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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Micky Vanier Sáb Ene 02, 2016 2:57 am

¿Quién te dijo que no pueden vivir cuerpos sin alma...? ¿Quién te dijo, que no me conoció...?
R.L.








Durante los últimos dos años, Mikael había tenido un sueño recurrente, de esos que después se vuelven alucinaciones y al final terminan siendo augurios. En él veía a su hermana, Daniella, la veía como nunca antes lo había hecho y como nunca antes había imaginado hacerlo, la veía como a una mujer. En el sueño la observaba postrada en una cama, en su misma cama, su apariencia no era la de antes, había cambiado, de alguna forma su subconsciente se las arreglaba para acentuar su figura de tal manera que poco se asemejaba a la niña que Mikael recordaba. A medida que él se acercaba a ella la culpa y el desconcierto de tal escena se desvanecían y se transformaban en deseo. Justo cuando Mikael estaba a punto de tocarle, su rostro cambiaba, era ahora el de Anna, la misma mujer que le había robado su vida hace tres años y la misma que, ahora sabía, le había robado a su hermana también. El sueño usualmente terminaba con escenas arrancadas directamente de su memoria, vivas imágenes de lo que había ocurrido aquella noche, terminaba siendo una pesadilla, de esas que no se perciben mejor una vez despierto.

Este sueño comenzó a torturarle la misma noche que encontró ese cuadro, era un retrato de su hermana que había colgado justo al frente de la puerta al pie de la segunda hilera de escaleras que conducían a un piso elevado de la residencia de los Vanier. Esta imagen era quien recibía a los invitados, a los pocos invitados que habían entrado a aquella casa después de la terrible tragedia, y les daba la bienvenida.

Cuando Mikael se enteró que su hermana no sólo había sobrevivido a aquella noche sino que también había terminado en los brazos de la mujer que lo había provocado todo no supo cómo reaccionar. De repente la cosa que más odiaba en el mundo se convertía en lo que más amaba también. El tiempo que había dedicado a cazar vampiros y demás seres era el mismo tiempo que se había dedicado a buscarle y ahora todo de repente se convertía en la misma cosa. Amar lo que se odia no era nada nuevo para Mikael, su vida misma había estado dedicada a luchar contra la única cosa con la que el ser humano no puede luchar, contra sí mismo, contra su naturaleza. Fue por ello que a pesar de todo continuo buscando a su hermana.

Muy pronto en su búsqueda se dio cuenta que tratar de hallar a un humano era muy diferente que tratar de encontrar a un vampiro. Los métodos usuales ya no funcionaban, el dinero no hacía mucha diferencia y la poca ayuda que podía conseguir prefería voltear hacia otro lado cuando conocían la historia completa. Para encontrar a quien evidentemente no quiere ser encontrado era necesario emplear otro tipo de métodos, métodos más peligrosos. Desde ese momento los vampiros se convirtieron en su obsesión. Su manía con ellos lo termino colocando en todo tipo de situaciones. Más de una vez su vida había estado en peligro, había experimentado también la fría sensación de los colmillos de un vampiro en su cuello y había podido tener a uno de esos seres encadenado en su sótano, aunque nada de esto le sirviese de mucho.      

Ahora, de pie frente al cuadro, espera, espera por lo que es quizá su última opción. La oscuridad cubre el cielo desde hace ya un par de horas, algunos rayos de luna se cuelan por las ventanas e iluminan la escena, no está en completa oscuridad aunque se sintiese así. Lo que está a punto de hacer se siente igual que amar y odiar a su hermana al mismo tiempo. Trata de imaginar miles de ejemplos, cada uno peor que el anterior, pero ninguno le parece similar al suyo. Entre todo tiene una cosa bien clara, haría todo por ella. Incluso convertirse en un esclavo.

Alguien llama a la puerta. — Está abierto, pasa  -  contestó él.
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Mensaje por Svetlana Metanova Dom Ene 24, 2016 9:18 pm

Los grandes derechos no se compran con lágrimas, sino con sangre.
José Martí

Había algo encantador en el dolor que a Svetlana la excitaba. No sabría explicar qué, pero percibir la desesperación en los humanos, era verdaderamente estimulante. La vampiresa se regodeaba en el sufrimiento de los mortales, en sus pérdidas y en sus ausencias; en la forma que buscaban recuperarse y seguir adelante con sus mediocres existencias. Eran tan hipócritas consigo mismos, que le generaban cierta ternura. Solía observarlos con detenimiento, estudiarlos hasta conseguir todos y cada uno de sus detalles: miedos, enojos, padecimientos, alegrías, tristezas. Le gustaba entenderlos, quizá porque de esa forma era más fácil asesinarlos, era más fácil manipularlos. Al fin de cuentas, por más duros que fuesen, siempre caían, tarde o temprano, lo conseguía. Para ella era todo un ritual acabarlos, no se trataba de alimentarse porque sí, debía encontrar una motivación, algo que los hiciera especiales, algo que los hiciera dignos de convertirse en una presa. Porque claro, ella no se consideraba una simple vampiresa, a pesar de saber que, la gran mayoría de las damas inmortales, eran poseedoras de una vanidad ilimitada, pero eso no quitaba que se sintiera única. Svetlana se consideraba a sí misma especial, y contra eso no había nada que hacer. No luchaba contra su ego, todo lo contrario, disfrutaba con él y lo estimulaba, por supuesto.

Jamás le había agradado la idea de poseer esclavos de sangre, sentía que aquello limitaría sus movimientos, y en sus intenciones estaba la venganza. Tener alguien que la necesitase, sólo haría que sus planes se retrasasen o, en el peor de los casos, quedaran truncos. Pero había cambiado de opinión al conocer a Vanier. Él, simplemente, la había obnubilado. No de una forma terrenal, pero todo en su persona la incitaba a desearlo, como pocas veces le había sucedido en su pasado. Lo quería para ella, y no había dudado en acecharlo sin que él lo notase. Svetlana había adquirido la capacidad de volverse invisible; disimular su presencia se había convertido en un juego que la divertía. Así había llegado a conocer algunos de sus secretos, especialmente aquel que lo atormentaba, y era por ese dolor que lograría penetrarlo, y así fue. La vampiresa, como siempre, obtenía lo que quería, sin excepción.

Ingresó a la habitación cuando él se lo permitió, le gustaba mostrarse cordial y educada, haciéndole creer que podía controlar la situación. Estaba más que claro que Svetlana no era la clase de mujer que pedía permiso, pero le parecía cómica la escena, por lo que no perdía oportunidad para hacerlo. Se acercó a él por la espalda, era bastante más alto. Sus uñas le acariciaron la nuca y lo rodeó, hasta situarse delante de él. Su sonrisa amplia mostró la generosidad de sus colmillos brillantes, que relucían bajo los delicados labios. En sus ojos inyectados de deseo, se reflejaba la intensidad de un alma que ya no poseía. Alexandre Vanier le parecía uno de los hombres más atractivos que había conocido a lo largo de sus casi doscientos años, y la estimulaba a destruirlo. Svetlana lo quería a sus pies, pidiéndole más, rogándole por su sangre, venerándola como a una diosa y amándola como a una puta.

Se puso en puntas de pie y lo besó en los labios. Fue un roce casto, como si se tratase de una pluma acariciándole la piel, que distaba del fuego que se encendía en ella ante la inminencia del anhelo que estaba pronto a cumplirse. Aquel simple humano sería suyo, su destino estaba sellado.

Alexandre… —susurró antes de alejarse de él y dirigirse hacia la puerta que había quedado abierta. La cerró con suavidad, permitiéndose disfrutar del molesto chirrido de la madera. Se acercó hacia la ventana, le dio la espalda y observó el estrellado cielo. —Es una noche esplendorosa —comentó banalmente, degustando con anticipación la gloria que se coronaba con una Luna maravillosa.
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Mensaje por Micky Vanier Jue Mar 03, 2016 6:24 pm

Es perfecta para ustedes —le contestó aún con la mirada fija en el cuadro —Nos da a los humanos una falsa impresión de seguridad —añadió con evidente ironía mientras giraba lentamente hacia ella. Su mirada contempló entonces aquella escena e imagino por un momento la figura de su hermana. Con gusto daría todo para que quien estuviese ahí parada fuese ella y no Svetlana —Hace todo más fácil para ustedes. Y para nosotros —murmuró entonces, llevando una de sus manos hasta su rostro tocando sus labios con la yema de los dedos.

A pesar de que su semblante parecía el del mármol, Alexandre tenía miedo. En todas sus experiencias previas con vampiros nunca se había sentido así. De alguna forma la total carencia de miedo le hacía enfrentar a estos seres sin ningún titubeo, pero Svetlana era diferente, tan diferente como lo fue Anna.

No esperaba que aparecieras —le dijo con un tono firme tratando de aparentar confianza, aun cuando lo que decía no tuviese mucho valor incluso para él —Mucho menos con un saludo así —Alexandre entonces avanzó hacia ella.

El mayor de los hijos de Hugo Vanier era un hombre difícil de descifrar. Había llegado a la mitad de su vida casi sin ningún tipo de remordimiento, sin familia ni amigos aparentes. Hundido en una búsqueda implacable y eternamente ebrio. Su única posesión era esta casa, herencia de su padre, aunque ahora pareciera más un cascarón vacío que un hogar.

Mi padre solía sentarse a espaldas de esa misma ventana. “Del mundo ya he visto suficiente” solía decir. El General Hugo Vanier —el tono de su voz dejo escapar un dejo de nostalgia involuntario. —Me pregunto qué pensaría de mí al verme así —añadió con el mismo tono mientras tomaba una botella de vino y el par de copas que había colocado sobre la chimenea antes de que Svetlana llegase.

Yo solía hacer lo mismo de vez en vez —continuó al tiempo que avanzaba hacia ella mientras llenaba las copas con vino. —Tomaba una silla y me sentaba por horas hasta que… —se detuvo de golpe. Él mismo había detenido su discurso abruptamente. —… no sé si esto te divierte —continuó para después beber de golpe el contenido de una de las copas. —No sé si esto te divierte o te aburre. No imagino cuántas veces has escuchado una historia similar. No sé cuántos hombres te han contado sobre su padre antes de terminar como tu cena. Imagino… —se interrumpió de nuevo para beber el contenido de la otra copa —…que ha de ser aburrido escuchar una y otra vez la misma historia. La compañía de un humano ha de resultarte insoportable. Tu vida ha de ser insostenible. Sólo los de tu especie, aquellos con una vida tan larga como la tuya podrían entretenerte con una historia —el silencio inundo la habitación entonces sólo para ser roto por Alexandre quien río, río como nunca antes lo había hecho frente a un vampiro. —Me alegra. Me alegra haber contribuido a que tu vida parezca un poco más miserable que antes al haber matado a más de uno como tú.

Sus esfuerzos estaban encaminados a hacer todo lo posible para que ella no se diese cuenta que tenía miedo, aun cuando sabía que aquello era casi imposible. Él sabía algunas cosas de los vampiros, evidentemente sabía cómo quitarles la vida, pero además de eso no ignoraba que algunos vampiros tenían habilidades, habilidades que sin tener que mencionar el tema de la sangre y los colmillos les conferían su naturaleza sobrenatural. Ahora, el vino y la arrogancia parecían sus únicas armas contra ella.
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Mensaje por Svetlana Metanova Dom Mar 27, 2016 10:04 pm

Cómo le aburrían las historias familiares. ¿Qué obsesión tenían las personas por contar una y otra vez el mismo relato? Siempre el tono de voz nostálgico, la mirada perdida en el pasado, una actitud de sumisión ante los recuerdos, que a la vampiresa, se le hacía inaceptable. Ella ya había soltado su vida anterior, aquella existencia humana de la que había decidido tener pocos recuerdos, porque de nada le servían, en nada la modificaban. Svetlana, estaba convencida de que se hacía a sí misma cada noche, cuando la caída del Sol la instaba a despertarse y a salir a su noctámbula existencia. La efímera felicidad humana, en nada se parecía a aquella satisfacción profunda que otorgaba la eternidad, a la seguridad de saberse superior. Porque si había algo de lo que la mujer estaba convencida, era de su grandeza, de su reinado; no sólo el que ejercía sobre los otros, sino aquel que ejercía sobre sí misma, dominando sus instintos.

Había refinado el arte de matar; ya no era la simple predadora de sus jóvenes primeros tiempos con aquella condición. Estaba orgullo de haber convertido a la muerte en una obra de arte, de haber roto sus propios paradigmas y haberse superado. Estaba segura de que no tenía límites, de que nada le era imposible, de que todo podía lograrlo. Svetlana era una fundamentalista de sus propias virtudes; vivía para contemplarse a sí misma y buscar su satisfacción personal a través del pecado. Poco le importaban los otros, en su mundo sólo habitaba ella. Su ego, enorme y firme, era, a su vez, su punto débil, y también su fortaleza.
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Mensaje por Micky Vanier Dom Jul 03, 2016 1:07 am

Su silencio le heló la piel. No sabía si su falta de expresividad se debía a su falta de interés o a su ya probada falta de cinismo. Como fuese, ambas posibilidades le mantenían inquieto. Muy pocas veces había podido salir ileso de una situación similar. Eran contadas, pero las veces que Alexandre había usado sus palabras o sus puños como válvula de escape alguna consecuencia, usualmente para él, había seguido a tal acto. Y siendo como es, un hombre brillante, y no tanto, decidió aprovechar tal situación.

Tengo otra historia —le dijo —. Estoy seguro que esta va a gustarte —la sonrisa que guio esas últimas palabras evidenciaba no sólo que el vino comenzaba a hacer efecto pues el par de copas que había bebido recién no eran, ni por asomo, las únicas que había tomado aquel día, sino que también dejaban entrever el efecto que Svetlana tenía en Alexandre. De un magnetismo sin igual, singular a pesar de tratarse de un vampiro, Svetlana podía hacer que cualquier hombre o mujer sacara lo más despreciable de su ser, al contrario de lo que se pensaría, el aura de la vampiresa contagiaba, en lugar de alejar, las almas de los mortales. La desfachatez de Alexandre, por sí sola, conocía muy pocos límites, el conservar su vida era usualmente el margen que dictaba su poca cordura, pero frente a Svetlana, aquella frontera estaba a punto de conocer nuevos horizontes. —Igual tendrás que escucharla si no quieres. Esta es mi casa y tú no eras más que un invitado —terminó por añadir.

El último de los Vanier era ciertamente un hombre imprudente, impulsivo, incluso demasiado para su propio bien. Tentar a la muerte había sido para él la única forma de vivir. Aunque si algo su tragedia le había dejado era precisamente eso, una razón para ser cómo es. El alcohol sólo era un pretexto, una forma fácil de presentarse a sí mismo, un vehículo más. Aquello que impulsaba tus deseos más profundos era en realidad algo mucho más obscuro, algo que no quería admitir y que se trataba quizá del secreto más obscuro que poseía. El amor por su hermana.

Una vez —se interrumpió para llenar de nuevo una de las copas y beberla de golpe según su costumbre— hace un par de años, vi como un vampiro le destrozaba el cráneo a otro — Lentamente levantó la mano que sostenía la copa vacía para ejemplificar el movimiento que ejercería alguien sobre un objeto redondo como el cráneo de un hombre y se mantuvo en esa posición por un tiempo antes de continuar. Esta vez su voz estaba poseída por la misma fuerza y retumbaba en toda la casa, hueca, sin que Alexandre tuviera que gritar —¡La ligereza con la que lo hizo fue impresionante! No había fuerza física sino más bien furia, no era el mismo tipo de cólera que se necesita para matar a alguien por odio, sino que era el tipo de ira que sólo ustedes pueden demostrar. El tipo de fuerza que sólo ustedes son capaces de poseer —Su mano entonces comenzó lentamente a apretar la copa como si aquel recuerdo poseyera su cuerpo. —¡Es absurdo! Y terriblemente atemorizante. Que algo, incluso si es una cosa como tú, sea capaz de hacer algo así. —En ese instante la copa de vidrio cedió finalmente a la fuerza reventándose en la mano de Alexandre. Su mano comenzó entonces a sangrar profusamente, nada que hiciera peligrar su vida, sólo lo suficiente para llenar hasta la mitad de su capacidad la otra copa de vino. Cuando las ultimas gotas terminaron por caer, Alexandre dejó la copa sobre la chimenea y rasgo un pedazo de su camisa. Y Mientras enrollaba aquel pedazo de tela sobre su mano continuó hablando. —Es curioso, que aquella imagen, entre tantas otras, haya logrado arraigarse tan profundamente en mi cabeza. Pero creo saber la razón. Antes de que llegarás hubo algo que no me dejó pensar en nada más —Una vez su mano cubierta por el pedazo de camisa y el sangrado detenido regreso a la chimenea para recoger la copa llena de sangre que había dejado ahí —. Me preguntaba qué es lo que quieres de mí. Qué de mí había hecho que decidieras ayudarme, o que aparentaras hacerlo. Romper tu cráneo a la mitad y mirar qué hay dentro podría ser una buena forma de averiguarlo. ¡A tu salud! — Termino por decirle mientras derramaba la sangre de la copa en el suelo.
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Mensaje por Svetlana Metanova Vie Ago 12, 2016 11:52 pm

Lo único que le gustaba de escucharlo –o simular que lo estaba haciendo- era ver el temor, el odio, el resentimiento, en sus ojos. Los humanos no podían ocultar sus emociones; eran, a pesar de que muchos se esforzasen por ocultarlo, completamente transparentes. Claro que, Vanie, ante la vampiresa, había desnudado su alma, y Svetlana, una acérrima consumidora de éstas, absorbía cada céntimo que él le entregaba con sus palabras y sus gestos. Él no hacía esfuerzo alguno por ser ante ella, alguien distinto. Se mostraba así, tal cual era, con sus penas y sus miserias, con sus cambios, con la profundidad de esos sentimientos que estaban carcomiéndolo palmo a palmo. La vampiresa lo disfrutaba. Le gustaba el dolor, gozaba en él, se embebía de las heridas ajenas, las hacía propias y asestaba el golpe final. Aún, no había llegado el momento de destruir a Vanier, pero pronto sería otra víctima más, a pesar de la obsesión en la que se había convertido. Svetlana, tarde o temprano, terminaba aburriéndose de todo y de todos.

Muy trágico, realmente muy trágico —se burló, mientras lo observaba romper la copa. Si buscaba provocarla, la polaca ya no era una neófita que se desesperaba ante la primera gota de sangre que veía, que olía, que sentía. Sabía controlarse, y muy bien.

Realmente le causaban gracia sus amenazas. Antes de que él pudiera, siquiera acercarse a su cabeza, ya tendría el pecho sin el corazón; la vampiresa se lo habría arrancado en un solo movimiento, con facilidad, con frialdad. Ya imaginaba la viscosidad del órgano dando sus últimos cálidos latidos entre sus dedos, la suavidad del tejido, la tibieza de la sangre. Ah… Cómo disfrutaría de ese momento, que aún no llegaba, pero estaba saboreándolo. Era una dama de la muerte, llevaba la oscuridad a cuestas, expandiéndola a su alrededor. No necesitaba más que a sí misma, por eso no tenía compañeros, por eso había elegido la soledad, por eso acababa con todo aquello que ansiaba.

¿Pretendes que me tire al suelo a beber tu sangre? —le preguntó con una amplia sonrisa, que hacía resaltar sus blanquísimos colmillos. — ¿Quieres mi pésame por tu desgracia? Porque si no quieres que sienta lástima por ti, no debería interesarte por qué voy a ayudarte. Simplemente, aceptas mi ayuda o la rechazas —Svetlana, siempre tan tranquila. ¿Cuánto tardaría en estallar el caos? —Por supuesto, sabrás que mi naturaleza no es altruista. Mi ayuda no es desinteresada, pero no te costará demasiado… —caminó hacia él y en un movimiento rápido, le quitó el improvisado vendaje. —Quiero ver tus heridas —le clavó las uñas, profundizando el sangrado. —Quiero ver tu dolor. Muéstrame más de tu dolor.

Sin dejar de mirarlo, con su lengua, recorrió el corte. Fue un movimiento rápido, sin darle tiempo a reacción. De ella podía esperarse cualquier cosa; Svetlana era una mujer completamente impredecible. Con la misma rapidez con la que había acortado la distancia que los separaba, la alargó nuevamente. Se alejó por completo de él, sin quitar sus ojos del hermoso rostro de Vanier. Con el pulgar, se quitó un hilo de sangre que corría por la comisura de su boca.

¿Estás dispuesto a pagar lo que sea que te pida, a cambio de recibir mi ayuda para llevar a cabo tu venganza? ¿O tienes miedo? —lo provocó. —Creo que estás aterrado, creo que eres incapaz de salir de ti mismo y hacerte cargo de una situación —se apoyó en la pared, relajada, completamente serena. Svetlana era un mármol, pero quería que Alexandre explotara, quería verlo reaccionar, quería ser partícipe y testigo de ello. ¿Tardaría mucho? ¿Cuánto faltaba para que ese fuego que ella podía ver en él, se hiciera presente?
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Mensaje por Micky Vanier Dom Oct 23, 2016 8:55 pm

Estaba perdido. Ahora no le cabía ningún tipo de duda. Siquiera había sido capaz de reaccionar cuando Svetlana había acortado la distancia entre ellos. La forma en la que ella parecía jugar con él no era como nada que hubiera experimentado antes. Ninguno de sus encuentros previos con vampiros, incluso aquellos en los que había logrado salir victorioso, le habrían podido preparar para lo que estaba experimentando. En teoría nada había cambiado, él seguía siendo un cazador y ella aún era lo que él cazaba, sin embargo, nada era igual. Entre todo, llamarse a él mismo cazador ya no era una opción.

Debo admitir…  —un fuete ataque de toz le impidió continuar
hablando — Lo siento. Debo admitir que ustedes los vampiros tienen cierta facilidad para lo teatral —mientras terminaba esa frase se observaba la mano y la herida que había quedado expuesta de nuevo, él sabía de las propiedades de la saliva de vampiro aunque en ese estado no era consciente de lo que había pasado. Para él aquello le podía resultarle entretenido.

Svetlana tenía razón, habías sido tonto pensar en cuál era la razón por la cual ella le ayudaría. Incluso lo hizo cuestionarse si en realidad el preguntárselo era una reacción al miedo que sentía al estar cerca de ella. ¿En realidad era cierto que él no era ni tenía lo suficiente para encargarse de sus problemas por sí solo? Le había faltado hombría para encontrar a su hermana y para vengarse de su captora así como le habría faltado para aceptar sus verdaderos sentimientos hacía ella.

Esto es… —con movimientos torpes le señalaba la palma de su mano —es en verdad impresionante. No tan impresionante como lo del cráneo pero, sí. Bien hecho —en ese momento volvía a interrumpirse a él mismo para buscar la botella de vino que estaba a sus espaldas — Por un momento me hiciste recordar mi primer encuentro con uno de los tuyos —al encontrar la botella justo donde antes la había dejado una ligera risa escapo de sus labios mientras la tomaba con la otra mano y bebía un trago de golpe — Claro, no te contaré esa historia porque, lo sé, no te gustan las historias.

El fondo de la botella fue entonces lo único que Alexandre quería ver en ese momento. Una vez vio logrado su cometido la botella junto con la copa restante terminaron en el suelo junto a todo lo demás. Aquel tipo de comportamiento era típico en Alexandre, él, desde muy temprano en su nueva vida había decidido no pensar tanto, cuando su mente precia querer comenzar a recordar o a preguntarse cosas él mismo se obligaba a dejar de hacerlo. Nada, ni siquiera Svetlana podía obligarlo a hacerlo.

Creo, Svetlana. Que incluso para ti, ¿por qué?, es una pregunta muy sencilla. Mi voluntad, no cabe duda —se mostraba frente a ella con los brazos abiertos —  te pertenece. Mis heridas, son tuyas  —con cada palabra avanzaba poco a poco hacía ella — mi dolor, —le dijo, una vez estaba frente a ella — te precede —le susurró.

Y en un movimiento lento le abrazó. No era un abrazó para contenerle sino que se trataba de un gesto de calidez, uno quizá impulsado por el miedo o por el alcohol, o por ambos.
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Mensaje por Svetlana Metanova Vie Dic 02, 2016 11:49 pm

Sin dudas, Svetlana nunca creyó que se divertiría tanto ante el espectáculo patético de un borracho. En su rostro, un gesto burlesco acompañaba las palabras que emanaban de la boca del humano. Realmente, no podía creer que lo consideraba alguien especial, alguien particular. Era tan débil, tan frágil, tan endeble… Le hubiera resultado demasiado fácil acabar con él, pero lo quería aún más miserable, y verlo humillándose gracias al efecto del alcohol podía, perfectamente, ser una pequeña satisfacción para la vampiresa. Lo esperó sin moverse; todos los músculos de su cuerpo parecían hechos de piedra. Hasta la propia sonrisa se le había petrificado, como si se hubiera convertido en una estatua de cera. Estaba contemplándolo, viéndolo desmoronarse ante sus ojos, como una torre de naipes a la cual sólo había que soplar. No fue necesario, él se derrumbó, y sus brazos lo acogieron en un gesto casi maternal.

Sh… Sé que tus heridas son mías, mucho antes de que tú lo supieras —susurró sobre su oído. Con inusitada lentitud, lo obligó a girarse y fue él quien terminó apoyado en la pared, ella sosteniéndolo. Le acarició el rostro con ambas manos, mientras el aliento cálido le acariciaba la frente. A comparación de él, Svetlana era de contextura pequeña, sin embargo, su fuerza era la de múltiples hombres, gracias a su condición. El hedor del alcohol se había apoderado de su olfato sensible, pero los años y la práctica, la habían entrenado para distinguir los olores más profundos.

Con suavidad, dejó descubierto su pecho, y hundió su nariz en él. Su cuerpo era firme, digno, y eso le agradaba. A la vampiresa le gustaba jugar con sus ambiguas y cuestionables preferencias sexuales, pero en aquel momento, se sintió tradicional. Una mujer, un hombre, hasta le parecía gracioso, y rió sobre la piel sudorosa de Vanier. Lo besó, lo mordisqueó con una suavidad estudiada, y luego lamió su cuello y se puso en puntas de pie para rozarle los labios con los propios. Pobre Alexandre… Había elegido a la criatura equivocada para soliviantar su pena. Quizá no sabía la clase de vampiresa que Svetlana, quizá pensó que ella era como el resto, pero no. Siempre había sido distinta y, al mismo tiempo, tan igual a las demás…

Serás mi esclavo, Alexandre… —y aunque hubiera podido usar su persuasión, prefirió no hacerlo. La real satisfacción llegaba cuando sus víctimas se sometían voluntariamente, cuando le entregaban todo de sí, sin que fuera necesario el uso de sus poderes. Allí radicaba la verdadera fuerza, cuando quebraba la voluntad de sus conejillos. —Serás mío, todo mío. Y nadie podrá arrebatarte de mi lado. Sólo yo te quitaré, si así lo deseo. Todo de ti me pertenecerá: tu pasado, tu presente y tu futuro —a pesar de que él hubiera intentado zafarse, le habría resultado imposible. Svetlana ejercía tanta presión, que seguramente estaba lastimándolo.

No le permitió replicar. Una mano se apoyó en el pecho del cazador, y con la otra, lo tomó de la nuca y lo acercó a ella, hasta fundirse en un beso apasionado, posesivo.
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Mensaje por Micky Vanier Dom Feb 12, 2017 11:40 pm

Alexandre nunca pensó que su destino quedaría sellado en la forma de un beso. Los labios de Svetlana no sólo le basaban sino que comenzaban a robarle toda la vida que aún le quedaba. Aún a pesar de todo Alexandre no pudo más que dejarse llevar. No podía negar que lo disfrutaba. El pasado le seguía jugando en su contra y así como había ocurrido hace unos años él mismo se veía atraído a los brazos de un ser como lo era ella.

Sin embargo, cuando sus labios se separaron le abordo un sentimiento que sólo podría ser descrito como una inconsolable tristeza. Hasta ese momento los ojos de Svetlana, carentes de todo brillo, reflejaron en ellos la vida que Alexandre había perdido, los errores que había cometido y las consecuencias que había tenido que cargar durante todos estos años. Con suavidad acarició el rostro de la vampiresa, el frio tacto de su piel pareció regresarle de vuelta pero la calidez de sus manos y la pululante herida logaron mantener la ilusión.

A medida que los recuerdos se colapsaban en su cabeza el ideal de no estar ahí, siendo presa de un depredador mucho más capaz que él, de repente le pasaba por la cabeza. Así, el suave gesto que había comenzado hace tan sólo unos segundos se convertía en una muestra mucho más inquietante. Sus manos se entrelazaban ahora alrededor del cuello de Svetlana, lentamente el agarre comenzaba a ser más fuerte. De esa forma la tristeza vino acompañada de la desesperanza, pues en ese momento se dio cuenta que nada de lo que hiciera sería suficiente para lastimarle. Y ahí fue cuando se rindió.

Nunca supo en qué momento sus piernas dejaron de funcionarle o habría sido que ante tanto abatimiento no quería más permanecer frente a ella. De rodillas le abrazaba, había dejado caer sobre ella todo su cuerpo. Sus manos se desgarraban a medida que su cuerpo bajaba más sobre el de ella. En un instante se encontró a la altura de su vientre con sus manos alrededor de su cintura y sus nalgas. No pudo levantar la vista, el miedo de encontrarse de nuevo con sus ojos le hizo hincar la mirada al suelo. Instintivamente encajo la cabeza en el espacio entre sus muslos y ahí permaneció durante unos segundos. Luego vinieron las lágrimas.

Cual si fuera un niño con cada sollozo se aferraba más y más a las faldas de su madre. No era la primera vez que lo hacía. Estas paredes habían albergado más lágrimas que las que un hombre podía derramar en toda una vida.

Cuánto amor, cuánta pena. Seré tu esclavo, Svetlana. Mi pasado te pertenecerá, mi presente será moldeado a tu placer y mi futuro será hasta el día que lo decidas.

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