AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Últimos temas
Giancarlo Visser
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Giancarlo Visser
▲NOMBRE DEL PERSONAJE▲
Giancarlo Visser▲EDAD▲
Veintisiete años▲ESPECIE▲
Hechicero▲CLASE SOCIAL▲
Clase Alta▲CARGO ▲
Barón de Italia▲ORIENTACIÓN SEXUAL▲
Bisexual▲LUGAR DE ORIGEN▲
Nápoles, Italia▲HABILIDADES/PODERES▲
→ Hechicería.→ Percepción del aura.
→ Empatía: Permite conocer los sentimientos de otras personas e intuir sus movimientos. En formas más avanzadas, permite incluso variar sentimientos ajenos o controlarlos. Funciona de manera parecida a la telepatía, pero no es tan eficiente como esta.
→ Creación de Ilusiones: Habilidad que le permite crear ilusiones a su alrededor; imitará texturas, sonidos, olores, etc., desconcertando así a su oponente y brindándole una excelente arma defensiva. El poseedor de este don será capaz de entrar a la mente de su adversario con sus ilusiones.
→ Nigromancia: Habilidad que consiste en la adivinación mediante la consulta a los muertos y sus espíritus o cadáveres. Permite controlar temporalmente a alimañas y criaturas muertas para sus propósitos.
Un temple frío anuncia su llegada, junto a una imponente mirada que da a entender una cosa; esta no es una persona con quien se pueda jugar. Desde que aprendió a valerse sin necesidad de nadie, fue adquiriendo una postura seria y severa hacia los demás. Se dejaba ver como un hombre que no temía tomar decisiones complicadas, con una hábil mente para las estrategias y una inundable seguridad que transmitir a aquellos que parecían temer de todo lo que se moviese a su alrededor.
El mundo de la élite y la sociedad no cambió esa faceta. Fue allí donde notó que el mundo se movía bajo una ley universal y aprendió a utilizarla a su favor. Acompañado de una gracia natural y una lengua viperina, aprendió a montar fantasías sobre sus objetivos, manipulándoles a su antojo como si se tratasen de meras marionetas bajo sus dedos. Movía las cuerdas, haciéndoles creer que poseían el control, cuando en realidad seguían ciegamente sus órdenes.
Tiene un temperamento voluble que ha aprendido a controlar con el tiempo, claro que no ha sido una técnica que ha perfeccionado. Suele ser posesivo con todas las cosas a su alrededor, no tiene miedo en marcar algo como suyo cuando le es de interés y puede hacer, incluso lo impensable para dejar en claro que no existe nada que no esté a su alcance. Podría decirse que tiene una mano de hierro, tan temible como peligrosa para tratar con los demás.
No tolera la debilidad en las personas más allegadas a sí mismo. Le causa asco que seres de tal inteligencia se desdichen pensando en banalidades cuando podrían hacer algo productivo. No se corta en dar su opinión, sobre ese o cualquier otro tema. Más sabe que muchas veces existen excepciones a la regla. Donde no le queda más que callar y asentir con paciencia mientras su interior arde en cólera por no soltar lo que verdaderamente tiene para decir.
Dista de verse tribulado por los cambios en su entorno, ya que suele tomar esos sucesos para ponerse a sí mismo a prueba. Nada es eterno, se lo ha repetido más de mil veces y, en ocasiones puntuales, esos cambios ayudan a que todo resulte para mejor. De allí a que no se muestre renuente, ni mucho menos dependiente de los poderes otorgados por títulos u apellidos. Disfruta de ellos como todo el mundo, más no le son indispensables para seguir existiendo.
Carece del temor o desdén que mira en la clase alta cuando en cuanto a tratar con sus congéneres de baja posición social. Es consciente de que existen momentos donde debe comportarse de cierta o otra manera, más le es imposible no acercarse mínimamente para apreciar las cualidades o posibles beneficios que alguien pudiese ofrecerle. Aquello le lleva a no medir el tono de sus palabras o preguntas, aún más cuando en serio desea conseguir algo o a alguien.
Tanta seguridad y buenaventura no es capaz de llenarle. En el fondo se siente vacío, algo que no ha logrado llenar por más que se sienta poderoso o que manipule a su antojo a los demás. Porque lo que desea no es poder, ni mucho menos fortunas o vanagloria. Es algo que va ligado a unas ansias de ser aceptado por quien es sin tener que usar caretas o labia en el camino. Y que puede llegar a ser su más grande perdición.
El mundo de la élite y la sociedad no cambió esa faceta. Fue allí donde notó que el mundo se movía bajo una ley universal y aprendió a utilizarla a su favor. Acompañado de una gracia natural y una lengua viperina, aprendió a montar fantasías sobre sus objetivos, manipulándoles a su antojo como si se tratasen de meras marionetas bajo sus dedos. Movía las cuerdas, haciéndoles creer que poseían el control, cuando en realidad seguían ciegamente sus órdenes.
Tiene un temperamento voluble que ha aprendido a controlar con el tiempo, claro que no ha sido una técnica que ha perfeccionado. Suele ser posesivo con todas las cosas a su alrededor, no tiene miedo en marcar algo como suyo cuando le es de interés y puede hacer, incluso lo impensable para dejar en claro que no existe nada que no esté a su alcance. Podría decirse que tiene una mano de hierro, tan temible como peligrosa para tratar con los demás.
No tolera la debilidad en las personas más allegadas a sí mismo. Le causa asco que seres de tal inteligencia se desdichen pensando en banalidades cuando podrían hacer algo productivo. No se corta en dar su opinión, sobre ese o cualquier otro tema. Más sabe que muchas veces existen excepciones a la regla. Donde no le queda más que callar y asentir con paciencia mientras su interior arde en cólera por no soltar lo que verdaderamente tiene para decir.
Dista de verse tribulado por los cambios en su entorno, ya que suele tomar esos sucesos para ponerse a sí mismo a prueba. Nada es eterno, se lo ha repetido más de mil veces y, en ocasiones puntuales, esos cambios ayudan a que todo resulte para mejor. De allí a que no se muestre renuente, ni mucho menos dependiente de los poderes otorgados por títulos u apellidos. Disfruta de ellos como todo el mundo, más no le son indispensables para seguir existiendo.
Carece del temor o desdén que mira en la clase alta cuando en cuanto a tratar con sus congéneres de baja posición social. Es consciente de que existen momentos donde debe comportarse de cierta o otra manera, más le es imposible no acercarse mínimamente para apreciar las cualidades o posibles beneficios que alguien pudiese ofrecerle. Aquello le lleva a no medir el tono de sus palabras o preguntas, aún más cuando en serio desea conseguir algo o a alguien.
Tanta seguridad y buenaventura no es capaz de llenarle. En el fondo se siente vacío, algo que no ha logrado llenar por más que se sienta poderoso o que manipule a su antojo a los demás. Porque lo que desea no es poder, ni mucho menos fortunas o vanagloria. Es algo que va ligado a unas ansias de ser aceptado por quien es sin tener que usar caretas o labia en el camino. Y que puede llegar a ser su más grande perdición.
La alta sociedad impone una regla de oro para las damas de todas las casas. Deben ser esposas idóneas, ordenadas y sumamente fértiles. El complacer a su esposo es la prioridad número uno, al menos en la mayoría de los casos. Basta tan sólo una mínima insinuación para hacerle notar que, es momento de procrear un heredero que haga perdurar el apellido. Fue así como comenzó todo.
Un par de meses luego de intentos fervientes por tener un retoño, las primeras señales de embarazo se hicieron presentes en la mujer. Pronto un doctor acudió a la morada, revisó a la joven y dio una noticia más que satisfactoria. Efectivamente, dentro de su vientre se estaba formando una nueva vida. Pero no se trataba de un único heredero, eran gemelos fuertes quienes se disputarían por exhibir ese derecho.
Dicen que las tormentas son un presagio, la advertencia de que algo malo está a punto de suceder. Gotas frías adornaban los ventanales de la habitación, donde una mujer pujaba llenando las paredes con alaridos de dolor. Las manos de su esposo estaban ocupadas con el primer hijo recién nacido; fuerte, de ojos brillantes y un apretón digno de un hombre de su calaña. Anonadado, no se daba cuenta que su mujer se desvanecía en los brazos de la partera, acompañado de un quejido agonizante.
Fue así como él nació. Enfermizo, débil y con apenas un grito abriendo sus pulmones para darles oxígeno. La tragedia sumió en silencio la habitación de ambos retoños, cuando el padre encontró a uno de sus hijos sin vida. Tieso, con tonalidades moradas en las mejillas. Quedaba claro que no pudo siquiera respirar. Cólera, fue lo único que sintió al saber que el más frágil sería su heredero. No concebía la idea.
Así que, guiado por la ira, ordenó a la matrona de confianza deshacerse del niño muerto y arregló los papeles para que, aparentemente su hijo fuese trasladado a una de las escuelas políticas más prestigiosas de Italia. Elaboró un teatro para que todos creyesen que ambos estaban allí. Pagó por ello y se aseguró de que todos se moviesen según sus órdenes. ¿La verdad? Giancarlo nunca abandonó su hogar, pero creció creyendo que no tenía uno.
Fue dado a una de las sirvientas más humildes del castillo. Ella juró llevarse el secreto a la tumba y los años pasaron lentamente. Comenzó a laborar como uno más de la servidumbre, acatando las órdenes certeras de la señora de la casa o de los invitados. Aprendió a callarse cuando no le hablaban, a no tocar directamente a sus señores y a siempre mantener un perfil bajo cuando entrase a una habitación.
Aunque se esforzase, algo parecía siempre encender la ira del hombre de la casa. Y con ello venían largos tiempos encerrados en una habitación alejada de todo. Allí, donde ese pudiente ser arremetía contra su cuerpo usando los puños y artefactos contundentes. En ese lugar, donde caían las lágrimas y los ruegos se quebraban junto a su voz. Cuando sanaba, el ciclo vicioso seguía rodando. Tóxico, sisañozo y viperino.
Extraños sueños invadieron su mente poco después. Oscuros paisajes con cuervos de tres ojos, mujeres danzando en medio de una fogatada y el llanto de dos niños. Pensó que estaba demente, que tantos golpes finalmente lograron resquebrajar su cordura hasta hacerla polvo. Giraba bajo la ilusión de la demencia, cuando en realidad sus habilidades inherentes, esas que le mantuvieron vivo durante tanto tiempo, comenzaban a manifestarse.
Continuó viviendo esa tortura durante años, hasta que finalmente el hombre enfermó. Para ese momento Gian ya había encontrado las respuestas a las cosas extrañas que sucedían a su alrededor, ahora, estaba más interesado que nunca en aprender más sobre las peculiares cualidades que cuidaba con recelo. Faltaba poco para que el hombre diese su último respiro.
Fue allí cuando, en un ataque de remordimiento, la mujer que toda su vida consideró su madre, se atrevió a contarle la verdad. Anonadado, tribulado y demasiado confundido para digerir todo, escapó del castillo y nadie volvió a saber nada de él. Tomó asilo en la casa de un viejo sastre, que se ofreció a ayudarle a cambio de trabajo voluntario.
Giancarlo estaba harto de todas las mentiras y los engaños. Planeó una manera de volver, de encarar a su padre y de salirse con la suya en el proceso. Durante seis meses se educó arduamente, leyendo y trasteando cada artículo que estaba a su disposición. Formó una faceta arrogante, tan férrea como los golpes que en algún momento marcaron su piel.
Ya se notaba que aquel débil hombre iba quedando atrás, desvaneciéndose para dar paso al hijo que el mayor siempre anheló. Vestido de manera impecable, con una sonrisa en el rostro y un par de palabras dulces, Gian se presentó ante todos como el primogénito de los Visser. Nadie pudo objetar; su porte y la manera de comportarse. Modales finos de alta alcurnia. Acudió a los aposentos de su padre y finalmente le encaró.
Por todas las mentiras, los golpes y gritos. Por hacerle sentir tan insignificante delante de todos los demás. Eso, acompañados de un par de gotas de esencia de Belladona deslizadas fervientemente en su boca. Horas después, el corazón del anciano dejó de latir. Y con ello, su propio corazón adquirió una nueva oportunidad.
Ya han pasado casi un año desde aquello. Es un brujo en desarrollo, un caballero completo y ha adquirido el título de Barón. No puede pedir nada más, más sabe que la búsqueda de conocimiento no llenará el vacío que yace dentro suyo. Y quizás… está planteándose una manera de recuperar tanto tiempo perdido.
Un par de meses luego de intentos fervientes por tener un retoño, las primeras señales de embarazo se hicieron presentes en la mujer. Pronto un doctor acudió a la morada, revisó a la joven y dio una noticia más que satisfactoria. Efectivamente, dentro de su vientre se estaba formando una nueva vida. Pero no se trataba de un único heredero, eran gemelos fuertes quienes se disputarían por exhibir ese derecho.
Dicen que las tormentas son un presagio, la advertencia de que algo malo está a punto de suceder. Gotas frías adornaban los ventanales de la habitación, donde una mujer pujaba llenando las paredes con alaridos de dolor. Las manos de su esposo estaban ocupadas con el primer hijo recién nacido; fuerte, de ojos brillantes y un apretón digno de un hombre de su calaña. Anonadado, no se daba cuenta que su mujer se desvanecía en los brazos de la partera, acompañado de un quejido agonizante.
Fue así como él nació. Enfermizo, débil y con apenas un grito abriendo sus pulmones para darles oxígeno. La tragedia sumió en silencio la habitación de ambos retoños, cuando el padre encontró a uno de sus hijos sin vida. Tieso, con tonalidades moradas en las mejillas. Quedaba claro que no pudo siquiera respirar. Cólera, fue lo único que sintió al saber que el más frágil sería su heredero. No concebía la idea.
Así que, guiado por la ira, ordenó a la matrona de confianza deshacerse del niño muerto y arregló los papeles para que, aparentemente su hijo fuese trasladado a una de las escuelas políticas más prestigiosas de Italia. Elaboró un teatro para que todos creyesen que ambos estaban allí. Pagó por ello y se aseguró de que todos se moviesen según sus órdenes. ¿La verdad? Giancarlo nunca abandonó su hogar, pero creció creyendo que no tenía uno.
Fue dado a una de las sirvientas más humildes del castillo. Ella juró llevarse el secreto a la tumba y los años pasaron lentamente. Comenzó a laborar como uno más de la servidumbre, acatando las órdenes certeras de la señora de la casa o de los invitados. Aprendió a callarse cuando no le hablaban, a no tocar directamente a sus señores y a siempre mantener un perfil bajo cuando entrase a una habitación.
Aunque se esforzase, algo parecía siempre encender la ira del hombre de la casa. Y con ello venían largos tiempos encerrados en una habitación alejada de todo. Allí, donde ese pudiente ser arremetía contra su cuerpo usando los puños y artefactos contundentes. En ese lugar, donde caían las lágrimas y los ruegos se quebraban junto a su voz. Cuando sanaba, el ciclo vicioso seguía rodando. Tóxico, sisañozo y viperino.
Extraños sueños invadieron su mente poco después. Oscuros paisajes con cuervos de tres ojos, mujeres danzando en medio de una fogatada y el llanto de dos niños. Pensó que estaba demente, que tantos golpes finalmente lograron resquebrajar su cordura hasta hacerla polvo. Giraba bajo la ilusión de la demencia, cuando en realidad sus habilidades inherentes, esas que le mantuvieron vivo durante tanto tiempo, comenzaban a manifestarse.
Continuó viviendo esa tortura durante años, hasta que finalmente el hombre enfermó. Para ese momento Gian ya había encontrado las respuestas a las cosas extrañas que sucedían a su alrededor, ahora, estaba más interesado que nunca en aprender más sobre las peculiares cualidades que cuidaba con recelo. Faltaba poco para que el hombre diese su último respiro.
Fue allí cuando, en un ataque de remordimiento, la mujer que toda su vida consideró su madre, se atrevió a contarle la verdad. Anonadado, tribulado y demasiado confundido para digerir todo, escapó del castillo y nadie volvió a saber nada de él. Tomó asilo en la casa de un viejo sastre, que se ofreció a ayudarle a cambio de trabajo voluntario.
Giancarlo estaba harto de todas las mentiras y los engaños. Planeó una manera de volver, de encarar a su padre y de salirse con la suya en el proceso. Durante seis meses se educó arduamente, leyendo y trasteando cada artículo que estaba a su disposición. Formó una faceta arrogante, tan férrea como los golpes que en algún momento marcaron su piel.
Ya se notaba que aquel débil hombre iba quedando atrás, desvaneciéndose para dar paso al hijo que el mayor siempre anheló. Vestido de manera impecable, con una sonrisa en el rostro y un par de palabras dulces, Gian se presentó ante todos como el primogénito de los Visser. Nadie pudo objetar; su porte y la manera de comportarse. Modales finos de alta alcurnia. Acudió a los aposentos de su padre y finalmente le encaró.
Por todas las mentiras, los golpes y gritos. Por hacerle sentir tan insignificante delante de todos los demás. Eso, acompañados de un par de gotas de esencia de Belladona deslizadas fervientemente en su boca. Horas después, el corazón del anciano dejó de latir. Y con ello, su propio corazón adquirió una nueva oportunidad.
Ya han pasado casi un año desde aquello. Es un brujo en desarrollo, un caballero completo y ha adquirido el título de Barón. No puede pedir nada más, más sabe que la búsqueda de conocimiento no llenará el vacío que yace dentro suyo. Y quizás… está planteándose una manera de recuperar tanto tiempo perdido.
→ No ha desarollado a totalidad sus habilidades como brujo. Es algo que sigue mejorando con el práctica y mucho tiempo. Actualmente ha llegado a buen nivel, pro sabe que puede alcanzar uno más alto.
→ Es bastante fanático de optar por las hierbas y versiones alternativas de la medicina para tratas las dolencias. No se fía mucho den los doctores o los médicos. Ni mucho menos en las prescripciones que hacen.
→ Antes de tomar el legado de los Visser, su nombre era simplemente Carlo.
→ Se ha encargado de suplir las necesidades de la mujer que se tomó la modestia de cuidarle. La considera una madre y le ha sacado de las labores de servidumbre que acostumbraba a cumplir.
→ Es bastante fanático de optar por las hierbas y versiones alternativas de la medicina para tratas las dolencias. No se fía mucho den los doctores o los médicos. Ni mucho menos en las prescripciones que hacen.
→ Antes de tomar el legado de los Visser, su nombre era simplemente Carlo.
→ Se ha encargado de suplir las necesidades de la mujer que se tomó la modestia de cuidarle. La considera una madre y le ha sacado de las labores de servidumbre que acostumbraba a cumplir.
Giancarlo Visser- Hechicero/Realeza
- Mensajes : 7
Fecha de inscripción : 18/03/2017
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Giancarlo Visser
FICHA APROBADA
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¡QUE TE DIVIERTAS!
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