AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Dance of the Damned [Privado]
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Dance of the Damned [Privado]
"It's a terrible life"
La vida de la clase pudiente no estuvo hecha para mí. Si bien no tenía por qué protestar, los eventos de involucrasen gente de mi mismo estatus social nunca estuvieron entre mis actividades favoritas. No eran los lujos, ni el derroche de dinero en exuberantes agasajos lo que me molestaba, pues de vez en cuando, incluso yo saco provecho de los beneficios con los que la vida me ha bendecido. Es más bien la cuestión de tener que aparentar ser una dama ante gente que no tiene mayor relevancia en mi vida, es forzarme a mí misma a ser algo que sé que no soy, es verme obligada a acudir a las patéticas ambiciones a las que según he escuchado toda señorita debe aspirar, sobretodo en cuanto a asuntos relacionados con el matrimonio se trata.
Sé perfectamente cuales son las no tan discretas intenciones de mi padre al traerme a ese tipo de eventos. Si bien la idea principal de todo esto era un encuentro “casual” con el vampiro que, inconscientemente, le suministró información a mi padre acerca de uno que otro hijo de la luna, camuflado entre la burguesía, Bastien tiene en mente una cacería más grande, una que solo me causa repulsión . A la hora de las celebraciones, humanos y no humanos conviven como si fuesen iguales y para este momento mi padre y yo lo tenemos bastante claro.
El viaje de nuestra residencia al Palacio Royal fue más bien corto. Aunque el carruaje en el que nos transportamos era bastante amplio, no pude evitar dejar de sentirme incomoda en el pomposo vestido color violeta ultramar que llevo puesto. Aunque acentúa mis curvas perfectamente, aprisiona mi mi torso hasta el punto en el que debo contener el aliento por algunos instantes antes de poder exhalar.
Una vez en el interior del palacio las formalidades sobran. No presto mayor atención al protocolo y sigo de largo, esperando poder escabullirme entre los asistentes; todo ello, antes de tener que enfrentar a mi padre y su persistencia en presentarme a los opulentos caballeros de la clase más alta. No obstante, justo cuando pienso que la suerte se ha puesto de su lado, en el afán de huir de mi progenitor, me encuentro a centímetros de chocar con Kyros, el hombre... El vampiro, mejor dicho, del que tanto me había hablado Bastien. Tras mi espalda, como un demoníaco cántico, oigo alzarse la voz de mi padre. Lo cierto es que más tardé yo en intentar huir que mi ascendiente en encontrarme. Después de todo eso ese es nuestro oficio y no puedo evitar sentirme tonta por creer vanamente que lograría mi cometido.
De soslayo veo dibujarse en el rostro de mi padre una sonrisa farisaica. El hombre que me crió comenta lo dichoso que se siente de haber encontrado a Kyros en aquel lugar, tal como si nada del asunto hubiese sido planeado; Sus palabras no podían ser más fraudulentas. Bien conozco que mi padre desprecia a las criaturas de la noche, un poco menos que a los hijos de la luna y que de no ser por qué aquel vampiro le sirve de anzuelo a mayores males ya le habría visualizado tres metros bajo tierra con una estaca de madera perforándole el corazón. Pasan algunos segundos antes de que Bastien se percate nuevamente de mi presencia. Una vez me presenta al vampiro me limito a realizar una pequeña reverencia acompañada de media sonrisa, una que me cuesta formular.
Bastien y el vampiro cruzan algunas palabras, unas a las que decido no prestar mucha atención y, no es hasta que un hombre, con el que presiento haber visto cazar a mi ascendiente, se acerca a nosotros para posteriormente llevárselo con la excusa de una plática privada, que me doy cuenta que Kyros y yo nos hemos quedado solos. Estoy segura de que no soy tan buena como mi padre aparentando que la gente me agrada, por tanto decido realizar la acción más sensata de la noche y proceder a huir educadamente.
—Ha sido un placer, señor Kierkegaard —comienzo en el tono más amable al que puedo acceder — Si me disculpa... — nuevamente hago una reverencia y me dispongo a caminar tan lejos como pueda del vampiro.
Última edición por Amara J. Argent el Miér Dic 21, 2016 1:21 am, editado 1 vez
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Dance of the Damned [Privado]
El espectro de su vida mortal se divertía cada vez que concurría en los hábitos que su status le reclamaba. Para un vampiro era exhortativo mantener relaciones constantes y regulares, ya que de lo contrario, podían ir perdiendo poco a poco su inmortalidad. Pero eso no era lo que empujaba al sobrenatural a establecer lazos con casi toda la sociedad. Kyros había vivido en la soledad por mucho tiempo, incluso antes de su conversión. Su condición era resultado de haber resistido la ausencia de matices suaves, brillantes y —por sobretodo—esenciales en sus primeros años de lúgubre existencia. Incluso el cariño de Lady Margaret no fue suficiente para opacar la carencia de figuras paternales. Aunque es inconsciente en cuanto a ello, ya que el joven vampiro en su infancia era un hermoso chiquillo risueño, aquel sentimiento albergado en lo profundo de su ser es la razón de su afán de socializar. Por ello se aferra a cualquier indicio de afecto que pudiera darle evidencia de estabilidad. Una meticulosa escala dividía lo esencial de lo mundano prescindible, así su afecto—aunque no egoísta ni inalcanzable—era prioritario.
Las personas—mortales y altaneras—en el salón del Palacio Royal ni siquiera aplicaban a aquella escala. Ni como sugerencia del extremo más indigno. Si bien le entretenía desenvolverse con tal facilidad y encanto en sociedad, habían veces que detestaba el grado de banalidad en cada comentario o la falta de reflexión en cualquier discurso. Detestaba la codicia y egoísmo, el ego y la imprudencia. Se preguntaba cómo los valores habían abandonado a los mortales, cómo era difícil encontrar virtudes y sencillez. El vampiro ya estaba manchado, pero aún no olvidaba las enseñanzas de su institutriz. Había dejado de ver la bondad en las personas porque ni atisbo de ella encontraba. Allí también se encontraba su razón para intervenir.
No obstante, era una tarea muy complicada y fatigosa. El vampiro dejaba que le restregaran la hipocresía en la cara—aunque él también pecaba en ello—, además de dejar que saquen provecho de cualquier asunto que pueda ofrecer. Era lo que él hacía: ofrecer. Aunque a veces simplemente era una estrategia para observar y aprender; en ese mundo no era el único con habilidades sobrehumanas. Sí, él podía jugar a hacerse el tonto y no esperar nada a cambio, mientras conozca las intenciones, tenga un ojo puesto en el plan y una mano en la estrategia, podía dejar que saquen provecho de él innumerables veces…
— Oh. Disculpe, milady—el vampiro sonrió con gentileza: la hija de Sir Bastien era cómo un gorrión despistado, ansiosa por salir volando por cualquier agujero que le parezca salida. Se había entrometido en su fuga. Conocía a la joven castaña, aun cuando su padre no la mencionaba en sus conversaciones clandestinas. Una excelente cazadora que no disfrutaba del todo ensartar algún puñal en cualquier sobrenatural. Kyros ancla un momento la vista en su mirada, analizando, hasta que decide separarla para prestar atención al saludo que Sir Bastien ofrece:
— ¡Qué placer me da encontrarme con usted, monsiur Kierkegaard!—una mano angosta y fornida, fraguada en cada infierno que visitó al cazar bestias, se presentó con presura ante el vampiro. El apretón que se dieron, lejos de amigable, fue la forma de dejar en claro su alianza momentánea.
Luego, como si recordara que algo importante se le escapaba, gira el cuerpo en dirección de su hija, quien había quedado allí sin ganas ni interés en el asunto que platicaban— ¡Ah! ¿Ya conoce a mi hija? Amara, este caballero es Kyros Kierkeegard, ferviente colaborador de nuestra causa—. El vampiro sonríe ladinamente mientras se inclina. En los segundos restantes de conversación, se apresuró a comentarle el éxito que tuvo la prueba de sus dardos con gas mostaza. Y claro, otras particulares especias. Lo dijo de forma sutil, cómo si le estuviera explicando que el negocio de dulces nuevos de la señora Charlotte había tenido un impacto intenso en el paladar de sus clientes. Los ojos de Bastien arden en un brillo malicioso, pero pronto ese incendio es apagado por otro caballero que se acerca para platicar con él. Presto, este cambia su gesto para brindar otra sonrisa falsa. El vampiro ve como se aleja: una figura imponente, digna de respeto. Al volver la mirada, el gorrión nuevamente inicia su escape.
— No la disculpo, milady—dice en tono gracioso, probando la volatilidad de la cazadora— . Perdóneme si mi presencia no es digna—siguió, con un rastro de pena en su voz. Aunque ella no quisiera platicar con él, Kyros ansiaba poder curiosear un poco más de aquella dama. Se acerca un poco al ver que Amara ha detenido su huida—. Podría intentar conocerme—murmuró, su voz se deslizó lentamente, casi como si fuera un susurro. Sonrió para luego retroceder y dejar un amplio espacio entre ellos— Su padre es un sujeto muy atareado, ¿verdad?—su voz se normalizo y el semblante cálido y tranquilo volvió a él. La mirada de la cazadora le revelaba todo, al menos a él, que sabía observar.
Las personas—mortales y altaneras—en el salón del Palacio Royal ni siquiera aplicaban a aquella escala. Ni como sugerencia del extremo más indigno. Si bien le entretenía desenvolverse con tal facilidad y encanto en sociedad, habían veces que detestaba el grado de banalidad en cada comentario o la falta de reflexión en cualquier discurso. Detestaba la codicia y egoísmo, el ego y la imprudencia. Se preguntaba cómo los valores habían abandonado a los mortales, cómo era difícil encontrar virtudes y sencillez. El vampiro ya estaba manchado, pero aún no olvidaba las enseñanzas de su institutriz. Había dejado de ver la bondad en las personas porque ni atisbo de ella encontraba. Allí también se encontraba su razón para intervenir.
No obstante, era una tarea muy complicada y fatigosa. El vampiro dejaba que le restregaran la hipocresía en la cara—aunque él también pecaba en ello—, además de dejar que saquen provecho de cualquier asunto que pueda ofrecer. Era lo que él hacía: ofrecer. Aunque a veces simplemente era una estrategia para observar y aprender; en ese mundo no era el único con habilidades sobrehumanas. Sí, él podía jugar a hacerse el tonto y no esperar nada a cambio, mientras conozca las intenciones, tenga un ojo puesto en el plan y una mano en la estrategia, podía dejar que saquen provecho de él innumerables veces…
— Oh. Disculpe, milady—el vampiro sonrió con gentileza: la hija de Sir Bastien era cómo un gorrión despistado, ansiosa por salir volando por cualquier agujero que le parezca salida. Se había entrometido en su fuga. Conocía a la joven castaña, aun cuando su padre no la mencionaba en sus conversaciones clandestinas. Una excelente cazadora que no disfrutaba del todo ensartar algún puñal en cualquier sobrenatural. Kyros ancla un momento la vista en su mirada, analizando, hasta que decide separarla para prestar atención al saludo que Sir Bastien ofrece:
— ¡Qué placer me da encontrarme con usted, monsiur Kierkegaard!—una mano angosta y fornida, fraguada en cada infierno que visitó al cazar bestias, se presentó con presura ante el vampiro. El apretón que se dieron, lejos de amigable, fue la forma de dejar en claro su alianza momentánea.
Luego, como si recordara que algo importante se le escapaba, gira el cuerpo en dirección de su hija, quien había quedado allí sin ganas ni interés en el asunto que platicaban— ¡Ah! ¿Ya conoce a mi hija? Amara, este caballero es Kyros Kierkeegard, ferviente colaborador de nuestra causa—. El vampiro sonríe ladinamente mientras se inclina. En los segundos restantes de conversación, se apresuró a comentarle el éxito que tuvo la prueba de sus dardos con gas mostaza. Y claro, otras particulares especias. Lo dijo de forma sutil, cómo si le estuviera explicando que el negocio de dulces nuevos de la señora Charlotte había tenido un impacto intenso en el paladar de sus clientes. Los ojos de Bastien arden en un brillo malicioso, pero pronto ese incendio es apagado por otro caballero que se acerca para platicar con él. Presto, este cambia su gesto para brindar otra sonrisa falsa. El vampiro ve como se aleja: una figura imponente, digna de respeto. Al volver la mirada, el gorrión nuevamente inicia su escape.
— No la disculpo, milady—dice en tono gracioso, probando la volatilidad de la cazadora— . Perdóneme si mi presencia no es digna—siguió, con un rastro de pena en su voz. Aunque ella no quisiera platicar con él, Kyros ansiaba poder curiosear un poco más de aquella dama. Se acerca un poco al ver que Amara ha detenido su huida—. Podría intentar conocerme—murmuró, su voz se deslizó lentamente, casi como si fuera un susurro. Sonrió para luego retroceder y dejar un amplio espacio entre ellos— Su padre es un sujeto muy atareado, ¿verdad?—su voz se normalizo y el semblante cálido y tranquilo volvió a él. La mirada de la cazadora le revelaba todo, al menos a él, que sabía observar.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
"Point of no return"
Tan pronto cómo el inmortal articula su discurso comprendo que ha encendido la llama de mi curiosidad; en este preciso momento de la vida pocas son las cosas que me causan intriga o se convierten en meritorias de mi admiración, sin embargo, el señor Kierkegaard parece haberse transformado en una de ellas. Sutilmente me doy media vuelta, deteniéndome justo frente al vampiro, donde mis ojos pueden anclarse austeros sobre los suyos, disfrazando de esta forma la intriga que ha aflorado en mí con tan sólo un limitado grupo de palabras. Siento sus ojos escudriñar a través de los míos, confiada de que él conoce que realizo la misma acción con los suyos, nos leemos mutuamente como un libro abierto cuyas páginas se encuentran todas en blanco, quedando atrapados en la paradoja de conocer al otro sin conocer algo verdaderamente.
Doy un fugaz vistazo en dirección a mi padre, quien para mi ausencia de sorpresa devuelve hacia nosotros una mirada de desbordante reprobación; por supuesto su fachada entera, la falsa sonrisa y la afable actitud se observan más tenues con cada segundo que paso anverso a Kyros. Fraternizar con las bestias de la noche ha sido para mi padre un mal necesario, más la necesidad del asunto no convierte la idea en cuestión de su agrado. Fueron sus colegas, por supuesto, quienes le impulsaron a realizar tan osado negocio, uno que en otro tiempo él mismo hubiese considerado una barbaridad. Un trueque de información a cambio de inmunidad no se estima como la más genuina jugada de un cazador, claramente mucho menos para uno quien desprecia toda vida sobrenatural y piensa de la caza como el único y verdadero arte. No obstante, hasta el momento los testimonios del vampiro han sido lo suficientemente provechosos para los propósitos de mi progenitor; cada día la quimera de converger de nuevo con el cómplice del atroz crimen de la lune rouge se siente un poco más real.
Simulando perderme entre el tránsito de personas que circulan por el Palacio Royal evado la mirada de mi padre y así poner toda mi atención sobre el vampiro, quien ha estado esperando respuesta de mi parte por algunos segundos. Cierto deje de diversión se posa sobre mi rostro, si bien no había sido suficiente el sentimiento de simpatía por la vida un licántropo ahora me encuentro congeniando con un inmortal. A pesar de fueron las bestias de la noche y la luna las que hicieron de mi vida una actividad poco placentera, he de admitir que como un faro en la noche atrae a los barcos, las bestias me atraen a mí.
— Mi padre es un individuo… —Me detengo tratando de hallar la palabra más adecuada para finalizar la oración — Singular —finalizo enfatizando con seriedad la palabra — Sin embargo, estoy segura de que esa es información que usted ya conocía, Señor Kierkegaard. —Las palabras salen de mi boca parcas y sin filtro alguno, la sinceridad por supuesto es mi virtud menos agradable — Lo que me sorprende es que usted presente interés en la hija del hombre que le habla con semejante hipocresía —hago una pequeña pausa, esta vez para apreciar la expresión en el rostro del vampiro — hipocresía que usted le devuelve a la perfección.
Me asomo nuevamente a la vista de mi padre, imprimiendo en mi rostro el gesto más hostil que puedo encontrar. Esperando que esto sea suficiente para hacerle creer a mi progenitor que no tengo intención alguna de congeniar con Kyros.
— Si usted aún considera que puedo intentar conocerle entonces me encontrará en la terraza en cinco minutos —comienzo a dar marcha atrás aun dando la cara al vampiro, aprovechando la primera oportunidad que encuentro de eludir la insistente vista de mi padre para brindarle una breve sonrisa. Entonces me doy media vuelta y conociendo las habilidades del vampiro pronuncio en un susurro —Le estaré esperando, señor Kierkegaard.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Dance of the Damned [Privado]
Delicadamente, con toda la paciencia de un ser eterno, un inexistente orfebre finalmente engarzó aquellos dos eslabones. El vampiro se sorprendió al ver que había acertado formulando aquellas precisas palabras: ni un monólogo adornado de mentiras ni una frase confusa habrían logrado que el gorrión despistado se quedase si no hubiera sido honesto. Ahora simplemente quedaban a merced de las miradas, fisgoneando ávidamente sin piedad. Messie Kierkegaard la observaba con una diversión evidente titilando en sus irises: un presagio afortunado surgía entre sus expectativas y anidaba en sus labios una sonrisa por ser parte de él. En cambio, en ella percibía unas ansias incontenibles de perseguir la propuesta del vampiro. Y algo más…En su mirada notó un indicio muy extraño que le advertía sobre una diferencia indiscutible respecto a la mortalidad terrenal que supuestamente debía poseer: su aura lo dejaba totalmente desconcertado.
Se preguntó por qué no había captado esa diferencia antes. Probablemente se debía a que nunca había estado sólo a unas varas de ella; las veces en que se encaminaba a los bosques circundantes a París, por casualidad o destino la había visto moverse sigilosamente por entre los recovecos de las malezas o los fornidos robles. Como cazadora debía mantener al menos una pizca de atención en ella para evitar que una estaca aparezca en su pecho; aun cuando platicaba y disponía información valiosa a su embustero padre, ser cauteloso y precavido son las mejores defensas que puede tener.
La castaña tampoco se salvaba de su propio padre y su rugiente autoritarismo. Lo sabía muy bien; su pregunta formulada sólo era para que milady Argent le dedicara más que una despedida agria. No obstante, las oraciones que soltaba engrandecían aún más su sorpresa que como brillo esmeralda destellaba en su mirada.
El vampiro rio para sus adentros al ver cómo el pequeño gorrión conseguía despistar a su padre y devolverle la calma con aquellos gestos que—de no ser por aquella sonrisa que le dedicó en un segundo—hubieran herido su susceptibilidad por lo ásperos y asqueados que se veían. Incluso había abierto levemente la boca para protestar, pero tras una mirada a la dirección donde Amara estaba volteando de vez en vez, se dio cuenta de la treta de la que estaba siendo parte. Sin pensarlo dos veces, contribuyó a la causa y frunció el entrecejo para demostrar su enfado y desaprobación.
«Le estaré esperando, señor Kierkegaard.»
Terraza. Cinco minutos. El vampiro podría llegar en menos de un minuto. Aunque, ¿había alguna terraza? Kyros vio alejarse la silueta de la pequeña hija de Bastien, perdiéndose entre la multitud. Se preguntaba si las consecuencias de su próximo encuentro afectarían en la relación que tenía con su estricto padre. Como había dicho Amara, la hipocresía era un traje que le quedaba a la medida, reticente e impecable: él no era el único que brindaba información, el vampiro vigilaba el arsenal de armas novedosas que Bastien creaba, además de enterarse de uno que otro dato muy útiles para cuando deba tramar estrategias para evitar tragedias. Y no quería perder aquello.
Bastien nunca se podría enterar de lo que el vampiro planeaba hacer con su hija.
Kyros inhaló el aire cargado de la estancia y avanzó cadenciosamente, cruzando por la sala y el umbral de la entrada que daba a un pasadizo ancho. ¿Cómo se llega a una terraza? ¡Oh! Escaleras. Sólo debía encontrarlas. De seguro no era el único camino para llegar: una escalera caracol que se extendía por casi dos o tres pisos. El vampiro avanzó tranquilo, pero aun cuando sus pasos eran pausados y sin prisa, al ver su reloj de bolsillo se percató de que había pasado menos de la mitad del tiempo acordado.
Del otro lado de una puerta metálica y escarlata, se encontró con el bello cielo parisino. Amara aún no llegaba, pero pudo visualizar otra entrada de otro lado de la terraza. Respiró profundamente el aroma a noche de misterios e incertidumbre. Dio unos cuantos pasos para tener un mejor panorama: pequeñas casas con sus luces parpadeando, adoquines grisáceos imitando un camino, gente a lo lejos caminando bajo la luz de la luna, los bosques circundantes con sus robles tupidos y elegantes.
Sus ojos se cerraron al instante en que una brisa le revolvió los rizos.
—Me siento culpable—la voz de Kyros escapó con un tinte divertido, sintiendo la presencia de la cazadora —. Al final de la noche esta ocasión se volverá un secreto.
Se preguntó por qué no había captado esa diferencia antes. Probablemente se debía a que nunca había estado sólo a unas varas de ella; las veces en que se encaminaba a los bosques circundantes a París, por casualidad o destino la había visto moverse sigilosamente por entre los recovecos de las malezas o los fornidos robles. Como cazadora debía mantener al menos una pizca de atención en ella para evitar que una estaca aparezca en su pecho; aun cuando platicaba y disponía información valiosa a su embustero padre, ser cauteloso y precavido son las mejores defensas que puede tener.
La castaña tampoco se salvaba de su propio padre y su rugiente autoritarismo. Lo sabía muy bien; su pregunta formulada sólo era para que milady Argent le dedicara más que una despedida agria. No obstante, las oraciones que soltaba engrandecían aún más su sorpresa que como brillo esmeralda destellaba en su mirada.
El vampiro rio para sus adentros al ver cómo el pequeño gorrión conseguía despistar a su padre y devolverle la calma con aquellos gestos que—de no ser por aquella sonrisa que le dedicó en un segundo—hubieran herido su susceptibilidad por lo ásperos y asqueados que se veían. Incluso había abierto levemente la boca para protestar, pero tras una mirada a la dirección donde Amara estaba volteando de vez en vez, se dio cuenta de la treta de la que estaba siendo parte. Sin pensarlo dos veces, contribuyó a la causa y frunció el entrecejo para demostrar su enfado y desaprobación.
«Le estaré esperando, señor Kierkegaard.»
Terraza. Cinco minutos. El vampiro podría llegar en menos de un minuto. Aunque, ¿había alguna terraza? Kyros vio alejarse la silueta de la pequeña hija de Bastien, perdiéndose entre la multitud. Se preguntaba si las consecuencias de su próximo encuentro afectarían en la relación que tenía con su estricto padre. Como había dicho Amara, la hipocresía era un traje que le quedaba a la medida, reticente e impecable: él no era el único que brindaba información, el vampiro vigilaba el arsenal de armas novedosas que Bastien creaba, además de enterarse de uno que otro dato muy útiles para cuando deba tramar estrategias para evitar tragedias. Y no quería perder aquello.
Bastien nunca se podría enterar de lo que el vampiro planeaba hacer con su hija.
Kyros inhaló el aire cargado de la estancia y avanzó cadenciosamente, cruzando por la sala y el umbral de la entrada que daba a un pasadizo ancho. ¿Cómo se llega a una terraza? ¡Oh! Escaleras. Sólo debía encontrarlas. De seguro no era el único camino para llegar: una escalera caracol que se extendía por casi dos o tres pisos. El vampiro avanzó tranquilo, pero aun cuando sus pasos eran pausados y sin prisa, al ver su reloj de bolsillo se percató de que había pasado menos de la mitad del tiempo acordado.
Del otro lado de una puerta metálica y escarlata, se encontró con el bello cielo parisino. Amara aún no llegaba, pero pudo visualizar otra entrada de otro lado de la terraza. Respiró profundamente el aroma a noche de misterios e incertidumbre. Dio unos cuantos pasos para tener un mejor panorama: pequeñas casas con sus luces parpadeando, adoquines grisáceos imitando un camino, gente a lo lejos caminando bajo la luz de la luna, los bosques circundantes con sus robles tupidos y elegantes.
Sus ojos se cerraron al instante en que una brisa le revolvió los rizos.
—Me siento culpable—la voz de Kyros escapó con un tinte divertido, sintiendo la presencia de la cazadora —. Al final de la noche esta ocasión se volverá un secreto.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
"Walking through fire"
Avanzo sigilosa, camuflándome entre las personas que ocupan la opulenta estancia, tan ligera como los volantes en los pomposos vestidos de las damas, que con un toque casi etéreo acarician el piso con su andar. Invisible, esa es la palabra exacta que usó mi padre tantas veces como le fue posible para referirse a todo cuanto respecta a mi presencia en el evento. Mi tarea es simple: sonreír – Con hipocresía en caso de ser necesario –, realizar una que otra reverencia ante los personajes más influyentes que me concedan el honor de su palabra y, por supuesto, el precepto más importante de todos, callar. De ser necesario un intercambio de palabras con alguno de los célebres burgueses, mi dicción debe mantenerse al mínimo; las palabras son un arma de doble filo cuando se trata de la alta sociedad y, llegará el día en el que será mi deber posicionarme en nombre de aquellos que lleven o hayan llevado alguna vez el apellido Argent, más ese día no será hoy.
Me convierto en aire, imperceptible e insustancial. Me muevo entre los pasos danzantes de aquellos que ceden sus movimientos a la melodía, que resuena en la estancia y se cuela entre sus pies. Soy invisible ante todas las miradas, todas a excepción de una sola, una que conozco bastante bien, pero que descubro he fracasado en evadir una vez su dueño me toma con firmeza por el brazo, deteniendo mi grácil caminar.
— No sé si mis órdenes no fueron lo bastante claras, Amara.
Recurro a la fachada más firme que poseo, sin embargo, un escalofrío se extiende a través de mi espalda en cuanto los labios de mi padre se separan para pronunciar las certeras palabras; bien conozco el precio que la desobediencia acarrea, más pruebas no quedan de ello. Eventualmente, todas las marcas, las de lucha y las de castigo, se desvanecen como si nunca hubiesen sido estampadas sobre mi piel. Con cautela, los irises aguamarina de mi padre inquieren como sabuesos sobre los míos, rebuscando hasta el más sutil titubeo que le revelase mis verdaderas intenciones, aquellas que ciertamente iban en contra de todo lo que hasta entonces me había ordenado evitar.
Inhalo una inapreciable porción de aire, imprimiendo en mi rostro un ademán de poca emoción, un gesto en blanco que por supuesto le desagrada a mi progenitor, pues le imposibilita las respuestas que persistente busca en mi mirada. La condescendencia nunca fue el mejor de mis talentos; no obstante, bajo la inestable conducta de mi padre, se ha mostrado siempre como la más apropiada opción. Fui criada bajo un estatuto de sinceridad absoluta, en un entorno en donde la más piadosa de las mentiras puede ser catalogada como traición, por consecuente, es natural para mi expresar con veracidad pensamientos y emociones, un tipo de franqueza que usualmente atrae más desagrado que admiración, uno que se encuentra implícito en mi corporeidad y que lucho por no dejar entrever.
— Por supuesto que no, padre — Formulo con voz parca y mirada fría. Mis ojos se deslizan inconscientes pero sutiles en dirección al gran reloj, empotrado en una pared tras la espalda de mi interlocutor, quien receloso, no pasa por alto aquel detalle — Saludar, sonreír y callar —El agarre de su mano sobre mi antebrazo se hace más fuerte, más su semblante se mantiene calmo. Solo quien estuviese buscando podría haber notado el tenue temblor sobre sus labios, ese que sólo aparece cuando su instinto le indica una situación inusual — Lo tengo cubierto.
Sus dedos liberan la presión ejercida dejando plasmada en un rosa pálido la sombra de su mano sobre mi piel. Mi padre destiempla la mandíbula y asiente con la cabeza sin decir palabra alguna o demostrar mayor emoción. Repentinamente, de mis ojos, la mirada de mi progenitor se desplaza a mis espaldas. Un brillo de molestia surca su dura fachada. Madame Jossete Bittencourt, una charlatana pero acaudalada clienta del Banque de France, se acerca a mi padre disfrazando el prominente escote que exhibe, con cuestiones de negocios. Las tareas más banales son, evidentemente, las menos favoritas de mi padre.
Aprovechando aquella conveniente distracción y tras excusarme con una delicada inclinación, digna de una señorita de alta cuna, continuo mí camino a la azotea donde supongo que el astuto inmortal me ha de estar esperando. Sin embargo, aunque solo concedo una mirada de soslayo a mi padre mientras abandono la escena, comprendo que esta noche el gato se ha convertido en presa del león.
Treinta segundos para llegar a tiempo al punto de encuentro.
Conozco bastante bien el lugar como para estar al tanto del atajo que debo tomar, pues buena parte de mi vida la he pasado entre eventos de la alta sociedad. Subo las escaleras a un paso reposado, cruzando el umbral de la puerta que conduce a la terraza en lo que calculo serían los cinco minutos acordados. Delante mío se abre paso un espacio grande y despoblado, decorado únicamente por la silueta del inmortal, quien a pesar de posar su vista hacía las calles parisinas percibe el momento exacto de mi llegada, incuestionablemente revelado a él por sus sentidos aumentados.
Escucho sus palabras con atención, deteniéndome a unos pasos tras su espalda.
— Un secreto para todos exceptuándonos a los dos— Comento sincera, adornando mis palabras con un toque de gracia. El viento, fresco, acaricia mi rostro y remueve ligeramente la coleta que sostiene mi ondulado cabello — Monsieur Kierkegaard, usted ha cautivado mi atención y con franqueza le digo que para este momento de mi vida pocas son las cosas que me sorprenden — Continuo, retomando mi andar en cortos y pausados pasos, reduciendo la distancia que me separa del vampiro, deteniéndome solamente cuando la cercanía no rebasa medio pie. El hombre, brevemente más alto que yo, me observa de medio lado por encima de su hombro, de la misma forma mis ojos le devuelven una mirada incitadora — En cualquier momento mi padre podría cruzar alguna de esas dos puertas —indico sin escatimar en ocultar el riesgo de aquella situación— y creo que usted está al tanto de que estamos jugando con fuego — Hago una pausa, dando un paso a mi derecha, ubicándome a un lado de mi acompañante a una longitud más apropiada — La curiosidad me gana, señor, pues quiero saber qué tan dispuesto está a quemarse y qué tanto desea usted que yo conozca antes de que salga el sol
Dejo caer mi mirada sobre la uniforme arquitectura de París y las luces de las farolas que tenues se esfuerzan por alumbrar la capital
— Tiene dos opciones, Monsieur y no le culpo si desea tomar de vuelta el mismo camino por el que llegó.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
El vampiro voltea despampanante cuando el gorrión comienza a cantar. Cada oración firme, sin titubeos, franca…eso es verdadera música para sus oídos. Y a él le sorprende, gratamente, todo lo que puede y está por decirle. No obstante, es muy sospechoso que la joven Argent esté arriesgando su cuello solamente por conocerlo. Su mirada esmeralda brilla ante la incógnita que le sugiere que el gorrión desea algo más que aquello. Es como si le hubiera presentado una jaula de oro y haya accedido a volar hasta ella. Sonrió para sus adentros: la malicia arañaba ansiosa su juicio, una voz oscura en su subconsciente le decía que sacara provecho de la humana.
Parpadeo ligeramente: nunca le daba crédito a esa voz bestial y sedienta, no lo iba a hacer en aquella velada. Analizó el rostro de la pequeña castaña, radiante bajo la luz lunar. Hermosa. Su rostro llamaba a recuerdos pasados, pero ellos no se apresuraban en llegar. Esa mirada…No lograba acceder completamente a esas memorias, pero reconocía que no era la primera vez que le infundían un candor seductor. Pensó, sin dejar de mirarla, que esos recuerdos habían sido encarcelados debido a un final atroz que no desea resucitar.
Sonrió levemente al escucharla terminar de forma tan dramática— ¿Por qué deberíamos quemarnos, madame? —interrogó divertido. En la azotea iluminada del teatro las sombras huían de su plática y sólo luz acompañaba el misterio en el que se envolvían. El vampiro oyó el zumbido de la música del salón ascender estruendosa—pero melódica—hasta donde se hallaban. Los violines y clarinetes aperturaban otra danza, cuya intensidad arrasaba el pequeño salón y se liberaba graciosa por los ventanales y llenaba al edificio entero de melodía dulce. Kyros ladeo la cabeza al escuchar como avanzaba tan rápido y no quiso perderse aquel instante preciso.
— ¿Me concedería el gran honor—se inclinó ante el gorrión, sonriendo ampliamente ante la ocasión—…de ser mi pareja de baile? — se incorporó y ofreció su mano a la joven Argent. Era preciso de que aceptara esta danza y así se aligere toda la tensión del ambiente. El vampiro no tenía intenciones de incomodar a la cazadora y creía imperdonable el hecho de arruinar la imagen que ella acababa de adornar en su imaginación. La balanza estaba a su favor e iba a seguir inclinándola para que siga de esa forma.
Esa velada seria inolvidable.
Parpadeo ligeramente: nunca le daba crédito a esa voz bestial y sedienta, no lo iba a hacer en aquella velada. Analizó el rostro de la pequeña castaña, radiante bajo la luz lunar. Hermosa. Su rostro llamaba a recuerdos pasados, pero ellos no se apresuraban en llegar. Esa mirada…No lograba acceder completamente a esas memorias, pero reconocía que no era la primera vez que le infundían un candor seductor. Pensó, sin dejar de mirarla, que esos recuerdos habían sido encarcelados debido a un final atroz que no desea resucitar.
Sonrió levemente al escucharla terminar de forma tan dramática— ¿Por qué deberíamos quemarnos, madame? —interrogó divertido. En la azotea iluminada del teatro las sombras huían de su plática y sólo luz acompañaba el misterio en el que se envolvían. El vampiro oyó el zumbido de la música del salón ascender estruendosa—pero melódica—hasta donde se hallaban. Los violines y clarinetes aperturaban otra danza, cuya intensidad arrasaba el pequeño salón y se liberaba graciosa por los ventanales y llenaba al edificio entero de melodía dulce. Kyros ladeo la cabeza al escuchar como avanzaba tan rápido y no quiso perderse aquel instante preciso.
— ¿Me concedería el gran honor—se inclinó ante el gorrión, sonriendo ampliamente ante la ocasión—…de ser mi pareja de baile? — se incorporó y ofreció su mano a la joven Argent. Era preciso de que aceptara esta danza y así se aligere toda la tensión del ambiente. El vampiro no tenía intenciones de incomodar a la cazadora y creía imperdonable el hecho de arruinar la imagen que ella acababa de adornar en su imaginación. La balanza estaba a su favor e iba a seguir inclinándola para que siga de esa forma.
Esa velada seria inolvidable.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
"Another kind of dance"
Soy descendiente de un linaje de cazadores que bien podría ser el más antiguo y poderoso de su clase. Es verdad que la especialidad de nosotros, los Argent, son los licántropos; lo llevamos tanto en el apellido como en la sangre y a pesar de que no a todos nos complazca este oficio, es el deber de un buen cazador equilibrar la balanza entre lo humano y lo sobrenatural. En mi experiencia como cazadora, no han sido muchas las cruzadas en las que he tenido oportunidad de enfrentar a inmortales semejantes al que me hace compañía, sin embargo, aunque no se trate de un conocimiento bastamente empírico, estoy segura de cómo extinguir su existencia de este mundo. Cuando se va propiamente armado no siempre queda espacio para guardar utensilios de madera, más una espada de plata siempre será suficiente para combatirlos. Es quizá aquella la razón por la que conservo muy presente dónde se encuentra la mía, incluso a pesar de que un irritante cosquilleo que bien podría ser un sexto sentido, me indica que no ha de ser necesario encontrarle uso con Monsieur Kierkegaard.
Seguramente mis acciones parecen impropias de uno de mi propia clase, pese a ello, el vampiro ha dejado recaer la suficiente confianza en mí como para permitir que el juego suba hasta la azotea y, sólo por ello, sin demostrarlo realmente, también le he entregado yo mi voto de confianza. Para ser alguien que se supone debe despreciar la naturaleza de los hijos de la luna y la noche, paso demasiado tiempo intrigada por ella.
— No debería tomarse todo tan literal Señor Kierkegaard — indico y bajo la mirada que aún sostenía perdida en el lóbrego horizonte de la ciudad mientras una traviesa sonrisa cruza mis labios — Bien podríamos llamar a mi padre el fuego de esta situación.
El silencio nos acoge, lo suficiente como para poder apreciar los melódicos sonidos que provienen del interior de la edificación. Intuyo que mi interlocutor se ha incomodado por ello pues es palpable y creciente la tensión entre ambos, que posiblemente surgió como fruto de mi implacable sinceridad. No todos le damos el mismo valor al silencio y a la verdad y aunque no parece disgustarle quedo en duda ante el posible sentimiento que aquello cause en él. Una vez el hombre extiende su mando en una cordial y caballerosa propuesta, alzo la cabeza, enfrentando al fin su mirada con la mía, aún con incitador gesto apropiándose de mi rostro. Su semblante es encantador, pero no lo suficiente como para superar mi juego.
Sin remover el ancla de mis ojos sobre los suyos, suelto una risita burlona y le doy un ligero y casi imperceptible mordisco a mi labio inferior.
— Creo que debería estar al tanto de que me desempeño mejor en otro tipo de danzas — mi sonrisa se amplía justo al tiempo que sus parpados se ensanchan con evidente sorpresa. Me concedo a mí misma una pausa dramática, solo con el fin de dejarle a la expectativa — Especialmente cuando sostengo algún tipo de arma entre mis manos — Explico, detallando cómo sus facciones se relajan brevemente ante la aclaración — así que aceptaré sólo porque me agrada el esfuerzo que dedica a comportarse como un caballero conmigo.
Doy un paso largo en dirección al hombre, quedando con la punta de la nariz a escasos centímetros de la suya. Entonces, deslizo mi mano entre la que me había extendido y con la que me queda libre coloco la de él a la altura de la de mi cintura.
Parpadeo un par de veces esperando que el hombre reaccione.
— Le sigo, Monsieur Kierkegaard.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
«Medio ensimismado en tremenda confianza del volátil y hermoso gorrión, dejo que guie mi mano hasta tan esbelta cintura. No logro discernir en qué es lo que me atrae más: la fiereza inquebrantable de su mirada o las futuras confabulaciones que me permitirán corromperla.»
La sonrisa ladina y arrogante del vampiro no hace más que trasmitir pura satisfacción; el suave y dulce olor de la cazadora a unos centímetros de sus labios. La música que ya los envuelve se entrelaza en el ritmo pausado y delicado con que Kyros lleva la danza, moviéndose invisible entre sus pasos firmes. De las creaciones menos inservibles y más entretenidas de los humanos se encontraban los bailes pomposos o de pueblo, los carnavales presuntuosos o las pequeñas polcas; sean cuales fueren o sea ya su rústico u ostentoso origen, el vampiro disfrutaba del vaivén de su cuerpo, del arte que podía ser parte. Con una ligereza tal como la pluma, hace girar a su deslumbrante compañera.
— Cuénteme un poco más de vos lady Argent—solicitó el vampiro con una mirada alimentada por una intriga poco justificable. Kyros conocía ya su pasado, su presente y justo en esa azotea escribiría su futuro, incluso sabiendo hasta qué punto pertenecería a él.
Extendió elegantemente los brazos, sosteniendo las manos de la castaña e imitando el vals de salón, vuelve a acercarse, esta vez plegando los brazos y ubicándose a la izquierda del hombro del mismo lado de Argent, para luego separarse del mismo modo y volverse a acercar, pero esta vez quedando su diestra. Pretendía una ligera provocación, daba gracias a la poca iluminación de espaciosa azotea, pidiéndole en secreto que no admita más almas que aquellas dos que danzaban sin temor a nada. Ni al fuego ni a los secretos. Ni a su propia historia.
Kyros no quiso cambiar su posición, su aliento casi podía rozar el cuello de Amara y sin intenciones más oscuras que las de poder sumir sus labios, colmillos o…
— Preciosa danza—sus orbes esmeraldas, antes clavados en su terso cuello, volvieron a encontrarse con la mirada azulina de Argent. Antes de sucumbir a sus oscuras pasiones, se separa levemente de ella, justo al tiempo en que la música viaja de nuevo al salón, apagándose en su trayecto, pereciendo en el momento indicado. Inconscientemente, el vampiro se inclina levemente, como hábito puntual.
Una pizca de melancolía adornaba sus pestañas, y guardaban en su interior un deseo incontrolable. Un frenesí por rememorar los tiempos pasados que rostro parecido le había endulzado. Aventuras fugaces o no, Kyros nunca olvida la belleza de una mujer.
Menos de una como la madre de Amara.
La sonrisa ladina y arrogante del vampiro no hace más que trasmitir pura satisfacción; el suave y dulce olor de la cazadora a unos centímetros de sus labios. La música que ya los envuelve se entrelaza en el ritmo pausado y delicado con que Kyros lleva la danza, moviéndose invisible entre sus pasos firmes. De las creaciones menos inservibles y más entretenidas de los humanos se encontraban los bailes pomposos o de pueblo, los carnavales presuntuosos o las pequeñas polcas; sean cuales fueren o sea ya su rústico u ostentoso origen, el vampiro disfrutaba del vaivén de su cuerpo, del arte que podía ser parte. Con una ligereza tal como la pluma, hace girar a su deslumbrante compañera.
— Cuénteme un poco más de vos lady Argent—solicitó el vampiro con una mirada alimentada por una intriga poco justificable. Kyros conocía ya su pasado, su presente y justo en esa azotea escribiría su futuro, incluso sabiendo hasta qué punto pertenecería a él.
Extendió elegantemente los brazos, sosteniendo las manos de la castaña e imitando el vals de salón, vuelve a acercarse, esta vez plegando los brazos y ubicándose a la izquierda del hombro del mismo lado de Argent, para luego separarse del mismo modo y volverse a acercar, pero esta vez quedando su diestra. Pretendía una ligera provocación, daba gracias a la poca iluminación de espaciosa azotea, pidiéndole en secreto que no admita más almas que aquellas dos que danzaban sin temor a nada. Ni al fuego ni a los secretos. Ni a su propia historia.
Kyros no quiso cambiar su posición, su aliento casi podía rozar el cuello de Amara y sin intenciones más oscuras que las de poder sumir sus labios, colmillos o…
— Preciosa danza—sus orbes esmeraldas, antes clavados en su terso cuello, volvieron a encontrarse con la mirada azulina de Argent. Antes de sucumbir a sus oscuras pasiones, se separa levemente de ella, justo al tiempo en que la música viaja de nuevo al salón, apagándose en su trayecto, pereciendo en el momento indicado. Inconscientemente, el vampiro se inclina levemente, como hábito puntual.
Una pizca de melancolía adornaba sus pestañas, y guardaban en su interior un deseo incontrolable. Un frenesí por rememorar los tiempos pasados que rostro parecido le había endulzado. Aventuras fugaces o no, Kyros nunca olvida la belleza de una mujer.
Menos de una como la madre de Amara.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
Cediendo a la inexperiencia le permito al inmortal llevar el compás de la danza y nuestros cuerpos, a menos de un pie de distancia y unidos al son de la música, se desplazan al ritmo que, armonioso, resuena desde el interior del edificio. Con la destreza de un hombre que por siglos se ha visto forzado a danzar con cientos de mujeres, bien sea por política, placer o etiqueta, Kyros guía mis pasos con tal ligereza que, por un instante, me convenzo de que son mis pies los que fluyen con habilidad al encanto de la melodía.
Nunca confiar en un vampiro me había advertido mi padre y aunque no me fio de sus intenciones, es difícil desacreditar el incoherente vínculo que, en esta velada, me ha traído a los brazos de Kyros Kierkegaard.
El hijo de la noche toma distancia y me hace girar sobre mi propio eje, solo para acercarse un poco más después. Media sonrisa se extiende en mis labios más no consiento que se percate de ello. En medio de los elegantes movimientos, propios de un estilo de danza como en el que nos encontramos inmersos, puedo sentir su respiración sobre mi cuello, función biológica involuntaria que supongo ya no necesita, a la que acude sin intención como vestigio de humanidad ya perdida.
— Sería más interesante descubra usted lo que quiere conocer por sí mismo — apunto, agarrando suavemente con los dientes la carne de mis labios sin detenerme a observar su reacción — De otra forma no sería interesante.
Una vez el hombre se coloca a mi derecha, contengo una bocanada de aire en mis pulmones y entonces, sacudiendo brevemente la cabeza, dejo los largos rizos, que me cubren la yugular por encima del hombro, caer delicados sobre mi espalda. Dispuesta a tentar a la suerte, con la insulsa excusa de no devolverle la mirada aún, estiro el cuello, orientando la cara en dirección opuesta al rostro de mi acompañante, permitiéndole una amplia vista de la tersa y blanca piel que lo recubre; de la sangre que, presurosa, recorre en el interior de mis venas.
Entrelazo las pestañas por un instante e intrigada por su reacción, una vez las separo, deslizo la mirada hasta sus ojos, anclando los míos sobre sus irises esmeralda. Mi pecho desciende a la par que el aire contenido encuentra su salida y, con ademan intrigante y travieso, inquiero las pretensiones que el hombre puede dejar entrever a partir de la cautivadora forma en la que sus ojos refulgen frente a mí.
Finalmente, la música se detiene, pero sin darnos cuenta, lo hemos hecho nosotros primero, prediciendo su final. Él se inclina y elogia nuestra danza, yo me limito a soltar una fugaz risa sugestiva, obligándole a erguirse una vez coloco la palma de mi mano en su mejilla y gradualmente, dejándola caer por su cuello hasta encontrar fricción en sus ropajes.
— A mí también me gustaría conocer más de usted Monsieur Kierkegaard — sonrío, acomodando sutilmente la camisa del inmortal — Podría equivocarme, pero imagino que tiene usted muchas cosas interesantes por conocer.
Escucho algunos pasos acercarse en dirección a la entrada opuesta a la que ingresé minutos atrás. Fuertes pisadas al unísono alertan que varios hombres se aproximan a la azotea.
— Me gustaría proponer un juego— comento, ignorando la proximidad de lo que en nuestra posición podría significar peligro, entonces, lanzo la mirada por encima de los barandales que adornan el borde del terrado, justo sobre el parterre en el reverso del palacio— Veamos qué tan buen jugador es usted
Un perspicaz gesto se dibuja en mi rostro. Sin dar espera a respuesta me acerco y coloco mis labios a una peligrosa proximidad de su oído, con el etéreo toque de la piel de mi mejilla sobre la suya.
— Sin poderes de vampiro— Susurro
Una vez terminado mi discurso, tan presurosa como mis zapatos me lo permiten, me dirijo hacia la salida que se encuentra despejada, justo antes de que, quienes subían hasta la terraza, ingresan por su contraria.
Nunca confiar en un vampiro me había advertido mi padre y aunque no me fio de sus intenciones, es difícil desacreditar el incoherente vínculo que, en esta velada, me ha traído a los brazos de Kyros Kierkegaard.
El hijo de la noche toma distancia y me hace girar sobre mi propio eje, solo para acercarse un poco más después. Media sonrisa se extiende en mis labios más no consiento que se percate de ello. En medio de los elegantes movimientos, propios de un estilo de danza como en el que nos encontramos inmersos, puedo sentir su respiración sobre mi cuello, función biológica involuntaria que supongo ya no necesita, a la que acude sin intención como vestigio de humanidad ya perdida.
— Sería más interesante descubra usted lo que quiere conocer por sí mismo — apunto, agarrando suavemente con los dientes la carne de mis labios sin detenerme a observar su reacción — De otra forma no sería interesante.
Una vez el hombre se coloca a mi derecha, contengo una bocanada de aire en mis pulmones y entonces, sacudiendo brevemente la cabeza, dejo los largos rizos, que me cubren la yugular por encima del hombro, caer delicados sobre mi espalda. Dispuesta a tentar a la suerte, con la insulsa excusa de no devolverle la mirada aún, estiro el cuello, orientando la cara en dirección opuesta al rostro de mi acompañante, permitiéndole una amplia vista de la tersa y blanca piel que lo recubre; de la sangre que, presurosa, recorre en el interior de mis venas.
Entrelazo las pestañas por un instante e intrigada por su reacción, una vez las separo, deslizo la mirada hasta sus ojos, anclando los míos sobre sus irises esmeralda. Mi pecho desciende a la par que el aire contenido encuentra su salida y, con ademan intrigante y travieso, inquiero las pretensiones que el hombre puede dejar entrever a partir de la cautivadora forma en la que sus ojos refulgen frente a mí.
Finalmente, la música se detiene, pero sin darnos cuenta, lo hemos hecho nosotros primero, prediciendo su final. Él se inclina y elogia nuestra danza, yo me limito a soltar una fugaz risa sugestiva, obligándole a erguirse una vez coloco la palma de mi mano en su mejilla y gradualmente, dejándola caer por su cuello hasta encontrar fricción en sus ropajes.
— A mí también me gustaría conocer más de usted Monsieur Kierkegaard — sonrío, acomodando sutilmente la camisa del inmortal — Podría equivocarme, pero imagino que tiene usted muchas cosas interesantes por conocer.
Escucho algunos pasos acercarse en dirección a la entrada opuesta a la que ingresé minutos atrás. Fuertes pisadas al unísono alertan que varios hombres se aproximan a la azotea.
— Me gustaría proponer un juego— comento, ignorando la proximidad de lo que en nuestra posición podría significar peligro, entonces, lanzo la mirada por encima de los barandales que adornan el borde del terrado, justo sobre el parterre en el reverso del palacio— Veamos qué tan buen jugador es usted
Un perspicaz gesto se dibuja en mi rostro. Sin dar espera a respuesta me acerco y coloco mis labios a una peligrosa proximidad de su oído, con el etéreo toque de la piel de mi mejilla sobre la suya.
— Sin poderes de vampiro— Susurro
Una vez terminado mi discurso, tan presurosa como mis zapatos me lo permiten, me dirijo hacia la salida que se encuentra despejada, justo antes de que, quienes subían hasta la terraza, ingresan por su contraria.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
El inmortal ya había advertido la presencia de su endemoniado padre. Bastien, el patriarca de los Argent—hombre feroz y nada estúpido—, se había percatado de la ausencia de su hija, o quizás, de la fuga confabulada de ambos. Retumbaba impaciente cada paso apresurado y bestial en los azulejos del pasillo que comunicaba a la escalera de caracol con la azotea del teatro. Ningún miedo lo invadió, lo único que aterrizó en sus labios fue una sonrisa que rememoraba aquella vez que se escabullía por entre las habitaciones, los corredores—las sábanas, las prendas arrancadas...los labios cereza—, y jardines de la propia fortaleza y mansión de los Argent. Incluso podía imaginar la férrea presión de los puños del experimentado cazador , evidenciando impotencia, marcando la carne de sus palmas con furia indeleble. Mientras tanto, el vampiro disfrutaba del suave tacto de la mortal, aquella caricia fugaz en su rostro se convirtió en una invitación más peligrosa. Suelen decir algunas voces—que no son erradas del todo—que detrás de una dama que acomoda tu pañuelo o estira el cuello de tu camisa, existe una mujer con ansias de deshacerse de tanta vestimenta.
— Uno que se arriesga por la victoria—murmuró suavemente, con los esmeraldas provocadores aferrados a su mirada. Por naturaleza, cerró los ojos al sentir la presión de la sangre fluyendo tan cerca. El susurro de la Argent más rebelde fue opacado por el latir presuroso de su corazón. Aquel palpitar agitado y travieso fue como si agitaran la bandera en señal del comienzo de la carrera. Kyros escuchó el batir de su elegante vestido y el aroma frágil en el aire que dejó su cabellera al ondularse en la presura.
Uno, dos, tres, cuatro...
Tal vez seis segundos antes de toparse con el rostro pétreo cual estatua de Bastien. Perfectamente cronometrado, imposible de aseverar si no se ha visto todo el tablero. Sus cuatro zancadas fueron suficientes para recostar su espalda sobre una pared donde la oscuridad era su aliada. El travieso gorrión deberá estar descendiendo al tercer piso, pensó. Bastien, por otro lado, no descubrió más que la brisa correteando por la azotea y la luna riéndose de ellos.
El vampiro esperó a que el cazador registrara con la mirada la azotea, ni siquiera efectuó alguna señal para que sus hombres examinaran cada sombra o rincón. Al juzgar por el gesto de desdén en su rostro, había alcanzado a escuchar el portón de la entrada contraria, y sin duda alguna el sonido de pasos alejándose. Con presura, el hombre cruzó el lugar, dirigiéndose hacia aquel portón, con tres orangutanes siguiéndole la pista. Al parecer papá Argent está muy convencido de que hay peligro cerca y acechando a su pequeña nena. Bufó al instante que escuchó que Bastien descendía ya el primer piso.
¿Sin poderes de vampiro?
— Milady—su voz sorprendió a la castaña, quien iba mirando hacia atrás divertida, cuando se encontró con el vampiro justo en sus narices. Kyros sonrió socarronamente, sosteniendo de la cintura a Amara mientras la hacía retroceder hasta la puerta de un pequeño armario de utilería; antes de siquiera darle tiempo a sus protestas por su evidente falta de respeto a las normas del juego. Los pasos de Bastien le indicaban que estaría allí en unos cuantos segundos. Sin restricción alguna, abrió delicadamente aquella puerta de madera—de rendijas minúsculas por donde se colaba parte de la iluminación—, obligando al pequeño gorrión a entrar de espaldas con cada paso que el inmortal daba.
El cuarto resultó ser reducido, tanto que apenas había espacio para dos personas. Al cerrar el armario, Kyros pudo escuchar al padre de Amara en el pasillo. Esta vez, su mirada se enfocó en los ojos de las castaña y, con ansias de causarle un nerviosismo incontrolable— o que este aumentara—, se inclinó de forma arriesgada a sus labios.
—Shh...—susurró lo más bajo que pudo e interpuso sus dedos entre sus propios labios y los de ella. Sus ojos brillaron divertidos. Bastien ya había pasado de largo, pero le quedaba casi medio pasillo por recorrer.
— Uno que se arriesga por la victoria—murmuró suavemente, con los esmeraldas provocadores aferrados a su mirada. Por naturaleza, cerró los ojos al sentir la presión de la sangre fluyendo tan cerca. El susurro de la Argent más rebelde fue opacado por el latir presuroso de su corazón. Aquel palpitar agitado y travieso fue como si agitaran la bandera en señal del comienzo de la carrera. Kyros escuchó el batir de su elegante vestido y el aroma frágil en el aire que dejó su cabellera al ondularse en la presura.
Uno, dos, tres, cuatro...
Tal vez seis segundos antes de toparse con el rostro pétreo cual estatua de Bastien. Perfectamente cronometrado, imposible de aseverar si no se ha visto todo el tablero. Sus cuatro zancadas fueron suficientes para recostar su espalda sobre una pared donde la oscuridad era su aliada. El travieso gorrión deberá estar descendiendo al tercer piso, pensó. Bastien, por otro lado, no descubrió más que la brisa correteando por la azotea y la luna riéndose de ellos.
El vampiro esperó a que el cazador registrara con la mirada la azotea, ni siquiera efectuó alguna señal para que sus hombres examinaran cada sombra o rincón. Al juzgar por el gesto de desdén en su rostro, había alcanzado a escuchar el portón de la entrada contraria, y sin duda alguna el sonido de pasos alejándose. Con presura, el hombre cruzó el lugar, dirigiéndose hacia aquel portón, con tres orangutanes siguiéndole la pista. Al parecer papá Argent está muy convencido de que hay peligro cerca y acechando a su pequeña nena. Bufó al instante que escuchó que Bastien descendía ya el primer piso.
¿Sin poderes de vampiro?
— Milady—su voz sorprendió a la castaña, quien iba mirando hacia atrás divertida, cuando se encontró con el vampiro justo en sus narices. Kyros sonrió socarronamente, sosteniendo de la cintura a Amara mientras la hacía retroceder hasta la puerta de un pequeño armario de utilería; antes de siquiera darle tiempo a sus protestas por su evidente falta de respeto a las normas del juego. Los pasos de Bastien le indicaban que estaría allí en unos cuantos segundos. Sin restricción alguna, abrió delicadamente aquella puerta de madera—de rendijas minúsculas por donde se colaba parte de la iluminación—, obligando al pequeño gorrión a entrar de espaldas con cada paso que el inmortal daba.
El cuarto resultó ser reducido, tanto que apenas había espacio para dos personas. Al cerrar el armario, Kyros pudo escuchar al padre de Amara en el pasillo. Esta vez, su mirada se enfocó en los ojos de las castaña y, con ansias de causarle un nerviosismo incontrolable— o que este aumentara—, se inclinó de forma arriesgada a sus labios.
—Shh...—susurró lo más bajo que pudo e interpuso sus dedos entre sus propios labios y los de ella. Sus ojos brillaron divertidos. Bastien ya había pasado de largo, pero le quedaba casi medio pasillo por recorrer.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
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Re: Dance of the Damned [Privado]
Con media sonrisa traviesa elevando las comisuras de mis labios me precipito en dirección opuesta a la que, a paso firme, se acercan mi padre y sus secuaces, esperando encontrarme infraganti en acto de desobediencia. Me detengo un segundo bajo el umbral de la puerta y con rapidez me descalzo, sintiendo el frío tacto de la baldosa calar en la delicada piel de la planta de mis pies. Con zapatos en mano, sin aguardar otro instante, procedo a bajar por las escalinatas a paso ligero y en puntillas, apresurándome tanto como me es posible, pues bien conozco a mi padre y sé que no tardará en percatarse del sendero por el cual he huido.
Cualquiera que haya tenido la mala fortuna de relacionarse con mi progenitor en su verdadera esencia y no la patética fachada que da por cara a la sociedad, sabe que es él como un sabueso, un gran rastreador, que huele como podredumbre la mentira y el fraude, por lo que, ciertamente, es todo un desafío engañarlo, un reto que, al parecer, tanto el inmortal como yo nos hemos arriesgado a tomar.
Presurosa no me detengo entre pisos y sin vacilación alguna continuo mi descenso hasta la primera planta, rebuscando con la mirada cualquier recoveco en el que pueda ocultarme en caso de ser necesario. Por instinto tuerzo ligeramente el cuello, girando con él mi cabeza para dar una ojeada por encima del hombro, asegurándome de que nadie me pise los talones. Entonces, cuando me vuelvo de nuevo hacia delante, dispuesta a retomar mi camino por el pasillo, me veo forzada a detenerme en seco ante la silueta de Monsieur Kierkegaard aparece de repente frente a mí, dejando tras él una estela que se difumina con rapidez.
Doy un respingo, ahogando con la mano un pequeño grito que se escapa bribón de mi boca, resultado del sobresalto que me ha causado la repentina aparición del inmortal. Frunzo el entrecejo y mis dedos se deslizan por mis labios que entreabiertos se disponen a reclamarle por su infracción a la única regla de nuestro pequeño juego. No le culpo, entiendo la tentación de ir contra corriente, de romper la norma y desobedecer lo acatado; sin embargo, cuando las reglas las impongo yo, me gusta que sean cumplidas. Él me observa con diversión, con una sonrisa socarrona ensanchándole los labios, sin perder ese temple misterioso y señorial que tanto atrae como lo caracteriza.
Sus calmos mares dan una ojeada por encima de mi cabeza y un instante después su mirada vuelve a mí, resbalándose hasta mis pardos que lo contemplan de vuelta con fascinación. Ahora puedo escucharlo, fuertes pisadas descienden por las escalinatas, se acercan. Intento girar mi cabeza, mas él no me lo permite y en cambio, rodea mi cintura avanzando hacia mí, obligándome a retroceder, mientras su otra mano encuentra el picaporte que abre la puerta al armario de utilería, donde nuestros cuerpos ingresan con dificultad debido al estrecho espacio en el interior. Las puertas se cierran, Kyros y yo nos sumimos en la oscuridad del espacio, a penas iluminado por la tenue luz de las velas que alcanza a colarse entre las rendijas; me es difícil detallar sus facciones más alcanzo a percibir el destello de sus traviesos orbes azules con claridad.
Su rostro se inclina, siseando por lo bajo, posando el índice sobre sus labios separándolos así de los míos. Le sonrío con poca emoción, sé que puede ver mi rostro con la misma claridad como si fuera acariciado por los rayos del sol; sé también que intenta intimidarme, remover cualquier pizca de timidez o nerviosismo que resida en mí, mas es evidente que el inmortal me desconoce, pues de eso poco y nada gasto. Me mantengo inmóvil. La silueta de mi padre pasa frente a nosotros, dejándonos en plena oscuridad por un breve instante. Contengo el aliento, mi progenitor sigue derecho sin reparar siquiera en la puerta que nos resguarda. Aparentemente, nos hemos salido con la nuestra, pero pronto una idea se enciende en mi cabeza, una que puede servir de penitencia a la transgresión del vampiro.
Los dedos de mi zurda se enredan en su camisa, aferrándole a su posición, peligrosamente cercana a la mía mientras, de mi diestra, dejo caer el par de zapatos que en ella sostengo. El estruendo del calzado colisionando contra la madera llama la atención de mi padre, sus pasos se acallan, avisándonos que se ha detenido, un instante de silencio, de incertidumbre y de nuevo sus firmes pisadas resuenan contra las paredes del angosto pasillo, cada vez más fuertes, cada vez más cerca, retornando presurosas hacia nosotros. Le sonrío a Kyros maliciosa, mi corazón palpita acelerado, golpea violento contra mi pecho que, a su vez, sube y baja agitado; la temperatura de mi cuerpo se eleva, la adrenalina me invade y mi sangre se precipita veloz y caliente entre mis venas. Intencionalmente estiro el cuello, haciendo mi rostro a un lado, dándole al vampiro un primer primerísimo plano de mi piel, ofreciéndole mi yugular en bandeja de plata, mas por su bien espero que decline. Tiento su control, sé que es fuerte, mas hay impulsos que son difíciles de batallar.
La pesada mano de mi padre se acerca al picaporte, todo indica que el juego ha acabado, que hemos sido descubiertos; no obstante, como si el destino disfrutara de ser espectador de nuestro encuentro, un imprevisto abstiene a mi padre de continuar su acción.
— ¡Monsieur Argent! — Exclama la ronca voz de otro hombre que llama a mi padre. no lo reconozco, mas imagino que ha de ser alguno que lo conozca de su oficio y no precisamente el de la caza... después de todo, él trabaja en el gran Banque de France— Lo he estado buscando toda la noche, necesito su asesoría en un asunto económico... he estado pensando en invertir mi capital en un negocio, creo que será grande…
El hombre arrastra a mi progenitor fuera del pasillo, divagando acerca de lo que él refiere como reproducción óptica de imágenes, algo llamado heliografías y un hombre que se apellida Niépce. Suelto una risita de imaginar la expresión de fastidio que ha de llevar Bastien, su cara de pocos amigos al intentar simular una sonrisa falsa que probablemente resulte en una mueca torcida y perversa.
— Eso ha estado cerca — comento sonriente y divertida, liberando el agarre que mantengo sobre la camisa de Kyros — como verá, me gusta que mis reglas sean cumplidas — Me encojo de hombros — mas como lo encuentro tan intrigante, estoy dispuesta a darle otra oportunidad... de hecho, le daré incluso la opción de escoger su siguiente jugada… así que dígame usted, Monsieur Kierkegaard, ¿verdad… — Enarco ambas cejas con picardía, mientras empujo la puerta con la mano, abriéndola de par en par— o reto?
Sé que mi padre y el vampiro tienen historia, una turbulenta y tengo toda la intención de indagar en ella.
Cualquiera que haya tenido la mala fortuna de relacionarse con mi progenitor en su verdadera esencia y no la patética fachada que da por cara a la sociedad, sabe que es él como un sabueso, un gran rastreador, que huele como podredumbre la mentira y el fraude, por lo que, ciertamente, es todo un desafío engañarlo, un reto que, al parecer, tanto el inmortal como yo nos hemos arriesgado a tomar.
Presurosa no me detengo entre pisos y sin vacilación alguna continuo mi descenso hasta la primera planta, rebuscando con la mirada cualquier recoveco en el que pueda ocultarme en caso de ser necesario. Por instinto tuerzo ligeramente el cuello, girando con él mi cabeza para dar una ojeada por encima del hombro, asegurándome de que nadie me pise los talones. Entonces, cuando me vuelvo de nuevo hacia delante, dispuesta a retomar mi camino por el pasillo, me veo forzada a detenerme en seco ante la silueta de Monsieur Kierkegaard aparece de repente frente a mí, dejando tras él una estela que se difumina con rapidez.
Doy un respingo, ahogando con la mano un pequeño grito que se escapa bribón de mi boca, resultado del sobresalto que me ha causado la repentina aparición del inmortal. Frunzo el entrecejo y mis dedos se deslizan por mis labios que entreabiertos se disponen a reclamarle por su infracción a la única regla de nuestro pequeño juego. No le culpo, entiendo la tentación de ir contra corriente, de romper la norma y desobedecer lo acatado; sin embargo, cuando las reglas las impongo yo, me gusta que sean cumplidas. Él me observa con diversión, con una sonrisa socarrona ensanchándole los labios, sin perder ese temple misterioso y señorial que tanto atrae como lo caracteriza.
Sus calmos mares dan una ojeada por encima de mi cabeza y un instante después su mirada vuelve a mí, resbalándose hasta mis pardos que lo contemplan de vuelta con fascinación. Ahora puedo escucharlo, fuertes pisadas descienden por las escalinatas, se acercan. Intento girar mi cabeza, mas él no me lo permite y en cambio, rodea mi cintura avanzando hacia mí, obligándome a retroceder, mientras su otra mano encuentra el picaporte que abre la puerta al armario de utilería, donde nuestros cuerpos ingresan con dificultad debido al estrecho espacio en el interior. Las puertas se cierran, Kyros y yo nos sumimos en la oscuridad del espacio, a penas iluminado por la tenue luz de las velas que alcanza a colarse entre las rendijas; me es difícil detallar sus facciones más alcanzo a percibir el destello de sus traviesos orbes azules con claridad.
Su rostro se inclina, siseando por lo bajo, posando el índice sobre sus labios separándolos así de los míos. Le sonrío con poca emoción, sé que puede ver mi rostro con la misma claridad como si fuera acariciado por los rayos del sol; sé también que intenta intimidarme, remover cualquier pizca de timidez o nerviosismo que resida en mí, mas es evidente que el inmortal me desconoce, pues de eso poco y nada gasto. Me mantengo inmóvil. La silueta de mi padre pasa frente a nosotros, dejándonos en plena oscuridad por un breve instante. Contengo el aliento, mi progenitor sigue derecho sin reparar siquiera en la puerta que nos resguarda. Aparentemente, nos hemos salido con la nuestra, pero pronto una idea se enciende en mi cabeza, una que puede servir de penitencia a la transgresión del vampiro.
Los dedos de mi zurda se enredan en su camisa, aferrándole a su posición, peligrosamente cercana a la mía mientras, de mi diestra, dejo caer el par de zapatos que en ella sostengo. El estruendo del calzado colisionando contra la madera llama la atención de mi padre, sus pasos se acallan, avisándonos que se ha detenido, un instante de silencio, de incertidumbre y de nuevo sus firmes pisadas resuenan contra las paredes del angosto pasillo, cada vez más fuertes, cada vez más cerca, retornando presurosas hacia nosotros. Le sonrío a Kyros maliciosa, mi corazón palpita acelerado, golpea violento contra mi pecho que, a su vez, sube y baja agitado; la temperatura de mi cuerpo se eleva, la adrenalina me invade y mi sangre se precipita veloz y caliente entre mis venas. Intencionalmente estiro el cuello, haciendo mi rostro a un lado, dándole al vampiro un primer primerísimo plano de mi piel, ofreciéndole mi yugular en bandeja de plata, mas por su bien espero que decline. Tiento su control, sé que es fuerte, mas hay impulsos que son difíciles de batallar.
La pesada mano de mi padre se acerca al picaporte, todo indica que el juego ha acabado, que hemos sido descubiertos; no obstante, como si el destino disfrutara de ser espectador de nuestro encuentro, un imprevisto abstiene a mi padre de continuar su acción.
— ¡Monsieur Argent! — Exclama la ronca voz de otro hombre que llama a mi padre. no lo reconozco, mas imagino que ha de ser alguno que lo conozca de su oficio y no precisamente el de la caza... después de todo, él trabaja en el gran Banque de France— Lo he estado buscando toda la noche, necesito su asesoría en un asunto económico... he estado pensando en invertir mi capital en un negocio, creo que será grande…
El hombre arrastra a mi progenitor fuera del pasillo, divagando acerca de lo que él refiere como reproducción óptica de imágenes, algo llamado heliografías y un hombre que se apellida Niépce. Suelto una risita de imaginar la expresión de fastidio que ha de llevar Bastien, su cara de pocos amigos al intentar simular una sonrisa falsa que probablemente resulte en una mueca torcida y perversa.
— Eso ha estado cerca — comento sonriente y divertida, liberando el agarre que mantengo sobre la camisa de Kyros — como verá, me gusta que mis reglas sean cumplidas — Me encojo de hombros — mas como lo encuentro tan intrigante, estoy dispuesta a darle otra oportunidad... de hecho, le daré incluso la opción de escoger su siguiente jugada… así que dígame usted, Monsieur Kierkegaard, ¿verdad… — Enarco ambas cejas con picardía, mientras empujo la puerta con la mano, abriéndola de par en par— o reto?
Sé que mi padre y el vampiro tienen historia, una turbulenta y tengo toda la intención de indagar en ella.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 162
Fecha de inscripción : 19/04/2016
Localización : El diablo sabe dónde
Re: Dance of the Damned [Privado]
El vampiro no tuvo opción alguna que rechazar el nuevo acto lúdico del que era parte. Divertido, más que enojado—o incluso ofendido por la carencia de reparos por las posibles consecuencias— ante la fulminante imposición sin justificación de su juguetona avecilla. Las reglas son para mantener un orden, que sin él, todo se convertiría en caos; y lo único que deseaba la joven Argent era controlar el juego, un capricho sin más, no una medida para evitar un desastre sobrenatural. Una exigencia impalpable que hubiera podido honrar si le daba chance. Puesto que esa noche ambos habían acordado chamuscarse con el peligro de su encuentro; unas leves, cálidas lameteadas de la ira de Bastien no iban a ser mayor proeza que ir de paseo al infierno.
Interrogó con la profundidad de sus boscosos orbes a la mortal, redirigiendo la mirada a su corbatín plateado de seda, que era vilmente sofocado entre los gráciles dedos de la cazadora. Sus labios le regalaron una sonrisa lambiscona que se esfumó al instante. No fue el súbito crepitar de su calzado contra el suelo, ya había escuchado su rasguño melancólico contra el aire al ser soltados. En aquellos segundos dónde hallaba razón lógica a la fuerza sobrenatural de la cazadora que, aunque en agarre férreo, pudo deshacerse con facilidad y celeridad para evitar el lío que insistía en crear. Sus esmeraldas se mantuvieron firmes ante la marea contraria, divertida y traviesa, con el resuello de las olas como risitas juguetonas. La principal amenaza se encaminaba hacia la puerta, pasos que resonaban con una elegancia infernal, como las de un animal civilizado a punto de demenciarse. Desviado totalmente, incluso sin dejar que le atemorizara ni un cabello de su marchita existencia, visualizó la explícita invitación de la mortal. La sed que le surgió de improvisto fue tal que su mirada se oscureció en menos de un segundo. Su apetito voraz generado al sentir la presión de la sangre caliente recorriendo sus venas, su palpitar agitado y lo enrojecida que se veía. Pero aún seguía sujeto en su posición con ese vigor de la mortal que quién demonios sabe por qué tendrá, y el sabueso encolerizado de su padre ya tenia una de sus infernales manos sobre la perilla de la puerta. Ni miedo ni preocupación, Bastien podrá ser el conde con el peor carácter que ni el mismisimo Lucifer equipararía, imagen de experimentado cazador temido por centenares de sobrenaturales, pero para Kyros siempre iba a ser el mismo desgraciado e infeliz de todos los hombres. Sentir pena por él era válido. Ni siquiera pudo notar que el amor de su esposa era la más grande mentira y que la única verdad que nunca podrá aceptar es que le compartía todas las noches sus caricias y fantasías a un demonio que podía satisfacerla como Bastien jamás pudo. Era incapaz de imaginar qué sentimiento podría poseerlo al encontrarlo con su única hija.
Suerte que no será esa noche. En aquellos momentos es cuando agradece la innata impertinencia de los aún vivos.
La lejanía de sus pasos provoca que al fin Amara suelte la ya arrugada corbata del vampiro. Kyros se ensaliva los labios, concentrado en el frustrado intento de la pequeña Argent, olvidando brevemente el asunto que realmente lo sorprendió : la fuerza del gorrión y su extraña aura que bien podría explicar el punto anterior. Esa travesura le recordó a Bellarose, su hermosa chica juguetona. No cabe duda que fue un rasgo heredado. A diferencia de la mayoría de relaciones de los de su especie, Kyros lograba involucrarse emocionalmente con sus mujeres. Suena vulgar utilizar aquel plural, no obstante, aquel es el pecado del vampiro. El único y del que se avergonzaba de vez en cuando. ¡Pero, hombre...! El vampiro no era de los que salía de cacería, todo surgía eventualmente y, en ocasiones, sorprendiéndose de dónde había desembocado todo. Y con Bellarose tuvo tanto potencial, lástima que ya estaba desposada cuando se conocieron.
Amara abre la puerta y se escucha el alargado chirrido que da. El vampiro no ha pronunciado palabra siquiera. Solo le habían dedicado un par de miradas severas, en señal de reprimenda —Os agrada establecer vuestras propias reglas, milady—se inclinó hacia la perilla, alargado la mano para poder alcanzarla. Observó el pasillo solitario y el ahogado sonido a muchedumbre provenientes en el salón le llegó sin problemas. Cerró la puerta y estrujó el picaporte como una tierna fruta, averiando el mecanismo de su única salida. Abrirla para él sería sencillo; para la cazadora, agotador y ruidoso—. Desde luego, os encanta también el juego que habeís tenido la delicadeza de crear—reposó ambos brazos sobre la pared contraria, al nivel de la cabeza de Amara, inclinándose y ladeando la cabeza para quedar a su altura—. Aunque no logro recordar cuándo os permití involucrarme ¿Tanto desea que ardamos juntos, milady? Su hazaña pudo haber desembocado en un verdadero problema—Kyros no sentía ningún respeto por el espacio personal de la cazadora. Su mirada recorrió su rostro y deambuló por su cuello, arrastrándola hasta su corpiño. Se detuvo instintivamente y volvió a conectarse con sus irises—No obstante, deseo verla satisfecha...,además todo buen juego tiene un premio—enfatizó la última palabra alzando sus cejas expectante. Divagó por unos segundos, regalando su atención a la luz opaca que se colaba por la rendija— ...accederé a la segunda parte de esta impredecible velada eligiendo, entonces...Verdad—murmura, recostandose sobre la pared contraria con brazos cruzados, sereno y suspicaz, dejando entre ellos el amplio espacio de una vara—que era la medida máxima en aquel diminuto armario. Pero Kyros no solía escoger entre opciones ni mucho menos seguir otras reglas aparte de las que el mismo establecía. No obstante, debía mantener sus modales, cuestión que era sencilla y natural en él, aún cuando su paciencia empezaba a mermar.
Interrogó con la profundidad de sus boscosos orbes a la mortal, redirigiendo la mirada a su corbatín plateado de seda, que era vilmente sofocado entre los gráciles dedos de la cazadora. Sus labios le regalaron una sonrisa lambiscona que se esfumó al instante. No fue el súbito crepitar de su calzado contra el suelo, ya había escuchado su rasguño melancólico contra el aire al ser soltados. En aquellos segundos dónde hallaba razón lógica a la fuerza sobrenatural de la cazadora que, aunque en agarre férreo, pudo deshacerse con facilidad y celeridad para evitar el lío que insistía en crear. Sus esmeraldas se mantuvieron firmes ante la marea contraria, divertida y traviesa, con el resuello de las olas como risitas juguetonas. La principal amenaza se encaminaba hacia la puerta, pasos que resonaban con una elegancia infernal, como las de un animal civilizado a punto de demenciarse. Desviado totalmente, incluso sin dejar que le atemorizara ni un cabello de su marchita existencia, visualizó la explícita invitación de la mortal. La sed que le surgió de improvisto fue tal que su mirada se oscureció en menos de un segundo. Su apetito voraz generado al sentir la presión de la sangre caliente recorriendo sus venas, su palpitar agitado y lo enrojecida que se veía. Pero aún seguía sujeto en su posición con ese vigor de la mortal que quién demonios sabe por qué tendrá, y el sabueso encolerizado de su padre ya tenia una de sus infernales manos sobre la perilla de la puerta. Ni miedo ni preocupación, Bastien podrá ser el conde con el peor carácter que ni el mismisimo Lucifer equipararía, imagen de experimentado cazador temido por centenares de sobrenaturales, pero para Kyros siempre iba a ser el mismo desgraciado e infeliz de todos los hombres. Sentir pena por él era válido. Ni siquiera pudo notar que el amor de su esposa era la más grande mentira y que la única verdad que nunca podrá aceptar es que le compartía todas las noches sus caricias y fantasías a un demonio que podía satisfacerla como Bastien jamás pudo. Era incapaz de imaginar qué sentimiento podría poseerlo al encontrarlo con su única hija.
Suerte que no será esa noche. En aquellos momentos es cuando agradece la innata impertinencia de los aún vivos.
La lejanía de sus pasos provoca que al fin Amara suelte la ya arrugada corbata del vampiro. Kyros se ensaliva los labios, concentrado en el frustrado intento de la pequeña Argent, olvidando brevemente el asunto que realmente lo sorprendió : la fuerza del gorrión y su extraña aura que bien podría explicar el punto anterior. Esa travesura le recordó a Bellarose, su hermosa chica juguetona. No cabe duda que fue un rasgo heredado. A diferencia de la mayoría de relaciones de los de su especie, Kyros lograba involucrarse emocionalmente con sus mujeres. Suena vulgar utilizar aquel plural, no obstante, aquel es el pecado del vampiro. El único y del que se avergonzaba de vez en cuando. ¡Pero, hombre...! El vampiro no era de los que salía de cacería, todo surgía eventualmente y, en ocasiones, sorprendiéndose de dónde había desembocado todo. Y con Bellarose tuvo tanto potencial, lástima que ya estaba desposada cuando se conocieron.
Amara abre la puerta y se escucha el alargado chirrido que da. El vampiro no ha pronunciado palabra siquiera. Solo le habían dedicado un par de miradas severas, en señal de reprimenda —Os agrada establecer vuestras propias reglas, milady—se inclinó hacia la perilla, alargado la mano para poder alcanzarla. Observó el pasillo solitario y el ahogado sonido a muchedumbre provenientes en el salón le llegó sin problemas. Cerró la puerta y estrujó el picaporte como una tierna fruta, averiando el mecanismo de su única salida. Abrirla para él sería sencillo; para la cazadora, agotador y ruidoso—. Desde luego, os encanta también el juego que habeís tenido la delicadeza de crear—reposó ambos brazos sobre la pared contraria, al nivel de la cabeza de Amara, inclinándose y ladeando la cabeza para quedar a su altura—. Aunque no logro recordar cuándo os permití involucrarme ¿Tanto desea que ardamos juntos, milady? Su hazaña pudo haber desembocado en un verdadero problema—Kyros no sentía ningún respeto por el espacio personal de la cazadora. Su mirada recorrió su rostro y deambuló por su cuello, arrastrándola hasta su corpiño. Se detuvo instintivamente y volvió a conectarse con sus irises—No obstante, deseo verla satisfecha...,además todo buen juego tiene un premio—enfatizó la última palabra alzando sus cejas expectante. Divagó por unos segundos, regalando su atención a la luz opaca que se colaba por la rendija— ...accederé a la segunda parte de esta impredecible velada eligiendo, entonces...Verdad—murmura, recostandose sobre la pared contraria con brazos cruzados, sereno y suspicaz, dejando entre ellos el amplio espacio de una vara—que era la medida máxima en aquel diminuto armario. Pero Kyros no solía escoger entre opciones ni mucho menos seguir otras reglas aparte de las que el mismo establecía. No obstante, debía mantener sus modales, cuestión que era sencilla y natural en él, aún cuando su paciencia empezaba a mermar.
Kyros Kierkegaard- Vampiro Clase Alta
- Mensajes : 96
Fecha de inscripción : 25/05/2016
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Dance of the Damned [Privado]
Nada. No me inmutó, tampoco enuncio palabra y aunque sí tengo intención de hacerlo, prefiero morderme la lengua y me mantengo silente cuando el inmortal me encarcela entre sus brazos, presionando más fuerte cuando se inclina sobre mí, invadiendo mi espacio personal, e incluso conteniendo las réplicas que me escocen en la garganta cuando procede a averiar el mecanismo de la perilla, impidiéndome la salida. Por muy condescendiente que se escuche su discurso, con la mera gesticulación me comunica que no está dispuesto a jugar acorde a mis reglas.
No tengo escapatoria, este es un juego de predador y presa, cazador y cazado, una alegoría a la cadena alimenticia, a los principios básicos de la naturaleza misma… por simple y llana esencia, Kyros ostenta una inmensa ventaja. Tampoco puedo quejarme, me he colocado a mí misma en esta posición, en la boca del lobo, en el ojo del huracán, mas si bien puedo negárselo al mundo entero no puedo hacer lo hacerlo conmigo; la idea de abrasarme tentando a la suerte me atrae como la melodía de las sirenas a los hombres en altamar.
Él desafía mi voluntad, mis reglas y no estoy segura si busca que pierda el quicio o que ceda. Puedo sentir el peso etéreo de su mirada felina examinándome, estudiándome certera, deslizándose por mi vulnerable existencia. El ritmo de mi corazón se mantiene apacible, constante, sin un solo brinco altere su compás. No siento miedo, no conozco de él, la noche de luna roja lo sentí al rojo vivo, en carne propia, tan vívido e intenso que se me agotó.
Un fino cuarto de luna creciente curva mis labios, media sonrisa imperceptible, indescifrable como esa que desganada esboza La Gioconda. Aunque debería molestarme la transgresión a mis normas, me arriesgo a aceptar el reto, quizá nuestro pequeño juego se torne más interesante. No tengo prisa, él posee la fuerza bruta pero yo poseo la táctica, la precisión… espero pacientemente mi momento, la araña teje su red y aguarda a que la mosca se enrede en ella. “En juego largo hay desquite”.
— Apostando a lo seguro, ya veo— No me muevo un ápice. Mis esferas pardas, fieras y desafiantes se anclan como arpones a las opuestas, a penas iluminadas por un tenue haz de luz — Debo admitir que me encuentro ligeramente decepcionada, Monsieur Kierkegaard—Junto los labios, ladeo la cabeza y jugueteo con uno de mis bucles castaños haciendo el amague de pensar. Entonces, cuando ya parezco tener la respuesta a mis cavilaciones, una densa cantidad de aire se escapa de mis labios, aburrida, desinteresada, contraria a como me siento verdaderamente— Veamos... ya que ha optado por el camino más simple, comenzaré con una pregunta sencilla— mi sonrisa indiferente se tizna sutilmente maliciosa — ¿Cuál es ese premio que espera usted obtener de nuestra improvisada partida?
Aunque mi mirada se afila, la oscuridad en la que nos sumimos no me permite inspeccionar su reacción. De cualquier forma es irrelevante, para bien o para mal pronto obtengo una respuesta. No digo nada, me limito a asentir brevemente con la cabeza y acto seguido empujo con fuerza la puerta reiteradas veces, sin importar que tan ruidoso, engorroso o agotador el intento sea, hasta que el obstruido mecanismo cede ante mi insistencia.
Libertad. Me calzo los tacones y en dos cortos pasos me encuentro fuera del armario. Divertida miro por encima de mi hombro y mis terrosas orbes se fijan sobre las azulinas de mi contendiente.
— Reto.
No tengo escapatoria, este es un juego de predador y presa, cazador y cazado, una alegoría a la cadena alimenticia, a los principios básicos de la naturaleza misma… por simple y llana esencia, Kyros ostenta una inmensa ventaja. Tampoco puedo quejarme, me he colocado a mí misma en esta posición, en la boca del lobo, en el ojo del huracán, mas si bien puedo negárselo al mundo entero no puedo hacer lo hacerlo conmigo; la idea de abrasarme tentando a la suerte me atrae como la melodía de las sirenas a los hombres en altamar.
Él desafía mi voluntad, mis reglas y no estoy segura si busca que pierda el quicio o que ceda. Puedo sentir el peso etéreo de su mirada felina examinándome, estudiándome certera, deslizándose por mi vulnerable existencia. El ritmo de mi corazón se mantiene apacible, constante, sin un solo brinco altere su compás. No siento miedo, no conozco de él, la noche de luna roja lo sentí al rojo vivo, en carne propia, tan vívido e intenso que se me agotó.
Un fino cuarto de luna creciente curva mis labios, media sonrisa imperceptible, indescifrable como esa que desganada esboza La Gioconda. Aunque debería molestarme la transgresión a mis normas, me arriesgo a aceptar el reto, quizá nuestro pequeño juego se torne más interesante. No tengo prisa, él posee la fuerza bruta pero yo poseo la táctica, la precisión… espero pacientemente mi momento, la araña teje su red y aguarda a que la mosca se enrede en ella. “En juego largo hay desquite”.
— Apostando a lo seguro, ya veo— No me muevo un ápice. Mis esferas pardas, fieras y desafiantes se anclan como arpones a las opuestas, a penas iluminadas por un tenue haz de luz — Debo admitir que me encuentro ligeramente decepcionada, Monsieur Kierkegaard—Junto los labios, ladeo la cabeza y jugueteo con uno de mis bucles castaños haciendo el amague de pensar. Entonces, cuando ya parezco tener la respuesta a mis cavilaciones, una densa cantidad de aire se escapa de mis labios, aburrida, desinteresada, contraria a como me siento verdaderamente— Veamos... ya que ha optado por el camino más simple, comenzaré con una pregunta sencilla— mi sonrisa indiferente se tizna sutilmente maliciosa — ¿Cuál es ese premio que espera usted obtener de nuestra improvisada partida?
Aunque mi mirada se afila, la oscuridad en la que nos sumimos no me permite inspeccionar su reacción. De cualquier forma es irrelevante, para bien o para mal pronto obtengo una respuesta. No digo nada, me limito a asentir brevemente con la cabeza y acto seguido empujo con fuerza la puerta reiteradas veces, sin importar que tan ruidoso, engorroso o agotador el intento sea, hasta que el obstruido mecanismo cede ante mi insistencia.
Libertad. Me calzo los tacones y en dos cortos pasos me encuentro fuera del armario. Divertida miro por encima de mi hombro y mis terrosas orbes se fijan sobre las azulinas de mi contendiente.
— Reto.
Amara J. Argent- Cazador Clase Alta
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Localización : El diablo sabe dónde
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