Átropos ID

Datos

Nombre Real: Eloise de Valois-Orléans-Angulema.
Edad: Aparente: 26 años | Real: 218 años.
Especie: Vampiro.
Tipo de clase social o cargo: Clase Baja.
Orientación sexual: Pansexual.
Lugar de Origen: París, Reino de Francia.

Habilidades

► HABILIDADES Y ATRIBUTOS INNATOS:

→ Habilidades: Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana.
→ Atributos: Colmillos afilados, uñas afiladas (en algunos casos), piel y cuerpo resistentes (aunque suave al tacto y a la vista), e inmortalidad.

► PODERES INNATOS:

→ Sanación acelerada: Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento, si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.
→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros vampiros e identificar a los licántropos gracias a su aura colorada y su característico olor.

► PODERES DESARROLLADOS:

→ Persuasión: Habilidad para controlar las acciones o el razonamiento de otra persona. Este poder logra que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse o incluso darse cuenta, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas.
→ Telepatía: Habilidad para sondear los pensamientos superficiales de cualquier sujeto cercano y escucharlos como escucharía hablar a esa persona. Con el tiempo suficiente, puede enterarse casi de cualquier cosa sobre el sujeto.
→ Confusión: El vampiro puede hacer que su víctima se sienta completamente desorientada sin más que mirarle a los ojos y hablar con él. La víctima sólo será consciente de fragmentados sueltos de sus propios recuerdos. Se sentirá confuso constantemente y vagará de un lado a otro, aturdido y sin saber que hacer exactamente. La confusión es temporal.

Personalidad

Eloise de Valois-Orléans-Angulema pudo haberse convertido en una gran mujer. Desde niña había demostrado una notable inteligencia y un talento nato para diversas actividades. Poseía una grandiosa memoria eidética y una capacidad de aprendizaje que no solían tener otros infantes. Sin embargo, Eloise estaba destinada para algo más: convertirse en una desquiciada criatura amante de lo terrible.

Cuando su madre halló la manera de poder tener un heredero y así complacer a su esposo, cometió un error nefasto. Pactó con una bruja y eso dio como resultado a un hecho que marcó al matrimonio para siempre, y por supuesto, a quien nacería unos meses después. Eloise tuvo que cargar con el recuerdo de un hermano mellizo que no se formó bien, pero, más allá de una ligera deformidad en su cráneo, también tendría que convivir con el espíritu de aquel ser siniestro queriendo expulsarla de su propio cuerpo. Sin embargo, ella sería quien ganaría la batalla, a pesar que, en un principio, él consiguió destruir una parte importante de su sensatez.

Cuando estuvo bajo el aprendizaje de la magia negra, Eloise revivió a su siamés y ahí comenzaría a degenerarse lentamente su personalidad, una que, igualmente, estaba sentenciada a la demencia. Pasaba largas horas de la noche intentando ganar las duras batallas para silenciar a esa voz espectral que le hablaba en su cabeza; el constante insomnio empezaba a desarrollar una insana irritabilidad. El aislamiento condujo a la inevitable soledad, que prefirió mantener así. Aquel encierro, el conocimiento de cosas oscuras y su mellizo condenándola lentamente, despertaron en Eloise terribles aficiones. Se estaba conduciendo a la locura, a una personalidad psicopática, indudablemente. Creó su propia ley y hasta su propio reino, basado en lo más bajo de cualquier creencia.

En un principio, puede llegar a engañar a las personas, hacerles creer que está bien, e incluso, muestra una gran capacidad de expresión y una inteligencia admirable, pero eso sólo es la punta del iceberg. La reina Átropos sólo le hace creer a los incautos que es alguien brillante, para luego, sin ninguna clase de compasión, manipularlos y usarlos a su conveniencia. Aunque igual adora que le suban el ego, pues ama los elogios, y como ha de suponerse, detesta las críticas. Aquello puede llegar a irritarla al punto de hacerla delirar de una manera un poco... insana, lo que hace entrever (no del todo, porque le gusta disimular), a su lado más sádico. Es audaz en el crimen, pues no pretende que los desacertados enemigos la descubran.

Ella se llama a sí misma “Morta”; sus cadáveres son su tesoro más preciado. No el de su hermano, porque él sólo anda obsesionado con su cuerpo (¡que condenado pervertido!). Evidentemente se puede intuir que, a pesar de los siglos transcurridos, sigue batallando con ese mellizo molesto. Por eso odia a su creador, por haberla atado a ese estúpido parásito sin identidad propia.

La complejidad de su personalidad se basa en la más auténtica locura. Sufre de delirios, cuando le da la gana; cambia de opinión en un abrir y cerrar de ojos, y hasta sus estados de ánimo pueden variar en segundos. Y sí, es perfectamente consciente de lo que ocurre, que es lo peor. Le gusta tener la mente pútrida, contaminada por la maldad. Sus acciones pueden llegar a ser tan impredecibles, que hasta ella misma se irrita de tener que ser así, pero, ¿qué más da? Se trata de la más genuina demencia, y continuar añadiendo más descripciones, sólo implicaría no terminar nunca.

Si se le quiere enojada, lo estará. Si se le quiere feliz, también lo estará. Si se le desea delirante, de genio corrupto y oscuro, así actuará.

¿Se atrevería usted, buen lector, tentar a Átropos en su propio reino? Puede acercarse a las Catacumbas de París cuando desee y corroborar, por su propia cuenta, ese genio tan voluble e incierto, a ver si tiene la osadía de poder sobrevivir.

Historia

Se cuenta que la unión de Enrique III y Luisa de Lorena no dejó ningún descendiente; ambos, según los datos históricos, fueron incapaces de concebir un hijo. Pero, ¿es cierto todo aquello? Los escándalos entre la realeza van y vienen como las olas del mar; las traiciones y las falacias son el plato de cada día. Sin embargo, el motivo de este escrito no es ahondar en algo tan típico que ya parece aburrido. El tema que nos concierne, más bien, es ese misterio que se entretejió en torno a los no nacidos del matrimonio de ambos aristócratas, porque, aunque no les sorprenda, estaremos hablando de otra argucia más de la realeza. Una bastante peculiar, y no menos común, a decir verdad.

Ya para 1582, luego de tantísimos intentos; luego de que Luisa, incluso, acudiera a alguna bruja de nombre Helga (la misma que le asistió al parto, ¡la misma mujer que era su dama de compañía!), nació la primogénita del nefasto matrimonio, a quien bautizaron como Eloise de Valois-Orléans-Angulema. ¡Ah! Cuán orgullosos estuvieron sus padres con aquel nacimiento, o al menos, lo estuvieron un par de horas luego del alumbramiento, el mismo que se dio en una noche de tormenta. Se esperaba que la nueva princesa trajera esperanza, y hasta reconciliación, a la familia. Sin embargo, no fue así. Luisa cometió un error, ¡y qué soberano error! La magia negra nunca ha sido amiga de nadie y suele cobrarse las cosas de las maneras más atroces posibles. La reina lo supo muy tarde y se lamentó por ello hasta la muerte, pero eso no fue suficiente para enmendar su error.

Resulta que Eloise no iba a ser única, no. Eloise tendría un mellizo (o mejor dicho, lo tuvo), pero eso nadie lo sabía, excepto sus padres y Helga. La reina estuvo muy aislada durante su embarazo (como si ocultara algo), y cuando se le vino la fecha del parto, lo que ocurrió después, la desplomaría por completo, y mucho más a su marido. Cuando estuvieron haciéndose cargo de la recién nacida, sus padres notaron algo extraño en un costado de su cabecita. Una ligera protuberancia de tejido parecía formar lo que pudo haber sido un rostro. Eloise tenía una pequeña parte de su hermano unido a ella; ese mismo que no se formó de manera correcta.

Sin embargo, y dadas las condiciones de la época, aquello sólo podía ser considerado un monstruo, una pésima jugada de la naturaleza. ¡No podían presentarla a la sociedad! La niña sería obligada a vivir en aislamiento para siempre, pues, mostrarla ante el mundo sólo le traería una muerte segura, no sólo a ella, sino a sus padres, por concebir a un engendro producto de alguna unión demoníaca. Incluso, acudieron a un médico adiestrado para hallar alguna solución, pero éste sólo les instó a continuar con su mentira, ya que, intentar extraer al hermano siamés sólo podría causar la muerte de Eloise, o en su defecto, dejarla en estado vegetativo. Aquel doctor luego fue asesinado, para evitar que hablara de más.

Fue entonces cuando Eloise tuvo que vivir lejos de París, en alguna región apartada, en donde nadie reparara de ella. Crecería desconociendo los intereses de la realeza, aunque no con menos lujos. Aquella matrona que era compañera de su madre sería quien se encargara de criarla. En un principio, la reina se hizo cargo, pero luego, cuando la niña rondaría los dos años de edad, decidió dejar a Helga responsable de todo, pues ella no lo aguantaba más. La culpa la fue destrozando.

Así pues, la supuesta princesa exiliada, estuvo bajo la crianza de aquella bruja terrible en poder y de genio templado. Helga se convirtió, no sólo en una madre, sino en su tutora dentro de las artes arcanas. Aquella mujer, quien decía que el mismísimo Paracelso había sido su ancestro, hizo que Eloise desarrollara una sensibilidad hacia la magia, en especial, hacia la nigromancia, pues la jovencita, a pesar de su corta edad, era muy sensible a patrones externos, completamente ajenos a este plano. Sin embargo, con lo que no contó Helga fue con que ese ser, que quedó atado al cráneo de Eloise, le haya interesado tanto las artes oscuras, que decidió salir del letargo en el que se encontraba.

Todo su malestar inició a partir de los siete años de edad, justamente cuando quedó huérfana de padre y su madre quedó sumida en la miseria de su mente, algo que poco le importó. Pero, lo que verdaderamente le afectó, fue el hecho de tener que lidiar con la molesta voz de su siamés. Ese mismo que le refutaba cosas horribles durante las noches y luchaba por quedarse como amo absoluto de su cuerpo. Eloise no hallaba consuelo, y ni siquiera Helga pudo ayudarla. Ese era el precio a pagar por el deseo de su madre. Así que, sin más, no le quedó más opción que empezar una disputa con el fragmento de su mellizo, ese mismo que quería hacerla a un lado, algo que ella no le iba a dejar tan fácil.




Se la podía oír por las noches discutiendo con ese hermano siniestro, incluso durante las horas del día. Para Eloise no existía el mundo exterior, salvo aquellos libros de idiomas imposibles que le proporcionaba Helga. La jovencita era inteligente, sin embargo, con el pasar del tiempo su mente fue deteriorándose, al punto en que se volvió, quizás, demasiado paranoica, casi de carácter imposible, por no tildarla de loca por completo. Pero su alma llegó a su punto de quiebre cuando Helga falleció, dejándola completamente sola.

Eloise tuvo que huir a la ciudad en el momento en que no hallaba qué hacer. No le quedó más alternativa qué seguir adelante, a pesar de que su mellizo le instaba a completar el horrible ritual del suicidio. Pero su decisión fue la peor. Algunos ignorantes, quienes se dieron cuenta de su terrible mal, la persiguieron, la apedrearon, e incluso, amenazaron con entregarla a la Inquisición; por suerte, escapó al final, refugiándose en las susodichas canteras de la ciudad. Ahí tenía que pasar la mayor parte del tiempo, conviviendo con cadáveres y roedores, y por algún milagro, no sufrió ninguna enfermedad, salvo el hambre que se le pegaba a su estómago.

Fue, precisamente, en esos abismos, que conoció a su verdugo, el mismo que se hacía llamar Ciro, el inmortal que quedó maravillado con su curiosa enfermedad; alucinado con el ingenio (o quizás tormento) de la joven. Eloise, a pesar de mostrarse como una pordiosera, y hasta una muchacha que había perdido el juicio; ella era audaz (para cometer el impúdico acto de la muerte y el desvarío), y tal parecía que esos elementos eran como un elixir para aquel vampiro que prácticamente la esclavizó. Bebía de ella hasta dejarla al borde de la muerte; abusaba del interés de Eloise, quien le permitía todo, pues todo aquello silenciaba a su hermano. Prefería mil veces ser el juguete de Ciro, que continuar soportando a su detestable siamés. Era una especie de trato silencioso, en donde ambas partes salían beneficiadas.

El gusto por la muerte fue haciéndose espacio en su cabeza; se había desquiciado por completo, y cada vez quería más, hasta el punto de exigir la inmortalidad. Creyó haberle ganado a su hermano, y ahora, con su mente ya hecha añicos, quería vivir entre la inmundicia de la muerte por toda la eternidad. Y quién sabe qué demonios ocurrió para que aquel vampiro obstinado le hiciera semejante regalo. Tal vez porque Eloise estaba tan demente, que podía convertirse en una asesina perfectamente adiestrada y de temer; ella podría ser una suerte de sucesora, aquella que continuara con su legado de locura. ¡Claro! Por eso él le apodó Átropos, y el nombre le gustó tanto, que ya no le permitía a nadie que la llamaran Eloise. Pero, hubo algo con lo que no contó y lo maldijo una y otra vez, hasta que las palabras le supieron a nada. La no vida terminó atándola a su hermano para toda la eternidad; él se quedó en una parte de su cuerpo, y ambas almas se vieron atrapadas en el mismo recipiente, luchando constantemente. Por fortuna, (una aberrante fortuna), ya estaba tan sacada de sí, que sólo tomó la unión como si estuviera discutiendo siempre consigo misma o con algún espíritu que quiere quedarse a su lado atormentándola.

Más adelante, como era de esperarse, Ciro, siempre tan obseso a querer hacer lo que se le viniera en gana, dejó a Átropos, algo que a ella poco le importó. Las canteras ya se habían convertido en su hogar, ahí se dedicaba a coleccionar cadáveres y asustar (y cómo no, también a asesinar) a los incautos. Surgieron leyendas en torno a ella, considerándola como el monstruo de las galerías subterráneas, las que se conocía de extremo a extremo. Había veces, que para salvar su vida, algunos le dejaban libros y joyas, las mismas que ella pedía encarecidamente. Fue, unos años más tarde que, dedicándose a obrar de la misma manera, conoció a Charles-Axel Guillaumot, y sintiendo el interés de éste por las canteras (sí, porque las quería de cementerio), Átropos lo convenció de que le permitiera crear su propio reino de muerte ahí abajo, sin que más nadie interviniera. Y así fue, ya para 1786, aquellas canteras se habían convertido en las famosas Catacumbas de París.

Átropos no logró gozar de los privilegios de pertenecer a la realeza de Francia, porque sus padres no se le permitieron, sin embargo, a pesar de estar atada a un hermano demoníaco, ella logró forjar su propio reino de oscuridad, podredumbre y locura, aquel que no pretende compartir con más nadie. ¿O quién sabe? Después de todo, en el fondo sigue siendo Eloise, la misma que está atada a un ser siniestro; su futuro continúa siendo incierto.

Datos Extras

† Colecciona cadáveres y no permite que ni las ratas los toquen. Aunque, claro, no todos los muertos son de su agrado. A algunos los deja pudrirse en las zonas más estrechas y horribles de las catacumbas.
† Piensa que las catacumbas son su propio reino. Ahí manda, y mandará, ella.
† Con el tiempo ha aprendido a ignorar a su hermano, ya se le hizo costumbre convivir con él.
† Profesa un sentimiento de odio, admiración y obsesión por su creador. Incluso adora sacar lo peor de él (aunque, tampoco es que tenga mucho de bueno).
† Está consciente de quienes eran sus padres y hasta sabe quién fue el asesino de uno de ellos. Sin embargo, no le ha dado la debida importancia, pues Enrique III no le brindó apoyo cuando más lo necesitaba.
† Sólo llamaba “madre” a Helga, la otra era simplemente “Luisa”.
† Tiene una muy reservada fascinación por el dolor, le causa placer sentirlo. Sin embargo, esto es algo que considera como una debilidad, la misma que desarrolló por culpa de su sire, lo que aumenta más su odio hacia él.
† Colecciona polillas muertas, y por alguna bendita razón, aprendió a disecarlas para poder conservarlas dentro de un cofre.
† La ligera deformidad en su cabeza sigue ahí, cubierta por abundante cabello, pero si se le busca bien, se puede notar lo que pudo haber sido un rostro que no logró formarse completo.