AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
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tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Como si hubiera entrado en un aborigen de impulsividad y a su vez de seguridad absoluta, Odalyn y yo tomamos nuestras monturas camino hacia el hotel. Una sonrisa picara se dibujaba en mis labios, esa que sabia que aquella noche esa mujer a la que amaba se convertiría en mía. Me saltaría mis propias reglas, las de la manada y las ancestrales tradiciones de mi pueblo, era cociente de ello, y siendo dueño de mi razón, eso y no otro era lo que deseaba para los dos.
Pronto una guerra se cerniría sobre nosotros, yo necesitaba un motivo para volver y ella uno para permanecer a salvo en ese lugar.
La conocía, era terca como una mula y me hubiera costado la vida convencerla para que se quedara en París.
Un hijo, mi mayor anhelo, mi descendencia, mi futuro, el nuestro, esa seria mi razón para volver y a su vez, esa seria su razón para quedarse. Proteger nuestro legado y junto a el cuidaría al ser que mas amaba en esta vida, mi prometida.
A eso se le llamaba matar dos pájaros de un tiro.
Nuestros ojos se fundieron entre risas cómplices, esas que saben que están a punto de cometer una locura, mas bendita locura si me llevaba a sus brazos a sus piernas y a sus labios.
Atrás quedaba aquella cena del diablo, mi espada la tenia su hermano, iría a esa guerra no por ellos si no por proteger el legado del hijo que pronto mi futura esposa llevaría en su vientre convirtiéndome así en el hombre mas feliz del mundo.
En una carrera contra reloj alcanzamos el hall del hotel, ambos entre risas y de la mano atravesamos el umbral de la puerta saludando al hombre anciano y de nariz picuda que le tocaba ocuparse de la entrega de llaves y demás menesteres aquel día.
Mis labios colisionaron como las rocas con el mar embravecido con los de mi prometida, que con ojos ámbar por el deseo me recibía entreabriendo la boca para dejar que mi lengua, primero tímida y luego cargada de una necesidad que jamas había sentido la surcara como si fuera un velero.
-Deberíamos cenar antes algo -jadeé contra sus labios -quizás porque mis ansias me obligaban a subir y tomarla, mas sabia que esta era su primera vez y quería tomármelo con calma, un buen vino, una cena, calentaría los motores para que su cuerpo albergara al mio.
Tiré de su mano y de nuevo nuestros cuerpos impactaron, lamí sus labios antes de separarme camino al restaurante de aquel mismo lugar.
-Después podemos subirnos fresas y una botella de champagne o quizás unos chupitos de tequila para jugar -susurré completamente excitado mientras la recorría con mis ojos ámbar.
Pronto una guerra se cerniría sobre nosotros, yo necesitaba un motivo para volver y ella uno para permanecer a salvo en ese lugar.
La conocía, era terca como una mula y me hubiera costado la vida convencerla para que se quedara en París.
Un hijo, mi mayor anhelo, mi descendencia, mi futuro, el nuestro, esa seria mi razón para volver y a su vez, esa seria su razón para quedarse. Proteger nuestro legado y junto a el cuidaría al ser que mas amaba en esta vida, mi prometida.
A eso se le llamaba matar dos pájaros de un tiro.
Nuestros ojos se fundieron entre risas cómplices, esas que saben que están a punto de cometer una locura, mas bendita locura si me llevaba a sus brazos a sus piernas y a sus labios.
Atrás quedaba aquella cena del diablo, mi espada la tenia su hermano, iría a esa guerra no por ellos si no por proteger el legado del hijo que pronto mi futura esposa llevaría en su vientre convirtiéndome así en el hombre mas feliz del mundo.
En una carrera contra reloj alcanzamos el hall del hotel, ambos entre risas y de la mano atravesamos el umbral de la puerta saludando al hombre anciano y de nariz picuda que le tocaba ocuparse de la entrega de llaves y demás menesteres aquel día.
Mis labios colisionaron como las rocas con el mar embravecido con los de mi prometida, que con ojos ámbar por el deseo me recibía entreabriendo la boca para dejar que mi lengua, primero tímida y luego cargada de una necesidad que jamas había sentido la surcara como si fuera un velero.
-Deberíamos cenar antes algo -jadeé contra sus labios -quizás porque mis ansias me obligaban a subir y tomarla, mas sabia que esta era su primera vez y quería tomármelo con calma, un buen vino, una cena, calentaría los motores para que su cuerpo albergara al mio.
Tiré de su mano y de nuevo nuestros cuerpos impactaron, lamí sus labios antes de separarme camino al restaurante de aquel mismo lugar.
-Después podemos subirnos fresas y una botella de champagne o quizás unos chupitos de tequila para jugar -susurré completamente excitado mientras la recorría con mis ojos ámbar.
Errol Dow- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 61
Fecha de inscripción : 27/07/2016
Localización : Paris
Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Si semanas atrás alguien hubiera venido a mi encuentro para decirme que hoy, esta noche, cometería la locura que ambos teníamos en mente, hubiera asegurado sin lugar a ninguna duda que esa persona mentía. Mas los acontecimientos y las dudas crecientes de no volver a vernos tras esa guerra nos habían hecho cometer la mayor de las locuras, romper las normas ancestrales y no esperar a la noche de bodas para disfrutar el uno del otro.
Esa incertidumbre de no saber si tras la guerra uno de los dos seguiría vivo para gozar del otro era la que nos había empujado a cometer semejante locura. Dios, ¿En serio íbamos a hacerlo? Mis manos se aferraban con fuerza al pecho de aquel hombre que cabalgaba como alma que llevaba al diablo a nuestro hotel mientras yo, rogaba al cielo que el camino durara unos minutos más para poder hacerme la idea y tranquilizar a unas piernas que estaba segura temblarían nada más bajar del caballo.
¿Temía entregarme a él? ¿Temía el dolor de esa primera vez? ¿Temía que me abandonara tras tomarme? ¿Temía romper las tradiciones que había jurado preservar? No, mi mayor temor no era ese. No era idiota, sabía que Errol no era vírgen, es más al conocerle había presumido de sus artes amatorias con otras damas y sabía que muchas habían caído rendidas a los encantos de aquel lobo que ahora era mío únicamente en cuerpo y alma. No, lo que temía era decepcionarle, no estar a la altura de ninguna de sus amantes anteriores.
Temía ser una torpe niña en brazos de un experto hombre que ya había probado las mieles del amor y sus artes. Temía que tras decepcionarle, buscara en otras piernas lo que las mías no habían sido capaces de darle. Temía perderle por algo tan tonto y banal para algunos y tan importante para mi. Aquello no era solo sexo, era una promesa, él sería el primero y yo ansiaba que fuera el último y el único que recorriera mi cuerpo con sus manos y sus labios como ahora lo hacía con sus ojos cada vez que me veía aparecer en algún momento. Era una unión, dejar de ser dos personas para ser únicamente una mente, un cuerpo y un mismo corazón. Era el paso y la decisión más importante en mi vida y me aterraba y me excitaba a partes iguales el saber que en unas horas ya no volvería a ser la misma que ahora se aferraba a aquel hombre.
En aquel momento me fue imposible el no recordar a ese otro hombre que casi me había hecho romper con todo lo que yo creía. Agarwaen, mi enemigo y aquel por el que había sentido una atracción y una conexión inexplicables e irrefrenables. Él se había reído cuando yo le había relatado mis miedos a aquella primera vez, mis miedos a defraudar a cualquier hombre. Él me había estrechado entre sus brazos y me había asegurado que eso nunca debería ser una barrera... ¿Opinaría Errol lo mismo? Supongo que pronto lo descubriría.
El caballo se detuvo, anunciando así el principio de mi destino. Pinté en mis labios una sonrisa y apreté mis manos mientras Errol me bajaba del caballo, deseando que las piernas no me fallaran nada más tocaran tierra firme. Sus labios sobre los míos acallaron todos mis miedos y temores y, de nuevo, mi mano buscó el contacto con su cálida piel, con sus manos fuertes y callosas, capaces de protegerme de todo mal.
Risas cómplices, caricias, carreras y juegos hasta la entrada del hotel. Una vez allí, en uno de los recodos, mi espalda contra el frío mármol, sus manos en la pared aprisionando mi cuerpo y sus labios acercándose peligrosamente a los míos. Podía escuchar el latir de mi corazón desbocado y sentir mi pecho rozando el suyo pues subía y bajaba incontrolado fruto del deseo. Deseo que se reflejaba en sus ojos y en los míos, ambos del color del oro fundido, ambos ansiando devorar al otro, mas las cosas no eran tan fáciles.
-Sí, cenemos... no tenemos prisa- susurré contra sus labios con mi pecho golpeando el suyo. De nuevo sus labios contra los míos como un mar embravecido rompiendo sus olas contra un acantilado y, tras el beso, un tirón de mi cuerpo y unas palabras provocadoras.
-Errol...- susurré frente a sus labios mientras mi mano interponía cierta distancia entre nuestros ardientes cuerpos –Quiero hacer esto bien... quiero que esta noche no...- Tomé aire presa del nerviosismo rehuyendo su mirada –Quiero que sea especial y que ninguno pueda olvidarlo... No sé si me explico, quiero ir despacio...-
Aquel extraño diálogo se vio interrumpido por un carraspeo del maitre -Señores, su mesa está lista. Si me acompañan...- ambos seguimos a aquel hombre mientras nuestros ojos volvían a su tono normal. Pedí una copa de champagne y, cuando la tuve entre mis dedos la aferré como si aquella fuera mi ancla.
-Errol...- dije enfrentándome de nuevo a su mirada -¿Eres consciente de que esta noche podría no acabar como ambos ansiamos no? Hay matrimonios que tienen que esperar años para verse bendecidos con un retoño... y tú y yo tenemos esta noche únicamente... ¿Y si te defraudo?-
Mis ojos, de nuevo, rehuyeron los suyos y se hundieron en cualquier punto de la mesa. Aquella pregunta encerraba dos significados: defraudarle por no concebir un hijo aquella noche y defraudarle no satisfaciendo sus deseos más carnales. ¿Sería capaz de conseguir ambas cosas? O por el contrario ¿sería su más honda decepción en esta noche estrellada?
Esa incertidumbre de no saber si tras la guerra uno de los dos seguiría vivo para gozar del otro era la que nos había empujado a cometer semejante locura. Dios, ¿En serio íbamos a hacerlo? Mis manos se aferraban con fuerza al pecho de aquel hombre que cabalgaba como alma que llevaba al diablo a nuestro hotel mientras yo, rogaba al cielo que el camino durara unos minutos más para poder hacerme la idea y tranquilizar a unas piernas que estaba segura temblarían nada más bajar del caballo.
¿Temía entregarme a él? ¿Temía el dolor de esa primera vez? ¿Temía que me abandonara tras tomarme? ¿Temía romper las tradiciones que había jurado preservar? No, mi mayor temor no era ese. No era idiota, sabía que Errol no era vírgen, es más al conocerle había presumido de sus artes amatorias con otras damas y sabía que muchas habían caído rendidas a los encantos de aquel lobo que ahora era mío únicamente en cuerpo y alma. No, lo que temía era decepcionarle, no estar a la altura de ninguna de sus amantes anteriores.
Temía ser una torpe niña en brazos de un experto hombre que ya había probado las mieles del amor y sus artes. Temía que tras decepcionarle, buscara en otras piernas lo que las mías no habían sido capaces de darle. Temía perderle por algo tan tonto y banal para algunos y tan importante para mi. Aquello no era solo sexo, era una promesa, él sería el primero y yo ansiaba que fuera el último y el único que recorriera mi cuerpo con sus manos y sus labios como ahora lo hacía con sus ojos cada vez que me veía aparecer en algún momento. Era una unión, dejar de ser dos personas para ser únicamente una mente, un cuerpo y un mismo corazón. Era el paso y la decisión más importante en mi vida y me aterraba y me excitaba a partes iguales el saber que en unas horas ya no volvería a ser la misma que ahora se aferraba a aquel hombre.
En aquel momento me fue imposible el no recordar a ese otro hombre que casi me había hecho romper con todo lo que yo creía. Agarwaen, mi enemigo y aquel por el que había sentido una atracción y una conexión inexplicables e irrefrenables. Él se había reído cuando yo le había relatado mis miedos a aquella primera vez, mis miedos a defraudar a cualquier hombre. Él me había estrechado entre sus brazos y me había asegurado que eso nunca debería ser una barrera... ¿Opinaría Errol lo mismo? Supongo que pronto lo descubriría.
El caballo se detuvo, anunciando así el principio de mi destino. Pinté en mis labios una sonrisa y apreté mis manos mientras Errol me bajaba del caballo, deseando que las piernas no me fallaran nada más tocaran tierra firme. Sus labios sobre los míos acallaron todos mis miedos y temores y, de nuevo, mi mano buscó el contacto con su cálida piel, con sus manos fuertes y callosas, capaces de protegerme de todo mal.
Risas cómplices, caricias, carreras y juegos hasta la entrada del hotel. Una vez allí, en uno de los recodos, mi espalda contra el frío mármol, sus manos en la pared aprisionando mi cuerpo y sus labios acercándose peligrosamente a los míos. Podía escuchar el latir de mi corazón desbocado y sentir mi pecho rozando el suyo pues subía y bajaba incontrolado fruto del deseo. Deseo que se reflejaba en sus ojos y en los míos, ambos del color del oro fundido, ambos ansiando devorar al otro, mas las cosas no eran tan fáciles.
-Sí, cenemos... no tenemos prisa- susurré contra sus labios con mi pecho golpeando el suyo. De nuevo sus labios contra los míos como un mar embravecido rompiendo sus olas contra un acantilado y, tras el beso, un tirón de mi cuerpo y unas palabras provocadoras.
-Errol...- susurré frente a sus labios mientras mi mano interponía cierta distancia entre nuestros ardientes cuerpos –Quiero hacer esto bien... quiero que esta noche no...- Tomé aire presa del nerviosismo rehuyendo su mirada –Quiero que sea especial y que ninguno pueda olvidarlo... No sé si me explico, quiero ir despacio...-
Aquel extraño diálogo se vio interrumpido por un carraspeo del maitre -Señores, su mesa está lista. Si me acompañan...- ambos seguimos a aquel hombre mientras nuestros ojos volvían a su tono normal. Pedí una copa de champagne y, cuando la tuve entre mis dedos la aferré como si aquella fuera mi ancla.
-Errol...- dije enfrentándome de nuevo a su mirada -¿Eres consciente de que esta noche podría no acabar como ambos ansiamos no? Hay matrimonios que tienen que esperar años para verse bendecidos con un retoño... y tú y yo tenemos esta noche únicamente... ¿Y si te defraudo?-
Mis ojos, de nuevo, rehuyeron los suyos y se hundieron en cualquier punto de la mesa. Aquella pregunta encerraba dos significados: defraudarle por no concebir un hijo aquella noche y defraudarle no satisfaciendo sus deseos más carnales. ¿Sería capaz de conseguir ambas cosas? O por el contrario ¿sería su más honda decepción en esta noche estrellada?
Odalyn Landvik- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 72
Fecha de inscripción : 15/07/2016
Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Sus miedos impactaban contra mis labios, casi del mismo modo que su mano temblaba frente al sustento de la mía.
Era complicado explicarle que era imposible que me decepcionara, que desde que la conocí aquel día en el que la sangre recorría su muslo, cuando sus labios entablaron batalla contra mi cordura y cuando la engañe para que no sintiera el dolor de las punzadas de esa aguja que surco su piel excitando todos y cada uno de mis sentidos, desde entonces mi deseo por y para con ella era infinito.
Cada caricia de su piel era una tortura contra la mía, dulce tortura que sus labios rozando los míos me regalaban durante el día.
Debía saber también que mis ojos se tornaban ámbar no solo porque su cuerpo era perfecto, si no porque su fuerza la hacia destacar por encima de las demás hembras, porque en ella no solo veia una líder nata, mi mujer, si no una madre que criaría a mi descendencia.
Ella que me conocía, que me calmaba en las gestas, que traía la paz a mi vida y a su vez la guerra a mi lecho. Por los dioses antiguos y nuevos juraba frente a todos ellos que la amaba.
-¿Decepcionarme? Para eso deberíais de no ser vos -musité contra sus labios antes de que le metre nos interrumpiera para llevarnos a una pequeña mesa apartada frente a una lumbre que chisporroteaba dotando el lugar de un cálido sonido acogedor.
-Iré despacio, se que estas asustada, y aunque no lo creas yo estoy también nervioso -mis palabras quizás sonaron a broma, pues mi orgullo no podía admitir de forma explicita lo dicho -tengo ganas de que esto suceda, lo he esperado una vida entera.
Era cierto que no era virgen, muchas doncellas me habían abierto sus piernas. Ella lo sabia, mas lo que no sabia es que hoy era diferente pues ella y no el resto se convertiría en mi esposa, ella y no el resto era la única que me había robado no solo la razón si no el corazón.
Moví su silla para que se sentara acercándola a la mesa, para después bordearla y tomar yo mi asiento.
-Quiero también que esta noche sea imborrable, quiero sentir cada caricia, cada beso, quiero sentir tu piel erizada bajo las yemas de mis dedos y quiero que si en algún momento te asustas y tienes miedo me pares, jugaremos una y otra vez a intentarlo de nuevo hasta que esta noche quede reflejada en las estrellas y nuestros hijos puedan hablar de su nacimiento.
Busqué sus labios apoyando mi pecho en la mesa ligeramente, dejándome embriagar por su sabor, ese que paladee recorriendo su boca con deseo.
-Te quiero, no suelo decirlo, mas hoy prometo que lo diré hasta que te canses de oírlo. Se que muchas parejas tardan en concebir a sus hijos, mas tu y yo no somos unos mas, somos nosotros y con eso te tienes que quedar. Esta noche engendraremos a nuestro hijo, te lo prometo.
Era complicado explicarle que era imposible que me decepcionara, que desde que la conocí aquel día en el que la sangre recorría su muslo, cuando sus labios entablaron batalla contra mi cordura y cuando la engañe para que no sintiera el dolor de las punzadas de esa aguja que surco su piel excitando todos y cada uno de mis sentidos, desde entonces mi deseo por y para con ella era infinito.
Cada caricia de su piel era una tortura contra la mía, dulce tortura que sus labios rozando los míos me regalaban durante el día.
Debía saber también que mis ojos se tornaban ámbar no solo porque su cuerpo era perfecto, si no porque su fuerza la hacia destacar por encima de las demás hembras, porque en ella no solo veia una líder nata, mi mujer, si no una madre que criaría a mi descendencia.
Ella que me conocía, que me calmaba en las gestas, que traía la paz a mi vida y a su vez la guerra a mi lecho. Por los dioses antiguos y nuevos juraba frente a todos ellos que la amaba.
-¿Decepcionarme? Para eso deberíais de no ser vos -musité contra sus labios antes de que le metre nos interrumpiera para llevarnos a una pequeña mesa apartada frente a una lumbre que chisporroteaba dotando el lugar de un cálido sonido acogedor.
-Iré despacio, se que estas asustada, y aunque no lo creas yo estoy también nervioso -mis palabras quizás sonaron a broma, pues mi orgullo no podía admitir de forma explicita lo dicho -tengo ganas de que esto suceda, lo he esperado una vida entera.
Era cierto que no era virgen, muchas doncellas me habían abierto sus piernas. Ella lo sabia, mas lo que no sabia es que hoy era diferente pues ella y no el resto se convertiría en mi esposa, ella y no el resto era la única que me había robado no solo la razón si no el corazón.
Moví su silla para que se sentara acercándola a la mesa, para después bordearla y tomar yo mi asiento.
-Quiero también que esta noche sea imborrable, quiero sentir cada caricia, cada beso, quiero sentir tu piel erizada bajo las yemas de mis dedos y quiero que si en algún momento te asustas y tienes miedo me pares, jugaremos una y otra vez a intentarlo de nuevo hasta que esta noche quede reflejada en las estrellas y nuestros hijos puedan hablar de su nacimiento.
Busqué sus labios apoyando mi pecho en la mesa ligeramente, dejándome embriagar por su sabor, ese que paladee recorriendo su boca con deseo.
-Te quiero, no suelo decirlo, mas hoy prometo que lo diré hasta que te canses de oírlo. Se que muchas parejas tardan en concebir a sus hijos, mas tu y yo no somos unos mas, somos nosotros y con eso te tienes que quedar. Esta noche engendraremos a nuestro hijo, te lo prometo.
Errol Dow- Licántropo Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/07/2016
Localización : Paris
Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Iré despacio, sé que estás asustada
¿Asustada? No, esa no era la palabra. Estaba nerviosa, aterrada, conmocionada y ansiosa porque aquello ocurriera y no lo hiciera al mismo tiempo. Mis manos se retorcían nerviosas sobre el cuello de aquella copa de cristal que sostenía entre ellas, ansiando así que todos aquellos temores e inseguridades pasaran de mi cuerpo al cristal como por arte de magia.
Un beso, su beso, fue lo único que hizo que mi desbocado corazón se detuviera por un solo instante y que aquellas manos temblorosas soltaran aquella copa para buscar el rostro de aquel que me besaba. ¿Qué estaba haciendo? Suspiré cuando nos separamos y le miré directamente a los ojos. Era Errol quien me miraba a través de ellos, era él ell que, con su mirada, me demostraba día a día que lo nuestro era real, que nunca había mirado ni volvería a mirar a ninguna otra mujer de la manera en que lo hacía cuando yo estaba delante.
Sí, eso era cierto. Era cierto que en sus ojos se reflejaba el deseo, pero no era menos cierto que me contemplaba con ellos como si nunca hubiera nada ni nadie más a mi alrededor aún cuando estábamos rodeados de gente. Sólo yo en el centro de su mundo, sólo yo siendo su mundo.
-Perdóname- susurré frente a sus labios con las mejillas encendidas como una tonta colegiala, como él me hacía sentir cada vez que estábamos a solas. -No hay nada en esta vida que tenga tan claro como el hecho de que quiero pasar cada instante de ella contigo... Tan claro como que ardo en deseos de que perfiles con la yema de tus dedos el contorno de mi cuerpo desnudo para que memorices cada recoveco de él -mis dedos recorrieron el perfil de sus labios al decir estas últimas palabras -Para que, cuando no podamos estar juntos, cierres los ojos y fuera como si estuviera a tu lado en el lecho...- Sus labios besaron la yema de mis dedos y se curvaron en una sonrisa, mientras el crepitar del fuego nos aislaba de los sonidos de alrededor, dejándonos únicamente a los dos.
-Todo eso es cierto, y por ello no hay nada que me aterre más que no estar a la altura de lo que piensas que será esta noche para ambos... Nuestras almas ya están unidas aún sin los ritos nupciales, pero la unión del cuerpo es también algo de suma importancia...-
Interrumpí aquellas palabras cuando observé al maitre acercándose de nuevo a nosotros con uno de los camareros. Pichón asado con arándanos y patatas panaderas... No sabía bien si aquello era premeditado, si de alguna ingeniosa manera mi prometido había conseguido adivinar mi plato favorito sin que yo lo dijese. Reí tomando su mano y relajando de nuevo mi cuerpo, casualidad o no, aquello había conseguido que mis miedos desaparecieran por un instante -¿sabes?- dije mientras probaba una pizca de la salsa de arándanos -Este es exactamente mi plato favorito, el que me hace recordar las pocas comidas y cenas que compartí con mi madre- Hundí con un gesto travieso uno de mis dedos en la salsa de arándanos y, cuando él agachó la vista para probar el plato, manché yo su nariz con la salsa entre risas.
-Plato que casualmente no se encuentra en el menú del restaurante y que tú, supuestamente, desconocías que me gustaba- Ambos reímos por la situación. Me levanté de mi sitio y, con cuidado, moví mi silla hasta quedar a su lado. Hoy seríamos uno y, como tal, no quería que ni el aire se interpusiera entre nosotros, nuestras risas y nuestras confesiones.
Aquel tonto gesto podía no haber significado mucho para él, pero el complacer un tonto capricho como aquel, me había dado mucha más seguridad de la que él pudiera imaginar en aquel instante. Si él era capaz de investigar a mis espaldas cuál era mi plato favorito para darme esa pequeña sorpresa ¿Cómo no iba a ser dulce y paciente cuando estuviéramos en el lecho por primera vez? Sabía que no sería brusco, no al menos hasta que me acostumbrara a él en mi interior, sabía que no me forzaría a seguir si me veía incapaz de ello, y sabía también que cumpliría su promesa de intentar una y otra vez concebir a nuestro hijo aquella noche, pues sabía que ambos acabaríamos enzarzados entre las sábanas hasta que el alba venciera a la noche.
-Gracias...- aquello fue cuanto susurré frente a sus labios antes de esbozar una sonrisa que esperaba reflejara que las tormentas que mis dudas habían azuzado momentos atrás, habían desaparecido gracias a aquel tonto y simple gesto. -No obstante- dije antes de probar al fin aquel delicioso manjar -No te creas que por plantar tu simiente en mi vientre vas a alejarme de tu lado en la guerra. La guerra es cuestión de días, de semanas como mucho y pasarán dos lunas hasta que ambos sepamos si seremos padres o no-
Aquello sin duda no era lo que él esperaba. Él decía amarme por la fuerza que yo emanaba, por la líder que era y, como tal, no podía pretender engañarme de una manera tan sencilla ni tratar de alejarme de mi pueblo y la batalla con tanta facilidad. Su boca se torció ahora en una pequeña muestra de desagrado y su ceño se frunció al ver truncados su plan que él pensaba perfecto, como si de matar dos pájaros de un tiro se tratase. Plan perfecto que yo había descubierto.
-Iré contigo y mis hermanos. Si resulto estar encinta, volveré o no lucharé pues nuestro hijo o hija será el legado de ambas manadas y la manada está por encima de nosotros mismos... Por el contrario, si nuestros esfuerzos resultan en vano pelearé a tu lado y el de tus hombres si deciden acompañarnos. Pelearé a tu lado y no al de mi hermano, para demostrarles a tus hombres que me preocupo por ellos, que ellos pasarán a ser mi manada tras nuestro regreso y si muero, sabrán que elegiste sabiamente y que, cuando busques a otra para reemplazar mi lugar, lo harás igualmente-
Odalyn Landvik- Licántropo Clase Alta
- Mensajes : 72
Fecha de inscripción : 15/07/2016
Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Sus labios contra los míos quemaban infinitamente mas que el crepitante fuego de la hoguera. Su boca que me sabia a madera, a bosque y a fruta era el cobijo de mis labios y deseaba que ahora lo fuera también de mi cuerpo en aquella noche en la que todo seria distinto.
Ella estaba nerviosa, estaba asustada por no complacerme, mis miedos no eran muy distintos, había satisfecho a muchas, otras hembras distintas, mas ella se me antojaba tan frágil en aquel instante..
Ella necesitaba que todo fuera perfecto y yo quería bajarle la luna para que la pendiera de su pecho, quería regalársela para que no volviera a sentirse huérfana y quería regalarle mi piel para que la usara de abrigo durante la tormenta.
Mi corazón ya se prendía de su pecho y no del mio, lo que no entendía era como no era capaz de sentirlo ahora latir desbocado por la cercanía de su cuerpo contra el mio.
El metre nos trajo la cena, esa que yo había dispuesto y que de sobra conocía que le haría recordar viejos momentos que hoy se convertirían en nuevos recuerdos.
Quería que ese día se grabara en su mente, que sus ojos lo pudieran ver cada noche descrito en el firmamento pues sin duda hoy una estrella pasaría a englobar a todas las otras, esa que representaría no solo nuestra unión eterna, si no el principio de una nueva vida que supondría nuestro mas ansiado legado.
-Te quiero, nada es suficiente para ti en esta noche -susurré contra sus labios tras escucharla hablar sobre aquel bocado que hoy había dispuesto para ella.
Cumpliría mi promesa, hoy de mis labios escaparían mil te quiero, todos los que durante este tiempo no había dicho.
Manchó mi nariz con la salsa antes de orillar su cuerpo contra el mio, mas de nuevo mis labios la tomaron con la necesidad de un amante, mas con el amor de un marido.
-Te necesito -aquella era otra de las realidades que también había callado. Quizás porque no era de expresar sentimientos, no fui educado para hacerlo si no para gobernar con mano de hierro y a filo de acero a una manada.
Pero hoy, ella necesitaba que olvidará quien era, que dejara mi orgullo a un lado ,también mi vergüenza al quedar demasiado expuesto frente a sus ojos y simplemente ser Errol, no un alfa, si no el hombre que la amaba.
Pero el tema que no deseaba hablar aquella noche escapo de sus labios como si hubiera podido leer de mi mente la jugada maestra que tenia dispuesta.
Era cierto que mi idea era dejarla embarazada, lograr así alejarla de esa guerra que se llevaría consigo demasiados cuerpos, y protegerla, porque eso se hace cuando se ama.
Discutir con ella era absurdo, la conocía era terca como una mula, no conseguiría convencerla, incluso puede que de intentarlo aquella noche se torciera.
Con un gesto de fingida sumisión y un leve movimiento de cabeza corroboró sus palabras.
Si algo sabia era que discutir no le llevaría a su fin, para alcanzarlo tenia otros planes mucho mejores, puede que ella se enfadara, mas si eso la mantenía viva y salvo, bendito el cabreo de aquella loba con la que se desposaría a su regreso.
-Acabemos la cena, bebamos, disfrutemos hoy la guerra solo la quiero en la cama -susurré aparcando así aquella conversación que no tendría ningún buen final para los dos.
Ella estaba nerviosa, estaba asustada por no complacerme, mis miedos no eran muy distintos, había satisfecho a muchas, otras hembras distintas, mas ella se me antojaba tan frágil en aquel instante..
Ella necesitaba que todo fuera perfecto y yo quería bajarle la luna para que la pendiera de su pecho, quería regalársela para que no volviera a sentirse huérfana y quería regalarle mi piel para que la usara de abrigo durante la tormenta.
Mi corazón ya se prendía de su pecho y no del mio, lo que no entendía era como no era capaz de sentirlo ahora latir desbocado por la cercanía de su cuerpo contra el mio.
El metre nos trajo la cena, esa que yo había dispuesto y que de sobra conocía que le haría recordar viejos momentos que hoy se convertirían en nuevos recuerdos.
Quería que ese día se grabara en su mente, que sus ojos lo pudieran ver cada noche descrito en el firmamento pues sin duda hoy una estrella pasaría a englobar a todas las otras, esa que representaría no solo nuestra unión eterna, si no el principio de una nueva vida que supondría nuestro mas ansiado legado.
-Te quiero, nada es suficiente para ti en esta noche -susurré contra sus labios tras escucharla hablar sobre aquel bocado que hoy había dispuesto para ella.
Cumpliría mi promesa, hoy de mis labios escaparían mil te quiero, todos los que durante este tiempo no había dicho.
Manchó mi nariz con la salsa antes de orillar su cuerpo contra el mio, mas de nuevo mis labios la tomaron con la necesidad de un amante, mas con el amor de un marido.
-Te necesito -aquella era otra de las realidades que también había callado. Quizás porque no era de expresar sentimientos, no fui educado para hacerlo si no para gobernar con mano de hierro y a filo de acero a una manada.
Pero hoy, ella necesitaba que olvidará quien era, que dejara mi orgullo a un lado ,también mi vergüenza al quedar demasiado expuesto frente a sus ojos y simplemente ser Errol, no un alfa, si no el hombre que la amaba.
Pero el tema que no deseaba hablar aquella noche escapo de sus labios como si hubiera podido leer de mi mente la jugada maestra que tenia dispuesta.
Era cierto que mi idea era dejarla embarazada, lograr así alejarla de esa guerra que se llevaría consigo demasiados cuerpos, y protegerla, porque eso se hace cuando se ama.
Discutir con ella era absurdo, la conocía era terca como una mula, no conseguiría convencerla, incluso puede que de intentarlo aquella noche se torciera.
Con un gesto de fingida sumisión y un leve movimiento de cabeza corroboró sus palabras.
Si algo sabia era que discutir no le llevaría a su fin, para alcanzarlo tenia otros planes mucho mejores, puede que ella se enfadara, mas si eso la mantenía viva y salvo, bendito el cabreo de aquella loba con la que se desposaría a su regreso.
-Acabemos la cena, bebamos, disfrutemos hoy la guerra solo la quiero en la cama -susurré aparcando así aquella conversación que no tendría ningún buen final para los dos.
Errol Dow- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Te quiero, Te necesito...
Aquellas eran palabras que normalmente no salían de sus labios. Ambos sabíamos lo que uno sentía por el otro. Sabíamos que desde la noche en que me tomó entre sus brazos para subir a la habitación del hotel como dos recién casados, había marcado el principio y el final de nuestros destinos. Destinos que se hallaban entrelazados desde antes incluso de que nuestras almas habitaran nuestros cuerpos, nos amábamos y nos amaríamos ahora y siempre, con en este cuerpo y con otros porque estábamos destinados a estar juntos.
No obstante, aunque ambos supiéramos aquellos sentimientos que callábamos, debía reconocer que cada vez que de sus labios escapaban aquellas palabras, mi corazón se aceleraba y mis labios me rogaban fundirse con los ajenos. Ambos nos amábamos, pero ambos éramos también personas de importancia en una manada, personas que habían sido educadas para no mostrar debilidad, para dejar los sentimientos al lado para dejar paso al deber. Y era por ello, que aquella declaración entre sus labios tenía más valor que si la hubiera pronunciado cualquier otro. Errol estaba dejando a un lado al alfa, a su fachada infranqueable. La dejaba a un lado para mostrarme a mi su verdadero yo, para mostrarme al hombre y no al lobo. Él había desnudado su alma la noche que pretendía desnudar mi cuerpo y, aquello, hizo que se sonrojasen mis mejillas más de lo que lo habrían hecho si me hubiera despojado de mis ropas delante de todos para hacerme suya.
Busqué sus labios, los mismos que ahora me decían sumisos que aceptaban mi decisión de acompañarle a la batalla. No sabía si era vedad o mentira lo que me decía, pero ya habría tiempo de batallar en otro momento, como él decía, hoy la única guerra que ambos disputaríamos sería en la cama.
-Yo también te necesito- musité contra sus labios, sintiendo su aliento rozar mi cuello –Te necesito para ser la mujer fuerte de la que te has enamorado, y te necesitaré aún más cuando esté con mis hermanos. Me temo que las mujeres que calientan sus lechos me odian de una manera u otra e intentarán que mi influencia sobre ellos quede relegada a simples sugerencias...- junté mi frente con la suya, dejando que todo el peso de mis preocupaciones se sostuviera también sobre los hombros de mi prometido. -Te necesito para que mi cuerpo no pase frío en las largas noches de invierno, te necesito para aullarle juntos a la luna... Y te necesito para seguir viviendo Errol-
De nuevo un suspiro, de nuevo un beso lento y pausado y con ello el fin de las palabras pues hoy, no era noche de palabras, era noche de demostrar con nuestros actos lo que nuestros labios callaban, de decir a gritos con caricias lo que nos daba miedo a pronunciar el uno frente al otro. Nos separamos entre cómplices miradas y disfrutamos de aquella cena. Risas, caricias y algún que otro beso fueron los acompañantes de aquel delicioso manjar que él me había preparado para que no pensara en lo que después vendría, para que mis nervios no afloraran, para hacerme saber que no teníamos prisa y que podía sentirme cómoda entre sus brazos.
Con el último pedazo del postre de chocolate aún manchando mis labios rosados, dejé la servilleta sobre la mesa y me levanté de mi asiento. Sentí su mirada clavada en mi cuerpo y el interrogante en sus ojos. -¿Por qué nos subes a la habitación en unos... quince minutos?- La duda de sus ojos se convirtió en deseo incendiario porque aquellos minutos pasaran lo más rápido posible y en mis labios se dibujó una tímida y sensual sonrisa.
Caminé con las rodillas temblorosas hasta nuestra habitación. Quería unos minutos a solas antes de que aquello ocurriera. Los necesitaba, para mentalizarme y dejar atrás los pocos temores que pudieran quedar en mi cuerpo. Pero también para prepararme, para ofrecerle una imagen deslumbrante dentro de aquella situación improvisada y alocada. Una vez en nuestra habitación me despojé de mis ropas y rebusqué en mi baúl aquello que estaba buscando, un conjunto de lencería de un tono empolvado con un fino encaje que le dejaría entrever la piel desnuda que se esconddía tras esa exquisita tela.
Quería estar perfecta ante sus ojos. Quería que con sólo verme él me deseara enredándome entre sus piernas hasta el alba. Me despojé del vestido que había llevado hoy y me puse aquel conjunto y una ligera bata de seda blanca que cubriera mi cuerpo para no morir de frío hasta que él apareciera. Inspiré, solté el aire y me senté frente al tocador observando el reflejo de la mujer que aparecía en el espejo.
Semanas atrás había venido a París para buscar a mi hermano. Había odiado sus calles y todo lo que había en la ciudad; había venido como una niña en busca de su hermano y ahora, me iría siendo una mujer que, si los dioses querían, portaría en sus entrañas al heredero de una manada. El heredero del hombre al que amaba. Mis manos se deslizaron inconscientemente hasta mi vientre, acariciandolo mientras mis ojos no se apartaban del espejo. La imagen que en él se reflejaba era la misma, pero la mujer tras el espejo era completamente diferente.
Solte mis cabellos, dejando que cayeran sobre mis hombros en suaves bucles que enarcaban mis ojos pardos con tonos esmeralda. Busqué un pintalabios rojo, aquello sin duda restaría la imagen dulce que aquella ropa interior me confería, aquello me daría el punto de seguridad y sensualidad que Errol adoraba. Sonreí al comprobar el resultado y miré de nuevo la habitación, tratando de buscar qué más detalles faltaban o sobraban. La luz. Apagué unas cuantas velas, dejando solo unas pocas encendidas, adquiriendo así la habitación un ambiente tenue e íntimo. Sí, aquello era justo lo que necesitábamos.
De nuevo, dirigí mis pasos hacia el baño, buscando mi perfume de vainilla, quería que en aquella noche él recorriera mi cuerpo y memorizara cada curva, cada detalle, cada olor. Quería que me recordara para cuando no pudiéramos estar juntos, quería que me recordara para no estar separados nunca aunque la distancia se interpusiera entre nosotros. Cerré los ojos, recorriendo con las yemas de mis dedos mi cuello perfumado. Cerré los ojos pero los abrí al sentir como la puerta de la habitación se abría, llegando así mi destino.
Tomé aire una última vez, inspirando confianza y exhalando mis últimas inseguridades. Tomé aire y salí del baño clavando mi mirada sobre la suya. -Perdóname por dejarte solo y hacerte esperar... Quería... prepararme- Pronuncié aquellas palabras mientras mis pasos se dirigían hacia él, vacilantes y ansiosos al mismo tiempo. Su mirada recorrió mi cuerpo cubierto por aquella bata de seda y mis dedos, al verlo deshicieron con lentitud el nudo, dejándole ver mi cuerpo tan sólo cubierto por la delicada ropa interior. -Espero que la espera haya merecido la pena-
Aquellas eran palabras que normalmente no salían de sus labios. Ambos sabíamos lo que uno sentía por el otro. Sabíamos que desde la noche en que me tomó entre sus brazos para subir a la habitación del hotel como dos recién casados, había marcado el principio y el final de nuestros destinos. Destinos que se hallaban entrelazados desde antes incluso de que nuestras almas habitaran nuestros cuerpos, nos amábamos y nos amaríamos ahora y siempre, con en este cuerpo y con otros porque estábamos destinados a estar juntos.
No obstante, aunque ambos supiéramos aquellos sentimientos que callábamos, debía reconocer que cada vez que de sus labios escapaban aquellas palabras, mi corazón se aceleraba y mis labios me rogaban fundirse con los ajenos. Ambos nos amábamos, pero ambos éramos también personas de importancia en una manada, personas que habían sido educadas para no mostrar debilidad, para dejar los sentimientos al lado para dejar paso al deber. Y era por ello, que aquella declaración entre sus labios tenía más valor que si la hubiera pronunciado cualquier otro. Errol estaba dejando a un lado al alfa, a su fachada infranqueable. La dejaba a un lado para mostrarme a mi su verdadero yo, para mostrarme al hombre y no al lobo. Él había desnudado su alma la noche que pretendía desnudar mi cuerpo y, aquello, hizo que se sonrojasen mis mejillas más de lo que lo habrían hecho si me hubiera despojado de mis ropas delante de todos para hacerme suya.
Busqué sus labios, los mismos que ahora me decían sumisos que aceptaban mi decisión de acompañarle a la batalla. No sabía si era vedad o mentira lo que me decía, pero ya habría tiempo de batallar en otro momento, como él decía, hoy la única guerra que ambos disputaríamos sería en la cama.
-Yo también te necesito- musité contra sus labios, sintiendo su aliento rozar mi cuello –Te necesito para ser la mujer fuerte de la que te has enamorado, y te necesitaré aún más cuando esté con mis hermanos. Me temo que las mujeres que calientan sus lechos me odian de una manera u otra e intentarán que mi influencia sobre ellos quede relegada a simples sugerencias...- junté mi frente con la suya, dejando que todo el peso de mis preocupaciones se sostuviera también sobre los hombros de mi prometido. -Te necesito para que mi cuerpo no pase frío en las largas noches de invierno, te necesito para aullarle juntos a la luna... Y te necesito para seguir viviendo Errol-
De nuevo un suspiro, de nuevo un beso lento y pausado y con ello el fin de las palabras pues hoy, no era noche de palabras, era noche de demostrar con nuestros actos lo que nuestros labios callaban, de decir a gritos con caricias lo que nos daba miedo a pronunciar el uno frente al otro. Nos separamos entre cómplices miradas y disfrutamos de aquella cena. Risas, caricias y algún que otro beso fueron los acompañantes de aquel delicioso manjar que él me había preparado para que no pensara en lo que después vendría, para que mis nervios no afloraran, para hacerme saber que no teníamos prisa y que podía sentirme cómoda entre sus brazos.
Con el último pedazo del postre de chocolate aún manchando mis labios rosados, dejé la servilleta sobre la mesa y me levanté de mi asiento. Sentí su mirada clavada en mi cuerpo y el interrogante en sus ojos. -¿Por qué nos subes a la habitación en unos... quince minutos?- La duda de sus ojos se convirtió en deseo incendiario porque aquellos minutos pasaran lo más rápido posible y en mis labios se dibujó una tímida y sensual sonrisa.
Caminé con las rodillas temblorosas hasta nuestra habitación. Quería unos minutos a solas antes de que aquello ocurriera. Los necesitaba, para mentalizarme y dejar atrás los pocos temores que pudieran quedar en mi cuerpo. Pero también para prepararme, para ofrecerle una imagen deslumbrante dentro de aquella situación improvisada y alocada. Una vez en nuestra habitación me despojé de mis ropas y rebusqué en mi baúl aquello que estaba buscando, un conjunto de lencería de un tono empolvado con un fino encaje que le dejaría entrever la piel desnuda que se esconddía tras esa exquisita tela.
Quería estar perfecta ante sus ojos. Quería que con sólo verme él me deseara enredándome entre sus piernas hasta el alba. Me despojé del vestido que había llevado hoy y me puse aquel conjunto y una ligera bata de seda blanca que cubriera mi cuerpo para no morir de frío hasta que él apareciera. Inspiré, solté el aire y me senté frente al tocador observando el reflejo de la mujer que aparecía en el espejo.
Semanas atrás había venido a París para buscar a mi hermano. Había odiado sus calles y todo lo que había en la ciudad; había venido como una niña en busca de su hermano y ahora, me iría siendo una mujer que, si los dioses querían, portaría en sus entrañas al heredero de una manada. El heredero del hombre al que amaba. Mis manos se deslizaron inconscientemente hasta mi vientre, acariciandolo mientras mis ojos no se apartaban del espejo. La imagen que en él se reflejaba era la misma, pero la mujer tras el espejo era completamente diferente.
Solte mis cabellos, dejando que cayeran sobre mis hombros en suaves bucles que enarcaban mis ojos pardos con tonos esmeralda. Busqué un pintalabios rojo, aquello sin duda restaría la imagen dulce que aquella ropa interior me confería, aquello me daría el punto de seguridad y sensualidad que Errol adoraba. Sonreí al comprobar el resultado y miré de nuevo la habitación, tratando de buscar qué más detalles faltaban o sobraban. La luz. Apagué unas cuantas velas, dejando solo unas pocas encendidas, adquiriendo así la habitación un ambiente tenue e íntimo. Sí, aquello era justo lo que necesitábamos.
De nuevo, dirigí mis pasos hacia el baño, buscando mi perfume de vainilla, quería que en aquella noche él recorriera mi cuerpo y memorizara cada curva, cada detalle, cada olor. Quería que me recordara para cuando no pudiéramos estar juntos, quería que me recordara para no estar separados nunca aunque la distancia se interpusiera entre nosotros. Cerré los ojos, recorriendo con las yemas de mis dedos mi cuello perfumado. Cerré los ojos pero los abrí al sentir como la puerta de la habitación se abría, llegando así mi destino.
Tomé aire una última vez, inspirando confianza y exhalando mis últimas inseguridades. Tomé aire y salí del baño clavando mi mirada sobre la suya. -Perdóname por dejarte solo y hacerte esperar... Quería... prepararme- Pronuncié aquellas palabras mientras mis pasos se dirigían hacia él, vacilantes y ansiosos al mismo tiempo. Su mirada recorrió mi cuerpo cubierto por aquella bata de seda y mis dedos, al verlo deshicieron con lentitud el nudo, dejándole ver mi cuerpo tan sólo cubierto por la delicada ropa interior. -Espero que la espera haya merecido la pena-
Odalyn Landvik- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Besos que se encontraron lentos, pausados, aquella noche nada tendría que ver con el resto de mis encuentros con mujeres. Muchas tomé a lo largo de mi vida, algunas dejaron mas marca que otras a las que posiblemente de encontrármelas de frente ni siquiera las reconocería.
Mas esta era la primera vez que de verdad estaba nervioso, fue entonces cuando sus besos se alaejaron para pedirme 15 minutos que se me harian eternos.
Me relamí los labios atento a cada movimiento de su cuerpo perfecto, esa mujer lograba hacerme enloquecer y no siempre lo hacia para bien, para que mentirnos.
Me había pillado al descubrir en parte mis intenciones en las prisas por tomarla. Era cierto que si esta guerra no nos atenazara el alma, hubiera respetado las tradiciones ancestrales, la hubiera llevado a mi casa y allí, con madre luna como testigo me hubiera desposado por el antiguo rito.
Pero con la guerra a mis espaldas, necesitaba llevarme esto conmigo y no a ella, era el único modo de matar dos pájaros de un tiro.
Esa noche engendramiento a nuestro hijo, esa noche todo seria magia, la haría feliz, y llegado le momento, regresaría en pie para desposarla en mis bosques, como manda la tradición, hecho lobo y hombre.
Pedí una copa de whisky doble, que fui apurando entre mis labios lentamente, esperando que aquellos 15 minutos pasaran. Mi impaciencia no conocía parangón en aquel momento, así que tras el último sorbo, pagué la cuenta y me encaminé escaleras arriba siguiendo el olor de mi prometida.
Abrí la puerta de nuestra cámara, la penumbra de la habitación auguraba una noche distinta, una en la que nos dejaríamos llevar como ya lo habíamos hecho en otra ocasión.
Crucé el dintel buscando con mis ojos a aquella mujer perfecta, mía, que salia del baño perfumada, con el pelo suelto en bucles infinitos y los labios carmesí.
Jadeé sin tan siquiera tocarla mientras mis ojos ahora ámbar recorrían aquel camisón de seda, que cubría cada curva de su cuerpo.
Ella se acercó a mi, descalza, marcando con cada paso el contoneo de sus caderas, mis labios entreabiertos dejaban escapar una ronca respiración que mostraba a mi futura esposa hasta que punto el deseo me estaba haciendo perder el norte en aquel momento.
-Lento -susurré mas para mi que para ella, sabia que estaba asustada, mas todo mi ser deseaba tomarla, ya, contra la pared y sin pausa.
Unos pasos para acortar las distancias de aquel duelo a muerte que enfrentó nuestras miradas. Deslicé mis manos por su cintura, abriendo ligeramente aquel camisón que cedía frente a mi ímpetu regalándome la imagen perfecta de un cuerpo excitante cubierto con encajes.
-Merecería la pena esperarte una vida -susurré buscando sus labios lentamente, dibujando su contorno con mi lengua antes de trepar por sus labios adentrándome en su boca para paladear cada resquicio de ella.
Como decirle que mis manos temblaban contra su piel porque trataba de controlar mis instintos para regalarle una primera vez que recordara para siempre, esa que me llevaría al norte, esa que ambos recordaríamos mirando a las estrellas.
Mas esta era la primera vez que de verdad estaba nervioso, fue entonces cuando sus besos se alaejaron para pedirme 15 minutos que se me harian eternos.
Me relamí los labios atento a cada movimiento de su cuerpo perfecto, esa mujer lograba hacerme enloquecer y no siempre lo hacia para bien, para que mentirnos.
Me había pillado al descubrir en parte mis intenciones en las prisas por tomarla. Era cierto que si esta guerra no nos atenazara el alma, hubiera respetado las tradiciones ancestrales, la hubiera llevado a mi casa y allí, con madre luna como testigo me hubiera desposado por el antiguo rito.
Pero con la guerra a mis espaldas, necesitaba llevarme esto conmigo y no a ella, era el único modo de matar dos pájaros de un tiro.
Esa noche engendramiento a nuestro hijo, esa noche todo seria magia, la haría feliz, y llegado le momento, regresaría en pie para desposarla en mis bosques, como manda la tradición, hecho lobo y hombre.
Pedí una copa de whisky doble, que fui apurando entre mis labios lentamente, esperando que aquellos 15 minutos pasaran. Mi impaciencia no conocía parangón en aquel momento, así que tras el último sorbo, pagué la cuenta y me encaminé escaleras arriba siguiendo el olor de mi prometida.
Abrí la puerta de nuestra cámara, la penumbra de la habitación auguraba una noche distinta, una en la que nos dejaríamos llevar como ya lo habíamos hecho en otra ocasión.
Crucé el dintel buscando con mis ojos a aquella mujer perfecta, mía, que salia del baño perfumada, con el pelo suelto en bucles infinitos y los labios carmesí.
Jadeé sin tan siquiera tocarla mientras mis ojos ahora ámbar recorrían aquel camisón de seda, que cubría cada curva de su cuerpo.
Ella se acercó a mi, descalza, marcando con cada paso el contoneo de sus caderas, mis labios entreabiertos dejaban escapar una ronca respiración que mostraba a mi futura esposa hasta que punto el deseo me estaba haciendo perder el norte en aquel momento.
-Lento -susurré mas para mi que para ella, sabia que estaba asustada, mas todo mi ser deseaba tomarla, ya, contra la pared y sin pausa.
Unos pasos para acortar las distancias de aquel duelo a muerte que enfrentó nuestras miradas. Deslicé mis manos por su cintura, abriendo ligeramente aquel camisón que cedía frente a mi ímpetu regalándome la imagen perfecta de un cuerpo excitante cubierto con encajes.
-Merecería la pena esperarte una vida -susurré buscando sus labios lentamente, dibujando su contorno con mi lengua antes de trepar por sus labios adentrándome en su boca para paladear cada resquicio de ella.
Como decirle que mis manos temblaban contra su piel porque trataba de controlar mis instintos para regalarle una primera vez que recordara para siempre, esa que me llevaría al norte, esa que ambos recordaríamos mirando a las estrellas.
Errol Dow- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
"Merecería la pena esperarte una vida..."
Sus labios buscaban los míos, con lentitud y la calma que solo precede a las tempestades. Él se exigía ir lento, hacer las cosas bien, pero sus manos temblorosas recorriendo mi cintura me desvelaban lo impaciente que estaba, cómo su cerebro refrenaba lo que su cuerpo le pedía a gritos. Se frenaba, y lo hacía por mi, para regalarme un momento único, para demostrarme que yo era única para él. Tanto como lo era él para mi.
Mis labios buscaron los suyos, acercándose a ratos y alejándose después, enzarzándonos así en una danza mortal en la que ambos moriríamos para tocar el mismo cielo. Él deseaba ir más rápido y tenía que frenarse y, sin embargo, yo sentía que con cada caricia que él me regalaba el tiempo se detenía a su paso, haciendo que cada roce quedara grabado en mi piel para recordarlo cada vez que cerrara los ojos. Mi frente buscó la suya para descansar sobre ella y dejar caer sobre sus labios mi pesada respiración, agitada tan solo un poco por la cercanía de su cuerpo frente al mío. -Yo llevo esperándote toda la vida Errol Dow... Y sería capaz de esperarte mil vidas más si supiera que en cada una de ellas voy a encontrarte al despertar-
Sus manos detuvieron su avance al escuchar aquellas palabras que parecían haber calado hondo en su persona. Esbocé una sonrisa frente a sus labios, separando nuestros cuerpos unos centímetros y, ahora, ser yo quien continuara con aquella danza de manos sobre mi cuerpo. Con cierta timidez dejé que la bata de seda cayera lentamente, dejando primero mis hombros al descubierto y, por último dejando que la sedosa prenda cayera por mi espalda hasta tocar el suelo. Allí estaba yo, desnudando mi cuerpo y mi alma a aquel hombre que ya me había robado la razón y la poca cordura que mi mente tenía. Y allí estaba él, quieto frente a mi, parecía que incluso estuviera conteniendo la respiración al contemplarme con tan poca ropa por primera vez... O al menos de manera consciente. El recuerdo de sus manos sobre la piel de mis muslos en aquella noche en la que mi vida pendía de sus manos aún estaba palpitante en mi mente.
Tanto que, inconscientemente, deslicé la yema de mis dedos hasta la cicatriz que allí había quedado y sus ojos siguieron el recorrido de mis dedos hasta mi muslo. Ojos que pronto se tornaron del color del ámbar y, como respuesta yo me acerqué al cuerpo ajeno. Estaba nerviosa, pero mentiría si decía que no deseaba que me hiciera suya, que me hiciera temblar de puro placer y que su nombre quedara ahogado entre nuestros gemidos. Mis manos, torpes e inexpertas, se deslizaron ahora hasta su pecho. Uno a uno fui desabrochando los botones de aquella camisa que me privaba del derecho de contemplar su torso desnudo.
Con cada botón que mis dedos desabrochaban, mis labios aprovechaban para rozar el resquicio de piel desnuda y besarlo con suma delicadeza, sintiendo como su piel quemaba con el contacto frente a la mía -Tu piel es fuego contra mis labios...- susurré antes de desabrocharle el último botón. Me alejé tan solo unos instantes de su torso, para contemplarle, para ver todas aquellas heridas y cicatrices que, sin duda, contaban más historias de él y su pasado que las propias palabras. -Y si tu piel es mi fuego... he de decirte que estoy ardiendo en deseos de consumirme en ella-.
Mis manos, frías en comparación con su ardiente piel, pasearon con lentitud por su torso desnudo. Recorriéndolo sin prisas, recreándose en cada cicatriz, moratón o herida que hubiera en él. Ansiaba conocer todas y cada una de las historias que se escondían tras ellas, pero hoy no teníamos tiempo para todo aquello, hoy nuestro objetivo era otro... -Cuando estemos de camino a Noruega... deseo saber qué historia esconde cada magulladura- mis labios besaron una cicatriz blanquecina en su clavícula -Deseo que bajo las estrellas y desnudos me cuentes tu historia, la historia tras cada beso en cada una de estas marcas y... quién sabe, quizá hoy yo te dibuje nuevas marcas en la espalda con mis uñas que podremos recrear bajo el cielo estrellado...-
Mis ojos se tornaron ámbar al pronunciar aquellas palabras cargadas de deseo y de intenciones veladas. No sabía si hoy concebiríamos a nuestro hijo, sí sabía que lo intentaríamos una y otra vez hasta que Morfeo nos reclamara en sus brazos y que, si no habían sido suficientes, seguiríamos intentándolo cada noche hasta que nuestros esfuerzos dieran resultados. Separé mis labios de su piel y me aparté de su cuerpo, caminando hacia la cama con paso lento. Giré mi cuerpo a medio camino y, comprobé como él seguía plantado allí, tratando aún de recuperarse de aquellos besos y palabras. -¿Vienes?- pregunté mordiendo mis labios de manera sutil -¿O tengo que llevarte a rastras a la cama amor?- reí sutilmente tras decir esto, enredando un mechón de mis cabellos entre los dedos -La verdad es que sería divertido arrastrarte hasta mis brazos... Porque esta noche no pienso frenarte como la vez anterior-
Sus labios buscaban los míos, con lentitud y la calma que solo precede a las tempestades. Él se exigía ir lento, hacer las cosas bien, pero sus manos temblorosas recorriendo mi cintura me desvelaban lo impaciente que estaba, cómo su cerebro refrenaba lo que su cuerpo le pedía a gritos. Se frenaba, y lo hacía por mi, para regalarme un momento único, para demostrarme que yo era única para él. Tanto como lo era él para mi.
Mis labios buscaron los suyos, acercándose a ratos y alejándose después, enzarzándonos así en una danza mortal en la que ambos moriríamos para tocar el mismo cielo. Él deseaba ir más rápido y tenía que frenarse y, sin embargo, yo sentía que con cada caricia que él me regalaba el tiempo se detenía a su paso, haciendo que cada roce quedara grabado en mi piel para recordarlo cada vez que cerrara los ojos. Mi frente buscó la suya para descansar sobre ella y dejar caer sobre sus labios mi pesada respiración, agitada tan solo un poco por la cercanía de su cuerpo frente al mío. -Yo llevo esperándote toda la vida Errol Dow... Y sería capaz de esperarte mil vidas más si supiera que en cada una de ellas voy a encontrarte al despertar-
Sus manos detuvieron su avance al escuchar aquellas palabras que parecían haber calado hondo en su persona. Esbocé una sonrisa frente a sus labios, separando nuestros cuerpos unos centímetros y, ahora, ser yo quien continuara con aquella danza de manos sobre mi cuerpo. Con cierta timidez dejé que la bata de seda cayera lentamente, dejando primero mis hombros al descubierto y, por último dejando que la sedosa prenda cayera por mi espalda hasta tocar el suelo. Allí estaba yo, desnudando mi cuerpo y mi alma a aquel hombre que ya me había robado la razón y la poca cordura que mi mente tenía. Y allí estaba él, quieto frente a mi, parecía que incluso estuviera conteniendo la respiración al contemplarme con tan poca ropa por primera vez... O al menos de manera consciente. El recuerdo de sus manos sobre la piel de mis muslos en aquella noche en la que mi vida pendía de sus manos aún estaba palpitante en mi mente.
Tanto que, inconscientemente, deslicé la yema de mis dedos hasta la cicatriz que allí había quedado y sus ojos siguieron el recorrido de mis dedos hasta mi muslo. Ojos que pronto se tornaron del color del ámbar y, como respuesta yo me acerqué al cuerpo ajeno. Estaba nerviosa, pero mentiría si decía que no deseaba que me hiciera suya, que me hiciera temblar de puro placer y que su nombre quedara ahogado entre nuestros gemidos. Mis manos, torpes e inexpertas, se deslizaron ahora hasta su pecho. Uno a uno fui desabrochando los botones de aquella camisa que me privaba del derecho de contemplar su torso desnudo.
Con cada botón que mis dedos desabrochaban, mis labios aprovechaban para rozar el resquicio de piel desnuda y besarlo con suma delicadeza, sintiendo como su piel quemaba con el contacto frente a la mía -Tu piel es fuego contra mis labios...- susurré antes de desabrocharle el último botón. Me alejé tan solo unos instantes de su torso, para contemplarle, para ver todas aquellas heridas y cicatrices que, sin duda, contaban más historias de él y su pasado que las propias palabras. -Y si tu piel es mi fuego... he de decirte que estoy ardiendo en deseos de consumirme en ella-.
Mis manos, frías en comparación con su ardiente piel, pasearon con lentitud por su torso desnudo. Recorriéndolo sin prisas, recreándose en cada cicatriz, moratón o herida que hubiera en él. Ansiaba conocer todas y cada una de las historias que se escondían tras ellas, pero hoy no teníamos tiempo para todo aquello, hoy nuestro objetivo era otro... -Cuando estemos de camino a Noruega... deseo saber qué historia esconde cada magulladura- mis labios besaron una cicatriz blanquecina en su clavícula -Deseo que bajo las estrellas y desnudos me cuentes tu historia, la historia tras cada beso en cada una de estas marcas y... quién sabe, quizá hoy yo te dibuje nuevas marcas en la espalda con mis uñas que podremos recrear bajo el cielo estrellado...-
Mis ojos se tornaron ámbar al pronunciar aquellas palabras cargadas de deseo y de intenciones veladas. No sabía si hoy concebiríamos a nuestro hijo, sí sabía que lo intentaríamos una y otra vez hasta que Morfeo nos reclamara en sus brazos y que, si no habían sido suficientes, seguiríamos intentándolo cada noche hasta que nuestros esfuerzos dieran resultados. Separé mis labios de su piel y me aparté de su cuerpo, caminando hacia la cama con paso lento. Giré mi cuerpo a medio camino y, comprobé como él seguía plantado allí, tratando aún de recuperarse de aquellos besos y palabras. -¿Vienes?- pregunté mordiendo mis labios de manera sutil -¿O tengo que llevarte a rastras a la cama amor?- reí sutilmente tras decir esto, enredando un mechón de mis cabellos entre los dedos -La verdad es que sería divertido arrastrarte hasta mis brazos... Porque esta noche no pienso frenarte como la vez anterior-
Odalyn Landvik- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Jugamos al escondite paso a paso, un juego que nos traslado al cielo, en el que sus labios parecían buscar y esquivar los míos mientras mi aliento jadeante seguía su ritmo encendido.
Mi necesidad no tenia parangón, la deseaba mas que a la misma luna, madre de los dos.
Jadeé cuando su frente se refugió contra la mía, sediento de su boca deje que su aliento embotara mis sentidos en una danza en la que necesitaba tomarla pero el tiempo se había detenido.
Sus palabras contra mis labios me marcaron el camino, ese en el que le prometía que tras la luna el sol saldría mas yo siempre estaría consigo.
Mis manos se detuvieron con sus palabras, esas que me regalaban una verdad sincera, que me arrastraban a pegar mas mi cuerpo a ella, cargado de necesidad la busqué, no solo física si no emocional.
De nuevo la danza de distancia que se me antojo fría, mas que calentó de inmediato dejando caer la bata por sus hombros hasta que esta golpeó el suelo.
Cuerpo que era mio, que esa noche tomaría sin prisa, que lo haría sin pausa y con tino, demostrándole así que las estrellas eran nuestras y que en ellas quedaría grabada esta gesta.
Contuve la respiración enmudecido por su belleza, creo que por un momento olvide que sin aire me moriría, quizás porque ella era todo el sustento que necesitaba ese día.
Sus dedos desfilaron por su muslo convirtiendo mis ojos en los de un lobo.
Ámbar cargados de recuerdos de aquella primera vez en la que su piel rozo la yema de los dedos y su olor me embotó de tal manera que dudaba poder seguir cosiendo.
Cerré los ojos, con la respiración tan agitada que por un instante pensé que saltaría sobre su cuerpo y la tomaría a placer.
Mi camisa, sus dedos en llamas, botón a botón, sus labios incendiando mi piel, jadeos roncos descontrolados, necesitaba calma, esa que no encontraba.
-Te deseo tanto Oda -aseguré con la voz ronca tras escuchar esas palabras que ahora me trasladaban al infierno.
Dos pasos atrás para observarme, mis ojos contemplaron los suyos con intensidad, ambos lobos hambrientos del otro que parecían decididos a saltar a la yugular.
-Quememos todo esto -gruñí, casi aullé.
Acortó la distancia, sus dedos surcaron mi piel, cada trozo, cada jirón, cada moratón ,era suyo, quería conocerme, y yo le regalaría mil historias con las que nos reiríamos juntos, mil palabras con las que creería mas en mi y mil promesas que la ayudarían a soñar con nuestro futuro.
Mas no seria hoy, hoy solo quería acariciarla, besadla, fundirnos en uno.
Nuestros alientos entremezclados eran mas cortantes que el acero, jadeos que nos mostraban cuan desesperados estaban nuestros cuerpos.
De nuevo se separó, y yo creí morir por la distancia que me separaba de su cuerpo ,fue entonces cuando me llamo, no necesite mas para acortarla y colisionar con sus labios hambriento.
Surque su boca como un velero, en busca del faro de su lengua, manantial capaz de inundar le desierto.
Jadeé contra la piel de su mandíbula recorriendola con mis dientes, marcándola como mía a cada paso de estos y lamiendo su piel para mitigar el dolor de mi posesivo gesto.
Mi necesidad no tenia parangón, la deseaba mas que a la misma luna, madre de los dos.
Jadeé cuando su frente se refugió contra la mía, sediento de su boca deje que su aliento embotara mis sentidos en una danza en la que necesitaba tomarla pero el tiempo se había detenido.
Sus palabras contra mis labios me marcaron el camino, ese en el que le prometía que tras la luna el sol saldría mas yo siempre estaría consigo.
Mis manos se detuvieron con sus palabras, esas que me regalaban una verdad sincera, que me arrastraban a pegar mas mi cuerpo a ella, cargado de necesidad la busqué, no solo física si no emocional.
De nuevo la danza de distancia que se me antojo fría, mas que calentó de inmediato dejando caer la bata por sus hombros hasta que esta golpeó el suelo.
Cuerpo que era mio, que esa noche tomaría sin prisa, que lo haría sin pausa y con tino, demostrándole así que las estrellas eran nuestras y que en ellas quedaría grabada esta gesta.
Contuve la respiración enmudecido por su belleza, creo que por un momento olvide que sin aire me moriría, quizás porque ella era todo el sustento que necesitaba ese día.
Sus dedos desfilaron por su muslo convirtiendo mis ojos en los de un lobo.
Ámbar cargados de recuerdos de aquella primera vez en la que su piel rozo la yema de los dedos y su olor me embotó de tal manera que dudaba poder seguir cosiendo.
Cerré los ojos, con la respiración tan agitada que por un instante pensé que saltaría sobre su cuerpo y la tomaría a placer.
Mi camisa, sus dedos en llamas, botón a botón, sus labios incendiando mi piel, jadeos roncos descontrolados, necesitaba calma, esa que no encontraba.
-Te deseo tanto Oda -aseguré con la voz ronca tras escuchar esas palabras que ahora me trasladaban al infierno.
Dos pasos atrás para observarme, mis ojos contemplaron los suyos con intensidad, ambos lobos hambrientos del otro que parecían decididos a saltar a la yugular.
-Quememos todo esto -gruñí, casi aullé.
Acortó la distancia, sus dedos surcaron mi piel, cada trozo, cada jirón, cada moratón ,era suyo, quería conocerme, y yo le regalaría mil historias con las que nos reiríamos juntos, mil palabras con las que creería mas en mi y mil promesas que la ayudarían a soñar con nuestro futuro.
Mas no seria hoy, hoy solo quería acariciarla, besadla, fundirnos en uno.
Nuestros alientos entremezclados eran mas cortantes que el acero, jadeos que nos mostraban cuan desesperados estaban nuestros cuerpos.
De nuevo se separó, y yo creí morir por la distancia que me separaba de su cuerpo ,fue entonces cuando me llamo, no necesite mas para acortarla y colisionar con sus labios hambriento.
Surque su boca como un velero, en busca del faro de su lengua, manantial capaz de inundar le desierto.
Jadeé contra la piel de su mandíbula recorriendola con mis dientes, marcándola como mía a cada paso de estos y lamiendo su piel para mitigar el dolor de mi posesivo gesto.
Errol Dow- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Sus besos quemaban como puro fuego en mi piel prácticamente desnuda. Cada vez que sus labios rozaban un nuevo resquicio de mi piel sentía como bajaba al mismo infierno para arder en las llamas de sus labios. Cada nuevo beso hacía escapar de entre mis labios un jadeo de mis labios. Le necesitaba, ansiaba fundirme con el, ser un solo cuerpo al tesón de esa única alma que ya éramos los dos. No necesitaba a la luna o a un sacerdote como testigos, para que confirmaran lo que él y yo ya éramos, una sola persona en dos cuerpos. Yo era tan suya como el lo era mío y no dejaria que nada ni nadie acabara con eso. Ni mis hermanos, ni mi manada, ni la guerra, ni los mismos dioses... Nuestro amor estaba ya escrito en las estrellas y eso era imborrable.
Mis manos se deslizaban por su bronceada y áspera piel, memorizando cada rincon de ella, descubriendo cada pliegue y cada músculo a su peso. Un beso, un centimetro que bajaban mis manos. Un mordisco en mi cuello, un nuevo jadeo y dos centímetros más abajo. Su aliento en mi oído y mi mano ya en el principio de su pantalón.
En aquel instante se detuvieron los besos desenfrenados y el tiempo mismo. Nuestros corazones latían frenéticos y nuestras agitadas respiraciones eran lo único que rompía el silencio en aquel momento, y nuestros ojos... Nuestros ojos se habían vuelto del color del fuego incandescente, se buscaban y ahora que estaban frente a frente se contemplaban sin saber bien qué hacer, cuál era el paso correcto para cada uno en aquel momento.
En aquel férreo silencio, mi cuerpo supo reaccionar antes que mi mente e hizo que me pusiera de rodillas sobre el lecho, frente a él, cuerpo con cuerpo, alma con alma.
-Lento...- susurré junto a su oído tal y como él había hecho minutos atrás. Mi voz era ronca, profunda, presa del deseo e impaciencia que se apoderaba de mi en aquellos instantes. -Lento para que pueda sentir cada uno de tus gestos, cada caricia, cada beso, cada embestida... Lento para que todo se magnifique-
Su piel se erizó con mis palabras y mis labios se curvaron en una sonrisa. Eso era justo lo que deseaba, que hasta el más mínimo gesto fuera una explosión para nuestros sentidos. Tal y como había hecho con su camisa, uno a uno fui desabrochando los botones de su pantalón mientras mis labios se deslizaban con lentitud por su cuello, aspirando aquel aroma a bosque y lucha que él emanaba.
Mis manos ahora abandonaron su pantalón para tomar entre ellas las manos de mi prometido. De nuevo mis ojos buscando los suyos y, mis manos, llevando con lentitud las suyas hasta mi espalda, a las cintas que mantenían aquel encaje en mi cuerpo, privándole de la visión de la desnudez de mi blanca tez. Aquella era una invitación, el asentimiento a que estaba preparada para él, para lo que venía, para ser uno, para romper todas y cada una de las tradiciones para crear la nuestra propia. Estaba preparada para ser suya y confiaba en él para que aquella primera vez fuera inolvidable.
Mis manos se deslizaban por su bronceada y áspera piel, memorizando cada rincon de ella, descubriendo cada pliegue y cada músculo a su peso. Un beso, un centimetro que bajaban mis manos. Un mordisco en mi cuello, un nuevo jadeo y dos centímetros más abajo. Su aliento en mi oído y mi mano ya en el principio de su pantalón.
En aquel instante se detuvieron los besos desenfrenados y el tiempo mismo. Nuestros corazones latían frenéticos y nuestras agitadas respiraciones eran lo único que rompía el silencio en aquel momento, y nuestros ojos... Nuestros ojos se habían vuelto del color del fuego incandescente, se buscaban y ahora que estaban frente a frente se contemplaban sin saber bien qué hacer, cuál era el paso correcto para cada uno en aquel momento.
En aquel férreo silencio, mi cuerpo supo reaccionar antes que mi mente e hizo que me pusiera de rodillas sobre el lecho, frente a él, cuerpo con cuerpo, alma con alma.
-Lento...- susurré junto a su oído tal y como él había hecho minutos atrás. Mi voz era ronca, profunda, presa del deseo e impaciencia que se apoderaba de mi en aquellos instantes. -Lento para que pueda sentir cada uno de tus gestos, cada caricia, cada beso, cada embestida... Lento para que todo se magnifique-
Su piel se erizó con mis palabras y mis labios se curvaron en una sonrisa. Eso era justo lo que deseaba, que hasta el más mínimo gesto fuera una explosión para nuestros sentidos. Tal y como había hecho con su camisa, uno a uno fui desabrochando los botones de su pantalón mientras mis labios se deslizaban con lentitud por su cuello, aspirando aquel aroma a bosque y lucha que él emanaba.
Mis manos ahora abandonaron su pantalón para tomar entre ellas las manos de mi prometido. De nuevo mis ojos buscando los suyos y, mis manos, llevando con lentitud las suyas hasta mi espalda, a las cintas que mantenían aquel encaje en mi cuerpo, privándole de la visión de la desnudez de mi blanca tez. Aquella era una invitación, el asentimiento a que estaba preparada para él, para lo que venía, para ser uno, para romper todas y cada una de las tradiciones para crear la nuestra propia. Estaba preparada para ser suya y confiaba en él para que aquella primera vez fuera inolvidable.
Odalyn Landvik- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Arrodillada en el lecho, suplicaba que se lo hiciera lento, gruñí mostrandole mi desenfreno, uno que parecía no entender.
Cerré los ojos posando mi frente en la suya, fundiendo nuestros alientos en uno, cargado de promesas, de verdades, de que esa noche seria única, pues las leyes las cambiariamos para cimentar unas nuevas en las que el amor estaba por encima de la tradición.
Sus manos acompañaron a las mías hasta las cintas del corseé, estaba preparada para ser mía, y yo, estaba preparado para hacerla sentir la mujer mas especial del mundo, mi mujer.
Tiré de las cuerdas hasta que la prenda cayó frente a mis ojos.
Sonrisa ladina en mi rostro cuando mis ojos se tornaron mas ámbar, mas oscuros.
Mi cuerpo empujo con suavidad el suyo, que cedió sobre el lecho mirándome impaciente, excitada y bastante asustada.
Mi boca presiono sus labios con suavidad, deslizando mi lengua por ellos, pidiendo permiso para entrar.
-Lento -susurré contra su aliento introduciendo mi lengua en su boca, dispuesto a beber del manantial.
Mi cuerpo cedió frente al suyo, mis brazos sustentaban cada musculo tenso, mientras nuestros sexos parecían llamarse a gritos.
El glande se paseaba por la entrada de su vagina, mojándose, ella estaba preparada para mi, así acogió con suavidad a mi virilidad que se abría paso lentamente por su interior.
Nuestros ojos se observaban hechos luna, ambos queríamos ver cada gesto del otro, no perdernos ni una sola de las expresiones de placer de nuestros rostros.
Su boca se entreabrió, dejando escapar un gemido cuando entre completamente dentro.
Jadeé con brusquedad al sentir sus paredes cálidas, dilatándose para mi.
Pronto empezó el baile de caderas, lento como ella lo quería, me costaba la vida, pues estaba tan excitado que apenas era capaz de controlar mi ímpetu entre sus piernas.
Los jadeos se hicieron mas rápidos, buscando nuestros labios para ahogarlos en ellos.
Mi boca se deslizó por su mandíbula, gruñí una y otra vez contra su cuello.
Lo succioné con fuerza, marcándolo con los dientes, lamiéndolo después.
Mía -rugí.
No quería dejar lugar a dudas de que en eso se convertía hoy y para siempre en mía.
La volteé para que ella quedara sobre mi, mis ojos la admiraron como si de una diosa se tratara.
Su pelo castaño caía salvaje, lobuno por sus hombros, aquellos ojos intensos acompasaban los míos.
Se movía lento, sintiendo ese vaivén de caderas contra mi miembro recto.
Mis manos en su piel acompañaban sus movimientos, esos que me hacían arder en lo mas profundo de mi cuerpo.
Ella era perfecta, cada curva de su cuerpo lo era, mas no solo era eso, si no que dentro tenia un alma de guerrera, mi luna, mi todo, eso era ella.
Cerré los ojos posando mi frente en la suya, fundiendo nuestros alientos en uno, cargado de promesas, de verdades, de que esa noche seria única, pues las leyes las cambiariamos para cimentar unas nuevas en las que el amor estaba por encima de la tradición.
Sus manos acompañaron a las mías hasta las cintas del corseé, estaba preparada para ser mía, y yo, estaba preparado para hacerla sentir la mujer mas especial del mundo, mi mujer.
Tiré de las cuerdas hasta que la prenda cayó frente a mis ojos.
Sonrisa ladina en mi rostro cuando mis ojos se tornaron mas ámbar, mas oscuros.
Mi cuerpo empujo con suavidad el suyo, que cedió sobre el lecho mirándome impaciente, excitada y bastante asustada.
Mi boca presiono sus labios con suavidad, deslizando mi lengua por ellos, pidiendo permiso para entrar.
-Lento -susurré contra su aliento introduciendo mi lengua en su boca, dispuesto a beber del manantial.
Mi cuerpo cedió frente al suyo, mis brazos sustentaban cada musculo tenso, mientras nuestros sexos parecían llamarse a gritos.
El glande se paseaba por la entrada de su vagina, mojándose, ella estaba preparada para mi, así acogió con suavidad a mi virilidad que se abría paso lentamente por su interior.
Nuestros ojos se observaban hechos luna, ambos queríamos ver cada gesto del otro, no perdernos ni una sola de las expresiones de placer de nuestros rostros.
Su boca se entreabrió, dejando escapar un gemido cuando entre completamente dentro.
Jadeé con brusquedad al sentir sus paredes cálidas, dilatándose para mi.
Pronto empezó el baile de caderas, lento como ella lo quería, me costaba la vida, pues estaba tan excitado que apenas era capaz de controlar mi ímpetu entre sus piernas.
Los jadeos se hicieron mas rápidos, buscando nuestros labios para ahogarlos en ellos.
Mi boca se deslizó por su mandíbula, gruñí una y otra vez contra su cuello.
Lo succioné con fuerza, marcándolo con los dientes, lamiéndolo después.
Mía -rugí.
No quería dejar lugar a dudas de que en eso se convertía hoy y para siempre en mía.
La volteé para que ella quedara sobre mi, mis ojos la admiraron como si de una diosa se tratara.
Su pelo castaño caía salvaje, lobuno por sus hombros, aquellos ojos intensos acompasaban los míos.
Se movía lento, sintiendo ese vaivén de caderas contra mi miembro recto.
Mis manos en su piel acompañaban sus movimientos, esos que me hacían arder en lo mas profundo de mi cuerpo.
Ella era perfecta, cada curva de su cuerpo lo era, mas no solo era eso, si no que dentro tenia un alma de guerrera, mi luna, mi todo, eso era ella.
Errol Dow- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Hubiera mentido a cualquiera si hubiera negado que en aquel instante no estaba nerviosa o, mejor dicho, que no sentía un torbellino de emociones por estar así, desnuda y tan expuesta a él no sólo físicamente sino emocionalmente. Nervios, miedo, ansia, placer… eran tan sólo una muestra de aquellas sensaciones inconexas que vagaban por mi suave piel con cada roce de su cuerpo sobre el mío. Tan dura y tan frágil a la vez, pero en cualquiera de esas situaciones él sería justo lo que yo necesitara. El agua caliente que reblandeciera las heridas de mi corazón en sus momentos más oscuros. Las manos suaves que recogieran mis pedazos y los recompusieran uno a uno, con paciencia infinita y con besos. La tormenta que arreciera el mar de mis labios cuando las noches fueran convulsas y el fuego que caldeara mis más frías noches de invierno.
“Lento...” dijo él entre susurros mientras sus manos me empujaban contra el lecho y sus ojos me pedían permiso para hacerme suya y, con ello, romper todas nuestras tradiciones para crear así unas nuevas, nuestras propias tradiciones. Sus ojos me suplicaban ese permiso pues sabía que él no resistiría mucho tiempo más con esa calma, pero lo que él desconocía es que yo ya no podía ser más suya, no al menos desde que sentía que su alma y la mía eran una sola, no desde que sabía como aullaríamos juntos a la luna.
Y allí estaba él, pendido entre mis piernas, haciéndome lentamente suya, un poco más de lo que ya era. Dolía, no podía engañarme, pero también era cierto que había soportado dolores peores sin apenas pestañear, como el día de mi primera luna llena. Y, además, aquel era un dolor que ansiaba sentir, porque significaba que ya éramos uno, que nada nos separaría y que este instante eterno quedaría siempre grabado en nuestras retinas de color ámbar.
-Lento...- dije en un susurro. Necesitaba que esta dulce tortura no acabara nunca, deseaba seguir sintiéndole a él explorando cada recoveco de mi inexplorado interior. Mis manos caminaron con lentitud hacia su espalda, frías como el hielo sobre su piel de fuego, y poco a poco mis uñas se hundieron en su carne cuanto más cerca estaba él de llegar hasta el fondo de mi ser. Mis labios se contrajeron en una mueca al hacerlo, dejando escapar un sordo gemido de ellos mientras la sangre resbalaba por mis muslos y él comenzaba a moverse a un ritmo lento, tratando de no hacerme demasiado daño en el intento.
Lentamente sus caderas envolvieron las mías y sus vaivenes fueron aumentando de intensidad, haciendo que aquella danza en principio lenta acabara siendo frenética. Sí, me gustaba aquello, me gustaba sentirle cada vez más y más dentro de mi. Me gustaba como sus labios buscaban desesperados los míos, quizá ansiando ahogar mis gemidos, quizá ansiando morderlos y hacerlos suyos también en aquella feroz danza.
“Mía” dijo ahora él entre gemidos y nunca antes tres letras habían cobrado tanto sentido para mi. Yo suya él mío y nosotros tan nuestros. Sus brazos rodearon mi cuerpo y me hicieron su diosa al dejarme sobre su cuerpo, al darme las riendas de aquella danza en la que yo desconocía todos los movimientos. No sabía qué aspecto tendría ahora mismo, sólo sentía mi pelo rebelde cayendo sobre mis hombros desnudos pero, a juzgar por la mirada de mi prometido y el color de sus ojos, debía tener una imagen salvaje y excitante. Sus manos fuertes sobre mi cintura confirmaron mis sospechas y, las mías, respondieron anclándose sobre su pecho.
-Quiero que me guíes- dije aún con la voz ronca por el deseo -Deseo que me digas qué hacer para que toques el cielo, para que lo hagamos juntos en esta noche tan mágica- mis labios se curvaron en una débil sonrisa y mi cuerpo descendió hasta pegarse con el suyo. Así, piel con piel, fui recorriendo la piel de su cuello con mis labios de terciopelo, sin dejar un solo resquicio libre, ansiando que cada centímetro de su piel fuera tan mío como mi corazón era ahora suyo.
-Deseo hacerte enloquecer… deseo que me enseñes a hacerlo- dije entre entrecortados susurros al tiempo que mis besos se tornaban mordiscos sobre su piel y mis caderas se elevaban lentamente para caer a continuación sobre él. -Deseo ser una experta en arrancarte gemidos y en hacerte estremecer, hasta el punto de borrar al resto de mujeres que han recorrido tu piel, y que en ella solo que de mi aroma y mi huella de aquí en adelante...-
Su piel de gallina bajo la mía me indicaba que había tomado el sendero correcto, que mis palabras y mis besos provocaban en él las reacciones esperadas y por eso, cuando sus manos se ciñeron a mi cintura para atraerme hacia él mis labios se curvaron en una sonrisa. Sonreí y de nuevo impuse una dolorosa distancia entre nuestra piel, tanto que el aire se coló entre su pecho y el mío. Pero aquel sufrimiento merecería la pena pues, de nuevo mis caderas se elevaron para dejarse caer una vez, dos tres, cuatro… y mis manos buscaron las suyas para llevarlas ahí, al centro mismo de su perdición, el origen de todo movimiento y de cada gemido que escapaba de nuestros labios: mi cintura.
-Guíame para que te haga enloquecer- fue cuanto dije con mis ojos clavados en los suyos entes de sumirnos en aquella perdición que era mi cuerpo enredado en el suyo bajo la luz de la luna.
“Lento...” dijo él entre susurros mientras sus manos me empujaban contra el lecho y sus ojos me pedían permiso para hacerme suya y, con ello, romper todas nuestras tradiciones para crear así unas nuevas, nuestras propias tradiciones. Sus ojos me suplicaban ese permiso pues sabía que él no resistiría mucho tiempo más con esa calma, pero lo que él desconocía es que yo ya no podía ser más suya, no al menos desde que sentía que su alma y la mía eran una sola, no desde que sabía como aullaríamos juntos a la luna.
Y allí estaba él, pendido entre mis piernas, haciéndome lentamente suya, un poco más de lo que ya era. Dolía, no podía engañarme, pero también era cierto que había soportado dolores peores sin apenas pestañear, como el día de mi primera luna llena. Y, además, aquel era un dolor que ansiaba sentir, porque significaba que ya éramos uno, que nada nos separaría y que este instante eterno quedaría siempre grabado en nuestras retinas de color ámbar.
-Lento...- dije en un susurro. Necesitaba que esta dulce tortura no acabara nunca, deseaba seguir sintiéndole a él explorando cada recoveco de mi inexplorado interior. Mis manos caminaron con lentitud hacia su espalda, frías como el hielo sobre su piel de fuego, y poco a poco mis uñas se hundieron en su carne cuanto más cerca estaba él de llegar hasta el fondo de mi ser. Mis labios se contrajeron en una mueca al hacerlo, dejando escapar un sordo gemido de ellos mientras la sangre resbalaba por mis muslos y él comenzaba a moverse a un ritmo lento, tratando de no hacerme demasiado daño en el intento.
Lentamente sus caderas envolvieron las mías y sus vaivenes fueron aumentando de intensidad, haciendo que aquella danza en principio lenta acabara siendo frenética. Sí, me gustaba aquello, me gustaba sentirle cada vez más y más dentro de mi. Me gustaba como sus labios buscaban desesperados los míos, quizá ansiando ahogar mis gemidos, quizá ansiando morderlos y hacerlos suyos también en aquella feroz danza.
“Mía” dijo ahora él entre gemidos y nunca antes tres letras habían cobrado tanto sentido para mi. Yo suya él mío y nosotros tan nuestros. Sus brazos rodearon mi cuerpo y me hicieron su diosa al dejarme sobre su cuerpo, al darme las riendas de aquella danza en la que yo desconocía todos los movimientos. No sabía qué aspecto tendría ahora mismo, sólo sentía mi pelo rebelde cayendo sobre mis hombros desnudos pero, a juzgar por la mirada de mi prometido y el color de sus ojos, debía tener una imagen salvaje y excitante. Sus manos fuertes sobre mi cintura confirmaron mis sospechas y, las mías, respondieron anclándose sobre su pecho.
-Quiero que me guíes- dije aún con la voz ronca por el deseo -Deseo que me digas qué hacer para que toques el cielo, para que lo hagamos juntos en esta noche tan mágica- mis labios se curvaron en una débil sonrisa y mi cuerpo descendió hasta pegarse con el suyo. Así, piel con piel, fui recorriendo la piel de su cuello con mis labios de terciopelo, sin dejar un solo resquicio libre, ansiando que cada centímetro de su piel fuera tan mío como mi corazón era ahora suyo.
-Deseo hacerte enloquecer… deseo que me enseñes a hacerlo- dije entre entrecortados susurros al tiempo que mis besos se tornaban mordiscos sobre su piel y mis caderas se elevaban lentamente para caer a continuación sobre él. -Deseo ser una experta en arrancarte gemidos y en hacerte estremecer, hasta el punto de borrar al resto de mujeres que han recorrido tu piel, y que en ella solo que de mi aroma y mi huella de aquí en adelante...-
Su piel de gallina bajo la mía me indicaba que había tomado el sendero correcto, que mis palabras y mis besos provocaban en él las reacciones esperadas y por eso, cuando sus manos se ciñeron a mi cintura para atraerme hacia él mis labios se curvaron en una sonrisa. Sonreí y de nuevo impuse una dolorosa distancia entre nuestra piel, tanto que el aire se coló entre su pecho y el mío. Pero aquel sufrimiento merecería la pena pues, de nuevo mis caderas se elevaron para dejarse caer una vez, dos tres, cuatro… y mis manos buscaron las suyas para llevarlas ahí, al centro mismo de su perdición, el origen de todo movimiento y de cada gemido que escapaba de nuestros labios: mi cintura.
-Guíame para que te haga enloquecer- fue cuanto dije con mis ojos clavados en los suyos entes de sumirnos en aquella perdición que era mi cuerpo enredado en el suyo bajo la luz de la luna.
Odalyn Landvik- Licántropo Clase Alta
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Re: tuer deux oiseaux avec une pierre (Celine)
Sus caderas calcinaban mi entrepierna, alzándose como una amazona y dejándose caer una y otra vez acogiendo mi virilidad entre sus paredes húmedas.
Rugí con mis manos en su cintura siguiendo la danza del fuego sin poder dejar de mirarla. Ojos pardos perdidos en los míos, cargados de promesas mudas.
Nuestra primera vez, todas las leyes quebrantadas para volver a levantaras para nosotros.
Quizás no se daba cuenta de que había dado un paso de gran importancia, quizás no se daba cuenta que de esta unión nacería el futuro que lideraría algún día mi manada y quizás también la suya.
Tiempos de guerra necesitaba de medidas desesperadas. Mis dedos en sus caderas, hundidas en su piel, jadeando contra su boca mientras sus pezones incendiaban mi torso.
-Ya me estas volviendo loco -asegure mordiendo sus labios, lamiéndolos sediento.
Boca que parecía el oasis en medio del desierto. Ella era la mujer mas bella jamas vista, y era mía, solo mía.
Mis dientes surcaron su mandíbula como barco a la deriva esquivando la tormenta de su piel. Gruñí recorriendo las olas de su perfecto cuello, succionando con violencia su piel, marcándola con mis dientes, era mía, mas mía de lo que nunca lo fue nadie.
Su olor menguaba el de las demás que si algún día recorrieron mi cuerpo hoy estaban olvidadas. Mis caderas se acompasaban a las ajenas, embistiéndola hasta lo mas profundo de ella, mi mano surco el botón de su sexo mientras esta cabalgaba sin tregua, ambos jadeando desesperados, ambos locos de pasión de deseo y de amor.
Un gruñido de los dos aplacado por nuestras bocas, exploté en su interior llenándola de mi esencia.
Su cuerpo cedió sobre el mi, dedos que recorrieron su espalda de forma tibia, dulces caricias, eterna condena que nos convertiría en marido y mujer frente a la luna llena.
-Casémonos -susurré -solos, una capilla, olvidemos las manadas, olvidemos todo, no quiero irme a la guerra sin que seas mi mujer. No quiero que engendres un hijo sin padre.
Nuestras respiraciones se acompasaban lentamente, ambos meditando posiblemente aquellas palabras que confieso llevaba toda la cena dándoles vueltas.
-te necesito Odalyn, casémonos, no puedo imaginar que pertenezcas a otro hombre. Eres mía
Me miró fijamente, creo que buscando respuestas en mis ojos ámbar. Mis dedos bailaron sobre su piel, recorrí algunos de los pequeños jirones que poseía, sonreí de medio lado buscando aquella herida que cosí la primera vez que la conocí.
-¿lo recuerdas? -pregunte buscando de nuevo su boca -desde ese día supe que tenias que ser mía, hagamos legal aquello que siento desde hace ya demasiado tiempo.
Rugí con mis manos en su cintura siguiendo la danza del fuego sin poder dejar de mirarla. Ojos pardos perdidos en los míos, cargados de promesas mudas.
Nuestra primera vez, todas las leyes quebrantadas para volver a levantaras para nosotros.
Quizás no se daba cuenta de que había dado un paso de gran importancia, quizás no se daba cuenta que de esta unión nacería el futuro que lideraría algún día mi manada y quizás también la suya.
Tiempos de guerra necesitaba de medidas desesperadas. Mis dedos en sus caderas, hundidas en su piel, jadeando contra su boca mientras sus pezones incendiaban mi torso.
-Ya me estas volviendo loco -asegure mordiendo sus labios, lamiéndolos sediento.
Boca que parecía el oasis en medio del desierto. Ella era la mujer mas bella jamas vista, y era mía, solo mía.
Mis dientes surcaron su mandíbula como barco a la deriva esquivando la tormenta de su piel. Gruñí recorriendo las olas de su perfecto cuello, succionando con violencia su piel, marcándola con mis dientes, era mía, mas mía de lo que nunca lo fue nadie.
Su olor menguaba el de las demás que si algún día recorrieron mi cuerpo hoy estaban olvidadas. Mis caderas se acompasaban a las ajenas, embistiéndola hasta lo mas profundo de ella, mi mano surco el botón de su sexo mientras esta cabalgaba sin tregua, ambos jadeando desesperados, ambos locos de pasión de deseo y de amor.
Un gruñido de los dos aplacado por nuestras bocas, exploté en su interior llenándola de mi esencia.
Su cuerpo cedió sobre el mi, dedos que recorrieron su espalda de forma tibia, dulces caricias, eterna condena que nos convertiría en marido y mujer frente a la luna llena.
-Casémonos -susurré -solos, una capilla, olvidemos las manadas, olvidemos todo, no quiero irme a la guerra sin que seas mi mujer. No quiero que engendres un hijo sin padre.
Nuestras respiraciones se acompasaban lentamente, ambos meditando posiblemente aquellas palabras que confieso llevaba toda la cena dándoles vueltas.
-te necesito Odalyn, casémonos, no puedo imaginar que pertenezcas a otro hombre. Eres mía
Me miró fijamente, creo que buscando respuestas en mis ojos ámbar. Mis dedos bailaron sobre su piel, recorrí algunos de los pequeños jirones que poseía, sonreí de medio lado buscando aquella herida que cosí la primera vez que la conocí.
-¿lo recuerdas? -pregunte buscando de nuevo su boca -desde ese día supe que tenias que ser mía, hagamos legal aquello que siento desde hace ya demasiado tiempo.
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