Hola, de nuevo {Rothgar Sbjoren}

por **Aurora Marceau** Vie Nov 18, 2016 2:31 pm

Cuando despertó sintió como la hierba, húmeda de rocío, le rozaba una mejilla. Se quedó donde estaba sin abrir los ojos, tendida de costado y hecha un ovillo, con algunas hojas que habían caído de los árboles que la rodeaban sobre su cuerpo desnudo. Al principio no recordaba dónde se encontraba y sintió extrañeza al no reconocer las sábanas suaves de su cama alrededor de su cuerpo. Los cantos de los pájaros y los sonidos de los animales terrestres la descolocaron, aumentando su curiosidad y haciendo que abriera los ojos a pesar de la pereza que sentía.

Apenas separó los párpados unos pocos milímetros, la luz del sol entró como lo haría un cuchillo afilado en un bloque de mantequilla. Los cerró de golpe, doloridos, y hundió el rostro entre las briznas de hierba, buscando una oscuridad imposible de encontrar. Se cubrió la cara con un brazo, atenuando la luminosidad del bosque y fue adaptando sus ojos a la luz del nuevo día. Cuando consiguió abrirlos sin tener que pestañear constantemente, examinó su alrededor. Se encontraba en un claro enano, en el hueco que hubieran ocupado no más de cuatro árboles. Tras ella había unos setos con espinas que descubrió al pincharse tras rodar el cuerpo hacia aquella zona. Apoyó la espalda sobre el suelo y sintió dolor en un omóplato, un pinchazo producido por una piedra traicionera. La quitó con rabia y la arrojó lejos, espantando a una bandada de pájaros.

Ya recordaba lo que estaba haciendo allí; aquella noche había sido luna llena, y aquel solo era el despertar resacoso que se repetía todos los meses. Desde donde estaba miró el cielo de otoño, extrañamente azul y sin nubes. Menudo desperdicio de día, pensó. Unas lluvias torrenciales hubieran ido mejor con su estado de ánimo, totalmente apático y, para colmo, lleno de náuseas. Se cubrió los ojos con los dorsos de ambas manos y movió las piernas hacia los lados, buscando el momento idóneo para levantarse. Mientras tanto, pensó dónde había guardado la ropa, porque tampoco lo recordaba. Finalmente estiró las piernas y los brazos en direcciones contrarias y cerró los ojos con fuerza. Se desperezó cual felino, haciendo sonidos guturales y retorciendo su cuerpo en posiciones casi imposibles. Dejó caer los miembros con fuerza y algunos segundos después volvió a rodar para incorporarse.

Las piernas no tenían la fuerza que acostumbraban, así que tuvo que apoyarse en los árboles con los que se iba cruzando para no caer de bruces. No identificaba la zona en la que estaba, así que simplemente vagó por las zonas menos escabrosas en busca de un punto de referencia que le llevara hasta su ropa. A pesar de que brillaba el sol, hacía frío. Su piel erizada era un claro síntoma de ello. Unos metros más adelante, una roca con forma de marmota marcaba el lugar que buscaba. Corrió todo lo que pudo y sacó un pequeño atillo de detrás. Lo abrió sobre la propia piedra y suspiró al comprobar que no faltaba nada. No obstante, un ruido tras ella la hizo ponerse alerta. Aguzó el oído, pero aquello que la espiaba era muy cuidadoso con dónde ponía los pies.

Con el cuerpo todavía desnudo y el pelo completamente despeinado, escudriñó el interior del bosque. No parecía que hubiera nada, pero seguía escuchando aquel sonido tenue que se acercaba hacia ella.

—Sal, quienquiera que seas —ordenó—. No seas cobarde y da la cara.