Xibalbá ID

Frederick Tocqueville
XIBALBÁ

21 años • Humano • Clase Baja • Heterosexual • Francés

Descripción Psicológica

Enfermo. Existe una línea bastante delgada entre la cordura y la demencia, Xibalbá ha sobrepasado los límites más inverosímiles. Sus retorcidas ideas sobre la vida le han arrastrado a una vorágine de tormentos en dónde es el verdugo que mutila con barbarie cada parte de su propio cuerpo sin perder el placer masoquista que se atañe a las heridas en su piel. Inhumano, insensible... ha dejado de ser un hombre para convertirse en un monstruo. Cada palabra que se escupe de sus labios es irónica, sarcástica y tal pareciera que se trata del más letal de los venenos, pues su voz ronca le un toque fúnebre y lleno de odio. Es capaz de venderle el alma al diablo y después traicionarlo en el momento en que ha conseguido su objetivo, porque claro, una pesadilla como Xibalbá no camina por la tierra sin ser el clásico egoísta. "Yo y sólo yo" Podría colocar a su madre en una balanza y en la otra esquina el corazón de la puta que acaba de asesinar y pesarían exactamente lo mismo, nada. Los modales son un mito ante su presencia. 

Inspira temor, no hace falta explicar el por qué. Las vírgenes y cada una de las deidades, llorarían al escuchar su voz y el demonio subiría hasta la tierra sólo para entregarle el trono del infierno. Su maldad se derrocha desde cada maldito poro de su piel, apesta a muerte y su aura negra lo delata. Sí, ¡No tiene alma! Por lo cual sentir una mínima pizca de piedad o benevolencia ante alguien es un chiste que no le hará reír, ni siquiera esbozar esa mueca deforme fingiendo ser una jodida sonrisa. arder en las llamas del infierno es el paraíso comparado con lo que Xibalbá es capaz de hacer si el enemigo se cruza en su camino. Odio es lo que mueve las piezas con las cuales arma su rompecabezas y, aunque parezca un completo desquiciado, su inteligencia sobrepasa cualquier expectativa. 

Observador, selectivo y apasionado. El cazador no asesina a una presa que no le imponga un reto. Tampoco succiona sus vidas sin antes haber estudiado la cueva del lobo, hay que saber cuándo atacar, cómo hacerlo y a quién. Es por ello que elige a sus víctimas meticulosamente, entre más fuertes sean y tenga menos oportunidad de salir con vida, mucho mejor. Porque sí, disfruta del miedo que se acojona en lo bajo de su virilidad, digamos que es adicto a esa sensación de descontrol total. Gusta, en verdad es un encanto para él, bañarse en la sangre de los extraños y decorar su cuerpo de una forma tan grotesca como si fuese la obra de arte de un extraño. Una vez que alguien está en su mira, será muy difícil que se enfoque en otras cosas, pues todo su enfoque estará destinado a la obsesión compulsiva de cazar hasta que el oponente le detenga, si esque puede...

Adicto y desconfiado. No puede estarse quieto durante un instante pues comenzará a perderse en la neblina de sus obscuras sinfonías. Grita, enloquece y se confunde con una bestia torturada. Siempre buscará la forma de mantenerse activo, no importa si se trata sólo de coger a una mosca con un alfiler y atravesara mientras vuela o si tiene que realizar un cálculo avanzado para encontrar la mejor forma de prolongar una vida y seguir disfrutando de su dolor.

Historia

¿Alguna vez has escuchado sobre el infierno? Apuesto que después de las leyendas, aún sopesas la idea de su existencia...

La familia Tocqueville, originaria de una diminuta comarca en Franci y formada por Henry y Agnes Tocqueville, admás de sus hijos Roxane y Frederick, fueron obligados a abandonar su vida llena de lujos y comodidades gracias a varios fraudes propiciados por el doctor. Éste que obtuvo su título en la Facultad de Medicina por medio artimañas y demás, era un completo desastre. Sus trucos baratos y estafas pronto fueron descubiertos, no sólo por los enfermos y familias que acudían a él con desesperación y en busca de una solución a sus enfermedades, sino también por el gobierno al que Henry no pagaba el impuesto adjudicado para su profesión. Así fue que el apellido se volvió un insulto para cualquiera que lo tuviese, pero sobre todo una sentencia de muerte. Henry tomó la decisión junto con Agnes, de escapar, así fue que sin pensarlo ni advertirlo, tomaron una de las embarcaciones hacia el nuevo mundo, dónde las oportunidades parecían prometedoras. Sin embargo, ninguno de ellos podría imaginar lo que acontecería en aquel lugar, mucho menos el pobre Frederick o la inocente Roxane.

Mientras sus padres se distraían en el mercado, en medio de vendedores ambulantes ya sea de cebada, pan o vino, los jóvenes niños de siete y cinco años, se divertían en las lejanías del bosque. Un lugar maldito y prohibido, pero donde ellos encontraban cierta fascinación y aventura. ¿Y cómo no, si las ruinas de una antigua civilización parecían más un parque de diversiones que una montaña amenazante? No obstante, aquellos edificios deteriorados y laberínticos, escondían en su interior, demasiadas trampas y liosos caminos, dónde si no se presta la atención suficiente, sería difícil el retorno. 

La jugada de las escondidillas, era por mucho, la favorita de los hermanos, pues podían aprovechar la espesura del bosque y los rincones de los antiguos templos. Era el turno de Agnes, casi siempre escondía su diminuto cuerpo en cualquier agujero que encontrase, pero esta vez había decidido subir hacia un adoquin y engurruñar sus piernas para que no pudieran ser vistas desde abajo por Frederick. Sin embargo, no habían explorado lo suficiente esa zona, por lo que Agnes no pudo adivinar que tras el altar que vislumbró, se escondía una rampa hacia las catacumbas ocultas del recinto. La niña cayó por el pozo, y duró ahí el tiempo suficiente para que Frederick comenzara a preocuparse por ella de verdad. Por mucho que ella gritara, el sonido jamás se saldría de la habitación.

En algún rincón del enorme templo, Frederick encontró una extraño umbral que llevaba hacia una caverna un tanto retorcida, creyendo que su hermana se habría metido por ahí, el joven se arrastró por los suelos para buscarla. El pozo era lo suficientemente estrecho como para que únicamente una persona entrara a la vez, y no tuviese oportunidad de dar vuelta hasta llegar al fondo de sus entrañas. Frederick se introdujo, y avanzó y avanzó, los minutos pasaban, y cada que bajaba un poco más, el calor se hacía más y más infernal. Se le dificultó la respiración y estuvo a punto de desmayarse, a no ser, que estando ahí metido, pudo escuchar el canto agónico de su hermana y ese fue el primer tormento en su descenso al infierno. 

En las próximas horas, padeció, alucinó, se desquebrajó por completo y, en verdad estuvo a punto de morir, pero el grito de Roxane reverberando en su cabeza lo hacía sacar fuerza desde el interior e intentar seguir adelante. Se topó entonces con una caverna. El infierno ardía en su interior, el viento era demasiado caliente y él podía sentir como al respirarlo, la sangre dentro de su cuerpo comenzaba a hervir. Sus pies estuvieron a punto de ser calcinados, su piel se desgarro y consumió por la superficie de las llamas. Había ríos de lava, rocas incandescentes sobre los muros, no se podía transitar a través de la cueva, pero tampoco se podía retroceder. Al otro lado, un laberinto se habría paso desde provenía nuevamente la voz de su hermana. Pese a que en la mitad del trayecto, Frederick lucía más como un cuerpo calcinado que como un hombre, y dado el hecho de que a esa altura debería estar muerto, continuó con su camino.  

Su recorrido lo llevó hasta otra casa, donde la salinidad de la tierra y el agua propia, se había solidificado, generando así enormes y filosos cristales que cubrían cada rincón. El deteriorado cuerpo del joven, ya no podía sentir absolutamente nada, la sensibilidad de su piel fue sublevada por las llamas, así cuando sus pies, rodillas, manos y codos se arrastraron por el agujero, no pudo sentir ninguna de las heridas. Ni siquiera notó el fragmento de geoda incrustado en sus costillas. Dejando un rastro de sangre como evidencia de su paso, continuó. Lo hacía más de forma inconsciente que con el propio pensamiento o deseo de seguir. 

Al fin su cuerpo cayó, estaba preparado para dejarse abrazar por la muerte y descansar, pero cuando sus ojos iban cerrándose lentamente, el estridente chillido de miles de murciélagos lo trajo de regreso. Era un sonido desgarrador, realmente aterrador y pesado. No podía escuchar sus propios pensamientos, no podía concentrarse en nada que no fuese llevar sus mano hasta los oídos y tratar de sofocar los alaridos. Los malditos animales revolotearon a su alrededor cantando infernalmente e intentando hacer que su cabeza explotase, al menos, eso fue lo que Frederick sintió. Cuando quedó completamente sordo y el silencio pareció un alivio estremecedor, continuó arrastrándose por la enorme gruta. 

Atravesó otras dos cavernas más, cuyos retos no habían significado nada, de hecho la cueva de hielo, fue para él un bálsamo a todo el daño que traía a cuestas y, la oscuridad, nunca le había parecido algo a lo que temer. Al final de su trayecto, en la última sala, encontró un enorme altar dedicado a deidades ya olvidadas. Más no estaba solo. Ahí, en las profundidades de la tierra, se escondía una civilización que no habían podido conquistar siglos atrás. Los sobrevivientes del pueblo Maya, se ocultaron en el propio infierno en el que habían creído durante milenios. Al reconocer rostros, figuras humanoides y esqueletos, Frederick perdió el conocimiento.

Despertó una semana después, sin saber quién es, de dónde venía y lo que hacía ahí. Le costó trabajo comunicarse con los otros y, aunque la mayoría de ello deseaba sacrificarlo a los dioses, el líder, aventuró que si aquel joven, pudo atravesar los infiernos de Xibalbá, era porque había vencido a los dioses. Él era el señor supremo de aquel reino. Fue adorado y convertido en uno de los suyos. Por su fragilidad y juventud, supusieron los hombres de la tierra que acababa de reencarnar en aquel joven. No tardaron mucho para cubrir su piel blanca en cada extremidad  con símbolos y demás figuras que sólo ellos podían descifrar, incluso atinaron en convertirlo en una calavera viviente. Hasta dónde sabían, él era la propia muerte robando la vida de sus dioses. 

Pero todo tiene un final, y la conquista llegó hasta el propio infierno.

La ambición de los españoles y otros paises Europeos, hizo explotar la tierra derrumbando los últimos restos de aquella civilización y aniquilando a quienes permanecían escondidos infratierra. El ataque casi termina con todos ellos y aunque vieron que su dios y señor, también era humano, él hizo todo lo posible por defenderles. A los sobrevivientes los esclavizaron y él, él fue denigrado a fenómeno de circo. Encadenado, derribado y completamente destruido, Xibalbá fue arrastrado en los espectáculos durante casi tres años. Aprendió el idioma de sus captores, un inglés bastante fluido pero miserable y torpe. Hasta que pudo escapar en una presentación cerca del sitio de dónde en verdad pertenece, Francia. 

Sin embargo, tras el trato recibido por todos y cada uno de los chicos blancos... algo en él se removió por completo. Había soñado todas las noches con los crueles asesinatos de su gente, y encerrado en aquella jaula, entendió una cosa, si había tenido la suerte de estar vivo después de su entrada al infierno y aún después de la esclavitud, era para vengar a todas esas almas que llegan hasta Xibalbá antes de  tiempo. Así fue que autonombró como el propio inframundo. Después de todo, la miseria que les haría ver a los demás, sería precisamente igual al trayecto que él recorrió. Si sobreviven, les perdonaría la vida...