Desilusión

por **Cesare Borgia** Miér Jun 01, 2016 11:29 pm

Residencia de Vannozza dei Cattanei || Italia

El tiempo ha pasado tan rápido que ya no es posible hacer referencia a ello, luego de que en una inevitable decisión del Estado Papal enviaran a jóvenes inquisidores a misiones en otras ciudades donde su presencia era requerida para los lazos con el señor de las alturas, el Gran Todo poderoso. Tanto así que incluso aquella oveja del rebaño que no ha sido manchada ni alcanzada en corrupción ha sido enviada lejos de las alas protectoras de quien se hace llamar como “Eminencia”, que por lazos de sangre carnales siempre busca tenerla lo más próximo, lástima que esta vez no ha podido.

Los días y noches pasaban raudos pero en el corazón de su eminencia había un vacío que nadie podía llenar, o eso quizás pensaba. Luego de una semana se sus pensamientos se calmaron llevando el ritmo habitual de los asuntos de la iglesia, tal como lo hacía desde siempre. Aunque luego de la primera semana, las cosas cambiarían, quizás para bien o quizás para mal, dependería del estado de ánimo de su excelencia.

Más la única solución que encontraba cada noche eran los brazos de bellas damas que no sabían con quién estaban relacionándose, una a una desfilaban por las puertas traseras de aquella villa ostentosa dela familia que oculta el nombre y procedencia de sus ocupantes por los chismes. Las damas desfilaban por su habitación pero no eran más que solo cortas horas antes de que el sol surque los cielos y la verdad se revele a los ojos de aquellas mujeres que solo encontraban satisfacción en las palabras de su Eminencia.

La última noche, había encontrado el calor entre los brazos de una joven adinerada, ambos cuerpos se fundieron durante el resto de la noche, incluso cuando el alba ya amenazaba con tocar los cielos, aquellos cuerpos continuaban con su obra de satisfacción. Los gemidos de la mujer podían levantar a toda Italia, ella solo se dejó caer en la tentación del aquel cuerpo masculino mezclado al suyo, el mismo cuerpo que se llevó unas que otras pequeñas marcas en la espalda. La cama rechinaba con el contacto íntimo, pedía clemencia por la faena que aquel par de amantes se montaba. Su excelencia conocía a la mujer una pequeña fiel que a la iglesia acudía cada domingo y a la que había confesado en dos ocasiones y ahora estaba sobre él moviéndose como si su cuerpo fuera hecho solo para tentar a los hombres y provocarlos en el más puro pecado.

Las ultimas arremetidas y el sol ya estaba en lo más alto del cielo, la mañana los había alcanzado completamente. Su eminencia abandona el lecho colocándose aquella túnica que muestra su rango en la santa madre iglesia católica, la mujer muy azorada y entre risas señala el hecho de su “santidad”. Cesare se comenzó a reír mientras terminaba de abotonar el uno de los lazos de su prenda oscura –Por la noche soy quien quiero ser, y por el día soy quien debo ser, y es hora de que tú también seas lo que debes ser y te marches antes de que – no termina la frase cuando un ruido que proviene de su ventana se deja oír, su sonrisa no se apartaba de aquel rostro, sabiendo quien era la persona que estaba tras aquel acto de indecencia –Lucrezzia– murmura entre risa y sale de la habitación presto a dar caza a quien había estado fisgoneando