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Primer día de trabajo (Jean D. Lachance) 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Primer día de trabajo (Jean D. Lachance)

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Mensaje por Cosima Lombardo Dom Ene 01, 2017 6:11 pm

Caminó por la ciudad, que recién abría sus ojos somnoliento a un nuevo día. Las calles empedrada, se observaban casi vacías, apenas transitadas por los proveedores de productos que se dirigían al mercado. Carruajes señoriales, se aprestaban en las entradas de las residencias mas importantes de París. Rebbeca, saludó con un suave movimiento de cabeza, al sereno que con parsimonia, iba apagando una a una, las farolas de las aceras. Controló el pequeño reloj que pendía de la pechera de su sencillo pero pulcro vestido, - casi las siete de la mañana - se lamentó, pensando en que hubiera querido dormitar una hora mas, no levantarse de su lecho, hasta que los rayos del sol se filtraran por los postigos de su ventana. Suspiró, resignada a la vida que le tocaba vivir. Claro que era mejor de la que jamás hubiera podido vivir en el pequeño poblado cercano a San Petersburgo, pero de ser posible hubiera deseado no tener que abandonar su tierra natal. Su semblante mostró el dolor que le causaba pensar en aquellos que debieron quedarse en el gueto, soportando los pogromos, que una vez al año, caían sobre ellos. Por suerte, de un tiempo a ésta parte, los cristianos, se habían conformado con matar algunos ganados pertenecientes a la comunidad judía, apedrear la única sinagoga y alguna que otra construcción. Pero Becca, deseaba traer a sus hermanos a París, adonde estarían a salvo de posibles levantamientos, o reclutamientos masivos, cada vez que el ejercito ruso necesitaba carne de cañón, para sus batallas.

Envuelta en esos pensamientos, caminaba por las casi vacías calles, que la conducirían hasta el despacho de abogados en el que comenzaría a trabajar, si el señor Lachance, se convencía que la joven rusa, podía ser una buena y eficiente secretaria. Detuvo su andar antes de cruzar una de las calles, Un enorme carro con leña, cruzaba rumbo a alguna de las industrias manufactureras que se encontraban a las afueras de la ciudad. Becca, pensó en las pocas y contadas fábricas que existían en los poblados cercanos a su pueblo. En lo difícil que era conseguir un trabajo en ellas, en especial si se era una judía, pues, ¿que empresario permitiría que su trabajadora dejara su puesto de trabajo el viernes a la tarde, en cuanto el sol se pusiera, o no volvería en todo el día sábado, a menos que la dejaran comenzar su jornada laboral, al bajar el sol del séptimo día y trabajar hasta altas horas de la noche? Negó con un enérgico movimiento de cabeza, mientras retomaba su andar, - ninguno - se dijo, - solo si el dueño, fuera un judío, como lo era Naftali - sonrió tristemente, recordando a quien fuera su prometido - pero el zar, acabó con todo aquello - caviló. Su prometido había muerto como muchos otros paisanos, en una de las revueltas de campesinos contra el zar, - pobres, contra pobres, mientras él, en su dorado palacio, se niega a ver en el estado desesperante en que viven sus súbditos -, fue la dura sentencia que surgía de sus cavilaciones. Tanto dolor era el que sentía, que su cuerpo se tensó, su mandíbula apretada, su mirada clavada en el empedrado del camino, mostraban el enojo, la ira contenida, que la joven mantenía a raya. No podía mostrarse de esa forma, por el contrario, debía ser una dócil y agradecida muchacha, aplicada y de buen humor.

Alzó la barbilla, forzó una sonrisa y distendió su gesto endurecido, inspiró profundamente, para luego dejar salir el aire de sus pulmones y con éste, toda esa frustración, que solo lograban amargarle la vida. - Basta, Becca, el pasado ya no puede herirte, solo tienes que pensar en éste nuevo comienzo, en tu primer día de trabajo - susurró, dándose animo.
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Mensaje por Jean D. Lachance Dom Ene 08, 2017 6:24 am

Detenidos frente a mi mesa, aguardo a que mis compañeros me expliquen la razón de esta acelerada reunión. Sus ojos rehúyen mi mirada, temerosos de que pueda leer en ellos las emociones que los embargan. Aun así, no tengo más que observar un par de minutos su cuerpo para comprender que algo va mal. Jory se mordisquea nerviosamente el labio inferior, sus manos metidas defensivamente en los bolsillos de la levita. En cuanto a Terry, el inglés no para de golpear inconscientemente el suelo con la punta de su zapato; lo hace siempre que está nervioso, igual que el inhalar más rápido de lo habitual el humo que expide su cigarro. Un par de gotas de solitario sudor se deslizan sobre su pecosa piel de pelirrojo, brillando bajo los rayos solares que penetran perezosamente a través de la ventana. Son pequeños signos delatores que, para alguien menos observador, tal vez podrían pasar desapercibidos. Sin embargo, no es mi caso; en más de una ocasión, el lenguaje no verbal me ha permitido explotar los puntos débiles de mis oponentes.

Y es que pocas personas pueden controlar completamente su fisonomía, ocultando sus sentimientos o pensamientos a quienes le rodean. Un pequeño parpadeo puede mostrar desconcierto, igual que una súbita relajación del rostro, alivio. Mover mucho las manos es un signo de un exceso de energía, fruto del nerviosismo y la inseguridad en uno mismo. Incluso de la dirección en la que se muevan los ojos puede discernirse si lo que se está escuchando es verdad o mentira, ya el cerebro cruza sus funciones creativas y de almacenamiento. Calibrando con datos que conocemos en qué dirección se mueven las pupilas del contrario, podemos deducir cuándo está mintiendo y cuándo está diciendo la verdad. Lo que, pese a no estar revestido de valor probatorio alguno, en más de una ocasión proporciona pistas sobre en qué dirección tiene que avanzar la defensa o el ataque.

Este es uno de esos casos en los que, pese a no poder reaccionar, el lenguaje corporal proporciona información de antemano. Y es que si ambos fueran inocentes, no evitarían mirarme a los ojos. Temen que lea la culpabilidad en ellos, de lo que deduzco que han metido la pata con alguno de los casos que tienen asignados. Y ahora no saben cómo arreglarlo sin mi ayuda.

Tamborileando los dedos sobre la mesa, aguardo a que Jory me tienda el documento causante del revuelo. Es un grueso sobre con el sello de los juzgados de primera instancia parisina. En su interior no hay más que el traslado de un auto judicial, por el cual el magistrado de la sala primera de lo penal decreta la prisión provisional para uno de nuestros clientes más importantes. Un hombre acusado de asesinar a su mujer en un arrebato de ira, tras descubrir que le había sido infiel con un gitano del circo. Y nos había pagado el doble para asegurarse de que ésto no iba a suceder.

Mis manos tiemblan visiblemente, provocando que el papel se mueva hasta resultar ilegible. Las letras bailan ante mis ojos, pero no necesito leer nada más; la ira explota en mi interior como un volcán en erupción, tomando la forma de gritos airados que no tardan en resonar por todo el bufete.

- ¡Pero cómo se puede ser tan estúpido! - Les grito, golpeando con fuerza mi recia mesa de golpe. Pluma y tinta tiemblan al sentir el impacto, y una montaña de papeles se desparrama sobre la cara alfombra de importación india. Mis trabajadores también parecen acusar el golpe, ya que ambos se miran los pies, visiblemente avergonzados. - Os puse a los dos trabajando juntos precisamente para evitar esto. ¡A los dos! ¡¿Y me estáis diciendo que, después de tanta preparación previa, habéis perdido las medidas cautelares?! ¡¿Pero se puede saber qué pasó durante la audiencia para que se haya decretado que existe riesgo de fuga por parte del señor Guillaume?! ¡¿Acaso no habíamos preparado ya los argumentos para evitar que considerasen la posibilidad de destrucción de pruebas?! ¡Inútiles!

El rapapolvo continúa durante un par de minutos más, y ellos lo aguantan tan estoicamente como pueden. Después de dos años trabajando conmigo, ya saben que mis arrebatos de carácter son tan intensos como escasos; se pasan a los cinco minutos de empezar, y mi permisividad en el trabajo suele ser suficiente como para compensar los pocos estallidos que suceden. En esta ocasión, la bronca termina tan rápido como en las ocasiones anteriores. Tragando saliva un par de veces, me levanto de la mesa, dejando el auto sobre la misma. Ellos retroceden inconscientemente un paso atrás, pero cuando se percatan de su gesto vuelven a ocupar su posición inicial. Pasándome una mano por los rizados cabellos, escudriño la calle para calmarme. El trajín de carruajes y peatones por la amplia avenida es suficiente para hacerme olvidar momentáneamente el estropicio, que parece que voy a tener que arreglar personalmente.

Algo más tranquilo, me giro de nuevo en dirección a los dos abogados. Están con las espaldas erguidas, sus mandíbulas tensas a la espera de que les haga las preguntas de rigor. - ¿Formulasteis recurso de revisión? - Les digo, arrastrando suavemente las palabras. Terry sortea el peligro asintiendo rápidamente con la cabeza, y Jory le complementa explicando que también formularon protesto contra la resolución judicial. Asintiendo con la cabeza, vuelvo a mirar el auto, atendiendo al número de expediente que consta en la parte superior de la cabecera. - ¿Dónde tenéis el fichero con los documentos? Con los datos de la instrucción, aportaciones de las partes y el escrito de calificación de los hechos. ¡Ah! Y la solicitud de medidas cautelares del Ministerio Fiscal. Los necesitaremos, igual que las testificales realizadas por la policía con carácter previo al juicio oral. ¡Venga, deprisa! ¡Las quiero sobre mi mesa cuanto antes!

Terry y Jory se miran, antes de salir de mi despacho caminando con toda la dignidad de la que son capaces. Seguramente, ninguno de ellos tenga ordenado todavía el expediente del caso; eso explicaría porqué su defensa tenía agujeros suficientes como para encarcelar al cliente, y el Ministerio Fiscal lo haya aprovechado para presentar una solicitud sólida y coherente.
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