AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Les choses de la vie
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Les choses de la vie
La ópera había terminado varios minutos atrás y los espectadores apenas comenzaban a levantarse de sus asientos, estirando las piernas agarrotadas de pasar tanto tiempo en la misma posición. Observé con aburrimiento desde mi palco como se iba vaciando la sala entre murmullos y risas indiscretas. Escondido entre las sombras, suspiré, si es que al menos eso pudo llamarse un suspiro. Extraña me resultaba la inmortalidad cuando todavía me quedaban reflejos involuntarios ¿pero que podía hacerle? La obra fue patética y solo logró aburrirme la mayoría de las entradas. Las actrices me resultaron insulsas, transparentes. Ninguna de ellas encerraba en sus frágiles existencias algo más que esa humanidad predecible y débil. Sus cantos sonaban como lloriqueos de un polluelo que se cayó del nido demasiado pronto. La tragedia en sus voces era tan forzada, practicada durante años ¡Que decepción! Nada fue original, nada fue sentido. Solo una actuación atrás de la otra, tal como sus repetitivas vidas.
Abandoné mi escondite cuando ya casi no quedaba nadie en los asientos. Bajé las escaleras laterales y con sigilo me dirigí a los camerinos. Nadie me vio, nadie podría haberlo hecho. Fui tan suave como el terciopelo de mi ropa. Llegué a la puerta del tocador de las bailarinas menores sin que ningún maestre se diera cuenta. Del otro lado podía oír el ir y venir de varios pasitos todavía muy torpes para merecerse un espacio personal. Golpeé suavemente la madera vieja con los nudillos y los pasitos se detuvieron de pronto, como hechizados. A los pocos segundos volvió el estrépito y se escuchó un “Adelante” .
Abrí la puerta y un rebaño de pequeñas ovejas salió saltando, mostrando sus rodillas huesudas a través de las medias mientras trataban de esquivarme. Salieron todas corriendo con los tutús aun puestos. Sonreí pensando en su dulzura y en la mirada cómplice que la última bailarina me dio antes de desaparecer tras un polvoriento cortinado ¡Ah, cuanta dicha la suya! Eran tan bonitas, con ese maquillaje que no les quedaba para nada y el pelo de ángel recogido en un rodete. Pero ninguna se comparaba con la belleza que me esperaba adentro. Eché el pestillo al entrar y observé atento. No importaba cuántas veces la viera, siempre se sentía como la primera vez. Su espalda tersa y huesuda, su cabello oscuro, desprolijo después de danzar. Estaba quitándose su zapato de bailarina fingiendo que yo no estaba allí. Carraspeé ahogando una risita
-Ellas piensan que tienes intenciones conmigo…-
-¿Y tú que les dices?- murmuré.
-¡Claro que no!- rugió la niña dándose vuelta y regalándome esa mirada que tanto adoraba. Rabiosa, penetrante, un animalito salvaje. Sus labios de rosa se curvaron en disgusto al ver mi expresión y volvió a darme la espalda, indignada –Soy solo una niña…-
-Oh Liselotte, Liselotte. No me des una mirada tan fría. Vine para verte ¿eso no es suficiente? Tienes apenas quince años ¿Cómo podría hacerte algo?- Claramente- Pero por otro lado…- Hundí mis dedos en su fresco cabello. Desarmé el peinado horquilla a horquilla hasta que las finas hebras cayeron como una cascada de hilos de seda. Que delicioso perfume desprendía aquella combinación de texturas. La curva de su cuello juvenil caía en su pronunciada clavícula y se unía con la línea de sus pechos sin desarrollar. Me concentré en ese exquisito detalle al inclinarme y susurrarle al odio-..Sin embargo hoy estuviste horrible-
-¡Edmund!- Liselotte protestó sacando mis manos de su cuerpecito. Me tomó por sorpresa, claro, Edmund era el nombre con el que me presenté ante ella. -¡No necesito que me des tu opinión!-
Un gatito montés. Me maravillaba viéndola, empalagado. Me apoyé sobre el tocador y de mi bolsillo extraje una bolsita de encaje. Repiqueteó dentro el inconfundible sonido a dinero sucio – Hace tiempo que no vengo a visitarte ¿Qué tienes para mí?- Aguardé, pero no hubo respuesta. Sacudí la bolsita con más ímpetu -¿Liselotte?-
-Ya no puedo seguir haciendo esto…-
-Lotte…-
-¡Ya no puedo seguir haciendo Edmund!- Su vocecita se quebró en una desafinada nota discordante. Simplemente no podía creerlo… Dejé caer los cinco francos, abatido -¿De qué hablas Lotte? ¿Acaso no recuerdas que el contenido de esta bolsa vale más que tu propia vida? ¿Qué es lo que no puedes seguir...haciendo?- Disfrutaba verla sufrir. Temblar de miedo. Los últimos meses la había criado, alimentado con mis intermitentes contribuciones. Moldeado sin domesticarla. Mi felino salvaje.
-No puedo seguir vendiéndote sus secretos, sus deseos ¡Su vida! ¡Me haces hacer cosas tan horribles! Tan despiadadas…-
Que absurda situación. La gatita había mordido la mano que la alimentaba. No puedo soportar este tipo de escenas, me resultan tan ordinarias- ¿Qué dirá tu madre si dejas de llevarle esas monedas? ¿Crees que podrá seguir pagándote tu maquillaje barato, o tus zapatillas gastadas? Lotte, no pongas en juego mi paciencia-, no tengo mucha. No quiero malgastarla en ti-
-No volveré a hacerlo. Jamás. Vete de aquí Edmund ¡No quiero volver a verte! - Lotte chillaba frenética. Tomó su soborno y lo estampó contra mi pecho-¡Eres un repugnante ladrón!-
¡Ah, eso era suficiente para una porquería como ella! No puedo explicar cómo, ni en qué momento mis manos fueron a parar a su cuello de porcelana antes que pudiera darme cuenta de lo que estaba pasando. Veía su carita enrojecer. Sus golpes no eran as fuertes que una pelota de trapo golpeando una roca ¿Desde cuándo mi dulce gatito se había convertido en una rata desobediente? Vulgar, asquerosa. Gritando fuera de sí. Toda su elegante rebeldía pulverizada en un solo acto de arrepentimiento, de bondad. Me dio asco el apenas estar tocándola. Pensé que ese cuerpecito desproporcionado guardaba una fortaleza esencial, diferente a las otras. Por eso, por sobre todas sus compañeras, la había elegido
-¡Te había elegido!-
Fue un segundo de pavor. Bajo mis dedos se escuchó el sonido de los huesos siendo aplastados, pero no fue eso lo que me espantó. De pronto sentí que dentro de la habitación se escondía alguien más. Me acechaba alguien más. Deje caer el cuerpo sin vida de lo que fue mi alimaña preferida, ahora convertida en un saco de entrañas, completamente desconocido para mí. Cayó pesado como una bolsa de arena, antinatural. Yo caí redondo a su lado. Estaba allí, me estaba mirando. Lo sentía ¿Cómo no lo percibí antes? Paralizado, clavé las uñas al gastado piso y articulé unas cacofónicas palabras - ¿Q-quién eres?-
Abandoné mi escondite cuando ya casi no quedaba nadie en los asientos. Bajé las escaleras laterales y con sigilo me dirigí a los camerinos. Nadie me vio, nadie podría haberlo hecho. Fui tan suave como el terciopelo de mi ropa. Llegué a la puerta del tocador de las bailarinas menores sin que ningún maestre se diera cuenta. Del otro lado podía oír el ir y venir de varios pasitos todavía muy torpes para merecerse un espacio personal. Golpeé suavemente la madera vieja con los nudillos y los pasitos se detuvieron de pronto, como hechizados. A los pocos segundos volvió el estrépito y se escuchó un “Adelante” .
Abrí la puerta y un rebaño de pequeñas ovejas salió saltando, mostrando sus rodillas huesudas a través de las medias mientras trataban de esquivarme. Salieron todas corriendo con los tutús aun puestos. Sonreí pensando en su dulzura y en la mirada cómplice que la última bailarina me dio antes de desaparecer tras un polvoriento cortinado ¡Ah, cuanta dicha la suya! Eran tan bonitas, con ese maquillaje que no les quedaba para nada y el pelo de ángel recogido en un rodete. Pero ninguna se comparaba con la belleza que me esperaba adentro. Eché el pestillo al entrar y observé atento. No importaba cuántas veces la viera, siempre se sentía como la primera vez. Su espalda tersa y huesuda, su cabello oscuro, desprolijo después de danzar. Estaba quitándose su zapato de bailarina fingiendo que yo no estaba allí. Carraspeé ahogando una risita
-Ellas piensan que tienes intenciones conmigo…-
-¿Y tú que les dices?- murmuré.
-¡Claro que no!- rugió la niña dándose vuelta y regalándome esa mirada que tanto adoraba. Rabiosa, penetrante, un animalito salvaje. Sus labios de rosa se curvaron en disgusto al ver mi expresión y volvió a darme la espalda, indignada –Soy solo una niña…-
-Oh Liselotte, Liselotte. No me des una mirada tan fría. Vine para verte ¿eso no es suficiente? Tienes apenas quince años ¿Cómo podría hacerte algo?- Claramente- Pero por otro lado…- Hundí mis dedos en su fresco cabello. Desarmé el peinado horquilla a horquilla hasta que las finas hebras cayeron como una cascada de hilos de seda. Que delicioso perfume desprendía aquella combinación de texturas. La curva de su cuello juvenil caía en su pronunciada clavícula y se unía con la línea de sus pechos sin desarrollar. Me concentré en ese exquisito detalle al inclinarme y susurrarle al odio-..Sin embargo hoy estuviste horrible-
-¡Edmund!- Liselotte protestó sacando mis manos de su cuerpecito. Me tomó por sorpresa, claro, Edmund era el nombre con el que me presenté ante ella. -¡No necesito que me des tu opinión!-
Un gatito montés. Me maravillaba viéndola, empalagado. Me apoyé sobre el tocador y de mi bolsillo extraje una bolsita de encaje. Repiqueteó dentro el inconfundible sonido a dinero sucio – Hace tiempo que no vengo a visitarte ¿Qué tienes para mí?- Aguardé, pero no hubo respuesta. Sacudí la bolsita con más ímpetu -¿Liselotte?-
-Ya no puedo seguir haciendo esto…-
-Lotte…-
-¡Ya no puedo seguir haciendo Edmund!- Su vocecita se quebró en una desafinada nota discordante. Simplemente no podía creerlo… Dejé caer los cinco francos, abatido -¿De qué hablas Lotte? ¿Acaso no recuerdas que el contenido de esta bolsa vale más que tu propia vida? ¿Qué es lo que no puedes seguir...haciendo?- Disfrutaba verla sufrir. Temblar de miedo. Los últimos meses la había criado, alimentado con mis intermitentes contribuciones. Moldeado sin domesticarla. Mi felino salvaje.
-No puedo seguir vendiéndote sus secretos, sus deseos ¡Su vida! ¡Me haces hacer cosas tan horribles! Tan despiadadas…-
Que absurda situación. La gatita había mordido la mano que la alimentaba. No puedo soportar este tipo de escenas, me resultan tan ordinarias- ¿Qué dirá tu madre si dejas de llevarle esas monedas? ¿Crees que podrá seguir pagándote tu maquillaje barato, o tus zapatillas gastadas? Lotte, no pongas en juego mi paciencia-, no tengo mucha. No quiero malgastarla en ti-
-No volveré a hacerlo. Jamás. Vete de aquí Edmund ¡No quiero volver a verte! - Lotte chillaba frenética. Tomó su soborno y lo estampó contra mi pecho-¡Eres un repugnante ladrón!-
¡Ah, eso era suficiente para una porquería como ella! No puedo explicar cómo, ni en qué momento mis manos fueron a parar a su cuello de porcelana antes que pudiera darme cuenta de lo que estaba pasando. Veía su carita enrojecer. Sus golpes no eran as fuertes que una pelota de trapo golpeando una roca ¿Desde cuándo mi dulce gatito se había convertido en una rata desobediente? Vulgar, asquerosa. Gritando fuera de sí. Toda su elegante rebeldía pulverizada en un solo acto de arrepentimiento, de bondad. Me dio asco el apenas estar tocándola. Pensé que ese cuerpecito desproporcionado guardaba una fortaleza esencial, diferente a las otras. Por eso, por sobre todas sus compañeras, la había elegido
-¡Te había elegido!-
Fue un segundo de pavor. Bajo mis dedos se escuchó el sonido de los huesos siendo aplastados, pero no fue eso lo que me espantó. De pronto sentí que dentro de la habitación se escondía alguien más. Me acechaba alguien más. Deje caer el cuerpo sin vida de lo que fue mi alimaña preferida, ahora convertida en un saco de entrañas, completamente desconocido para mí. Cayó pesado como una bolsa de arena, antinatural. Yo caí redondo a su lado. Estaba allí, me estaba mirando. Lo sentía ¿Cómo no lo percibí antes? Paralizado, clavé las uñas al gastado piso y articulé unas cacofónicas palabras - ¿Q-quién eres?-
Bertrand Desmarais- Vampiro Clase Media
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Re: Les choses de la vie
La voz de la soprano seguía danzando con dulzura en su cabeza; sin duda alguna, fue la estrella de la noche. Una luz en medio de la mediocridad de aquellos que osaron formar parte del elenco, que no sirvieron ni de decorado. Dudaba en ir y descubrir más sobre ella, su vida privada; temía encontrar algún secreto oscuro, oculto, que rompiera la belleza del recuerdo. Todo lo contrario a sus compañeros de reparto. Pensaba buscarlos uno a uno y hacerles cantar de verdad, hacer que fueran escalando trinos escupiendo la suciedad de sus almas. Y entonces ofrecer el castigo oportuno para cada uno de ellos.
En los Círculos del Infierno había espacio para todos.
Siguiendo estaba a un tenor cuando una voz llamó su atención. Solo el grueso cortinaje burdeos mantenía distancia entre la conversación contigua y él, pero incluso por encima de la algarabía de niñas inquietas y emocionadas pudo identificar al orador. Observó en silencio a través de los viejos zurcidos de la tela, sonriendo ante la escena. Era una de sus recientes investigaciones, un demonio "recién nacido" que llamó su atención unas semanas atrás mas no quiso acosar. Mismo motivo que le alejaba de la soprano. Lucifer no lidiaba demasiado bien con la decepción.
Mas oh cruel destino que le hizo testigo directo de tal desilusión. La esencia demoníaca que en primer lugar le hizo voltear a verle, la rebeldía donde se sintió reflejado... todo empañado por un velo de humanidad. Observó la muñeca de trapo que el demonio tiró al suelo y avanzó, apartando el cortinaje con una mano enguantada mientras borraba el espacio que les distanciaba.
-Visto un rostro prestado para caminar entre humanos, mas mi aura es más negra que la caja que le aguarda a tal bella doncella. - Miró sin pena alguna el cuerpo inerte. - Lucifer es mi nombre. Así es, el mismísimo Rey del Averno soy. - Clavó su oscura mirada al joven neonato, ganando un paso hacia él. Una sutil sonrisa adornó su rostro al oler el miedo en él. - No temas, no he venido a castigarte, por más infame que haya sido este último acto. - Señaló con un ademán de mano a la joven, eliminándola rápidamente de la ecuación. Ya no era más que un saco de carne aguardando los gusanos, nada por lo que perder el tiempo.
Tendió la mano hacia el joven rubio a la espera de que aceptara su ayuda, manteniendo una sonrisa de catálogo. Con un ligero movimiento de dedo ordenó que le siguiera hacia fuera, recorriendo pasillos y bambalinas, captando la curiosa mirada de todo aquel que trabajaba en el teatro y no osaba preguntar qué hacían ahí atrás. Respiró el aire de la calle cargado de alcohol, risas y vicios susurrados, y le invitó a caminar con él por las concurridas calles nocturnas y ociosas.
En los Círculos del Infierno había espacio para todos.
Siguiendo estaba a un tenor cuando una voz llamó su atención. Solo el grueso cortinaje burdeos mantenía distancia entre la conversación contigua y él, pero incluso por encima de la algarabía de niñas inquietas y emocionadas pudo identificar al orador. Observó en silencio a través de los viejos zurcidos de la tela, sonriendo ante la escena. Era una de sus recientes investigaciones, un demonio "recién nacido" que llamó su atención unas semanas atrás mas no quiso acosar. Mismo motivo que le alejaba de la soprano. Lucifer no lidiaba demasiado bien con la decepción.
Mas oh cruel destino que le hizo testigo directo de tal desilusión. La esencia demoníaca que en primer lugar le hizo voltear a verle, la rebeldía donde se sintió reflejado... todo empañado por un velo de humanidad. Observó la muñeca de trapo que el demonio tiró al suelo y avanzó, apartando el cortinaje con una mano enguantada mientras borraba el espacio que les distanciaba.
-Visto un rostro prestado para caminar entre humanos, mas mi aura es más negra que la caja que le aguarda a tal bella doncella. - Miró sin pena alguna el cuerpo inerte. - Lucifer es mi nombre. Así es, el mismísimo Rey del Averno soy. - Clavó su oscura mirada al joven neonato, ganando un paso hacia él. Una sutil sonrisa adornó su rostro al oler el miedo en él. - No temas, no he venido a castigarte, por más infame que haya sido este último acto. - Señaló con un ademán de mano a la joven, eliminándola rápidamente de la ecuación. Ya no era más que un saco de carne aguardando los gusanos, nada por lo que perder el tiempo.
Tendió la mano hacia el joven rubio a la espera de que aceptara su ayuda, manteniendo una sonrisa de catálogo. Con un ligero movimiento de dedo ordenó que le siguiera hacia fuera, recorriendo pasillos y bambalinas, captando la curiosa mirada de todo aquel que trabajaba en el teatro y no osaba preguntar qué hacían ahí atrás. Respiró el aire de la calle cargado de alcohol, risas y vicios susurrados, y le invitó a caminar con él por las concurridas calles nocturnas y ociosas.
Lucifer Morningstar- Vampiro Clase Alta
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Re: Les choses de la vie
Si esta no fuera una situación delicada no podría evitar ahogarme en carcajadas ¿El rey del Averno? Parecía sacado de un sermón barato para atemorizar fieles indecisos. Pero estaba asustado, terriblemente asustado. No había logrado darme cuenta de que uno de los de mi calaña me siguió y me dejó sin opciones. ¿Qué haría, seguirlo? Detesto tanto el misticismo forzado de mis camaradas, pero admito que me temblaban las piernas.
Él era fuerte, mucho más fuerte. Podía sentirlo. Podía ver en sus ojos que se creía completamente su papel del dios del Inframundo. ¡Con que miserable personaje me encontraba encerado! Lo odié al segundo de verlo.
Dejé atrás el cuerpecito de Liselotte al cruzar los cortinados. No la recordaría, estaba seguro. Fue un inútil derroche de tiempo y dinero. Había cosas más importantes en las que reparar, como el paso despreocupado y pomposo del vampiro que me encontró. No tenía otra opción que seguirlo hasta que se dignara a develarme su afectado, su muy bien pensado plan para acabar con su paupérrima soledad. Pero no parecía uno de aquellos vampiros desolados por su destierro de la mortalidad ¿Y si no buscaba solo eso? ¿Le habré parecido una presa fácil? Imbécil, después de tantas precauciones, de tantas sonrisas falsas para que nadie sospechara de mí. Odio cuando arruinan mis planes ¡Lo odio! Me deleitaría de arrancarle los ojos si no estuviera seguro que sería una sentencia de muerte
Tropecé antes de llegar a una de las puertas que daba al callejón. Los sonidos me aturdían, los humanos a mí alrededor se movían con una lentitud irritante ¡Exponerse! ¡Qué vampiro estúpido el que me guiaba!- Dejé testigos adentro- le dije antes de abandonar el teatro, sin moverme del rellano. Estaba clavado allí, de piedra. Miedo, miedo, apestaba a miedo y a inmundicia humana. Fruncí la nariz con desagrado – No me gusta la idea de liberarlos a su libre albedrío- Si llegaba a distraerlo, podría encontrar una grieta por donde escapar. Sentí que mis uñas penetraban inconscientemente el dorso de mi mano. Nunca pensé que querría algo así, pero deseaba que la noche llegara a su fin lo más pronto posible...
Él era fuerte, mucho más fuerte. Podía sentirlo. Podía ver en sus ojos que se creía completamente su papel del dios del Inframundo. ¡Con que miserable personaje me encontraba encerado! Lo odié al segundo de verlo.
Dejé atrás el cuerpecito de Liselotte al cruzar los cortinados. No la recordaría, estaba seguro. Fue un inútil derroche de tiempo y dinero. Había cosas más importantes en las que reparar, como el paso despreocupado y pomposo del vampiro que me encontró. No tenía otra opción que seguirlo hasta que se dignara a develarme su afectado, su muy bien pensado plan para acabar con su paupérrima soledad. Pero no parecía uno de aquellos vampiros desolados por su destierro de la mortalidad ¿Y si no buscaba solo eso? ¿Le habré parecido una presa fácil? Imbécil, después de tantas precauciones, de tantas sonrisas falsas para que nadie sospechara de mí. Odio cuando arruinan mis planes ¡Lo odio! Me deleitaría de arrancarle los ojos si no estuviera seguro que sería una sentencia de muerte
Tropecé antes de llegar a una de las puertas que daba al callejón. Los sonidos me aturdían, los humanos a mí alrededor se movían con una lentitud irritante ¡Exponerse! ¡Qué vampiro estúpido el que me guiaba!- Dejé testigos adentro- le dije antes de abandonar el teatro, sin moverme del rellano. Estaba clavado allí, de piedra. Miedo, miedo, apestaba a miedo y a inmundicia humana. Fruncí la nariz con desagrado – No me gusta la idea de liberarlos a su libre albedrío- Si llegaba a distraerlo, podría encontrar una grieta por donde escapar. Sentí que mis uñas penetraban inconscientemente el dorso de mi mano. Nunca pensé que querría algo así, pero deseaba que la noche llegara a su fin lo más pronto posible...
Bertrand Desmarais- Vampiro Clase Media
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Re: Les choses de la vie
Detuvo su avance al darse cuenta que el joven no le seguía con la misma diligencia de momentos antes. Girando el cuerpo en la brevedad de un segundo, clavó la gélida mirada en él, sonriendo con una cortesía adquirida a lo largo de los años, pero con el desdén plasmado en lo más hondo de sus ojos negros. - Perfecta eternidad malgastada en ti, que permites a esos míseros humanos decidir tu destino. ¿Qué miedo puedes aguardar ante criaturas de perecedera vida? Antes de que hayas olvidado lo sucedido, habrán muerto. Alza la cabeza y pon rígida tu espalda, eres un demonio. Que los seres inferiores no alteren tu conciencia.
Reanudó su camino al exterior suavizando la expresión de su rostro, mas no cesó su charla. - Eres una criatura letal e inmortal. Un ser capaz de tener oídos en todas partes. ¿Temes por lo que puedan hacer estos testigos de los que hablas? Obsérvalos entonces, pon atención a sus actos, y actúa cuando lo creas necesario. No antes. El arte de la muerte pierde todo sentido cuando se hace indiscriminadamente.
Las calles llenas de vida apaciguaron el desencanto sufrido en el teatro. Empezó a relajarse y repartir sonrisas de cortesía a los caminantes, dejándose seducir por el encanto de cada vida marchitándose que se cruzaba en el camino. - Llevo tiempo observándote. - Prosiguió con su presentación. - Te ganaste el privilegio de capturar mi atención, pero lo de esta noche... es decepcionante. - Chasqueó la lengua sin querer darle más importancia. Lo hecho, hecho estaba. - Tantas oportunidades había de jugar con tal dulzura y tú has acabado con su vida de la forma más patética: impulsivamente. ¿Sabes quién actúa así? - Se detuvo, mirándole a los ojos. - Los humanos. Ellos pueden permitirse la ignominia de someterse a sus emociones, es lo que les caracteriza. Pero tú dejaste de ser humano para convertirte en demonio de la noche. Ten orgullo propio y haz gala del respeto que estos seres caducos merecen.
Reanudó su camino al exterior suavizando la expresión de su rostro, mas no cesó su charla. - Eres una criatura letal e inmortal. Un ser capaz de tener oídos en todas partes. ¿Temes por lo que puedan hacer estos testigos de los que hablas? Obsérvalos entonces, pon atención a sus actos, y actúa cuando lo creas necesario. No antes. El arte de la muerte pierde todo sentido cuando se hace indiscriminadamente.
Las calles llenas de vida apaciguaron el desencanto sufrido en el teatro. Empezó a relajarse y repartir sonrisas de cortesía a los caminantes, dejándose seducir por el encanto de cada vida marchitándose que se cruzaba en el camino. - Llevo tiempo observándote. - Prosiguió con su presentación. - Te ganaste el privilegio de capturar mi atención, pero lo de esta noche... es decepcionante. - Chasqueó la lengua sin querer darle más importancia. Lo hecho, hecho estaba. - Tantas oportunidades había de jugar con tal dulzura y tú has acabado con su vida de la forma más patética: impulsivamente. ¿Sabes quién actúa así? - Se detuvo, mirándole a los ojos. - Los humanos. Ellos pueden permitirse la ignominia de someterse a sus emociones, es lo que les caracteriza. Pero tú dejaste de ser humano para convertirte en demonio de la noche. Ten orgullo propio y haz gala del respeto que estos seres caducos merecen.
Lucifer Morningstar- Vampiro Clase Alta
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Re: Les choses de la vie
Vaya, tenemos un vampiro con delirios aristocráticos presente en la corte de idiotas que lo saludan al pasar. No bastaba con que su torcida mente dilucidara con mitos bíblicos sino que además, predicaba su moral como un cura cualquiera. ¿Qué pretendía con esta lección de estética?
Aunque en el fondo, tenía un punto.
-Puedo coincidir contigo en que la muerte es un arte, pero ¿me comparas con un humano? Me insultas- Era difícil despegarme de sus ojos, tan convencidos de su discurso. Empezaba a pensar que yo era víctima de su aburrimiento, y no de algún otro plan elaborado- Ustedes, los que pasaron tantos años entres cadáveres vivientes se han olvidado de las oportunidades que tenemos delante: tú me dices que no debo preocuparme por ellos ¿Pero de qué sirve tener tanto poder si no puedo usarlos para jugar? –
Inevitablemente, si quería quitarme este viejo abalorio de encima debía jugar con sus reglas – El actor siempre se divierte más que el espectador. Ustedes con su loca fantasía de poder controlar lo que pasa en escena se llenan de polvo esperando que algo excitante les pase ¿Cómo terminan entonces? Arrastrando a un desconocido a consolar sus penas vacías – Forcé una sonrisa. El señor del Averno podía intimidarme tanto como quisiera, pero ya no podría ocultar su verdadera naturaleza de vejestorio empedernido. Crucé mis brazos y lo observé con desdén - ¿Por qué yo?-
Aunque en el fondo, tenía un punto.
-Puedo coincidir contigo en que la muerte es un arte, pero ¿me comparas con un humano? Me insultas- Era difícil despegarme de sus ojos, tan convencidos de su discurso. Empezaba a pensar que yo era víctima de su aburrimiento, y no de algún otro plan elaborado- Ustedes, los que pasaron tantos años entres cadáveres vivientes se han olvidado de las oportunidades que tenemos delante: tú me dices que no debo preocuparme por ellos ¿Pero de qué sirve tener tanto poder si no puedo usarlos para jugar? –
Inevitablemente, si quería quitarme este viejo abalorio de encima debía jugar con sus reglas – El actor siempre se divierte más que el espectador. Ustedes con su loca fantasía de poder controlar lo que pasa en escena se llenan de polvo esperando que algo excitante les pase ¿Cómo terminan entonces? Arrastrando a un desconocido a consolar sus penas vacías – Forcé una sonrisa. El señor del Averno podía intimidarme tanto como quisiera, pero ya no podría ocultar su verdadera naturaleza de vejestorio empedernido. Crucé mis brazos y lo observé con desdén - ¿Por qué yo?-
Bertrand Desmarais- Vampiro Clase Media
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