Zlatan Hadžić — ID

Zlatan Hadžić

Poderes

Descripción psicológica

Lo primero que debemos notar al tratar con Zlatan es la amabilidad y gentileza con la que se dirige hacia todo mundo, sin importar origen, raza, situación económica, o cualquier otra característica. Se preocupa por todo mundo y le gustaría poder ayudarlos a todos, pero sabe de antemano que es una guerra que tiene perdida.

Escondido detrás de la máscara de amabilidad habita un hombre profundamente atormentado e inseguro, que quiere complacer a todo mundo. Es un sujeto propenso a la conversación, pero cuando pasas tiempo suficiente a su lado, te das cuenta de la habilidad que tiene para evadir los temas personales. Melancólico por naturaleza, en la modernidad estaría diagnosticado con depresión clínica, un demonio que ha intentado mantener a raya, pero le resulta complicado. Se siente responsable no sólo de sus tragedias, sino de las ajenas, como si él tuviera potestad alguna de poder remediar algo. Expía sus culpas y su dolor ayudando, nunca dudará en extender una mano, aunque más de una vez se han tomado el pie. Toma como pupilo a todo aquel que quiera aprenderle algo. Ingenuo, quizá demasiado, pero brillante.

Cuando se trata de los temas que lo apasionan, no duda en volcar todos sus esfuerzos en ellos. Se obsesiona con facilidad. El que más ocupa sus pensamientos: la muerte. La última salida como final definitivo. Sobre todo, el suicidio es algo que ocupa su cabeza más de lo que debería. Cuando era mortal, consideró este remedio a su sopor en diversas ocasiones, no llevándolo a término no por cobardía, sino por fallos circunstanciales. Es un tema delicado del que no habla. De aquellos intentos conserva cicatrices en el cuello y los brazos, por lo que siempre usa manga larga. Y resulta toda una ironía que, con el tiempo, se decidiera por la medicina como área de conocimiento: muerte y vida; vida y muerte.

Asegura sin ningún sustento que lo respalde, que no debe crear lazos afectuosos con nadie. Le gusta ver a las parejas jóvenes siendo felices, pero él se exige no amar, no depositar afecto en nadie. Una tiranía en la que hasta entonces, ha fracasado estrepitosamente.

Trastocado, autodestructivo, consumido por su miseria y por la culpa, enfermo de tristeza, se ve a sí mismo como alguien roto. Pero roto de origen, jamás estuvo completo. Algo siempre estuvo jodidamente mal con él. Las preguntas sin respuesta no lo dejan en paz, pero no puede evitar formularlas.

Antecedentes Históricos

El año 1461 marca oficialmente la fundación de Sarajevo como ciudad del Imperio Otomano y ese mismo año vio nacer a Zlatan. Contrario a cómo fueron tomadas las mujeres de la región por los invasores, uno de los primeros líderes de legión en llegar al territorio, Mustafa Hadžić verdaderamente se enamoró de la mujer local Jara Çıraciyan, quien no tardó en corresponder sus afectos. La pareja, desde el principio, estuvo estigmatizada, incluso cuando ella aceptó el Islam como religión para poder contraer nupcias con Mustafa. A pesar de ello, trataron de darle una buena vida a su primogénito. Un par de años más tarde, tuvieron una hija: Zora.

Desde temprana edad, Zlatan mostró ser un chiquillo brillante, curioso, pero retraído y callado. Su única amiga era Zora y ambos se complementaban. Eran codependientes uno del otro y no iban a ningún sitio solos. Desde aquellos años ya demostraba cierta fascinación por la muerte. Veía las aves muertas sobre la tierra, las contemplaba como si en sus entrañas pudiera encontrar respuestas a preguntas milenarias. En su adolescencia, esto se acentuó, tuvo su primer intento de suicidio a los 15 años, y fue Zora quien lo encontró a tiempo para salvarlo. Mantuvieron el incidente en secreto, pero Zlatan, al ver el rostro de su padre, completamente avergonzado de él, prometió no volver a hacerlo. Se refugió en la academia. Su gente, al menos del lado paterno, era de la más avanzada en anatomía y medicina y fue esa disciplina la que llamó su atención. Estudió primero en Sarajevo y después en Constantinopla. Alejarse de Zora no le sentó bien, pero logró sobrevivir sin intentar quitarse la vida ni una sola vez a pesar de lo que sucedió durante su último año en la capital.

Posó sus ojos en una joven hija del consejero del Gran Visir del Imperio. Fatimah al principio pareció interesada también, a pesar de los rumores que rodeaban a Zlatan, sobre su origen, sobre sus rarezas. Al parecer y a pesar de todo, ser hijo de Mustafa Hadžić pesaba de algún modo. Cuando estaba por terminar sus estudios, el joven incluso consideró quedarse en Constantinopla por ella. Le anunció que iría a donde su padre a pedir su mano, y la chica se burló, diciéndole que él era sólo un entretenimiento.

Regresó como médico a Sarajevo, con el corazón hecho trizas. Comenzó a laborar como doctor para ayudar a su familia. Pronto se ganó buena fama por ser muy bueno y la gente poderosa de la ciudad acudía a él. Cuando Zlatan vio esto, comenzó a atender a gente más desamparada, poniéndoles como cuota lo que pudieran pagar, y si no podían dar nada, con eso se conformaba. Los ricos podían remunerarle bien, así que se daba aquel lujo sin desfalcarse económicamente.

Tiempo después, su hermana comenzó a sentirse mal con fiebres y náuseas. Zlatan la atendió de inmediato y pareció mejorar con los días, sin embargo no lograba recuperarse del todo. No la dejó ni un solo momento. Una y otra vez cambió su tratamiento, sin resultados. De a poco Zora se fue desgastando, se fue consumiendo. Una noche, tras preparar una infusión que esperaba diera resultado, la tomó para ayudarla a beber el remedio, no obstante la chica no pudo soportarlo más y murió en brazos de su hermano. Aún hoy en día, recuerda la expresión vacía de su pequeña hermana al irse para siempre.

Se dijo en toda la ciudad que Zlatan lloró la noche entera, negándose a entregar el cuerpo de Zora para que pudieran prepararla para el último descanso. Decir que se sintió desolado es quedarse cortos.

Perdió el ánimo por muchas cosas y dejó incluso de atender pacientes. Sólo tuvo que volver a hacerlo cuando fue llamado para curar al gobernador otomano de la ciudad, un par de meses después de la muerte de su hermana. Su incapacidad para salvarla lo sobrevolaba como un buitre. Era un pensamiento que una y otra vez regresaba a él, ¿dónde había fallado? Cómo el gobernador podía acudir a él cuando no pudo salvar a Zora. Con el tiempo y poco a poco, retomó la práctica médica.

Un par de años más tarde, las habladurías sobre Zlatan eran otras. Tenía 30 años y no estaba casado, ni tenía miras para hacerlo. Sus padres, ancianos ya para entonces, lo presionaron para sentar cabeza y así conoció a Sa’adat, una joven de la localidad. Zlatan vio como buena señal que su nombre significara “felicidad” y trató de olvidar su mal trago con Fatimah hace tanto tiempo atrás.

Sa’adat pareció muy dispuesta a dejarse cortejar. El carácter afable de Zlatan la ayudó a abrirse y le hizo una confesión: necesitaba contraer nupcias cuanto antes, pues estaba embarazada de un comerciante católico del norte. A pesar de todo, decidió continuar con sus planes y casarse con la mujer, criar a ese niño como suyo incluso, aunque heredara los ojos azules del verdadero padre. Se preparó una boda modesta para ambos, pero nunca llegaron a casarse. Sa’adat huyó con el hombre de rubios cabellos y aunque le alegró que encontrara su felicidad, fue un embate demasiado duro.

Eligió un árbol de las afueras de la ciudad para colgarse, pero una vez más, fue salvado para su desgracia por un pastor de cabras. No habló del incidente a sus padres y trató de continuar.

Cuando Mustafa y Jara murieron a causa de la edad y en una calma envidiable proporcionada por su hijo médico, Zlatan quedó completamente sólo en el mundo. Retomó con cierta normalidad la praxis, pero en sus noches más oscuras, buscaba nuevas formas de morir. Aunque también probó venenos, había algo, un descanso extraño en el brotar de su propia sangre que hizo de los objetos punzocortantes su método favorito. Sin embargo, algo más grande, Alá o lo que fuera, no le permitía dejar este mundo que tanta congoja le provocaba.

Fue en una reunión en el palacio de Sarajevo que la conoció. Una mujer hermosa como no había visto ninguna antes. No tenía los ojos marrones, el cabello oscuro, ni la piel olivácea; era diferente, brillaba como el oro. Cayó rendido a sus pies en un instante. Pero no era amor, era más su necesidad de desvanecerse. La mirada ajena parecía invitarlo a la nada.

Se acercó y ella no le huyó. Se conocieron. Había algo en su misterio que lo atraía y lo intrigaba. Algo que quería desentrañar. Se frecuentaron luego, era una mujer inteligente, interesante… de las conversaciones pasaron a la cama y con el tiempo, ella le develó su secreto: el de la inmortalidad.

Zlatan aún no sabe por qué lo hizo. Qué fuerza superior lo condujo a hacer aquella petición, pero le pidió, le rogó que le regalara la eternidad. Quería morir, siempre lo había deseado, sin motivos, simplemente porque había algo obscuro y podrido dentro de él, y esto era precisamente eso. Sólo para despertar a una existencia en la que la muerte ya no era opción. ¡Qué terrible y hermosa contradicción! ¿Se arrepiente? A veces, pero la mayoría del tiempo, aprovecha sus días infinitos.

Estuvo junto a ella por muchos años, enfrascado en una búsqueda sin caminos, sin salidas, sin razones. Perfeccionó su profesión médica, tenía el tiempo y los recursos para hacerlo y luego, cuando más miserable se sentía, la buscaba, aunque sabía que ella distaba mucho de serle fiel. A Zlatan no le importó por muchos años.

Hasta que comenzó a importarle…

Si bien su relación jamás fue un cuento de hadas, Zlatan se dio cuenta que de manera retorcida y completamente dependiente, comenzó a amarla en serio. Y eso estaba mal. Porque ella jamás iba a amarlo a él. Por eso tomó aquella decisión, la de dejarla, aunque con ello sintiera una nueva, más atroz agonía.


Se dedicó a viajar con el tiempo, a perfeccionarse no sólo como doctor, sino como hombre de academia en general, su sed de conocimiento le ayudó a mantenerse cuerdo en un mundo que le parecía una locura y fue así que llegó a los Estados Pontificios. Hace mucho que había renunciado a su fe musulmana, y tampoco era que quisiera convertirse al catolicismo, pero ahí encontró la institución ideal para redimirse de pecados que no existen, y sin embargo él ve demasiado grandes, insalvables. Con sus vastos conocimientos, tomó un lugar entre los Bibliotecarios de la Inquisición. Debía arreglar un poco el desperfecto que significaba él, y creyó que ese era el mejor método.

Así, se instaló en París, donde ejerce su labor inquisitorial, además de continuar atendiendo pacientes. Los ricos pueden pagarle lo que sea y los que menos tienen poco o nada, su cuota sigue siendo esa, la que cada quien quiera o sea capaz de pagar.

Otros Datos

➵ Sigue obsesionado con saber qué enfermedad mató a su hermana. Sigue sin saberlo.
➵ No importa que una noche sea calurosa, jamás, jamás, jamás dejará sus brazos al descubierto. No deja verse desnudo por cualquiera y si por casualidad alguien ve sus cicatrices, inventa una historia diferente cada vez que preguntan.
➵ Gusta de las bellas artes aunque él está completamente negado a ellas.
➵ Suele visitar burdeles. Las prostitutas no preguntan sobre sus marcas y no hay sentimientos involucrados. Con el tiempo se ha hecho de una peculiar fama en ese mundo, pues las trabajadoras lo buscan, ya que se dice que es un buen amante, las hace sentir queridas, las respeta y paga mucho más de la cuenta.
➵ Es un hombre de academia. El conocimiento motiva sus travesías.

Creado por Frozen •