aquello no acababa funcionando, si Serge no cedía ante ella cavaría por denegarle la entrada al local. Era buen cliente, dejaba cantidades ingentes de dinero cada vez que atravesaba la puerta, pero no iba a permitirle esos juegos eternamente.
Con paso lento e incluso cadencioso avanzó por la sala hasta alcanzar el sofá de piel en el que acabó por sentarse sin dejar de evaluar lo que allí ocurría. Las palabras de Serge le recordaron a su propio veneno, a ese que recorría sus venas como serpiente que era. Era capaz de causar temor e incluso dolor tan solo con miradas y palabras, Bianca tenía que reconocer que eso lo valoraba. Entrecerró los ojos en dirección a la joven que ahora temblaba en mitad de la habitación, Anna sabía que si pedía irse de allí su vida acabaría tal y como había empezado, entre llantos. La posición agresiva de Serge con el cinturón en la mano ya no daba cabida a duda alguna sobre lo que allí iba a pasar y lo que seguramente él quería que pasara. Una mujer normal hubiera frenado aquello antes incluso de que empezara, hubiera protegido a la joven desvalida. Pero, ¿quién dijo que Bianca fuera una mujer al uso? El fin justificaba los medios, y Anna no significaba más que un medio para lograr un fin. Si Serge debía dañarla o desfigurarla para olvidar o superar la obsesión por ella, así sería.
Los golpes de Serge eran duros, sin piedad, y la hebilla no hacía sino machacar la piel blanquecina que no tardó en mancharse de sangre. -No grites-, lo dijo con calma, apenas levantando la voz, pero era una orden y Anna lo sabía. Sí, a él se gustaba que chillasen, que suplicaran piedad y no obtendría eso. Esbozó una liviana sonrisa en dirección a Serge, incluso sin ser ella con quien estaba jugando ganaría la partida. Su placer no estaría completo si la joven no acababa perdiendo toda la dignidad que tenía y Bianca sería capaz de matarla antes de que el deleite del hombre le hiciera correrse. -Tú decides si quieres correrte pudiendo mirarme a los ojos o si prefieres hacerlo en tu casa-, siseó dándole la opción de cambiar el plan que había ideado simplemente para molestarla. Muy probablemente incluso habiendo dicho eso prefiriera seguir con los golpes, pues en ese estado poco raciocinio podía quedar en su interior; pero jamás había estado tan cerca del sexo con ella. Estaban en la misma habitación, la tenía a escasos dos metros y una joven que se dejaría hacer hasta que este acabara en éxtasis.
Las lágrimas caían por el rostro de Anna que estaba aprovechando ese momento de pausa para tratar de adecentarse y limpiar las heridas y marcas de sangre de su cuerpo. No atreviéndose a ponerse en pie, logró sin embargo dejar de estar encogida en el suelo para acabar por ponerse de rodillas y alzar la mirada posiblemente rogando mentalmente que Serge cambiara de parecer y poder irse esa noche a dormir en vez de a la tumba. -En este lugar todo me pertenece. Poseo a Anna de la misma manera que tu placer. Ambas cosas van unidas esta noche, tú decides-. Si aquello no acababa funcionando, si Serge no cedía ante ella cavaría por denegarle la entrada al local. Era buen cliente, dejaba cantidades ingentes de dinero cada vez que atravesaba la puerta, pero no iba a permitirle esos juegos eternamente.
Bianca de Léance- Cambiante Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/08/2015
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
“If you think this has a happy ending, you haven't been paying attention.”
El asperjar de la sangre fue una visión. El aroma, el rojo mezclado con las lágrimas. Todo fue suficiente para sublimar al más joven de los Auric. ¿Quedaba duda de que el único destino que le deparaba era el de la inmortalidad? Una y otra vez Serge no dejaba lugar a dudas. Y una vez que el frío beso de la muerte lo condujera a la otredad, no habría peor martirio para la humanidad que su sola existencia. Fue a golpear una vez más cuando se detuvo ante las palabras de su anfitriona. Giró el rostro y la observó detenidamente, con una ceja arqueada y la boca torcida en una sonrisa demente.
—Oh, vamos Bianca —dijo como si cualquier cosa, como si se tratara de un diálogo amistoso no enmarcado por aquel sadismo—. ¿Me vas a quitar la satisfacción? —Movió el cuerpo para encarar a la dueña del lugar, antes pateando a Anna, aunque ésta no cayó como él esperaba. En el enjuto cuerpo de Serge ya quedaba evidente la satisfacción que la violencia le traía. Para él era más erótico el destruir a alguien que ver un cuerpo perfecto y desnudo. Suspiró, bajando los hombros y soltando el cinturón. Miró de soslayo a Anna, que seguía hincada junto a él.
—¿Qué juego estás jugando? Creí que esta ofrenda era símbolo de armisticio y de pronto ¿la defiendes? ¿Desde cuándo…? —Dejó inconclusa sus palabras, en cambio avanzó con paso resuelto, ignorando por completo a la chica que seguía llorando a sus pies. Caminó en dirección a Bianca con gesto decidido. La sangre comenzó a hervirle en un santiamén.
En dos movimientos rápidos y raudos, estuvo frente a ella, con la rodilla descasada sobre el sillón que la mujer ocupaba y con almas manos sosteniendo los brazos del mueble, de ese modo, quedaba peligrosamente cerca de esa presa tan esquiva, acorralándola; con el cabello cayéndole sobre el rostro y los ojos incendiados en rabia.
—Antes de que intentes hacer algo… —dijo entre dientes y se apresuró a tomar a Bianca por ambas muñecas con una fuerza que quizá incluso no correspondía a su complexión—. Dime qué pretendes. Entiende… me ves como un niño, pero no lo soy —pronunció aquello con furia desbordada, sin darse cuenta que esas mismas palabras lo condenaban; así sonaba como un chiquillo haciendo berrinche—. Si no me diste a esta pobre puta como oblación, ¿entonces qué demonios quieres? —La soltó de golpe. Serge era temperamental y quedaba evidenciado. Dio un par de pasos hacia atrás.
—No quieres ser tú, entonces deja que sea ella —miró fugazmente a la joven que ahora sólo hipaba, tratando de controlar el llanto—. A ti no te tocaría un pelo, ya te lo dije, pero esta pobre imitación es sólo eso. Puedo romperla si se me da la gana —volvió a patearla aprovechando un momento en el que Anna se destapó el rostro para ver a su verdugo. El tacón de su zapato se clavó en la cuenca del ojo y la tumbó hacía atrás. Dejaría un cardenal, sin duda alguna.
—Estoy harto de que impongas tus condiciones, ahora me toca a mí. ¿Cuánto quieres por ella? Te pago ahora mismo, en metálico y me la llevo, pero que su destino no te importe. Además… eso no será suficiente, tenlo por seguro. Mi meta eres tú, espero esta vez quede claro —alzó el mentón y miró directo a Bianca como un demonio que acaba de aparecer en medio del lugar entre volutas de humo. Un príncipe de espinas que quiere que su voluntad de haga sin más.
Podía estar en una posición desventajosa en ese instante, pero ¿qué era lo peor que podía suceder? Serge tenía más orgullo que ganas de descargarse en un burdel.
Serge Auric- Humano Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 01/10/2015
Localización : París
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
Lo divertido de todo aquello era que Serge estaba mareado. La mezcla de placer y rabia era tal que se había convertido en una bomba de relojería. La joven poco le importaba a Bianca más que para conseguir un único fin, librarse de la obsesión que el joven sentía por ella. Primero había sido la promesa de una ofrenda para él, luego la negación del placer. La mente del Auric iba a colapsar en algún momento con Bianca y ahí sería cuando ambos se vieran las caras, cuando se pusieran las cartas sobre la mesa y las verdades sustituyeran a los juegos. -Te voy a quitar todo lo que desees hasta que renuncies a mi -, dijo con la misma cordialidad fingida que había empleado él. Aquel joven delgaducho se había convertido en un tormento para la empresaria, una piedra en el zapato y era el momento de dar la vuelta a la situación. -¿Ves lo que consigues al enfadarme? - se retiró una onda de pelo del rostro para clavar su mirada en la ajena -podrías tener a la chica, podrías tener bebida, drogas y juego -, enumeró en un tono lento y cadencioso -y por tus ansias de poseer una sola cosa, vas a perder todo -.
Se recostó en el respaldo del asiento dejando que Serge se acomodara creyendo tener algo de control sobre aquella situación. Una sonora carcajada escapó de las fauces de la serpiente tan dolorosa para el muchacho como el peor de los venenos, su madurez había quedado evidenciada por su propio comentario y nada que dijera Bianca podría mejorar esa situación. Estaba cavando su propia tumba, no tenía control de sí mismo, se perdía entre deseos y caprichos, ataques de rabia e intentos de ostentar poder.
-Mi querido Serge… -, se levantó para caminar en su dirección hasta estar delante. Se detuvo cuando le asestó un nuevo golpe a Anna que gimoteaba sin descanso. -¡Cállate ya o cojo yo el cinturón! -, estalló cansada de sus continuas quejas. Bien, ahora que estaba todo en silencio recuperó la calma con la que hablaba a su acompañante. -Es un regalo para ti, haz lo que quieras con ella siempre y cuando sea para olvidarte de la mera idea de tenerme a mi. Mi meta es esa, espero esta vez quede claro -, repitió sus palabras mientras reordenaba el cabello ajeno que tenía despeinado por el frenesí de los golpes. Había sido paciente con él, mucho realmente, quizás porque era un cliente que dejaba cantidades ingentes de dinero cada noche en el club o quizás porque veía una maldad en el joven que le resultaba adictiva. Como jugar al gato y al ratón.
-Verás, expondré la situación desde mi humilde punto de vista - prosiguió. Ni el tono dulce empleado para dirigirse a él era sincero ni tampoco humilde su punto de vista. -Podría mandar que te mataran, nadie sabría qué pasó. Incluso podría asesinarte yo sin que siquiera te dieras cuenta -, de nuevo la mano atendió el rostro ajeno repasando sus facciones finas y marcadas. Los venenos que guardaba bajo llave ya le habían sacado de más de un aprieto y en el peor de los casos con transformarse en uno de sus animales valdría para mantenerle a raya, pero no era eso lo que deseaba. -¿Por qué me lo pones tan difícil? Al final consigues mi atención -, murmuró casi pegada a sus labios, dejando el aire chocar contra ellos y que sintiera el calor que emanaba su cuerpo. -Estoy aquí contigo en vez de atender a todos los hombres de ahí fuera - hizo un gesto rápido con la cabeza señalando la puerta de la sala donde se encontraban.
Se separó de él con rapidez caminando hasta dicha puerta y le sonrió desde allí. -Disfruta de la velada, cuando acabes da dos golpes en la puerta y ellos -, señaló a dos hombres de seguridad que estaban esperando al otro lado cuando abrió, -te abrirán gustosos y se ocuparán de lo que haya aquí dentro. Bonito pantalón… - se despidió con un guiño despiadado refiriéndose a la abultada entrepierna que exhibía.
Se recostó en el respaldo del asiento dejando que Serge se acomodara creyendo tener algo de control sobre aquella situación. Una sonora carcajada escapó de las fauces de la serpiente tan dolorosa para el muchacho como el peor de los venenos, su madurez había quedado evidenciada por su propio comentario y nada que dijera Bianca podría mejorar esa situación. Estaba cavando su propia tumba, no tenía control de sí mismo, se perdía entre deseos y caprichos, ataques de rabia e intentos de ostentar poder.
-Mi querido Serge… -, se levantó para caminar en su dirección hasta estar delante. Se detuvo cuando le asestó un nuevo golpe a Anna que gimoteaba sin descanso. -¡Cállate ya o cojo yo el cinturón! -, estalló cansada de sus continuas quejas. Bien, ahora que estaba todo en silencio recuperó la calma con la que hablaba a su acompañante. -Es un regalo para ti, haz lo que quieras con ella siempre y cuando sea para olvidarte de la mera idea de tenerme a mi. Mi meta es esa, espero esta vez quede claro -, repitió sus palabras mientras reordenaba el cabello ajeno que tenía despeinado por el frenesí de los golpes. Había sido paciente con él, mucho realmente, quizás porque era un cliente que dejaba cantidades ingentes de dinero cada noche en el club o quizás porque veía una maldad en el joven que le resultaba adictiva. Como jugar al gato y al ratón.
-Verás, expondré la situación desde mi humilde punto de vista - prosiguió. Ni el tono dulce empleado para dirigirse a él era sincero ni tampoco humilde su punto de vista. -Podría mandar que te mataran, nadie sabría qué pasó. Incluso podría asesinarte yo sin que siquiera te dieras cuenta -, de nuevo la mano atendió el rostro ajeno repasando sus facciones finas y marcadas. Los venenos que guardaba bajo llave ya le habían sacado de más de un aprieto y en el peor de los casos con transformarse en uno de sus animales valdría para mantenerle a raya, pero no era eso lo que deseaba. -¿Por qué me lo pones tan difícil? Al final consigues mi atención -, murmuró casi pegada a sus labios, dejando el aire chocar contra ellos y que sintiera el calor que emanaba su cuerpo. -Estoy aquí contigo en vez de atender a todos los hombres de ahí fuera - hizo un gesto rápido con la cabeza señalando la puerta de la sala donde se encontraban.
Se separó de él con rapidez caminando hasta dicha puerta y le sonrió desde allí. -Disfruta de la velada, cuando acabes da dos golpes en la puerta y ellos -, señaló a dos hombres de seguridad que estaban esperando al otro lado cuando abrió, -te abrirán gustosos y se ocuparán de lo que haya aquí dentro. Bonito pantalón… - se despidió con un guiño despiadado refiriéndose a la abultada entrepierna que exhibía.
Bianca de Léance- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 07/08/2015
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
“I don't feel guilty for anything. I feel sorry for people who feel guilt.”
― Ted Bundy
― Ted Bundy
Se movió, se alejó de Bianca lo suficiente y le dio la espalda. Se paró de nuevo junto a la chica que sangraba y lloraba. La miró con desdén y luego se giró hacia la otra mujer. Estiró el brazo y con él, uno de sus blancos dedos. La señaló como si la acusara de un crimen demasiado horrible como para describirlo con palabras.
—Voy a perderlo todo. O voy a ganar más. Muchas más —sentenció con voz rotunda y bajó el brazo. Sin aclarar a qué se refería porque era probable que a nada. Volvió a girarse para quedar de frente. Si fue a decir algo más, pronto se calló en cuando de Leánce se puso de pie. Por Lucifer en los infiernos, era hermosa y por algo se había vuelto su obsesión. No era sólo esa clara sensualidad, sino que exudaba algo misterioso y peligroso, algo demasiado atrayente para Serge.
Su rostro atento en la mujer sólo dibujó una sonrisa cuando ésta le espetó a la puta que no dejaba de llorar en el suelo, pero pronto desapareció. Clavó los ojos cerúleos en los ajenos y no dijo nada. Una y otra vez le había repetido que ninguna mujer lo iba a satisfacer si no era ella. Y lo había comprobado. Los apetitos de Serge eran descomunales para alguien tan joven.
—¿Acaso luzco como alguien que le teme a la muerte? —Fue su respuesta. Desquiciada, arrogante, como era él—. Estás aquí porque, aunque no lo admitas, te encanto —hizo amago de besarla, pero no consumó el acto. Como si amenazara con morderla y apenas rozara la piel con los finos labios.
Dio un paso hacia atrás y se quedó demasiado aturdido con las últimas palabras de la mujer. Como si la rabia y el deseo le hubieran arrancado la lengua de cuajo. Cuando Bianca se alejó, finalmente pudo reaccionar.
—Podría ser tuyo —espetó en un grito, llevándose la mano a su erección por encima del pantalón. Pero ya no importó. Se volteó a ver a Anna y le sonrió de tal manera que dejaba claro que él se lo pasaría muy bien y ella tal vez no tanto.
—Tú y yo nos vamos a divertir…
***
Fueron largos minutos, quizá horas incluso, en los que los gritos que provenían de aquella habitación desconcentraban a otros clientes y a otras prostitutas. Pero nadie se atrevió a abrir. Como Bianca le había dicho, una vez que hubo terminado, dio dos toques a la puerta.
La escena parecía sacada de un cuento de terror. Anna estaba tumbada en la cama, como una muñeca rota, desnuda y desgarrada. Tenía moretones, rasguños y mordidas; la boca, las muñecas y los tobillos estaban enrojecidos y había sangre por todo el cuerpo. Parecía muerta, pero un leve subir y bajar de su pecho indicaba que estaba viva, de milagro. Para cuando la puerta se abrió, Serge ya estaba casi terminando de vestirse. Su piel blanca se mantenía prístina, sin una sola marca.
—Te dije que lo que le hiciera a esta pobre chica iba a quedar sobre tu consciencia —dijo mientras se miraba al espejo para acomodarse la ropa y escuchaba cómo la puerta se abría—. Espero que estés contenta —se acomodó para poder ver hacia la entrada. Aunque su vestimenta estaba arrugada después de todo aquello, no dejaba de lucir como un príncipe, caprichoso, sádico y terrible.
Serge Auric- Humano Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 01/10/2015
Localización : París
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
Los dos hombres de seguridad avisaron a Bianca en cuanto Serge hubo finalizado con su entretenimiento particular. En un principio no pensaba regresar a la sala pero algo le debía que la situación que iba a encontrar allí requería su presencia. Sus empleados lidiaban con toda clase de situaciones a diario en aquel club, pero aquello iba a ser más intenso que de costumbre. Lo más sencillo es que la joven hubiera muerto, en cuyo caso la sacarían por la parte trasera y abandonarían el cuerpo en cualquier zona alejada o en el mismo Sena. En cierta manera la forma en que la cambiante regía ese local podía asemejarse a una mafia, ella era la cabeza pensante de todo aquel engranaje que sin ella se iría a pique con mayor rapidez que un barco de cáscara de nuez. Disculpándose con los hombres que en ese momento estaba atendiendo, puso rumbo a la puerta que le daba acceso a la sala privada. Su gesto apenas cambió cuando sus pasos se adentraron junto a Serge. Analizó cada recoveco del lugar, a él mismo y por supuesto a Anna. Serge, aunque claramente más relajado, seguía teniendo ese gesto de desasosiego e impaciencia que le caracterizaba, sonrió por ello.
Valoró las opciones que tenía respecto a la joven que yacía sobre la cama, curarla no era una opción dado su estado. Se gastaría una fortuna en recuperar quizás parte de su belleza y Serge no había pagado un solo franco por ella, era un lastre para Bianca. Ignorando por el momento al hombre que se jactaba del estado de la joven, caminó hasta posicionarse a su lado y advertir aún el terror en su mirada. -Pobre niña… -, retiró los mechones que se habían pegado a su frente por el sudor y acarició el anillo que llevaba en el dedo corazón de su diestra. Con una delicadeza descomunal giró la superficie de la joya dejando así a la vista el compartimento en el que tenía su propio veneno, veneno de áspid egipcia. Con tan solo verter esas gotas entre sus labios la había sentenciado a muerte. El veneno afectaba al sistema nervioso, deteniendo los impulsos nerviosos que se transmiten a los músculos, el corazón y los pulmones. Causando así su muerte por insuficiencia respiratoria en tan sólo 10 minutos.
Los dos golpes en la puerta se repitieron, esta vez dados por Bianca. Una vez tuvo ante ella a los dos gorilas señaló la cama con la mirada, -ya sabéis lo que tenéis que hacer. Esa chica nunca estuvo aquí, ¿está claro? -, tras la afirmación de ambos regresó su total atención a Serge. Era divertido ver sus cambios de expresión, como si cada paso que Bianca diera descolocara sus esquemas. Retiró con sumo cuidado, como si de su madre se tratara, los restos de carmín que aún lucía por la comisura de los labios, -no sé si voy a poder dormir hoy… ¿tú qué crees? -, La idea que el joven debía tener de ella distaba mucho -o al menos algo- de la realidad, si bien no era una mujer conocida por sus sutilezas y su vida casta y pura, nadie jamás la pudo acusar de crimen alguno; mientras que Serge acababa de presenciar un asesinato. El aspecto de Serge era más que decente por lo que no tendría que molestarse en entregarle otros ropajes para evitar los murmullos cuando saliera de la habitación. La sangre nunca era un buen aliciente salvo que se hablara de vampiros -a los que se atendía en otra parte del local, ajenos a todos los humanos- o de subastas de vírgenes. Los hombres eran tan simples, tan predecibles… que con tan solo anunciar la llegada de una joven pura al local, se vaciaban los bolsillos con tal de poder ser los primeros en desflorarla.
Tomó del brazo al joven y caminó con él hacia los pasillos por donde paseaban el resto de clientes con una o varias putas comiéndole la boca y metiendo mano a su cartera. -¡Nuestro amigo Serge ha matado de placer a una de las chicas! - Exclamó levantando la mano del joven en el aire como signo de victoria, una mirada ladina se cruzó con rapidez con la de él antes de continuar hablando a los presentes, -¿quién más puede presumir de lo mismo? Las chicas están deseando que las hagáis rozar el paraíso… o el infierno -, prosiguió cual vendedora ambulante. Pero en este caso, la belleza innata de Bianca, su manera de moverse y sus palabras actuaban como un veneno afrodisiaco que calaba en lo más hondo de los hombres. -¡A por ellas, enseñadlas cuán grande es vuestra virilidad! - Aquello hizo que todos rugieran de deseo y orgullo y Bianca riera junto al más joven de todos los presentes.
Valoró las opciones que tenía respecto a la joven que yacía sobre la cama, curarla no era una opción dado su estado. Se gastaría una fortuna en recuperar quizás parte de su belleza y Serge no había pagado un solo franco por ella, era un lastre para Bianca. Ignorando por el momento al hombre que se jactaba del estado de la joven, caminó hasta posicionarse a su lado y advertir aún el terror en su mirada. -Pobre niña… -, retiró los mechones que se habían pegado a su frente por el sudor y acarició el anillo que llevaba en el dedo corazón de su diestra. Con una delicadeza descomunal giró la superficie de la joya dejando así a la vista el compartimento en el que tenía su propio veneno, veneno de áspid egipcia. Con tan solo verter esas gotas entre sus labios la había sentenciado a muerte. El veneno afectaba al sistema nervioso, deteniendo los impulsos nerviosos que se transmiten a los músculos, el corazón y los pulmones. Causando así su muerte por insuficiencia respiratoria en tan sólo 10 minutos.
Los dos golpes en la puerta se repitieron, esta vez dados por Bianca. Una vez tuvo ante ella a los dos gorilas señaló la cama con la mirada, -ya sabéis lo que tenéis que hacer. Esa chica nunca estuvo aquí, ¿está claro? -, tras la afirmación de ambos regresó su total atención a Serge. Era divertido ver sus cambios de expresión, como si cada paso que Bianca diera descolocara sus esquemas. Retiró con sumo cuidado, como si de su madre se tratara, los restos de carmín que aún lucía por la comisura de los labios, -no sé si voy a poder dormir hoy… ¿tú qué crees? -, La idea que el joven debía tener de ella distaba mucho -o al menos algo- de la realidad, si bien no era una mujer conocida por sus sutilezas y su vida casta y pura, nadie jamás la pudo acusar de crimen alguno; mientras que Serge acababa de presenciar un asesinato. El aspecto de Serge era más que decente por lo que no tendría que molestarse en entregarle otros ropajes para evitar los murmullos cuando saliera de la habitación. La sangre nunca era un buen aliciente salvo que se hablara de vampiros -a los que se atendía en otra parte del local, ajenos a todos los humanos- o de subastas de vírgenes. Los hombres eran tan simples, tan predecibles… que con tan solo anunciar la llegada de una joven pura al local, se vaciaban los bolsillos con tal de poder ser los primeros en desflorarla.
Tomó del brazo al joven y caminó con él hacia los pasillos por donde paseaban el resto de clientes con una o varias putas comiéndole la boca y metiendo mano a su cartera. -¡Nuestro amigo Serge ha matado de placer a una de las chicas! - Exclamó levantando la mano del joven en el aire como signo de victoria, una mirada ladina se cruzó con rapidez con la de él antes de continuar hablando a los presentes, -¿quién más puede presumir de lo mismo? Las chicas están deseando que las hagáis rozar el paraíso… o el infierno -, prosiguió cual vendedora ambulante. Pero en este caso, la belleza innata de Bianca, su manera de moverse y sus palabras actuaban como un veneno afrodisiaco que calaba en lo más hondo de los hombres. -¡A por ellas, enseñadlas cuán grande es vuestra virilidad! - Aquello hizo que todos rugieran de deseo y orgullo y Bianca riera junto al más joven de todos los presentes.
Bianca de Léance- Cambiante Clase Alta
- Mensajes : 53
Fecha de inscripción : 07/08/2015
Re: Les Fleurs Du Mal → Privado
“I had these obsessive desires and thoughts wanting to control them, to–I don't know how to put it–possess them permanently.”
— Jeffrey Dahmer
— Jeffrey Dahmer
La escena que ante sus ojos se dibujaba le pareció lo mismo intrigante que seductora. No era idiota, aunque Bianca quisiera creerlo y se dio cuenta de lo suficiente como para saber qué sucedía. No se sintió horrorizado, sólo un poco decepcionado. Había dejado a la puta con vida adrede, para molestar a la dueña del local, porque al parecer esa era su dinámica. Una lucha de poder en la que él estaba en clara desventaja y aun así, imprudente como era, le gustaba aventarse al ruedo vestido de rojo. No obstante, ella había decidido terminar con el sufrimiento de la mujer que yacía en la cama y eso era algo aburrido. Terminó de abrocharse los puños de la camisa cuando Bianca estuvo frente a él, limpiándole el rostro. Con ojos más bien ausentes, Serge se dejó hacer.
—Era la idea, madeimoselle de Léance —apoderarse de sus sueños, tornarlos pesadillas. Rompió el gesto impertérrito con una sonrisa de lado. Un gesto satisfecho, ya fuera por sus actos esa noche, por el destino de la mujerzuela o por los comentarios de Bianca. Por todo o por nada. Porque joder, Serge no necesitaba motivos para absolutamente nada. Destruir por destruir era su única motivación. Eso y alcanzar la inmortalidad. En ese instante, mirando a la mujer que tanto lo obsesionaba, se prometió hacerle una visita, la primera, en cuanto recibiera el beso de la eternidad.
Se dejó guiar sin decir mucho más a partir de ese momento. Sólo soslayaba a su anfitriona de vez en cuando. Esa puesta en escena ya no le estaba gustando, pero guardó silencio. Alzó el puño cuando ella lo levantó como si fuera el vencedor de una pelea pugilística. Incluso sonrió como si en verdad fuera un campeón. Cuando al fin ella hubo terminado esa farsa, se volteó violentamente y la tomó de la misma mano que antes estuvo asida a su brazo.
—Se te olvida que no soy una de tus putas, deja de ofertarme como tal —espetó al fin y apretó la muñeca ajena con una fuerza que sólo el diablo sabía de dónde provenía, pues no correspondía al enjuto muchacho—. ¿Sabes…? Ya me estoy arrepintiendo de las promesas que hice antes. Esas de que nunca te haría daño… —apretaba y apretaba cada vez con más saña—, puedo llevarte al paraíso, no tienes una maldita idea y después a un infierno peor que al que hice padecer a tu tonta ofrenda de paz —al fin la soltó, aventando la mano ajena.
—Vendré, no dejaré de hacerlo, hasta que seas mía y me ruegues misericordia —la señaló, agitando el dedo índice en el aire—. Sabes que no son amenazas vacías… —su voz se fue suavizando conforme fue hablando y estiró una mano para acariciar una de las mejillas de Bianca con una ternura y delicadeza que se confrontaba con sus aciagas palabras. Más que una amenaza, era el vaticinio de algo horrible que está por suceder.
—Gracias por la noche. Tus trabajadoras se quedarán con las ganas de mi presencia, pero créeme, tú no. Esa chica pesará sobre tu consciencia y yo seré el demonio que descanse sobre tu pecho y no te deje dormir, ni respirar, pero tampoco despertar —hizo una ligera reverencia con la cabeza y después, tuvo el descaro de alcanzar la mano que antes lastimó, para depositar un beso en el dorso—. Como siempre Bianca, un placer hacer negocios contigo —no cabía duda alguna, Serge era volátil como pólvora y voluble como el clima. Eso era lo que lo hacía tan peligroso. Era impredecible y cuando quería, se lo llevaba todo entre las patas, como un estampida de bestias que surgen del infierno.
Off: Creo que podemos cerrar, si te parece bien.
Serge Auric- Humano Clase Alta
- Mensajes : 88
Fecha de inscripción : 01/10/2015
Localización : París
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