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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Piero D'Páramo Jue Dic 03, 2015 11:32 pm

Monstruos entre nosotros
La hora del juicio ha sonado…La daga fue volteada.
Caso de herejía.

¡Ah! ¡Al fin! Soldados alrededor y a su frente el inquisidor con su hereje.  ¿Cuánto terror habrá en el mundo? Demasiado…Aquel dia, era  el dia de la ira, donde los siglos serán reducidos en cenizas como habían profetizado, de que el juez vendría a exigir cuentas, rigurosamente. Ese dictador era Piero. Y se notó cuando este llego con la hereje, exhibiéndola al mundo, al traerla encadenada hasta los adentros de la corte. Ya era momento de poner un orden, amaestrar con la boca la verdad que se debe de dar al pueblo, que cada individuo que vaya en contra de la casa de Dios, serían atrapados.  Así la trompeta fue tocada, esparciendo su sonido admirable por los sepultos de todos los reinos, que teman porque la fe siempre estará presente, y esta los castigara donde quieran que estén. Ya que todos se habían reunido ante este juicio, frente a la imagen del señor donde no hay muerte, sino vida plena, no hay rarezas sino la misma naturaleza que les ayudará a resucitar para responder ante el verdadero juez: Dios.

…Todos miraban con asombro a los que recién se adentraban, Piero advirtió que llegaría con el demonio atado para ser destruido. Y así como juro que la atraparía, su promesa la llevo a cabo, Aquel demonio no era menos que Abigail, la monstruosa mujer que cayó en las manos del inquisidor, ¿Cómo fue esto posible? Una trampa, se ejecutó un plan para que ella sola cayera, se usó su propia debilidad en su contra, ¿Que debilidad? El pecado en el que más se ha sumergido, y que por ello, es que fue fácil atraparla más si ocasionó lucha. Notándose en sus vestimentas manchadas de mugre y sangre, así como sus manos, ¡Qué valor! Guarda en sus palmas, estas a causa de la cuerda gruesa se hallaban marcadas de aberturas espantosas, púes su presa fue sujetada tanto de ambos tobillos como al unir las manos sobre esas muñecas.

Y de esa manera se postra, hincándose ante su superior sin soltar al reo.

—Mi señor, aquí les traigo al soberbio demonio en persona, su cuerpo se hace confeso de ser: una amante de la lujuria, una vil serpiente avariciosa que se ha atrevido a jugar con la ira a través de sus infames deseos tras cada pecado expuesto y cometido con gula severa. ¡Ella es el mismo diablo! El mal lo está usando a su favor y esto es imperdonable. Además, ha cometido parricidio. ¡Exijo que se le castigue! No solo que se le excomulgue, merece  más que el paraíso denegado. ¡Que arda en el fuego!

Su fuerza habló en aquel momento, el tablero del juego era ese, aunque los casilleros parecían blancos y rojos, las piezas, diferentes. No son humanas pero tienen vida. El invitado era ella, en este juicio. Su juicio. Nada se podía esconder, todo era mostrado y el castigo será conforme al pecado cometido. ¡Nada quedará impune! ¿Que podrá decir la hereje? ¿A qué demonio acudirá esta vez para su salvación? Ya no estaba segura, porque ni a los justos se les asegura.

—¡Soldado! No hable más. Esta es una equivocación, ¿Cómo se atreve a juzgarla? No caiga en el pecado de la traición, ni en el veneno del diablo. Ella es la sucesora del cargo, a ella, a quien osa juzgar de parricidio. ¿Por qué debería cometer tal homicidio? Si su lugar era seguro para este reino.

Molestia era lo que recorría por todo el cuerpo del inquisidor, pero no debía entrometer sus evocaciones, estaba en lucha con ella. Y todos comenzaron a dar maldiciones y oraciones que pudieran proteger el recinto, mas su sorpresa fue otra. Fue atacado, en vez de ella… ¿Desde cuando comenzaron a dejar de escuchar las palabras del soldado? Las respuestas se hallaban en el frente, ella es la culpable. Debía pagar por ello.

— Mi señor, sostengo mis palabras, mi único deber es limpiar lo impuro, no ponga en duda mi palabra, no desconfié de este siervo…

Se inclinó, procesando la situación, algo estaban ocultando, algo más sucedía en aquel lugar. Pues, ¿Qué era lo que estaban planeando? La sucesora del cargo, ¿Que burla era aquella? En verdad, ¿Permitirian que asumiera el cargo que su padre dejo? ¿Permitirían que asumiera el cargo que su padre dejo? Y el cual, ella mató. ¡Sin duda alguna!...Y fue que se dio cuenta que la lucha será en el centro del tablero, ni a los exteriores, ni a una altura promedio. Justo comenzó a razonar y es que vio el punto a donde querían ir, que si era enemigo, ella misma los llevaría a la captura de su especie. Pero era un peligroso juego. Ser como un escarabajo para el Leviatán, una jugada brillante, que será válida, y obedecerá Piero a pesar de que en ese juicio quedo en duda. Se intercambió la jugada, esta vez cayó un peón.


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Mensaje por Invitado Lun Dic 28, 2015 7:09 am

Esta vez me habían atrapado con las manos en la masa. Literalmente: en la masa sanguinolenta que había vuelto al cadáver del hombre al que había asesinado para volverlo irreconocible y que todos pensaran que ese ser, sacado del Sena y devorado parcialmente por las fieras, era mi padre y que yo lo había encontrado. Gregory había desaparecido hacía ya algún tiempo y todos se preguntaban dónde estaba; todos, claro, salvo yo, que sabía que lo había asesinado, y salvo mi primo River Alexander, aunque él no tenía ningún peso en la Inquisición gracias a mí y mi influencia en la institución. Aunque al principio todos habían pensado que estaba en una misión secreta, un rumor difundido por mí, pronto empezó a haber otros que me señalaban como la culpable de la desaparición del viejo sin corazón al que yo había eliminado porque nuestra rivalidad era considerablemente célebre dentro de los muros de la podrida Iglesia. Y aunque otros rumores, igualmente ciertos, me daban absolutamente igual, ese no lo hacía porque suponía una acusación directa contra mí de la que muchos, todos de hecho, me veían capaz. Era demasiado certero, igual porque era cierto, que yo había tenido algo que ver en su partida, y cuando los rumores empezaban a ser intensos y la gente se ponía nerviosa, lo siguiente en ocurrir era que empezaban a rodar cabezas... justo como yo había hecho rodar la de Gregory. Como a mí me gustaba tener mi cabeza en su sitio, opté por idear un plan que supusiera eximirme de culpa, pero en la Inquisición debían de conocerme mejor de lo que pensaba, porque justo cuando recuperé el cuerpo un soldado se abalanzó sobre mí y me atrapó antes de que pudiera, siquiera, defenderme y explicarme con las mentiras que tan bien preparadas tenía.

Y todo ello me llevó a la situación en la que estaba, arrastrada por D’Páramo como si fuera un animal salvaje, manchada de la sangre de un hombre que yo sabía que era un condenado a muerte y no merecía estar vivo porque de hecho ya lo habían casi ejecutado antes de que yo llegara, y siendo acusada de zorra parricida. ¡Demonios, qué horrible era que tuvieran razón...! Pero, claro, que todos supieran que lo era y que me había encargado de aniquilar a Gregory Zarkozi no significaba que fueran a admitirlo en voz alta ante un tribunal, y mucho menos siendo tratada como si fuera basura, algo que se estaba convirtiendo en un insulto demasiado recurrente para lo que me gustaría. Para no darle el gusto al inquisidor que me había acusado, permanecí estirada y bien digna ante las acusaciones que soltó, y no pude evitar sonreír cuando el tribunal (obviamente) me exculpó de todo crimen y, sorpresa, me designó sucesora de Gregory. ¿De verdad le sorprendía a alguien de los presentes...? Era evidente que el puesto libre me correspondía a mí, especialmente cuando era la zorra manipuladora por la que todos me tenían, y si D’Páramo quería seguir con sus acusaciones le invitaba a que siguiera haciéndolo si le apetecía, pero no le consentiría que me volviera a atrapar. Por eso, dediqué una compungida mueca al tribunal al tiempo que extendía las manos encadenadas para que las abrieran, y ellos ordenaron al inquisidor que me soltara, aunque me prohibieron marcharme por si acaso hasta que la situación estuviera completamente controlada. Típico... Pronto empezaría la burocracia lenta y anquilosada que tanto detestaba, pero al menos me habían quitado las cadenas y me pude quitar parte de la mugre que tenían mis ropas, aún apestosas del río y la sangre seca.

– ¡Parricidio! Esta acusación sin la menor de las pruebas me resulta reprobable. Lo que D’Páramo considera que es un delito ha sido únicamente la ruptura de mi corazón, pues creo haber encontrado a mi padre... a Gregory... asesinado en el lecho del río. Me encontraba intentando identificarlo cuando él se ha abalanzado sobre mí para detenerme, y creo que hasta debo agradecérselo porque yo... yo no...

En el momento adecuado y con la sinceridad justa, me eché a llorar con la habilidad suficiente para sollozar de la más pura pena que, supuestamente, debería consumirme por la muerte de mi padre. La mayor ventaja con la que contaba, aparte del hecho de que por ser condenada mis estándares no eran los mismos que los del resto, es que era una mujer... Una mujer que casi todos los presentes consideraban proclive a achaques y arranques de tristeza sin ningún tipo de motivación. Las lágrimas por la muerte de un padre entraban exactamente en la categoría de actos que ellos consideraban propios de una mujer, y el hecho de que pronto apartara las manos de mi cara y mis ojos continuaran vidriosos y húmedos, aunque las lágrimas hubieran parado, entraba dentro de lo que ellos consideraban propio de una inquisidora. La mezcla fue tan perfecta que la pena que se reflejó en los ojos de los habitualmente duros inquisidores, al menos durante un instante, fue absolutamente real, tanto como no lo había sido la mía. Pero no ayudaba a mi causa que me pusiera a saltar de alegría por la muerte de un monstruo mortal y humano, ¿no...? Evidentemente sería la reacción más sincera, pero no la que se esperaba de una hija que había perdido a su padre y debía sobrellevarlo, por lo que me incorporé de nuevo e intenté poner una expresión de entereza al tiempo que me secaba las lágrimas con el dorso de las manos sucias, aún. Después me estremecí, aunque eso sí que fue sincero por la risa que estaba conteniéndome de forma maestra, y dirigí la mirada al inquisidor que quedaría como mi segundo... y que desconfiaba de mí exactamente tanto como yo de él, especialmente después de haber intentado capturarme.

– No deseo que el puesto se me otorgue como consecuencia de la muerte de mi padre... Pero es mi responsabilidad y como tal la acepto.
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Mensaje por Piero D'Páramo Mar Ene 12, 2016 12:40 pm

Mentiras, todo eran falacias en esa corte, las palabras, las acciones, los gestos, todo. Hasta los ojos sepultaban los engaños. Sí, falló, hincado el siervo con el atentado del mérito proceso, indicio y sospecha que resultaban contra lo estipulado, debían condenar a la hereje, que sea condenada a cuestión de tormento, en el cual deben mandar esté y persevere por tanto tiempo que fuere para que en ella, diga la verdad de lo que está testificado y acusado; con protestación que si en el dicho tormento muriere, o fuere lisiada, o se siguiere efusión de sangre, o mutilación de miembros, sea a su culpa y cargo y no a la inquisición, por no haber querido decir la verdad. Y por esta única sentencia que quiso el inquisidor, se quedó con solo una resolución, y con su exhibición al arrastrarla, que muy pronto perdió su encanto.

Toda investigación quedó en nulidad, fue ordenado a castigar a la que no debía de ser llamada hija. D’Páramo sabía que no era el único en querer esa sentencia, pero más adelante tendrá que averiguar. Esta vez dieron oportunidad de defenderse la víctima, cosa que jamás se hacía, hasta ahora que tenía que resolver esos cabos sueltos, el por qué dudaron de él. O, ¿Qué motivo se escondía en ello? Ya que algo era seguro, su mentor sabía la verdad, por ello su misión era capturarla.

...Con aquella sonrisa del hereje, era un cumplido que se befa de la prudencia del brujo y del juicio de los hombres presentes, mostrando su irrisoria condición, convirtiéndose en aliado y juguete en la corte, esa derrota, provocada por los engaños de ella, queriendo evitar el veredicto, pero cumplirá como se le está demandando. Prepara su caída en ella, cuyos finales son la desesperada y lúcida aceptación de la trampa que es lo que sigue. D’Páramo tiene que ir más allá, a un más allá, núcleo de la posición, en donde, no sometido a determinación, pura disponibilidad, pone en acto su potencia de rebelión contra cualquier fuerza ciega, mediante el simple ejercicio de la verdad.

Así, decretado a soltar al rehén, con el golpe de que ella era su superior. La liberó, pero juró en un murmullo que ese no sería el final. Y de nuevo, su mirada se enfocó a su señor.

—Mi señor, usted que me ha instruido, ha visto mi fe defensora, que no he dado motivos para que duden de mi palabra. Siempre he estado en el lado de la justicia divina. ¿Por qué he de traicionar mi enseñanza? Sí todo lo que soy se lo debo a sus sabios consejos. — Llamó a la quietud, elevando el brazo de manera que su puño se cerró y se situó en el pecho.

— ¿Desde cuándo las pruebas han sido solicitadas? Como fieles siervos, nuestra palabra no es de dudar. Lo mismo ha sucedido que a quien, porque le amenaza una fiera, la despierta; que a quien, temiendo a perder su fe, la desnuda sin mancharse las manos. No es necesario que derramen lágrimas, aquel que ha perdido a un ser querido, ni las lágrimas salen, su dolor se guarda y perseveran en una frialdad. Más, ¿Qué es lo que vemos aquí? Una burla… Ella habla de identificar el cuerpo, pero, nunca hizo eso...

— ¡SOLDADO! ¡Guarde silencio! Una queja más y será retirado de la corte. Deberá ir al confesionario, pedir por que no siga en el camino de la insolencia. Se exonera de la culpa, de cualquier sospecha y debe mostrar sus respetos. Ella a partir de este momento será su superior. Este caso se da por finalizado, cumpla con su deber y en cuanto termine lo espero para su sanción.

Calló, no le daban la oportunidad de defender su decisión. De manera, miro a su oponente, aceptándola como su superior al dar la reverencia, templado será como una espada fina, donde no será vencido con injusticia, no acude a un sentimiento erróneo, con prudencia y estrategia, la atrapara en el siguiente acto. Porque un hereje siempre será toda su vida. Y ahí estará el inquisidor para atraparla.

Sin más, demostró sus "respetos" mientras que los presentes se levantaban para retirarse. —Me presento ante usted, soy Piero D’Páramo de la fracción I, su mano derecha...


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Mensaje por Invitado Jue Feb 11, 2016 6:21 am

Mi recién fallecido (bueno, no recién pero casi) padre me había enseñado mucho... En cuanto a aguantar torturas, dolor y traiciones se refiere, claro. La mayoría de esas torturas venían de él, para aprender de primera mano hasta qué punto jamás debe confiarse en la familia excepto si se trata de alguien a quien le debes tú algo; en eso, podía afirmarlo con rotundidad, estaba maravillosamente bien entrenada. Algo que, no obstante, jamás me había enseñado era qué hacer cuando te ascienden en la Inquisición y quien se supone que va a ser tu otra mitad, por supuesto de la forma menos romántica posible, anhela tu puesto y matarte a la primera de cambio. ¡Qué excitante situación! Porque la idea de que mi mano derecha fuera a acudir a mi cuello a partírmelo en vez de a mi cuerpo para acariciármelo con lascivia era un cambio interesante dentro del nido de víboras que era la Santa Inquisición de la que ambos formábamos parte. La realidad era que, incluso mientras él presentaba su alegato desesperado contra mí y la decisión de exonerarme en base a un supuesto (e inexistente) amor a Gregory, yo no le quitaba ojo de encima, con una curiosidad exorbitante, probablemente porque él quería matarme y era evidente hasta para el observador casual que pasara por allí. ¿Sería creyente, en serio? Eso sí que era una excepción en el seno del Santo Oficio... Y, por supuesto, me había tocado a mí tolerarlo, controlarlo y acogerlo bajo mi seno como mi mano derecha, incluso si, siendo absolutamente fiel a la verdad, era él quien había tenido que aceptarme como su líder sin posibilidad de rechazarlo en ningún momento. Qué dura era la vida... La suya, al menos. La mía, desde el momento en que él se presentó, parecía que iba a ser interesantemente más difícil que antes.

– Mi mano derecha traviesa por lo que veo, Monsieur D’Páramo. Traviesa y un tanto insubordinada, además... Pero creo que podría ser capaz de perdonároslo, como buena líder. Abigail Solange Zarkozi, antiguamente perteneciente a los soldados, después a los espías, y finalmente aquí de nuevo.

Resumí mi historial con una sonrisa creciente en los labios ante la variedad que había sufrido mi carrera eclesiástica, motivada por una necesidad creciente de enfrentarme al hombre al que, finalmente, había podido asesinar. Cuando las circunstancias habían requerido que fuera un simple soldado de a pie lo había sido; cuando había sido más necesario que me ocultara, me había convertido en espía; ahora que, finalmente, él ya no se encontraba, adquiría mi puesto como líder de los soldados, el que me pertenecía por derecho. Pues, y eso toda la Inquisición lo sabía, ¿qué mejor soldado había que yo? Casi ningún inquisidor me superaba a la hora de asesinar vampiros, que era la especie a la que más me gustaba eliminar del mapa; no había ser más dedicado que yo a una cruzada en la que ni siquiera creía, en parte porque el único ser humano por el que sentía amor se encontraba dentro de la misma institución que yo. En cuanto a mis actuaciones, nadie tenía por qué acusarme de nada, y en cuanto a mis pensamientos, bueno... Se encontraban a buen recaudo dentro de mi cabeza, en la completa soledad tan similar a la de Piero y yo porque nos habían dejado a solas para que nos conociéramos y él me diera la disculpa que me debía por su comportamiento. Una disculpa que yo imaginaba que no llegaría, pero que tampoco estaba esperando: él no iba a cambiar de idea ni a abandonar un hecho que efectivamente era cierto, aunque careciera de pruebas más allá de la sospecha, y yo no iba a salir de mi posición de acusada falsamente e indignada por ello. Ni siquiera si me divertía su actitud o me fascinaba su comportamiento, tan contrario al de otros inquisidores con los que había trabajado anteriormente.

– Te seré franca, Piero, y voy a tutearte porque estoy en posición de hacerlo. Ahora soy tu líder, y no pienso tolerar insubordinaciones como esta que has intentado hacer. Te recomendaría buscar pruebas antes de acusarme de nada que no puedes demostrar más allá del vox populi, y si las consigues... Bien, entonces aceptaré las consecuencias. Pero no olvides quién es el líder aquí, soldado, porque no eres tú.
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Mensaje por Piero D'Páramo Dom Mar 06, 2016 9:26 pm

Enemigos que dependen uno del otro, ella tenía la soga que sostenía el cuello de Páramo, y él la sombra en la que comenzará a convertirse para ella. Ambos, frente a frente, al fin, solos. De cara contra su líder, un oponente, y un hereje más. Caminando muy cerca de ella, pues están en el mismo camino, el hombre obligado a realizar un constante esfuerzo de renuncia y de adaptación, claramente hipócrita, para ocupar su puesto, y procurarse el anonimato jerárquico. Y todo por su mentor.

Su carácter de polemista incurable, lo doblega ante la peor de las mujeres, o ¿Acaso era una mujer? No, era, es una bestia... con la contumacia de la hereje relapsa a la búsqueda constante de la provocación de los flujos discursivos más arriesgados, con lo cual sacrificaba, en la mayoría de su caso, el prestigio de su moral. Porque al ver bajado la cabeza ante quien no tiene la razón, despierta el demonio que se sepulta en su interior. Herejes como ellos, le obligan a vestir de atuendos bestiales, no adornos, sino de la misma carne de la que están hechos, pues para atraparlos era convertirse en uno de ellos. No pensar como un demonio, sino serlo. Y que la mejor manera era ser uno, para interpretarlo y ser prendido.

Más su calma se refleja, obligado al acto de permanecer callado, bien se ve que son de deidades diferentes.

—Señora, mi deber es cumplir con lo que se me demanda, más ¿Cómo esperaba que un cordero sirva al lobo? Pero, como su mano derecha, siempre estaré ahí, cuidando de usted, si he de quemarme, lo hare, y más que eso, seré su sombra. Como un fiel soldado que soy...

Hablo como si ya estuviera dentro del infierno, rodeado del fuego, metido en esas llamas pecaminosas, como si estuviera desnudo y descalzo frente a ella, pisando las brasas al rojo vivo, pero que jamás abandonará su legado. Entre tanto horror de este siglo, el canto del alma se convence de que todo es peor. Pues herido y sangrando, callo en medio del desastre. Advirtiendo, de que le servirá pero cuidara de sus pasos, para que al primer error, caiga.

Y comenzó al fin el demonio a sentirse poderosa, por lo que solo prestó oídos, ¿Qué más podía hacer?...Nada, simplemente mirarle fijamente. Era inevitable sentir el deseo de aniquilar.

—Tengo un corazón dócil, pues yo seré ese hombre que atraviesa a cualquiera para mirarle a los ojos, oler su piel, y respirar profundamente para que me tenga siempre presente, hasta adentrarme dentro de usted, hasta tocar sus huesos y recuerde que más que un soldado, soy el protector de esta inquisición. Soy un subordinado de ella, y más que eso, diría yo. Pero así como se me demando servir sus pasos, eso hare. Aunque la próxima vez tendré pruebas, y espero que no se olvide de ello, mi señora. Y como ha dicho, soy solo un soldado más que está a su disposición.

Y fue que con su astucia miro, presintiendo como su sangre roja se torna caliente, asumiendo la potencia de la gran batalla que tendrá. Pues es dañino los aullidos de ese lobo, y sus colmillos no le son de temor. Se la jugaría por su fe, lo daría todo como siempre.


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Mensaje por Invitado Dom Mar 27, 2016 8:36 am

¿Así que si había de quemarse, se quemaría? Oh, bien, al menos aceptaba su destino... Hasta si él ignoraba que eso sucedería en caso de que se atreviera a traicionarme y a meterme en un aprieto como el casi auto de fe en el que me había visto envuelta por su culpa. De haber sido una mujer cualquiera, proveniente del estrato más bajo del pueblo llano, mi destino habría sido claramente arder en la hoguera como la bruja hereje y parricida que él me había acusado de ser. Para su desgracia, sin embargo, yo no era ninguna mujer del populacho: yo era una aristócrata, educada desde la cuna para ser inquisidora, con una de las familias más poderosas dentro del Santo Oficio y una capacidad natural para mentir y doblar las circunstancias ante mi voluntad. Así había sucedido con el asesinato de Gregory, de quien únicamente una persona sabía algo con absoluta certeza, y de él me ocuparía a su debido tiempo; así sucedería, a continuación, con todo lo demás. Su ambición por mi puesto no tenía ni punto de comparación con la mía por conseguir alzarme como líder y cerrarles la boca a todos aquellos que habían dudado de mí y de mis capacidades en alguna ocasión. Incluso si se iba a convertir en mi sombra y me iba a achuchar hasta que me atrapara en flagrante delito, e incluso si me había advertido de que la siguiente ocasión no sería tan beneficiosa para mí porque me atraparía, yo sonreí con la certeza de quien escucha amenazas vacías de un, no obstante, muy válido rival. Aunque confiara en mis capacidades para mantenerme sana y salva de sus bravatas, no debía dejar de vigilar mis espaldas, no fuera a acusarme también de no devolverle el cuchillo que él planeaba clavarme entre los dos omoplatos, justo en la espalda, de la forma más trapera posible.

– Tal vez yo sea el lobo, ahí no has estado particularmente original, pero ninguno de nosotros es un corderito, D’Páramo, eso jamás lo olvides. Jamás olvidaré que la próxima vez intentarás tener pruebas, por eso mismo me guardaré muy mucho de dejarlas. Ahora, sígueme.

La orden fue rápida, pero no tanto como mi sonrisa orgullosa y el gesto de mis talones dando un giro y comenzando la marcha a través de los pasillos del Vaticano, a donde nos habíamos debido dirigir para mi casi condena. Aunque me había criado en París durante toda mi vida, las visitas que había realizado a aquel palacio pontificio se me habían grabado a fuego en la mente antes incluso de que el mordisco del lobo se me hubiera marcado en la piel, durante la fatídica noche donde mi maldición se había convertido en bendición. Como consecuencia, me movía por allí como Pedro por su casa, una comparación particularmente apropiada cuando, al llegar frente a una estatua de San Pedro, accioné una palanca oculta que Gregory me había enseñado hacía unos años, atemorizándome con la posibilidad de acabar allí si desobedecía sus órdenes, aunque nunca había llegado a hacerlo. Pudrirme en la cárcel, digo, no desobedecerlo; eso por descontado lo había hecho millones de veces durante toda mi vida. En cualquier caso, cuando la puerta secreta se abrió me adentré allí, perfectamente consciente de que Piero me estaba siguiendo por los angostos pasillos que nos condujeron a las celdas de los condenados que estaban a la espera de confesar o de que alguien les arrancara la confesión a golpes. Entre ellos, por supuesto, había mis favoritos: vampiros, en aquel caso un aquelarre traído directamente desde el reino de Francia y que, en cuanto me olieron, sisearon y empezaron a lanzar maldiciones contra mí y mi naturaleza. Ay, si ellos supieran lo que disfrutaría haciéndoselo pagar... pero, por desgracia, no lo haría. No yo.

– Bien, si vas a ser mi mano derecha, debo saber qué tal te comportas. Nunca hemos coincidido en ninguna misión, así que esta va a ser tu prueba ante mí. A estos seres que tienes delante se les acusa, tal y como está indicado en el pergamino que tienes delante, del asesinato de docenas de niños inocentes. Alegan que la sangre sabe mejor en criaturas que no han pasado los cinco años, especialmente si ya han sido bautizados. También se les acusa de invocar a Satanás con la sangre y de revolcarse en ella; por supuesto, ellos no han dicho ni una palabra. Encárgate de que lo hagan para que podamos juzgarlos. Y, sí, es una orden.
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Mensaje por Piero D'Páramo Dom Mayo 01, 2016 1:53 pm

Ha construido el camino más peligroso y el peor de todos los obstáculos dados. Aquí están en prueba la capacidad y, habilidades del inquisidor. Con la absoluta idea de que si tendría que engañar a uno, lo haría con todos. Más seria fiel para quien ahora es su máxima admiración; El padre.

La misión comenzó a dar hincapié. ¡Que dios lo guarde en su paraíso! Jugar con la apariencia y la verdad, la manipulación de esta. Estando el aviso, porque advertencia no era comparada con las que ofrece el brujo. A pesar del testimonio y el análisis de los delitos, el conflicto entre el juicio y la culpa, el enfrentamiento entre el poder y la fe que comenzó tras seguir a su líder… Hablando de cordero sin nombres, ni identidades, un cordero imaginario que ahora mismo podría quizás vislumbrarse. Le viene a contrapelo atenerse al mandato de una ordenanza que autoriza aceptación de cualquier índole. Siguiendo unos pasos precisos a través del pasadizo. ¿Que estaba planeando? …Seguía, hasta quedar frente a la imagen de “San Pedro”. En total silencio, no se sorprende de la puerta secreta a la que fue expuesto. Conocía muy bien aquel lugar, puesto que una noche fue sometido a un interrogatorio, pues era un hereje más ante la vista de sus señores, y en la mañana después de varios días, hasta semanas, terminó siendo lo que es ahora. Así como estaba consciente de que hay muchas otras puertas más ocultas, y esto era a base de que los merecedores, tenían su propio espacio para trabajar, o celdas especializadas. Como en su pasado, había sido manchado el sello de la purificación mental, que todas esas remembranzas vinieron a él. Pero que jamás afectaron su estado, o postura. Se mantenía fiel a la fe nacida. Más su aura le da un sobre aviso, energías poderosas se acumulaban en ese hoyo. Las mismas sensaciones de cuando se enfrenta a sobrenaturales y empezó a comprender el asunto.

Adentrándose al lugar, disfruto de las habladurías, de las grotescas palabras de los herejes, estudiando a cada uno con la mirada desde que pudo visualizarlos. Y ahí estaba la especie que más destruye. A la que con un goce inexplicable aniquila y genera armas destructoras para su exterminación. Y no eran más que simples vampiros, así como su inmortalidad es solo un mito. Los condenados comenzaban a ser un agradable espacio por sus injurias, y en cuanto a la orden. Se sometió a ella. Tomo el pergamino, desplegándolo, comenzó a leer una vez concluida las palabras de la señora. Inclinó la cabeza, sin un gesto exteriorizado. Su dureza nunca se perdía de ese rostro, tan indiferente que por dentro una burla emprende. — Como ordene, mi señora.

Había inclinado la cabeza, forjando una subida de mano en el pergamino para enrollarlo de manera ágil y posarlo en el mismo sitio. Mirando a los que iba a interrogar. Y así es como comenzó a desandar su labor. Una bestialidad pura. Ni su carácter, ni su oficio admiten un error. — ¿Juráis in verbo sacerdotis decir la verdad a los que se os pregunte? …— Marca una pausa solemne y finalmente recalca en voz alzada, como haría un Mefistófeles en presencia del condenado. ¿Os aceptas haber cometido actos crueles a los niños bautizados, probar de la carne de cristo y hacer sacrificios en nombre de ellos?.—Mantenían silencio los reos con entereza, y sin mediar nuevos dimes, toma a uno y es llevado a una roldana, con los brazos cruzados a su espalda para que músculos y fibras se partan dejando tres chasquidos en el aire antes de que por su boca afloren los primeros baladros de dolor. Así, cubriendo la testera y diríase que pertenecen a otro cuerpo, tal es la dislocación que sufre el desgraciado. Luego el suplicio no le descepa más sonido que unas vagas alicantinas…Volviendo a realizar la misma pregunta. Pero esta vez al que tortura.

A punto crudo, el sayón suelta la maroma que al pronto vuelve a sujetar para que todo el peso del torturado oprima por segunda vez las heridas abiertas y las cárdenas carnes de quien se descoyunta. Herir una y otra vez, hacer el proceso lento hasta que los miembros se descoloquen. Su regeneración tardaba, y eso probo, cuanto más soportaría, ya que llegaba el punto de que estas no sanaban y era crucial.

—Soy inocente, ellos, ellos lo hicieron, ¡Piedad! Yo, por el recuerdo de mis hijos, y solo la evocación de esos pobres niños, es mi impulso de mis palabras, creedme…—Pero no basta para conmover al impasible.
—Un torturado a modo de sentencia es un hombre sin lengua. El ya hablo cuanto debía.—Y añade ante los reos que, más les vale no resistirse a cascar, pues el tiempo tendrían que ser mudos instintivos, o de nula voluntad, y su obligación, fue más allá de castigar. Se acercó con las pinzas, deteniendo la roldana, haciendo que abriera la boca, que al ver su lengua, la atrapa con el instrumento y tras jalar, se la corta.

—Conozco a muchos y todos así se mudan después de haber sido blandos de boca. Y a los inocentes los mató Herodes. —se burla.

Miro a los otros, dispuesto a dar otros tres trampazos, de garrucha antes de romper su cerrazón. Pero este grita. Ya sin lengua alguna, pareciendo implorar piedad. Prefiriendo estar muerto antes de continuar con la tortura. Ya que era conocido D’Páramo por sus condenas grotescas que siempre los lleva a hablar. Y así era como sucedía. Así el que comenzó a ser el sayón, no prestó atención a su líder, se enfoca en sus reos.

Abandonado al de sin lengua. Ese ya no tenía más que decir. Sin embargo, su regla es no mancharse de esas porquerías. Por lo que con una elegancia realiza su trabajo, tomando al siguiente prisionero que lo lleva a la cuna de judas, atando sus piernas a esta, colocando la punta a la base de su ano.

— Contesta a la pregunta que se te formuló hace ya demasiado tiempo, ¿Aceptas haber cometido actos crueles a los niños bautizados, probar de la carne de cristo y hacer sacrificios en nombre de ellos?

No había otra opción que declarar su culpabilidad aquellos que lo han cometido, y para aquellos inocentes solo han de pagar el mal que forjaron con presenciar el delito, y ahora escuchará al testimonio.


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Mensaje por Invitado Mar Jun 14, 2016 3:51 pm

Hacer daño a vampiros estaba tan grabado a fuego en mi naturaleza como transformarme cada luna llena en un monstruo sediento de sangre que decían que se daba un aire a un lobo, aunque hubiera visto los suficientes para saber que todo parecido era pura coincidencia. Lo único que teníamos en común aquellas sanguijuelas y yo era la capacidad de derramar sangre hasta que fluyera como el río Sena, e incluso ahí terminaban todas nuestras semejanzas, puesto que ellos lo hacían para alargar una vida maldita y apestosa y yo lo hacía para acabar con la suya: nada más. Nunca mataba inocentes, pese a mis muchos pecados y al resto de encargos que me mandaba realizar el Santo Oficio; jamás terminaba con la vida de alguien que no lo mereciera, y en el caso de los vampiros, a eso difícilmente se le podía llamar, siquiera, vida. Por eso ellos eran los que siempre elegía para volcar mi sed de sangre; por eso y porque eran los mayores encargos que solía ofrecer la Inquisición, y en una época en la que había estado necesitada de labrarme un nombre y conseguir encargos y poder, la desesperación me había llevado a matar a tantas sanguijuelas que ya podía hacerlo hasta con los ojos cerrados. De hecho, me conocía el procedimiento casi mejor que mi propio nombre, y no había prueba mejor para un inquisidor que estaría a mi cargo que demostrarme hasta qué punto era un bastardo retorcido capaz de cualquier cosa o si sólo era apariencia. Por lo que había podido comprobar, Piero entraba dentro de la primera categoría sin ningún tipo de duda, mas quería comprobar por mí misma hasta dónde llegaba su crueldad para estar preparada para el momento en que intentaría clavarme una estaca de plata en la espalda para acabar con mi vida, igual que acabaría con la de aquellos vampiros.

– Eres efectivo, de eso no hay ninguna duda. Tu reputación está basada en hechos reales, a juzgar por lo que estoy viendo: eres exactamente el soldado que creía que serías y que he estado comprobando que eres. Sin embargo, debo avisarte: no te lo tomes como un halago, porque no lo es.

Con las manos metidas en los bolsillos, me acerqué hasta el ser sin lengua que, patéticamente, había dejado allí tirado como si fuera una prenda de ropa agujereada y rota. La comparación resultaba apropiada, pues el vampiro ya no podría ser de uso para nadie, y mucho menos para sí mismo, pero ocupaba un espacio que otro reo necesitaría en un futuro, pues la rueda de la Inquisición jamás dejaba de girar, impulsada por aquellos que nos dedicábamos a cumplir órdenes de supuestos santos infalibles. Y cualquiera le discutía a los eclesiásticos todo el tema de la infalibilidad papal... como si no fuera un humano exactamente igual que el resto y no pudiera cometer los mismos errores que hasta el más experimentado de los inquisidores cometía. Así lo había hecho Piero, pecando de un orgullo que era capital para un creyente, así que por eso mismo a mí me daba bastante igual caer en él a menudo, e incluso revolcarme entre sus brazos. Lo mismo hacía con el resto de los pecados capitales, especialmente la lujuria, pero el orgullo era de los más recurrentes en mi persona, y no podía renunciar a él porque mi padre, Gregory Zarkozi, insigne inquisidor emérito, me lo había inculcado a fuego. ¿No decían que quien a lo suyo se parece honra merece? Nadie podía echarme en cara mi arrogancia, incluso cuando era una mujer quien la profesara, porque era la herencia que me había tocado, nada más; no podía renunciar a ella, y muy probablemente no lo haría nunca. Me puse en cuclillas frente al vampiro, que aunque hizo un gesto de asco por captar mi olor, enseguida me miró con desesperación absoluta, presa de un dolor que no era capaz de imaginar, aunque pudiera llegar a otros semejantes en ocasiones.

– ¿Qué eres, un niño mimado? ¿Crees que va a venir un sirviente detrás de ti a limpiar tus desastres? Si tiras algo que está roto, asegúrate de deshacerte por completo de ese algo para no estorbar ni a los demás ni a ti mismo. De lo contrario, puede que incluso te perjudique.

Le reprendí con calma, mirando al vampiro y a él alternativamente, y cuando terminé me estiré para coger una de las estacas que había esparcidas por allí y se la clavé al ser directamente en el corazón. Podía extenderme en su sufrimiento, no clavársela bien para que las costillas me impidieran destrozárselo y el sufrimiento por tenerla a medias lo matara, pero ni siquiera yo era tan cruel... sin motivo. Y si bien los vampiros aquellos me daban auténtico asco, se trataba de enseñarle una lección a D’Páramo de que no dejara vivos a seres que quieren vengarse, algo que yo había aprendido desde el momento en que mi propio padre me había arruinado la vida. ¿Había algo más cruel que eso, más allá de todas las torturas que pudiéramos infligirles a unos chupasangres que habían destrozado niños inocentes? Poco se me ocurría. Y junto a mis pensamientos, sacándome precisamente de ellos, uno de los vampiros a los que no había torturado aún Piero se rió por el hecho de que lo reprendiera delante de ellos, una falta de respeto que no le iba a tolerar a ningún no muerto. Me incorporé rápidamente, me dirigí hasta la cuna en la que Piero lo había colocado y, sin dejarlo reaccionar, fui yo la que lo accioné para que el dolor repentino de la salvaje violación le borrara la sonrisa del rostro por completo. Sin inmutarme por sus quejidos, abandoné la máquina para que el inquisidor volviera a ocuparse de la víctima, que empezó a declarar con voz afectada todos los pecados que había cometido y que, por una vez, no estaba exagerando por la tortura, sino que yo sabía de buena tinta que eran ciertos y que la sangre de los niños le manchaba las manos, literalmente casi.

– Y sobre decirlo, pero siempre debes dejar claro quién manda. Una cosa es ser cruel, Piero, y dejar sufriendo; otra distinta es ser predecible. No lo seas. Ahora, haz que lo confiese todo.
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Mensaje por Piero D'Páramo Miér Jul 13, 2016 12:01 am

Veglia…
Si el condenado dispuesto está a dormir o reposar el cuerpo, este caerá sobre la punta de la pirámide.

El hierro y la sangre, los lamentos y las declaraciones...Todo se prolongaba en esas cuatro paredes. La roldana fue la primera quien sometió a juzgar. Y entre mas era girada, más la verdad se gritaba. Porqué no es un dolor gratificante; el que disloquen poco a poco hasta desmembrar, y peor, sin regeneramiento, era crucial y letal. Esto es lo que es tortura, para que se graven que no es un juego, ni que será del modo aceptable para sus reos. Los sometía a solo seguir la realidad, la absoluta verdad. Aunque, había niveles para reconocer cuándo es que siguen mintiendo para salvarse del dolor, hasta cuando realmente se llega a la verdad. Y el de sin lengua, claramente era el penúltimo nivel, aún faltaba algo por descubrir, por ello lo abandonó, para que meditara, para que le dijera la verdad con solo sus irises.

Sin distracción a los cumplidos de su señora, sólo podía enarcar la ceja, ya que así como su arrogancia tenía, ella no era tan distinta a sus presos. Podía seguir mintiendo, buscar la manera de joderlo, y esto a base de encontrar errores. Ya que se encuentran en constante lucha. Por lo que no ejecutaba su labor para satisfacerla, sino, para satisfacerse a sí mismo, esto era y es D’Páramo. Un soldado que con su vestimenta, exige respeto y lealtad. No para él, porque todos podrán hacerlo sin que lo deseen, sino para quien está en los cielos, esperando los juicios finales.

Así, seguía esta vez, la cuna de judas. Ya estaba colgando al preso, dejando escasa distancia de la cola del animal hacia la extremidad de la pirámide puntiaguda. Pero algo, muy pronto lo desconcertó unas preguntas, su voz que en sus tímpanos molesta, ensucian…

Desviando la mirada hacia el acto de la señora. Y la fulmino, le ofendió con haber atravesado el trozo de madera. — ¡No! ¿Parezco acaso un niño mimado? Si fuese tal motivo. Entonces, créame que hubiera ganado el juicio. Pero está aquí, interfiriendo en mi labor, contradiciendo su mando, o, ¿Acaso no me ha ordenado que confiesen? Solo debía pedir explicación, no debió de matarlo. No soy como muchos aquí, no empleó la misma tortura a los presos que se encuentren en este lugar. No me estorbaba, ya he inspeccionado mi área de campo. Y le pidió que jamás vuelva a interrumpir mi interrogatorio.

Un enojo, disgusto, repugnancia cuando tocaron su trabajo. ¡Nadie, absolutamente nadie! Podían interferir en su labor, este proceso es denominado para el dictador, para el inquisidor. Era una maldita ofensa que tocara su campo de trabajo y ya su proceso quedó manchado. Bien debería de entender que cada quien tiene su forma de trabajar, y ella, no debía interferir.

D’ Páramo siempre gozaba de la pulcra refinidad que se debe de respetar en el área de trabajo, podrá ser su jefe, pero como toda regla entre los inquisidores, nadie se metía con el método de cada uno. A menos que hayan ofendido las bases que se establecen. Y claramente Piero, no hizo tal fechoría. Pero seguía interfiriendo...

— Señora con todo respeto, si una sonrisa merece la liberación de la tortura, entonces, ¿Porque siguen presos los condenados? Todos aquí pueden interpretar los deseos, hasta él, creyó que caería en sus mentiras, porque eso es lo que hicieron con usted. Buscan la manera de provocar para que se les de la muerte y cese la tortura.

Negó, mirando las palmas de sus manos, era la primera vez que se ensuciaba, —y no porque haya manchas, o rastros de sangre, ya que estas no había ni una sola gota, sino porque su método no fue el perfecto—

— Seguiré con mi trabajo…—Fueron sus últimas palabras, ya que era bien claro que aquella no lo conocía, Piero siempre era difícil de entender. Jamás era predecible, por lo que llegó a la cuerda, bajando de esta de un tirón, lo suficiente para que el reo sintiera el filo en su ano.

Grito como la bestia que era. Estaba poniendo el orden el inquisidor, que le iba a arrebatar las palabras con dolor, para que la jefa fuese callada. Ya era demasiado para seguir escuchándola.

— Empieza a confesar, ¿Aceptas haber cometido actos crueles a los niños bautizados, profanar de la carne de cristo y hacer sacrificios en nombre de ellos?.— Furioso, mantenía sujetando la cuerda por los movimientos bruscos que el inmortal realizaba con desesperación.

— Sí, sí, fuimos nosotros, sí. ¡Yo lo hice! —con un martirio grito el penado. Efusivo actuaba, describiendo de sus ojos un llanto sangriento.

— ¿Quien ordenó estos sacrilegios? Dime nombres, jerarquías. ¡Dime tu cargo! —Alzó la voz, tirando de la cuerda poco a poco. Y este solo brama, suplicando que lo alcen.

— No lo volveré a repetir, ¡Habla! … Y decirme ¿Qué tuvo que ver Jeremías? …¡¿Fue verdad su confesión?¡ — Interroga, exige la verdad de quien ya había fallecido en manos de la líder. Y de nuevo de sus manos se fue resbalando lentamente la cuerda.

— ¡Hablaré, diré todo...! si, si, fue cierto. Yo, yo, lo ordeno Maximinie. Él, él, lo ordeno... Jeremías, Jeremías era solo el padre de los niños que tomamos. —Con dificultad hablaba, parecía ser que la congoja le entumeció. — Yo solo debía atraparlos, yo solo los robe…

Qué pena que ninguno podría salir con vida, si al inocente que no cometió mal alguno, sino solo el deber de un padre; de cuidar de sus hijos hasta el último momento. Termino muerto. Ahora, ¿Qué les podría suceder a ellos? Quienes cometieron atrocidades en nombre del señor.

Y sin más, soltó la cuerda, destrozando el ano y parte de sus genitales, el ultimo sonido emanado de su boca fue imposible de escuchar, se cansó de gritar que ahora el peor momento, un pequeño quejido ahogo. Y aún no moría, pero pronto lo haría. Solo era cuestión de tiempo, ya que la perdida de la sangre, más el dolor y aumentando que no han sido alimentados. Su muerte seria acelerada y que escultura formada, profanando su ano con los pies alzados, y su cabeza mirando hacia el suelo.

Demostrando que no siempre se tendrá la razón a su líder, que habrá momentos de dudas y ahí, es donde su mano derecha la atrapara. —Ve, porque motivo lo he abandonado. No debemos juzgar por lo que se ve. Y eso me lo enseño el padre.

Y su falange se alzo, moviendolo en dirección de los demás, apuntando hacia quien sera el siguiente. —Usted dígame, ¿Quien desea que sea el siguiente? ...

¿Por que lo dejo en sus manos? Era una práctica, quería ver si escogería a la mente maestra del acto, o a un simple peón.


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Mensaje por Invitado Miér Jul 27, 2016 1:38 pm

Los insultos se le escapaban de la boca como si fueran víboras, que él enviaba directamente a morderme para ver si así me destrozaban con su veneno; el siguiente paso solamente podía ser que enviara a las constrictoras para que estrujaran mi cuerpo, mi garganta y mi columna, de modo que muriera y le cediera el puesto que realmente quería. En lo que Piero se equivocaba, sin embargo, era en el enfoque: me habían insultado, vejado, golpeado y humillado desde que era una niña, desde antes incluso de sangrar por primera vez. Salvo violarme, y eso únicamente porque yo no lo habría permitido, me habían castigado de todas las formas posibles, y las ofensas verbales eran sólo la punta del iceberg al que yo estaba acostumbrada a subirme a diario sin siquiera sentir el frío en las manos. Si realmente quería que yo lo escuchara, y eso parecía, debía optar por otro método, y no obstante había elegido algo tan pueril como soltar basura por la boca, refutando así su propio testimonio de que no era un niño. ¡Y un cuerno! Un adulto no se ofendería por mis comentarios, y mucho menos cuando ese adulto era su superior; un adulto sabe cuál es su lugar, y sabe cuáles son las luchas que debe tomar y las que no. Con su reacción simplemente demostraba que por muchas cosas que les hubieran enseñado a los de su calaña, encajar los golpes con entereza no era algo que lo caracterizara, y mucho menos tratar con respeto a un enemigo, pues por mucho que éste se deteste, y yo del tema sabía bastante, las burlas deben ser respetuosas, eso cuando menos. ¿Él? Ni siquiera a los reos a los que ponía por encima de los otros por la menor gravedad de sus pecados era capaz de respetarlos lo mínimo, lo suficiente para darles una muerte rápida cuando ya habían confesado todo lo que era posible que confesaran.

– Puedo escribir cinco Biblias con lo que es un buen padre, D’Páramo, y te aseguro que ese tiene de patriarca honrado lo mismo que yo de monja, y como sabrás eso es muy poco. ¿O acaso no te fascinan tanto los rumores que es lo único que sabes usar para enfrentarme? Como si no fuera mi pan de todos los días... Te recomiendo que mejores tu repertorio si realmente quieres insultarme u ofenderme: con semejante debilidad, no lo vas a conseguir.

Con un tono leve, ligero y despreocupado, las críticas que volqué sobre él cogieron forma mientras yo, ajena por completo al espectáculo de vísceras y sangre que había tenido lugar frente a mí (sorpresa: asesinar a sangre fría al padre de una consigue reforzar el estómago tanto que algunas cosas acaban por ni siquiera impresionar), comencé a recorrer la habitación. La principal ventaja de mi naturaleza era que en una sala llena de vampiros, todos reaccionaban visceralmente contra mi presencia y mi aroma, especialmente si me acercaba mucho a ellos: el silencio pasó a estar lleno de bufidos, gruñidos y amenazas, incluso dentelladas de colmillos que amenazaban con destrozarme como, estaba segura, Piero también deseaba que me sucediera, cuanto antes mejor a poder ser. Qué consuelo sería para él tener algo en común con aquellas bestias... Además, no contentos con demostrar que los animales salvajes no éramos nosotros, sino los que estaban atrapados, la visión de la sangre y de las vísceras que habían sido derramadas en la habitación los enaltecieron, haciendo que se mostraran mucho más ansiosos y hambrientos que hasta aquel momento. Dos de los presentes reaccionaron a tiempo, se frenaron para no demostrar que la sangre de otro vampiro era un afrodisiaco para sus gargantas secas y debilitadas a más no poder, pero el resto de ellos no se resistieron, que continuaron luchando contra sus ataduras para intentar beber de la sangre sucia del suelo aún más mugriento. Ellos dos, evidentemente, eran los que habían servido de carne de cañón y no se habían encargado de pensar ningún plan elaborado, pues si carecían de tal autocontrol habrían sido realmente incapaces de planear a largo plazo, al menos lo suficiente para llevar a cabo el secuestro de las criaturas de cuyo asesinato se habían encargado, los habíamos acusado y habían confesado ser responsables.

– Evidentemente, sin siquiera pensar sabemos ambos que el cabecilla es uno de estos dos, y que son lo suficientemente fríos para que no les importe en absoluto lo que les pase al resto. En vez de elegir yo, serás tú quien me diga a quién debemos elegir, ¿no crees? Por mucho que me detestes, debo conocer cómo piensas, D’Páramo, y aunque tenga mis opiniones, ¿por qué no saber las tuyas? Dime, ¿es mejor empezar a sacrificar el ganado o a los cabecillas que los controlan?
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Mensaje por Piero D'Páramo Sáb Ago 27, 2016 10:32 pm

Era bien claro que en ese hoyo, los ideales eran totalmente diferentes, que por muy que deban tener semejanza por la clase de trabajo, en nada existía, había una infinidad de métodos, y cabe la redundancia que Piero no seguía los establecidos, se salía del contexto, y sabía con exactitud cómo ejecutarlos. Pues en nada es compasivo, y ni en nada otorgaba una muerte rápida, porque ahí no es un velorio al cual dejar descansar en paz al imputado, no, era algo más que un matadero, un punto de encuentro por cada tortura, así el inquisidor, formula su pliego a la auténtica congoja. Y era algo que jamás comprendería su jefa. Ella con solo la muerte venidera, piensa que es el final. Y es algo vago para la mente de Piero, a él le enseñaron que entre más bajos se ejecutaban, provocan más a los reos, a la cabecilla de dicha organización, el ir descifrando las actuaciones de cada uno, el llegar hasta la cima del mayor convicto ya con la información necesaria de cómo actúa, cómo piensa, cómo se desenvuelve para así, darle lo que menos se espera, y no aquello que en su mente vaga por haber idealizado dicho plan. Porque eso era lo que estudiaba Piero, meterse a grandes mentes criminalísticas y sentenciarlos a la peor muerte. El ya conocerlos con libertad y hacer que el daño se les devolviera. Por lo que no se ponía a discutir con su mayor, ya sabía su lugar, pero como han dicho, hasta al peor enemigo se le debe respeto. Pero que no se confunda, porque al parecer la jefa aun no entendía eso. Y con la sensatez, se enfocó en su labor, no dejó que sus palabras le provocaran. Había un punto de ebullición al cual Piero solo se mantenía, ya era hora de ser firme y obedecer las órdenes de su mentor, porque eso es el respeto. —Mi señora, por favor, no deje que mi advertencia le haga perder el fin por el que nos encomendaron, usted como mi jefa, y yo como su mano derecha. Ya haga a un lado ese asunto, porque no he buscado humillarla o insultarla, solo defiendo mi campo de trabajo, y mi manera de ejercerlo.—Era demasiado friolento en cuanto a las réplicas. No le importaban los reos en absoluto, el sí fueron los responsables o no, se enfoca en el pecado, en el sistema inquisitorial. Por lo que eran de sobras las palabras, más si las escuchaba para dejarlas ir del otro lado. La iba conociendo, y eso era mejor, para poder atraparla. Por lo que a los rumores, bien sabía que no daba lugar, la vio en el acto y el resultado es lo que cuenta.

Como los bramidos de los vampiros, sus deseos afloran y no eran llamativos para el brujo, al contrario, les hacía notarse débiles, encarando su necesidad por la sangre, pero sólo uno permanecía con la misma postura, el rostro inexpresivo, e inmóvil, era con quien observaba en cada reacción Piero por los demás, ese era el que le interesaba, y gracias a su magia negra, sabía que él era el peor de todos y por ende, la cabeza principal. No hacía falta que la sangre hiciera relucir al mayor rango. Y sí que disfrutaba Piero, las mentes como esa, eran de su privilegio. Pero entre miradas, no iba a elegir al mero, eso era lo que esperaba el, porque desde un principio sabía que eso quería. Y no se lo iba a ceder. Por lo que sonrió, dedicando esa burla a su superior y luego al mayor de los vampiros en cuanto al nivel de participación. Se iba acercando, haciendo un reflejo de que lo iba a escoger, más no fue así, tironeo de los cabellos al que tanto se aferraba a alcanzar la sangre. No le importaba que tan débiles parecían, ni si estaba en lo correcto. Era su juego, un propio placer como el de las vísceras en el suelo, como la sangre atrayendo a los vampiros, y como a ella, que goza de su poder. Así era esto de claro.

Y con el martillo, dio un golpe en su rodilla, crucial. Hacía que se callaran todos, y que solo al torturado sus gritos se oyeran. Pero miraba al otro, que no se aplacaba, se aferraba a la sangre derramada, y entre los dos comenzó a presionar, mientras ya había dado un martillazo en la rodilla, al otro del otro lado se la dio, a ver quién más podía gritar. — Será muy rápido por lo que veo, he elegido a estos dos, y ambos me deben responder con las mismas respuestas, serán concretas. —si uno no llevaba la congruencia, el martillazo seria. Un juego que de brujos aprendió, si ambos decían lo mismo, es que de la verdad se trataba, pero sabía que eran vampiros, y sus poderes de esos dos era en la mente, cada uno poseía la telepatía, que el juego era ir en contra de la rapidez de sus traspasos. Le gustaban los retos, por eso es que se divertía y a su vez, aprendía el inquisidor. — ¿Cuando, donde y con quien cometieron el hecho?, — mirando a uno y después del otro, eran preguntas que ya se sabían, pero debía empezar con la sencillez, hasta elevar la dificultad. — ¿cuántos niños han sido víctimas de sus actos? …. ¿cuantos participaron en el atentado? Decirme nombres y rangos de cada uno… —comenzaban a flaquear las bocas, uno se atrasaba y hacía que se perdiera la tonada, y mirando a su mayor, negó, el error fue que en los rangos se confundieron, limitándose de información. Y el último que faltaba, y el que era el cabeza, rió, no de manera grotesca, se reservaba a pesar de ello, pero su labio se curvó y ahí lo capto. Había jugado con cada uno, manipulado hasta al primero quien murió, conocía de sus habilidades, ya comienza a buscar su crucial final. —Lastima, esperaba más tiempo para esto.—el truak, directo al cráneo martilló, estrujando los huesos, para que no fuesen solo caricias como bien definen, era lo peor, y del otro, en el pecho azotó, tomando a ambos como insectos, los arrastraba hacia la trituradora. Ni una pizca de mancha, y la sangre salpicada hacia el suelo fue a dar.

Era un acercamiento entre Piero y quien callado permanencia, se acercaba a él de esa manera que al final habló por sí solo. — Muchos como nosotros comenzamos con el mismo deseo que posees, no hay diferencia entre bestias, solo existen y son auténticas cada una, y ustedes, son iguales no solo a quienes ejecutaron, sino, a los que han sido capaces de condenarse. — Mirando de pies a cabeza a su faltante y más valioso preso. — Hay diferencias, muy simples de ver, que aquí hay tres distintas, mas solo una ha de morir hoy con la confesión correcta.

—Ya has armado el rompecabezas, diste en el punto fijo, pero, ¿qué tienes preparado para mí? Estoy muy impaciente por conocerlo, ya que, he cumplido con mi objetivo, y nadie eso me lo quitara. Como has descubierto, nadie actúa por sí solo. Y ustedes deben aprender eso… —se dirige a Piero, le daba la oportunidad de conocerlo. — Los peores monstruos, son aquellos que sabiendo las consecuencias deciden cometerlo, cumpliendo su objetivo que lo que sobra ya no es nada… él esperó su muerte desde que finalizó con los niños, quedó asqueado que ahora, solo espera la muerte. Entonces, ¿qué piensa de ello, mi señora? A este punto quería llegar, pero ya ha dicho todo lo que tenía que decir, ya no sirve, y merece la muerte. —finalizó con ironía, recitando la habladuría de hace rato por parte de ella. Más fue por la doncella de hierro … para brindarle un castigo para él, de los peores, para otros del mejor.


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Mensaje por Invitado Lun Ago 29, 2016 2:39 pm

Piero D’Páramo era la clase de hombre que portaba la humanidad como máscara para ocultar a una bestia, que se escondía en la necesidad de juzgar al pecado para cometer otros más grandes, que veía la paja en el ojo ajeno e ignoraba la viga en el propio. D’Páramo, mi mano derecha a regañadientes, era la mano del Diablo, que si me descuidaba subiría hasta mi cuello para ahorcarme cuando durmiera con la justificación de que yo era una vulgar pecadora y él simplemente se encargaba de cumplir las órdenes de la Inquisición, de la Iglesia, de su Dios, de quien fuera, poco importaba. Piero era un hombre que se llamaba hombre por costumbre, porque no tenía nada de humano; era una serpiente fría y calculadora, orgullosa y autosuficiente, consciente de su fuerza e inconsciente de su debilidad, que en su frontal oposición a mí y a mi posición había mostrado sus cartas tanto o más que lo que yo había podido llegar a hacerlo. Él era mi verdadero enemigo, él y los fanáticos como él, pues a ese tipo de seres no se les puede hacer entrar en razón, simplemente se los tiene que torear (y ahí yo me preguntaba, ante el rechazo frontal de la Iglesia ante tales actos, permitidos sólo por la insistencia del rey Felipe II de España, ¿estaría de acuerdo con los espectáculos de tauromaquia...? Imaginaba la respuesta de antemano) para que crean que tienen la razón y ya está. Por si no tuviera enemigos suficientes por todas partes, el peor de ellos era el ser con el que tenía que trabajar, y que sólo parecía recordar que debía tenerme cierto respeto a ratos, cuando sus pensamientos se alejaban de sí mismo y de lo que él, él, él y él consideraba como justo o injusto y se acordaba de que, ante los ojos de la Inquisición, yo era inocente, dijera lo que dijese. Ese era el riesgo de que los peones se considerasen reinas: se encontraban, al final, con la oposición del rey, sin el cual es imposible ganar la partida de ajedrez, y al final se chocaban contra sus propias presunciones y la frustración que ello les provocaba la pagaban con el resto.

– Nosotros somos bestias con el beneplácito de la Inquisición, ¿y quién si no la Iglesia decide quien es digno del perdón de los pecados? Ellos, en tanto que transmisores de la palabra del Altísimo, son quienes juzgan; los actos que cometamos en su nombre serán actos divinos siempre y cuando nos atengamos a los actos de auténtica fe, y siempre que nos movamos regidos por ésta. Así que, dime, ¿quiénes son aquí las auténticas bestias...?

Con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada clavada en el vampiro último, el más arrogante y poderoso de todos, repetí la misma perorata que había escuchado, con esa y otras palabras, desde que Gregory me había dicho que mi destino era ser una Inquisidora y convertirme en el brazo armado contra la herejía de la Iglesia. Se había terminado hacía siglo el tiempo de los Templarios y de los monjes guerreros; la Iglesia se había dado cuenta de que necesitaba recurrir a sus enemigos para cumplir sus objetivos, y por eso yo me encontraba allí, una contradicción tan bestial que era imposible que Piero no se la hubiera planteado nunca en toda su existía. Y, no obstante, allí estaba, escuchando de fondo mis palabras con cierta aprobación, como si las hubiera dicho sintiéndolas como ciertas y no por la inercia de haberlas repetido hasta la saciedad, hasta que casi se habían grabado a fuego en mis pensamientos con la fuerza de la institución que me sostenía de momento, mientras me comportara y ocultara mis propios pecados de ellos. No podía decirle al vampiro que estaba de acuerdo con él, y mucho menos delante de Piero, además de que tampoco habría resultado cierto, pues bajo el manto del Santo Oficio aprovechaba para llevar a cabo mi propia aniquilación de vampiros, seres que me parecían peores todavía que las cucarachas, a las que ni a pisotones se podía terminar de matar porque siempre volvían a mover sus asquerosas patas. Para mí, ellos eran igual de repulsivos, igual de imposibles de eliminar por completo; una plaga tan desagradable que gustosamente vendía mis ideales por la oportunidad de matarlos sin acabar en una de las infames celdas de la Inquisición, donde me encontraba en aquel instante pero con los roles revertidos, como verdugo en vez de víctima. Incluso para sobrevivir debía prostituirme a la Iglesia, que me consideraba un ser maldito y desagradable, exactamente igual que su discípulo D’Páramo. De tal palo...

– Qué sorpresa, Piero, ¿no estás de acuerdo en que la merece? Ante los ojos de la Iglesia lo hace, ¿no? Quiero decir, ha confesado sus pecados, y por tanto merece el castigo: acción y reacción. Así funcionamos, al menos normalmente, pero estoy segura de que estás de acuerdo conmigo en que no podemos darle lo que desea, porque eso sería casi como premiarlo. No, no lo vamos a matar, no aún. Tiene una eternidad para vivir, así que también tendrá una eternidad para sufrir. Encárgate de que lo haga, pero no lo mates; escoge aquella dama de hierro, que tiene plata para herirlo en las zonas no vitales. Merece castigo, y se lo daremos; la muerte que tanto espera no le llegará aún.

Con el tono firme que se esperaba de una sentencia, el destino del vampiro quedó sellado, y Piero obedeció la orden porque no le quedaba más remedio, pero quizá con menos desgana que antes, porque tal vez, y sólo tal vez, en eso pudiéramos estar de acuerdo. Tal vez nuestros motivos fueran distintos, tan opuestos como la noche y el día, pero en ciertos puntos podíamos encontrar la armonía que nos proporcionaba no querer dar a un vampiro lo que deseaba, sino lo que merecía, más allá de lo que la Iglesia pudiera decir al respecto. La vena cruel de mi mano derecha se correspondía con la mía, pero él ignoraba hasta dónde era capaz de llegar yo, y por eso prefería que siguiera siendo un secreto, para poder seguir teniendo un as bajo la manga. En una guerra sucia como la que íbamos a mantener él y yo, una entente falsamente cordial en la que todos los encuentros debían ser sibilinos y nada directos, cualquier ventaja que pudiera existir sobre el rival era un gran paso para decidir quién sería finalmente el vencedor, y yo odiaba perder lo suficiente para que no estuviera dispuesta a dejar que él y su moralidad falsa y corrupta me pisotearan. Estaría presente el día que él admitiera finalmente que estaba equivocado, pues a una guerra de desgaste podía jugar mejor que nadie, y no encontraría en mí al tipo de rival que había considerado desde el principio. Piero, como todos, había considerado que por mi reputación sería un enemigo fácil de derribar, pero pronto se daría cuenta de que no había nada más lejos de la realidad, y de que tendría que echarle todas sus ganas al asunto si realmente quería herirme. No, no podía conmigo... Por mucho que quisiera intentarlo.

– Bien, hemos terminado. A menos que haya algún otro caso que quieras que revise, o que quieras decirme algo... En ese caso, soy toda oídos.
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Mensaje por Piero D'Páramo Dom Sep 18, 2016 10:29 am

Había sido un juicio decisivo, si alguien le preguntara si lo volvería a ejecutar. Él con una firmeza diría que sí, lo haría hasta de la misma forma, sin cambiar ninguna parte, ningún método. Lo que lo motivó, eso que le orilló a dictar sentencia de su modo, es la presión que forja para que se arrepientan de sus pecados, que si no es con la voluntad del reo, se les arrancaría hasta con los gritos, los sometía de cualquier manera hasta que sus putrefactas mentes acepten la derrota y buscarán la oración perfecta para suplicar al señor sobre el perdón de sus faltas. Este era sin duda, la etapa del que todos llaman penitencia. Juzgados por sus propios méritos. Ellos decidieron ir en contra de lo estipulado y esas eran las consecuencias. Un hecho que terminó convirtiéndose en un acto. Un acto que se extinguió con la muerte. Más, solo a uno, se le negaron sus pedidos, sus ruegos o sus maldiciones a la Santa Inquisición, a D’Páramo, o a la líder. Estaba acabado y su indignación era escuchada hasta que la dama de hierro se convirtiera en su cárcel.

Pero no podía decirse que es una bestia con el permiso del obispo, él fue creado de esa manera. Le adiestraron, lo educaron para ser de una manera de que lo conociera con una máscara y después con la otra, si, a expensas de cumplir los objetivos. Y se presume que solo por el puesto, por la sed de ejecutar es que es la razón de cazarla. Pero no, los señores inquisidores, lo han bautizado de un ejecutor que solo espera atrapar a la que observa y a la que le ordena. Esa loba algún día atrapará, pues en la realidad de un suceso de la tal caperucita, sabiendo lo que era un lobo, aceptó ir de su lado, arriesgándose. Así era este juego, donde el sendero era incierto pero era claro que entre esos dos, no eran humanos, no poseen humanidad, que si eran bestias como las nombran, eran de las pocas especies que prevalecían, y de esas es de las que más se deben cuidar. No hacía falta que se les recordará, se conocen y eso basta. Era su misión, y eso nadie lo sabrá, por lo que estaba haciendo a la perfección su papel.

— Las auténticas bestias son aquellas que por muy habilidosas que sean, no dejan que un sentido bloquee al otro, o que lo retrase, escúchate mujer, y mírate repetirlo una y otra vez. — Se mofo al fin el infausto, provocando, insultando con solo la mirada, buscaba una manera en que se le otorgara la muerte.

Y a empujones sobre la caja, él se enfoca en llevar al altar a la dama, casar a ese bastardo con las puntas en el interior, el hacerlo sangrar hasta que se asquee de su propia sangre. No era necesario que dijese palabras, eran solo sandeces que los reos escupen después de ser atemorizados, buscar la manera de salida a su calvario. Y permaneció en silencio, en lo que solo deja sonar las ruedas del metal. Guardando la respuesta, pues la manera en la que fue ordenado, es como él lo había idealizado desde que vio al inmortal. No iba a caer en sus palabrerías, ni seguir aquella conversación entre el reo y la líder. No se iba a bajar a un nivel de iguales, porque ese no es nada, ni una pizca de lo que constituye a Piero. Y con la respuesta a su señora, abrió la dama de su tapa, y en sus entrañas están los plateados picos. — Te presento a tu fiel señora, la amarás sobre todas las cosas, sobre esa sangre derramada de los niños, porque aquí, en esta pocilga, lo que más odias es lo que más amaras. —con una befa reservada a la agudeza, se dirige hacia el inmortal, alzándolo, acercando cada vez más a su destino, a su desgracia, a su castigo. Era demasiado arrogante, frívolo que no se podía escuchar una queja, o sentir su miedo. Pero hasta de las peores bestias, se tenía su punto de ataque, y Piero lo encontró, que al situarse ya a unos centímetros de esta. Sus gritos se escucharon, el infringe dolor y manipula por medio de la vista, razón por la que nadie lo miró hacia estos, y al arrojarlo, ya lo estaban esperando con el filo para ser incrustados en sus ojos, en zonas no vitales. Derramándose su sangre como el estiércol que es; pisoteado y embarrado. Era una escena preciosísima, el cargar con su sola persona, ya lo estaba sofocando. Y sin más, cerró a esa dama, que haga de ese un cadavérico para después arrojarlo hacia los perros.

—Siempre que sea conveniente para la Santa Inquisición no importa cuál es el certamen mientras se haga a dispensas de la última palabra del obispo. Su castigo ya fue otorgado, mi deber ha concluido. — Ya con el trabajo hecho, rodeados de muerte y sangre, envueltos de gritos, maldiciones y golpes de la dama, era demasiado rápido para que ya estuviese retorciéndose el desgraciado. Pero pasó a ser uno de los tantos olvidados, ya estaba muerto para todos.

Y con la reverencia hacia su líder por haber concluido con su labor, se gira, yendo a esparcir una especie de alcohol sobre los restos, sobre la sangre, devolviendo los instrumentos a su lugar, no era por higienizar el lugar, era lo único que no se encargaban de hacer. Era la manera de dar por hecho el exterminio, asegurarse de que todo quede intacto, muerto, y se consuma con el fuego cuando de este dejo caer con un alumbrado. El vidrio se descuartizo y los trozos hicieron propagar el sonido.

Terminando por esa ocasión uno de tantos deberes que le serán conferidos por ella, iba actuar con su determinación muy independiente de que es enemiga de la iglesia y por ende, enemiga de él. Demostrando su obediencia por muy oponente que sea.

CERRADO


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