AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
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Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
¿Cuántas veces hemos deseado con obtener una venganza?
Quenya había dormido demasiado y ya era de noche.
Descansaba en su amplia cama doble con sábanas blancas y una colcha negra llena de elegancia. Su despertar no fue demasiado afable para ella pues una de las sirvientas entro abruptamente en el interior de la alcoba privada de Quenya, aclamando que había fuego en la sala, pero para cuando Quenya estaba con camisón y bata y fuera del primer piso, Quenya al menos se encontró con una agradable sorpresa cuando bajo rápidamente las escaleras.
-¡FELICIDADES! –Dijeron los sirvientes y sus secuaces a la vez en un tono alegre no acostumbrado. Quenya no evito reírse un poco del ridículo que hacían todos por ella y su cumpleaños que era esa mañana. No se acordaba de ello. Solo se había centrado desde que llego a Paris de poder encontrar aquel que organizo la captura y sellamiento de su madre a la cual averiguaría después si era posible despertarla de su letargo.
Rápidamente con un movimiento de mano hizo que algunas prendas fueran hasta donde estaba ella y se pusieran por encima del camisón mientras que la bata había caído al suelo. Su atuendo de aquel día trataba de un vestido malva apagado con ribetes blancos. Una de las sirvientas, quien rápidamente había recogido la bata del suelo, rápidamente le atavió a Quenya una bonita trenza de lado y ambas fueron hasta donde estaba todos esperando con unos regalos y un poco de tarta.
Estaba sin su madre pero aquellas personas que la sacaron del sanatorio y que hicieron posible su infiltración en la inquisición para poder buscar al culpable de lo de su madre se habían convertido en algo importante para ella. Se habían convertido en su familia y se sentía poderosa de ese modo. Ella pensaba que para que una persona pueda ser completamente poderosa, tiene que sentirse amada, unida a una familia que es reciproca con sus sentimientos – Gracias a todos –rio – Nunca he tenido estas fiestas…no incluso en el orfanato
-Srta Quenya, ahora nosotros somos su familia – Dijo Eggfred, un anciano con gafas redondas que se las ajustaba bien arriba del puente nasal.
-Gracias Eggy – Dijo Quenya en tono suave, pero en cuanto iba a soplar las velas, unas llamadas a la puerta de su vivienda sonaron y entonces fue cuando sintió que la diversión había acabado. Rápidamente fue arrastrada por dos hombres de los que la habían ayudado a salir del sanatorio, la llevaron escaleras abajo, en dirección al sótano y enseguida cuando estuvieron abajo, fueron escaleras arriba que conducían a un pasaje secreto y que acababa en otra habitación, no era la suya, pero era exactamente como la suya.
No hubo explicaciones.
La dejaron ahí y ambos hombres desenfundaron las armas para salir por donde la habían traído.
Quenya rápidamente se dio cuenta de que estaba en una habitación copia a la suya, pero esta estaba repleta de espejos, algún caldero que otro y libros, montones de libros de magia y hechicería. Ya sabía lo que hacer.
Dirigió sus pies hacia un espejo de cuerpo entero y tras unas palabras en el reflejo del espejo, mostraba lo que acontecía en el lugar del cumpleaños. Unos hombres que no conocía ni vestían como inquisidores, unos ladrones se imaginó irrumpieron en su mansión y tenían a todos de rodillas y con los brazos a la espalda. Tenía que hacer algo. No podía quedarse de brazos cruzados en aquella sala, en aquella habitación.
Si estaba ahí, tenía que ser por algo.
Quenya había dormido demasiado y ya era de noche.
Descansaba en su amplia cama doble con sábanas blancas y una colcha negra llena de elegancia. Su despertar no fue demasiado afable para ella pues una de las sirvientas entro abruptamente en el interior de la alcoba privada de Quenya, aclamando que había fuego en la sala, pero para cuando Quenya estaba con camisón y bata y fuera del primer piso, Quenya al menos se encontró con una agradable sorpresa cuando bajo rápidamente las escaleras.
-¡FELICIDADES! –Dijeron los sirvientes y sus secuaces a la vez en un tono alegre no acostumbrado. Quenya no evito reírse un poco del ridículo que hacían todos por ella y su cumpleaños que era esa mañana. No se acordaba de ello. Solo se había centrado desde que llego a Paris de poder encontrar aquel que organizo la captura y sellamiento de su madre a la cual averiguaría después si era posible despertarla de su letargo.
Rápidamente con un movimiento de mano hizo que algunas prendas fueran hasta donde estaba ella y se pusieran por encima del camisón mientras que la bata había caído al suelo. Su atuendo de aquel día trataba de un vestido malva apagado con ribetes blancos. Una de las sirvientas, quien rápidamente había recogido la bata del suelo, rápidamente le atavió a Quenya una bonita trenza de lado y ambas fueron hasta donde estaba todos esperando con unos regalos y un poco de tarta.
Estaba sin su madre pero aquellas personas que la sacaron del sanatorio y que hicieron posible su infiltración en la inquisición para poder buscar al culpable de lo de su madre se habían convertido en algo importante para ella. Se habían convertido en su familia y se sentía poderosa de ese modo. Ella pensaba que para que una persona pueda ser completamente poderosa, tiene que sentirse amada, unida a una familia que es reciproca con sus sentimientos – Gracias a todos –rio – Nunca he tenido estas fiestas…no incluso en el orfanato
-Srta Quenya, ahora nosotros somos su familia – Dijo Eggfred, un anciano con gafas redondas que se las ajustaba bien arriba del puente nasal.
-Gracias Eggy – Dijo Quenya en tono suave, pero en cuanto iba a soplar las velas, unas llamadas a la puerta de su vivienda sonaron y entonces fue cuando sintió que la diversión había acabado. Rápidamente fue arrastrada por dos hombres de los que la habían ayudado a salir del sanatorio, la llevaron escaleras abajo, en dirección al sótano y enseguida cuando estuvieron abajo, fueron escaleras arriba que conducían a un pasaje secreto y que acababa en otra habitación, no era la suya, pero era exactamente como la suya.
No hubo explicaciones.
La dejaron ahí y ambos hombres desenfundaron las armas para salir por donde la habían traído.
Quenya rápidamente se dio cuenta de que estaba en una habitación copia a la suya, pero esta estaba repleta de espejos, algún caldero que otro y libros, montones de libros de magia y hechicería. Ya sabía lo que hacer.
Dirigió sus pies hacia un espejo de cuerpo entero y tras unas palabras en el reflejo del espejo, mostraba lo que acontecía en el lugar del cumpleaños. Unos hombres que no conocía ni vestían como inquisidores, unos ladrones se imaginó irrumpieron en su mansión y tenían a todos de rodillas y con los brazos a la espalda. Tenía que hacer algo. No podía quedarse de brazos cruzados en aquella sala, en aquella habitación.
Si estaba ahí, tenía que ser por algo.
Quenya- Condenado/Hechicero/Clase Alta
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 18/01/2017
Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Le agradaba el mundo tal y como se lo pintaba Arkana. En labios de aquella hermosa inmortal de cabellos rubios, Baptiste no era malvado y su padre tampoco. Ellos, en el mundo que dibujaba Arkana, eran presa de sus creencias erróneas y nada más. El joven Baines de hecho estaba modificando lentamente su manera de pensar, volviéndose más como la rubia con la que se encontrara en los pantanos de manera meramente casual.
Si bien Baptiste pensaba en libertad, en un mundo mejor donde no fuera necesario experimentar con sobrenaturales, en que podía ser mejor que su padre; aún no se volvía inmune a las ideas de Desmond y esa noche era la prueba.
Antes de dejar la habitación de experimentos de su padre, Desmond pidió a su vástago que hiciera algo por él, por el bien de ambos y sus ideales. Baptiste hubiera deseado decirle que no planeaba ayudarlo más, que sus ideas eran retrogradas y que no les llevarían a mejorar nada, pero, no dijo lo que pensaba, simplemente escuchó las instrucciones de su padre y asintió obediente a la petición del inquisidor antes de salir del cuarto aquel donde se habían formado los primeros ideales del joven Baines, esos que resultaban para él una carga.
– Y ahora tendrás que cargar con una culpa más – se dijo a si mismo mientras que salía de casa y se dirigía a un lúgubre carruaje que ya aguardaba por él. Al subir, se encontró con el grupo ya contratado por su padre; mercenarios que se dedicaban junto a Baptiste a encontrar sobrenaturales para llevar a Desmond, sobrenaturales que eran necesarios para las investigaciones de aquel demente inquisidor.
En silencio, Baptiste se sentó a escuchar lo que el grupo tenía para decir sobre las presas de esa noche. Un cambiante, un licántropo y una hechicera; nada fuera de lo común para el experimentado grupo de cinco que viajaba en el carruaje.
– Iremos primero por la bruja – sentenció el cazador que se creía ser el líder del grupo, detalle que el vampiro le permitía simplemente porque para él era mucho más cómodo de esa manera. Después de saber quien sería su primera victima, el Baines se desconecto mentalmente de todo lo que ocurría en el carruaje.
Los ojos del joven vampiro se enfocaron en el camino que recorrían mientras que sus pensamientos iban una vez más a Arkana. Deseaba realmente volver a ver a aquella rubia que le insuflaba el valor para retar a su padre y dejar todo lo conocido detrás. Pensaba de hecho buscarla cuando terminasen las cacerías cuando uno de sus compañeros le golpeo el hombro antes de salir corriendo en dirección a una enorme mansión. El show daba comienzo.
Tras echar una mirada a la mansión donde encontrarían a la bruja, el inmortal salió del carruaje y avanzó con calma hasta la entrada de la mansión.
Cuando Baptiste llegó hasta su destino, sus compañeros ya tenían a la servidumbre de rodillas. Los mercenarios aquellos gritaban que se les indicara donde es que estaba la bruja de esa casa, pero ninguno de los sirvientes dijo nada y el Baines no pudo más que sentir algo de envidia hacía la bruja, que se encontraba rodeada de mortales verdaderamente fieles.
– Iré a dar un vistazo a otros lados – indicó Baptiste antes de alejarse, sin dar oportunidad a que le dieran indicaciones de algún tipo pues lo único que deseaba era que esa noche y esa cacería terminase.
Si bien Baptiste pensaba en libertad, en un mundo mejor donde no fuera necesario experimentar con sobrenaturales, en que podía ser mejor que su padre; aún no se volvía inmune a las ideas de Desmond y esa noche era la prueba.
Antes de dejar la habitación de experimentos de su padre, Desmond pidió a su vástago que hiciera algo por él, por el bien de ambos y sus ideales. Baptiste hubiera deseado decirle que no planeaba ayudarlo más, que sus ideas eran retrogradas y que no les llevarían a mejorar nada, pero, no dijo lo que pensaba, simplemente escuchó las instrucciones de su padre y asintió obediente a la petición del inquisidor antes de salir del cuarto aquel donde se habían formado los primeros ideales del joven Baines, esos que resultaban para él una carga.
– Y ahora tendrás que cargar con una culpa más – se dijo a si mismo mientras que salía de casa y se dirigía a un lúgubre carruaje que ya aguardaba por él. Al subir, se encontró con el grupo ya contratado por su padre; mercenarios que se dedicaban junto a Baptiste a encontrar sobrenaturales para llevar a Desmond, sobrenaturales que eran necesarios para las investigaciones de aquel demente inquisidor.
En silencio, Baptiste se sentó a escuchar lo que el grupo tenía para decir sobre las presas de esa noche. Un cambiante, un licántropo y una hechicera; nada fuera de lo común para el experimentado grupo de cinco que viajaba en el carruaje.
– Iremos primero por la bruja – sentenció el cazador que se creía ser el líder del grupo, detalle que el vampiro le permitía simplemente porque para él era mucho más cómodo de esa manera. Después de saber quien sería su primera victima, el Baines se desconecto mentalmente de todo lo que ocurría en el carruaje.
Los ojos del joven vampiro se enfocaron en el camino que recorrían mientras que sus pensamientos iban una vez más a Arkana. Deseaba realmente volver a ver a aquella rubia que le insuflaba el valor para retar a su padre y dejar todo lo conocido detrás. Pensaba de hecho buscarla cuando terminasen las cacerías cuando uno de sus compañeros le golpeo el hombro antes de salir corriendo en dirección a una enorme mansión. El show daba comienzo.
Tras echar una mirada a la mansión donde encontrarían a la bruja, el inmortal salió del carruaje y avanzó con calma hasta la entrada de la mansión.
Cuando Baptiste llegó hasta su destino, sus compañeros ya tenían a la servidumbre de rodillas. Los mercenarios aquellos gritaban que se les indicara donde es que estaba la bruja de esa casa, pero ninguno de los sirvientes dijo nada y el Baines no pudo más que sentir algo de envidia hacía la bruja, que se encontraba rodeada de mortales verdaderamente fieles.
– Iré a dar un vistazo a otros lados – indicó Baptiste antes de alejarse, sin dar oportunidad a que le dieran indicaciones de algún tipo pues lo único que deseaba era que esa noche y esa cacería terminase.
Raoul Zarkozi- Vampiro Clase Alta
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Fecha de inscripción : 08/11/2013
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Quenya…no desesperes, solo respira y encontrarás la solución….
-¿Quién ha dicho eso? – Pregunto en el vacío de la misteriosa habitación lleno de espejos y que era una copia exacta de su habitación unos pisos más abajo. Tendría que estar en el ático pero el sol se estaba ocultando lentamente, ya se había ocultado para cuando miro por la ventana.
En ese momento de desesperación se acordó de las historias que sus más leales servidores y su familia le habían contado sobre su madre, como unos inquisidores sin más piedad quemaron viva a su madre y con sus restos la sellaron en la Antártida además de quedarse con todas las pertenencias de su madre que se preguntaba donde estarían pero nadie sabía que ella era una persona especial, que era la hija de aquella bruja tan poderosa y que poseía gran potencial pero estando tan asustada en ese momento por ver a sus más leales servidores sufrir con aquellos mercenarios, no servía de mucho para que ella sacara su lado malo hacia afuera.
Quenya…no desesperes, tienes el poder en ti
- ¡¿Pero quién está hablándome?! – Desesperada comenzó a buscar la procedencia de esa voz que la estaba molestando, que no sabía de quien era en realidad, hasta que encontró un cofre agujereado con formas delicadas y preciosas, podía ver en el interior que había una especie de artefacto reflector. Abrió el pequeño cofre con un movimiento de mano y canto mágico y encontró un precioso espejo con brocado dorado y de tamaño circular que cabía perfectamente en una de sus manos. Cuando lo puso frente a su cara, su colgante de nacimiento comenzó a brillar por sí solo, del collar salía un humo blanquecino del cual se trasladaba hasta la superficie del espejo que tenía en sus manos. Para su sorpresa algo increíble ocurrió.
Al parecer, en el collar había estado escondida el alma que los inquisidores no consiguieron sellar, tan solo quemaron un cuerpo vacío y sin alma, y todo este tiempo lo había tenido Quenya escondido en el ovalo de su colgante sin que ella siquiera lo hubiera sabido, pero ahora, aquella pieza de alma de su poderosa madre ahora se había trasladado al espejo, mostrando a una hermosa mujer de cabellera oscura, piel pálida y ojos negros cual carbón.
-¿Quién eres tú? –Pregunto Quenya sorprendida de lo que veía.
- Vaya, esto no me lo esperaba – la voz que escucho Quenya desde el espejo estaba distorsionada pero apacible y entendible - ¿no te han hablado de mí? – Pregunto la voz desde el espejo – Me llamo Quenya y soy…. Espera…escucho algo…mejor que te escondas. Esta conversación se queda pendiente – Y en cuanto dijo aquello, el mismo proceso volvió a pasar, pasando desde el espejo hasta el collar que Quenya tenía en su cuello y el que escondió debajo de sus ropas antes de que nadie la pillara.
Quenya- Condenado/Hechicero/Clase Alta
- Mensajes : 15
Fecha de inscripción : 18/01/2017
Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Mientras vagaba por diversas habitaciones y escuchaba al tiempo el griterío de sus compañeros en la sala de la mansión, Baptiste detecto algo extraño en el sótano, algo que le hizo detenerse en aquella habitación aparentemente vacía y concentrarse. Apartando entonces los sonidos del exterior, fue capaz de escuchar el leve latido de un corazón atemorizado así como de un olor que parecía desaparecer en una de las paredes del sótano.
– Te tengo… – susurró para si antes de dirigirse hasta la pared y descubrir un pasaje secreto que consistía en unas escaleras que no dudo en seguir de manera despreocupada. Con una enorme sonrisa en el rostro, el Baines subía los escalones, imaginándose a la que sería la nueva victima de su padre, pero la sorpresa que le aguardaba al final de aquellas escaleras estaba muy lejos de volverlo realmente feliz.
Al poner Baptiste el pie en el ultimo escalón y llegar a la habitación a la que el pasadizo le conducía, la sonrisa se le desvaneció. Frente a él, se encontraba mujer joven, una que él había visto antes. El perfecto y joven rostro de la hechicera pertenecía al de una inquisidora. El inmortal la recordaba debido a la enorme cantidad de veces que había ido a los cuarteles a ayudar a su padre con sus experimentos, así que llevársela era simplemente imposible. Ella pertenecía a la misma organización que su padre y le estaba prohibido experimentar con condenados. Furioso al darse cuenta de que sus compañeros habían sido unos idiotas que no revisaron adecuadamente la identidad de la victima de la noche, el Baines soltó un grito de frustración.
Molesto por la estupidez de los compañeros de trabajo que tenía y sin pensar realmente en lo que estaba por hacer, el inmortal guardo silencio después de gritar y observo a la hechicera.
– Ven conmigo – soltó de golpe, acercándose a ella y tomándole bruscamente de la mano, para guiarla escaleras abajo – Esos idiotas tendrán que dar explicaciones, mira que hacerme perder el tiempo trayéndome al hogar de una inquisidora – las palabras fluían de sus labios en un discurso para él mismo, más que para la muchacha que era arrastrada a seguirle.
Una vez que llegaron hasta el sótano, Baptiste se dirigió por primera vez a la muchacha.
– Lo siento, ha existido un error esta noche pero pronto me iré y llevare a mis compañeros conmigo así que por favor, no temas – y tras decir aquello, la guió hasta la sala donde sus compañeros aun gritaban desesperados por encontrar a quien el inmortal llevaba de la mano.
– Te tengo… – susurró para si antes de dirigirse hasta la pared y descubrir un pasaje secreto que consistía en unas escaleras que no dudo en seguir de manera despreocupada. Con una enorme sonrisa en el rostro, el Baines subía los escalones, imaginándose a la que sería la nueva victima de su padre, pero la sorpresa que le aguardaba al final de aquellas escaleras estaba muy lejos de volverlo realmente feliz.
Al poner Baptiste el pie en el ultimo escalón y llegar a la habitación a la que el pasadizo le conducía, la sonrisa se le desvaneció. Frente a él, se encontraba mujer joven, una que él había visto antes. El perfecto y joven rostro de la hechicera pertenecía al de una inquisidora. El inmortal la recordaba debido a la enorme cantidad de veces que había ido a los cuarteles a ayudar a su padre con sus experimentos, así que llevársela era simplemente imposible. Ella pertenecía a la misma organización que su padre y le estaba prohibido experimentar con condenados. Furioso al darse cuenta de que sus compañeros habían sido unos idiotas que no revisaron adecuadamente la identidad de la victima de la noche, el Baines soltó un grito de frustración.
Molesto por la estupidez de los compañeros de trabajo que tenía y sin pensar realmente en lo que estaba por hacer, el inmortal guardo silencio después de gritar y observo a la hechicera.
– Ven conmigo – soltó de golpe, acercándose a ella y tomándole bruscamente de la mano, para guiarla escaleras abajo – Esos idiotas tendrán que dar explicaciones, mira que hacerme perder el tiempo trayéndome al hogar de una inquisidora – las palabras fluían de sus labios en un discurso para él mismo, más que para la muchacha que era arrastrada a seguirle.
Una vez que llegaron hasta el sótano, Baptiste se dirigió por primera vez a la muchacha.
– Lo siento, ha existido un error esta noche pero pronto me iré y llevare a mis compañeros conmigo así que por favor, no temas – y tras decir aquello, la guió hasta la sala donde sus compañeros aun gritaban desesperados por encontrar a quien el inmortal llevaba de la mano.
Raoul Zarkozi- Vampiro Clase Alta
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Los pasos involuntarios de Quenya la llevaron de la mano de aquel joven que tiraba de ella hacia el piso inferior en donde estaban los demás mercenarios o los compañeros de quien le tiraba – Madre mía, ¡eres fuerte! –Dijo con la voz entrecortada causada por los jadeos de tener que correr a prisa. Cuando llegaron hasta el piso en el que se encontraban todos sus más allegados y vio que estaban cubiertos de heridas, algún que otro golpe, Quenya no pudo más que romper a llorar tapándose con ambas manos sobre su boca para poder ahogar el grito del llanto al verlos tan malheridos, pero fue poco tiempo el que aguantó el no poder hacer nada, enseguida empujó enrabietada a aquel que la había cogido de repente en el ático, comenzó a golpearle en el pecho y salió corriendo en dirección hacia donde estaba el más cercano de sus allegados, poniendo abiertamente sus brazos para protegerlos.
- ¡Dejadles en paz! ¡No tenemos nada que les sea de valor! – Quenya, con intención de convencer a los que estaban delante de ella, vio cómo se rieron de sus buenas intenciones, uno la reprimió con una bofetada que la dejo de bruces en el suelo, un hilillo de sangre salía de la línea de su mentón, su colgante se sobresalió un poco pero enseguida se lo metió hacia dentro de nuevo.
- Quenya…las reinas no miran al suelo, sino a la gloria – Aquella voz, de aquella mujer que quiso decirle algo importante pero que por otros motivos no pudo enterarse, pero en Quenya algo se encendió, la necesidad de proteger o la necesidad de sentir todo el poder del mundo.
Quenya se levantó del suelo.
Recordó las palabras de aquel que la arrastró hacia donde estaba ahora mismo “….hacerme perder el tiempo trayéndome al hogar de una inquisidora…”, una inquisidora por lo que se comportaría como tal. Se fijó en sus más allegados, se fijó en el Sr Eggfred que ahora tenía una herida abierta sobre su ceja derecha y sus gafas estaban redondeadamente rotas por completo. Luego se fijó en la doncella que la despertó alarmándola de un falso incendio y luego miró a todos aquellos hombres, uno la iba a volver a pegar pero tomó un cuchillo de la mesa y consiguió detenerlo colocándole la parte afilada del cuchillo sobre su cuello. El brazo lo tenía levantado hacia la parte sensible del cuello, lo sujeto y con esfuerzo obligó a ponerlo de rodillas para más fácilmente ponerse detrás, mantener el cuchillo sobre aquel estropeado cuello y mirar a todos que la miraban amenazantes, preparados para disparar.
- ¡Dejadnos en paz! ¡No tenemos nada de importancia que pueda seros de utilidad! ¡Cómo no os vayáis….yo…uhm…- Sentía su frente sudar del atranque que le estaba dando, estaba por ir a lo más fácil, pero de nuevo esa voz de nuevo afloró.
-Quenya, detente…-susurro en su cabeza donde nadie más podría oírla – Ese no es modo de hacer las cosas, ¡USA TU MAGIA! –Dijo tan alta la voz que Quenya sufrió un fuerte dolor de cabeza en el que torpemente aquel cuchillo se separó del cuello del mercenario - ¡NO!... ¡Agh! – Se sujetó la cabeza porque la sentía explotar, recibió otro golpe en la cabeza que esta vez la dejó inconsciente sobre el suelo de mármol.
- ¡Dejadles en paz! ¡No tenemos nada que les sea de valor! – Quenya, con intención de convencer a los que estaban delante de ella, vio cómo se rieron de sus buenas intenciones, uno la reprimió con una bofetada que la dejo de bruces en el suelo, un hilillo de sangre salía de la línea de su mentón, su colgante se sobresalió un poco pero enseguida se lo metió hacia dentro de nuevo.
- Quenya…las reinas no miran al suelo, sino a la gloria – Aquella voz, de aquella mujer que quiso decirle algo importante pero que por otros motivos no pudo enterarse, pero en Quenya algo se encendió, la necesidad de proteger o la necesidad de sentir todo el poder del mundo.
Quenya se levantó del suelo.
Recordó las palabras de aquel que la arrastró hacia donde estaba ahora mismo “….hacerme perder el tiempo trayéndome al hogar de una inquisidora…”, una inquisidora por lo que se comportaría como tal. Se fijó en sus más allegados, se fijó en el Sr Eggfred que ahora tenía una herida abierta sobre su ceja derecha y sus gafas estaban redondeadamente rotas por completo. Luego se fijó en la doncella que la despertó alarmándola de un falso incendio y luego miró a todos aquellos hombres, uno la iba a volver a pegar pero tomó un cuchillo de la mesa y consiguió detenerlo colocándole la parte afilada del cuchillo sobre su cuello. El brazo lo tenía levantado hacia la parte sensible del cuello, lo sujeto y con esfuerzo obligó a ponerlo de rodillas para más fácilmente ponerse detrás, mantener el cuchillo sobre aquel estropeado cuello y mirar a todos que la miraban amenazantes, preparados para disparar.
- ¡Dejadnos en paz! ¡No tenemos nada de importancia que pueda seros de utilidad! ¡Cómo no os vayáis….yo…uhm…- Sentía su frente sudar del atranque que le estaba dando, estaba por ir a lo más fácil, pero de nuevo esa voz de nuevo afloró.
-Quenya, detente…-susurro en su cabeza donde nadie más podría oírla – Ese no es modo de hacer las cosas, ¡USA TU MAGIA! –Dijo tan alta la voz que Quenya sufrió un fuerte dolor de cabeza en el que torpemente aquel cuchillo se separó del cuello del mercenario - ¡NO!... ¡Agh! – Se sujetó la cabeza porque la sentía explotar, recibió otro golpe en la cabeza que esta vez la dejó inconsciente sobre el suelo de mármol.
Quenya- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Fecha de inscripción : 18/01/2017
Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Tiraba de la inquisidora, ignorando completamente sus quejas o los jadeos que emitía. Baptiste era consciente de que iba demasiado rápido para los pies mortales de la muchacha, pero más les valía llegar hasta donde se encontraban los idiotas de sus compañeros si es que ella aún deseaba ver con vida a los que se encontraban en la casa.
A pesar del retrasó que significó para el inmortal el llevar a la inquisidora, fue capaz de llegar justo a tiempo a la entrada de la mansión. Todos los sirvientes de la mansión continuaban con vida, se hallaban heridos, pero al fin de cuentas seguían respirando. Las miradas tanto de sus compañeros como de los sirvientes se posaron sobre las figuras de los dos jóvenes y el Baines estaba por decirles a sus secuaces que la misión se daba por terminada, que eran un grupo de ineptos y que su terrible error llegaría a oídos de Demond, cuando sintió un empujón y varios golpes débiles en el pecho. La inquisidora a quien estaba tratando de ayudar se atrevía a golpearlo, situación que Baptiste no pensaba tolerar, al menos no sin darle un bues escarmiento.
Pensando entonces en que la joven se merecía que le enseñaran a respetar, se mantuvo en silencio, estático en su sitio, contemplando solamente la manera en que ella decidía interponerse entre sus compañeros y los sirvientes, como si pudiera defenderlos a todos o más bien, como si pudiera defenderse siquiera ella. Con diversión, el vampiro observo la manera en que la inquisidora trato de enfrentarse a uno de los suyos, todo para terminar, cediendo de una manera sumamente extraña y acabar tendida en el suelo tras recibir un golpe.
Fue en el momento en que los sirvientes comenzaron a lloriquear y sus compañeros a reírse que el Baines avanzó hasta donde se encontraba la chica. Una vez que estuvo a su lado, la tomó entre sus brazos y encaró a sus secuaces, quienes comenzaban a planear el siguiente asalto de la noche y felicitarse unos a otros por lo conseguido en la casa de la hechicera.
– Felicidades muchachos – los rostros complacidos del grupo fueron a posarse sobre Baptiste, quien pesé a sonreír mostraba una mirada de furia – Arruinaron completamente toda la noche – las sonrisas se extinguieron en los rostros ajenos y las dudas aparecieron en los ojos de todos – La próxima vez que salgamos a buscar lo que nos piden, asegúrense de que no entremos en la maldita casa de una inquisidora, porque si, la muchacha a la que pensábamos llevarnos y han golpeado, es una inquisidora – el silencio que reinó durante un par de segundos, fue roto una vez más por el Baines – ahora lárguense todos, no habrá más cacería esta noche y espero que reflexionen sobre este error, así como también espero que no se repita porque de suceder, será lo último que hagan – mostrando los colmillos, finalizo – ahora, ¡lárguense!.
Baptiste esperó hasta no ser capaz de percibir en las cercanías a su grupo para entonces, girar y observar a los sirvientes que le miraban aún con desconfianza.
– Una cama… – dijo, sosteniendo aún en los brazos a la hechicera.
A pesar del retrasó que significó para el inmortal el llevar a la inquisidora, fue capaz de llegar justo a tiempo a la entrada de la mansión. Todos los sirvientes de la mansión continuaban con vida, se hallaban heridos, pero al fin de cuentas seguían respirando. Las miradas tanto de sus compañeros como de los sirvientes se posaron sobre las figuras de los dos jóvenes y el Baines estaba por decirles a sus secuaces que la misión se daba por terminada, que eran un grupo de ineptos y que su terrible error llegaría a oídos de Demond, cuando sintió un empujón y varios golpes débiles en el pecho. La inquisidora a quien estaba tratando de ayudar se atrevía a golpearlo, situación que Baptiste no pensaba tolerar, al menos no sin darle un bues escarmiento.
Pensando entonces en que la joven se merecía que le enseñaran a respetar, se mantuvo en silencio, estático en su sitio, contemplando solamente la manera en que ella decidía interponerse entre sus compañeros y los sirvientes, como si pudiera defenderlos a todos o más bien, como si pudiera defenderse siquiera ella. Con diversión, el vampiro observo la manera en que la inquisidora trato de enfrentarse a uno de los suyos, todo para terminar, cediendo de una manera sumamente extraña y acabar tendida en el suelo tras recibir un golpe.
Fue en el momento en que los sirvientes comenzaron a lloriquear y sus compañeros a reírse que el Baines avanzó hasta donde se encontraba la chica. Una vez que estuvo a su lado, la tomó entre sus brazos y encaró a sus secuaces, quienes comenzaban a planear el siguiente asalto de la noche y felicitarse unos a otros por lo conseguido en la casa de la hechicera.
– Felicidades muchachos – los rostros complacidos del grupo fueron a posarse sobre Baptiste, quien pesé a sonreír mostraba una mirada de furia – Arruinaron completamente toda la noche – las sonrisas se extinguieron en los rostros ajenos y las dudas aparecieron en los ojos de todos – La próxima vez que salgamos a buscar lo que nos piden, asegúrense de que no entremos en la maldita casa de una inquisidora, porque si, la muchacha a la que pensábamos llevarnos y han golpeado, es una inquisidora – el silencio que reinó durante un par de segundos, fue roto una vez más por el Baines – ahora lárguense todos, no habrá más cacería esta noche y espero que reflexionen sobre este error, así como también espero que no se repita porque de suceder, será lo último que hagan – mostrando los colmillos, finalizo – ahora, ¡lárguense!.
Baptiste esperó hasta no ser capaz de percibir en las cercanías a su grupo para entonces, girar y observar a los sirvientes que le miraban aún con desconfianza.
– Una cama… – dijo, sosteniendo aún en los brazos a la hechicera.
Raoul Zarkozi- Vampiro Clase Alta
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Aquel que se llamaba Sr Eggfred miraba con desconfianza a aquel que tenía a la señorita Quenya en brazos. Sus gafas de media luna estaban rotas al igual que el puente de su nariz por los golpes que le habían propinado los compañeros de este. Este se levantó y se desato de las cuerdas que le ataban sus manos sin ni siquiera hacer mucho esfuerzo, no necesitaba las gafas, veía perfectamente pero ni una palabra de gratitud mostro ante aquel joven.
Silencio. Solo había silencio, iba a dar un par de pasos pero su esposa que era la ama de llaves lo detuvo cogiéndole de la pernera del pantalón. Esta enseguida soltó el pantalón entendiendo que su esposo no estaba para que esta ahora le defendiera. El Sr Eggfred alzo su brazo a media altura para señalarle al joven una habitación de invitados la cual no se usaba a menudo.
- Sígame por favor – Esperando a que este le hiciera caso, quien estaba arrodillado al lado del Sr Eggfred se liberó de la misma manera que el primero y fue a ayudar a su madre quien estaba atada de manera abusiva y estaban haciéndole daño en las muñecas. Aquel muchacho miraba al sospechoso con el entrecejo fruncido, fue hacia los otros dos sirvientes que tampoco pudieron hacer nada por poder liberarse. De un momento a otro, estos se mantuvieron de pie, detrás del Sr Eggfred esperando a que algo extraño aconteciera y pudieran sostenerse a las consecuencias de poder defenderse y proteger a su protegida, a su joven ama Quenya la cual era la hija de una poderosa bruja.
El joven de los Eggfred, vio como su padre se iba hacia dicha habitación para guiar a quien sostenía a Quenya en brazos, y en cuanto estuvo la presencia de su padre lejos del resto, este se fue directamente hacia los establos, sin hacer caso a cuando le llamaba su madre, se subió por unas escaleras de madera y algo saco del baúl que lo guardo recelosamente debajo de su chaqueta de lana volviendo así de nuevo hacia donde estaban todos. Pero lo que vio fue a todos que estaban limpiando el desorden que los otros habían organizado.
El muchacho se guardó aquel objeto detrás a su espalda colocándolo justo en la cinturilla de su pantalón. Nadie había notado su llegada por lo que se mezcló entre las cortinas y se escabulló de ayudar en la limpieza, se acordó de los pasos que dio su padre para que el otro le siguiera, parece que seguía el rastro hacia unas pequeñas escaleras que subían a una habitación de invitados, sí, podía escuchar voces, rápidamente subió las escaleras y observo a su padre ayudando a colocar el cuerpo inconsciente de su ama Quenya sobre la cama.
- Vete con tu madre, hijo
- Pero padre….
- Nada de peros. Siempre protestando o queriendo hacerte el héroe delante de la señorita Quenya. Anda, vete y deja de avergonzarme, maldito bastardo.
Era verdad que el joven de los Eggfred era un poco pesado a veces pero en el aura de su padre notó que este estaba mintiendo. Algo pensaba hacer y no quería que el formara su mismo destino si su padre, el Sr Eggfred iba a la cárcel o algún sitio peor.
Silencio. Solo había silencio, iba a dar un par de pasos pero su esposa que era la ama de llaves lo detuvo cogiéndole de la pernera del pantalón. Esta enseguida soltó el pantalón entendiendo que su esposo no estaba para que esta ahora le defendiera. El Sr Eggfred alzo su brazo a media altura para señalarle al joven una habitación de invitados la cual no se usaba a menudo.
- Sígame por favor – Esperando a que este le hiciera caso, quien estaba arrodillado al lado del Sr Eggfred se liberó de la misma manera que el primero y fue a ayudar a su madre quien estaba atada de manera abusiva y estaban haciéndole daño en las muñecas. Aquel muchacho miraba al sospechoso con el entrecejo fruncido, fue hacia los otros dos sirvientes que tampoco pudieron hacer nada por poder liberarse. De un momento a otro, estos se mantuvieron de pie, detrás del Sr Eggfred esperando a que algo extraño aconteciera y pudieran sostenerse a las consecuencias de poder defenderse y proteger a su protegida, a su joven ama Quenya la cual era la hija de una poderosa bruja.
El joven de los Eggfred, vio como su padre se iba hacia dicha habitación para guiar a quien sostenía a Quenya en brazos, y en cuanto estuvo la presencia de su padre lejos del resto, este se fue directamente hacia los establos, sin hacer caso a cuando le llamaba su madre, se subió por unas escaleras de madera y algo saco del baúl que lo guardo recelosamente debajo de su chaqueta de lana volviendo así de nuevo hacia donde estaban todos. Pero lo que vio fue a todos que estaban limpiando el desorden que los otros habían organizado.
El muchacho se guardó aquel objeto detrás a su espalda colocándolo justo en la cinturilla de su pantalón. Nadie había notado su llegada por lo que se mezcló entre las cortinas y se escabulló de ayudar en la limpieza, se acordó de los pasos que dio su padre para que el otro le siguiera, parece que seguía el rastro hacia unas pequeñas escaleras que subían a una habitación de invitados, sí, podía escuchar voces, rápidamente subió las escaleras y observo a su padre ayudando a colocar el cuerpo inconsciente de su ama Quenya sobre la cama.
- Vete con tu madre, hijo
- Pero padre….
- Nada de peros. Siempre protestando o queriendo hacerte el héroe delante de la señorita Quenya. Anda, vete y deja de avergonzarme, maldito bastardo.
Era verdad que el joven de los Eggfred era un poco pesado a veces pero en el aura de su padre notó que este estaba mintiendo. Algo pensaba hacer y no quería que el formara su mismo destino si su padre, el Sr Eggfred iba a la cárcel o algún sitio peor.
Quenya- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Era imposible para Baptiste ignorar el aura de desconfianza que inundaba la mansión, en especial considerando que después de atacarlos, hacía que sus secuaces se retiraran y se ofrecía a ayudar a la joven inquisidora que un primera instancia buscara matar. Pero pese a las miradas de desconfianza y a la manera tan hostil en que un joven hablaba con respecto a él, Baptiste fue guiado por un hombre mayor hasta una habitación cercana, sitio al que cargo a la hechicera, únicamente para con suma cautela recostarla sobre la cama.
A sus espaldas podía escuchar la manera en que el hombre que le guiara mandaba al impertinente joven, que resultaba ser su hijo, a retirarse. Seguramente el mayor también dudaba de las intenciones del inmortal, pero dado que salvaba la vida de su ama y la de todos ellos, no parecía tener más opción que confiar en el Baines, al menos de momento. Con calma, el vampiro se giro a observar al hombre quien se hallaba a una distancia prudente de él.
– El ataque ha sido un mal entendido así que no teman por la seguridad de su ama, ni la de ustedes – aseguró el Baines antes de mirar a la joven que yacía inconsciente sobre una elegante cama – ¿Podría traer un poco de agua? Seguramente ella tendrá sed cuando despierte – las palabras surgieron de sus labios de manera natural, tal como si estuviera mandando a uno de sus propios sirvientes; la única diferencia que existió, fue que el hombre no se movió ni un ápice obligando ese detalle a hacer que Baptiste volviera a mirarlo – Me iré de este lugar en cuanto su ama se despierte y pueda disculparme debidamente con ella. Sé que usted no me quiere aquí y sé que mucho menos me quiere su hijo, pero de querer hacerles daño ya lo habría hecho, así que confié en mi y vaya por un poco de agua – tanto el hombre como el vampiro se mantuvieron en silencio, observándose fijamente a los ojos, pero fue el sirviente de la hechicera quien acabo por ceder y sin decir una palabra, abandono veloz la habitación, seguramente pensando en que lo mejor era ir y volver lo más rápido posible para prevenir que el Baines no cumpliera con su palabra de no hacerle daño a su ama.
Una vez a solas en la habitación, Baptiste contemplo el rostro de la chica. La hechicera, que pasó un momento bastante desagradable gracias a la idiotez de los compañeros del Baines, dormía ahora sin preocupación aparente. ¿Se mostraría igual de despreocupada una vez despertara?.
A sus espaldas podía escuchar la manera en que el hombre que le guiara mandaba al impertinente joven, que resultaba ser su hijo, a retirarse. Seguramente el mayor también dudaba de las intenciones del inmortal, pero dado que salvaba la vida de su ama y la de todos ellos, no parecía tener más opción que confiar en el Baines, al menos de momento. Con calma, el vampiro se giro a observar al hombre quien se hallaba a una distancia prudente de él.
– El ataque ha sido un mal entendido así que no teman por la seguridad de su ama, ni la de ustedes – aseguró el Baines antes de mirar a la joven que yacía inconsciente sobre una elegante cama – ¿Podría traer un poco de agua? Seguramente ella tendrá sed cuando despierte – las palabras surgieron de sus labios de manera natural, tal como si estuviera mandando a uno de sus propios sirvientes; la única diferencia que existió, fue que el hombre no se movió ni un ápice obligando ese detalle a hacer que Baptiste volviera a mirarlo – Me iré de este lugar en cuanto su ama se despierte y pueda disculparme debidamente con ella. Sé que usted no me quiere aquí y sé que mucho menos me quiere su hijo, pero de querer hacerles daño ya lo habría hecho, así que confié en mi y vaya por un poco de agua – tanto el hombre como el vampiro se mantuvieron en silencio, observándose fijamente a los ojos, pero fue el sirviente de la hechicera quien acabo por ceder y sin decir una palabra, abandono veloz la habitación, seguramente pensando en que lo mejor era ir y volver lo más rápido posible para prevenir que el Baines no cumpliera con su palabra de no hacerle daño a su ama.
Una vez a solas en la habitación, Baptiste contemplo el rostro de la chica. La hechicera, que pasó un momento bastante desagradable gracias a la idiotez de los compañeros del Baines, dormía ahora sin preocupación aparente. ¿Se mostraría igual de despreocupada una vez despertara?.
Raoul Zarkozi- Vampiro Clase Alta
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
-Parece que te ha echado el ojo……
En la subconsciencia de Quenya
Quenya abrió los ojos. Al parecer se encontraba en un paradero desconocido. Los arboles estaban desnudos de sus hojas y una espesa niebla obstaculizaba la visión. Quenya vestía un vestido negro entero de encaje que le llegaba hasta los pies. Su cabello oscuro estaba suelto, sus uñas alargadas y negras, sus dedos llenos de anillos esotéricos y sentía que su cuello colgaban muchos colgantes. Cuando se dio cuenta un espejo de borde rococó colgaba en el aire justo a unos pasos delante de ella. No parecía ella. No sabía dónde estaba. Dio unos pasos hacia delante, de repente el espejo de cuerpo entero se hace añicos, Quenya se asusta pero enseguida el suelo bajo sus pies se va derrumbando poco a poco, mira hacia atrás y comienza a correr a través de la arboleda.
Poco a poco iba encontrándose con un terreno más despejado. Quenya daba vueltas en el sitio pero avanzaba con sus pies igualmente, seguía observando alrededor hasta que sus pies tocaron la nada y cayéndose por el vacío, Quenya inmediatamente abre los ojos, tira lo que se supone que es un vaso de agua que se rompe al colisionar contra el suelo de madera, se encuentra en un ambiente diferente, sus manos están desnudas, no hay anillos, no hay tinte oscuro en sus uñas, su vestido era el mismo morado con el que se vistió temprano en la tarde, levanto la mirada asustada observando al Sr y el Srto Eggfred igual de asustados, giro su rostro y pudo ver aquel que por poco dio muerte a su única familia. Aquel muchacho de ojos azules y tez pálida, aquel que por poco pierde la cordura….y prefiere calmarse en una esquina de lo que se supone que es una cama con dosel.
Su respiración fue calmándose poco a poco. Se fijó de nuevo en aquel que por poco le hace perder todo cuanto tiene – Dejadnos a solas – Ordeno bien firme a quienes eran sus sirvientes además de sus buenos amigos - ¡Ahora! – Diciendo esto, el Sr y el Srto Eggfred se fueron de la habitación cerrando tras de sí la puerta. Cuando se fueron, Quenya pudo tenerse en pie, al principio esta tembló un poco temiendo si el suelo que pisaría también fuera a desaparecer. Sus pesadillas o sueños cada vez eran más extraños, pero se centró en lo más importante.
En aquel joven de mirada fría y ojos claros.
- No sé….- Quenya quería coger algo afilado y clavárselo sin más al joven que estaba con ella en el interior de aquella habitación – ¡Si clavarte un puñal o rajarte la cara para que nadie pudiera reconocerte! – Quenya se sujetó en el tronco del dosel, su cuerpo al parecer estaba débil que enseguida flaquearon a pesar de estar sujeta. Quenya se sentía ridícula estando ahí, dando esa apariencia de debilucha que lo mucho que consiguió fue sentarse en la cómoda cama. Miró de nuevo al desconocido y con frustración en su mirada esta comenzó a llorar de la misma impotencia que sentía en sí misma pero enseguida lo intentó de nuevo para acercársele y pretendiendo alzar sus puños de nuevo contra el pecho de joven, Quenya se tropieza con el bajo del vestido y cae de una manera grácil y torpe sobre el joven, agarrándose con ambas manos en aquella vestimenta que el joven vestía esa noche.
En la subconsciencia de Quenya
Quenya abrió los ojos. Al parecer se encontraba en un paradero desconocido. Los arboles estaban desnudos de sus hojas y una espesa niebla obstaculizaba la visión. Quenya vestía un vestido negro entero de encaje que le llegaba hasta los pies. Su cabello oscuro estaba suelto, sus uñas alargadas y negras, sus dedos llenos de anillos esotéricos y sentía que su cuello colgaban muchos colgantes. Cuando se dio cuenta un espejo de borde rococó colgaba en el aire justo a unos pasos delante de ella. No parecía ella. No sabía dónde estaba. Dio unos pasos hacia delante, de repente el espejo de cuerpo entero se hace añicos, Quenya se asusta pero enseguida el suelo bajo sus pies se va derrumbando poco a poco, mira hacia atrás y comienza a correr a través de la arboleda.
Poco a poco iba encontrándose con un terreno más despejado. Quenya daba vueltas en el sitio pero avanzaba con sus pies igualmente, seguía observando alrededor hasta que sus pies tocaron la nada y cayéndose por el vacío, Quenya inmediatamente abre los ojos, tira lo que se supone que es un vaso de agua que se rompe al colisionar contra el suelo de madera, se encuentra en un ambiente diferente, sus manos están desnudas, no hay anillos, no hay tinte oscuro en sus uñas, su vestido era el mismo morado con el que se vistió temprano en la tarde, levanto la mirada asustada observando al Sr y el Srto Eggfred igual de asustados, giro su rostro y pudo ver aquel que por poco dio muerte a su única familia. Aquel muchacho de ojos azules y tez pálida, aquel que por poco pierde la cordura….y prefiere calmarse en una esquina de lo que se supone que es una cama con dosel.
Su respiración fue calmándose poco a poco. Se fijó de nuevo en aquel que por poco le hace perder todo cuanto tiene – Dejadnos a solas – Ordeno bien firme a quienes eran sus sirvientes además de sus buenos amigos - ¡Ahora! – Diciendo esto, el Sr y el Srto Eggfred se fueron de la habitación cerrando tras de sí la puerta. Cuando se fueron, Quenya pudo tenerse en pie, al principio esta tembló un poco temiendo si el suelo que pisaría también fuera a desaparecer. Sus pesadillas o sueños cada vez eran más extraños, pero se centró en lo más importante.
En aquel joven de mirada fría y ojos claros.
- No sé….- Quenya quería coger algo afilado y clavárselo sin más al joven que estaba con ella en el interior de aquella habitación – ¡Si clavarte un puñal o rajarte la cara para que nadie pudiera reconocerte! – Quenya se sujetó en el tronco del dosel, su cuerpo al parecer estaba débil que enseguida flaquearon a pesar de estar sujeta. Quenya se sentía ridícula estando ahí, dando esa apariencia de debilucha que lo mucho que consiguió fue sentarse en la cómoda cama. Miró de nuevo al desconocido y con frustración en su mirada esta comenzó a llorar de la misma impotencia que sentía en sí misma pero enseguida lo intentó de nuevo para acercársele y pretendiendo alzar sus puños de nuevo contra el pecho de joven, Quenya se tropieza con el bajo del vestido y cae de una manera grácil y torpe sobre el joven, agarrándose con ambas manos en aquella vestimenta que el joven vestía esa noche.
Quenya- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Baptiste permaneció al lado de la cama de la muchacha, contemplándola hasta que el hombre que le guió en un primer momento a aquella habitación, volvía a aparecer al lado del que era su nieto. El joven nieto, sirviente también de la fémina en la cama, continuaba mirando intensamente al Baines y parecía estar esperando momento apto para atacarlo. Una sonrisa divertida apareció en los labios del inmortal, quien aunque se alejó de la cama donde se encontraba la hechicera, no apartó los ojos del joven a quien retaba a intentar destruirlo. El inmortal bien sabía que los estragos causados en aquella residencia eran demasiados para una noche, sin embargo, estaba decidió a responder a las agresiones si es que no le quedaba más remedio, con todo y que eso le llevará a tener más problemas con la dueña de la casa, que hasta ese momento continuaba inconsciente.
En silencio, Baptiste fue a recargarse en la pared más cercana, desde la cual vigilaba la respiración, los leves movimientos y el latido del corazón de la hechicera que yacía inconsciente sobre la cama. Fue gracias a la atención que el Baines prestaba a la hechicera lo que le hizo darse cuenta del latido acelerado en el pecho de la dama.
– Algo pasa – aseguró sin apartar su mirada de la hechicera quien segundos después comenzó a moverse con desespero, como si tratará de escapar de algo.
– Todo esto es culpa tuya vampiro – aseguró el muchacho que veloz, se situaba a un lado de la cama de su señora.
– Calla, no es momento de estar culpando a nadie – pidió el abuelo del imprudente muchacho, que guardo silencio únicamente porque el mayor se lo pedía. Ambos sirvientes se encontraban demasiado cerca de la cama, quizás por eso fue que ambos se sobresaltaron cuando la hechicera abrió los ojos y tiró un vaso de agua cercano.
Los tres hombres en la habitación permanecieron en silencio, expectantes de lo que fuera a ocurrir. Desde la distancia, Baptiste podía percibir que la dama se tranquilizaba un poco y tomaba por primera vez desde que la viera, las riendas de la situación. Una sonrisa burlona dedicada al humano más joven apareció en los labios del Baines, que con placer escuchó como la bruja pedía a sus sirvientes que la dejaran a solas con él.
Una vez que la puerta se cerró tras el mayor de los mortales, el vampiro dio un par de pasos en dirección a la cama de la hechicera que comenzaba a ponerse de pie.
– No deberías apresurarte en levantarte, caíste inconsciente de la nada y parece además que has tenido un sueño algo perturbador así que no hagas esfuerzos de más bruja – al terminar de advertir aquello, cruzó los brazos y soltó una risita divertida. La hechicera estaba molesta, se notaba por su tono de voz y sus nada buenos deseos para el inmortal – Puedes hacer cualquiera de las dos cosas, igual, no me dañarías para siempre – Sus palabras, algo frías y carentes de tacto, fueron probablemente lo que hicieron que la muchacha comenzara a llorar – Oye… lo siento… – trató de continuar con la disculpa, pero las palabras se atascaron en su garganta al ver como era que la hechicera se incorporaba de la cama y avanzaba en su dirección con los puños cerrados, sin embargo, antes de que pudiera llegar, la fémina tropezó y el Baines debió moverse rápido para que en lugar de caer, impactara contra su pecho. Las manos de Baptiste sujetaron los hombros de la hechicera al tiempo que ella se aferraba a sus ropas – Te lo dije – susurró – Tomate las cosas con calma.
En silencio, Baptiste fue a recargarse en la pared más cercana, desde la cual vigilaba la respiración, los leves movimientos y el latido del corazón de la hechicera que yacía inconsciente sobre la cama. Fue gracias a la atención que el Baines prestaba a la hechicera lo que le hizo darse cuenta del latido acelerado en el pecho de la dama.
– Algo pasa – aseguró sin apartar su mirada de la hechicera quien segundos después comenzó a moverse con desespero, como si tratará de escapar de algo.
– Todo esto es culpa tuya vampiro – aseguró el muchacho que veloz, se situaba a un lado de la cama de su señora.
– Calla, no es momento de estar culpando a nadie – pidió el abuelo del imprudente muchacho, que guardo silencio únicamente porque el mayor se lo pedía. Ambos sirvientes se encontraban demasiado cerca de la cama, quizás por eso fue que ambos se sobresaltaron cuando la hechicera abrió los ojos y tiró un vaso de agua cercano.
Los tres hombres en la habitación permanecieron en silencio, expectantes de lo que fuera a ocurrir. Desde la distancia, Baptiste podía percibir que la dama se tranquilizaba un poco y tomaba por primera vez desde que la viera, las riendas de la situación. Una sonrisa burlona dedicada al humano más joven apareció en los labios del Baines, que con placer escuchó como la bruja pedía a sus sirvientes que la dejaran a solas con él.
Una vez que la puerta se cerró tras el mayor de los mortales, el vampiro dio un par de pasos en dirección a la cama de la hechicera que comenzaba a ponerse de pie.
– No deberías apresurarte en levantarte, caíste inconsciente de la nada y parece además que has tenido un sueño algo perturbador así que no hagas esfuerzos de más bruja – al terminar de advertir aquello, cruzó los brazos y soltó una risita divertida. La hechicera estaba molesta, se notaba por su tono de voz y sus nada buenos deseos para el inmortal – Puedes hacer cualquiera de las dos cosas, igual, no me dañarías para siempre – Sus palabras, algo frías y carentes de tacto, fueron probablemente lo que hicieron que la muchacha comenzara a llorar – Oye… lo siento… – trató de continuar con la disculpa, pero las palabras se atascaron en su garganta al ver como era que la hechicera se incorporaba de la cama y avanzaba en su dirección con los puños cerrados, sin embargo, antes de que pudiera llegar, la fémina tropezó y el Baines debió moverse rápido para que en lugar de caer, impactara contra su pecho. Las manos de Baptiste sujetaron los hombros de la hechicera al tiempo que ella se aferraba a sus ropas – Te lo dije – susurró – Tomate las cosas con calma.
Raoul Zarkozi- Vampiro Clase Alta
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Aquellas palabras sonaron como una burla para ella, pero viendo que al fin y al cabo no había hecho ningún daño y que no había matado a nadie sin piedad, acepto sus disculpas, pero no dijo nada ya que al haber caído la noche, los eternos caminaban a sus anchas, tenían el turno de tener el poder máximo entre sus manos…Tenía a uno de esos seres sujetándole los hombros. Sintiéndose un poco más segura de sus pies, se alejó un par de pasos, se mantenía de pie perfectamente ya sin ayuda de nadie y pudiendo fijarse más detenidamente en aquel de ojos claros determino que debería de tener un gran peso a su espalda, pero ahí no quedo la observación.
Quenya siguió su examen, sus pasos, lentos pero seguros fueron yendo por el joven, le fue rodeando y con sus manos le iba acariciando con la yema de los dedos, acariciaba la nuca del joven, le siguió un poco la columna sobre la ropa, siguió por su hombro y quedándose frente a frente al joven, tomo con sus manos el rostro del joven, sujetándoselo para que la mirara fijamente, después sus manos bajaron de manera osada al centro de su pecho, sintiendo que en un corazón como en el del joven, estaba confuso y sentía una barrera moral imposible de flaquear.
Sus pasos entonces se alejaron para poder dejar en paz la intromisión que habría cometido Quenya con su examen de manos y mirada fija. No dijo nada en un rato, solamente miraba los pies del joven, los zapatos manchados de polvo, sangre y de barro del exterior parecían desgastados y su mirada nuevamente se fijó en los ojos cristalinos y claros del muchacho y abriendo la boca para querer decir algo, finalmente no dijo nada pues no quería quedar como una estúpida. Lo que quería era disculparse pero ella no había hecho nada. Ella había sido en realidad la víctima, pero si sería complaciente.
- Gracias – Con cierto aire tajante dijo aquella palabra hacia el joven que estaba frente a ella - Y perdona a quien te haya echado la culpa. En realidad tienes la culpa de que personas a las que considero mi familia hayan resultado heridas pero gracias a Dios, han salido sanas y salvas de los incompetentes de quienes fueran tus acompañantes. – suspiro, se echó hacia atrás un mechón – pero tampoco tienes la culpa de haberte equivocado de personas. Puedo hacerte un hechizo de localización y localizar a quien busques en realidad con la condición de que no…. –se calló de repente – de que cuides a quien buscas la próxima vez. Como dije, estábamos celebrando mi cumpleaños y aparte, soy una joven exterminadora de tu especie – levantando una ceja haciendo referencia a lo que se refería, Quenya enseguida, se levantó el bajo de su falda para andar y no tropezarse, se dirigió hacia lo que era un escritorio pero que en él había un mapa y otros objetos que pudieran servir a la localización de dicha persona.
- Si tienes algo de la persona que buscas, mejor – miro al joven – pero si no, tendré que sujetarte la mano mientras piensas en la persona a la vez que busco a dicha persona deseada por tus necesidades de cumplir un tipo de objetivo.
Quenya- Condenado/Hechicero/Clase Alta
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Re: Que extraño es este mundo, ¿verdad? [privado]
Baptiste permitió que la muchacha caminara a su alrededor y lo observara tanto como quisiera, todo debido a que esa noche, él llevaba las riendas. La jovencita podría ser una hechicera pero se notaba que no era una muy buena pues no fue capaz de defender a los suyos y mucho menos de defenderse ella misma de él, así que si ahora quería hacerse la lista o intimidar al Baines al recorrer con sus dedos su cuerpo, estaba muy equivocada.
De pie e inmóvil, como si en lugar de ser un vampiro fuera una estatua, Baptiste escuchó lo que la hechicera tenía para decir. De los labios de la bruja aquella salía un gracias, seguido lamentablemente de un reclamo disfrazado simplemente de comentario que al Baines no le agrado para nada.
– Pues si tus sirvientes a quienes consideras tu familia me hubieran permitido hablar contigo o te hubieran entregado sin oponerse, no habrían salido lastimados así que los únicos que tienen la culpa aquí son esos humanos testarudos que se sienten héroes – finalizo, cruzando los brazos a la altura del pecho y levantando el mentón para tener mucha más presencia. Una risita se le escapó – ¿Quieres ayudarme a encontrar a quien busco? ¿Siquiera sabes para que le buscó? – ladeo el rostro de manera divertida, pues aunque aquella muchacha pedía protección para quien fuera que el inmortal buscaba, la verdad era que lo último que aquella persona tendría sería una buena recepción por parte de su padre, después de todo, buscaban sobrenaturales para experimentos de la inquisición – Ya sé que exterminas a mi especie, o que al menos eso intentas y si tratas de hacerme temer exponiendo tu identidad de inquisidora, estas fracasando pues mi sire sirve en la misma organización que tú y de saber que algo me ha pasado – rió con malicia – sería tu fin.
Ya había permanecido mucho tiempo al lado de aquella mortal, a quien decidía dejar de una buena vez por todas.
– Eres muy amable al ofrecerte a localizar a quien busco, sin embargo, el destino de esa persona es oscuro y lo mejor será que no te involucres – dicho eso, comenzó a caminar hasta la ventana más cercana y tras abrirla, se giro para contemplar a la muchacha – Pasa un feliz cumpleaños Quenya – y tras sonreírle una ultima vez, Baptiste desapareció en la oscuridad de la noche.
De pie e inmóvil, como si en lugar de ser un vampiro fuera una estatua, Baptiste escuchó lo que la hechicera tenía para decir. De los labios de la bruja aquella salía un gracias, seguido lamentablemente de un reclamo disfrazado simplemente de comentario que al Baines no le agrado para nada.
– Pues si tus sirvientes a quienes consideras tu familia me hubieran permitido hablar contigo o te hubieran entregado sin oponerse, no habrían salido lastimados así que los únicos que tienen la culpa aquí son esos humanos testarudos que se sienten héroes – finalizo, cruzando los brazos a la altura del pecho y levantando el mentón para tener mucha más presencia. Una risita se le escapó – ¿Quieres ayudarme a encontrar a quien busco? ¿Siquiera sabes para que le buscó? – ladeo el rostro de manera divertida, pues aunque aquella muchacha pedía protección para quien fuera que el inmortal buscaba, la verdad era que lo último que aquella persona tendría sería una buena recepción por parte de su padre, después de todo, buscaban sobrenaturales para experimentos de la inquisición – Ya sé que exterminas a mi especie, o que al menos eso intentas y si tratas de hacerme temer exponiendo tu identidad de inquisidora, estas fracasando pues mi sire sirve en la misma organización que tú y de saber que algo me ha pasado – rió con malicia – sería tu fin.
Ya había permanecido mucho tiempo al lado de aquella mortal, a quien decidía dejar de una buena vez por todas.
– Eres muy amable al ofrecerte a localizar a quien busco, sin embargo, el destino de esa persona es oscuro y lo mejor será que no te involucres – dicho eso, comenzó a caminar hasta la ventana más cercana y tras abrirla, se giro para contemplar a la muchacha – Pasa un feliz cumpleaños Quenya – y tras sonreírle una ultima vez, Baptiste desapareció en la oscuridad de la noche.
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Raoul Zarkozi- Vampiro Clase Alta
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