AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
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¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
Anaé llevaba todo el día fuera. Por la mañana se había reunido con las amigas de su madre, una presentación formal, en una salita llena de té y chucherías, junto con hilos de bordado y una mesa en redondo para poder charlar apaciblemente. Su vida se estaba volviendo todo un evento social en el que, como siempre, nunca destacaba, porque por lo general, se veía distraida y alejada de la conversación por cualquier tontería, así que perdía el hilo de la conversación mucho más a menudo de lo que a su madre le hubiera gustado. Aun así la muchacha era cortés, apacible y muy tranquila, además, pareció que su técnica para bordar impresionó bastante porque no hacía más que recibir elogios, eso o le estaban engañando, pero no era mujer que se plantease la deshonestidad como forma de vida de la clase alta.
Disfrutaron todas juntas de una agradable comida en uno de los mejores cafés de París, en el que su madre le presentó al dueño del local, con quien hacía negocios su padre y después de unas interminables horas de cotilleos insulsos, falsas palabras y buena comida, estaba dispuesta a volver a casa. Ardía en deseos de encerrarse en su habitación y de quitarse el corsé, que le estaba matando, era de última confección y suponía que las mujeres no debían tener costillas para soportar semejante constricción y eso que ella era de constitución más bien fina. Pero como siempre, su madre tenía otros planes. Planes que ella no discutió, por otro lado, y que nunca discutiría. Le dijo que había prometido a la señora Lafoit que visitaría su tienda, al parecer su madre se la había encontrado al salir de la iglesia y no pudo escaquearse. Alegando que estaba inmensamente cansada, le dijo a su hija que cumpliera el compromiso por ella y que comprase lo que más le apeteciera para que la señora no la persiguiera en una buena temporada.
Así que nada, Anaé se fue despidiéndose de las señoritas parisinas y sin esperar a que su madre le asignase un acompañante. La señora Boissieu estaba demasiado entretenida contando el último escándalo de una famosa familia cuando Anaé salió decidida por las calles de París, completamente en automático. A ella le ordenaban y obedecía, no pensó en que no tenía ni pajolera idea de dónde estaba la tienda de retales de la señora Lafoit, ni tenía ni puñetera idea de cómo iba a volver a casa si no sabía ni la calle donde vivía. Pero ahí iba ella, paseando, con esos movimientos pausados y desinteresados, como si tuviera todo el tiempo del mundo y la noche de invierno no se le echase encima por momentos.
Tanto caminar se le estaba dificultando el respirar, que una cosa era estar sentada escuchando o bordando o haciendo como que comía y otra muy diferente ir caminando con la postura digna de una estatua. Echaba de menos un abanico...Abanico que se había olvidado en el café. Bueno...Se compraría uno de camino. Mientras caminaba por la calle, observando los llamativos escaparates de la zona comercial, se quedó quieta delante de una de las tiendas. No era la de retales de la señora Lafoit...Pero si de polvos de pintura, óleos y cuadros. Observó todas aquellas piezas, que realmente eran muchísimas, una por una, analizándolas a simple vista, moviéndose lentamente al lado del escaparate, de nuevo, como si no tuviera prisa por volver, como si el tiempo no significase nada para ella y el cielo de París se oscurecía, antes de, finalmente, atreverse a cruzar el umbral de aquella tienda.
Disfrutaron todas juntas de una agradable comida en uno de los mejores cafés de París, en el que su madre le presentó al dueño del local, con quien hacía negocios su padre y después de unas interminables horas de cotilleos insulsos, falsas palabras y buena comida, estaba dispuesta a volver a casa. Ardía en deseos de encerrarse en su habitación y de quitarse el corsé, que le estaba matando, era de última confección y suponía que las mujeres no debían tener costillas para soportar semejante constricción y eso que ella era de constitución más bien fina. Pero como siempre, su madre tenía otros planes. Planes que ella no discutió, por otro lado, y que nunca discutiría. Le dijo que había prometido a la señora Lafoit que visitaría su tienda, al parecer su madre se la había encontrado al salir de la iglesia y no pudo escaquearse. Alegando que estaba inmensamente cansada, le dijo a su hija que cumpliera el compromiso por ella y que comprase lo que más le apeteciera para que la señora no la persiguiera en una buena temporada.
Así que nada, Anaé se fue despidiéndose de las señoritas parisinas y sin esperar a que su madre le asignase un acompañante. La señora Boissieu estaba demasiado entretenida contando el último escándalo de una famosa familia cuando Anaé salió decidida por las calles de París, completamente en automático. A ella le ordenaban y obedecía, no pensó en que no tenía ni pajolera idea de dónde estaba la tienda de retales de la señora Lafoit, ni tenía ni puñetera idea de cómo iba a volver a casa si no sabía ni la calle donde vivía. Pero ahí iba ella, paseando, con esos movimientos pausados y desinteresados, como si tuviera todo el tiempo del mundo y la noche de invierno no se le echase encima por momentos.
Tanto caminar se le estaba dificultando el respirar, que una cosa era estar sentada escuchando o bordando o haciendo como que comía y otra muy diferente ir caminando con la postura digna de una estatua. Echaba de menos un abanico...Abanico que se había olvidado en el café. Bueno...Se compraría uno de camino. Mientras caminaba por la calle, observando los llamativos escaparates de la zona comercial, se quedó quieta delante de una de las tiendas. No era la de retales de la señora Lafoit...Pero si de polvos de pintura, óleos y cuadros. Observó todas aquellas piezas, que realmente eran muchísimas, una por una, analizándolas a simple vista, moviéndose lentamente al lado del escaparate, de nuevo, como si no tuviera prisa por volver, como si el tiempo no significase nada para ella y el cielo de París se oscurecía, antes de, finalmente, atreverse a cruzar el umbral de aquella tienda.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/01/2017
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Re: ¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
Escuchó una vez decir que cada copo de nieve caído del cielo era distinto a los demás y no podía estar más intrigado. Pensaba en aquellos lugares gélidos donde nevaba a diario, en los miles y miles de copos que caían a cada hora. ¿Realmente eran todos ellos distintos entre sí? Resultaba asombroso incluso para aquel al que llamaban "Creador". No era más que una metáfora poético-filosófica -otra más dentro del gran abanico de explicaciones que trataban de buscarle a todo, a cada cual más retorcida- sobre los humanos y la identidad individual, una idea que derivaba en la misma conclusión: no importaba qué tan distintos se creyeran entre sí, todos terminaban del mismo modo. La ley de la naturaleza no hacía distinciones, cuando la muerte llegaba todos los copos de nieve se convertían en agua.
En París no nevaba mucho, pero sí llegaban gentes de todos lados todo el tiempo. Cada noche resultaba un nuevo paseo por el intrínseco mundo del ser humano y su funcionamiento mental. El invierno, además, alargaba las horas oscuras permitiéndole a Lucifer poder disfrutar de aquel calor humano que vibraba en armonía por la tan ajetreada París. Era un loco entre dementes, único en su especie. Un león enamorado de sus presas, las gacelas. Le fascinaba caminar entre mortales mimetizándose en el ambiente para así poder observar maravillado cada luz perecedera. Pasear por el museo de la vida que su Padre, en tan gloriosa indiferencia, había dispuesto a los mortales y prohibido a sus hijos celestiales. Le maravillaba el misterioso impulso por vivir que aguardaba en el interior de los humanos, que no enloquecían ante la caducidad de su existencia.
Fue durante un descenso al plano terrenal que sus ojos tuvieron la gracia de encontrarse con la bella Anaé. Dulce rostro digno de los más inmaculados ángeles, adornado con la inocencia propia de la juventud entre algodones. Un valioso y muy preciado envoltorio que guardaba la vacuidad propia de un alma cuyos padres, en pos de una protección exagerada, vendaron sus ojos alejándola de los placeres oscuros que la vida ofrecía. Quién fuera afortunado de probar aquel dulce caramelo. Tanto tiempo observándola protegido por la noche. Colándose en sus sueños, único resquicio donde se le permitía entrar. Era una tortura permanecer alejado del frío de su cama donde no cabía, donde ni siquiera existía para aquellas sábanas que noche tras noche acariciaban su piel. Y envidiaba sus finas y frías manos cada vez que descubrían un poco más de su propio cuerpo.
Estaba llamándole sin aún saberlo.
Salió entonces un día más al amparo de la noche vestido de riguroso y misterioso negro, color que no solo combinaba con sus abismales ojos, camuflaba además la esencia de la vida que pudiera derramarse sobre él al satisfacer su apetito voraz. Recorrió recuerdos y pensamientos hasta dar con la protagonista de sus anhelos, perdiéndose entre sombras para darle alcance. Se detuvo cual león agazapado frente la tienda de arte que la pequeña curioseaba y la siguió sin pena alguna, deslizándose en la mente de aquellos con cuyos ojos se encontraba para borrar cualquier rastro de su presencia en el lugar. Se convirtió en la sombra de la niña y se acercó a su oído sin ser notado.
-Puedes tener todo lo que desees... Pide y se te concederá, nadie tiene el derecho de negarte lo que mereces - susurró en su oído, mimetizando las palabras con sus pensamientos obrando de consciencia. - Eres princesa, pero debes ser reina. Hermosa, joven y sana, nada habrá que te detenga. Abre tu mente y concédete todo aquello que más anhelas... - invisible para ella, dejó que sus palabras siguieran serpenteando hasta su mente otorgándole el don del egoísmo. - El hombre ante ti hará todo cuanto ordenes sin opción a rechistar. Aprovecha, vive...
En París no nevaba mucho, pero sí llegaban gentes de todos lados todo el tiempo. Cada noche resultaba un nuevo paseo por el intrínseco mundo del ser humano y su funcionamiento mental. El invierno, además, alargaba las horas oscuras permitiéndole a Lucifer poder disfrutar de aquel calor humano que vibraba en armonía por la tan ajetreada París. Era un loco entre dementes, único en su especie. Un león enamorado de sus presas, las gacelas. Le fascinaba caminar entre mortales mimetizándose en el ambiente para así poder observar maravillado cada luz perecedera. Pasear por el museo de la vida que su Padre, en tan gloriosa indiferencia, había dispuesto a los mortales y prohibido a sus hijos celestiales. Le maravillaba el misterioso impulso por vivir que aguardaba en el interior de los humanos, que no enloquecían ante la caducidad de su existencia.
Fue durante un descenso al plano terrenal que sus ojos tuvieron la gracia de encontrarse con la bella Anaé. Dulce rostro digno de los más inmaculados ángeles, adornado con la inocencia propia de la juventud entre algodones. Un valioso y muy preciado envoltorio que guardaba la vacuidad propia de un alma cuyos padres, en pos de una protección exagerada, vendaron sus ojos alejándola de los placeres oscuros que la vida ofrecía. Quién fuera afortunado de probar aquel dulce caramelo. Tanto tiempo observándola protegido por la noche. Colándose en sus sueños, único resquicio donde se le permitía entrar. Era una tortura permanecer alejado del frío de su cama donde no cabía, donde ni siquiera existía para aquellas sábanas que noche tras noche acariciaban su piel. Y envidiaba sus finas y frías manos cada vez que descubrían un poco más de su propio cuerpo.
Estaba llamándole sin aún saberlo.
Salió entonces un día más al amparo de la noche vestido de riguroso y misterioso negro, color que no solo combinaba con sus abismales ojos, camuflaba además la esencia de la vida que pudiera derramarse sobre él al satisfacer su apetito voraz. Recorrió recuerdos y pensamientos hasta dar con la protagonista de sus anhelos, perdiéndose entre sombras para darle alcance. Se detuvo cual león agazapado frente la tienda de arte que la pequeña curioseaba y la siguió sin pena alguna, deslizándose en la mente de aquellos con cuyos ojos se encontraba para borrar cualquier rastro de su presencia en el lugar. Se convirtió en la sombra de la niña y se acercó a su oído sin ser notado.
-Puedes tener todo lo que desees... Pide y se te concederá, nadie tiene el derecho de negarte lo que mereces - susurró en su oído, mimetizando las palabras con sus pensamientos obrando de consciencia. - Eres princesa, pero debes ser reina. Hermosa, joven y sana, nada habrá que te detenga. Abre tu mente y concédete todo aquello que más anhelas... - invisible para ella, dejó que sus palabras siguieran serpenteando hasta su mente otorgándole el don del egoísmo. - El hombre ante ti hará todo cuanto ordenes sin opción a rechistar. Aprovecha, vive...
Lucifer Morningstar- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
Anaé estaba realmente entretenida observando aquellas pinturas, cogió uno de los tarros con los polvos, suavemente y se los acercó al rostro, lo justo para poder olerlos sin llenarse de pintura. Los tintes naturales antes de mezclarlos era el mejor aroma del mundo, como las páginas de los libros al abrirlos por primera vez o las flores al caerse de los árboles. Cerró los ojos y disfrutó de aquel festival olfativo que le transportó a su hermosa campiña, donde podía caminar descalza durante las noches de verano, cuando nadie lo sabía.
Abrió los ojos con una extraña sensación de hogar que le supo a miel templada, dejó el tarrito en su lugar, lo giró con suavidad una vez posado, dejándolo exactamente tal cual estaba. Tenía la sana idea de llevarse de allí un nuevo juego de pinturas y brochas, un bien completo, para ver si conseguía llenar su fría y vacía habitación, cuando su espina dorsal se tensó. Su piel se erizó desde los dedos de los pies, recorriendo de forma ascendente cada tramo de su cuerpo, como una ola eléctrica directa que se detuvo en su oído izquierdo y se expandió en una ola abrasadora que le dejó un cosquilleo amargo e incómodo en cada poro de la piel. Como si algo en su interior se hubiera roto y expandido como una jarra de leche estrellándose contra el suelo.
Se quedó mirando hacia delante, en algún punto vacío de su mente, mientras escuchaba claramente una voz de hombre. Atendió con diligencia, como su educación le exigía, pero ni siendo la mujer más indigna del planeta hubiera podido ignorar aquello que sonaba tan claramente en su oreja, podía notar el aliento de la voz, que no hacía más que enviar aquellas escalofriantes olas por todo su cuerpo, como si el propio sonido de aquella voz provocara ondas en su interior.
Tan impactada estaba que no se movió, el tono de voz que arrancaba de aquellas palabras le llegó al cerebro como una foto, quedándose allí plasmado para siempre. Finalmente, cuando la diatriba llegó a su fín, consiguió pestañear, aunque no salir del trance en el que había entrado. El hombre que tenía delante, del cual ni se había percatado hasta que La Voz le advirtió de ello, le había hecho una pregunta, lo supuso por la forma en la que le miraba fijamente. Largos segundos más tarde, Anaé giró lentamente el rostro, mirando hacia su izquierda, de donde había captado aquel sonido suave y seductor que le había helado los huesos. Nada.
Se encontró con el reflejo de ella misma en el espejo del escaparate, a ella y al hombre que aun seguía esperando una respuesta. Pestañeó, movió lentamente la cabeza de vuelta a donde había estado en un principio. No era capaz de decir nada, aun pensaba en lo poco que había captado. Algo sobre..¿Una reina? Algo como..¿Anhelos? ¿Tenía algún anhelo, realmente..? Nunca se había planteado eso.
Si..Si que sentía un pinchazo de necesidad, de egoísta satisfacción, de hacer algo que no debería. Miró al desconocido, como si le viera realmente por una vez. Por algún motivo, no se molestó ni en dudar de que fuera él el dueño de esa voz, sabía que no. Extendió su delicada mano, lenta, pausadamente y señaló, con un suave ademán de uno de sus dedos, un tarrito con pintura hecha de conchas.-..¿Me da ese, si es tan amable?
Abrió los ojos con una extraña sensación de hogar que le supo a miel templada, dejó el tarrito en su lugar, lo giró con suavidad una vez posado, dejándolo exactamente tal cual estaba. Tenía la sana idea de llevarse de allí un nuevo juego de pinturas y brochas, un bien completo, para ver si conseguía llenar su fría y vacía habitación, cuando su espina dorsal se tensó. Su piel se erizó desde los dedos de los pies, recorriendo de forma ascendente cada tramo de su cuerpo, como una ola eléctrica directa que se detuvo en su oído izquierdo y se expandió en una ola abrasadora que le dejó un cosquilleo amargo e incómodo en cada poro de la piel. Como si algo en su interior se hubiera roto y expandido como una jarra de leche estrellándose contra el suelo.
Se quedó mirando hacia delante, en algún punto vacío de su mente, mientras escuchaba claramente una voz de hombre. Atendió con diligencia, como su educación le exigía, pero ni siendo la mujer más indigna del planeta hubiera podido ignorar aquello que sonaba tan claramente en su oreja, podía notar el aliento de la voz, que no hacía más que enviar aquellas escalofriantes olas por todo su cuerpo, como si el propio sonido de aquella voz provocara ondas en su interior.
Tan impactada estaba que no se movió, el tono de voz que arrancaba de aquellas palabras le llegó al cerebro como una foto, quedándose allí plasmado para siempre. Finalmente, cuando la diatriba llegó a su fín, consiguió pestañear, aunque no salir del trance en el que había entrado. El hombre que tenía delante, del cual ni se había percatado hasta que La Voz le advirtió de ello, le había hecho una pregunta, lo supuso por la forma en la que le miraba fijamente. Largos segundos más tarde, Anaé giró lentamente el rostro, mirando hacia su izquierda, de donde había captado aquel sonido suave y seductor que le había helado los huesos. Nada.
Se encontró con el reflejo de ella misma en el espejo del escaparate, a ella y al hombre que aun seguía esperando una respuesta. Pestañeó, movió lentamente la cabeza de vuelta a donde había estado en un principio. No era capaz de decir nada, aun pensaba en lo poco que había captado. Algo sobre..¿Una reina? Algo como..¿Anhelos? ¿Tenía algún anhelo, realmente..? Nunca se había planteado eso.
Si..Si que sentía un pinchazo de necesidad, de egoísta satisfacción, de hacer algo que no debería. Miró al desconocido, como si le viera realmente por una vez. Por algún motivo, no se molestó ni en dudar de que fuera él el dueño de esa voz, sabía que no. Extendió su delicada mano, lenta, pausadamente y señaló, con un suave ademán de uno de sus dedos, un tarrito con pintura hecha de conchas.-..¿Me da ese, si es tan amable?
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: ¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
Tembló el pajarillo regalándole a Lucifer una experiencia celestial. No había visto tal belleza blanca en mucho tiempo desde aquel pálido lienzo salpicado por la inquietante duda bailando en disyuntiva. ¿Estaba loca o la voz en su oído fue real? Había visto perder el rumbo y la cabeza a muchos hombres antes solo por deslizar una palabra a su dormida mente. Pues hay confesiones difíciles de hacerse a uno mismo. Anhelos, deseos que al ser admitidos podían detener el curso de sus vidas. Tumbar la fachada que cuidadosamente habían construido por directrices sociales y morales, dejando expuesto quienes realmente eran. El poder de las palabras no tenía límites. Sin embargo ahí estaba ella, su nueva musa, tan pura como el primer rayo de sol que ya nunca más Lucifer podría ver.
Disfrutó observando, cómodamente instalado en su mente, cómo todo tipo de pensamientos se arremolinaban tras sus ojos, ganando al fin -y como bien predijo- el anhelo narcisista de satisfacerse a uno mismo. Un solo pensamiento, un hilo invisible atado a su muñeca, bastó para hacer de aquella niña su más hermoso títere. La falta de maldad en su interior fue lo que la salvó de caer presa en la locura transitoria de todo hombre con estigmas.
Invadió la mente del tendero impulsándole a sacar no solo el tarro señalado, sino todos los demás donde se posaron previamente los ojos de la joven. Uno tras otro los alineó en el mostrador con una sonrisa amable propia del servicio, pero con la mirada tan lejana, tan vacía, al ser su alma relegada a un segundo plano cuando el titiritero se hizo dueño de su mente. Movió los labios mudo al mismo tiempo que lo hacían los del viejo con una suave voz carente de personalidad. "Todos para usted, señorita, considérelo un obsequio por haber permitido a mis indignos ojos ser testigos de su magnífica belleza".
Disfrutó observando, cómodamente instalado en su mente, cómo todo tipo de pensamientos se arremolinaban tras sus ojos, ganando al fin -y como bien predijo- el anhelo narcisista de satisfacerse a uno mismo. Un solo pensamiento, un hilo invisible atado a su muñeca, bastó para hacer de aquella niña su más hermoso títere. La falta de maldad en su interior fue lo que la salvó de caer presa en la locura transitoria de todo hombre con estigmas.
Invadió la mente del tendero impulsándole a sacar no solo el tarro señalado, sino todos los demás donde se posaron previamente los ojos de la joven. Uno tras otro los alineó en el mostrador con una sonrisa amable propia del servicio, pero con la mirada tan lejana, tan vacía, al ser su alma relegada a un segundo plano cuando el titiritero se hizo dueño de su mente. Movió los labios mudo al mismo tiempo que lo hacían los del viejo con una suave voz carente de personalidad. "Todos para usted, señorita, considérelo un obsequio por haber permitido a mis indignos ojos ser testigos de su magnífica belleza".
Lucifer Morningstar- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
Anaé no se dio cuenta de que el hombre no se comportaba de forma muy normal. Mientras observaba al hombre ir sacando los tarritos que a ella más le habían llamado la atención, no pudo evitar alzar una de sus cejas, con evidente sorpresa. Los comerciantes no eran así, pero siempre intentaban vender más de lo que realmente uno quería comprar. A ella conseguían engatusarla para comprar siempre algo más de lo que venía buscando, pero porque le daba apuro a negarse rotundamente.
Añadir un color a su colección de pinturas era bastante sencillo y fácil de hacer, ocultar esa cantidad..Iba a ser una tarea ya imposible, hasta su lenta mente podía comprender aquello. Observó nuevamente al hombre y le dedicó una cálida mirada. No, no llegó a sonreír, porque ella no regalaba con frecuencia diferentes expresiones de su rostro, pero se notó que su gesto se había suavizado, tiñéndose de cierta ternura.- No, no podría...Sólo con aquel es suficiente.- Señaló de nuevo el que le había llamado más la atención de todos, el que había decidido que se llevaría a casa. Si hubiese sido un material que no hubiera encolerizado a su madre seguramente habría aceptado, pero todavía tenía el recuerdo de aquel bofetón muy presente..Y no quería provocar a la señora Boissieu llevando distracciones que, según la mujer, no eran dignas de una dama.
Por el momento, Anaé estaba demasiado entretenida intentando llevarse la pintura a casa, no se había planteado a quién pertenecía esa voz. ¿Había sido real? ¿Había sido producto de su imaginación? Pero ella no solía imaginarse cosas que no había visto u oído de antemano y esa voz...Esa voz no le sonaba de nada. Cuando daba vueltas a las cosas en su cabeza, las imágenes siempre eran recuerdos o un conjunto de ellos, pero nunca le había pasado esto. ¿Oír una voz desconocida era normal..? ¿Oír voces en general lo era? Lo mismo se estaba volviendo loca.. Bajó la mirada por un segundo, intentando darle respuesta a esa sensación incómoda y palpitante que aun sentía. Ella siempre era muy distraída..¿Sería que alguien le había hablado y se había ido antes de darse cuenta de que estaba allí? Tampoco sería la primera vez que le pasaba..Si..Habría sido aquello, era la única explicación lógica. A ver quién era el hombre o la mujer cuerda que pensaba al instante que alguien se había metido en su cabeza.
Esperó a que el pobre desdichado le prepara sus cosas.
Añadir un color a su colección de pinturas era bastante sencillo y fácil de hacer, ocultar esa cantidad..Iba a ser una tarea ya imposible, hasta su lenta mente podía comprender aquello. Observó nuevamente al hombre y le dedicó una cálida mirada. No, no llegó a sonreír, porque ella no regalaba con frecuencia diferentes expresiones de su rostro, pero se notó que su gesto se había suavizado, tiñéndose de cierta ternura.- No, no podría...Sólo con aquel es suficiente.- Señaló de nuevo el que le había llamado más la atención de todos, el que había decidido que se llevaría a casa. Si hubiese sido un material que no hubiera encolerizado a su madre seguramente habría aceptado, pero todavía tenía el recuerdo de aquel bofetón muy presente..Y no quería provocar a la señora Boissieu llevando distracciones que, según la mujer, no eran dignas de una dama.
Por el momento, Anaé estaba demasiado entretenida intentando llevarse la pintura a casa, no se había planteado a quién pertenecía esa voz. ¿Había sido real? ¿Había sido producto de su imaginación? Pero ella no solía imaginarse cosas que no había visto u oído de antemano y esa voz...Esa voz no le sonaba de nada. Cuando daba vueltas a las cosas en su cabeza, las imágenes siempre eran recuerdos o un conjunto de ellos, pero nunca le había pasado esto. ¿Oír una voz desconocida era normal..? ¿Oír voces en general lo era? Lo mismo se estaba volviendo loca.. Bajó la mirada por un segundo, intentando darle respuesta a esa sensación incómoda y palpitante que aun sentía. Ella siempre era muy distraída..¿Sería que alguien le había hablado y se había ido antes de darse cuenta de que estaba allí? Tampoco sería la primera vez que le pasaba..Si..Habría sido aquello, era la única explicación lógica. A ver quién era el hombre o la mujer cuerda que pensaba al instante que alguien se había metido en su cabeza.
Esperó a que el pobre desdichado le prepara sus cosas.
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Re: ¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
La precavida negativa con que la pequeña dama rechazó el obsequio fue toda una sorpresa para el titiritero. Quiso entonces indagar más hondo en las profundidades de su mente, mas no ahí ni en tal escena. Si en algo era rico era en paciencia, de modo que se retiró elegantemente saliendo de la tienda y esperó a la doncella oculto tras la proyección de una lámpara de aceite cuya luz iba ganando fuerza. Toda dama de oriente a occidente albergaba dentro una llama narcisista, un pequeño eco egoísta que reverberaba en su interior esperando el momento idóneo.
La vio salir irradiando inocencia y la siguió en silencio escuchando a sus espaldas el torbellino de dudas que agitaba su mente. Sorprendido estaba de la suerte que tuvo al encontrarla, pues no era el único que quedaba atrapado en su bella ingenuidad. Los hombres posaban la mirada en ella al pasar de largo; unos poseídos por la lujuria, otros por la pena recordando alguna hija.
Un parque cortaba el camino pocos metros ante ellos, un lugar que ni pedido expresamente habría sido más perfecto para aquello que tenía en mente. La intimidad ofrecida por los árboles, la quietud de los pocos transeúntes que ya hacían retirada hacia el hogar, y el esporádico paso de una carreta sin pasaje. El anonimato de las sombras le permitió avanzarse y esperarla en el camino, galán erguido con sonrisa de papel. No le dio siquiera tiempo a asustarse, se acercó a ella bien de frente y se encorvó quedando a la altura de sus ojos. Amplió la sonrisa y alzó la mano acariciando suavemente con dos dedos el pequeño valle entre sus cejas, sin despegar ni un segundo la mirada de sus ojos. Se metió en su cabeza trasteando con sus pensamientos. Desordenándolos, barriendo el miedo bajo la alfombra y dando más luz a la curiosidad. Quería que fuera ella misma en todo su esplendor, mas no sintiera miedo alguno por lo que lo eliminó de la ecuación.
Sin romper contacto con sus ojos se irguió de nuevo y le ofreció la mano. - Pequeña, ¿qué haces sola a estas horas? ¿No sientes pena por tu madre que espera en casa, preocupada, por el bien de su niñita?
La vio salir irradiando inocencia y la siguió en silencio escuchando a sus espaldas el torbellino de dudas que agitaba su mente. Sorprendido estaba de la suerte que tuvo al encontrarla, pues no era el único que quedaba atrapado en su bella ingenuidad. Los hombres posaban la mirada en ella al pasar de largo; unos poseídos por la lujuria, otros por la pena recordando alguna hija.
Un parque cortaba el camino pocos metros ante ellos, un lugar que ni pedido expresamente habría sido más perfecto para aquello que tenía en mente. La intimidad ofrecida por los árboles, la quietud de los pocos transeúntes que ya hacían retirada hacia el hogar, y el esporádico paso de una carreta sin pasaje. El anonimato de las sombras le permitió avanzarse y esperarla en el camino, galán erguido con sonrisa de papel. No le dio siquiera tiempo a asustarse, se acercó a ella bien de frente y se encorvó quedando a la altura de sus ojos. Amplió la sonrisa y alzó la mano acariciando suavemente con dos dedos el pequeño valle entre sus cejas, sin despegar ni un segundo la mirada de sus ojos. Se metió en su cabeza trasteando con sus pensamientos. Desordenándolos, barriendo el miedo bajo la alfombra y dando más luz a la curiosidad. Quería que fuera ella misma en todo su esplendor, mas no sintiera miedo alguno por lo que lo eliminó de la ecuación.
Sin romper contacto con sus ojos se irguió de nuevo y le ofreció la mano. - Pequeña, ¿qué haces sola a estas horas? ¿No sientes pena por tu madre que espera en casa, preocupada, por el bien de su niñita?
Lucifer Morningstar- Vampiro Clase Alta
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Re: ¿Acompañante? Eso qué es. ¿Se come? [Priv]
La muchacha no se percataba de nada. Ni siquiera sus pasos eran acelerados, teniendo en cuenta que París había oscurecido bastante en el tiempo que estuvo en la tienda. Parecía no tener prisa por volver, porque de todas formas no tenía muy claro hacia dónde iba ni dónde estaba. Si los hombres le miraban al pasar o no, o les ignoraba o tampoco se daba cuenta, miraba los carteles de las calles, en busca de indicaciones que le pudieran sonar, pero pese a ello no lograba reconocer ninguna. Mientras miraba entre sus manos el preciado botecito elucubrando sobre lo ocurrido en la tienda, había sido muy curioso...Y lo que para ella era curioso, solía ser sinónimo de inolvidable..Pero no el muchacho ofreciéndole cualquiera de los productos que ella había observado, si no la de aquella voz..
Una voz que escuchó nuevamente y, por un instante, hasta se ilusionó. Levantó la vista, encontrándose con unos enormes ojos pardos en un rostro de rasgos exóticos. Se detuvo enseguida, aparatosamente, tan distraída iba que casi había chocado directamente con aquel desconocido, sus frentes habían quedado a salvo del milagro. El hombre no tuvo nada que eliminar de las emociones de Anaé, porque efectivamente..No había ni un asomo de miedo, era todo curiosidad, todo ojos, mirándole fijamente. Se dejó acariciar, al principio, luego se echó hacia atrás como si recuperase los sentidos. Frunció ligeramente el ceño y miró a su alrededor…..¿Cuándo se había metido en un….Parque? No recordaba ninguno de camino a casa...¿O si..? Después de mirar a su alrededor un buen rato, se fijó nuevamente en el hombre. Captó algo sobre su madre..Sobre la palabra preocupación, pero suponía que no iban en la misma frase porque su madre preocupada no era algo que pudiera imaginarse.
Pestañeó, distraída, cuando el hombre no habló de nuevo...No le había escuchado, solo había captado su voz. Le miró a los ojos y, de pronto, apartó una de las manos que rodeaban su preciado tarro de pintura y la extendió, hasta alcanzar con uno de los dedos la mejilla del hombre..Segundos después la separó, con total tranquilidad. Pestañeó y le dedicó una sincera sonrisa después de comprobar que el hombre era real y no producto de su mente.- Así que era usted...Ha debido de hablarme en la tienda y no me di cuenta..-Justo como ahora.- Le ruego que me disculpe...Mmmh...¿Cómo ha llegado aquí tan rápido..?
Una voz que escuchó nuevamente y, por un instante, hasta se ilusionó. Levantó la vista, encontrándose con unos enormes ojos pardos en un rostro de rasgos exóticos. Se detuvo enseguida, aparatosamente, tan distraída iba que casi había chocado directamente con aquel desconocido, sus frentes habían quedado a salvo del milagro. El hombre no tuvo nada que eliminar de las emociones de Anaé, porque efectivamente..No había ni un asomo de miedo, era todo curiosidad, todo ojos, mirándole fijamente. Se dejó acariciar, al principio, luego se echó hacia atrás como si recuperase los sentidos. Frunció ligeramente el ceño y miró a su alrededor…..¿Cuándo se había metido en un….Parque? No recordaba ninguno de camino a casa...¿O si..? Después de mirar a su alrededor un buen rato, se fijó nuevamente en el hombre. Captó algo sobre su madre..Sobre la palabra preocupación, pero suponía que no iban en la misma frase porque su madre preocupada no era algo que pudiera imaginarse.
Pestañeó, distraída, cuando el hombre no habló de nuevo...No le había escuchado, solo había captado su voz. Le miró a los ojos y, de pronto, apartó una de las manos que rodeaban su preciado tarro de pintura y la extendió, hasta alcanzar con uno de los dedos la mejilla del hombre..Segundos después la separó, con total tranquilidad. Pestañeó y le dedicó una sincera sonrisa después de comprobar que el hombre era real y no producto de su mente.- Así que era usted...Ha debido de hablarme en la tienda y no me di cuenta..-Justo como ahora.- Le ruego que me disculpe...Mmmh...¿Cómo ha llegado aquí tan rápido..?
Anaé Boissieu- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/01/2017
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